Una película que es necesaria y fallida La moda de la industria cinematográfica hoy es ceñirse a adaptaciones para llevar a la pantalla grande historias que ya tienen fama o éxito comprobado en otra estructura, plataforma o en la misma, como es el caso de las “remakes”. Y en el área local la frecuencia es similar, por lo que la adaptación de la novela “Cordelia”, best seller de Florencia Etcheves, llega al cine hoy como “Perdida”, con dirección de Alejandro Montiel. Hoy, el movimiento feminista creció exponencialmente, y las marchas contra la violencia machista y los femicidios son cada vez más frecuentes, como una manera de gritar “basta”, la película, y el debate o la reflexión consiguiente, llegará a muchas personas. “Pipa” ( Luisana Lopilato) es una agente policial que se dedica pasionalmente a rescatar chicas secuestradas para la redes de trata, algo que sus compañeros creen loable, pero peligroso. La forma de actuar de Pipa se debe a la obsesión con encontrar a Cordelia, su amiga de la adolescencia, quien desapareció en San Martín de Los Andes hace 14 años. Cuando la madre de la joven desaparecida le pide su ayuda para encontrar el cuerpo y poder enterrarlo, la agente se dedicará nuevamente a ello a tiempo completo, pero varias pistas la conectarán con una proxeneta española (Amaia Salamanca). Si bien sus intenciones desde el suspenso y el drama son buenas, con personajes complejos y descriptos sin prejuicios, el filme se ata demasiado a la narrativa de la investigación y ahí falla. Se supo que existía un corte mucho más largo que el que llega a las salas y, víctima de la edición comercial, probablemente se hayan perdido escenas que justificaban el proceso, que en el resultado final termina siendo insustancial. Como ejemplo, el punto de quiebre, cuando la historia cambia en su punto más alto por un suceso, pasa completamente inadvertido, algo imperdonable en el género en el que se sumerge el largometraje. Es destacable por demás la actuación de Luisana, quien hasta el momento, en tantos años de carrera, jamás se había mostrado de esta manera, comprometida incluso físicamente con el rol (los cambios de postura y gestuales son muy logrados en ella).
Otra de “La Roca” salvando al mundo Dwayne Johnson es el arquetipo del hombre fornido, valiente, pero sensible y simpático a la vez. De alguna manera, más allá de sus cualidades artísticas y su predilección por películas de acción sin demasiado espíritu, se ha ganado el corazón de muchos. Como si fuese un muñeco articulado de casi dos metros, “La Roca”, pasó de ser un ídolo de la lucha libre a uno de los personajes más adorados a fuerza de papeles en los que expone de diferentes formas su gran musculatura y ¿hombría? Ya sea como un héroe de acción o como un hada madrina, en exageración de las formas, en clave de aventuras o comedia, es de los actores más populares alrededor del mundo, dentro y fuera del universo cinéfilo. Es por eso que en este filme, en el que la premisa era liberar en una ciudad a un lobo, un gorila y un cocodrilo modificados genéticamente e inmensos, para que Johnson en el rol de un primatólogo ayude a salvar el día, termina resultando simpático más por los clichés de los que se vale, que por el guión y la narrativa de la producción. La película fue dirigida por Brad Peyton, quien también dirigió a Johnson en “La falla de San Andrés”, una película olvidable pero que de tan típica y predecible puede ser considerada un clásico del consumo irónico. El título de estreno mantiene algunas características similares a la de aquella otra experiencia -es necesario considerarlo “experiencia” como una generalidad más que una obra cinematográfica- porque básicamente, no intenta ser más que otra pieza de cine catástrofe, pero en esta ocasión con animales gigantes y peligrosos con uso exagerado pero necesario de CGI. “Rampage: Devastación” es entonces, una película pochoclera, con básicos gags al estilo La Roca, de esos en los que el actor queda “cool” mientras mira al infinito en pose, y que tampoco intenta ser otra cosa. Obviamente, gracias al carisma de Johnson termina siendo más agradable de lo que sería con otro actor a la cabeza, porque todos sabemos que el hombre genera más fanatismo como “estrella de rock” que como un actor.
