Entre la camada de cineastas argentinos dedicados al cine fantástico y de terror, Laura Casabé se ganó un lugar de privilegio gracias a sus largometrajes El Hada Buena: una fábula peronista y La valija de Benavidez. También hizo ruido con su corto La vuelta del malón, de 2010, que inspiró su tercera película: Los que vuelven. La acción transcurre en Misiones, a principios del siglo XX. Julia (María Soldi), la esposa del patrón de una estancia (Alberto Ajaka), le pide a la selva, a La Iguazú, que se devuelva la vida a su hijo, nacido muerto. El milagro sucede, pero las consecuencias serán trágicas. Este detalle crucial de la trama es apenas el punto de partida del film, que tiene una estructura no lineal y, sobre todo, está provisto de muchas capaz. Por un lado, es una variación del cuento “La pata del mono”, de W.W. Jacobs (en el que Stephen King se inspiró para su novela Cementerio de animales); lo que perece en la jungla suele resucitar, aunque con propósitos más oscuros. Como si La Iguazú pudiera manifestarse y castigar más directamente a través de esos cuerpos. Casabé logra plasmar esta premisa mediante un clima cada vez más enrarecido, en el que por momentos hasta la vegetación parece viva. Algunas escenas recuerdan a los mejores momentos de I Walked with a Zombie, obra maestra de Jacques Tourneur. También hay explosiones de sangre y violencia, pero la directora se encarga de que nunca dejen de ser funcionales a lo que está contando. Al igual que en sus films anteriores, Casabé demuestra su capacidad para construir microcosmos con sus propias leyes, con sus propias miserias y esperanzas. En este caso, recrea una época y un entorno en el que la supuesta civilización se comporta con crueldad e intolerancia (contra las tierras, contra los aborígenes, contra las mujeres), y en el que la naturaleza responde de la manera más brutal. Por el lado del elenco, María Soldi sobresale gracias a una presencia magnética y por interpretar a una mujer que anhela ser madre y debe lidiar con la desesperación y la pérdida. Soldi deja en claro su talento para llevar adelante ella sola una película. Tampoco se queda atrás Lali González, la actriz paraguaya que se hizo conocida por su protagónico en 7 cajas; ella transmite la fiereza de un personaje que padece varios cambios. A través de una estupenda historia de horror, con un riguroso trabajo de arte y fotografía, Los que vuelven habla sobre la tensión entre leyenda y modernidad, e indaga en los aspectos más primales del ser humano.
Las historias de madurez (conocidas como coming of age) constituyen un género irresistible para el cine y para el público, en gran parte porque posibilitan una mayor cercanía con los personajes y las situaciones que les tocan atravesar. En Argentina hay exponentes muy interesantes y con diferentes miradas. Lejos de casa es uno de los casos más recientes. Florencia (Cumelén Sanz) es una joven a la deriva, que sólo parece encontrar alivio en los excesos y en la fotografía. El padre (Daniel Kuzniecka) ya no sabe cómo controlarla, por lo que decide enviarla con la madre (Ana Celentano), una médica que vive en Pinamar. Allí debe aprender a adaptarse, lo que al principio parecerá menos difícil: entabla amistad con Sebastián (Gabriel Gallicchio), un kiosquero de buen carácter. Sin embargo, la relación entre Florencia y la madre no termina de ser tal, más allá de los buenos sentimientos mutuos. Para peor, los vicios todavía están al alcance. Se trata de la tercera película de Laura Dariomerlo como directora, luego de Rosa fuerte y La chica que vino del espacio. Como en aquellos films, el aspecto sobresaliente reside en las complejidades de los vínculos, pero sin emitir juicios. En este caso, de una madre y una hija con sus propias personalidades y sus maneras de ver la vida. Una hija que, de por sí, no se sentía valorada por el padre y que trata de encontrar su lugar en el mundo. Dariomerlo consigue escenas poderosas mediante la mezcla de actores bien elegidos -y bien dirigidos- y un guión con diálogos intensos pero sin ser redundantes. Cumelén Sanz ya había interpretado a una chica sin rumbo en Penélope, de Agustín Adba. De hecho, los primeros minutos hacen pensar en una continuación de ese film. Pero el personaje aquí es más humano; lo que permite conectar con ella, comprender sus tormentos y seguirla en su crecimiento. Una prueba de las capacidades actorales de Sanz, que además tiene una importante presencia escénica. No menos destacable es el desempeño de Ana Celentano, haciendo creíble a una madre que, por sobre todas las cosas, es una mujer con sus propios objetivos, una mujer libre, sin por eso dejar de sentir amor por sus seres queridos. Lejos de casa es un drama real con sus momentos de crudeza, pero provisto de un corazón grande y un sabor de esperanza.
