Cuando se apagan las luces nuestros miedos primarios se encienden El director David F. Sandberg comenzó con el juego de los monstruos en la oscuridad con su corto, de título homónimo a la película, que se viralizó de forma inmediata en la web. Desarrollando el concepto de la historia, crea un largometraje basado en la vida de dos hermanos que padecen un mismo “mal”. Ambos, en su casa materna, en la oscuridad ven una especie de monstruo, algo que no pueden descifrar qué es. Debido a estos incidentes y a la muere de su padre, la hermana mayor hace tiempo que se fue del hogar. Ahora la misma secuencia se repite con su hermanito menor, sumada a la inestabilidad psicológica de su madre, quien vive hablando sola entre sombras. Desde la secuencia inicial se nos deja bien en claro que en la oscuridad se materializa un ente indescifrable con garras afiladas y una fuerza sobrehumana, que seguirá específicamente, y a todas partes, a los miembros de esta familia, incluso los dañará. Entonces, aquí lo importante es que este ser es una amenaza, por lo que los hermanos se pondrán a investigar “qué” los persigue. Y todo apunta hacia su madre, quien de adolescente estuvo internada en un hospital psiquiátrico y allí sostenía un extraño vínculo simbiótico con una amiga muy “especial”. Estamos ante una narración que va in crescendo hasta descubrir que detrás del miedo también hay un gran drama. Un pasado difícil, en el que la sombra y los temores ocultos del inconsciente adoptan múltiples formas y hasta se materializan. Un sufrimiento que escapa a la razón y a los deseos. Precisamente, es una pena que el director no explore con mayor detenimiento ese lado, la próspera psicología de los personajes y sus dramas, David F. Sandberg apuesta por lo seguro concentrándose solo en una construcción de puesta en escena y una confección de climas tan efectiva como efectista.
No se puede dejar de mencionar el corto Minions Jardineros que se proyecta antes de que comience el film, es muy ingenioso y festivo, un slaptiks con todas las letras. Nuestros amigos amarillos se antojan de una licuadora que hace deliciosos batidos de banana, por lo que se les ocurre embellecer el jardín de sus vecinos para recaudar dinero y así comprarla. A partir del momento en que recortan el césped ocurren, en sucesión, todo tipo de gags físicos desopilantes. Imposible parar de reír. La vida secreta de tus mascotas muestra una singular idea de cómo se comportan un grupo de mascotas citadinas. La acción transcurre en una colorida y nostálgica New York, cuando sus ocupados dueños se van de casa. Tenemos desde un caniche punk, una gata golosa, un basset hound discapacitado, un conejito desquiciado, hasta una pomerania pomposa que está enamorada de Max, el protagonista. Debido a que la dueña de Max trae otro perro (enorme y peludo) a casa comienzan los conflictos y cambios de rutina. Ambos canes, en uno de sus paseos diarios, terminarán perdidos en las alcantarillas, donde viven las mascotas marginadas, abandonadas por sus dueños. Si bien el argumento es básico y no tiene la complejidad de uno de los realizados por Disney - Pixar, el film funciona y divierte. Los personajes son muy queribles y la ambientación en colores pasteles colabora confiriendo mayor calidez. Estamos ante una narrativa que respira cierto aire de cuento clásico, que se construye a partir una sucesión de hechos entrelazados, en modo acción/consecuencia, que generan gags cómicos muy efectivos. La vida secreta de tus mascotas es una película acogedora que, más allá de ciertos estereotipos y clichés narrativos, sale airosa a fuerza de su dinamismo y simpatía.
