Level champion. Los juegos de escape se han transformado en tendencia hace ya algunos años, en consecuencia, nunca más atinada una película que aborde la temática transformando lo lúdico en mortal. Así triunfaba en taquilla, en el 2019, Escape Room con un final que pedía a gritos una secuela. Después de dos años, efectivamente, habemus continuación de esta historia que dejó algún que otro cabo suelto. La premisa es sencilla y acorde con lo que se planteaba en la cinta primigenia, seis personas que se encuentran encerradas adrede en varios cuartos de escape, y tendrán que ir descifrando los enigmas para no morir. Con la salvedad que ahora quienes están atrapados tienen algo en común: son sobrevivientes de diferentes escapes rooms letales. Todo comienza con Zoey, la protagonista de la primera entrega, investigando con la necesidad de encontrar a los responsables de quienes provocan la muerte de cientos de personas en estas trampas mortales. Personas atrapadas involuntariamente. Ella sospecha, pero no lo sabe, que detrás de semejante estructura hay gente muy poderosa involucrada. La pesadilla comienza nuevamente, cuando queda atrapada en un vagón de un subterráneo en New York con otros pasajeros. A partir de aquí el ritmo frenético de la cinta nos dejará sin respiro. Las trampas son cada vez más sofisticadas, desde la complejidad de las incógnitas hasta lo tecnológico. Y nuestros chicos deberán disponer de toda su fortaleza para salir airosos (o no). La cosa se pone difícil, desde sortear arenas movedizas, a no ser atravesados por rayos laser o por lluvia ácida. Sin grandes pretensiones, Escape Room 2: Reto Mortal, entrega lo que propone a los fanáticos del subgénero, un shock de adrenalina, algo de sangre y situaciones absurdas e imposibles (a esta altura un acuerdo tácito con el espectador). También hay alguna que otra trampa emocional y una vuelta de tuerca final forzada que deja la puerta abierta para una continuación (¿será necesaria?).
Sabor a mí. Basada en una novela homónima de Nathan Nash, Clint se ocupa de la transposición a cine de esta historia romántica, que oscila entre el western moderno y la road movie. Anticipamos que es una película para dejarse llevar y disfrutar (no racionalicemos tanto), sobre todo para admirar la voluntad y la trayectoria de un grande como Eastwood, quién filmó Cry Macho en plena pandemia. Mike Milo es una ex estrella del rodeo estadounidense, con el tiempo volcado al alcohol después que su familia sufre un trágico accidente. Le debe un favor a su antiguo jefe, quién le ofreció una mano y trabajo en ese momento tan doloroso de su vida. Por lo que este le pide que cruce la frontera de México para que encuentre a su hijo adolescente y lo traiga de regreso a Texas, junto a él. Su jefe no ve a Rafa (Eduardo Minett) desde los 6 años (es la referencia física que tiene Mike del joven), y corre el rumor de que no la está pasando nada bien con su madre; así comienza el derrotero. La película se divide en dos partes: por un lado, el viaje del vaquero hacia México, el encuentro con la madre, hallar a Rafael y convencerlo de regresar con él; incluido lidiar con la problemática mujer que trata como un objeto a su hijo y no lo quiere “entregar”. Por el otro, la vuelta hacia la frontera con el muchacho y su gallo de riña, Macho, que también se transforma en uno de los protagonistas. Huyendo de los federales y lo matones de la madre, se topan con un pequeño pueblito en donde conocen a Marta (Natalia Traven), una verdadera matriarca que maneja la taberna del pueblo e inmediatamente refugia a la singular dupla, además de conectar de manera muy especial con el duro de Mike. Aquí es otra historia. El tiempo se detiene y con la excusa de su automóvil averiado, el viejo, el joven y el gallo, se quedan allí por varias semanas habituándose orgánicamente al lugar, y estrechando una relación con Marta, una mujer de armas tomar quién cría a sus nietas que han quedado huérfanas. Al viejo Mike la vida le ofrece otra oportunidad, y se aferra a la misma. No estamos ante su mejor película. A pesar de narrar con precisión clásica y ser resolutivo, quedan expuestos varios errores de guion, así como un par de actuaciones algo impostadas. Clint está grande y más reflexivo, con cada película que filma se está despidiendo de esta vida, en consecuencia, ablanda su discurso al punto de referir que el concepto de macho está sobrevalorado. Clint ahora es un romántico, la melancolía se percibe en cada fotograma, en cada sutil movimiento de su frágil cuerpo, de su voz baja y rasposa. Cry Macho es una carta de amor, es un drama por encima del promedio que demuestra que Eastwood nunca ha perdido la épica.
