Un Burton que vale la pena "Miss Peregrine y los niños peculiares" abarca temas desde la cercanía y distancia familiar, la discriminación, la eventual categorización de héroe en personas que deben tomar decisiones como nunca han tomado en su vida y la extrema batalla entre el bien más justificado y el mal más aberrante. Jake Portman (Asa Butterfield), un joven al que le cuesta relacionarse con la crueldad de su generación y hacer amigos, tiene una relación muy especial con su abuelo Abe (Terence Stamp), quien sufre demencia. Jake creció escuchando las historias fantásticas de la infancia de su abuelo, y a pesar de que al crecer fue perdiendo la fe en la veracidad de aquellos relatos, un evento cambiará ese parecer y su vida: antes de morir en un episodio extraño, el hombre le da instrucciones a su nieto de viajar al lugar en el que se crió, un hogar a cargo de Miss Peregrine (Eva Green). Un poco por intuición y también para descubrir qué fue lo que sucedió en verdad con su abuelo, decide viajar avalado por sus padres como una suerte de duelo por el fallecimiento del ser querido. En ese lugar donde su abuelo vivió junto a los “niños peculiares” de excepcionales poderes, Jake encontrará a todo el grupo, incluida Peregrine, con vida y como si no hubiese pasado el tiempo. Pronto descubrirá que su viaje es más personal de lo que cree y deberá ayudar, tal como lo hizo su abuelo hasta el momento de su muerte, a resguardar la ubicación y las vidas de todos del acecho de Mr. Barron (Samuel L. Jackson). Con la fantasía que sólo Burton sabe retratar, la película (Basada en la novela de Ransom Riggs de mismo nombre) abarca temas desde la cercanía y distancia familiar, la discriminación, la eventual categorización de héroe en personas que deben tomar decisiones como nunca han tomado en su vida y la extrema batalla entre el bien más justificado y el mal más aberrante (los malos comen ojos de niños).
Se vino la pachanga "La última fiesta" aggiorna un género tan hollywoodense como es la comedia de aventuras y sin negar las referencias a películas como “¿Qué pasó ayer?” pone ingredientes autóctonos de nuestra cultura, gags y comentarios bien argentinos, para crear un producto interesante y sin dudas pionero en la industria nacional. "Pasame más tinto, se vino la pachanga” dice una de las canciones de "Vilma Palma & Vampiros” y una de las más “fiesteras” de nuestro país. Y qué mejor que aggiornar un género tan hollywoodense como es la comedia de aventuras y fiesta que con un símbolo de diversión nacional. Con esta canción, larga desde los créditos iniciales el filme dirigido por Nicolás Silbert y Leandro Mark, casi un golpe bajo al apelar a un catalizador de tantas noches entre amigos y predispone a pasarla bien desde el inicio. Alan (Nicolás Vázquez), Dante (Alan Sabbagh) y Pedro (Benjamín Amadeo) son tres amigos inseparables que crecieron juntos. Dante se separa de su novia el mismo fin de semana que a Alan, agente inmobiliario, le entregan una mansión para mostrar. En la noche pasa de todo y ellos se coronan como reyes de la fiesta, hasta que en la mañana posterior se dan cuenta de la ausencia de una valiosa obra de arte. Por la locura de la celebración, los tres padecen lagunas mentales sobre lo que sucedió, pero con esfuerzo se dan cuenta de que pueden encontrarla. Un grupo de música muy extraño, una fan hermosa (Eva de Dominici) que enamoró a Alan, un dealer con problemas mentales y un sicario transformarán esa búsqueda en una misión casi imposible. Sin negar las influencias y referencias a películas como “¿Qué pasó ayer?” y otras de temática similar, y parados sobre esa estructura, “La última fiesta” pone ingredientes autóctonos de nuestra cultura, gags y comentarios bien argentinos, para crear un producto interesante y sin dudas pionero en la industria nacional. Aquí no hay pretensiones más que la de hacer que el público pase un buen rato. Allí gana también con la incorporación de Martín Campa, Julián Kartun y Luciano Rosso, que vienen del nicho humorístico teatral, un acertado cameo con texto de Sebastián Presta (Préstico -“Duro de domar”), y la presencia de Graciela Pal, César Bordón y Roberto Carnaghi, que están siempre a la altura. Otro logro del largometraje es el equilibrio en el trío protagónico, que entona en forma coral una afinada armonía humorística, aunque Amadeo sobresale por correrse de todos los lugares comunes en los que con otras propuestas podría caer (cómo galán y cantante) y demuestra un gran tino para la comedia. “La última fiesta” es una de las marcas de un tiempo de cambios drásticos para el cine nacional, en un año en el que el cine de género recibió numerosas nominaciones en los Cóndor de Plata, por ejemplificar con el evento más cercano, pero en el que hace años los directores de esta -relativamente nueva- forma de hacer películas vienen trabajando para ser reconocidos de la misma forma que sus pares y no ser enjuiciados por reinterpretar influencias extranjeras.
