Los nazis contraatacan. El éxito de la saga de Misión Imposible, entre otras, demostró que la revitalización y el homenaje a las series de la época de la Guerra Fría tienen el encanto del nuevo fetiche posmoderno de la retromanía, que nos acosa actualmente a través de la falta de ideas y el reciclaje de ciertos productos bajo el manto de objetos de culto. Este es el estado actual de nuestros consumos culturales. Guy Ritchie, quien ya se había destacado en sus dos primeras películas, Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000), como un gran director especializado en darle un ritmo acelerado a escenas de acción creando una sensación de precipitación constante y sin descanso, es el responsable de El Agente de CIPOL, una nueva versión fílmica de la serie de los años sesenta desarrollada por el escritor norteamericano Sam Rolfe. La idea de Ritchie fue retomar la serie siguiendo las directrices de Rolfe, quien tras dejar la tira dijo que a los escritores subsiguientes les faltaba la sensibilidad y el instinto creador que permite la combinación -en dosis exactas- de drama y comedia para la edificación de una obra de calidad. En El Agente de CIPOL, Ritchie elije caminar por la cornisa intentando buscar en cada escena la combinación exacta de drama y comedia a la que Rolfe aludía como una especie de alquimista cinematográfico. Sin dejar nada al azar, el realizador obra como un artesano en cada toma para generar humor sin perder el hilo ni la esencia dramática. La película narra así el surgimiento de CIPOL (Comisión Internacional para la Observancia de la Ley), a través de una misión de cooperación internacional entre los servicios secretos de Estados Unidos, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Gran Bretaña, para impedir que unos epígonos del fascismo construyan una bomba atómica para los apátridas nazis que vagan por el mundo escondidos, intentando conquistarlo. Tras conocerse en una espectacular persecución por las calles de Berlín Oriental, los agentes Napoleón Solo (Henry Cavill) de la CIA e Illya Kuryakin (Armie Hammer) de la KGB viajan a Roma y comienzan a cooperar para poner en contacto a Gaby (Alicia Vikander) con su tío, un antiguo nazi, quien parece saber el paradero de su padre, un científico recientemente desaparecido que estaba investigando cómo enriquecer uranio para producir bombas nucleares más potentes y maleables para Estados Unidos. Ambos agentes se lanzan a la cacería de los secretos que les permitan a sus países tomar ventaja en la batalla tecnológica que libraron durante la Guerra Fría. En una serie de gags de talante circunspecto, los agentes prueban sus habilidades, su ingenio y sus herramientas para impresionar y humillar al otro en un juego que de a poco los va acercando. Lo mejor de las escenas de acción de las últimas películas de Ritchie sobre Sherlock Holmes, el protagonista de las conocidas novelas de Arthur Conan Doyle, y su particular estilo cinematográfico, se ponen al servicio del rescate de esta extraña serie en la que se destaca la amistad entre dos enemigos. Sin dudas, El Agente de CIPOL trasciende su propósito narrativo ya que funciona como una obra de ficción en la que un humor taciturno y sobrio interviene constantemente para dar a las escenas una visión dialéctica de agudeza temperamental, algo que seguramente tomó de la extraordinaria versatilidad de Robert Downey Jr. Tal vez la retromanía no sea un fenómeno tan retrógrado después de todo, si es capaz de producir este tipo de obras…
Las diásporas de los pueblos. En el año 2000 Nicolás Avruj partió a Israel de vacaciones para visitar a su primo y comenzó sin proponérselo un camino que definiría su carrera. Tras un recorrido por Tel Aviv y Jerusalén, el joven director entra en la Franja de Gaza y encuentra la versión palestina de ese milenario conflicto que se acentúa en el siglo XX tras la caída del Imperio Otomano, la ocupación británica y el triunfo militar israelí. NEY: Nosotros, ellos y yo reconstruye a partir de la narración del director la historia del viaje y sus descubrimientos. Avruj reflexiona sobre los personajes que conoce, sobre el extremismo de ambos lados y el discurso maniqueo alrededor del conflicto y la reciente y frágil paz, firmada entre el Estado de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1994 en Oslo. En Gaza, un Avruj perdido recibe la hospitalidad de algunos palestinos que de a poco se van abriendo y dan su visión del conflicto. Siguiendo a unos periodistas, se encuentra en medio del comienzo de la segunda intifada -que duró cinco años- y hasta asiste por casualidad a un acto de la entonces segunda fuerza política palestina, Hamas, de orientación más extremista y combativa que Al-Fatah. De a poco el director va comprendiendo el legado de la derrota, a partir de un involucramiento físico total en la