La danza de la paz y la guerra El último film del realizador brasileño José Padilha, responsable de la remake de 2014 de Robocop (1987) y de la obra premiada con el Oso de Oro a la Mejor Película en el Festival de Berlín, Tropa de Elite (2008), es un thriller dramático basado en los hechos ocurridos alrededor del secuestro de un avión de la aerolínea Air France de Tel Aviv a París con escala en Atenas en junio de 1976 por parte del Frente Popular de Liberación Palestino y la organización terrorista alemana de extrema izquierda Revolutionäre Zellen (RZ), cuyos miembros venían de otra experiencia similar, la organización Baader Meinhof, también conocida como RAF (Red Army Faction). El avión fue redirigido tras una parada técnica en Libia hacia el aeropuerto de Entebbe, en Uganda, donde el dictador Idi Amin mantuvo cautivos a los rehenes durante siete días junto a los revolucionarios alemanes y los guerrilleros palestinos hasta su liberación por parte de un grupo comando israelí al mando del hermano del actual Primer Ministro Benjamín Netanyahu. Rescate en Entebbe (7 Days in Entebbe, 2018) narra a través de un abordaje que oscila entre una visión panorámica y una focalizada, con un estilo historiográfico, la planificación del secuestro del avión por parte de los revolucionarios, sus motivaciones, sus dudas y la reacción del acontecimiento entre las autoridades israelíes y entre los soldados que realizaron la operación de rescate, haciendo hincapié en cuatro personajes clave: Wilfried Böse (Daniel Brühl) y Brigitte Kuhlmann (Rosamund Pike), por parte de los revolucionarios, y Shimon Peres (Eddie Marsan) y Yitzhak Rabin (Lior Ashkenazi), Ministro de Defensa y Primer Ministro laboristas israelíes, respectivamente. A diferencia de las tres anteriores reconstrucciones cinematográficas de los hechos, Victory at Entebbe (1976), Raid on Entebbe (1977) y Operation Thunderbolt (1977), el film del brasileño narra las nuevas ideas que surgen en el seno de la organización revolucionaria, las posibilidades que se abren y las que se cierran y la necesidad de encontrar aliados y converger en una estrategia tras el fracaso de la RAF, el arresto de sus líderes y la dudosa muerte en la cárcel de Ulrike Meinhof. La necesidad que tenían los fundadores de Revolutionäre Zellen de generar una situación internacional en solidaridad con la guerrilla palestina tiene su contrapeso en las decisiones políticas de los principales líderes laboristas de la época, Rabin y Peres, el primero inclinado a romper con la política de no negociar con terroristas y el segundo a favor de un plan de rescate. Aunque basado en hechos reales, el opus de Padilha construye algunas escenas de ficción y realiza una fuerte y arriesgada decisión en términos conceptuales respecto de la danza como metáfora artística sobre los sucesos acontecidos, creando a través de la mimesis coreográfica una visión poética sobre el asunto, cuya circunspección se superpone a la gravedad del relato. La danza crea aquí una mirada cultural, que sobrepasa la acción para analizar la historia de Israel, sus mitos, sus conflictos, la visión que los ciudadanos israelíes tienen de sí mismos y los enfoques que el mundo les devuelve como sociedad, Estado y Nación. La danza apela así al entregarse completamente a las corrientes del movimiento hasta la destrucción propia en términos simbólicos para procesar el dolor y la angustia de todos los protagonistas del evento, incluidos los rehenes, remitiendo a la necesidad de todos los países, no solo de Israel, de buscar la paz con sus vecinos ante la imposibilidad de vivir en guerra permanente. Con excelentes actuaciones de todo el elenco, un gran guión humanista de Gregory Burke, una gran fotografía que indaga en la psicología de los personajes a cargo de Lula Carvalho, regular colaborador de Padilha en todas sus obras, y una gran composición estruendosa y estremecedora por parte de Rodrigo Amarante, Rescate en Entebbe logra sopesar un acontecimiento histórico problemático sin tomar partido, buscando entender a todos los protagonistas, pero sin justificarlos ni condenarlos, en un intento por encontrar los lugares de contacto para buscar la paz en lugar de hacer la guerra.