Horizonte Profundo trata el peor accidente petrolero en la historia de Estados Unidos. El film evita el melodrama, apunta a la acción y a las historias de vida, erigiendo los héroes más allá de aquellos momentos decididos y drásticos. En 2010, la plataforma petrolífera semisumergible Deepwater Horizon explotó y once personas perdieron la vida al intentar escapar del incendio, y cinco millones de barriles de petróleo se vertieron en las aguas del Golfo de México. El hecho, considerado como el peor accidente petrolero en la historia de Estados Unidos, inspiró la película que lleva como nombre el mismo que la plataforma, en la que se valoriza la vida de aquellos empleados que quisieron prevenir, luego padecieron y ayudaron para que otros se salvaran, mientras se condena a los responsables que llevaron a estas terribles circunstancias. El jefe de mantenimiento Mike Williams (Mark Wahlberg) llega al lugar de urgencia porque hay un problema para comenzar con la extracción del petróleo. Lo acompaña el supervisor general Jimmy Harrell (Kurt Russell), quien no tarda mucho tiempo en darse cuenta de que hay una prueba de seguridad que no se realizó, puede ser muy peligroso para todos los trabajadores, y se los hace saber a sus jefes, uno de ellos Donald Vidrine (John Malkovich). Pero antes de que el procedimiento finalice, un problema de presión hace que por los caños se dispare una gran cantidad de lodo y, por la inestabilidad de las estructuras, el daño repercute en toda la plataforma y se produce un terrible incendio. Desde allí, los cientos de trabajadores y jefes correrán para salvar sus vidas. Williams y Harrell, a pesar de estar heridos producto de las explosiones, se transformarán en héroes cuando dejen de lado cualquier instinto de supervivencia para socorrer a muchos de sus pares. El gran logro del filme es la adecuada intención de correrse de los demás filmes de género "catástrofe", enfocándose en el desarrollo de los personajes principales y mostrando en varias escenas de suma importancia que la negligencia de los dueños de la plataforma fue la causante del desastre. Es decir, deja sólo el espacio del desenlace para narrar el accidente en sí. De esta manera, evita el melodrama, apunta a la acción y a las historias de vida, erigiendo los héroes más allá de aquellos momentos decididos y drásticos. Así, el director Peter Berg evita caer en los golpes bajos, pero dramatiza verazmente lo acontecido en 2010.
