Aunque no de la manera que décadas atrás, el cine italiano nunca deja de dar grandes cineastas con una visión propia y un alcance mundial. Paolo Sorrentino es el exponente más notorio (en especial, después del Oscar por La Grande Bellezza, 2013), pero también es posible nombrar a Mateo Garrone (Gomorra, 2008) y a Alice Rohrwacher. Gracias a Corpo celeste (2011), su ópera prima, llamó la atención de los críticos y obtuvo numerosos premios. Las Maravillas (Le Meraviglie, 2014) es su segundo largometraje, y el que contribuye a su camino a la consagración. Gelsomina (Maria Alexandra Lungu) no tuvo infancia. Hija mayor de una pareja de apicultores, ejerce la actividad junto a sus tres hermanas menores en una vivienda de la región de Umbría. Su rutina diaria se basa en abejas, miel, trabajo duro. La rutina será alterada cuando llega un programa de televisión que, concurso mediante, premiará con dinero a una familia rural. Entusiasmada, Gelsomina accede a participar, aunque el padre (Sam Louwyck), un hombre chapado a la antigua, no está contento; de hecho, desprecia aún más a las mujeres que lo rodean a partir de que se convierte en tutor de Martin (Luis Huilca), un muchacho que lo ayuda. ¿Podrá Gelsomina conseguir, mediante el concurso, la oportunidad para evitar un porvenir cada vez más complicado, salvar a su familia y tener una vida normal? Lo nuevo de Rohrwacher (de corte biográfico: su padre, de origen alemán, se dedicaba a la apicultura) cuenta una historia de madurez, de choques culturales dentro de una misma familia, de etapas que son quemadas a una edad prematura. La directora también aprovecha para hablar, de manera indirecta, de la situación social de la Italia contemporánea y del impacto de los medios televisivos, con su glamour y sus promesas de salvación. La joven Maria Alexandra Lungu es quien lleva adelante la película. Frescura y talento se conjugan para darle corazón a Gelsomina. El actor belga Sam Louwyck compone a Wolfgang, un padre duro, cerrado, de procederes cuestionables, pero que no deja de ser humano; sólo quiere lo mejor para su familia. Alba Rohrwacher es Angelica, la madre, la persona adulta que más entiende a las jóvenes. No nos olvidemos de la participación especial de la siempre deslumbrante Monica Bellucci; se roba sus escenas como Milly Catena, la conductora del programa e ídola de la protagonista. A veces dramática, a veces tierna, a veces cómica, entrañable de principio a fin, Las Maravillas demuestra que el cine italiano pasa por un momento interesante. Será cuestión de tiempo si logra recuperar el trono de antaño, pero de la mano de Alice Rohrwacher, por ejemplo, va por muy buen camino.
Desde que Abbott y Costello se codearon con los monstruos de la Universal, la mezcla de terror y comedia pasó por todo tipo de enfoques. Argentina supo tener sus propios exponentes: El Fantasma de la Opereta (1955), de Enrique Carreras; Los Vampiros los Prefieren Gorditos (1974), protagonizada por Jorge Porcel; Los Matamonstruos en la Mansión del Terror (1987), con la entrañable Brigada Z; Galería del Terror (1987), aventura del tándem Olmedo-Porcel… Pero ninguna como Plaga Zombie (1997). Además de ser vibrante y divertida, esta producción independiente fue la punta de lanza para el surgimiento de un cine de género nacional abocado al fantástico. Dentro de esta camada de cineastas surgió Fabián Forte. En su ópera prima, Mala Carne (2003, luego retitulada Carnal, con escenas adicionales), presenta a dos muchachos que, en busca de sexo casual, dan con señoritas de apetitos sanguinolentos. Una premisa con algunos puntos en común, que el director retoma -con más recursos y más elenco- en El Muerto cuenta su Historia. Ángel (Diego Gentile) está casado con