La quimera de una aristocracia indigente El primer largometraje de Luis Bernárdez, renombrado asistente de dirección del cine argentino, es un thriller histórico construido como falso documental sobre una conspiración entre integrantes de las elites político ganaderas del Partido Autonomista Nacional (PAN), miembros del Jockey Club y sus émulos en Francia. Los Corroboradores (2017) utiliza como eje narrativo un mito porteño alrededor de la obsesión de la aristocracia argentina por la cultura parisina y particularmente por su arquitectura academicista, profusamente copiada en Buenos Aires por los responsables del denominado “fraude patriótico”, simulacro electoral que se organizó en Argentina hasta la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912. A partir de la investigación de un experto en arquitectura y arte francés y guía turístico en Buenos Aires, una periodista francesa viaja a la Argentina para corroborar la información que el experto uruguayo radicado en Buenos Aires parece tener sobre una mítica sociedad secreta con fines poco transparentes denominada “Los Corroboradores”, que habría copiado diversos conocidos palacios franceses de estilo academicista en Buenos Aires entre 1889 y 1929, año de la desaparición repentina del grupo. La película se desarrolla como una reconstrucción ficcional de la investigación de la periodista francesa, Suzanne, de las pistas dejadas por Martín Dressler, quien habría adquirido pruebas de la existencia de Los Corroboradores y de sus verdaderos planes, los cuales son revelados en el transcurso del film. El falso documental apócrifo también cuenta con entrevistas al sociólogo Carlos Altamirano, al historiador Gabriel Di Meglio, al arqueólogo Daniel Schávelzon, al crítico cultural Rafael Cippolini y al arquitecto Fabio Grementieri, con la intención de generar un halo de autenticidad sobre el fabulador pero plausible relato. Así, a partir de la investigación y cruzando datos, Luis Bernárdez crea una historia de intrigas internacionales que involucra a Carlos Pellegrini, Julio Argentino Roca, Miguel Cané y todo su círculo íntimo del Jockey Club en una conspiración para separar Buenos Aires de la Argentina y anexarla a Francia con un enrevesado proyecto monárquico típico de los delirios megalomaníacos aristocráticos. A lo largo del film aparecen los nombres de los arquitectos René Sergent y Le Corbusier y del renombrado artista de vaguardia Marcel Duchamp en un complot cuyo pináculo estaba preparado para el centenario de la Revolución de Mayo. Los Corroboradores construye una reinterpretación posible de diversos acontecimientos históricos como la semana trágica o el incendio del Jockey Club en 1953 para llegar a una conspiración aún más grande que involucra a un grupo chino que pretende construir su propia Arcadia sobre la tierra en Asia. Frases como “Buenos Aires no existe”, “el París del Plata” y los proyectos modernizadores de la ciudad de los negocios de Le Corbusier se mezclan con las similitudes de la arquitectura francesa en Buenos Aires y las torres de Puerto Madero en un limbo entre la utopía y la pretopía en la psiquis de hombres marcados por la simbología del busto bifronte de Jano, con una cara mirando a Buenos Aires y otra a París, pero renegando de sus orígenes y de su cultura, intentando sin éxito reaccionar ante las consecuencias del país que ellos mismos habían creado con su nepotismo, avaricia y su inopia humana.
Una angustia insoportable El cuarto largometraje del realizador rumano Constantin Popescu, tras su paso por la televisión, es un film desgarrador sobre la desaparición de una niña en un parque y la angustia de su familia ante el paso de los días sin ninguna pista ni noticia. La Desaparición (Pororoca, 2017) analiza la lenta desintegración de una familia perfecta y feliz a partir de la desaparición de la hija de un matrimonio con dos niños pequeños. Mientras que la madre, Cristina (Iulia Lumânare) pasa de la tristeza a la ira canalizada hacia su esposo por haber perdido a María, el padre, Tudor (Bogdan Dumitrache), se sumerge en la culpa y comienza a investigar por su cuenta ante la falta de respuestas por parte de la policía. Con extraordinarias actuaciones de todo el elenco La Desaparición deconstruye los gestos de los personajes y examina sus emociones para indagar en el proceso de desgaste de las inhibiciones racionales ante un acontecimiento traumático, en este caso, la pérdida sin rastros de un hijo delante de uno de los padres. Popescu utiliza invasivos primeros planos para adentrarse en la psiquis de los personajes y así advertir la evolución de sus reacciones ante la angustia, que cada vez se hace más grande e intolerable. El film denuncia también la incapacidad policial para encontrar pistas, la completa falta de tacto y de sensibilidad para tratar con los devastados padres e incluso con el hermanito de la niña perdida y la insuficiencia de contención por parte del Estado ante una situación de gran dolor, pesar y principalmente, impotencia. Justamente esa impotencia lleva a Tudor a adentrarse en su dolor para imbuirse