Un ladrón romántico. Partimos de la base, por supuesto, que nos encontramos ante una película de acción. Una acción propulsada por el simple y complejo placer del robo, hablamos de esos ladrones artesanales, tácticos, de guante blanco, más allá de los millones que nuestro anti(héroe) pueda acumular. Nadie mejor que un sir como Liam Neeson para interpretar este papel, que le sienta como un guante de seda y por el que es inevitable sentir empatía. Tom Dolan, es este ladrón en cuestión, que se encuentra transitado la vida casi por inercia. Arrastra un pasado familiar doloroso a cuestas, además de ser un ex militar experto en desactivar bombas, por esto su manía y prolijidad a la hora de cometer los atracos. Por esas vueltas de la vida, nuestro hombre elegante, conoce a Annie Wilkins (Kate Walsh), una mujer atractiva que está terminando su posgrado en psicología, y por supuesto se enamoran. Tras un año de relación y sin delinquir, Tom decide dejar su pasado atrás para empezar de nuevo, con la intención de entregarse haciendo un trato con los federales. Hay mucho dinero en juego, y cuando está por llegar a un acuerdo la corrupción se impone obligando a nuestro héroe a aclarar la muerte de un detective de la policía, en la que lo quieren incriminar. Por supuesto que Annie se entera sobre la marcha de sus andanzas, y ella también se verá involucrada en este juego de escape y persecución. Venganza Implacable es un thriller de acción romántico sin demasiada innovación. Tiros, piñas, resarcimientos, encuentros y desencuentros, besos y redención. Una premisa simple y a veces despareja en relación a su narración y su cuestión estética. Solo la dupla principal, que tiene química, le da aire fresco a este relato predecible gracias a sus actuaciones que dotan de verosimilitud a la historia de amor por sobre la acción misma.
Extirpar el tumor. El cine de género le sienta bien a James Wan, y Maligno no es la excepción. En esta historia sigue recorriendo intrincados laberintos, entre sueños, sustos y monstruos, además de poner “en la mesa” un extenso bagaje de referencias de clásicos del terror, como por ejemplo Los ojos de Laura Mars. Suponemos que es parte de la experiencia visual que ha aprehendido para consumarse como realizador cinematográfico, y aquí imprime (consciente o inconscientemente) su huella. Un neuropsiquiátrico, un caso extremo y una cirujana que se dedica a estudiar y corregir malformaciones (en realidad hay un equipo interdisciplinario detrás), funcionan de prólogo para este relato en ese momento ambientado en los noventa, que se presenta como una pista a dilucidar. Fundido a negro y una leyenda nos indica que estamos en el presente, e inmediatamente nos metemos en una casa algo antigua, con aspecto de temer. Así vemos como entra Madison a su hogar. Madison está embarazada. Madison se siente mal. Madison sube las escaleras. Madison entra a la habitación y se encuentra con su esposo que está mirando deportes por la TV. Madison discute fuerte con él. A Madison su pareja le golpea el vientre de forma violenta y la empuja con todas sus fuerzas contra la pared lastimando su cráneo. Madison se desmaya. Madison se despierta confundida al día siguiente. Madison encuentra a su marido brutalmente asesinado. Madison es internada. Madison pierde su tercer hijo. A partir de esta dolorosa secuencia, Madison comenzará a experimentar visiones extrañas relacionadas con asesinatos, y a medida que indague cada vez más, se dará cuenta que hay un pasado latente, trágico y negado, que está ávido por salir a la luz. Como mencionamos antes, James Wan toma varios elementos y conceptos heterogéneos, hablamos desde la violencia doméstica, visiones, apariciones fantasmales, crímenes hasta traumas infantiles, para ir dando forma a un relato en donde todo encaja. De este modo, si bien predomina el terror, la narración también se nutre de otros géneros como el policial, lo psi y el drama. Y si bien no estamos ante una película que nos aterre y que por momentos es predecible, tiene la virtud de aunar toda esta cantidad de elementos de manera orgánica. Va estructurando una narración entre barroca y gótica, con la clara intención (por sus características) de fundar una especie de ser mítico (¿o una franquicia?). También hay resabios del giallo, el horror corporal y la cultura del vhs. Wan con sus influjos saca a relucir su costado más intervencionista y pop. Celebramos la secuencia final demencial, donde se despliegan los pocos efectos especiales y brota sangre a más no poder. A su vez, la cualidad monstruosa muestra su cara en lo que podemos inferir como un claro y sentido homenaje al cine de género.