situación y la herencia que el pueblo palestino acarrea, y ve cómo el gobierno israelí va desplazando a los palestinos de sus tierras en Cisjordania. Allí conoce algunos movimientos que se oponen a estas políticas beligerantes y documenta sus protestas. El director logra -a partir de una toma de distancia temporal e intelectual- retomar su material para reflexionar y dar una forma narrativa a un debate que se dirime en las calles y en las mesas de negociación de los países industrializados que controlan la vida y la muerte de millones de personas. La gran labor de edición de Andrea Kleinman, que le da sentido a unas vacaciones que se convierten en una gran aventura política y personal, se encuentra con la música de Simja Dujov y la intervención de Sebastián Muller, quien ofrece una mirada a la vez intima y global sobre esta experiencia única. NEY: Nosotros, ellos y yo traspasa así todas las fronteras culturales para interpelar a los espectadores y estimularlos hacia un involucramiento en uno de los temas más complejos de la política internacional. Desde una reflexión trabajada y pulida durante quince años sobre acontecimientos que es necesario no perder de vista, Avruj descubre la importancia de dejar que el material cobre vida propia para dejar que él nos lleve por el camino, en lugar de imponerle un sentido sin la preparación necesaria.
Los films de boxeo conforman un género que suele repetir la fórmula del luchador humilde rodeado de un ejército de sanguijuelas que viven de su éxito y se escapan en el momento de la caída del otrora héroe. Este personaje del héroe individual -que hoy está de moda- es el que atrae las miradas de las productoras y saca del negocio multimillonario del box su tajada para dejarnos algunas buenas películas y otras no tan buenas como la presente. Revancha (Southpaw, 2015), la última película del desparejo director Antoine Fuqua y del guionista Kurt Sutter, autor de varios capítulos de The Shield y Sons of Anarchy, es un drama que narra la vida de Billy Hope (Jake Gyllenhaal), un campeón mundial de boxeo millonario que salió de la pobreza para convertirse en un ícono de este deporte. Su estilo es atrevido y poco recomendable. Con un defensa siempre baja, se deja golpear de forma salvaje hasta que la ira se apodera de él y sacude a su contrincante noqueándolo en todas sus peleas. Tras un episodio traumático bastante absurdo en un evento de caridad, cae de su pedestal y tras perder todo y a todos debido a su comportamiento errático, comienza a entrenarse para volver a boxear y consigue una pelea con el nuevo campeón mundial, que estuvo implicado en la reciente muerte de su esposa. La cinta incurre en una serie de golpes bajos innecesarios uno tras otro que impiden que la acción avance. De entrada, el guión se estanca en la introducción para dar lugar a una historia anodina sobre la responsabilidad, la necesidad de alguien en quien apoyarse en tiempos difíciles y las posibilidades de revancha que da la vida cuando uno se propone romper con el círculo de autodestrucción. La música de hip hop, que podía llegar a hacer pensar en un abordaje de la relación entre el mundo de la música y del deporte, funciona tan solo como un fondo alrededor del círculo de 50 Cent, que actúa también en el opus sin demasiado brillo. Emulando a la conmovedora El Campeón (The Champ, 1979) de Franco Zeffirelli, con Jon Voight y Faye Dunaway, Revancha intenta emocionar al espectador con la caída y la resurrección del héroe, pero solo consigue un poco de aire con la tardía introducción de Forest Whitaker como un entrenador de boxeo barrial que prepara a jóvenes humildes para sacarlos de las calles y enseñarles algo de la disciplina que el deporte transmite. Desgraciadamente la dupla de Fuqua y Sutter no logra salir del barro del tedio en el que se sumerge debido a un guión demasiado previsible, que derrapa por la necesidad del director de extender secuencias y darle lugar a escenas innecesarias y hasta personajes que solo funcionan en tanto que ejemplifican hasta el hartazgo que el boxeo es un negocio cruel y despiadado, la droga es causante de la violencia familiar, los niños deben crecer en un ambiente sano y los managers de los principales boxeadores profesionales casi siempre son seres humanos deleznables. Revancha deja en el camino una gran oportunidad de meterse al menos entre las películas del mismo calibre que apuntan hacia el mismo público y que trabajan estos mismos tópicos con gran maestría, como El Ganador (The Fighter, 2010) de David O Russell, o la obra cumple del género, Toro Salvaje (Raging Bull, 1980), por mencionar solo un par. Las grandes actuaciones de Gyllenhaal y Whitaker no logran salvar al film del desastre, pero al menos los susodichos dejan en claro que son grandes actores y merecen mejores colaboradores del otro lado de la cámara.
