Perdidos en las normas Marc, un pasante bastante torpe es enviado por el Gobierno francés desde París a la Guayana Francesa, una de las últimas colonias del mundo, para controlar el cumplimiento de las normas Iso de la Unión Europea en un absurdo proyecto de un centro de ski en medio de la selva tropical que ocupa el noventa por ciento de la superficie del país sudamericano. En la colonia, un funcionario ejecutivo le asigna a Marc, el custodio de las normas europeas en Sudamérica, una chofer, Tarzan, que resulta ser otra pasante realizando una pasantía innecesaria. Perdidos en la selva, ambos se enamoran mientras sortean situaciones inesperadas como la convivencia con una guerrilla de dos hombres, una pelea con un grupo de caníbales, la recurrente aparición de un representante de una empresa ferroviaria y la persecución de un fiscal impositivo que confunde a Marc con un evasor ya fallecido. El segundo largometraje del realizador Antonin Peretjatko, coescrito junto a Frédéric Ciriez, es una comedia sardónica sobre las contradicciones del colonialismo y sus consecuencias sociales, que causalmente llega a la par de protestas masivas y una huelga general en la Guayana Francesa. Las diferencias entre la idiosincrasia francesa y la sudamericana se manifiestan de forma extravagante y divertida generando diversos gags para todos los gustos. La Ley de la Jungla (La loi de la jungle, 2016) es un film tan disparatado como realista en su descripción de las ridículas imposiciones que la metrópoli le impone a la colonia y los problemas sociales que estas obligaciones absurdas generan en la población de Guayana. Con buenas actuaciones y un gran humor, el opus logra situaciones cómicas de diverso calibre que se suceden una tras otra como una catarata que no se detiene durante todo el metraje. El resultado es una obra que exagera mucho en todas las escenas pero logra su cometido de hacer reír a todos los públicos gracias a la insistencia y a un guión que sabe combinar la sátira política con la comedia romántica.
La repetición y la nostalgia prefabricadas La nueva entrega de la saga de Star Wars, Los Últimos Jedi (The Last Jedi, 2017) continúa con el acento nostálgico en clave de remake iniciado con El Despertar de la Fuerza (The Force Awakens, 2015), el opus dirigido por el realizador neoyorkino J.J. Abrams (Super 8, 2011). Si esta última era un intento de seguir al pie de la letra el relato de Una Nueva Esperanza (A New Hope, 1977), de George Lucas (American Graffiti, 1973), la primera entrega de la saga inspirada en el film de Akira Kurosawa The Hidden Fortress (Kakushi-toride no san-akunin) y en las ideas sobre el mito y la figura del héroe mitológico expuestas por en la obra del escritor y experto en mitología comparada Joseph Campbell, Los Últimos Jedi remite directamente también al segundo episodio, El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), dirigida por Irvin Kershner (Robocop 2, 1990) Dirigida en esta oportunidad por el realizador norteamericano Rian Johnson (Looper, 2012), la segunda parte de la nueva trilogía de la saga creada por George Lucas sigue el encuentro entre Rey (Daisy Ridley), una joven aspirante a Jedi recientemente unida a la Resistencia comandada por la Princesa Leia (Carrie Fisher) y el legendario maestro Jedi y hermano de Leia, Luke Skywalker (Mark Hamill), convertido en un anciano ermitaño recluido en un antiguo templo Jedi en un planeta remoto que guarda incunables de la cuasi extinguida orden religiosa. Mientras Rey intenta convencer a Skywalker de regresar con ella para impulsar y fortalecer la Resistencia contra La Primera Orden, un grupo armado que busca destruir a la República Galáctica e instaurar otro Imperio bajo las órdenes del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), los últimos sobrevivientes de la Resistencia intentan escapar de los ataques conjuntos del General Hux (Domhnall Gleeson) y de Kylo Ren (Adam Driver). En consonancia con los tres episodios iniciados con La Amenaza Fantasma (The Phantom Menace, 1999) la cuestión de la relación entre la guerra, el lucro capitalista, la política y la situación social es utilizada por el opus de Johnson para realizar una