de él y tomar valor para finalmente perder los estribos. Como su nombre original lo indica, pororoca (una palabra portuguesa que indica un fenómeno que se produce en la cuenca del Amazonas de fuertes mareas contracorriente acompañadas de grandes olas), el protagonista, Tudor, va encontrándose sin darse cuenta arrastrado por una corriente que lo lleva a acusar y acosar a un hombre que asiduamente va al parque solo, para finalmente confrontarlo. Popescu maneja las emociones lánguidamente, generando gran tensión, para conducir a sus personajes a través de las corrientes que los halan hasta un estallido previsible para todos menos para ellos mismos. La Desaparición es así un film con dos claros puntos de quiebre que marcan la acción y definen la suerte de los protagonistas. Con un gran trabajo sobre las emociones, la obra del director y guionista rumano lleva al espectador hacia un lugar sombrío y desesperante que lo deja sin armas ante la dura realidad, poniendo el dedo en la llaga de una de las cuestiones más sensibles de nuestra paranoica sociedad híper desamparada, devolviéndole al espectador una imagen de sí mismo y de su propia congoja.
El saqueo continúa Desde la concepción del documental Memorias del Saqueo en el año 2004, un extraordinario diagnóstico sobre las consecuencias de las políticas neoliberales en Argentina a partir de la década del noventa hasta la fecha de lanzamiento de la película, Fernando “Pino” Solanas ha analizado en sus obras distintas cuestiones relacionadas con el contubernio entre los políticos de distintas banderas y las corporaciones transnacionales y sus socios locales para destruir el sistema productivo del país, disciplinar a sus organizaciones sociales, corromper a su clase política y saquear los recursos naturales con el menor costo financiero. Esta actividad de denuncia cinematográfica dirigida hacia un público masivo se ha combinado con su acción política, que lo ha llevado a ser diputado y senador nacional con su partido, Proyecto Sur. En Viaje a los Pueblos Fumigados (2018) Pino retoma un periplo realizado a la provincia de Salta para su documental sobre la industria petrolífera argentina y las resistencias a la privatización de este recurso estratégico, Tierra Sublevada: Oro Negro (2011), para indagar en una obra dividida en diez capítulos sobre las políticas y las consecuencias de los agrotóxicos para el medio ambiente y la salud de toda la población. Solanas entrevista aquí a distintos expertos como Jorge Rulli, Adolfo Boy y Pedro Peritta, entre otros con el objetivo de dilucidar para sí mismo y para el público las nocivas consecuencias de las utilización de semillas transgénicas y de agrotóxicos, la contaminación de todas las hortalizas a partir de la fumigación con pesticidas prohibidos, la evolución de las políticas de patentes del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), el aprovechamiento de las corporaciones de la confusión y la falta de información fidedigna y de investigaciones sobre los transgénicos y el glifosato en los organismos estatales y el reemplazo de la lógica social de la calidad por la del mercado, que promueve la cantidad y no la calidad como modelo de explotación intensiva. El documental señala a su vez como estás políticas de monocultivo, el desmonte, la destrucción del suelo productivo y el endeudamiento han llevado a la quiebra a los pequeños chacareros, concentrando cada vez más la riqueza y la tierra en pocas manos, generando así más desocupación, pobreza y hambre. Además de hacer hincapié en la perdida de la biodiversidad y de soberanía Pino Solanas también analiza a través de las entrevistas la triangulación de las mercaderías que las corporaciones realizan para evadir impuestos a través de las sociedades Offshore, denunciando la connivencia con los políticos que han gobernado el país desde la década del noventa, pero marcando que en los últimos dos años la fumigación con agrotóxicos se ha multiplicado, señal de una clara política del actual Gobierno al respecto. Por supuesto, Solanas no se queda en la denuncia y también entrevista y visita a los integrantes de Naturaleza Viva, Remo Vénica e Irmina Kleiner, un proyecto de agricultura orgánica y agroecológica que es un ejemplo en el mundo. La lucha de la pareja por la supervivencia fue retratada de forma maravillosa por Juan Baldana en Los del Suelo (2015), film que narra su huida de las autoridades militares y su vida en la clandestinidad durante toda la última Dictadura Militar. El realizador también releva en Viaje a los Pueblos Fumigados otros proyectos con conciencia rural agroecológica que producen alimentos orgánicos y proponen otro modelo de desarrollo sin soluciones químicas contaminantes. Solanas regresa así nuevamente al documental de barricada para advertir sobre una cuestión que cada vez hace más ruido y necesita difusión, para frenar a las corporaciones multinacionales y sus cómplices locales en su intento de envenenamiento de la población, para poder construir una soberanía alimentaria como proponen organizaciones internacionales como Vía Campesina.