El infierno de los aficionados. El Capital Humano (2013) es más que un film, es un ensayo sociológico basado en una historia real sobre el neoliberalismo y las relaciones sociales en el capitalismo actual, a partir de las nociones de éxito personal y los beneficios y riesgos de la especulación financiera de los administradores de los fondos de inversión y los inversores aficionados. La historia se divide en cuatro partes. Las tres primeras son narraciones basadas en los protagonistas y la cuarta es una resolución de las anteriores, denominada El Capital Humano. En la primera parte, la película mira la historia desde los ojos de Dino, un hombre ambicioso que busca la amistad del padre del novio de su hija, Giovanni, un administrador de fondos de inversión, para convencerlo de permitirle invertir en una apuesta riesgosa contra la estabilidad del gobierno y de la economía europea con grandes dividendos. La segunda historia se centra en Carla, la esposa de Giovanni, una ex actriz devenida en ama de casa millonaria, esnob y diletante que dedica sus días a recorrer negocios y comprar productos suntuarios con el dinero ganado por la especulación de su marido. La tercera de las historias narra los vaivenes de Serena, la hija de Dino, quien se ve envuelta en un asunto policial. En medio de la intriga especulativa de Dino y el pedido de un préstamo para invertir el dinero que no posee, Carla entra un día en un teatro de provincia a punto de ser demolido y le propone a su esposo comprarlo para su restauración y nombrar un consejo administrativo. Así conoce a Donato, un profesor de teatro enamorado de la ex actriz en sus épocas de intérprete aficionada. Massimiliano, el hijo de Giovanni y Carla, es a su vez acusado de atropellar en estado de ebriedad a un ciclista que salía del trabajo el día de la graduación de los jóvenes. Con el herido en estado crítico, el caso policial se complica cuando Serena comienza a mentir sobre lo sucedido aquella noche para proteger a su pareja, un joven artista con tendencias suicidas. La obra dirigida por Paolo Virzì maneja a la perfección todos los climas y hasta se da el lujo de introducir escenas amorosas que remiten al cine clásico italiano y que son disueltas por la tragedia de la realidad, la cual irrumpe para romper el artilugio estético. Así construye un drama social de gran alcance y valor para nuestra cultura, basándose en la solidez de un gran guión y en las grandes actuaciones del elenco protagonista, especialmente de Fabrizio Bentivoglio como Dino, Valeria Bruni Tedeschi como Carla, Fabrizio Gifuni como Giovanni y Matilde Gioli como Serena. El Capital Humano deja al desnudo las contradicciones de los que ganan con la caída de las políticas públicas y los que se enriquecen a costa de la miseria de los trabajadores. Pero esto no es todo y el arte se convierte -en la película- en reflejo de la decadencia de la cultura de una época, ya sea a través de los críticos de teatro con sus teorías nihilistas, los docentes con su anhelo romántico o los inversores en su religión del éxito a toda costa. La decadencia de la economía neoliberal en Europa ha dejado secuelas en la cultura y los valores, convirtiendo a las personas en despojos de la sociedad de bienestar. La inmoralidad y la cultura de la deshumanización y la cosificación siguen gobernando nuestras leyes y esto es lo que logra plasmar Virzì, para ver de frente cuáles son las alternativas en el nuevo capitalismo.