crítica sobre el apoyo de los grandes capitalistas galácticos al conflicto armado entre La Primera Orden y la Resistencia como una denuncia de los negociados que se realizan durante las guerras, épocas de grandes oportunidades para los rapaces mercaderes de la vida y la muerte. En este sentido, el film mantiene las ideas de la resistencia a los abusos de autoridad, las dictaduras y el imperialismo, resaltando a su vez la importancia de la entrega y el sacrificio personal, el heroísmo y el equilibrio entre la valentía, la preparación, la habilidad, la mesura y el análisis y la planificación antes de tomar decisiones importantes. Con diálogos demasiado pobres, escenas que no convencen o incluso resultan ridículas, demasiada confusión, ideas sin pulir y una intención exagerada y desatinada de nunca abandonar las analogías constantes con El Imperio Contraataca el guion de Los Últimos Jedi es una de las características más flojas del opus de Rian Johnson. Teniendo en cuenta que El Imperio Contraataca es uno de los mejores films de la saga, sino el mejor, dada la complejidad de su relato, Los Últimos Jedi ni siquiera sale bien parada de la comparación en relación al sentido de aventura y asombro, la construcción de la traición y principalmente la empatía con los personajes. Uno de los principales problemas del relato es su similitud a los nuevos juegos de computadora sobre Star Wars que lanzó a lo largo de los años Lucas Arts, la empresa de George Lucas, con diálogos pueriles que buscan poner en primer plano las dicotomías en las elecciones personales que van marcando las tendencias hacía el bien o hacía el mal de los personajes con el fin de satisfacer a todos los públicos como si un film fuera un producto de un estudio de mercadotecnia o de un grupo de jugadores. Si el protagonismo de Hamill está absolutamente justificado el de Fisher es completamente injustificado e innecesario teniendo a Laura Dern como reemplazante natural, a una catarata de personajes buscando más protagonismo para explicar su lugar en la narración y una necesidad acuciante de más escenas que argumenten el desarrollo de los acontecimientos. La fotografía de Steve Yedlin (Brick, 2005) busca confrontar y combinar escenas panorámicas con primeros planos que buscan exaltar las emociones y resaltar la labor tanto del departamento artístico en las coreografías y la elaborada arquitectura de los sets como el de efectos especiales. La música de John Williams sigue siendo un fantasma de las composiciones de las tres primeras entregas de la saga respetando a rajatabla los leitmotiv para crear turbación, desconcierto y añoranza de las sensaciones que generaban los primeros films de la saga, destacando la impresiones redundantes que apuntan más hacía la farsa que hacía la tragedia. En este sentido el film propone producir emociones, presentar nuevos simpáticos seres, proveer información relevante aplicable a toda la saga y hasta filosofar sobre la fuerza en un convite para todos los públicos posibles con la finalidad de dejar a todos conformes pero sin realmente crear nada ni ofrecer nada. Por otro lado, si en las escenas más importantes, donde los primeros tres films combinaban una narración fantástica con acción y ciencia ficción de gran vuelo que elevó la calidad del género y caló hondo en la cultura pop global, aquí solo hay repetición y fallas múltiples producto de la búsqueda de la utilidad financiera por parte de una junta de gerentes analizando hojas de cálculo más que de artistas o artesanos realizando una obra de arte industrial. Esto no quita que la labor de dirección de Rian Johnson sea impecable, lo que constituye a la postre una obra despareja, con claroscuros, gran dramatismo, escenas memorables, detalles para los fanáticos y largos pasajes intrascendentes que colocan a la nueva saga como una obra representativa de una época de contradicciones donde la ganancia no se mide por la calidad ni por la perdurabilidad sino por la instantaneidad fugaz que se evapora al salir de la sala. Mientras tanto la sorpresa desaparece y cada espectador obtiene de Los Últimos Jedi la cuota de entretenimiento que fue a buscar. El negocio puede continuar y la nave va.
