El jinete pálido Allá por 1996 Walter Hill hizo una película con Bruce Willis que aquí se tituló Entre dos fuegos. El film, versión libre de Yojimbo (clásico de Akira Kurosawa), básicamente era un western protagonizado por gángsteres de la década del ’30. Algo similar ocurre con Aballay, el hombre sin miedo. El director Fernando Spiner recrea el cine de género que hizo grandes a Sergio Leone o Sam Peckinpah, pero con los códigos, el contexto y el idioma del gaucho argentino. Basado en el cuento homónimo de Antonio Di Benedetto, Aballay (buen trabajo de Pablo Cedrón) es el líder de un grupo de ladrones que luego de detener y robar una carreta, ultimará a su víctima con un cuchillo. Allí, donde la muerte se funda con la risa malévola, siniestra; el bandido dará con el pequeño hijo de aquel hombre. La inocencia manifiesta en los ojos del niño servirá como factor determinante para que Aballay decida redimir sus culpas bajo el dogma de los elitistas, quienes subidos a columnas buscaron acercarse a Dios y alejarse de la Tierra en la que pecaron. Resuelto a pagar sus actos, el ahora arrepentido gaucho vivirá el resto de sus días montado en su caballo. Diez años servirán de elipsis para que aquel joven ahora convertido en hombre (Nazareno Casero) vuelva en busca de venganza. En el medio, una historia de amor, la explotación machista de los forajidos en un pequeño poblado y una leyenda. Porque la decisión del penitente asesino pasará a ser parte de la fe que mantenga con esperanzas a los más débiles. Cual figura de centauro, “El Pobre”, se ha convertido en un mito. Filmada en los bellos parajes de Tucumán, la película logra una innegable intensidad, fundamentada principalmente en los sobresalientes rubros técnicos. Fiel al género que representa, el último trabajo del director de Adiós querida luna cuenta con todos los tópicos que hacen creíble a la historia, pero con los códigos de un cine nacional que no es habitual ver en el circuito comercial. Pese a algunas actuaciones desparejas, Aballay, el hombre sin miedo se presenta como un título que (muy) probablemente no obtenga apoyo masivo. Pero gracias a su solvencia formal, a su correcto ritmo y a una indudable profesionalidad, representa una intensa bocanada de aire fresco en una cartelera que ofrece cada vez menos variedad, simbolizando paralelamente una auténtica declaración de amor por el cine. ¿Acaso hace falta más?
El hombre contra el sistema Si la premisa de La doble vida de Walter recuerda inicialmente al famoso Sr. Garrison de South Park (aquel profesor de primaria que convive con un títere en la mano) pues, las comparaciones no son del todo odiosas. Principalmente porque el Walter que le da nombre al film en nuestro país, es un personaje que ha caído en la más absoluta depresión, con problemas psicológicos, sumiso en un inerte estado: es una víctima (¿Social? ¿De su entorno?). No importan su familia (“He vivido los últimos dos años por ti” le dirá su esposa), no importa la empresa que ha heredado de su padre y ni siquiera importa su propia vida. Bajo esta premisa, el tercer largometraje de Jodie Foster como directora se meterá con temas delicados de una forma cuanto menos curiosa: Walter encontrará en un títere castor, la valentía para llevar su problema adelante. Primero como un ejercicio de autosuperación y luego como una forma de ocultarse, esconderse bajo una figura que con el correr de los minutos ganará lugar a fuerza de resultados. Lo más importante: para que semejante historia resultara por lo menos creíble, el desafío principal era para Mel Gibson. Con cuestionables antecedentes personales (conductas sociales y realizaciones cinematográficas incluidas) el actor de Arma Mortal logra una composición sobresaliente de un hombre acosado por su propia psiquis. De todas maneras, la mano de la Foster directora (también actúa como la mujer del protagonista) ayuda a la gran labor de Gibson evitando caer en el ridículo en los momentos necesarios. Para aclarar: en la mayoría de los casos, los planos mostrarán a Walter y a su muñeco por igual, generando el mismo punto de vista que los personajes que con él/ellos interactúan, y por