Un atisbo al mundo castrense El segundo largometraje del realizador argentino Manuel Abramovich, responsable de Solar (2016), es un documental que sigue de cerca el derrotero de un joven que se une al ejército como miembro de la banda del regimiento para descubrir que su visión de la institución y del trabajo que la misma realiza es un tanto distinto de la realidad. Soldado (2017) narra los primeros pasos de un joven en el ejército argentino, institución harto desprestigiada y relegada a un segundo plano en nuestra sociedad debido a su nefasta historia relacionada con las dictaduras militares y la derrota de Malvinas, dos acontecimientos traumáticos de nuestra historia que marcan, entre otros, algunos de los desastres causados por la incompetencia y los delirios de psicópatas con cargos militares que se apoderaron del destino político de nuestro país sin aquiescencia ni legitimidad. El protagonista descubre así que el ejército es, al igual que muchas instituciones, empresas y espacios de diversa índole, una burbuja y, al fin y al cabo, un trabajo estable en el que la disciplina es una excusa tradicional, devenida engranaje de un protocolo laxo de una institución que se sabe inútil, pero que ofrece una labor y una identidad. De esta forma el joven soldado se amolda al ejército que lo cobija y le ofrece una salida de la desocupación que le permite además enorgullecer a su familia. El documental de Abramovich analiza la institución castrense a partir de la mirada del joven soldado con primeros planos incisivos y panorámicas que buscan ofrecer una visión sobre la pretendida disciplina que siempre se desbanda, creando así una metáfora sobre el ejército argentino y las consecuencias de su larga y merecida decadencia. Soldado es un film descriptivo y contemplativo que propone una mirada atenta e inquisitiva sobre el ejército y su rol social en la actualidad.
Los entramados de la trata El realizador argentino Alejandro Montiel regresa a la dirección con Perdida (2018), una coproducción entre Argentina y España filmada en Buenos Aires, San Martín de los Andes y en las Islas Canarias, basada en la novela Cornelia, de Florencia Etcheves, editada en 2016. El sexto largometraje de Montiel fue adaptado por el propio director junto al experimentado guionista Jorge Maestro y Mili Roque Pitt, que trabajó en el guión de El Desafío (2015) y Extraños en la Noche (2012). El film narra la obsesión de una oficial de la policía, Manuela Pelari (Luisana Lopilato) por la recuperación de chicas secuestradas por las redes de trata de personas, producto de la culpa por la desaparición de su mejor amiga, Cornelia, durante un viaje de estudios en su adolescencia en los bosques de la Patagonia. Catorce años después Manuela descubre nuevas pistas sobre el caso y presiona al comisario de su seccional (Rafael Spregelburd) para que lo reabra y le permita investigar la conexión con una prostituta española y su socio. El pilar del relato es la narración de la investigación a partir de la necesidad de Manuela de cerrar un capítulo traumático de su vida que ha marcado todas sus decisiones desde esa época, incluida la de convertirse en policía, justamente bajo la protección del mismo oficial asignado años atrás a la investigación del caso de la desaparición de su amiga, Cornelia Villalba. A nivel narrativo el film resulta demasiado previsible y deja cabos sueltos por doquier o los resuelve a medias sin realizar un desarrollo cabal que concluya los capítulos y ejes narrativos que se relatan. Por otra parte, la obra incluye una gran cantidad de personajes secundarios sin justificación ni preámbulo dejándolos a la deriva en una historia que cada vez se vuelve más enrevesada y caótica, producto de los errores que dejan expuesta la narración La actuación de Lopilato es inverosímil y fluctuante, no conformando en las escenas más dramáticas ni en algunas escenas anodinas, pero tampoco está desnivelada con respecto al resto del elenco, que tampoco logra levantar el nivel de las interpretaciones, salvo en el caso de Amaia Salamanca, que otorga una gran actuación a puro carisma muy lejos de la media de la propuesta. La fotografía a cargo de Guillermo Nieto, responsable de No Dormirás (2018), es muy buena y la dirección de Montiel es correcta en términos generales, pero el opus se pierde demasiado en los detalles de la novela, extendiendo la duración exageradamente en una película que no lo demanda, con demasiadas cuestiones secundarias que terminan minando la coherencia interna del relato sin aportar realmente nada a la coherencia interna de la narración. Si Perdida mantiene un nivel irregular en la mayor parte de su duración, la conclusión de toda la historia realmente destruye todo lo que el film había construido en su nudo narrativo con una resolución que desanda toda la complejidad con una simpleza apabullante e incoherente para con toda la propuesta. Así la obra de Montiel no consigue realmente traducir la novela de Etcheves al formato cinematográfico ni crear una historia sobre la trata de personas ni sobre la prostitución que rasgue más allá de la superficie una cuestión mucho mejor trabajada en otras películas centradas más en la construcción de una historia de la trata que en el intento de posicionar a una actriz.