Tiros, líos y muy poco que ofrecer Los Siete Magníficos es la remake de una remake. El filme es chato, y tiene una historia de buenos y malos, con un guión que ni siquiera es gracioso cuando debería serlo. Sólo muertes exageradas y algo de sangre salvan al largometraje del aburrimiento extremo. En el pequeño pueblo Rose Creek, el magnate minero y matón Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard) se adueña de todo. Y lo que no puede comprar lo consigue matando y quemando. El villano más poderoso en época de villanos, un tiempo en el que la ley poco importa en un recién nacido Estados Unidos posterior a la Guerra Civil. Es el Lejano Oeste, y se aprovechan las ventajas que da la ausencia de justicia para obtener todo. Tras matar a varios hombres que ni siquiera conocen las armas e incendiar una iglesia para obligar al resto del pueblo a regalarle sus tierras, una mujer (Haley Bennett) sale con su hermano (Matt Bomer) en busca de ayuda. En un paraje se encuentra con Chisolm (Denzel Washington), un cazarrecompensas y oficial de policía experto en manejo de armas y violencia. "Esto es todo lo que tenemos", le dice la mujer llamando la atención del profesional por la desesperación. Al enterarse de la situación, que livianamente asegura que es una misión imposible, comienza a reclutar bandidos, estafadores, indios comanches y ex militares para que se sumen. Así se une a Josh Faraday (Chris Pratt), Goodnight Robicheaux (Ethan Hawke) y su compañero Billy Rocks (Lee Byung-hun), Jack Horne (Vincent DOnofrio), Vásquez (Manuel García-Rulfo) y Teddy Q (Luke Grimes). Nace entonces este grupo de "Los siete magníficos", que por algunos pedazos de oro irán a eliminar al maldito Bogue. Con un ataque inicial que les da cierta jerarquía, deberán entrenar a quienes hayan quedado en el pueblo y quieran resistir a la tiranía. Vale la pena recordar que estamos hablando de la remake de una remake. La idea original fue de Akira Kurosawa, que en 1954 creó Los Siete Samuráis. Seis años después, John Sturges la adaptaba llevándola al Lejano Oeste en pleno auge del western y con un gran elenco (Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn, Horst Buchholz, Robert Vaughn, entre otros). Quizás haya sido el tiempo, el pasaje de manos o simplemente no haya otra excusa más que la falta de ideas que, al parecer, está de moda en Hollywood, pues el filme es chato, una historia de buenos y malos cual superhéroes y villanos actuales, pero con un guión que ni siquiera es gracioso cuando debería serlo. Sólo tiros, muertes exageradas y algo de sangre salvan al largometraje del aburrimiento extremo, aunque en ningún momento explica sinceramente que quiere parodiar un género ya visto.
Corazón valiente "Gilda. No me arrepiento de este amor" no eleva hacia la canonización a la cantante y, mostrándola más humana, tierna, dulce, y con su doble vida, Lorena Muñoz y Natalia Oreiro nos la acercan mucho más, nos hacen quererla y apreciarla desde otro punto de vista. Todos conocen su música y mucho sobre su vida personal. Es por ello que el desafío al crear un retrato sobre Gilda es doble, además de sensible, pues su nombre y voz generan mucho cariño. Lorena Muñoz en la dirección y Natalia Oreiro protagonizando son el caballo de combate al frente de esta biopic sobre la cantante de cumbia, y la dupla no podría haber sido más eficaz. Si bien Natalia es una reconocida fan de la artista, evitó todo tipo de obsecuencia y se transformó en Miryam primero y Gilda después, haciéndonos olvidar de que estamos viendo a Oreiro. La directora es en realidad documentalista y por ello sabe perfectamente qué es lo importante en la biografía de un personaje querido, más allá de algunos temas que se obviaron en la trama que no la habrían hecho quedar mal a la cantautora sino a su entorno. Los hechos narrados encajan estupendamente con el rumbo que quiere darle al filme. Es decir, no hay nada forzado que intente dejarla como santa o algo fuera de lo que en realidad fue Gilda. Ser humano Más allá de lo verídico, las licencias que se toma Muñoz para hablar de su intimidad, su relación culposa con sus hijos, y los conflictos con su madre y esposo apuntan a mostrar ese "corazón valiente" que tuvo Myiriam