Ya hemos visto miles de adaptaciones de Tarzán, el personaje creado por Edgar Rice Burroughs allá por 1912, a la pantalla grande, y esta tiene la particularidad de ser narrada desde el costado más aristocrático, más europeo del personaje. Al comienzo encontramos al hombre de la selva enfundado en un traje con su nombre occidental, John Clyton, hijo de la pareja de ingleses perdidos en la selva africana, viviendo en su mansión junto a su amada Jane. Es como una especie de súper star en Inglaterra y África, todos los admiran por su historia pasada. De repente es convocado por el gobierno británico a concurrir al Congo para oficiar como una especie de embajador y reconocer los logros de su país de crianza. Detrás de estás mentiras hay planeada una trampa donde se pretende secuestrar a Tarzán, y así entregar su cabeza a un antiguo enemigo, a cambio de diamantes. Cuando lo convocan al Congo, Tarzán reniega de su origen alegando que ya ha visto África y que allí hace calor. Uno de los grandes problemas del filme son los diálogos, dan escalofríos. Todo está tan bien pensado a nivel puesta en escena y se descuidan tanto las conversaciones. Hablan como si estuviesen sentados en un bar tomando una cerveza, en medio de una espectacular escena de una estampida de animales, o amenazados de muerte por miles de armas. Corrupción, esclavitud y ambición son otros elementos que podemos encontrar en esta entrega correctamente contada, que de tan correcta aburre. La ambientación está lograda, también está presente el sentido de la aventura: el riesgo, los eventos inesperados y la acción; pero todo está tan calculado que se cuela la artificialidad, y en el mal sentido, porque nos encontramos ante un problema de verosimilitud dentro de este universo fantástico. Skarsgard, a pesar de tener un cuerpo esculturalmente tallado y digno de la estampa de Tarzán, le falta pasión, salvajismo. Incluso con los animales, que son su otra “familia”, no tiene química. Con la única que se nota cierta atracción en pantalla es con Jane (Margot Robbie) y no se explota demasiado esa historia de amor, salvo al comienzo de la película que hay alguna escena pasional. Por supuesto que hacia el final todo se acomoda, Jane tiene voz y voto, los malhechores terminan enterrados en su ambición y nuestro Tarzán, además de ser un acérrimo defensor ecologista, se reconcilia con sus orígenes africanos y se va a vivir al Congo con Jane y sus amigos de la tribu. Un cierre políticamente correcto más digno de la revista Billiken. Por María Paula Rios @_Live_in_Peace
Grandes actuaciones, buenos efectos especiales, pero una narrativa demasiado light en la nueva versión de Cazafantasmas La traducción del nombre de la película es Cazafantasmas , sin el artículo masculino, porque justamente en este reboot del clásico de los años ochenta hay un cambio sustancial: quienes salen a atrapar espectros malignos por New York son mujeres. Y cuatro comediantes excelentes, Melissa McCarthy (Damas en guerra), Kristen Wiig (Zoolander 2), Leslie Jones (Workaholics) y Kate McKinnon (Ted 2), que cada una en su registro, se complementan perfecto. La historia reúne a este grupo de mujeres, tres de ellas científicas y una que trabaja en el metro, que debido a inminentes apariciones espectrales por distintas partes de la ciudad, y una intensiva investigación previa sobre fenómenos paranormales, deciden salir a cazar fantasmas . En medio de estudios y evidencias ectoplasmáticas, descubren que alguien está ideando un malévolo plan para dominar la ciudad. Si bien la película rescata el espíritu de los años 80’ de su antecesora, ya que es bastante autorreferencial en cuanto a la estética, la música y el tono de humor, la narración es demasiado chata. Salvo en contadas ocasiones los gags, o diálogos, cómicos son efectivos. Este tono ligero se podía aceptar en la versión original , ya que era un producto novedoso e iba de acuerdo a una época más pop. Pero en el 2016, y con tremendas actrices de protagonistas, la historia requiere mayor exigencia creativa. Cómo que Paul Feig dejo reposar todas las expectativas en la marca, en el talento de sus chicas, metió unos buenos efectos especiales y voila, la cosa camina sola. Lo que ubica a la película en un lugar digno es tanta hormona femenina dando vuelta. Es la sensibilidad y la destreza de las actrices lo que salvan de la catástrofe a este reboot carente de todo tipo de magnetismo.