El sonido que puede matarte La película, protagonizada, escrita y dirigida por John Krasinski, trata sobre una familia que debe vivir sin emitir sonido para esquivar una terrible amenaza. "¡Es el sonido!”, está escrito en un viejo diario tirado en la calle. Una familia sale de un local abandonado, en un pueblo abandonado, luego de que el padre le quitara las pilas a un juguete que había encontrado su hijo menor. Todo es con señas, todos caminan descalzos, y procuran no generar ningún tipo de ruido. No bien comienza el filme, se mete al espectador en ese ambiente, tan pesadamente silencioso, tenso al extremo, tanto que nadie querrá emitir sonido ni siquiera para comer el pochoclo o tomar la gaseosa comprada para disfrutar de la película. “Un lugar en silencio” comienza a más de 80 días de que haya empezado todo. ¿Qué fue lo que comenzó?, aún no es tiempo de que la narrativa lo revele, aunque los ojos y los oídos se irán abriendo para intentar dilucidar a qué hay que temerle. Lee (John Krasinski) junto a Evelyn (Emily Blunt) tratan de mantener a salvo a sus hijos Marcus (Noah Jupe), Regan (Millicent Simmonds) y Beau (Cade Woodward), aunque claro, vivir sin emitir sonidos puede ser tan estresante como imposible. La amenaza no es una paranoia, sino que tiene forma y es verdaderamente peligrosa, por lo que la familia vive aislada de todo y debe aprender a sobrevivir en un mundo post apocalíptico. La inquietud va in crescendo, pues cada cosa que hagan, con la más mínima falla, puede derivar en terribles consecuencias. Krasinski, más conocido por su faceta humorística (fue uno de los protagonistas de la versión norteamericana de “The Office”), no sólo se destaca en esta película “muda” como protagonista, sino que también debutó como director y fue uno de los guionistas, por lo que su visión del cine de género en particular, y del cine en general, debe ser valorada porque puede ser una revelación. Si bien se acerca al terror en toda su estructura, existe un halo que tiene que ver más con el suspenso y estéticamente se acerca más al drama, pues también se destacan conflictos familiares y una tragedia que los llevó a permanecer distantes y con un clima de desesperanza hasta los días en los que se narra.
Spielberg y un futuro nostálgico "Ready player one" está basada en una novela futurista situada en el año 2045, en un mundo de desesperanza y extrema pobreza. La única felicidad que pueden conseguir es a través de un juego de realidad virtual. Steven Spielberg es uno de los cineastas más importantes de nuestro tiempo. Con plena ciencia ficción o los dramas más realistas, sabe enamorar con su forma de narrar. Desde hace varios filmes, había escapado a la temática más “juvenil” que lo hizo famoso con películas como “Indiana Jones”, “E.T”, “Jurassic Park” o “Tiburón”, y comenzó a identificarse con títulos como “Puente de espías”, o la reciente “The post”, aclamada por la crítica. Sin embargo, Spielberg sabe cuáles son sus raíces, siendo uno de los grandes realizadores de la “cultura pop”, y por eso era quizás el único director capaz de llevar adelante la adaptación de la novela “Ready player one”, una obra futurista, pero que respira nostalgia. La historia se sitúa en el año 2045, un mundo de desesperanza y extrema pobreza en el que la única felicidad que todos pueden conseguir es a través de “Oasis”, un juego de realidad virtual. Desde los más pequeños hasta los más longevos viven diferentes fantasías, siendo quien quieren ser, en incontables universos. Pero todo cambia cuando James Halliday (Mark Rylance), el creador del juego, muere y lanza un mensaje a todos los que viven para su “Oasis”: allí hay un tesoro escondido conocido como “Huevo de Pascua”, que le otorgará a quien lo encuentre el completo poder del juego, la empresa y todo su dinero. Para conseguir el premio, hay que estudiar muy bien la historia del diseñador, que estaba obsesionado con la década del 80. La historia la cuenta Wade (Tye Sheridan), un huérfano apasionado por “Oasis” que es el primero en conseguir la primera llave y, gracias a la ayuda de una inesperada aliada Art3mis (Olivia Cooke) y otros amigos, se encamina para llegar al premio mayor. La magia de Spielberg surge gracias a su capacidad de crear universos de arte digital y efectos de CGI (Imágenes creadas por computadora), y administrar ese revival sin que caiga “pesado” a nuestros ojos. Un filme de aventuras y 100% entretenimiento, que podría obviar la moraleja final, pero que no modifica nada el recorrido de placer nostálgico de más de dos horas.