para sobrellevar sus vidas paralelas, tanto arriba como abajo del escenario. El filme comienza con la escena más fuerte que podían mostrar, pero protegida por la intención artística. La lluvia cae y los fans tocan el coche que transporta los restos de Gilda como forma de cortar de lleno la tensión sobre el final conocido de la historia de la cantante. Y de allí, al momento en que Gilda se reencuentra con una guitarra y su sueño por hacer música. Cuando llega al casting al que se apuntó por medio de un aviso clasificado, la magia ocurre. Toti Giménez se enamora inmediatamente de ella, y de ahí en más intentará que todo el mundo se sienta igual al oirla cantar. Los traspiés del comienzo con productores que no la querían por no dar con el estilo (se nombra varias veces a Gladys "La Bomba tucumana" y Lía Crucet), los problemas por trabajar de noche y llegar cuando sus hijos se despertaban, el maltrato de su marido, la mafia de la cumbia en su forma más nefasta (problemática que aún persiste, pero se tapa por todos lados) son algunos de los obstáculos que escenifican los años en que debieron convivir la Myriam mamá hija y persona y la estrella en constante crecimiento Gilda. En los flashbacks, veremos a una joven "Shyll" interpretada por Ángela Torres. El elenco que acompaña es soberbio, y se destacan Lautaro Delgado como su marido Raúl, Javier Drolas como Toti, Susana Pompín en el rol de su madre Tita, Roly Serrano como "El Tigre", su primer productor, y Daniel Melingo como su padre. "Gilda. No me arrepiento de este amor" no eleva hacia la canonización a Gilda y, mostrándola más humana, tierna, dulce, y con su doble vida, Muñoz y Oreiro nos la acercan mucho más, nos hacen quererla y apreciarla desde otro punto de vista.
Calladitos y quietos El terror llega desde Uruguay de la mano del director Federico Álvarez y el guionista Rodolfo Sayagués con "No respires". Un grupo de amigos asaltan la casa de un hombre rico, y ciego, pensando que lograrán el robo perfecto. Están equivocados. Un grupo de amigos se dedican a robar casas planificadamente: Alex (Dylan Minette) tiene llaves y controladores de alarmas de la empresa de seguridad en la que trabaja su padre. Es por ello que para Rocky (Jane Levy) y Money (Daniel Zovatto) no les cuesta mucho trabajo, más que algún otro contacto para llevar a cabo los hurtos. Para no calificar como robo mayor en caso de que los atrapen, solo sustraen de los domicilios objetos de valor pero que nada supere los 10 mil dólares. Todo cambia cuando la situación personal de Rocky hace que vayan por el botín de una casa en la que saben que hay efectivo por más de 300 mil dólares, aunque Alex primero se niegue por las consecuencias que podría traer pero accede porque piensa que ese dinero puede salvar a la chica que le gusta. El objetivo es sencillo, un ciego (Stephen Lang) en una casa que no vale mucho ni tiene un gran sistema de seguridad. Pero por subestimar a la víctima y la situación, se encontrarán con más problemas que los que tenían antes de entrar en la propiedad. “No respires” hace referencia desde su título al estar frente al peligro y tener que evitarlo dejando tiesa hasta la última de tus células para no sufrir las terribles consecuencias de estar sin escapatoria y sin lugar al cual moverte. Esa tensión se vive durante todo el filme, que trascurre la mayor parte del tiempo dentro de la casa del ciego, que, por cierto, es un militar retirado con nada que perder. Caminar dentro de esa casa de pisos de madera vieja, que rechinan con eco en la noche plena de un barrio desolado, o intentar abrir alguna puerta repleta de candados se transforma en un mortal juego de escape. El director uruguayo Federico Álvarez, que se hizo famoso por un cortometraje de ciencia ficción hecho con pocos recursos, está obligando a todos a prestarle atención con las buenas y cada vez mejores propuestas cinematográficas que tiene entre manos. Lo cierto es que el cineasta no inventa ningún género, pero enseña como se pueden llevar a cabo buenos proyectos, con aires renovados, con las mismas herramientas y efectos que cualquier otro artista tiene a disposición. Un gran estreno del año para ver calladito en la butaca y sin respirar hasta el final.