Fanáticos teo-políticos, adolescentes con sed de venganza y cowboys urbanos se entremezclan en la tercera entrega de The Purge. La nueva entrega de The purge retoma al personaje principal del episodio anterior, Anarquía: la noche de las bestias, Leo Barnes (Frank Grillo), quien el día de la expiación salía con furia a vengar la muerte de su hijo, pero siempre terminaba ayudando a los más desprotegidos, esa noche macabra en la que solo tienen refugio seguro los poderosos y adinerados. Sin embargo, en el año de elecciones presidenciales, Leo trabaja como guardaespaldas de Charlene Roan (Elizabeth Mitchell), una decidida senadora que va en contra de los Nuevos Padres Fundadores de América (NPFA), un grupo de políticos, fanáticos/religiosos que hace veinticinco años están en el poder y dominan la economía del país. La decisión de Charlene de presentarse como candidata a presidenta de los EEUU se relaciona con una experiencia traumática que padeció de adolescente cuando, en una noche de la expiación, un psicópata mata a toda su familia. Por esto quiere terminar definitivamente con esas terribles horas en las que todo está permitido: saquear, robar y asesinar para así “purificar” el alma. Sintiéndose amenazados, los NPFA deciden incluir en la purga a la clase política, ya nadie queda exento. Ahora el tema no es solo aniquilar a esa gente “no deseada” que ocasiona gastos a la nación, sino también “limpiar” a los políticos idealistas que encabezan las encuestas de las elecciones. Por esto, Charlene Roan sufrirá un intento de asesinato por parte de un grupo de mercenarios y Leo Barnes hará lo imposible por protegerla. La noche de la expiación trae todo tipo de personajes, desde turismo extranjero ansioso por asesinar hasta caprichosas adolescentes —que parecen salidas de una película de Harmony Korine— enfundadas en ropa sexy y con armas glamorosas decididas a matar por diversión y venganza. Pero el foco principal está centrado en la senadora y su grupo. Además de Leo, la defienden el propietario de una tienda de comestibles, su ayudante latino, y una joven ex pandillera quien ahora conduce un camión de auxilio durante las horas fatales. 12 horas para sobrevivir: el año de la elección es la entrega más sólida y potente de la saga. Ahora la crítica social se mezcla con una dosis justa de humor negro, lo cual ayuda a la catarsis, porque el ritmo narrativo tan frenético no nos da respiro. Las tomas subjetivas generan angustia e incertidumbre y nos sitúan desde el punto de vista de quien tiene que defenderse de la muerte en una noche sin ley. Desde un flanco más reflexivo, esta extrema crueldad, en la que la violencia se traduce en irracionalidad, destrucción, en actos que cercenan la libertad del otro, 12 horas para sobrevivir: el año de la elección nos ayuda a repensar sobre la forma dramática en que se ha ido naturalizando la violencia en nuestra sociedad.
Es indudable que Steven Spielberg es uno de los grandes narradores de historias del cine contemporáneo, sean de creación propia o transposiciones de obras literarias. En este caso, el director lleva a la pantalla grande un cuento fantástico de Roald Dahl (el mismo autor de Charly y la fábrica de chocolate). Aquí la trama gira en torno a una pequeña huérfana londinense, que en una de sus tantas noches de insomnio, descubre a un gigante en el balcón del orfanato. El gigante se da cuenta de que la niña lo ve y se la lleva a su tierra. Una tierra donde los sueños se pueden cazar y clasificar en botellitas. Donde el vínculo de la amistad y las buenas intenciones prevalecen como valores inquebrantables. Donde mora un gigante honesto, alquimista de sueños que se identifica con la pequeña y hará lo imposible por protegerla. Y como no todo es ideal en esta tierra, hay gigantes crueles y carnívoros que, además de maltratar al bonachón, se comen a los humanos. Nos encontramos ante un film en el que la irrupción de la fantasía y lo inexplicable funciona como llave para que la vida de la pequeña huerfanita se transforme. La intención final es que ella encuentre una vida “normal”, como la de cualquier otro niño. La vida que se merece. El factor fantástico, además, sirve como evasión de la cruda realidad y para adentrarse en el universo de la imaginación. Si bien la primera parte de la historia, desde que el gigante se lleva a la niña hasta que ella idea un plan, se torna un poco monótona, con giros narrativos repetitivos, la historia remonta en la desopilante secuencia final cuando la dupla protagonista decide recurrir a la reina de Inglaterra para frenar a los gigantes carnívoros. Ese tono melancólico y algo aleccionador que se venía gestando, se descomprime con un gran paso de comedia en la escena del té con la soberana. Momento en que las diferencias se olvidan, los gases de color verde son motivo de alegría y todos los personajes de este singular universo se aceptan y reconcilian.