Cazadores de alumnos La ópera prima del realizador venezolano Tom Espinoza se adentra en el mundo educativo y en las relaciones entre los docentes, las autoridades escolares y los alumnos para tensar los hilos institucionales con el fin de crear una obra sobre las contradicciones dialécticas entre el sistema educativo y la sociedad sobre la que pretende influir. Para construir este relato el director y guionista construye a un veterano director con rasgos autoritarios, Germán (Germán de Silva) que revisa paranoicamente las mochilas de los alumnos debido a algún acontecimiento traumático en el colegio que dirige. En un contexto social de violencia, abuso de drogas, prostitución y trata de personas, Germán es atrapado por sus propios demonios personales cuando intenta ayudar a una alumna con una familia ausente que es hospitalizada debido al uso de un colágeno inyectable en los labios. El realizador venezolano radicado en Argentina busca en los límites de la narración la identidad de sus personajes, que transgreden sin cuestionar las reglas, como si ellos mismos las impusieran al hacer camino al andar naturalizando situaciones anómalas. Los personajes de Arpón (2017) no saben así cómo relacionarse entre ellos pero la historia los lleva a tener que enfrentar sus miedos, sus motivaciones y toda la carga que los puso en el lugar donde se encuentran. La fotografía de cámara en mano de Manuel Rebella busca retratar una realidad confusa en la que las reglas han sido trastocadas por personajes que ya no son capaces de reflexionar sobre sus acciones o de volver atrás. Las actuaciones de todo el elenco son excelentes en su conspicua interpretación de una cacería que busca imponer pautas de lo que es posible y hasta tolerable para tenderle una trampa al espectador con el fin de cuestionar sus presuposiciones y sus códigos de lectura. El film también se da tiempo para introducir en el aula controversias sobre la historia del continente americano para retratar la relación docente alumno y lo que ambos esperan del otro. Arpón construye de esta forma una historia exacerbada sobre el autoritarismo, los abusos de poder, el miedo a perder el control, los comportamientos estereotípicos, las relaciones entre docentes y alumnos y los cánones de la belleza, en medio de la fragilidad de un entorno hostil que impulsa a los personajes a tomar decisiones según imaginarios sociales que atentan contra la convivencia y contra su propia vida.
Genealogía de la inseguridad En su regreso a la dirección, el realizador norteamericano George Clooney (Good Night, and Good Luck, 2005) se nutre de un guion a la medida de sus pretensiones y obsesiones idiosincráticas en colaboración junto a los hermanos Ethan y Joel Coen (Inside Llewyn Davis, 2013) y Grant Heslov (The Ides of March, 2011) para crear una obra sobre la ambición, el amor, la discriminación y la inclusión, cual friso significativo de una época al borde de un estallido social y cambios radicales. Suburbicon: Bienvenido al Paraíso (Suburbicon, 2017) narra dos historias interconectadas por el contexto social de los suburbios de la década del cincuenta en una ciudad ficticia de Estados Unidos. En la historia principal, un niño, Nicky (Noah Jupe), es víctima de la avaricia despiadada de su padre, Gardner (Matt Damon), un ejecutivo ejemplar y de su tía Margaret (Julianne Moore). De a poco el film se va tornando una obra de suspenso noir en la que la madre del niño, Rose (Julianne Moore), hermana gemela de Margaret, es asesinada por dos hombres que irrumpen en la tranquilidad del suburbio para aterrorizar a la familia. El niño rápidamente se da cuenta de que su padre y su tía parecen demasiado cómodos con la nueva situación, pero el improvisado plan de Gardner se complica debido a sus falencias y lo que creía que era una estafa perfecta se transforma en una pesadilla sangrienta. En medio de esta situación, una familia afroamericana, los Mayers, se muda al lado y comienza una amistad entre el hijo de la pareja, Andy, y Nicky, pero la inclusión se hace cada vez más lejana cuando en el supermercado se niegan a venderles y comienza una vigilancia que se transforma en vigilia por parte de los racistas y supremacistas blancos del barrio. De esta forma las dos historias se mezclan como dos caras de la sociedad estadounidense al igual que los tonos, que oscilan entre el suspenso y la comedia mordaz, creando una obra que combina realismo caustico con enajenación social para envolver a los personajes en una violencia cotidiana que crece hasta hacerse insoportable. Más allá de las extraordinarias actuaciones de todo elenco que fluctúan entre la circunspección y el histrionismo, del ingenioso guion de los hermanos Coen, de la maravillosa y cándida dirección de Clooney, y de la delicadeza de la fotografía de Robert Elswit (There Will Be Blood, 2007), la gran protagonista del film es la música del compositor Alexandre Desplat (The Tree of Life, 2011) que sacude la pantalla como un estruendo que se apodera de las escenas para conferirles un significado perturbador. Clooney busca así en su nueva obra ofrecer otro capítulo sobre las contradicciones del sueño americano al igual que en el resto de sus films creando un clima de época reconocible por un lado pero capaz de romper con las idealizaciones de los imaginarios del período a través de la combinación entre suspenso y desconcierto. De esta forma, Clooney profundiza en el surgimiento en su país de uno de los conceptos más problemáticos y conflictivos en la actualidad para el discurso progresista, el de inseguridad, como paranoia y sensación que persigue cual fantasma a una clase media que no puede escapar de las contradicciones sociales de la ciudad a pesar de sus vanos intentos por huir de su propia oscuridad.