Las películas del subgénero “cine dentro del cine” tienen muchos y buenos exponentes. En Argentina hay pocos casos, pero algunos resultan notables: La película del Rey, ópera prima de Carlos Sorín, y UPA: Una película argentina, en la que los directores Camila Toker, Santiago Giralt y Tamae Garateguy satirizan a un grupo de realizadores snobs que quieren pertenecer al otrora denominado Nuevo Cine Argentino. Ínsula, de María Onis, se acerca a UPA -y a su secuela, UPA 2-, pero por el lado del enfoque, ya que el tono es menos estrafalario y más crudo. Una crudeza que viene por el lado de lo que los protagonistas están rodando: un documental sobre los aborígenes de la comunidad El Traslado, de Salta. La pareja de cineastas (Francisco Benvenutti y María Soldi), también pareja a nivel sentimental, comienzan a tener diferencias. Para empezar, diferencias a la hora de abordar el trabajo: según él, ella propone un acercamiento a los lugareños demasiado frívolo, evidenciando un desconocimiento por sus costumbres. Según ella, él no tiene demasiado tacto a la hora de editar el material, que incluye planos de hombres matando conejos y armadillos para comer. Tanta tensión pondrá en peligro el proyecto cinematográfico y el vínculo amoroso. Teniendo Argentina un amplio catálogo de documentalistas, en especial dedicados a la temática indigenista y marginal, la película permite adentrarse en el quehacer de un trabajo de estas características. Si bien funciona como sátira, permite conocer de cerca las discusiones y dilemas que plantea rodar un film de altas pretensiones, y cómo los mismos directores -por soberbia y egoísmo y falta de empatía- a veces pueden echar a perder su propio material. María Soldi y Francisco Benvenutti componen a estos realizadores ambiciosos pero en plena crisis. Actúan de manera seria y realista, en un recurso que forma parte del humor implícito que le imprime la directora. Ínsula es una mirada ácida sobre el mundo de los documentalistas, sobre el quehacer cinematográfico en general y sobre lo que hoy se entiende por corrección política.