Terror de primavera Bajo la dirección de Jeff Wadlow, responsable de Kick-Ass 2 (2013), llega Verdad o Reto (Truth or Dare, 2018), un film de terror adolescente sobre un grupo de jóvenes que entra en un juego macabro durante sus breves vacaciones de primavera (“spring break”) en las playas de Rosarito, al noroeste de México, en la zona de Baja California. Un grupo de seis jóvenes liderado por la amistad de Olivia (Lucy Hale) y Markie (Violett Beane) acuden a un convento abandonado a medio derrumbar durante sus vacaciones engañados por un joven que les advierte que han accedido sin saberlo a un juego sin reglas conocido como “verdad o reto”, en este caso manejado por un demonio que los obliga a decir la verdad o realizar peligrosos y letales retos bajo la pena de muerte en el caso de no cumplir con la consigna. La historia de Michael Reisz, coescrita junto a Jillian Jacobs, Christopher Roach y el director Jeff Wadlow, construye su eje narrativo a partir de la concatenación de eventos y la asimilación de los mismos por parte de unos jóvenes que ven sus vidas interpeladas por una fuerza sobrenatural que los persigue y atosiga con su juego retorcido y mortal. El film apunta a un público adolescente y juvenil amante del cine de terror apto para todo público de calidad a través de una buena historia sin baches narrativos, interpretaciones correctas de parte de jóvenes actores de moda y una dirección que lleva todo el convite a buen término pero que se extiende demasiado en su duración con escenas redundantes. Verdad o Muerte es así una obra representativa del nuevo mercado de cine de terror, del que la productora Blumhouse, propiedad de Jason Blum, es uno de los principales referentes del género que ha dado opus como Huye (Get Out, 2017), La Noche de la Expiación (The Purge, 2013) y Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2009), pero también Whiplash: Música y Obsesión (Whiplash, 2014) desde un punto de vista más dramático, todos films que combinaron historias innovadoras con distintos grados de terror, ya sea psicológico o no, que influyeron en la visibilidad y la aceptación y la ampliación de este tipo de propuestas a un público menos propenso al terror. En este sentido, la formula menos sangre, menos violencia con historias típicas del terror como adolescentes de fiesta atacados por una entidad malévola generan la ira de los fanáticos del terror de los setenta y los ochenta, pero mayor aquiescencia entre los nuevos espectadores jóvenes que buscan acción indolora y pasteurizada que no hiera susceptibilidades. Verdad o Muerte es de esta forma una película típica de franquicias nacidas al calor de los nuevos estándares del terror juvenil como Destino Final (Final Destination, 2000), sin demasiadas pretensiones a nivel narrativo pero sí ávida de secuelas y de explotación de una misma temática hasta el hartazgo.