La hija de la venganza El tópico de la venganza es uno de los disparadores más interesantes dentro del cine coreano. Ya sea en los extraordinarios films de la trilogía de la venganza del director Park Chan-Wook (Sympathy for Mr. Vengeance, 2002; Old Boy, 2003; Lady Vengeance, 2004) o en las deslumbrantes obras de Kim Jee-woon (I Saw the Devil, 2010), la satisfacción del resarcimiento y la represalia han sido los motivos más importantes de la andanada de violencia y sangre vertida por el nuevo cine coreano. El segundo largometraje del realizador coreano Jung Byung-gil (Confession of Murder, 2012), coescrito junto a Jung Byeong-sik, es una combinación de géneros centrado en el thriller sobre una mujer que busca venganza por el asesinato de su padre a manos de un mafioso. Al igual que en la mayoría de los films coreanos del género la narración no es lineal sino circular, asemejando un caos controlado y agregando información cada vez que el circulo se completa, creando nuevos significados a partir de las evidencias novedosas que se le presentan de a retazos a la protagonista. La obra comienza de forma similar a los avatares de los videojuegos de cacería en los que la cámara funciona como el ojo del protagonista y del espectador. En esa escena, una joven entrenada para matar, Sook-hee, casada con un gánster que acaba de ser asesinado, se enfrenta a la pandilla que cree que es la culpable de la muerte de su marido y su padre en una batalla memorable para caer en manos de los servicios secretos de Corea del Sur. En el cautiverio estatal, Sook-hee, descubre que la han dado por muerta, está embarazada y le han realizado una cirugía estética en el rostro. Para lograr la libertad junto a su hija debe servir durante diez años en el servicio secreto y emprender un entrenamiento completo en distintas artes de infiltración y asalto que incluyen actuación y varias artes marciales para lograr salir de allí con su hija y comenzar una nueva vida. Una vez terminada su preparación la mujer se muda con su hija a Seúl donde se le asigna sin su conocimiento a un agente con el fin de controlarla y cuidarla. El agente logra vulnerar los sentimientos de la protagonista e inician una relación. Antes del casamiento entre ambos ella recibe órdenes de ejecutar un asesinato pero cuando apunta contra el objetivo descubre que el mismo es su primer marido, que no ha muerto como ella creía. De esta manera, las certezas de la mujer se desmoronan y comienza a buscar la verdad, pero su primer marido también descubre que su mujer no ha muerto y ante el intento de asesinato mueve sus piezas contra sus perseguidores y contra Sook-hee. Con gran maestría Jung narra una historia cargada de violencia, de sutilezas y pequeños detalles que se van acumulando e influyendo en el relato para poner en juego las vidas de sus personajes en escenas con un gran trabajo de cámara. La acción, el suspenso, el melodrama, la sátira, las artes marciales logran unirse a través del exceso de cada una de ellas, dejando un resto que permite una amalgama alrededor del asunto de la venganza. Las interpretaciones de todo el elenco son maravillosas ofreciendo actuaciones de gran emotividad y crudeza según el relato indica, pero la gran protagonista del opus es la dirección que se destaca en las escenas de acción y en la construcción de la historia. La Villana (Ak-Nyeo, 2017) logra crear así excelentes escenas alrededor de una historia que se va complejizando, desplegando matices, cambiando roles, descubriendo facetas como capas de una narración que parece siempre tener algún secreto más para develar que transforme nuevamente las reglas del juego a la que los protagonistas deben adaptarse. Al igual que en su film anterior, Jung plasma sus ideas en la pantalla simulando pinceladas furiosas que salpican al espectador como un artesano que busca crear una obra perfecta y personal, creando un lazo que sorprende y estimula a pensar, sentir y observar con detenimiento sin dejar ningún cabo suelto.