Detrás de las cámaras. Afortunadamente para Italia, Nanni Moretti es la voz de una izquierda intimista, reflexiva, que mira sus errores no desde un punto de vista dogmático, electoral o maniqueo, sino cultural, o más bien político en un sentido de construcción social de hegemonía. Sus películas son un manifiesto, una intervención pública a través del cinematógrafo que llenan de sensatez y reflexión a un mundo caótico y mecánico. En Mia Madre (2015), Moretti se transforma en espectador de su propio drama a través del personaje protagónico de una directora de cine, Margherita (Margherita Buy), que intenta -con muchos problemas- realizar una película de tesitura social sobre una empresa italiana adquirida por una corporación norteamericana. En medio de la confusión y los rumores, los trabajadores de la fábrica se enfrentan a la nueva dirigencia tras enterarse que la mayoría de ellos serán despedidos en una reestructuración. Durante la filmación, la directora debe convivir con los dilemas de la película pero también con su vida privada inescindible de su propuesta pública. La vida de su madre se extingue de a poco internada en un hospital por un problema pulmonar que dañó su corazón, mientras su hija adolescente le plantea sus caprichos y sus relaciones de pareja se hunden. A todo esto se le suman las peripecias que acontecen con el recién llegado protagonista del film, Barry Huggins (interpretado por John Turturro, en un papel a su medida). La película hace convivir el realismo con la reflexión existencialista sin dejar de lado el tono cálido que caracteriza al cine de Moretti. Como siempre el director no puede dejar de lado su necesidad de actuar e interpreta el papel del hermano de Margherita, que intenta buscar el equilibrio allí donde éste se ha perdido. Así vamos encontrando que el film, de neto recorte social, se transforma en un drama existencial que por momentos se trastoca en una comedia sobre las dificultades de hacer cine, a partir de las apariciones de un burlesco Turturro. La banda de sonido basada principalmente en el extraordinario Cuarteto de Cuerdas de Philip Glass, interpretado por Kronos Quartet, impone un ritmo reflexivo y melancólico que acompaña la mirada de Margherita del presente y del pasado hacia el futuro. También son destacables las melodías de Ólafur Arnalds y las grandiosas canciones Baby’s Coming Back to Me de Jarvis Cocker y Famous Blue Raincoat de Leonard Coen, para influir en la psique del espectador a través de guiños hacia la cultura pop actual. Moretti tiene muy claro su discurso, el cual asume la necesidad de un compromiso social con una verdadera inserción en las prácticas de los trabajadores y sus problemas para construir una alternativa siguiendo a los mejores teóricos de la izquierda europea italiana con vistas a reconstruir esa misma izquierda que boya perdida, mientras los indignados -en función de las diatribas del ajuste comunitario- toman las riendas al ver a unos políticos que siguen hacia adelante sin acuse de recibo de las señales del agotamiento de un sistema económico que parece al borde del abismo. Probablemente Moretti tenga razón y sea hora de mirar hacia atrás para encontrar un punto del cual aferrarnos y así comenzar a construir nuevamente desde los escombros.