Hambre y dignidad Basada en una historia real narrada al realizador en su primer viaje a La Habana, la capital de la República de Cuba, Candelaria (2017) es una historia de supervivencia y dignidad tan cálida como brutal, relatada desde el corazón, pero también desde una mirada sensible y dolorosa. El tercer largometraje del realizador colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza transcurre en la capital de Cuba en el año 1994, durante la época conocida como periodo especial, años duros de escasez y privaciones producto de la agudización del bloqueo norteamericano sobre la isla caribeña para minar su soberanía y del colapso político de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la caída en desgracia de todos los gobiernos satélites de la URSS en Europa y la disolución del Pacto de Varsovia. Esta combinación resultó fatal para la pequeña isla, que experimentó graves problemas económicos durante toda la década de los noventa, que en parte solventó con una parcial apertura al turismo internacional y la dolarización de este sector de la economía. Candelaria (Verónica Lynn) es una actriz y cantante ya anciana, diagnosticada con cáncer, que trabaja en un bar como cantante por las noches y en un hotel para turistas en la lavandería durante el día, que vive junto a su marido, Víctor Hugo (Alden Knigth), otro anciano que vive de algunas changas. Entre los dos cuidan a unos pollitos recién nacidos como si fueran sus hijos con la esperanza de que crezcan sanos para poder comerlos, en una imagen alegórica muy fuerte sobre la realidad cubana de aquella época. Cuando Candelaria encuentra una cámara de video entre la ropa sucia de los turistas del hotel la lleva a su casa en lugar de devolverla y los ancianos revisten a la cámara de propiedades lúdicas, eróticas y hasta artísticas, creando una pequeña revolución en sus vidas, descubriendo también una nueva faceta de Cuba que emergía con la llegada del turismo internacional. La película de Hendrix Hinestroza narra las dificultades de los cubanos para mantener su dignidad ante el acoso del hambre que corroía el cuerpo, las contradicciones de un sistema social que se tambaleaba, los alcances del mercado negro en la economía socialista, la prostitución, la compleja y paradójica iniciación de la industria turística, la melancolía y la resignación de las generaciones adultas y las esperanzas de los jóvenes ante la posibilidad de la huida hacía Estados Unidos, como distintas caras de un país que aún hoy genera loas y críticas de igual calibre por parte de sus defensores y sus detractores. Con extraordinarias actuaciones de una dupla protagónica maravillosa y una gran dirección de Jhonny Hendrix Hinestroza, en una significativa historia coescrita por el realizador junto a María Camila Arias, Abel Arcos y Carlos Quintela, Candelaria logra crear un relato crudo pero también alegre que aborda muchas de las consecuencias de los profundos cambios sociales que acontecieron en Cuba durante el periodo especial y que aún se mantienen vigentes junto a las contradicciones que los mismos crearon a su alrededor sin prejuicios ideológicos de ninguna índole, enfocándose en la dignidad como carácter substancial de la condición humana.
El pasado que atormenta El último film del autodidacta realizador norteamericano Richard Linklater, Last Flag Flying (2017) aquí titulado El Reencuentro, es la adaptación de la novela homónima de 2005 del escritor estadounidense Darryl Ponicsan, quien escribió a su vez el guion. Según el propio autor, la novela es la secuela de su primera novela, The Last Detail, publicada en 1973 y adaptada ese mismo año por Robert Towne para la película homónima dirigida por Hal Ashby y protagonizada por Jack Nicholson, Randy Quaid y Otis Young. Aquí, un ex militar veterano de la Guerra de Vietnam, Larry Shepherd (Steve Carell), apodado Doc por sus compañeros, emprende un viaje para reencontrarse con dos de sus camaradas, Sal Nealon (Brian Cranston) y el Reverendo Richard Mueller (Laurence Fishburne), para que lo acompañen al funeral de su hijo Larry Jr., muerto en Iraq al principio de la invasión norteamericana que tuvo como pretexto infundado la supuesta búsqueda de armas de destrucción masiva producidas por el dictador otrora aliado de Estados Unidos, Saddam Hussein. El opus trabaja con el pasado de los personajes, revelando vivencias y traumas producto de su experiencia en el conflicto asiático que los tres personajes han intentado infructuosamente olvidar y regresa cual síntoma psicológico. Lo reprimido surge en Larry como tristeza y fracaso tras ser encarcelado asumiendo toda la culpa por la muerte de uno de sus compañeros y el robo de morfina mientras que Richard abraza la religión católica como mecanismo de distracción y absolución y Sal se sumerge en la bebida y la vida nocturna de su bar venido a menos. Linklater y Ponicsan proponen una obra de carácter melancólico marcada por los perfiles contrapuestos de los tres personajes que se revelan completamente distintos en lo superficial pero que comparten la misma herida que los aqueja. En el viaje la llaga aparece nuevamente representada en el hijo muerto en otra guerra injusta y absurda llevada a cabo a través de mentiras y manipulaciones, lo que los vuelve unir y desencadena los recuerdos reprimidos. En El Reencuentro Linklater no siempre logra lo que se propone por diversas cuestiones. Por un lado el guion resulta demasiado forzado y literario, las interpretaciones oscilan entre la contención y la exageración y la dirección parece por momentos a la deriva. Por otro lado, el film resulta demasiado redundante y no logra resolver algunas cuestiones sin extender las escenas innecesariamente. A pesar de esto, la película construye una crítica antibélica muy fuerte y con mucho valor sin ofender la idiosincrasia patriotera y belicista norteamericana, lo que produce un gran resultado a nivel argumental e ideológico. El Reencuentro no es uno de las mejores películas de Linklater ni de los elogiados protagonistas, tampoco está a la altura del film que supuestamente precede, pero cuenta con excelentes diálogos de carácter dialéctico, algunas escenas de un humor taciturno y una excelente reflexión sobre las guerras que Estados Unidos emprendió con resultados absolutamente negativos y las consecuencias de las acciones bélicas para el ego y la visión introspectiva del temperamento norteamericano.