El cine argentino de género tiene un número cada vez más nutrido de directoras tan audaces como inventivas y talentosas. Dos de sus estandartes son Tamae Garateguy y Jimena Monteoliva. Con dirección de la primera y producción de la segunda, ambas hicieron el policial con metaficción Pompeya y el thriller psicológico Mujer lobo, y codirigieron el slasher Toda la noche. Monteoliva tuvo su debut en solitario con Clementina, y en Matar al dragón continúa indagando en el costado más oscuro del universo femenino, con más ambiciones creativas. Elena (Justina Bustos) reaparece en el bosque cuando hasta su familia la daba por muerta. Padece una extraña enfermedad por la que debe permanecer medicada. Eso no impide que su hermano y médico, Facundo (Guillermo Pfening) la lleve consigo a su residencia de la infancia, donde vive con su esposa y sus dos hijas. Pero Elena es acechada por su tormentoso pasado: el asesinato de sus padres y el secuestro en un mundo subterráneo, bajo el yugo de La Hilandera, una bruja ancestral. Cuando la situación se hace insostenible, deberá hacerse de valor y enfrentar la amenaza. La película constituye un microcosmos en que se mezclan distintos elementos: cuento de hadas, ambientes postapocalipticos y suburbios propios de los años 50. El logro principal de Monteoliva y del guionista Diego A. Fleischer es hacer que este extraño combo funcione, sin saturar de explicaciones y sin buscar ser un simple delirio trash. De hecho, la historia tiene un tono trágico, aunque con atisbos de esperanza. Al igual que Garateguy, Monteoliva sabe utilizar el cine para hablar de la mujer, con sus padecimientos y su lucha, pero sin descuidar la trama. Otro mérito de la directora es sacarle el jugo a Justina Bustos, actriz de gran presencia que no suele ser muy bien aprovechada. Aquí puede demostrar sus condiciones para componer un papel atormentado, aunque capaz de desplegar fortaleza en situaciones límite. Guillermo Pfening y un perverso Luis Machín cumplen en roles disímiles, mientras que Querelle Delage asusta como una de las bruja más realista del cine moderno. Mención especial para la secuencia animada del principio, que relata la historia de la bruja, los alcances de su poder y su transformación en leyenda. Matar al dragón es una propuesta inusual aun dentro del panorama del género fantástico y de terror local, y la confirmación de que Monteoliva sigue afianzándose como una de las realizadoras más interesantes del país.
En 2009, el director José Martínez Suárez volvió a su Villa Cañás natal con motivo de una muestra de cine itinerante, para que chicos de escuela primaría puedan disfrutar en pantalla grande –y en el reabierto cine del pueblo- de películas y cortos animados. No será una parada más de esta muestra, ya que el reencuentro con lugares y personas de su infancia invitarán a recordar grandes momentos de la niñez, cuando ya comenzaba su amor por el séptimo arte. Sin duda, el homenaje cinematográfico definitivo a Martínez Suárez. Mientras retoma, por unos días, los lazos con amigos y vecinos de aquellas épocas de inocencia y de sueños, una muy tierna entrevista por parte de alumnas, que José responde con la sinceridad y el buen humor que ya son su marca registrada. Por supuesto, También hay fragmentos y detalles de las filmaciones de las cinco películas que dirigió: El crack, Dar la cara, Los chantas, Los muchachos de antes no usaban arsénico y Noches sin lunas ni soles; películas que aunaban una impronta clásica, propia del período dorado del cine argentina –en el que M.S. se formó detrás de cámara- y el estilo de la Generación del ’60, que abandonaba las filmaciones en estudios para salir a las calles. Lo acompañan en este emotivo regreso los directores Mario Sábato y Cristian Bernard. Tan accesible y cálido como la figura a la que está dedicada, Cine de pueblo, una historia itinerante permite descubrir el lado más íntimo y creativo de un artista cuyo talento y humildad son un ejemplo para las nuevas generaciones.