El nuevo mundo. ¿No contiene cada noche el día que le precedió y cada mañana la memoria de la noche que le dio origen? La opera prima de Arian Frank es más que un documental, es un opus poético sobre la vida en comunidad y la memoria de una ciudad desaparecida. A partir de entrevistas a algunos de sus antiguos pobladores, Frank va construyendo la historia y la vida de la ciudad de Salinas Grandes, una colonia artificial de la Pampa alrededor de una salina. La ciudad, enteramente construida por la empresa que explotaba el lugar, ofrecía casa y trabajo a alrededor de seiscientos trabajadores que vivían allí. El director sale al encuentro de los antiguos habitantes para indagar en los conceptos de memoria y comunidad a través de pequeñas anécdotas y recuerdos, para delinear los rasgos de una típica empresa de carácter social de mitad del siglo XX. Los habitantes vuelven a la ciudad para recorrer las calles cubiertas por la maleza y las casas derruidas venidas abajo y saqueadas, en pos de recordar las buenas épocas y el momento en el cual la empresa comenzó a cobrarles la vivienda a los operarios, durante los años setenta. Esto causó que por primera vez los trabajadores de la salina se organicen y convoquen una huelga junto a sus familiares. De a poco vamos conociendo esta ciudad, su rivalidad con otra ciudad cercana, Macachín, y finalmente la decisión empresarial de mudar la empresa a esta otra ciudad, abandonando definitivamente Salinas Grandes a su destino de olvido y abandono. Lo inusual de la historia es el regreso cada tanto de los antiguos habitantes y la persistencia del lazo social que se mantuvo incólume durante todos estos años a pesar del paso del tiempo. Los Cuadros al Sol es un documento sobre la firmeza de esa comunidad y su perseverancia en mantener el recuerdo de lo que los ex operarios aún consideran su hogar. La película está totalmente atravesada por la belleza de la fotografía a cargo de Julián Borrell y Demian Santander y la música de Joaquín Rajadel, que se complementan junto a los textos para generar esta reconstrucción imaginaria de un pueblo abandonado hace ya varios años. Salinas Grandes significó para seiscientas personas un lugar de pertenencia en el atardecer de nuestro individualismo. La noción de comunidad que el neoliberalismo intentó destruir aún mantiene su fuerza allí, como si la energía de todo el pueblo estuviera brillando aún, permitiéndonos escuchar los ecos de reuniones alrededor de un único televisor o de obras teatrales y películas vistas por todo un pueblo. La paradoja sobre la que debemos reflexionar es que esta ciudad que ya no existe, tiene más vida que el resto de las ciudades en las que aún vivimos.
Postales de la cortina de hierro. La caída del sistema socialista en Europa a principios de los años noventa, tras una larga agonía durante los ochenta, condujo a una revisión de la historia reciente de estos países, que tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial quedaron bajo la hegemonía de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El cine de esas naciones oscila inevitablemente entre un cierre de las heridas, una discusión sobre el pasado y una postura ideológica anticomunista, como en algunas de las películas más destacadas que han llegado hasta nosotros: Good Bye Lenin! (2003), La Vida de los Otros (Das Leben der Anderen, 2006) y Westwind (2011). En Juego Limpio (Fair Play, 2014), Anna, una joven atleta checoslovaca, se entrena con mucho ahínco, esfuerzo y disciplina a principios de los ochenta para clasificar y representar a su país en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. El entrenador de Anna le ofrece, junto a altos ejecutivos del deporte del país, usar anabólicos para mejorar sus músculos con el fin de llegar mejor a la competencia. La joven acepta pero los efectos secundarios la conducen a un colapso físico y a replantearse el uso de la droga. La trama crece y se complejiza con la historia de la madre de Anna, quien era una talentosa atleta con mucho futuro como su hija, no obstante desafortunadamente para su carrera tuvo una participación activa en los acontecimientos de la Primavera de Praga y fue condenada al ostracismo limpiando pisos en las dependencias públicas. Cuando uno de sus antiguos compañeros de militancia le pide que transcriba unas declaraciones en contra del estado, la mujer acepta ayudar a la causa para denunciar la represión y la persecución policial a los ciudadanos que ejercían sus deberes cívicos de participación. La película deja al descubierto exitosamente la represión mental que estos estados ejercían para generar adeptos a su sistema económico y político, y los problemas sociales que la cultura socialista causaba a través de estas mismas prácticas represivas que utilizaba para proteger el modelo de vida comunista. Las buenas actuaciones de todo el elenco y un gran aprovechamiento de las locaciones -que aún mantienen las mismas fachadas- constituyen lo mejor de una película que por momentos se estanca en escenas que pierden el hilo historicista para concentrarse en redundancias sobre la carrera de la joven. A pesar de esto, Juego Limpio deja su marca en un género revisionista que siempre interesa por su alcance y la posibilidad de tener una visión más acerca de un problema sociohistórico que aún está vigente y es motivo de debates y confrontaciones sobre el destino de las naciones en el campo político.
