En menos de una hora, una documentalista, Poli Martínez Kaplún, registra los recuerdos de sus protagonistas, dos señoras mayores que sobrevivieron al infierno de las campos nazis. Lea y Mira eran unas nenas que terminaban la primaria cuando pasaron de una infancia feliz a ver morir a su familia en los trenes que los llevaban al exterminio. El documental es excesivamente didáctico para una historia que conocemos, pero la gracia de las abuelas enhebrando la memoria íntima con la histórica lo transforma en una experiencia valiosa.
Reciente ganadora del Oscar, por segunda vez para su director, el ausente de la ceremonia Asghar Farhadi, El Viajante es un drama tenso y atrapante sobre todo eso que pasa a partir del ataque a una actriz -mientras se ducha en su casa-, casada con un actor y profesor secundario con el que además pone en escena Muerte de un viajante de Arthur Miller. La carga moral que da peso a cada plano de esta historia mínima, entre el thriller y el drama intimista, tiene eco en el afuera, una pintura de una sociedad a través de lo que producen sus usos y costumbres en la culpa, la vergüenza y las miserias individuales. La tensión que generan estos asuntos en juego sobre sus dos protagonistas -y los secundarios que pivotean alrededor de ellos- es tan enorme que Farhadi no necesita arreglos, ni música, ni adornos visuales. Las acciones están arropadas en silencio y palabras rotas, a veces como escupidas, de personajes que no quieren decirlas, ni estar ahí, ni en ninguna parte. Sí, El Viajante transmite una gran desazón, una desesperanza que parece describir un mundo que se resquebraja, como el edificio de su magnífica secuencia inicial.
Historia de amor juvenil en el espacio, en base a guión de Allan Loeb, el de Belleza Inesperada, hace pie en una colonia espacial en la que una mujer se queda embarazada. El brillante niño espacial crecerá solitario y no puede volver a la Tierra. Las cosas se complican cuando conoce vía FaceTime a una chica (Britt Robertson, la ascendente y un poco insoportable protagonista de Tomorrwland) a la que le dice que tiene una enfermedad que le impide conocerla en persona. Si esto suena a demasiado, espere a llegar a esa secuencia que muestra el trailer, con música adecuada, después de una larga colección de clichés.
Para los personajes nacidos de la pluma de Irvine Welsh y la cámara de Danny Boyle, veinte años es un montón. El ultraviolento Begbie (Robert Carlyle) se lo pasó encerrado, Sickboy (Jonny Lee Miller), ahora Simon, es un cocainómano que a duras penas mantiene abierto el bar que le heredó su tío y trata de hacer negocios junto a su novia, más bien socia ucraniana, Spud (Ewen Bremmer) dejó la heroína pero antes la heroína lo dejó sin nada. Sólo Renton (Ewan McGregor) que acaba de volver de Amsterdam, parece con mejor aspecto. Si no te acordás casi nada de T1, de 1996, no te preocupes, que T2 te pone al día o funciona como una elíptica narración independiente. Además, Boyle filma y edita, con ese nervio creativo y ese apuro que fue novedoso dos décadas atrás, una primera parte que se ocupa de actualizar a cada personaje. Si Trainspotting quedó, en la memoria colectiva, como una obra de culto para fans. La escena del inodoro, los viajes de heroína de los entonces jóvenes muchachos de Edimburgo, McGregor como una especie de Joe Strummer escocés, la música de Iggy Pop, Lou Reed y el Borns Slippy de Underworld conformaron un bombazo para la historia. Claramente, este es un regreso que no hacía falta, pero T2 tiene demasiadas virtudes por sí misma, empezando por su inconformismo: no es una continuación que recoge las migas caídas de la mesa, aunque suenen los mismos temas Iggy Pop, Lou Reed y Underworld otra vez. El presente de los personajes sigue regalando escenas tan revulsivas como las de la primera parte, porque la vida en ese lugar, veinte años después, no se ve mucho mejor. T2 apela a la memoria emotiva lo justo y necesario, porque queremos a estos tipos. Y suma un personaje, la enigmática Verónika (Angela Nedyalkova), que es más viva y está por encima de todo, como un reflejo que pone real dimensión a las pequeñas batallas de los ya no tan muchachos. La recurrencia a la misma música no es el único regalo para los fans, que encontrarán -encontraremos- múltiples escenas de revival regocijante, como el brillante discurso nihilista que Renton l e suelta a la chica, parafraseando el manifiesto primero, “choose life”. La comedia punk está de vuelta, sobre una fuente tan verdadera como las páginas de Welsh (aunque lo que sucede en Porno, el libro que sigue a Trainspotting, tiene lugar una década después y no dos). Y tiene la gracia de los viejos punkies, venidos a menos pero todavía en pie antisistema. O de la vieja banda de rock jubilada que vuelve a juntarse sin que nadie se lo pida. Sabemos que ya dieron lo mejor, sabemos que es un negocio, pero ni locos nos lo vamos a perder.