El cine sabe darnos historias de parejas en crisis, pero muy pocas veces son retratadas con una impronta cercana a la realidad. El encanto posee esa característica y la enarbola como bandera. Bruno (Ezequiel Tronconi) y Juliana (Mónica Antonópulos) son novios desde hace ocho años. Ella es cocinera y conduce un programa de televisión. Él es responsable de una vinoteca. Ambos, conviven, se aman, son pura alegría. Pero surge un motivo de conflicto: Juliana quiere ser madre y Bruno aun no está muy seguro. Una inseguridad que molesta cada vez más a la mujer. Y como si faltaran complicaciones, por ahí está Lara (Yamila Saud), la bella empleada de Bruno. La película fue codirigida por Tronconi y Juan Pablo Sasiaín. El actor debuta detrás de cámara, mientras que Sasiaín había codirigido -junto a Federico Godfrid- La Tigra, Chaco, y ya en solitario, Choele Choel. El logro principal de la dupla es haber rodado las escenas casi sin cortes, con planos secuencia, lo que permite un desempeño actoral más fluido. Al mismo tiempo, evitan caer en el teatro filmado, ya que la puesta en escena sigue siendo cinematográfica. El otro mérito de Tronconi y Sasiaín es no hacer juicios de valor ni ponerse del lado de ninguno de los personajes; se limitan mostrarlos con sus virtudes y sus errores, como seres humanos intentando encontrar la felicidad, pero con temor a dar un paso decisivo hacia la madurez. Como el único punto de vista es el de Bruno, Tronconi tiene más tiempo en pantalla, lo que permite apreciar los matices del papel. Sin embargo, Antonópulos nunca queda relegada, y transmite el carácter y la vulnerabilidad de Juliana. Algunas de las escenas entre ambos alcanzan picos de drama y emotividad. El resto del elenco también encuentra la oportunidad de lucirse. Yamila Saud cuenta con la frescura indicada para el personaje, y sin bien protagonizó Hipersomnia y Solo el amor, aun le falta explotar. Andrea Frigerio aporta humor en su breve participación como la madre de Lara, mientras que Boy Olmi compone al padre hippie -pero muy lúcido- de Bruno; sus gestos y consejos lo convierten en uno de los progenitores más entrañales del cine argentino actual. El encanto no trae ninguna novedad temática ni estética, y nunca se propone hacerlo, sino que ofrece una historia sencilla sobre el amor, las dudas y las confusiones en una etapa crucial de la vida.
En los ’80, Buenos Aires supo tener una actividad cultural alternativa que, mientras batallaba contra todos los prejuicios imaginables, marcó una época y tuvo como epicentro el Parakultural. Un ambiente donde la experimentación y la libertad eran las únicas normas, con el transformismo como herramienta principal. El semillero de talentos que siguieron asombrando en las siguientes décadas, y que en algunos casos como Batato Barea, se volvieron míticos. En sus primeros minutos, Bernarda es la patria amenaza con ser un documental sobre el nacimiento y el auge del under porteño, con testimonios de personalidades que continúan vigentes, como Mosquito Sancineto, Guillermo Gil y Gustavo Moro. El director Diego Schipani nunca abandona esa temática, pero la enriquece y la expande a través del punto de vista de uno de los nombres surgidos en aquella camada, y que hoy continúa muy activo: Guillermo “Willy” Lemos. Esta transformación del enfoque sucede en cámara, y el resultado es tan sorprendente y atractivo como aquellas obras y performances que cautivaban en aquellos reductos de una ciudad todavía afectada por las consecuencias de la última dictadura militar. Con su encanto genuino, Lemos no teme sostener la película, y en él convergen historia, arte, dolor, amor; convergen vanguardia y tradición, comedia y tragedia. Mientras prepara una puesta moderna de La casa de Bernarda Alba en el teatro Margarita Xirgu, durante ensayos, sesiones de maquillaje y castings, podemos adentrarnos en un sobreviviente que debió escapar de un ámbito familiar nefasto; en un actor que se especializó en la composición de personajes femeninos; de un amante tanto de hombres como de mujeres; de un artista que comenzó en La botica del Ángel, debió soportar la intolerancia del estatus quo (con detenciones incluidas) y logró trascender hasta volverse una figura respetada, pero sin jamás darle la espalda a sus orígenes creativos. Imágenes de archivo permiten apreciar sus participaciones teatrales, televisivas y cinematográficas, donde no falta su consagratorio trabajo en Tacos altos, de Sergio Renán, donde interpretó a la primera travesti del cine argentino. La cámara también sigue a Lemos cuando regresa a los lugares donde solía brillar en sus espectáculos de antaño, empezando por Cemento. Pero además de la inevitable nostalgia, el actor presenta su visión de la obra de Lorca. En esta fusión de pasado y presente es acompañado por Fernando Noy, otro reconocido estandarte del off argentino. Por su parte, Verónica Llinás participa en los castings, que de por sí constituyen un atractivo extra. Tan anticonvencional como Willy Lemos, como los antihéroes del under de los ’80, Bernarda es la patria muestra las resonancias de un movimiento cultural tan audaz como irrepetible, y presenta la vida y la lucha de varios de sus principales artífices.