lo tanto –se supone- las mismas sensaciones. Claro, todo cambiará cuando los medios se hagan eco de un éxito producido por la sociedad hombre/castor y revele primero a ambos, pero reduzca luego su mirada hacia un muñeco parlante con Gibson como sujeto tácito. Aparecerán además las conexiones con los dos hijos que complementan la familia y una historia de amor adolescente que por momentos se gana la mayor parte del relato. Si La doble vida de Walter logra evitar los excesos en la forma de tratar los trastornos psicológicos y un tema tan delicado como la depresión, no resulta lo mismo con ciertos momentos del film, que rozan el tono moralista, aún cuando logra salirse rápidamente de ese lugar. A pesar de sus debilidades, este film (un tanto extraño, un tanto atractivo), termina por ganar crédito a fuerza de buenos personajes y, principalmente, correctas actuaciones. Con los prejuicios individuales y los lazos familiares como principales temas, Foster compone una comedia negra con tanto drama en su interior, que termina por ser una radiografía del hombre alienado: aquel que cada día debe enfrentar a un sistema que, como en los peores momentos de la historia humana, primero juzga y después pregunta.
No aprietes el botón rojo Hanna se perfilaba como una de esas cintas de acción que logran aunar en un mismo proyecto audacia, diversión, ritmo y calidad. Curiosamente, la película contiene todos esos elementos, aunque por una extraña razón no termina de ser el producto que en un principio prometía. Veamos las razones: el director británico Joe Wright, conocido por los dramas de época Orgullo y prejuicio y Expiación, deseo y pecado se plantó frente al desafío de realizar un thriller de acción que nada tenga que ver con su filmografía anterior. El resultado es un trabajo lleno de matices, de buenos momentos, pero también de profundos huecos que terminan por perjudicar la experiencia. La Hanna que da nombre al film es una adolescente de 16 años (brillante interpretación de Saoirse Ronan) que vive en un bosque de hielo de dudosa procedencia. Completamente aislada del mundo, es entrenada por su padre (Eric Bana) un ex agente de la CIA que tiene sus propios planes para la muchacha. Con la certeza de estar lista para afrontar el mundo moderno, la niña devenida en mujer enviará un mensaje disfrazado de botón rojo para revelar su paradero. Y ahí comenzará otra historia. Separados uno de otro, empezaremos a conocer el pasado de ese padre y esa hija antes ocultos, ahora buscados por una agente especial (otra gran composición de Cate Blanchett) que será de suma relevancia para el resto de la trama. Película de venganza y muerte, de detalle y sorpresa, Hanna se presenta como un oscuro cuento de hadas moderno (incluidas a su manera, la princesa y la bruja) que muestra signos de agotamiento antes de tiempo. Porque si ese auspicioso inicio daba cuenta de una historia con demasiadas aristas, a partir de la segunda mitad del metraje las cosas toman otro color. Allí donde la protagonista comenzará un viaje de (auto)descubrimiento se incluirá a una familia tipo Siglo XXI con padres supuestamente cool, una amiga también adolescente, un intento de amorío y hasta el encuentro con la electricidad y la música. Mientras, desde el ojo espectador, los hechos parecen correr en cámara lenta. No hay demasiadas escenas de acción, o algún otro elemento que justifique las lagunas a veces evidentemente expuestas entre una escena y otra. A cambio, Wright ofrece algunos de los momentos más soberbios que se puedan ver en el cine comercial: dos planos secuencia de casi tres minutos cada uno (escenas del subte y el muelle) que impactan por su magistral coreografía, y una banda sonora cortesía de los Chemical Brothers que termina por darle ese toque tecno-new-wave que tanto bien le hace. Con reminiscencias a títulos como la saga de Bourne, Nikita, Agente Salt y hasta Kill Bill, Hanna no muestra mucho más que algunos momentos inspirados, a pesar de las astutas herramientas utilizadas por su director. Sin pretensiones de revolucionar el género, tampoco tiene destino de olvido inmediato. Y eso también debe tener algún mérito.