Police torture. Una nueva entrega de esta saga torture, hablamos de Saw, ya se encuentra disponible en las salas de cine de nuestro país. Con un Chris Rock asumiendo el rol protagónico, además coescribir el guion y declararse fan de la franquicia gore, que tuvo sus inicios en el 2004, en ese momento dirigida por James Wan. Aquí Darren Lynn Bousman, se pone tras la cámara para ofrecer un nuevo punto de vista de esta historia, legado del temerario Jisaw. Nos encontramos con el detective Zeke Marcus, hijo de una legendaria figura en el ámbito policial (Samuel L. Jackson); que a su vez debe lidiar con el repudio de sus pares por un conflicto interno ocurrido años atrás. Con un compañero novato a su cargo, Zeke deberá comenzar a desentrañar una ola de asesinatos que involucra solo a policías. Crímenes atroces y virulentos con el sello del señor de los espirales rojos, al que le gusta jugar fuerte. ¿Hay acaso un nuevo admirador de Jisaw? ¿Por qué los crímenes ocurren tan cerca de Zeke? ¿El asesino juega con él? Estas son algunas de las preguntas que surgen por parte del protagonista, y del espectador, que se irán develando de a poco a través de un relato, que si bien ostenta los típicos juegos de porno torture a los que nos tiene acostumbrados la saga, cuesta creer las motivaciones y dramas de los personajes; el conflicto argumental. Pequeños detalles (que no son tan pequeños), que restan verosimilitud a la historia, como por ejemplo la voz grabada del asesino que no causa ningún tipo de temor. Más difícil aún es tener empatía con Chris Rock, entre morisquetas y una actuación poco natural, con la falta de la cadencia dramática que necesita el género. Sumados unos giros narrativos donde sobreabunda el lugar común y no hay chance para el factor sorpresa. A Rock lo tenemos asociado con la comedia. Aquí tiene una oportunidad de demostrar su versatilidad al encarnar a un detective duro, que carga drama a sus espaldas, pero lamentablemente resulta fallido. No lo acompaña tampoco el guion ni el tempo narrativo. Llega un momento que la historia pierde interés, ya no nos importa saber quién es el responsable de la sangría, ni tampoco la sofisticada y brutal mecánica de los asesinatos. Más que terrorífico, triste y agotador.