Además de ser un medio perfecto para contar historias vibrantes y atractivas, el thriller también es un vehículo para tratar temas delicados. En el caso de Lo habrás imaginado, las redes de pedofilia son el punto de partida para una historia con personajes complejos y manejos turbios que alcanzan niveles insospechados. El eje está puesto en Abril (Diana Lamas), una mujer distante, que carga con un trauma de origen impreciso y no puede empatizar con quienes la rodean. Por un lado está su tío, Ángel (Mario Pasik), un político de destacada trayectoria, responsable de obras benéficas. Por otro lado aparece Guillermo Guillermo (Carlos Portaluppi), un amigo de la juventud que, junto a su colega Uribe (Osmar Nuñez), investiga el vínculo de Ángel y de otros políticos con una red de pedofolia. Será cuestión de tiempo para que Abril, con ayuda de Guillermo, comience a abrir los ojos en torno a una serie de siniestras revelaciones. La película tiene momentos de suspenso y acción, con persecuciones y tiroteos bien resueltos. Hasta hay una situación de individuos apuntándose mutuamente, como en los viejos films de John Woo. Pero lejos de apostar a un tono frenético, el foco está puesto en la intimidad de los personajes. Ya en las películas Eso que llaman amor y A oscuras, y en la serie Los pibes del puente, Victoria Chaya Miranda había indagado en la vida de seres urbanos y sus complejidades. Esta vez los muestra en su cruzada por hacer lo correcto, aun cuando la corrupción y la perversidad parecen brotar de las calles y de las residencias de primer nivel. Un ámbito donde nadie está limpio, donde no queda lugar para la pureza. Miranda vuelve a demostrar su capacidad para sacarles el jugo a los actores. Diana Lamas brinda una actuación desafiante y audaz; Abril se ve mayormente catatónica, pero suele expresar sus sentimientos mediante recursos calculados, sin caer en la sobreactuación. Carlos Portaluppi sobresale gracias a un rol que también es exigente desde lo físico y lo emocional. Tampoco dejan de ser correctos los aportes de Osmar Nuñez, Mario Pasik y Gustavo Pardi. Pasik, en especial, consigue transmitir la esencia de su personaje evitando los clichés y el trazo grueso. Aun cuando a veces las intensiones de la propuesta quedan algo subrayadas (“Qué país de mierda”, dice Guillermo dos veces en una misma escena), Lo habrás imaginado cumple de lleno con su función de thriller policial y nos recuerda las injusticias de una clase política que no conoce límites.