Una actriz en la temible espera En La reina del miedo, la fobia, el pánico, la soledad y la inseguridad se hacen carne en Robertina, una actriz de renombre interpretada por Valeria Bertuccelli. Al borde. A punto de. Siempre por llegar. Esa ansiedad que se transforma en crónica, que no abandona y se transforma en parte de la personalidad. Muchos actores, tímidos en exceso o que padecen temores infundados, salen al mundo -o a escena- para combatir de alguna manera ese sentimiento. Fobia o pánico, necesidad, soledad, inseguridad, se hacen carne en Robertina (Valeria Bertuccelli), conocida por todos en el país como Tina. Ella es una actriz de renombre, que está a punto de estrenar su obra teatral unipersonal, que también dirige. Pero algo la paraliza. Siempre. En la escena inicial, ella se despierta por un corte de luz en su enorme casa, recientemente abandonada por su marido. La interrupción del servicio la hace padecer un temor inmanejable y decide llamar a la empresa de seguridad para calmarse. El límite de la normalidad lo traza su incapacidad de trabajar en su proyecto artístico, pues siempre tiene alguna excusa para faltar a los ensayos, incluso cuando ya está en el teatro y todos están esperando sus directivas. Y todo tiene su punto límite cuando decide viajar, sin valija, a Copenhagüe, para ver a un amigo que necesita de su ayuda. En donde nadie la conoce, al lado de gente que la quiere, y ya sin responsabilidades, ella puede ser como es, y esto le da perspectiva. Si bien en “La reina del miedo” todo corre en cuenta regresiva por el pronto estreno de la obra, el tema es más descriptivo que narrativo y por ello su espíritu es indie. La idea desde la dirección es crear un retrato de esta mujer que padece el miedo como una enfermedad de la que siempre quiere escapar, pero si lo logra es por poco tiempo. El trabajo de Valeria delante de cámara es exquisito, sutil pero extremo a la vez. Ella también fue la guionista y una de las encargadas de sacar adelante el filme porque es quien lo dirigió junto a Fabiana Tiscornia. En la búsqueda del mejor contexto posible para armar el cuadro general, se destaca la música de Vicentico (sobre el final con un sonido imponente simil ópera/épica) y los colores tenues y blancos que acompañan la vida de la protagonista, que juegan un papel importante juntamente con la ambientación climatológica (otoño, frío, y tormenta en sus peores momentos, sol y verano en los mejores).