Lucila (Moro Anghileri), y ambos son padres de Antonella (Fiorela Duranda). Pero eso no le impide aprovechar su trabajo como director de avisos publicitarios para conocer chicas hermosas y acostarse con ellas. Se piensa que puede estar con todas, cuando quiere, y lo hace sin culpa. Su rutina cambia cuando Eduardo (Damián Dreizik), amigo, colega y cómplice de infidelidades, le adosa un extraño medallón. A partir de allí, Ángel tendrá visiones de mujeres tan sensuales como misteriosas y peligrosas y reales y de afilados colmillos. Una mordida en el cuello lo mata… o no tanto, ya que resucita convertido en una suerte de zombie que sólo puede alimentarse de carne cruda y padece síntomas biológicos femeninos. Y no sólo eso: por las noches entra en un estado hipnótico y se interna en un bosque, convertido en esclavo de quienes resultan ser diosas de la mitología escocesa. Pese a su flamante e inesperada condición, Ángel deberá ingeniárselas para recuperar a su familia e impedir la llegada de una amenaza aún más temible. Las más grandes dosis de humor (humor negro, más precisamente) provienen de los intentos del desafortunado muchacho por ocultar su estado de incesante putrefacción, la manera en que deberá adaptarse a las alteraciones corporales y la relación con Eduardo y otros seres zombificados. Y en los momentos puntuales de puro terror, deja de lado por un rato los chistes para generar privilegiar la sangre y la angustia. Este modo de combinar géneros remite al John Landis de El Hombre Lobo Americano (An American Werewolf in London, 1981) y Transilvania mi Amor (Innocent Blood, 1992). También es posible rastrear influencias -confesadas por el director- de La Hora del Espanto (Fright Night, 1985), El Club del Terror (Vamp, 1986) y Las Brujas (Las Brujas de Zugarramurdi, 2013), de Álex de la Iglesia. Además, en una escena, Ángel lamenta no haber visto más cine de John Carpenter que de Wes Anderson. Sin embargo, Forte no se regodea con las referencias y el film se sostiene por sí solo, sin depender de los homenajes ni de los guiños. Sin dejar de lado los elementos fantásticos y gore, funciona como una sátira sobre el machismo y la impunidad de los hombres en materia sentimental -y sexual- con respecto a las mujeres. Algo de esas cuestiones ya aparecían en Mala Carne y en La Corporación, su anterior película, pero ahora Forte las lleva más allá, esquivando cualquier panfleto pero otorgándole una sustancia extra a su creación. Aunque viene trabajando en cine, teatro y televisión desde los ’90, Diego Gentile se vio catapultado gracias a su rol del marido de Érica Rivas en el último segmento de Relatos Salvajes (2014). El Muerto… significa su primer protagónico en la pantalla grande, y lo lleva con altura: importante presencia y timing para la comicidad (desde hace años también forma parte de la obra Toc Toc). Por su parte, Damián Dreizik revalida su título como uno de los mejores y menos reconocidos comediantes de la Argentina. Pablo Pinto, Sebastián Berta Muñiz y Lautaro Delgado interpretan a tres no muertos que se las arreglan para “vivir” así; personajes secundarios, pero jugosos y desopilantes. Moro Anghileri encarna a la mujer que más padece (y también la más racional), y la niña Fiorela Duranda sigue afianzándose en el terror nacional: viene de participar en Ataúd Blanco (2016), de Daniel de la Vega. Mención especial para Emilia Attias haciendo de bella chupasangre; al igual que en sus recientes incursiones cinematográficas, da muestras de carisma y sensualidad, a la manera de una Angelina Jolie latinoamericana. El Muerto cuenta su Historia es un nuevo triunfo del combo terror + comedia y, sobre todo, una peculiar fábula sobre la batalla de los sexos en el mundo actual.