La idea como motor (El zorro y el sabueso de Marvel) En el marco de un cine industrial que está empecinado en remitirse a los orígenes de las historias que rindieron en la pantalla grande, vale la pena remarcar el buen desempeño de X men: primera generación como precuela. La película de Matthew Vaughn (responsable de la inconcebiblemente violenta Kick Ass) se sumerge en los inicios de la amistad entre Charles Xavier, destinado a ser el mentor de los héroes mutantes y Erik Lensher, el futuro Magneto, su principal Némesis. Ellos, capaces de ser compañeros a pesar de las diferencias siempre latentes, serán como el zorro y el sabueso: enemigos por antonomasia. Si bien el cine ha sido utilizado varias veces para reinterpretar los hechos, la ambientación durante los años ‘60 en plena crisis entre Estados Unidos y la Unión Soviética no es mero abuso de las situaciones, sino un pretexto para desarrollar una trama que también remite al propio mundo de las viñetas. Así como el cómic Spiderman 11 de septiembre mostraba a superhéroes y villanos colaborando luego del atentado contra las Torres Gemelas mientras El Hombre Araña reflexionaba sobre las consecuencias del ataque de una forma mucho más madura de lo esperable para este tipo de propuestas, el film pone en evidencia cómo los primeros X men fueron los responsables de evitar el conflicto bélico entre las dos potencias. Puede sonar bastante propagandístico pero lo cierto es que por sobre todas las cosas, la película respeta. A los bandos incluidos, y al espectador. Porque el film se presenta como un entretenimiento, y vaya si lo es, pero sin abusar del contexto sociohistórico que toca (y que, casualidad o no, fue el mismo en el que surgió originalmente el cómic). Con un elenco que cumple con creces su labor (se destacan Kevin Bacon y Michael Fassbender) el proyecto mostraba todo un desafío para James McAvoy (Expiación, deseo y pecado, Se busca, El último rey de Escocia). Con los suficientes antecedentes, el actor tuvo el reto de ponerle cuerpo a un personaje que históricamente presentó rasgos fisicos distintos. De todas formas, y a pesar de no ser calvo ni estar en silla de ruedas, McAvoy es Charles Xavier… todo un logro. La inclusión de Bryan Singer (director de las dos primeras partes de la trilogía original) como productor es otro de los puntos fuertes. Inmerso en el mundo creado por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 desde hace años, el cineasta conoce y domina a los personajes, cuestión que se nota desde la butaca. El error geográfico de confundir a Villa Gesell con Villa General Belgrano en el momento de la película que transcurre en la Argentina, se convierte a estas alturas (y luego de lo mucho que se ha dicho al respecto) en una mera anécdota, más que en un pasaje condenable. Al igual que las frases usadas por el joven Xavier a la hora de conquistar chicas, esta quinta adaptación de los Hombres X es parte de esos latiguillos que tiene el cine masivo para atraer la mayor cantidad de público a las salas. Sin embargo, y continuando con la metáfora, ésta es una de las tantas oportunidades en que la repetición de ideas termina por divertirnos, dejarnos una placentera sensación y finalmente, convertirse en una considerable propuesta.