El regreso de una "supermujer" El regreso de "Tomb Raider", dirigida por Roar Uthaug, relata las aventuras de Lara Croft, interpretado por la sueca Alicia Vikander. Sin embargo, el filme comienza con algunas diferencias respecto de la historia de 2001. Finalmente llega el reinicio de “Tomb Raider”, con las aventuras de Lara Croft, una de las heroínas más importantes de la pantalla grande. A 17 años del estreno del filme que dio inicio a la saga, basado en el videojuego de mismo nombre, el director noruego Roar Uthaug está a cargo de la aventura con el protagónico de Alicia Vikander. El filme comienza con algunas diferencias sustanciales respecto de la historia de 2001. Cuando Angelina Jolie interpretaba a Lara, se trataba de una millonaria con todos los recursos necesarios para vivir sus aventuras, con armas y tecnología de última generación (para la época). Sin embargo, aquí, vemos a Lara (Vikander) más joven, y sin una libra, sobreviviendo en Londres como una mensajera con habilidades para la acción y la pelea, pero a la que nunca le salen bien las cosas. Su pobreza se debe a no querer firmar el acta de defunción de su padre, millonario empresario que está desaparecido desde hace años. Sin ese consentimiento, los bienes de los Croft quedaron congelados, hasta que ella se dispone a aceptar que su padre no volverá, pero a último momento, literalmente a segundos de finalizar con ese “trámite”, le dan un regalo que cambia todo: de repente conoce el hobby secreto de su padre y lo que lo llevó a viajar a un lugar desconocido, lo que renueva su esperanza y hará que se embarque en una aventura que dará luz a la Lara que todos queremos ver. La primera parte del filme obliga a que redescubramos a Lara Croft. En peleas, carreras y hasta intentos de robo, nos enteramos de que es voluntariosa, sagaz, pero parece condenada a perder. En la segunda mitad hay un brusco cambio y empiezan a percibirse las cualidades heroicas de la protagonista, con algunas secuencias clásicas del videojuego que generó la franquicia. De todos modos, la película recae en recursos básicos de los productos del género, y termina en un limbo de falta de ideas y un guión tosco. Clásico caso de buenas intenciones con malos resultados, algo que, con la infraestructura de “tanque”, es difícil de salvar al comentar el largometraje. Por otro lado, la película puede sacar ventaja de la coyuntura: una mujer de acción como única protagonista, y llevando a cabo sus ideas contra los que le dicen lo que no puede hacer -sin refuerzo romántico para crear una subtrama-, en un mundo en el que las mujeres piden más igualdad de oportunidades, es esperanzador. ¿Es la película que esperamos para que levante alguna bandera? Claramente no, pero sí es necesario mantener ese rumbo.
Historia tan real como el dolor La película está basada en la historia de Tanya Harding, una de las patinadoras más talentosas cuya carrera quedó arruinada luego de ser acusada de golpear a su contrincante en las rodillas durante los Juegos Olímpicos. ¿Qué sucede cuando el talento y el trabajo no son suficientes? Eso parece preguntarse “Yo soy Tonya”, filme protagonizado por Margot Robbie, que cuenta la vida de Tonya Harding, la patinadora más odiada de todos los tiempos. La película es una suerte de indulto para la deportista, acusada de haber planeado el golpe que rompió la rodilla de su adversaria. En la historia real en la que está basada la película, Tonya siempre alegó ser inocente, pero el juez a cargo de su caso, y la opinión pública, pensaron todo lo contrario. El largometraje narra la historia de la patinadora desde sus cuatro años, cuando su madre (Allison Janney, ganadora del Oscar como actriz de reparto por esta actuación) decide llevarla con una profesora de patinaje, por las visibles cualidades de la pequeña. Desde ese momento, veremos su exigencia para patinar y su horrible infancia y adolescencia, con una madre que quería verla triunfar y no le preocupaba lastimar a su hija en el camino al éxito. Tanto sufrimiento, se fundió en un temperamento fuerte dentro de Tonya, por lo que no temía enfrentarse a los jueces cuando recibía una mala puntuación en las competencias. “No se trata solo de lo buena que seas, no representas a la familia de Estados Unidos”, le dijo una vez un jurado. La respuesta, para ella, era obvia. Tonya no podría representar eso bello que el patinaje artístico quiere, porque nunca lo había tenido. Por ello es que la función del filme parece ser “absolver” de culpa y cargo de todo lo que pudo haber hecho. La pobre niña golpeada por su madre y por la vida, que no tuvo la suerte de otras y tenía que coser su propio vestuario de competición, se casó con un tipo, también abusador, que aún con sus pocas luces habría planeado el golpe. En ese mundo, en esa narración tan detallada, se escondería la verdad de todo lo sucedido. Más allá de lo descriptivo, el relato, estructurado como un falso documental en el que además de las escenas vemos “entrevistas” a los personajes. Y todo apunta al episodio por el que Tonya se convirtió en villana. Dramática pero cómica, exacerbada pero increíblemente real, “Yo soy Tonya” varía entre los extremos para sorprender, y al mismo tiempo logran destacarse las actuaciones de Robbie y Janney -justamente premiada-, por lo que termina siendo una película para adorar a las actrices.