Amores platónicos. En Félix & Meira el director canadiense Maxime Giroux explora la multiculturalidad de Canadá y más específicamente de su ciudad natal, Montreal, a partir de la relación entre una pareja de mundos distintos. Pasando gentilmente del inglés al francés y viceversa, los personajes construyen en una época incierta pero reciente (tal vez principios de la década del ochenta) una relación de amor platónico que saca a ambos de la rutina y los pone ante unos sentimientos que sacuden sus vidas. Meira (Hadas Yaron) es una joven y bella madre y esposa judía que vive bajo las tradiciones de la comunidad hebrea ortodoxa sin relacionarse con el mundo por afuera de la misma, pero cuando su esposo se va a trabajar, escucha música soul y da rienda suelta a su melancolía. La mujer se siente atrapada y afligida por el tipo de vida que lleva. Su marido, Shulem (Luzer Twersky), es un judío ortodoxo que ve cómo su esposa se aleja cada vez más de él a nivel sentimental y sufre por su pertenencia a tradiciones demasiado rígidas que él ama y a ella la afligen. En un negocio kosher, Félix (Martin Dubreuil), un hombre solitario y taciturno que vive con las puertas siempre abiertas y que acaba de heredar junto a su hermana una gran mansión en la que habitaba su padre recientemente fallecido, se encuentra con Meira y su bebé y queda conmovido por la belleza de la joven. Tras breves encuentros fortuitos, se descubren en una extraña relación platónica con la que ella busca salir de la sumisión de sus valores culturales y él escapar de su estado mustio y decaído. Juntos emprenden un viaje a Nueva York y comienzan a conocerse cada vez más a fondo, pero las distancias son demasiado grandes y sus mundos demasiado distintos. El film busca en la languidez de los personajes entablar un diálogo con las tradiciones heredades y su disolución en un mundo cada vez más globalizado. Con muy buenas actuaciones de todo el elenco, especialmente de Hadas Yaron, y un buen guión a cargo del propio Giroux en conjunto con Alexandre Laferrière, Félix & Meira es una obra que emprende una aproximación al choque de dos universos que se deshacen tiernamente en la colisión. La fotografía de Sara Mishara le da a la película un tono inveterado que nos lleva a una era de colecciones de discos al calor de hogares abiertos a la soledad de la desconexión mediática. Con sutileza y calidez, el opus de Giroux intenta ver al amor con los ojos de otra época y como parte de una apertura de visiones del mundo, con un ritmo pausado que funciona como un alivio ante la evanescencia de la cultura rauda que no permite detenerse para apreciar el instante. Giroux nos deja así una bella historia que nos coloca en un oasis en medio de tanta futilidad estética, pero no mucho más en términos artísticos y argumentales.
Melodías antárticas. Como su título lo indica, Solo (2013) es una película sobre la soledad interior y la imposibilidad de comunicar los vaivenes y el magma que insufla nuestra voluntad. La ópera prima del director y guionista Guillermo Rocamora se adentra en el mundo castrense uruguayo para ver a través de los ojos de un trompetista de más de cuarenta años, miembro de la banda de la Fuerza Aérea. Nelson ensaya con sus colegas en el cuartel y respira la vida militar, pero no se conforma con su carrera. Para escapar de alguna manera de las marchas castrenses, de su hostil esposa y de su anciana madre, el músico busca algunas composiciones y las revive para presentarlas en un concurso musical. En medio del certamen le anuncian que debido a los festejos por la conmemoración de la llegada de Uruguay a la Antártida, Nelson será enviado como representante de la banda y del cuartel a la lejana base, por lo que si su dúo con otro compañero llega a la final del concurso no podría presentarse. El dilema pone al músico en aprietos y lo lleva a reflexionar sobre su carrera militar y su deseo de componer y editar un disco con sus canciones. Mientras conoce a una mujer que se interesa por él y reúne el dinero necesario para inscribirse en la competencia, su superior en la banda le confirma que él será su sucesor, lo que corre el eje de sus preocupaciones, permitiéndole ver su futuro con otra perspectiva. Rocamora expone en Solo la disyuntiva del protagonista a través de primeros