Acción, humor, dragones y drama. Desempolvando los cómics, Marvel presenta en la pantalla grande uno de sus tantos superhéroes. En esta ocasión proveniente de Asia, más específicamente de China, conoceremos la historia de origen de Shang-Chi, personaje creado por Steve Englehart y Jim Starlin. Un joven que huye (a los Estados Unidos) de un pasado entre mitológico y mafioso, pero no por mucho tiempo, ya que su destino como héroe de acción con poderes milenarios, es inevitable. Mucha mística y filosofía asiática se despliegan para contar la historia de Shang (Simu Liu), un joven que es heredero nada menos que de uno de los lideres de la ultra organización mafiosa Los diez anillos. Criado para matar y a la orden de ser un experto en artes marciales, con un padre por demás de riguroso sobre todo después de la muerte de su madre, en una de sus primeras misiones, Shang toma la oportunidad y escapa. Radicado en Estados Unidos y trabajando con bajo perfil, estacionando autos de lujo, así oculta gran parte de su vida cantando en karaokes y divirtiéndose junto a su gran amiga Katy (Awkwafina, que es todo lo que está bien), hasta que el nombrado sino (o mejor dicho un enviado de su padre) lo encuentra en un bus obligándolo a desplegar todo una coreografía elegante y concisa de artes marciales. Aquí comienza la aventura para este par, que a partir de este suceso deberá asumir responsabilidades. Dirigida por Destin Daniel Cretton, quién también estuvo a cargo de Capitana Marvel, la película entre extensos flashbacks y escenas de acción pictóricas, indagará de dónde proviene Shang-Chi. Quiénes forman parte de su familia y cuál su legado. Además de lo legendario y tierras fantásticas donde habitan leones fu y dragones milenarios, también hay un flanco cotidiano donde la selfie, el hip hop y el trap, y sobre todo el humor, descomprimen el relato de solemnidad. Saliendo un poco del molde de la típica película de superhéroes de Marvel (parece que la Fase 4 tiene otras motivaciones), aquí encontramos a un protagonista que asume de manera orgánica su rol, además el combo brinda homenaje al cine de artes marciales y explora de cerca la psicología de su personaje, sin olvidar ese espíritu marvelita (sobre todo al final), abriendo paso a una pelea épica donde los efectos especiales son un poco abrumadores y por momentos plásticos. Hay química, espíritu y algo de aire fresco; es hora de asumir el poder de los anillos y dejarse llevar.
Resignificando el mito (y los espacios). Desde el momento que supimos que Jordan Peele estaba detrás de la producción y el guion de esta especie de secuela espiritual de la Candyman de Bernard Rose, era de prever que la resignificación del mito no se iba a limitar al aspecto gore. Después de ¡Huye! y Nosotros, sabemos que la crítica social va asomar sea de manera implícita o explicita. Sumada aquí la mano de su directora, Nia DaCosta, que además de coincidir con indagar sobre la violencia policial y racial, añade el arte como catalizador de fenómenos culturales (identitarios) de masa. Situados en el 2019, en Cabrini Green, el mismo vecindario donde comenzó la leyenda del hombre garfio, ahora nos encontramos con un suburbio con hermosos departamentos habitados por jóvenes promesas que desconocen su oscuro pasado, como Brianna Cartwright (Teyonah Parris) y su pareja el pintor Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), quién está atravesando una crisis creativa. En una reunión, después de escuchar una historia del lugar sobre una mujer que enloqueció por investigar la leyenda del hombre avispa, Anthony se involucra con la misma y decide inquirir a fondo, más allá de una atracción inconsciente, con la excusa de tener un buen tema para su nueva exposición. A partir de aquí comienza la pesadilla, comienza una etapa en la que el mito y lo real se combinan poniendo en duda la racionalidad de los actos que ocurren, y hasta nuestro propio juicio. Todo va en declive, se oscurece, Candyman vuelve materializarse a través de las inocentes invocaciones, a través de la necesidad de exorcizar años y años de abusos e injusticias; a través de la propia carne, adquiriendo diferentes simbolismos, pero perpetuándose. Una historia que se irá reconstruyendo con la sangre del presente y el pasado. Nia DaCosta, da un paso más allá para reinterpretar este relato teniendo en cuenta no solo el género y el timing de la historia, ni hablar de las precisas y simétricas locaciones, así como una música que se amalgama al espíritu colectivo de esta leyenda que trasciende su propio estatus; también para incorporar como concepto (o como raíz) la forma y el contenido del arte, reflejando esos elementos culturales con los que se identifica una sociedad. El carácter social del arte, aquel en que el hombre puede adquirir concepciones que le permiten forjar un lugar de pertenencia. Sumergidos en un ambiente casi onírico donde la verdad y el dolor se elevan porque es imposible el olvido, aparecen también marionetas hechas de cartón y sombras chinescas para contarnos con simpleza sucesos aberrantes que no se pueden simplemente callar; por el contrario, toman más fuerza que nunca a través de una herida abierta que tardará mucho, mucho tiempo en cicatrizar. Y aquí es donde la directora también manifiesta sus rasgos, su identidad. En su forma de narrar, de insinuar con un fuera de campo potente y exquisito; en su forma de dotar al género con una mirada diferente, dramática y también comprometida.