Somos los piratas Nunca fui un amante de la saga Piratas del Caribe. De hecho, siempre me costó bastante recordar las tramas de cada una de sus partes por separado. De todas maneras, es meritorio reconocer que la franquicia construida por Disney y Jerry Bruckheimer puede sostenerse como un buen entretenimiento familiar. Vale aquí la comparación –entonces- con la saga que despertó la imaginación y el entusiasmo de mi generación: Indiana Jones. Pero claro, ni Gore Verbinsky (responsable de las tres primeras partes, que no aceptó este nuevo capítulo para realizar la animada Fargo) ni Rob Marshall tienen la capacidad narrativa para títulos masivos de Steven Spielberg. De todas maneras, no será equivocado admitir que buena parte de aquello que hizo popular a estos piratas versión siglo XXI sigue presente: con menos entusiasmo, con menos inteligencia, pero con la misma intensión. Luego de un rápido escape de la corona británica, el Capitán Jack Sparrow se reencontrará con un viejo amor (Penélope Cruz, la principal pero poco convincente novedad en el reparto) que lo convencerá para ir en busca de la fuente de la juventud. Por supuesto, no serán los únicos con intenciones de obtener la vida eterna. Las intervenciones de Geoffrey Rush e Ian McShane como los villanos de turno ayudan a la trama. Y a pesar del cambio de dirección, todo está servido para que Johnny Deep reviente en la taquilla con uno de sus personajes más celebrados de los últimos años. Alguna vez Deep dijo que interpretaría al Capitán Sparrow las veces que le sea posible. Pero ni siquiera él resulta tan gracioso. Sin el evidente factor sorpresa que quita una cuarta parte, Piratas del Caribe: Navegando en aguas misteriosas es un film parejo, profesional, pero sin ningún atrevimiento o libertad creativa. Es cierto que el talento de Marshall (responsable de musicales como Nine o Chicago) para “coreografiar” las escenas de acción hacen de este un producto más eficaz, aunque muestre falencias en otros momentos. Con una interesante mirada sobre la colonización europea, que lejos busca ser autorreflexiva sobre la ocupación norteamericana en Medio Oriente, el film ofrece una última hora mucho más atractiva en su conjunto. De todas maneras, la cuarta parte de Piratas del Caribe propone lo que de ella se espera, sin ningún agregado adicional. Diversión, aventuras y acción, para una saga que (muy a pesar de lo que diga la escena que llega después de los créditos) empieza a mostrar signos de agotamiento, aún con el éxito comercial asegurado.
Elige tu propia aventura Luego del éxito que significó El hombre de al lado para la dupla conformada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, su vuelta a la pantalla grande tomaba nuevas dimensiones. Consagrados a nivel masivo (todavía no popular), el ambicioso proyecto que significaba Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo generaba una curiosa expectativa. Sin embargo, de aquella premisa original de un hombre (rutinario, aburrido: un antihéroe) que recibe la oferta de volver a vivir los diez años de su vida que escoja a cambio de un millón de dólares por un misterioso español (Eusebio Poncela) cuyos poderes se deben a una inmortalidad provocada por la caída de no uno, sino dos rayos en su cuerpo, poco se aprecia en la pantalla. La idea, lejos de ser original, invita a la reflexión a partir de las decisiones -siempre discutibles- de Ernesto (un impecable Emilio Disi), quien bajo la excusa de buscar cigarros a la vuelta de la esquina, emprenderá un viaje de una década que significarán cinco minutos en su vida real. Lo más interesante sin duda, se desprende de la lectura socio política que la dupla Cohn-Duprat hace de la historia reciente no sólo de nuestro país, sino también del mundo. Así, primero buscará el perdón de su madre muerta, intentará dar aviso a las autoridades del atentado a las Torres Gemelas, plagiará Imagine de John Lennon (como un joven de los ’70 que encarna Darío Lopilato) y otros menesteres que aquí no vale la pena develar. Con la premisa planteada, el relato adquiere un tono sombrío, obscuro, casi opresivo, del cual le resulta demasiado difícil salir, aún cuando se trata de una comedia negra. El aporte principal para semejante contradicción se congenia sin dudas con la aparición de Alberto Laiseca, narrador omnisciente de toda la historia, uno de los guionistas del film y autor del cuento inédito en el que está basado la película. Responsables del ya clásico experimento para la pantalla chica que fue “Televisión abierta” los realizadores mantienen esa relectura de lo real que fue motor de El artista (2008) primero, y El hombre de al lado (2010) después, para entregar un trabajo crítico y audaz, pero maniqueo y opaco a la vez. Las miserias del hombre, las imposiciones de un destino que ya está escrito y la fantasía de un futuro (o pasado) mejor, conforman la cara más atractiva de Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo, un relato mágico que con más intenciones que resultados, transcurre sin demasiada relevancia, tal y como sucede con la vida de su propio protagonista.