Una adolescente en su mejor versión El film, uno de los favoritos para los Oscar, trata sobre el crecimiento de una joven adolescente. La historia está narrada con una capacidad descriptiva abrumadora y se trata de una película de carácter y espíritu. ¿Cuál es la mejor versión de uno? ¿La que esperan otros, la sociedad, la familia? O, al contrario, la que no tiene nada que ver con la visión externa, la que es más auténtica? Sobre eso hablan Christine (Saoirse Ronan) y su madre Marion (Laurie Metcalf), mientras la hija se prueba un vestido para su fiesta de graduación, en “Lady Bird”. En un esfuerzo por entenderse mutuamente, la relación de la madre y la hija es tirante, así como la de Christine con el amor y la amistad. Típico de la adolescencia quizás, pero narrada con una capacidad descriptiva abrumadora por parte de la directora Greta Gerwig. Christine, adolescente harta de su vida rudimentaria en Sacramento, decidió cambiarse el nombre a Lady Bird. La referencia al vuelo (“bird” en inglés significa pájaro) es un tanto obvia pero, conociendo un poco a la protagonista, la elección es más que lógica. En la primera escena vemos a la madre discutir con su hija, mientras viajan en un auto, sobre a qué universidad irá, porque “Lady Bird” quiere ir “donde está la cultura” y la madre le dice que debe ser más realista. Tras un intercambio de palabras, la joven abre la puerta del vehículo y se tira. Quiere escapar del estrés, quiere hacer su vida sin que opinen sobre su futuro, y toma decisiones drásticas todo el tiempo. El filme es parte de uno de los subgéneros del cine independiente que está “de moda”, del llamado “coming of age”, en el que uno o más protagonistas tienen un crecimiento dentro del periodo en el que se cuenta la historia. En el camino, nos encontramos con ricos personajes que son parte de la vida de Lady Bird, como su padre, el más conciliador de todos; su madre, con la que mantiene un vínculo amor/odio constante; y su hermano, casi un extra. También están aquellos más efímeros: un primer novio sensible y otro frívolo, una amiga con la que puede ser tal cual es y otra con la que tiene que aparentar. En medio de esas contradicciones entre el ser y parecer, va forjándose la personalidad de la pelirroja. Nominada en los Oscar de este domingo como Mejor película, Mejor dirección, Mejor guión original, Mejor actriz (Ronan) y Mejor actriz de reparto (Metcalf), el largometraje de Gerwig tiene varios fuertes para hacerles frente a las otras titánicas producciones desde su génesis indie. Pero más allá de los premios, estamos ante una película de carácter y espíritu, de esas que siempre faltan en la industria.
Amor bajo la superficie El film cuenta la historia de una mujer muda y solitaria que conoce a una criatura marina con forma humana, pero aspecto aterrador. "Incapaz de percibir tu forma, te encuentro siempre a mi alrededor. Tu presencia llena mis ojos con tu amor, hace más humilde mi corazón. Estás en todas partes". El amor inocente que dibujó en “La forma del agua” Guillermo del Toro es así, una paisaje completo que te rodea, que no tiene palabras porque no las necesita. El cineasta, gran ganador de los Globos de Oro, y nominado a 13 premios Oscar, vuelve con una historia de monstruos que son humanos y humanos que son monstruos. Su especialidad es demostrar que el terror no está en donde suponemos que estará, y que del otro lado los sentimientos más puros pueden venir de los lugares en los que creemos que no existen. Dicho de otra forma, Del Toro exagera, rebalsa para probar un punto necesario, y lo hace a través de 120 minutos. Primero conocemos a Eliza (Sally Hawkins), una mujer muda, solitaria, que trabaja haciendo la limpieza en un buró militar en el que se realizan experimentos en 1963 (tiempos de Guerra Fría). Conocemos su rutina íntima (otro logro de la narrativa es mostrar de forma natural su sexualidad, en ese contexto) y, con detalle coreográfico, nos interesamos sobre sus gustos y costumbres, vemos cara a cara a Giles (Richard Jenkins), el narrador de la historia y uno de sus pocos amigos. En su trabajo también cuenta