“Free Guy: Tomando el Control” (de mi propio destino). Guy (Ryan Reynolds) es un empleado bancario que tiene una vida aparentemente perfecta. Se levanta todas las mañanas con una sonrisa de oreja a oreja, es por demás de optimista, y comienza su rutina con un rico café. Mientras lo seguimos con su andar radiante, ya notamos algo extraño. En la calle se suceden episodios muy violentos (explosiones, robos y demás), pero este lo asume con total naturalidad. Guy, un día, motivado por la actitud valiente de una bella mujer, decide romper con sus hábitos. Comienza a elegir otra ropa, a realizar otro tipo de acciones como enfrentar a los delincuentes que ve a diario. La revelación viene acompañada por unas simples gafas de sol, que cuando se las coloca le muestran algo extraordinario: un mundo nuevo o un mundo paralelo. Resulta que Guy forma parte de un videojuego, es un PNC (un personaje secundario de Free City). Y por su nuevo accionar, es un “error” del sistema. Fuera de este universo virtual, se encuentran Miller (Jodie Comer) y Keys (nuestro chico Stranger Things, Joe Keery), las mentes detrás del Free City quienes se encuentran alejados uno de otro. Keys ahora trabaja para Antoine (Taika Waititi), un ambicioso y poderoso empresario del rubro, que parece haberle robado alguna que otra idea a este par creativo. Guy es un ente virtual autónomo, un rebelde, que resurge desde su invisibilidad para ahora protagonizar el juego. Él y los de su misma condición, porque claro que colocará más de una gafa para revelar esa otra realidad en donde se puede tomar decisiones por cuenta propia. A partir de este planteo diríamos filosófico existencial, hasta uno de índole más tecnológico como es la inteligencia artificial, se estructura esta tecno aventura. Indiscutido el carisma de Ryan Reynolds, así como el aporte hilarante de Taika Waititi, en el rol de este falso gurú tecnológico (infantil y caprichoso), que lo único que le importa es el dinero. Ambos le suman solidez a este relato colorido donde la acción no cesa, acorde a la lógica de un videojuego; y está muy presente la comedia. Free Guy es un viaje divertido, singular, también algo sentimental, que le sacará más de una sonrisa al espectador (y esto se agradece).
Pop y demencial. Un desparpajo de principio a fin la acertada incursión de James Gunn al universo DC. ¿Su cometido? Revitalizar, y darle su impronta, al regreso de esta banda antiheroica con mucha acción clase B (a esta altura una noción más estética y conceptual que presupuestaria) y humor absurdo. La escena inicial, con Savant en el patio de la prisión perfeccionando su puntería con una pelotita naranja que acierta en varias cruces dibujadas en la pared, y que culmina con la sangrienta muerte de un hermoso pajarito (no se angustien, se hará justicia), es apenas la punta del iceberg de esta historia que transitará este grupo heterogéneo convocado por el gobierno de los EEUU. O sea, el gobierno reúne a un grupo de supervillanos provenientes de la cárcel, con el cometido de llevar a cabo una misión sumamente peligrosa, en una isla caribeña llamada Corto Maltese, en la que ahora gobierna un dictador que repele a los Estados Unidos. Sin dudas allí sucede algo extraño, más aún desde el momento que el lugar es sede de una instalación en donde desde hace varios años, se realizan experimentos con humanos y alienígenas. Es así que este clan, por supuesto disfuncional, se embarca en la misión a la isla. Hablamos de la carismática Harley Quinn (Margot Robbie), que inclusive enamora al dictador; Rick Flag (Joel Kinnaman); y se incorporan Bloodsport (amamos a Idris Elba), Peacemaker (John Cena); el hombre lunar, Polka-Dot Man (David Dastmalchian); la millennial Ratcatcher 2 (Daniela Melchior); y King Shark (con la voz de Sylvester Stallone), entre otros. Un disparate, en el buen sentido, con un timing comiquero y ágil donde se sucede la acción sin respiro, entre chistes que funcionan y las escenas más bizarras que puedas imaginar. Aire fresco para las películas de DC. Otra impronta, claro que se vincula con la estética popera del director en sus otras obras. Popera, trash y slasher, porque en Escuadrón Suicida 2 la sangre corre como agua, así como las explosiones de cerebros y los cuerpos mutilados. Como si estuviéramos dentro de un cómic y lo más inesperado puede suceder. Por ejemplo, que una estrella de mar alienígena se alimente de cerebros humanos y quiera dominar la tierra; o que nuestro monstruo sea atacado por un ejército de ratas y lunares de colores laser; también que la sangre se transforme en coloridas flores… Bienvenido James Gunn al universo DC.