"Sangre en la boca" retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona. Lo más destacable del filme es la interpretación de Leonardo Sbaraglia y Eva De Dominici. "La vida no se trata de cuán duro golpeás, sino de qué tan duro puedes ser golpeado y seguir avanzando. Así es cómo ganás”, decía el ya viejo Rocky Balboa en la sexta entrega de la saga del boxeador que interpretó Sylvester Stallone. Si bien parece una frase trillada, es un concepto típico de las películas sobre este deporte, cuyos protagonistas en la vida real tienen que luchar mucho más cuando bajan del ring que durante los combates. Con ese paradigma, se narra la historia de “Sangre en la boca”, dirigida por Hernán Belón, que retrata la vida de un boxeador en el final de su carrera y que, obviamente, intentará levantarse aunque los golpes hayan determinado la cuenta que está por llegar a diez y lo dejarán vencido sobre la lona. En su pelea por la defensa del título sudamericano, Ramón Alvia (Leonardo Sbaraglia) vence a su oponente aunque demuestra que la edad y los golpes recibidos pueden ponerlo nervioso. Tras ganar, su familia está feliz porque es tiempo de su retiro. Sin embargo, vuelve a entrenar a los pocos días y con el correr de las escenas su deseo de continuar con su carrera se hará visible. En el gimnasio se cruza con Débora (Eva de Dominici), una principiante que llegó de Misiones con sueños de hacerse profesional. Ramón pone sus ojos en ella, olvidándose de su esposa, y comienza una relación apasionada, visceral, con pocos sentimientos y muy sexual. Con esta “renovación”, sus ganas de mantener la gloria aumentan, y su promotor (Osmar Núnez) aprovechará esa situación para obtener un rédito político en sus ínfulas por convertirse en intendente de Avellaneda. Mientras tanto, la relación con Débora avanza tanto en pasión como en dependencia y obsesión, y ambos destapan personalidades violentas que estaban latentes desde el principio (tras tener sexo por primera vez, “hacen guantes” en la habitación que alquila la joven). Lo más destacable del filme, que es adaptación de un cuento venezolano, es la interpretación de Leonardo y Eva, que demuestran química e histrionismo en cada toma, a pesar de que sus papeles son desafiantes. Sus personajes toscos, poco románticos y muy físicos son llevados a la perfección por ambos, Sbaraglia como apuesta segura y Eva como un gran hallazgo. En ese sentido, la dialéctica del argumento trasluce cada momento actoral: el experimentado Leo se conjuga perfectamente con la debutante De Dominici. La sexualidad como herramienta para la narración es otra gran cualidad un tanto peligrosa que propone el director, que en una relación de pocas palabras decide imprimir erotismo para que la química entre los boxeadores sea verdaderamente palpable. Simbólicamente puede advertirse que la personalidad de Ramón esquiva problemas a la vez que va a buscar de frente otros, se esconde cuando la mano es dura y se abre para intentar pasar por arriba a cualquiera que se interponga en lo que desea. En ese punto el filme avanza a grandes pasos y demuestra cabalmente que el guión no sólo es lo que se dice, sino que descansa en las palabras que sobran.
Jugar a ser Dios con marcianos En "Life: Vida inteligente", Seis miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional están a punto de hallar evidencia de vida extraterrestre en Marte. Un inesperado cóctel de suspenso y terror espacial que dejará a todos queriendo escapar del cine al mismo tiempo que atornillados a sus asientos. Un grupo de científicos en una base espacial recibe una muestra biológica para saber si hay vida en Marte. El que está a cargo del experimento, Hugh (Ariyon Bakare), tras diferentes tipos de estimulación, logra identificar un ser unicelular. El mundo está impactado con la noticia marciana, por lo que tras una votación, el espécimen es nombrado "Calvin". Más allá de lo simpático que pueda parecer, y el progreso potencial que podría darle a la humanidad, todo se modificará cuando noten que la ¿criatura? comienza a crecer demasiado, y al querer estabilizar el experimento, cometen un grave error. El resto del grupo (Olga Dihovichnay, Jake Gyllenhaal, Rebeca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada) decidirá qué es lo mejor no sólo en términos procedimentales, sino para su supervivencia y la amenaza mundial. Claustrofóbica, oscura, con claras referencias a Alien (ni ellos tratan de esconderlo), la película se desplaza con simpleza hacia el horror con escenas que oscilan entre lo inquietante y lo visceralmente horripilante. Un inesperado cóctel de suspenso y terror espacial que dejará a todos queriendo escapar del cine al mismo tiempo que atornillados a sus asientos, provocando un rechazo sumamente atrapante.