Dentro de los directores de cine argentinos dedicados al género fantástico y de terror, Gabriel Grieco se destaca por una marcada temática social. Naturaleza muerta, su ópera prima, le permitió hablar del veganismo. Hipersomnia tocaba la trata de mujeres. Respira, su tercer opus, va por el lado de la contaminación indiscriminada. Leonardo (Lautaro Delgado Tymruk), un piloto comercial desempleado, acepta un trabajo como fumigador en plantaciones de soja. Esto lo lleva a mudarse a las afuera de la ciudad con Leticia (Sofía Gala Castiglione), su esposa, y Manuel (Joaquín Rapalini Olivella), el hijo de ambos. La situación no es cómoda para ninguno, ya que implica un cambio rotundo de vida, aunque ponen la mejor voluntad. Sin embargo, a las pocas horas van a descubrir que aquel ámbito rural posee sus propios secretos, sus propios malestares, y una guerra está a punto de desatarse. La película cuenta con una estructura similar a la de Los perros de paja, de Sam Pekimpah: tenemos a personajes urbanos y modernos que llegan a un ámbito pueblerino, donde no son demasiado bien vistos (o vistos con lascivia, en el caso de la mujer), y la situación se sale de control. Grieco no busca las vejaciones más crudas, aunque el tercer acto es lo suficientemente apoteótico. Sí apuesta por una intriga creciente, y una vez más logra que la denuncia, aun estando presente, no tape la historia. Lautaro Delgado Tymruk vuelve a interpretar -de buena manera- a otro antihéroe atormentado que debe hacerse cargo de una situación delicada. Sofía Gala Castiglione compone a una mujer parecida a su personaje en La sabiduría, de Eduardo Pinto: es de la ciudad y llega al campo, se topa con sorpresas desagradables pero sabe dar pelea. Y como en aquella ocasión, y en otras ocasiones, brinda toda su potencia actoral. Por su parte, el joven Joaquín Rapalini Olivella viene haciendo una carrera interesante, luego de participar en Las Ineses y Natacha, la película. Como es habitual, Leticia Brédice logra lucirse en sus escenas, y del lado de los villanos sobresalen Daniel Valenzuela y Gerardo Romano. Mención especial para el siempre infalible Chucho Fernández, uno de los duros del cine argentino de los últimos tiempos. Más un thriller que una de terror (como se la vende), Respira es un nuevo e interesante paso creativo de Grieco, del que aún podemos esperar mucho más.
Desde el vamos, los cuentos infantiles tienen una esencia tenebrosa. Pretenden enseñar valores, pero no le escapan a los detalles más incómodos. Muchas adaptaciones suavizan las partes más oscuras, pero otras deciden potenciarlas con orgullo, como Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas. El esqueleto argumental sigue siendo el de siempre: dos hermanitos se pierden en el bosque y llegan a la casa de una bruja que tiene planes horripilantes para ambos. Pero una vez más, la gracia está en la manera de ser contada. No es un capricho coyuntural que Gretel (Sophia Lillis) figure antes que Hansel (Sammy Leakey) en el título, ya que ella es quien tiene más peso en la trama. Aquí es una adolescente que debe cuidar de su hermanito de las injusticias que les tocan vivir por parte de los adultos que los rodean, incluyendo la madre de ambos. Además, cuenta con un don especial, y la bruja (Alice Krige) parece ser la única que puede guiarla. G&H es la tercera película de Osgood “Oz” Perkins, luego de las muy atendibles The Blackcoat’s Daughter y I Am the Pretty Thing That Lives in the House. Además de ser hijo de Anthony Perkins, está demostrando ser uno de los nuevos nombres fuertes del terror actual. Su estilo se encuentra a medio camino de los golpes de efecto de James Wan y los climas opresivos de Robert Eggers y Ari Aster. De hecho, con su atmósfera sobrenatural que va in crescendo, varias secuencias remiten a La bruja, de Eggers, y a los mejores aspectos del folk horror. Sin embargo, Perkins evita la cita fácil y los recursos baratos para asustar, y siempre guarda bajo la manga algún giro sorprendente, sin tomarle el pelo al espectador. La única desinteligencia del director fue usar la voz en off de Gretel para sobreexplicar algunos pasajes, aunque eso no estropea el resultado final. Sophia Lillis le otorga a Gretel algunos rasgos ya vistos en la primera parte de It: joven torturada que ante una situación extrema debe sobrevivir sacando lo mejor de sí. Eso no impide que el personaje sea creíble y rico en complejidad, de modo que uno no deje de preocuparse nunca por su arco dramático. En tanto, Sammy Leakey es un descubrimiento, mientras que la sudafricana Alice Krige nos recuerda que sabe componer a mujeres misteriosas, cautivantes, incluso letales, como en La maldición de los sonámbulos y Silent Hill, sin olvidar la extraña Institute Benjamenta, de los hermanos Quay. Gretel & Hansel levanta la bandera de la extravagancia y la perversidad, y demuestra que, cuando hay creativos audaces detrás, las historias ya conocidas se sienten como nuevas.