Un nuevo comienzo El quinto film del realizador alemán Simon Verhoeven (Friend Request, 2016) es una comedia dramática que se centra en la tragedia de un refugiado africano en la ciudad de Múnich en Alemania que ha solicitado asilo para escapar de las guerras políticas y religiosas de su país y su relación con la familia que lo recibe con el fin de analizar la realidad alemana a través de la cuestión de los refugiados. Angelika (Senta Berger) y Richard Hartmann (Heiner Lauterbach) son dos abuelos que viven peleando todo el día en su magnífica y espaciosa casa en Múnich producto del trabajo de Richard como cirujano artroscópico. Mientras que la mujer ignorada por su marido busca cariño en su simpática mascota, un gato y acude al centro que aloja a los refugiados que huyen de la guerra para ayudar y donar ropa, Richard despotrica en la clínica que dirige contra los residentes, con su familia en el hogar y con todo aquel que se le cruce por el camino a la vez que acude a la clínica de cirugía estética de su amigo Sascha (Uwe Ochsenknecht) para sentirse mejor con su aspecto físico como sucedáneo y reacción contra las manifestaciones físicas y psicológicas de su envejecimiento. Mientras tanto Diallo Makabouri (Eric Kabongo), un refugiado nigeriano tiene la esperanza de ser aceptado como ciudadano alemán y acude a una entrevista con la anciana pareja alemana que decide adoptar uno para ayudar a su integración en la sociedad germana y llenar el hueco entre ellos a través de una acción benéfica. A su vez, la hija de la pareja, Sophie (Palina Rojinski), una estudiante crónica que no puede decidir que va a hacer con su vida y tampoco puede sacarse de encima a un taxista que la acosa y el hijo Philipp (Florian David Fitz), un abogado corporativo recientemente divorciado que no le presta atención a su hijo Basti, que filma videos y compone canciones de hip hop con sus amigos de la escuela, regresan al hogar para pasar un fin de semana y entablan amistad con el divertido y melancólico refugiado. Bienvenido a Alemania (Willkommen bei den Hartmanns, 2016) es un film que narra todas estas historias al mismo tiempo, así como la de otros personajes secundarios construyendo un caleidoscopio de idiosincrasias y caracteres respecto de la encrucijada de los ciudadanos alemanas alrededor de la inmigración reciente y la tensa relación planteada con los refugiados africanos y asiáticos que deambulan por Europa. Con un divertido guión, ideológicamente inocente y simplista, pero ameno y de orientación progresista, el film pone de manifiesto la falta de políticas inclusivas poniendo el eje en el rol del voluntariado y en la necesidad de crear conciencia respecto de la importancia de la acciones individuales y colectivas para ayudar a los inmigrantes que en su mayoría escapan de situaciones traumáticas no exentas de violencia y masacres. El opus de Verhoeven es así un manifiesto en favor de la multiculturalidad, el reconocimiento de la diversidad como enriquecimiento cultural y social y funciona como una propuesta de acción individual para mejorar la inclusión de los inmigrantes refugiados en la sociedad alemana en una época conflictiva de alienación y anulación de la memoria y la experiencia mientras las fuerzas reaccionarias se posicionan en todo el mundo como una alternativa válida ante la inacción de los partidos liberales, conservadores y sus aliados variopintos.