Stephen Frears (Alta Fidelidad, Relaciones peligrosas, La reina) recrea en la pantalla grande la historia de Florence Foster Jenkins, una señora de la alta sociedad neoyorquina, a fines de la segunda guerra mundial, activa contribuyente del panorama cultural, específicamente del musical. Florence ama la música y su particularidad es que, en su imaginación, cree que es una gran cantante lírica, cuando para los demás dista mucho de serlo. Su voz es horrorosamente desafinada. Florence (interpretada por la extraordinaria Meryl Streep) vive, literalmente, en una caja de cristal. Posee un club propio, el selecto Club Verdi, y su marido, St. Clair (el correctísimo Hugh Grant), hace lo imposible para cumplir todos sus caprichos y tapar la realidad. Mientras Florence se mueve en los círculos privados, todos la apañan, disimulan, le hacen creer que es una gran cantante. Ella vive feliz en su mundo, todos la consienten porque es muy dadivosa. El conflicto surge cuando materializa su sueño de cantar en público, nada menos que en el Carnegie Hall, ante 1000 soldados invitados. A la par de su marido entra en esta dinámica del engaño el joven pianista Cosme McMoonn, interpretado por un sorprendente Simón Helberg (The Bing Bang Theory), quien la acompañará en todas sus presentaciones.Lo cierto es que Florence está muy enferma y, en diálogos íntimos con su esposo, da a entender que ha tenido un pasado muy difícil. El día siguiente podría ser su último día. Su entorno es consciente de esta situación, por esto se crea una gran farsa para que ella viva feliz, pues al fin y al cabo Florence es una mujer sensible, generosa y fácil de querer. La lealtad inquebrantable de sus hombres, St Clair y Cosme, tiene una razón de ser. Frears sabe cómo poner en funcionamiento este pintoresco universo, lo grotesco, la risa y el drama se funden en una fórmula eficaz. Una puesta en escena exacta se emulsiona con rasgos que remiten al cine felliniano, como las sobrecargadas escenografías y personajes por demás histriónicos.Pero por sobre todo, el realizador no se burla de los defectos de Florence, sino que respeta sus virtudes como la tenacidad que sostiene para que se haga realidad su sueño; todo inmerso en un ámbito en el que las mujeres son solidarias entre sí y los hombres cumplen al pie de la letra las indicaciones de una dama audaz y perseverante.
'Dos tipos peligrosos': Rusell Crowe y Ryan Gosling en una comedia que no convence Dos tipos peligrosos es uno de esos casos en el que es difícil detectar ese elemento que no funciona. Tiene todo: dos grandes actores, una buena historia y grandes pasos de comedia; sin embargo, cuando estos instrumentos tocan juntos, hay uno que desafina. Quizá porque esa hibridación entre policial y comedia —narrativamente— no se logra equilibrar. La película cuenta la historia de dos detectives privados, uno alcohólico que vive con su hija adolescente (Ryan Gosling), y el otro, un tipo duro, quien cobra por dar palizas (Rusell Crowe), que por cuestiones del azar se cruzan y terminan implicados en la investigación de la sospechosa muerte de una actriz porno y la desaparición de una joven. A medida que el relato avanza se torna más oscuro e imbricado y ese tono cómico del principio se disipa. El guionista a cargo de esta “comedia” setentera de detectives es nada menos que Shane Black, director y guionista de la archiconocida Arma Mortal (1987), aquella en la que la dupla Gibson/Glober era infalible. Está bien que esta última no remitía a la típica body cup de los años setenta y, a diferencia de Dos tipos peligrosos, el género que prevalecía —la acción— estaba bien definido. También hay que destacar los aciertos de la trama, comenzando por el papel de la hija de Goslin, Holly (Angourie Rice), rol clave en el film, ya que ella sienta los pies sobre la tierra en las situaciones. En medio de la torpeza de su padre, Holly es la única que dilucida las pistas más férreas en la investigación. Así como tomarse esa libre licencia de permitir que, de la nada, aparezcan elementos fantásticos, como la presencia del fantasma de un ex presidente. A pesar de lo mencionado hay algo que no cuaja, hay disrupciones que entorpecen la cadencia del relato, como la excesiva verborragia en los diálogos y esa combinación de géneros que, en este caso, no se logra armonizar.