El cine policial tiene un subgénero no asumido pero con grandes exponentes: el de infiltrados. De Serpico (1973) a Asuntos Infernales (Infernal Affairs, 2002) y su remake estadounidense, Los Infiltrados (The Departed, 2006), pasando por Cruising (1980), Punto Límite ((Point Break, 1991) y Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), las películas con policías o agentes mezclados entre los criminales a los que deben atrapar son garantía de tensión, suspenso y dilemas morales. ¿Y si el protagonista es descubierto? ¿Y si el villano no es tan perverso y el héroe puede cometer atrocidades en nombre de la justicia? Cuando estas historias se basan en hechos reales, el interés aumenta, como en El Infiltrado (The Infiltrator, 2016) A mediados de los ’80, Robert Mazur (Bryan Cranston), un agente que trabaja como encubierto, descubre una posibilidad dorada de golpear duro al narcotráfico en los Estados Unidos: en vez de ir por el lado de la distribución de drogas, la clave será llegar a los narcotraficantes mediante la ruta del dinero. Entonces se hace pasar por Robert Musella, un funcionario de aduanas. Pronto, a fuerza de contactos y movimientos estratégicos, accederá a las figuras más decisivas (y más corruptas). Pero a medida que se aproxima al fuego, los riesgos de quemarse resultan aún mayores. Inevitable sentir eso cuando aparece en el horizonte un nombre de la talla de Pablo Escobar. Siguiendo la rutina de esta clase de films, el protagonista se compromete con su trabajo, al punto de incurrir en algunas conductas extremas para que los criminales no sospechen de él. También queda en evidencia que así como “malos” pueden tener códigos y corazón (en especial, cuando se trata de la familia), los “buenos” comienzan a sentir que son devorados por su peligroso entorno y por sus propias falsas personalidades. El director Brad Furman, especialista en largometrajes con personajes sobreviviendo en ambientes hostiles –Apuesta Máxima (Runner Runner, 2013)-, sabe darle pulso a las secuencias más intensas y a las explosiones de violencia. Más de un detalle (las dualidades, algunos asesinatos, el uso de la música) remite al estilo de Scorsese, ya erigido como el faro de esta clase de relatos, sin llegar ni a la cita descarada ni al nivel de genialidad del director de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995). Aunque muchos lo seguirán recordando como Walter White / Heisenberg en Breaking Bad, Bryan Cranston supo consolidarse como actor y despegarse de la serie; su nominación al Oscar por interpretar al guionista Dalton Trumbo en Regreso con Gloria (Trumbo, 2015) es la mejor muestra. El Infiltrado le permite volver, un rato, a un universo como el de BB, ahora del lado correcto de la ley: Mazur / Musella un hombre recto, afable, familiero, pero que no duda en arriesgarse con tal de cumplir su misión. Cranston hace suyo el rol y se carga la película al hombro. A su alrededor, un sólido elenco secundario, donde se destacan John Leguizamo en el papel de un oficial ya habituado a desempeñarse de manera encubierta, llegando a provocar las dudas de sus propios colegas, y un imperdible Yul Vazquez componiendo a un traficante bisexual evitando los clichés. Mención especial para Olympia Dukakis, que descontractura sus escenas gracias a su carisma. El Infiltrado no será recordado como uno de los grandes exponentes del cine con “topos”, pero nunca deja de ser un thriller cumplidor y vibrante.
Cantantes exitosos abundan, pero muy pocos ascienden a la categoría de fenómenos socioculturales. Uno de esos casos es el de Gilda. Su temprana e inesperada muerte, en septiembre de 1996, no impidió que sus canciones se sigan disfrutando, ni que su mito como sanadora fuera en aumento. Veinte años después, luego de mil intentos, por fin llegó la película sobre su figura. Gilda, no me arrepiento de este amor presenta a Myriam Alejandra Bianchi (Natalia Oreiro), una maestra jardinera, casada y con dos hijos. Torciendo con su rutina, acude a un casting para vocalistas de música tropical. No es devota de ese estilo (se formó escuchando Sui Generis, por ejemplo), pero poco le importa. Quedar en la prueba es apenas el comienzo de una carrera tan corta como intensa, donde debió superar los prejuicios de familiares y de productores discográficos. Una lucha que valió la pena: sin ser voluptuosa como las estrellas femeninas de cumbia de esa época, y a fuerza de carisma y de letras personales, pronto se convirtió en una abanderada de la bailanta y en un ícono popular. En la línea de buen número de biopics, la película cuenta el nacimiento de un mito, pero la directora Lorena Muñoz esquiva la mayor cantidad posible de lugares comunes, incluyendo el esquema televisivo. Formada como documentalista (Yo no Sé que me han Hecho tus Ojos y Los Próximos Pasados, por nombrar dos), Muñoz bucea en la intimidad de Myriam (o Gil, como la conocían sus allegados), y le imprime autenticidad al film a través de un pensado uso de los recursos cinematográficos, como la fotografía y el sonido, y mediante la participación de fanáticos verdaderos e integrantes de la banda que