Garganta profunda Pocas cuestiones influyeron tanto en la política norteamericana y en el apaciguamiento de la rebeldía y las protestas contra la guerra de Vietnam y la creación de una nueva aquiescencia política como la renuncia a la presidencia en la década del setenta de uno de los políticos más corruptos y antirrepublicanos de la historia reciente de los Estados Unidos, el paradójicamente político republicano Richard Nixon, tras las denuncias de espionaje contra políticos opositores y miembros de la prensa conocidas como escándalo Watergate por el complejo edilicio en el que se reunía el comité del Partido Demócrata en Washington. El realizador norteamericano Peter Landesman (Parkland, 2013) utiliza el libro que Mark Felt, director adjunto del FBI (Federal Bureau of Investigation), y el escritor John D. O’Connor publicaron sobre las memorias del primero, titulado A G-Man’s Life, donde Felt confiesa haber revelado información del caso Watergate a los periodistas del periódico The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, para analizar la investigación y las cuestiones más relevantes del proceso que los representantes de la Casa Blanca buscaban ocultar. El film recrea la investigación del caso Watergate por parte de Felt y sus colaboradores tras la muerte de su director durante cincuenta años, J. Edgar Hoover, las implicancias del mismo en las elecciones presidenciales, las obstrucciones de la administración de Richard Nixon desde la perspectiva del director adjunto del FBI y el rol del mismo en las filtraciones y en la renuncia del presidente. El Informante (Mark Felt, 2017) es así un film exhaustico y circunspecto en su construcción, lo que se refleja en su rígida y reservada fotografía a cargo de Adam Kimmel (Never Let me Go, 2010), que busca manifestar los valores del departamento de investigación federal norteamericano, representando su doble moral no solo a través de la narración sino de la imagen. La música incidental del compositor inglés Daniel Pemberton busca crear un ambiente de suspenso que absorba al espectador en el carácter significativo de los acontecimientos relatados en el film. En el argumento se detallan los pormenores de los dos casos significativos que pasaron por el FBI, y en particular por las manos de Felt, que permiten entrever la ideología del poder, las disputas palaciegas entre las instituciones por el control, las limitaciones y las responsabilidades asociadas al republicanismo y la democracia y sus peligros en un tiempo de cambios culturales radicales, liberación sexual de la mojigatería protestante y católica y cambios generaciones que auguraban un conflicto entre la herencia de los estallidos revolucionarios de fines de los sesenta y la reacción de una generación anquilosada en la moral monoteísta. Con un excelente uso de primeros planos El Informante coloca la maravillosa actuación de Liam Neeson, acompañado por un gran elenco del que se destaca Diane Lane, como la representación de los valores institucionales de su país. Felt emerge de esta forma como un político pasmado por la corrupción moral de su Nación y sus implicancias para el futuro del país, colocándolo como un estandarte del republicanismo y la independencia de los organismos gubernamentales en un tiempo de guerra interna y externa. Pero el film tampoco olvida los puntos oscuros de su dirección como la persecución ilegal del grupo revolucionario radicalizado The Weather Underground, que colocó bombas en edificios públicos en Estados Unidos durante la década del setenta evitando las pérdidas humanas en atentados que buscaban visibilizar su rechazo a la obsolescencia del sueño americano y a las políticas imperialistas y represivas de Estados Unidos. Landesman crea de esta manera un film equilibrado sobre las contradicciones de la democracia y las instituciones que nos interpela desde un costado muy cercano en tiempos de cercenamiento de libertades civiles y republicanas que dábamos por sentadas.