'Julieta': La marca autoral de Almodóvar sigue más vigente que nunca Almodóvar vuelve al ruedo con un melodrama de alto contenido emocional, con tintes poéticos, donde el dolor y la pérdida también son protagonistas. El último film del gran Pedro Almodóvar comienza con la escena de una mujer recogiendo sus pertenencias porque está a punto de mudarse de España a Portugal con su nueva pareja. Entre sus objetos halla una foto despedazada y acto siguiente, en la calle,Julieta, la protagonista, casualmente se encuentra con una joven. Gracias a esta coincidencia nos enteramos, además de su incomodidad, que tiene una hija. Como esa fotografía fragmentada, y vuelta a pegar, se construye el relato en la película. Una historia en la que a través de un extenso flashback se van acomodando las piezas. Julieta tiene un pasado, con una gran historia de amor y una hija en fuga. Julieta y su hija hace años que no se ven y el gran motivo es la culpa. Una culpa que duele, que separa… una culpa que volverá a unir. Almodóvar, además, tiene la habilidad de crear un clima noir, de suspense hitchcockiano en el contexto de un melodrama. Allí donde emerge la tragedia y el sufrimiento nos mantenemos en vilo esperando descubrir más. Y son esos primeros planos en los rostros los que desnudan con autenticidad los sentimientos, por más que se intercalen con tomas tan bellas y oníricas como la del alce en medio de la nieve persiguiendo al tren. Aquí la hibridación entre el melodrama y el suspense responden tanto a las decisiones estéticas como narrativas. Julieta da cuenta de esa sensibilidad especial con la que el director trata a sus historias y personajes: almas signadas por la tragedia y el sufrimiento, pero que al final del camino encuentran alguna forma de redención. También da cuenta de que la marca autoral y la solvencia narrativa del realizador manchego siguen más vigentes que nunca.
El tema de la shoá estuvo, está y estará visitado en la historia del cine. Esta vez lo aborda el reconocido director canadiense Atom Egoyan. En clave de suspense elabora un relato donde un sobreviviente del nazismo (con alzheimer), internado en un geriátrico, decide ir en busca de quién mató a su familia en el campo de concentración donde estuvo preso. Recibirá la ayuda de su compañero (otro sobreviviente), quien a través de cartas lo guiará. No es casual el alzheimer, ya que la construcción de la narración adopta la forma de recordar de esta enfermedad. Recuerdos intermitentes, a medias o incompletos. Así vamos atando cabos hasta llegar a una resolución, con otra vuelta de tuerca (diría Henry James). Si bien el recurso funciona, el filme hace agua en otros detalles que completan al guión. El delineado de los personajes, y ciertas decisiones formales a la hora de poner la cámara (una estética del orden televisivo a lo soup opera), son de una torpeza abrumadora. Basta con recordar secuencias como cuando el protagonista se enfrenta al hijo de un neonazi llevado al paroxismo de lo reaccionario(hasta su perro está entrenado para atacar a judíos); o cuando en una clínica se encuentra con otro sobreviviente, a punto de morir, que encima tiene el “estigma” de ser gay; y ni hablar del uso de los contraplanos en el anticlimático final. Situaciones tan subrayadas, tan sentimentalistas (del orden sensacionalista), que lindan directamente con el ridículo. La bajada de lo políticamente correcto, y la sobreexplicación hastía y desapasiona. Hace que ese ingrediente del suspense pase a un segundo plano, se desvanezca. Me pregunto que pasó con ese Egoyan de ficciones sofisticadas e introspectivas. Lamentablemente Recuerdos Secretos no puede redimirse ni siquiera con las actuaciones de dos grandes como Christopher Plumer y Martín Landau. Por María Paula Rios @_Live_in_Peace