sobrevivieron al accidente automovilístico que le costó la vida a la incipiente estrella. Podemos ver a la artista componiendo y entonando sus éxitos más destacados (“Fuiste”, “Corazón valiente” y el que le da título a la película, entre otros), que son utilizados en momentos muy estratégicos, de manera que cumplen una función dramática. Además, un puñado de flashbacks permite comprender su pasión, sus anhelos y sus recuerdos dolorosos. Difícil imaginar a Gilda siendo interpretada por alguien que no sea Natalia Oreiro. Si bien el talento y la presencia de la actriz uruguaya están fuera de discusión, aquí logra el mejor trabajo de su carrera. Quien canta, baila, ríe, lucha y sufre en pantalla no es Natalia Oreiro: es Gilda. Y lejos de limitarse a una extraordinaria caracterización, le da alma al personaje, lo vuelve palpable, gracias a una amplia gama de emociones. El elenco secundario también merece aplausos. Lautaro Delgado es Raúl, su marido; un individuo chapado a la antigua, que cuestiona las nuevas actividades de su mujer, pese a que luego necesitará de ella. Un rol que podría haber quedado en el cliqué, pero al que Delgado le otorga humanidad. Javier Drolás (conocido por Medianeras, de Gustavo Taretto) cumple en el papel de Toti Giménez, el tecladista, descubridor y socio. Roly Serrano y Daniel Valenzuela encarnan a la parte más áspera del mundo de la movida tropical. La muy prometedora Ángela Torres brilla haciendo de la versión adolescente de Myriam, y lo mismo puede decirse de Daniel Melingo dándole padre. Mención especial para Susana Varela; tiene una brevísima pero conmovedora participación como la madre de una niña que, al parecer, se curó de una enfermedad escuchando canciones de Gilda. Luminosa cuando corresponde y sórdida en los momentos justos, Gilda, no me arrepiento de este amor triunfa como la biografía de una celebridad y como la historia de una mujer que dio todo para cumplir sus sueños. Al igual que la verdadera Gilda, ganará el corazón de fanáticos y de quienes se acercan por primera vez.
Pese a no ser prolífico, el director Whit Stillman conserva su lugar de privilegio entre los más interesantes cineastas estadounidenses. Metropolitan, su ópera prima, le valió premios, una nominación al Oscar por Mejor Guión Original, y le permitió ser parte del boom del cine independiente de su país a principios de los 90. A diferencia de varios de sus colegas de aquella movida, que retrataban microcosmos marginales, lo de Stillman iba por el lado de ironizar sobre los jóvenes adultos elegantes, acomodados, con los mejores puestos de trabajo y afectos a las charlas sobre cuestiones filosóficas; un ámbito donde tampoco faltan los vínculos sentimentales, con sus idas y vueltas. Barcelona, ambientada en la ciudad de España (el director comenzó su carrera cinematográfica en ese país), sigue en esa misma línea, y también Los Últimos Días del Disco, que funciona como el cierre perfecto de una trilogía que le permitió ser denominado el Éric Rohmer del Upper East Side. Tras años de ausencia, en 2011 regresó con Chicas en Conflicto, ambientada en el mundo universitario. Refinamiento, intrincadas relaciones de pareja, una mirada crítica y un humor sutil… No es casual que Stillman terminara adaptando una novela de Jane Austen. De hecho, en Metropolitan hay referencias a la autora, y Chicas en Conflicto tiene puntos en común con el argumento de Emma. Sin embargo, Amor & Amistad, basada en la nouvelle epistolar Lady Susan, es su incursión explícita en el mundo de la escritora. Gran Bretaña, 1790. Luego de quedar viuda, Lady Susan Vernon (Kate Beckinsale) decide pasar un tiempo en la casa de campo de la familia de su cuñado. Las intenciones de la mujer se resumen en conseguir un marido poderoso para Frederica (Morfydd Clark), su hija, que les permita a ambas conservar su estatus en la alta sociedad. Reginald DeCourcy (Xavier Samuel), un joven y atractivo heredero, pronto ingresará en el radar de la bella aunque manipuladora Susan. La obra de Austen fue llevada al cine innumerables veces (Orgullo y Prejuicio, por ejemplo), pero Stillman evita los clichés de antaño y le imprime su exquisitez marca de la casa y una capacidad para hacer entrañable hasta al personaje más políticamente incorrecto. Además del uso de diálogos ingeniosos, el director añade humor mediante las presentaciones de cada personaje, a veces describiendo el verdadero carácter o el propósito de cada uno. Kate Beckinsale tenía la oportunidad dorada de lucirse en el rol de Lady Susan, y la aprovechó con creces. Trasmite las observaciones e intenciones del personaje, y también su lado más comprensivo. Sus escenas junto a Chloë Sevigny (interpreta a Alicia Johnson, una norteamericana amiga de Susan) permiten saber que sigue inalterable la química que ambas ya habían mostrado cuando protagonizaron Los Últimos Días del Disco. En Amor & Amistad, Stillman deja en claro que puede hacer suyo un material de otro autor sin faltarle el respeto y otorgándole una frescura irresistible, y que su cine es tan vigente, fino y deliciosamente irónico como desde las primeras épocas.