Martillazos y toque de autor Si bien lo que se espera de un “tanque” como Thor es un gran despliegue visual y una historia que por lo menos sea acorde a los más de 40 años que lleva el personaje siendo editado, hay que decir que el nuevo filme de Kenneth Branagh es bastante más que eso. Con un declarado fanático del héroe de Marvel como realizador, la principal fortaleza del filme radica en su cada vez más novedosa forma de vincular los diversos mundos que conforman los superhombres de Marvel (y que se unirán en la ya esperada versión de “Los Vengadores” que hace unos días comenzó a filmar Joss Whedon) con los conflictos principales de cada personaje. Porque mucho se ha dicho sobre lo shakesperiano que puede significar la relación familiar entre el “Padre de todo” Odín (Anthony Hopkins) y sus dos hijos: el heredero al trono, Thor (Chris Hemsworth, toda una revelación) y Loki (Tom Hiddleston), ambicioso por tomar el lugar de su hermano. Luego de desobedecer a su padre, Thor será desterrado de Asgard y enviado a la Tierra, donde conocerá a un grupo de científicos entre los que se encuentra Jane Foster (Natalie Portman) que intentará ayudarlo a regresar a su tierra natal. Si bien la cinta intenta mezclar tonos cómicos con dramáticos, los momentos más logrados se encuentran en esa constante familiar que sirve como motor para el héroe. Precisamente en esos instantes es donde se ve la mano eficaz y la experiencia de Branagh, que ya adaptó obras clásicas como Carlos V, Hamlet y La Flauta mágica. Allí donde Michel Gondry fracasó con su versión de El avispón verde, el director irlandés logró imponer su identidad en un género que se jacta de no necesitarlo. Aún cuando la reunión de Los Vengadores viene siendo mencionada desde la primera película de Iron Man, tal vez sea Thor quien verdaderamente muestre esa amalgama de mundos, tan característico del universo Marvel (consultar entre otros, los cómics Civil War o House of M). Sea tal vez por vez primera que, a diferencia de lo planteado en otras adaptaciones, haya aquí una similitud entre las películas estrenadas y venideras (con su supuesto gran climax a mediados de 2012) para lograr la mayor concordancia posible con las obras originales. ¿Fidelidad o estrategia comercial? Esa es otra discusión. Con la presentación de personajes como fin principal, Thor es una cinta que no defrauda. Branagh demuestra su capacidad como realizador mientras ofrece una visión del dios nórdico que resulta sorprendentemente personal, teniendo en cuenta las presiones que suelen ejercer los productores en un proyecto de semejante envergadura. Si bien existen puntos negativos (la relación entre la pareja protagonista no está demasiado trabajada), este título logra primero mostrar que tomando las cosas en serio, Hollywood puede ofrecer cine de calidad. Segundo, el poder sacar por fin a la luz a uno de los personajes más atractivos de la factoría creada por Stan Lee, destinado al olvido durante demasiado tiempo.