Lo que dejó la historia Los Buscadores (2017), el tercer largometraje de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, responsables de 7 Cajas (2012), film nominado y galardonado en festivales alrededor del mundo, es una comedia negra con toques grotescos y dramáticos sobre la búsqueda de un tesoro enterrado, basado en una leyenda centenaria paraguaya a partir de los sucesos de la Guerra de la Triple Alianza que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay entre los años 1864 y 1870. Utilizando la leyenda de plata yvyguy, término guaraní cuyo significado en español es plata bajo tierra, el film narra las peripecias de un joven que descubre gracias a un regalo de su abuelo un mapa para encontrar uno de estos tesoros que se creen enterrados a lo largo y a lo ancho de Paraguay. El film aprovecha el relato mítico y la actualidad de las noticias que cada tanto salen en los periódicos locales sobre los buscadores de tesoros que recorren las zonas donde se supone que Francisco Solano López y sus colaboradores enterraron oro y plata para que no caigan en manos de los invasores para crear una historia de gran agilidad y dinamismo. Manu (Tomás Arredondo), un adolescente repartidor de diarios en el barrio Ricardo Brugada de Asunción, mejor conocido como La Chacarita, uno de los barrios más antiguos y populares de la capital de Paraguay, recibe como regalo un libro de su abuelo, donde descubre un mapa con indicaciones sobre la locación de un tesoro escondido. La asociación inmediata del joven con la plata yvyguy es automática en una zona de grandes contrastes sociales, de trabajadores humildes que sueñan con mejorar sus condiciones y acceder al consumo que el capitalismo promete y alienta, pero que les escatima a los trabajadores latinoamericanos. Manu se une a un amigo, Fito (Christian Ferreira) y a un ex buscador de tesoros, Don Elio (Mario Toñanez) para emprender su quimera, que resulta estar situada dentro en la embajada de un país africano. Allí intenta seducir a una empleada del servicio, Ilu (Cecilia Torres) para lograr entrar en la embajada y buscar el ansiado tesoro, lo que conduce al joven a una historia de cómicos enredos impensados entre el personal de la embajada. La nueva propuesta de Maneglia y Schémbori logra introducir al espectador en la realidad del pintoresco barrio de Asunción al borde de la inundación total, parcialmente evacuado e inundado a través de una familia que teme que el agua llegue a su hogar, en una comunidad religiosa que combina sus creencias católicas con leyendas y relatos urbanos locales sobre una riqueza enterrada que no solo funciona a nivel narrativo sino simbólico sobre las potencialidades de un pueblo sumido en la pobreza, pero también como un recuerdo sobre la desaparición de una generación diezmada por la guerra. Los Buscadores es así un film que construye una historia de gran tensión narrativa, que interpela la historia de Paraguay y de toda Latinoamérica desde las heridas heredadas, desde la idiosincrasia del idioma guaraní y de la sociedad trabajadora paraguaya, retratando sus padecimientos, pero también su carácter superviviente y su alegría y picardía ante la escasez, pero sin romantizar a unos personajes que luchan por salir de la pobreza desde un golpe de suerte ante la imposibilidad de encontrar una salida al círculo vicioso desde las perspectivas laborales.