El Club Atlético Boca Juniors despierta pasiones incomparables, al punto de trascender lo meramente futbolístico. Sin embargo, poco y nada se sabe de cómo funciona la institución, sobre todo a la hora de empezar a formar a las estrellas de los próximos años. Una tarea ardua a cargo de captadores, personas que se encargan de buscar y seleccionar a los chicos que formarán parte de las inferiores. El nuevo documental de Jorge Leandro Colás se sumerge en el día a día de estos especialistas en identificar diamantes en bruto a la espera de ser pulidos. La cámara muestra a los cientos de aspirantes que se acercan al club, permite ver las pruebas de los candidatos, se sumerge en la intimidad de los captadores y así podemos conocer la impronta, la experiencia de cada uno, y no pocas veces somos testigos de alguna insólita confesión. También hay un seguimiento de los viajes de los captadores a los barrios humildes y a ciudades del interior. En todos los casos, hay pequeños que sueñan con triunfar en uno de los equipos más importantes del país y padres con anhelos de que sus hijos sean cracks como Messi. Por supuesto, los captadores también tienen en cuenta estas situaciones. Estamos ante un muy interesante recorrido por uno de los trabajos fundamentales dentro de Boca Juniors y en todo el fútbol profesional.
Pese a que todavía no hay una industria, el cine uruguayo no dejó de dar directores que lograron abrirse camino en la cinematografía mundial. Años atrás, la dupla Juan Pablo Rebella/ Pablo Stoll abrió el camino gracias a 25 Wats. Luego aparecieron Adrián Biniez (argentino, pero que vive y trabaja mayormente del otro lado del Río de la Plata) y Federico Veiroj. Gracias a Acné y La Vida Útil, Veiroj se volvió un nombre habitual en los más importantes festivales de cine. El Apóstata es la nueva muestra de su mirada sobre el ser humano, siempre en clave de un cuidado humor. A los treinta y pico de años, descontento con que de nacimiento le haya tocado la religión católica, Gonzalo Tamayo (Álvaro Ogalla) está determinado a apostatar. No quiere ni figurar en los registros de bautismo, no se siente representado por la Iglesia, no quiere saber más nada. Para cumplir con su objetivo, deberá visitar a distintos sacerdotes y obispos que, lejos de ceder, tratarán de recomponer su fe en la iglesia. Un proceso arduo, no exento de burocracia, que Gonzalo deberá balancear con su vida diaria: familia, trabajo, estudios, recuerdos, además de algunos sueños y pesadillas de ribetes cristianos. Inspirada en un episodio real de la vida de Ogalla, la película está contada como una comedia que, lejos de ser anticlerical o de ir por la polémica fácil, presenta con honestidad -y calculados toques de delirios oníricos- la cruzada de Gonzalo. Tanto las autoridades eclesiásticas como su familia desaprueban su idea, pero él no piensa detenerse, al tiempo que debe arreglar y definir una serie de cuestiones personales nada relacionadas con la religión. Como otros de los antihéroes de Veiroj, está en un momento crucial de su vida y, con sus pocas armas, se predispone a enfrentarse a los nuevos horizontes. Es su debut como actor, Ogalla no desentona en un papel con algo de su propia vida. Sus modismos, su aire melancólico y su inusual presencia recuerdan a Daniel Hendler (sobre todo, cuando trabajaba a las órdenes de Rebella y Stoll y en buen número de films nacionales). Debe cargarse la película al hombro, lo hace con autoridad, respaldado por la dirección de Veiroj y un sólido elenco secundario, empezando por las autoridades del clero y el niño al que da clases particulares. Lejos de quedarse en la historia de alguien que quiere renunciar al catolicismo, El Apóstata presenta a un individuo en pleno proceso de cambio en general. Un tema nada fácil, que Federico Veiroj vuelve a plantear con un tono exacto, que invita a la sonrisa y a la reflexión.