con una aliada, su compañera Zelda (Octavia Spencer), quien le hace más llevaderos sus días. Es imposible no empatizar con Eliza. En el laboratorio que le toca limpiar, conoce a una criatura marina (Doug Jones) con forma humana pero aspecto aterrador. En la soledad inmensa que siente, la joven posee mucha comprensión, por lo cual comienza a entretejer un vínculo a través de señas y música. Del otro lado, Strikland (Michael Shannon), un hombre de familia, encargado de seguridad del lugar, muestra de a poco su faceta más oscura, en contraposición a la luz que emana la relación entre Eliza y la criatura. Al enterarse de que quieren realizar pruebas con el “monstruo” que pueden llegar a matarlo, la empleada decide sacar a su amigo del lugar para esconderlo y allí seguirán materializando su vínculo, curiosamente más etéreo cuanto más se conozcan. Strikland, sin certezas, intentará descubrir quién se llevó a su conejillo de indias. Porque la forma del agua completa toda superficie, todo espacio en el que esté, moldeando y siendo contenido a la vez, el filme de Guillermo del Toro necesitaba ser completo y lo es. Su estética, sus actuaciones impecables, su guión simple, sin pretensiones pero con grandes resultados, y la historia que contiene todos estos elementos, conforman el amor sin límites, la pasión única e irrepetible que llena la pantalla en cada pulgada, en cada escena y en cada detalle. La película es favorita para los Oscar, con 13 nominaciones.
El valor real de las cosas El film, que iba a ser protagonizado por Kevin Spacey hasta que se conocieron las denuncias de acoso en su contra, narra el secuestro de uno de los nietos de un magnate. ¿Qué precio tiene el dinero? ¿Es un papel para conseguir bienes, o es algo más que una cifra? Para algunos, significa poder, es una cuantificación de supremacía. Así lo pinta Ridley Scott, director de “Todo el dinero del mundo”. La historia, con un guión simple, se basa en el secuestro de uno de los nietos del magnate y empresario de petróleo Jean Paul Getty. La narrativa va al punto de cuando el adolescente rebelde (Charlie Plummer), llamado igual que su abuelo, es secuestrado y muestra la desesperación de su madre (Michelle Williams) por recuperarlo. Por ello, acude a su ex suegro, pero a pesar de contar con los 17 millones de dólares que le exigían para liberar al joven, Getty (Christopher Plummer) acusa que “si pago un centavo ahora, tendré 14 nietos secuestrados mañana”. El tironeo por pagar o no y la búsqueda del joven a cargo del mediador Fletcher Chase (Mark Wahlberg) llevan la película del drama al policial. Pero lo llamativo es la manera en que se trata ese poder ejercido a través del dinero. Por un lado, parece condenar al anciano por tacaño y poco afectivo, pero en otras escenas se trata de comprender el significado que Getty les daba a sus recursos económicos, casi desde un lugar benévolo. La referencia popular que hay de “Todo el dinero del mundo” es que se trata de la película que habría protagonizado Kevin Spacey, pero a raíz de las denuncias en su contra de haber abusado de varios actores adolescentes, la producción decidió sacarlo del filme y volvieron a rodar sus escenas. Por las tomas nuevas volvió a crearse polémica porque Mark Wahlberg cobró 1,5 millones de dólares para volver a hacerlas, mientras que su compañera Michelle Williams recibió un cheque por tan sólo 1.000 dólares. Ante la ola de críticas por el machismo y la brecha salarial que existe entre actores y actrices en Hollywood, Wahlberg decidió donar lo ganado para evitar quedar en el ojo de la tormenta. En lugar de Spacey, el protagónico estuvo a cargo de Plummer, que interpretó en esta nueva versión al multimillonario Getty. Si bien está impecable en su rol, padece ante el juego mental que todos querrán hacer al ver la película, intercambiando rostros y pensando cómo lo habría hecho el otro actor. Es decir, a pesar de la buena prensa de la música, estos aspectos de detrás de cámara van en detrimento de la producción, como si se hubiesen visto mucho los hilos, y desconcentran el foco del tema principal del largometraje.