Algo habrán hecho No llama la atención que en un momento revisionista como pretende ser este Bicentenario argentino, llegue a las salas una nueva película que narre la cruzada liderada por el general San Martín a través de la Cordillera de Los Andes, cuyo fin encuentra en la sangrienta Batalla de Chacabuco de 1817. Revolución - El cruce de Los Andes bien podría ser considerada el cierre de la “trilogía” que conforman Che, un hombre solo de Tristán Bauer y Belgrano, de Juan José Campanella, en donde el punto de vista no pasa por la idealización de la figura de prócer, sino al contrario, por la humanización de hombres “marcados por la historia” tal y como dirá el propio San Martín, encarnado por un correcto Rodrigo de la Serna en el film. Dirigida por el debutante Leandro Ipiña, la película cuenta con un importante apoyo de la Televisión Pública y el gobierno oficial. En este sentido, sorprende que la figura sanmartiniana inserta en el seno popular nacional (recordar El gen argentino, programa televisivo que definía al prócer como modelo social) se deje de lado, para resaltar los problemas y las dudas que cargaba. A no confundirse; la estampa de héroe sigue pululando por buena parte de la película, pero también existe una desestructuración de su imagen intocable. San Martín gritará, sufrirá, insultará y hasta vacilará respecto a su propia capacidad bélica. A cambio, se lo mostrará como un gran estratega y un valiente hombre entregado al cuerpo de infantería a su cargo. A diferencia de El santo de la espada (tal vez la única mancha en la gran carrera del enorme director argentino Leopoldo Torre Nilson), la figura de Remedios de Escalada estará prácticamente ausente, por lo que la historia pondrá énfasis en la relación que el general tenga con Manuel de Corvalán, un joven de 16 años devenido en su secretario personal. Si bien Revolución… cuenta con algunos altibajos en su historia (pasajes ampulosos, diálogos poco convincentes y actuaciones desparejas) el acabado técnico de la película termina ofreciendo un más que digno trabajo. Filmada mayoritariamente en San Juan, la fotografía de Javier Juliá y la dirección de arte de Sergio Rud fortalecen con creces los puntos más débiles de su guión, incluyendo las escenas de combate que se desarrollan con una sorprendente agudeza narrativa. Vale la pena aclararlo. Si bien Revolución… no será una película fundamental en la filmografía nacional, sí permitirá una mirada menos convencional del prócer. Si sumamos también que puede ser potencialmente una excusa para que las generaciones más jóvenes busquen una relectura sobre la historia de nuestro país, entonces ya estamos hablando de un film cuyo contenido es bastante más valioso. Eso también es algo a su favor.
El peor Nicolás Cage y una película igual a varias Antes de hablar del film, parece pertinente referirse al vaivén que significa la carrera de Nicolás Cage, uno de los actores más contradictorios que ha tenido Hollywood en mucho tiempo. Porque hay que decirlo, cuando trabaja con buenos directores, realmente presenta personajes logrados; sin embargo otras tantas veces, su rostro es incapaz de transmitir sensación alguna. Cage estuvo en proyectos muy interesantes: Educando a Arizona (de Joel y Ethan Coen), Corazón salvaje (de David Lynch), Adiós a las Vegas (de Mike Figgis) y más cerca en el tiempo, El señor de la guerra (de Yuri Orlov) y Un maldito policía en Nueva York (de Werner Herzog). Pero su CV también muestra más de una mancha: El motorista fantasma, El culto siniestro, El vidente, La mandolina del capitán Corelli y Cuenta regresiva, entre otras. Cacería de brujas, bien podría sumarse a esa lista negra. El largometraje dirigido por Dominic Sena (el mismo de 60 segundos, también protagonizado por Cage) parece ser una película que resulta de la fusión entre varios pasajes ya vistos. Porque si a la historia de los desertores de las cruzadas que se cansaron de pelear en nombre de Dios durante el apogeo del cristianismo en pleno Siglo XIV, los héroes (Cage y el gran Ron Pearlman) se ven obligados a trasladar a una joven acusada de ser