El nuevo film del realizador argentino Alberto Lecchi (El Dedo en la Llaga, 1996) construye un vínculo entre varios personajes españoles y argentinos a partir de la figura de un revolucionario catalán asesinado durante la última dictadura cívico militar en Argentina tras participar de diversos alzamientos insurgentes alrededor del mundo. El hallazgo de los restos de Miguel Creu y su esposa Esther en una fosa común en Buenos Aires por parte de un equipo de antropología forense en las investigaciones recientes sobre los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares y sus cómplices civiles sacuden los recuerdos apartados de su hijo Ariel (Dario Grandinetti) y la admiración del hijo de este, Federico (Juan Grandinetti), pero también movilizan el interés y la curiosidad de Juan Benítez (Juan Echanove), un exitoso escritor español que investiga y escribe sobre un personaje revolucionario basado en las vivencias de Miguel Creu. El descubrimiento de los restos y el juicio al responsable militar que lo ejecutó lo llevan a viajar a Buenos Aires junto a su novia ayudante (Blanca Jara) para completar su investigación y escritor el tercer tomo de la biografía de este extraordinario revolucionario del Siglo XX que parece competir con la figura de Ernesto Guevara. Mientras que Federico se emociona con el agradecimiento y el cariño de los movimientos revolucionarios que quieren despedir a su abuelo, Ariel se enfrenta a cuestiones del pasado que busca olvidar mientras construye su obra magna, una iglesia, lo que además desata ciertas contradicciones con su ateísmo y su amistad con un cura progresista con llegada a las altas esferas de la Curia católica. El complejo relato escrito por el propio Lecchi junto al guionista Daniel García Molt (Una Estrella y Dos Cafés, 2006) comienza durante la guerra civil española para continuar en la época actual trazando las secuelas del heroísmo revolucionario de Miguel Creu en la vida de sus familiares. La construcción del mito revolucionario y la historia se conectan con la investigación de una fiscal de los crímenes de lesa humanidad de un coronel interpretado por Hugo Arana. El guión retrata muy bien diversas cuestiones como la desprotección de los testigos, el miedo a declarar por las amenazas, la impunidad y la falta de rigor que acompaña en general a todo proceso en nuestro país. La dirección de actores, por el contrario, es muy pobre. Desaprovecha todas las interpretaciones, y le otorga una importancia desmedida a personajes anodinos al relato. La fotografía, además, utiliza primenos planos que exacerban esta cuestión en lugar de ocultarla; pero el problema principal es que finalmente la complejidad termina enmarañando y empantanando la historia para rematar el drama como un thriller de forma absolutamente innecesaria y con un pésimo resultado. De esta manera, lo que parecía un buen film sobre la historia de un revolucionario excepcional, el recuerdo de dos generaciones de su figura, las contradicciones alrededor su vida y la recuperación de la idea de revolución y cambio social, se hunden en un marasmo debido a las fallas de un guión que a pesar de los pequeños errores se mantiene a flote hasta que cambia abruptamente de dirección para tirar todo por la borda en un capricho absurdo. Te Esperaré (2017) es así un film que se pierde en una complicación innecesaria debido a pequeños errores que se acumulan y un desenlace fallido de un relato con un gran potencial desperdiciado.
Familia de cineastas. A partir de las dificultades intrínsecas y endémicas del mercado cinematográfico argentino para filmar películas en el país, la galardonada realizadora María Victoria Menis decide abandonar el mundo de la ficción para concentrarse en otros proyectos personales. Es a través de estos nuevos horizontes que la reflexión y las contradicciones de toda su carrera se agudizan en la práctica cotidiana. La decisión de dejar de filmar para invertir en una librería desnuda la posibilidad de dejar el cine y abre una ventana para repensar su profesión y comenzar un documental sobre su vida. El consejo de una amiga la anima a tomar una cámara y a filmar escenas cotidianas a la deriva, por primera vez sin un plan, un diagrama, fechas límite o un presupuesto que la restrinja. De esta manera, la realizadora comienza a registrar a sus padres, su pareja y sus hijos en un derrotero por videoclubes de barrio que aún conservan el formato VHS para buscar la cinta La Ronda (1950) de Max Ophüls, a la vez que entrevista a su familia sobre los mitos, tabúes y metas personales buscando imponerle una identidad y un sentido a su film. De a poco la película se