¿Y la magia dónde está? En "Nada es lo que parece 2" los cuatro jinetes vuelven a la luz pública pero un nuevo enemigo se propone arruinar su golpe más espectacular. Si bien las actuaciones protagónicas encuadran en el estilo y ostenta un pobre guión, el filme se salva gracias a Mark Ruffalo. Por algún motivo incomprensible llega a las salas esta secuela de los magos en clave "superhéroes", justicieros o Robin Hoods. Sin la intención de ser peyorativo, "Nada es eso lo que parece 2" es innecesaria porque ni siquiera desde el final de la primera parte se asume que la historia podría continuar. De todas maneras, la apresurada réplica del filme colma las salas haciendo gala de sus trucos de magia, que antes caían simpáticos pero ahora sólo demuestran falta de ideas. Todo transcurre un año después de que Los cuatro jinetes (Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Dave Franco, Mark Ruffalo) y el reemplazo de Isla Fisher, Lizzy Caplan consigan la admiración pública tras “ajusticiar” al empresario Arthur Tressler. Walter Mabry (Daniel Radcliffe) se presenta como un fan del grupo -pero no oculta para nada que tiene malas intenciones - y los amenaza de muerte si no roban un proyecto que él dice haber creado junto a un amigo, que se robó todo el crédito. Dylan Rodhes (Mark Ruffalo) deberá rescatar a su equipo antes de que sea demasiado tarde, sin demasiada intervención en toda la película más que mostrarse como el jefe. El de Rhodes es el “papel principal” más secundario que se vio en el cine, pero se entiende porque su juego ya fue descubierto en la primera parte. Malas ideas Si bien las actuaciones protagónicas encuadran en el estilo y ostenta un pobre guión, el filme se salva gracias a que Mark Ruffalo en pocas palabras puede trasmitir incluso más que lo que la intención del filme propone, resulta inadmisible desaprovechar a Morgan Freeman y Cane, casi un pecado. En cambio se pondera a la nueva generación como Radcliffe, que sale airoso en una película de magos mostrándose como villano y afortunadamente no nos recuerda a su rol de Harry Potter (punto para él). El sorpresivo éxito de "Nada es lo que parece" le jugó en contra a una producción que quiso repetir la fórmula y devino en la clásica rutina: congelar a los protagonistas (inventar un hermano gemelo a uno de ellos no es innovador) sin dar un desarrollo a sus personajes, obligándolos a ser igual de soberbios, inocentes y ¿graciosos? que en la anterior entrega. Desgraciadamente, el truco de desviar la atención para maravillarnos cual mecanismo de mago, en esta ocasión no funciona simplemente porque todo el tiempo esperamos ese quiebre, genera expectativa, y el desenlace mágico es bastante ordinario. Lo asombroso es la falta de imaginación para inventar algo más contundente, más si nadie espera lógica y en un caso así (filme de ilusiones) es preferible pasarse de ridículo que de pacato.