En 2004, un joven Andrés Borghi presentó su segundo largometraje: Bailando con el Peligro, comedia de acción protagonizada por Marcelo Riesgo, agente 0-600, una parodia de James Bond que debía enfrentar a una organización de criminales. La película fue filmada de manera muy independiente, con amigos, y hasta el mismísimo Borghi encarna más de un personaje. Pero eso no impidió que, gracias a su inventiva y su humor (digno de la saga de La Pistola Desnuda, aunque más delirante), se convirtiera en una pequeña joya de culto. El director siguió creciendo profesionalmente, detrás y delante de cámara, al punto de que su corto Working Day ganó en un concurso internacional creado por Peter Jackson. Nacido para Morir marca el regreso a unos de sus primeros amores cinematográficos, aunque desde una perspectiva más ambiciosa y lograda. En esta oportunidad, Riesgo debe rescatar a un experto en salsas (Germán Baudino) de las garras de Víctor Patíbulo (Simón Ratziel), un asesino sanguinario… que no logra dejar el chupete. Pero se trata de la punta de un iceberg que tiene como principal figura a Cara de Póker, la más retorcía mente criminal y viejo conocido de Riesgo. Nuestro héroe deberá seguir su propio instinto para hacer justicia, sin perder la clase que lo caracteriza. Si bien es una segunda parte, la película también puede ser vista como un reinicio que se puede apreciar de manera independiente. Como los casos de Diabólico y Noche Alucinante, de Sam Raimi, y El Mariachi y La Balada del Pistolero, dirigidas por Robert Rodríguez, funciona a la manera de remake/ secuela, donde los mejores elementos del film original (desde la narración hasta los rubros técnicos, pasando por los chistes) aparecen ahora potenciados. Esta vez, Marcelo Riesgo está interpretado por Leandro Cóccaro, habitual en producciones independientes de género (trabajó a las órdenes de Mariano Cattaneo en la webserie Martín Mosca y en el film Corazón Muerto). Su carisma y presencia resultan indispensables para apoderarse del personaje, que ahora se presenta en su versión definitiva. Borghi también regresa al papel de Guadalajaraman, el ayudante de Marcelo, y puede lucirse luchando contra ninjas dignos de Mortal Kombat. Germán Baudino, también actor de producciones independientes, es el maestro de la salsa; Vanina Balena compone a Molly, la secretaría del jefe (Juan A. Mingrone), y se destacan las participaciones especiales de Esteban Prol, Carlos Kaspar, Chucho Fernández y Minoru Tajima. Con sus agradecidas dosis de disparos, persecuciones, peleas y criaturas robóticas, Nacido para Morir es una nueva muestra del humor y la imaginación de Andrés Borghi, y deja con ganas de más aventuras con Marcelo Riesgo.