convierte en una reflexión sobre toda su carrera y Menis logra imponer un hilo narrativo a través de preguntas que van desde su condición de cineasta hasta la teleología de un presente fugaz y complejo, siempre con un tono cómico. En este camino -que combina la introversión con una visión gregaria familiar- imágenes de sus films o de las obras que la marcaron e influenciaron en su forma de hacer cine interrumpen el devenir diario como una ficción que juega con las cavilaciones y se transforma en parte de la cotidianeidad, transformando así su registro original. De esta manera, estamos ante escenas de la extraordinaria La Rosa Purpura del Cairo (1985) de Woody Allen, la maravillosa Viaje a la Luna (1902) de Georges Méliès, o la bella Alicia en el País de las Maravillas (1951) de Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, las cuales ilustran algunas de las decisiones estéticas y situaciones que se suceden. A su vez, la música original de Tomás Becu y Ramiro Del Forte se mezcla con escenas de grandes clásicos del cine como Los 400 Golpes (1959) de François Truffaut, 8½ (1963) de Federico Fellini o El Romance del Aniceto y la Francisca (1967) de Leonardo Favio. A pesar del carácter caótico del film, que recorre distintos lugares como las ferias de San Telmo, el cementerio de la Recoleta o los puestos de películas pirateadas con diferentes propósitos, la noción de cine se pone exitosamente en juego a través de la exposición de la relación intima con su familia. Mi Histeria en el Cine traza así, con un humor cálido, un camino en torno a las peripecias de una mujer que necesita recomponer su relación con su profesión, sin dejar de lado la correspondencia propia que el séptimo arte establece con los realizadores en nuestro país. Las nociones de cine como pasión y como padecimiento se debaten en este sentido en todo el film, y todos los protagonistas son parte del reencuentro que propone esta interesante meditación de María Victoria Menis sobre su carrera.
Sombras del progreso El nuevo film de los realizadores de Cine Insurgente Fernando Krichmar, Alejandra Guzzo y Omar Neri, directores de Seré Millones (2013), el documental sobre la logística y la ejecución del robo al Banco Nacional de Desarrollo por parte de un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo, El Futuro Llegó (2017) es un documental sobre la noción de progreso, las cuestiones laborales en el nuevo capitalismo, la preponderancia de las multinacionales en la vida económica, la precarización de la vida y la contaminación desde el significativo ejemplo de Ingeniero White, el puerto comercial de Bahía Blanca. Con una exhaustica investigación, entrevistas a trabajadores, familiares de víctimas de accidentes, habitantes de la zona, técnicos y académicos de la Universidad del Sur, la película analiza la historia de la ciudad alrededor del puerto de Ingeniero White desde la llegada del tren hasta la instalación del Polo Petroquímico que prometía traer trabajo y progreso pero que en su lugar les dejó a los habitantes contaminación, desocupación, precarización y muerte. El Futuro Llegó detalla la lucha de los habitantes, los trabajadores y la comunidad universitaria contra las multinacionales instaladas en el Polo Petroquímico para mejorar la seguridad, evitar los accidentes y parar la contaminación que las empresas crean al arrojar los residuos de los procesos químicos en las playas, otrora lugar de esparcimiento y ahora clausuradas por el peligro debido a la irresponsabilidad delictiva de los ejecutivos corporativos, su cultura de la ganancia a cualquier costo y su odio de clase. El opus utiliza la justificación liberal del progreso para cuestionarla como un argumento cínico de políticos y empresarios que buscan realizar negocios sin el más mínimo interés en la vida de los empleados, considerados como recursos desechables. Con datos de los investigadores de la Universidad del Sur los documentalistas narran como el Polo Petroquímico expulsa empleados en lugar de crear empleo generando desocupación y miseria en una comunidad muy golpeada por el neoliberalismo. Fernando Krichmar, Alejandra Guzzo y Omar Neri regresan nuevamente así a la denuncia social, como en Diablo Familia y Propiedad (1999), para visibilizar una lucha que deja al descubierto la rapacidad de las corporaciones y la resistencia de las comunidades a los negocios que destruyen el medio ambiente, la biodiversidad y toda la vida cultural y social de un pueblo que gozaba de movilidad social y ahora vive en la pobreza mientras el supuesto progreso sigue su curso sin respetar las leyes, la ética y ni siquiera los derechos humanos básicos.