COMO ARENA ENTRE LOS DEDOS… Siempre hay cierta expectativa ante una nueva película de Shyamalan porque, a pesar de tener una filmografía en algún punto despareja, nunca deja de aportar una mirada autoral. Una filmografía en donde la incomunicación y el trauma son conceptos que funcionan como dos de sus grandes tópicos; y a pesar de que Old está basada en la novela gráfica Sandcastle de Pierre Oscar Lévy y Frederik Peeters, no será la excepción. Todo comienza cuando una familia tipo, matrimonio y dos hijos, aparentemente feliz, llega a una paradisiaca isla a disfrutar de sus vacaciones. Con el pronto correr del tiempo (concepto que será clave en la historia), nos damos cuento que la felicidad de esta familia no es tan plena. La mujer parece tener una enfermedad, además de discutir ambos su futura separación. Los niños son testigos de esta cotidianidad dolorosa, que varía en una sinfonía de gritos y peleas. Más allá de estos momentos, se disfruta del sol y de las lujosas instalaciones que brinda el resort. Una mañana, en pleno desayuno, el encargado del hotel le sugiere a la familia realizar a una especie de tour a una playa secreta soñada, a la que muy pocos privilegiados tienen acceso. Es así que los cuatro, junto a otra familia que allí se hospeda, deciden disfrutar de este beneficio. Atravesando unas oscuras cavidades rocosas, llegan a esta playa virgen, perfecta. Cuando se disponen a disfrutar del lugar, comienza el primero de los fatales incidentes que ocurrirán en esta especie de limbo, donde el tiempo tiene otra lógica. Encuentran el cadáver de una mujer desnuda, que proviene del mar. Y así seguirá un derrotero de situaciones muy difíciles de asimilar, podríamos decir surreales. Una pesadilla materializada. En esta historia, Shyamalan hace un uso de la puesta en escena más que inteligente. Un tramo de arena y mar contiene a estos personajes que literalmente no tienen escapatoria; donde el primer plano funciona para reforzar su emocionalidad, así como el fuera del campo apunta a exasperar al espectador. Aquí no hay lugar para la catarsis, solo hay angustia, sentimiento que ayuda a identificarnos con este particular grupo. Una cotidianidad que se ve alterada por la intromisión de un elemento fantástico, extraordinario, donde se acentúa el conflicto dramático; acompañado de un relato ambiguo e incierto para el espectador. El realizador indaga sobre la existencia humana, cuyos conflictos se relacionan con una interpretación de la realidad. Problemas que generalmente son resueltos por niños, dado que no han perdido la capacidad de asombro (hay una escena de los hermanos construyendo un castillo de arena en la playa que es clave). En Old se crea una especie de mitología propia, en donde las personas se enfrentan con sus peores temores; donde hay un propósito de reflexión a partir de lo vincular, la incomunicación, el paso del tiempo… donde desde lo cinematográfico no hay concesiones: el humor negro no perdona, así como las pocas escenas de terror no se toman licencia con ningún personaje, por más injusto que parezca. Vale la pena hacer este viaje íntimo y lisérgico, en donde el paraíso transmuta en el mismo infierno.