planos que demandan de los actores gesticulaciones lacónicas para reforzar la propuesta realista. Con buenas actuaciones, el opus sale adelante creando una atmósfera militar que oscila entre el rigor y esa relajación que impera en las fuerzas armadas de los países del sur del continente, dejándole al guión pequeños momentos que le dan color a la película. Las canciones románticas compuestas por Alejandro Franov e interpretadas por Enrique Bastos siguen el camino de la música popular latinoamericana del estilo de Armando Manzanero. Durante todo el film disfrutamos de las melodías mientras nos adentramos en el drama personal de Nelson, que interpela a todos los seres humanos con inclinaciones artísticas que deben elegir en algún momento entre lanzarse a una carrera incierta detrás de su talento o continuar con la rutina en detrimento de una parte del ser que clama por una oportunidad bohemia a explotar. La calidez de la propuesta de Rocamora y la gran reconstrucción de la vida militar hacen de Solo una buena película de actores en la que desde un comienzo somos llamados a reconocernos en el personaje de Nelson para pensar nuestras propias vidas y ver qué estamos haciendo con ellas, en pos de entender hacia dónde vamos. Sólo queda saber cuál será su elección y si su vida irá por los fríos designios del continente helado como los pingüinos, o si elegirá el cálido impulso de las melodías románticas.
Los juegos de la escasez. Placer y Martirio (2015), la última película del director y guionista José Celestino Campusano, se adentra en la sórdida relación amorosa de una pareja de un alto poder adquisitivo para indagar en el amor desde lugares en los que el abuso y la perversión son la norma. Delfina (Natacha Méndez) es una pequeña empresaria de discreto éxito que dirige su propia compañía de diseño. Casada y con una hija, vive con su familia en la exclusiva zona de Puerto Madero, en Buenos Aires, pero siente que sus ambiciones de ascenso financiero no han sido satisfechas por completo. En una fiesta, su mejor amiga le presenta a un empresario argentino de origen árabe, Kamil (Rodolfo Ávalos), que la seduce con su carisma y seguridad. La relación pronto se torna en abusiva y el empresario manipula los deseos y los anhelos de Delfina para humillarla y degradarla en diversas situaciones. De forma paradigmática, analítica y minuciosa, la película se adentra en el mundo de las fiestas empresariales, los grandes negocios y en la vida de las mujeres que aspiran a mejorar su condición social, a la vez que indaga en sus nociones de amor, sexo y diversión. En este ambiente en el que los ricos se esconden de la pobreza, Campusano introduce en contraposición (a través de las empleadas domésticas, los trabajadores de los supermercados, unas travestis de la Costanera y diversas apariciones marginales) una crítica sociológica de las condiciones sociales en las que los protagonistas siempre terminan dependiendo de sus empleados y/ o cayendo en la apatía farmacológica. Campusano logra con estos personajes que demandan comprensión y cariño -pero solo obtienen abuso- traspasar los velos de la situación puntual. Así consigue exponer, por medio de la historia y los discursos sociales que hablan a través de los personajes, un malestar social de raigambre cultural con la intención de interpelarnos como comunidad, colocando a la degradación del lado de unos sujetos que viven para su trabajo y solo pueden reproducir situaciones de violencia y de abuso que han vivido anteriormente y de las que no pueden ni quieren escapar. Las extraordinarias actuaciones de Natacha Méndez, Rodolfo Ávalos, Paula Napolitano y el resto del elenco es una consecuencia lógica de la perfección con la que el guión construye las situaciones y la cámara las retrata en un análisis sobre la oscuridad del mundo de la supuesta opulencia en la sociedad argentina actual, heredera de la cultura neoliberal de los años noventa. Placer y Martirio es de este modo un juego de máscaras en el que los sujetos esconden su verdadera condición inicua en un mundo que solo anhela la mentira y las apariencias. El compromiso, la amistad y el amor son reemplazados por goces evanescentes o tormentos autoinfligidos en los que los personajes se destruyen y buscan destruir a los que los rodean.