Los chicos malos en versión de héroes “Escuadrón suicida", un filme esperado y diferente. Sería exagerado decir que el filme es “aburrido” porque en verdad entretiene por momentos, aunque los principales problemas vienen de su abultado elenco, a quienes primero hay que presentar y luego desarrollar. La naturaleza del mal, según Immanuel Kant, es por posicionar el incentivo del amor propio por sobre el de la ley moral, dándonos a nosotros mismos un valor absoluto que no es el verdadero, en relación con los demás. Según el filósofo, sería, más que por egoísmo, lo que conocemos pecaminosamente como “vanidad”, sujetada a la supervivencia. Por ese motivo, escondido dentro nuestro, es que disfrutamos del villano, en tanto no mate al políticamente correcto superhéroe, una llamada de la naturaleza que es adecuada a nuestras vidas porque si bien funcionaría como un espejo, la pantalla de tela en la que vemos un filme es nuestro resguardo, desatamos la maldad sentados y comiendo pochoclos. Tan esperada fue “Escuadrón Suicida”, por mostrarnos los chicos malos en versión “héroes”, desquiciados, ladrones y asesinos que disfrutan de su maldad pero, como deben atenerse en hacer el mal para lograr el bien, nadie puede reprocharnos el festejo. Desde hace un año venimos viendo imágenes, adelantos y tráilers de una película que apuntaba a ser un punto de quiebre en las películas de acción y aventuras basadas en un cómic. Un Joker/Guasón que helaba la sangre, una bella rubia que acaparaba la atención, Will Smith como sicario y varios elementos más que colmaban las expectativas. Hoy llega a las salas argentinas “Escuadrón Suicida” y se evidencia como pocas veces, por qué los tráilers son un proyecto publicitario engañoso. Temible escuadrón Tras la “muerte” de un superhéroe muy famoso (por las dudas que algún desprevenido no haya visto “Batman v Superman” no lo adelanto), la funcionaria Amanda Waller (Viola Davis) consigue el permiso gubernamental para crear un escuadrón de villanos que trabajen para el bien. Son lo peor de lo peor y, encarcelados y sin ninguna esperanza, se los puede obligar a que cumplan órdenes. El grupo se compone por el asesino a sueldo “Deadshoot” (Will Smith), la novia de Joker, Harley Quinn (Margot Robbie), el ladrón de bancos “Capitán Boomerang” (Jai Courtney), el monstruoso Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), el meta humano piromaníaco “El diablo” (Jay Hernández) y de muy corta aparición, “Slipknot” (Adam Beach). El líder del grupo en las tareas será el militar Rick Flag (Joel Kinnaman), pareja de la antropóloga June Moone (Cara Delevigne), que comparte cuerpo con la bruja Encantadora, de gran poder y que también será parte del equipo hasta que su parte maléfica se escape y se una a su hermano en lo que determinará el conflicto del filme cuando ambos quieran conquistar el mundo y sea el Escuadrón Suicida el que deba intervenir. Algo... entretiene Sería exagerado decir que el filme es “aburrido” porque en verdad entretiene por momentos, aunque los principales problemas vienen de su abultado elenco, a quienes primero hay que presentar y luego desarrollar. Slipknot sólo está porque sería un pecado para los fans de DC Comics que no aparezca en el filme, pero está, con mucha suerte, 15 minutos de las más de dos horas que dura el corte final. Y allí vamos con otra crisis. Estructura y edición son definitivamente los verdaderos villanos de la película. Jared Leto se quejó de esto y con razón, pues el villano más villano de todos ni siquiera podría ser calificado debido a las pocas escenas en las que lo podremos disfrutar. Tanto se preparó para el personaje el actor, para ser desperdiciado de esa forma, y con pasajes indefendibles y poca muestra de su “locura”, que nos fue prometida en los avances. Por lejos sobresale Margot Robbie, y en un plano similar, Will Smith. Ambos son los protagonistas absolutos de una producción que debería haber sido coral, y ahí la falla garrafal. Los chicos malos transforman un filme que necesitaba ser diferente, mostrar algo que no se haya visto, en una epopeya común y corriente, charla motivadora de por medio, y muestran más humanidad que algunos otros considerados del lado del bien. ¿Es eso bueno acaso? Para nada, la propuesta del comic, en el filme queda completamente edulcorada y si bien recordaremos algunos personajes, DC vuelve a verse en un pantano del que no pudo salir desde la polémica “Batman v Superman”.