No existe ritmo musical como el blues. En sus melodías y en sus letras predominan el dolor, la lucha, la libertad, la vida. El cine nunca le dio la espalda. Martin Scorsese, por ejemplo, produjo The Blues, una serie de documentales sobre el tema, incluyendo Piano Blues, a cargo de Clint Eastwood. Sin buscar las luminarias o nombres ya familiares para los entendidos, Pegar la Vuelta elije un enfoque distinto, que permite descubrir a una artista y a una persona. En 1997, a los diecinueve años, sin más equipaje que su guitarra y su talento, María Luz Carballo llegó a los Estados Unidos. Primero fue a Nueva York, pensando que tendría albergue en lo de un conocido de la familia, pero se encontró en la calle. Lejos de desmoralizarse, recaló en Chicago, donde de a poco, gracias a su destreza con las cuerdas y su constancia, fue ganándose el respeto de la exigente escena blusera de la ciudad. En el medio, otros trabajos (nada vinculados a la música), la lucha por hacerse de un lugar en un ambiente donde no hay lugar para mujeres (mucho menos, latinas), tiene parejas pasajeras y da a luz a dos hijas de distinto padre. Quince años después, decide volver a la tierra natal, donde se encontrará con grandes cambios (época post Cromañón, donde predominaban bares y teatros cerrados), aunque con los amigos de siempre, además de la madurez de los experimentados. Luego de los largometrajes de ficción El Túnel de los Huesos y Contrasangre, Nacho Garassino vuelve con un documental intimista, que se sumerge en la vida y la obra de María Luz. La cámara permanece atenta a sus anécdotas, a sus confesiones, y la sigue durante los ensayos, los shows -con colegas en Chicago, y luego, en Buenos Aires- y también cuando se pone a charlar con músicos veteranos acerca de la vida, las guitarras, la relación con los amigos, las hijas, y hasta detalles de su romance, durante su adolescencia, con el mítico Pappo. Por supuesto, abundan referencias y apariciones de su familia de músicos, donde sobresalen Celeste Carballo y la fallecida María Gabriela Epumer. Aunque usa algunas imágenes de archivo, Garassino se vale mayormente de filmaciones originales, en los Estados Unidos y en Argentina. El uso de cámara en mano nunca resulta caprichoso y se ajusta a la impronta de las andanzas de María Luz. Y en paralelo a la temática central, el director presenta un fresco sobre las vicisitudes de un argentino en el exterior, el choque de culturas y el regreso al hogar. A veces divertida, a veces graciosa, a veces triste, siempre apasionante, Pegar la Vuelta es la mejor prueba de que una carrera artística es también la punta del iceberg de una vida propia del mejor blues.
Cuando se piensa en cine queer argentino, surge el nombre del director Marco Berger. Pero más allá de que sus películas Plan B, Ausente y Hawaii presentan relaciones entre hombres, nunca hay una homosexualidad explícita. Berger prioriza los personajes (mayormente de sexo masculino) y el vínculo entre ellos; no impone la cuestión gay, que surge de manera espontánea, como cualquier historia de amor. Taekwondo va por ese mismo camino. Un grupo de amigos de veintipico se junta en una quinta a pasar unos días. La rutina (o antirutina) incluye tenis, pileta, asado, medialunas y marihuana, a su vez con interminables charlas sobre Mario Bros., fútbol, mujeres, sexo y amor. En ese contexto de disfrute, Germán (Gabriel Epstein) y Fernando (Lucas Papa), dos compañeros de taekwondo, empezarán a conocerse mejor y a sentir que hay una atracción entre ambos que podría trascender la amistad. La película presenta a personajes que, antes de adentrarse en la madurez (hablan de casamiento, en los casos de quienes tienen novia), comparten agradables momentos juntos y hasta aprovechan para salir algunas noches y tener relaciones con alguna chica que se aparezca. Los directores los muestran de modo naturalista, ya que los vemos cambiarse y estar desnudos juntos, carentes de inhibiciones. Sin embargo, los planos genitales no son gratuitos sino que funcionan como un recurso más para plasmar la cotidianeidad de las vivencias de los amigos; un elemento tan incorporado al relato como los partidos de fútbol y las aventuras con chicas. La naciente e implícita historia de amor entre Germán y Fernando va surgiendo paulatinamente, sin caer en clichés (hay miradas, hay roces, pero ninguna insinuación verbal), y con algún posible conflicto por ahí. En esta oportunidad, Berger tiene como codirector a Martín Farina, quien había dirigido Fulboy, documental sobre un equipo de fútbol de tercera división. Su capacidad para adentrarse en la intimidad de aquel grupo (incluyendo charlas en el vestuario y duchas desnudos) también se refleja en la película, de manera que el público se pueda sentir uno más de los muchachos o, al menos, adoptar el punto de vista de Germán, el recién llegado. Luego de la más experimental Mariposa, Berger vuelve con Taekwondo a terreno más conocido. Un film intimista, dialogado pero nunca monótono, que muestra a personajes a punto de arriesgarse y ser fieles a sus propios sentimientos.