Más de dos horas es tiempo suficiente para desarrollar el argumento de la nueva aventura de ex Wolverine, el mutante manos de cuchillo que encarna con gracia el antidivo Hugh Jackman y que ahora responde a Logan. El director James Mangold arma en ese tiempo una película contundente, sólida y sombría, más cerca del drama que de la comedia, más thriller de acción sangrienta que franquicia simipiática de superhéroes con el sello Marvel. Desde la secuencia introductoria, en la que Logan se saca de encima a una banda de tipos peligrosos, quedan claras dos cosas importantes: que es un aperitivo para un festín ultraviolento y que nuestro héroe, chofer de limusina, le ha pasado el tiempo. Lleva barba canosa, los ojos vidriosos y las ojeras indican mala salud, necesita anteojos para leer. Estamos en 2029, el mundo se ve bastante cochambroso y no aparecieron nuevos mutantes en el último cuarto de siglo. Aunque hay una excepción, una niña nacida en un laboratorio de experimentos humanos con sede en México DF. ¿Su poder? El mismo de Wolverine. Una enfermera le pide que la salve y aunque el depresivo Logan no quiere saber nada, la niña, Laura, conecta enseguida con el Dr Charles Xavier (Patrick Stewart), que tiene 90 y está en silla de ruedas. Juntos huyen de los malos, los señores del laboratorio del que la chica se ha escapado, con el talentoso Boyd Holbrook, de la serie Narcos al frente. Van hacia el norte, en busca de refugio donde se supone esperan los demás niños en huida avanzada. En los momentos de remanso entre carnicerías, el trío recala en un hotel de Oklahoma donde chica y Xavier ven Shane en la tevé, una referencia que vuelve a aparecer hacia el final, señalando el paralelo entre el vaquero Alan Ladd y el cascoteado Logan, que también viene a arreglar las cosas para la vida de, en este caso, una nena. El magnetismo del decadente Logan, el personaje, es notable, gracias a Jackman. Y la película sostiene desde el minuto uno un atractivo que no se desdibuja, apuntalado por generosos estallidos de violencia. Pero son imágenes poco amables: un hombre mayor que babea, caído de su silla rodante, un albino torturado con quemaduras en su piel, una niña ensangrentada, golpeada, saltando encima de hombretones y cortándoles la cabeza. Sobre el tono general, ya de por sí grave, dejan poco espacio para la épica y la magia de la saga comiquera, aunque no la apagan. Para algunos, Logan va a ganar cuando más Marvel se ve y la carga dramático violenta abrumará un poco. Para otros, la indiscutible potencia de sus imágenes y ese dramatismo jugado en los lazos que establecen sus personajes, la convierte en una obra de intensidad particular, que vuela por encima de sagas y franquicias. Una tensión que evidencia lo indiscutible: Logan encuentra un camino distinto, y valioso, para los films de superhéroes.
Después del éxito de la telenovela, la primera brasileña basada en una historia bíblica, llega la adaptación al cine, también suceso de taquilla en su país, donde millones de creyentes explican en buena medida el fenómeno que llega desde esa usina de grandes culebrones con asuntos más cotidianos. Con limitaciones técnicas y artísticas evidentes, que hacen la vista bastante insufrible, pero una ambición desmesurada, el film muestra los más famosos pasajes de la Biblia. ¿Le alcanzará la tracción de la novela para llevar espectadores a los cines argentinos?
Este thriller español, dirigido por el catalán Oriol Paulo, tiene una premisa tensa: un empresario rico dice no haber cometido un crimen del que se lo acusa, a pesar de que fue encontrado junto al cadáver en una habitación cerrada. El contratiempo sugiere la necesidad de dar con una coartada verosímil,y para eso contrata los servicios de una especialista en la preparación de testigos. Paulo va y viene con su historia, recargándo el relato más de lo que parece conveniente, pero llevándolo aún así hacia buen puerto: un film entretenido con herramientas para mantenerte atrapado.
Sensible y puntillosa, esta película retoma personajes de un corto previo del director, Papu Curotto. Son dos amigos de Paso de los Libres, Matías y Jerónimo, entre los que surge el deseo mientras juegan y participan de carnavales, con la naturalidad con la que la orientación sexual incipiente asoma en la infancia. La mirada prejuiciosa de los adultos a cargo y luego el paso del tiempo, que los distancia -la familia de uno se va a vivir a Brasil-, hace que el reencuentro tiempo después esté cargado de incertidumbre. Sin grandes ambiciones ni virtuosismo, que mira desde el cariño a sus personajes.
El director Ezio Massa (2/11 Día de los muertos) revisita un tema clásico del cine de terror: el juego de la copa y la invocación a los muertos. En este caso, es un llamado conjunto, el de una mujer que guarda, y se guarda, un secreto en un altillo y un hombre que invita amigos a jugar al juego que siempre termina por traer tantos problemas. Entre anuncios de tormentas como las que cayeron en Buenos Aires esta semana se alternan recuerdos, visiones e imágenes tenebrosas que dan cuenta del mundo psicológico de los personajes. El resultado no es todo lo sólido que debiera para convencernos ni asustarnos, pero tiene más de un momento logrado, lo que para una propuesta de género made in Argentina, no es poco.