una bruja, y la causante de la peste negra en buena parte de Europa. Así saldrán junto a una serie de ayudantes que intentarán llegar a destino, sanos y salvos. La mayor atracción del film pasa por el rol que juega la adolescente inculpada de hechicera (una muy convincente Claire Foy, sin dudas lo mejor del reparto) y las pistas que de a poco devela la trama. Sin embargo, mientras se desarrolla la historia, el espectador intenta adivinar qué misterios esconde la prisionera, mediante situaciones que fueron explotadas tantas veces, que terminan por fustigar el interés que puede proponer inicialmente. Así, el ya típico viaje de un punto a otro se verá truncado no sólo por varios obstáculos, sino también por pretendidas sorpresas que se reparten entre aventura, magia, suspenso y terror. Hay que decirlo; la película ni siquiera es entretenida, y sobre todo en el final, ofrece un despliegue visual poco convincente. Con claras intenciones de demostrar la ingenuidad humana sobre la religión y las creencias divinas, el guión del ignoto Bragi Schut parece por momentos ridículo. A poco más de dos años de anunciar que Nicolas Cage pasa por un difícil momento económico (presentó la bancarrota y tuvo que vender varias de sus mansiones), no suena ilógico encontrarlo tan seguido en la cartelera -en menos de ocho meses protagonizó El aprendiz de burjo, Furia al volante 3D y el film que nos compete-. En resumen, la falta de interés en la historia, la poca credibilidad de sus escenas y una escasez de inteligencia para resolver su monocromático guión, hacen de Cacería de brujas un film que, de no ser por la propia aparición de Cage, hubiese tenido destino directo a DVD.
Balas por cabezas Esa parece ser la premisa principal de Invasión del mundo. Batalla - Los Ángeles. Ofrecer un relato plagado de disparos, secuencias grandilocuentes y puro efecto generado por computadora, a cambio de dar una inmensa publicidad sobre la importancia de formar parte del ejército norteamericano. Vale decirlo, la película cuenta con secuencias realmente logradas y un impecable trabajo técnico a cargo del equipo que encabeza el director sudafricano Jonathan Liebesman (responsable de La masacre de Texas: El inicio). Aunque eso es lo único que ofrece. La historia muestra al sargento Michael Nantz (Aaron Eckhart) como un marine dispuesto a retirarse tras 20 años de servicio, que incluyen un trágico hecho del cual fue el único sobreviviente y, para algunos, responsable. Poco después de recibir la notificación de su baja, una serie de naves comienzan a aterrizar en distintos puntos del planeta con intención de conquistarlo. Allí es donde Nantz deberá realizar una última misión, que también sirva para redimirlo de las culpas que carga. Entre la enorme cantidad de títulos sobre el advenimiento alienígena que existen, Invasión del mundo. Batalla - Los Ángeles realmente brinda poco. De hecho, su estructura narrativa, un montaje híper estimulante (por momentos confuso) y el manejo de la cámara, recuerda más a cintas bélicas que a otros títulos de ciencia ficción pura. Para colmo de males, el guión de Christopher Bertolini no deja de lado ningún estereotipo: el sargento con un pasado cargado de culpas, los soldados que dejan a sus mujeres embarazadas por luchar contra la amenaza en cuestión, el inmigrante que pierde la vida tras un acto heroico, y hasta un personaje que se inmola para salvar al resto. Con una primera parte mucho más interesante por su formalidad técnica, Invasión del mundo. Batalla - Los Ángeles tomará caminos de supuesto drama, como una ridícula bandera del moralismo con mensaje subliminal –o no tanto- de los poderes sociales más importantes de Estados Unidos. Queda dicho. Si en décadas atrás las constantes intimidaciones europeas servían al Tío Sam para promover un mensaje pro-belicoso, hoy los malos vienen de otro planeta. Sin pensar demasiado en el entretenimiento banal que puede resultar la película, sí resulta más fácil asimilar la idea del “join the army” para honrar a la patria. En fin, la oportunidad de mostrar un par de balas para sumar algunas cabezas.