Dirigida y escrita por el talentoso cineasta californiano Ryan Coogler, “Black Panther – Wakanda Por Siempre” posee el condimento de estar evidentemente dedicada a la memoria del prematuramente fallecido Chadwick Boseman. El director de “Fruitvale Station” (2013), se coloca nuevamente detrás de cámaras, habiendo sido aclamado por la versión original de “Black Panther” (2018), un film a partir del cual Marvel ganó prestigio a nivel crítico. Dos horas y cuarenta minutos de duración pueden resultar a primera vista excesivos, lo cierto es que esta poderosa secuela combina momentos de contundencia visual, cumpliendo con creces la misión de impresionar. Luego de los créditos iniciales, un arranque bestial asoma prometedor. Angela Bassett, Letitia Wright, Winston Duke, Danai Gurira, Florence Kasumba, Lupita Nyong’o y Martin Freeman, integran un elenco sólido, funcional a una propuesta en donde se pone de manifiesto un conflicto macro en mítico choque de reinos. Un contrapunto entre diferentes naciones funge como elemento cohesivo; la reinterpretación inspirada en leyendas aztecas adquiere interés a medida que avanza la trama. La nueva civilización cobra vida tras una escenografía grandiosa, mientras madurez e impacto son las marcas de fábrica de un guión concebido como tributo catártico. Con fidelidad, Coogler mantiene la esencia original de un producto que sabe aggiornarse a los nuevos tiempos: las mujeres lidian con el poder, y el hecho de hablar acerca de temáticas de índole social, a través del propio microuniverso del cómic, contribuye a reconvertir la esencia con saldo favorable. A través de la fantasía y lo alegórico, MCU indaga problemáticas reales. Conmovedora y oscura, un trabajo artesanal de intensidad coreográfica, diseño de producción y laboriosos vestuario y maquillaje, elevan el listón de la propuesta.
Eduardo Longoni se pregunta porqué fotografiamos. ¿Por placer?, ¿para entender el mundo?, ¿para cuestionarlo?, ¿para dar testimonio? Su cuantiosa obra nos revela un mundo plagado de imágenes. Se trata de quien capturara la icónica fotografía del ‘Gol de la Mano de Dios’ en el ’86. Diego para la eternidad. Su pasión fue más allá: Longoni colocó su oficio al servicio de desentrañar crímenes en tanto como de denunciar los atropellos del poder en la democracia; su tránsito en el medio atravesó épocas en extremo complejas. En Noticias Argentinas, la violencia política se convierte en el ADN de su quehacer, hecho de luces y misterios, porque su fotografía cuenta y opina acerca de tiempos sombríos. Es un bastión de lucha y resistencia durante la última dictadura militar. Un cuarto de siglo después, registró la barbarie acontecida en las calles de nuestro país, en diciembre de 2001. Y dijo, no más para mí. Nadie lo sabe mejor que Eduardo: el ejercicio público y el cuerpo se ponen en la calle. La belleza conmueve, afirma, pero sus fotos gritan. Roberto Pesano y Santiago Nacif se dividen créditos de dirección en el imprescindible documental “Una Mirada Honesta”, condensando cuarenta años de trayectoria. Representante de una generación de fotoperiodismo y nativo de la ciudad de Mar del Plata, es también autor del ensayo fotográfico “Destiempos”, un colosal mosaico a través de majestuosas geografías que rescatan parajes místicos. El artista detiene el tiempo en un instante y su mirada también es retrospectiva: recuerda a su madre, aquella mujer que lo inspirara tempranamente. Conocemos la intimidad de sus orígenes, las fotos poseen una doble mirada.
Podemos entender a “Bardo” como una autobiografía con licencias poéticas. Alejandro González Iñárritu se proyecta en Daniel Giménez Cacho (el fenomenal actor de «Zama» y «La Mala Educación») y lleva adelante una retrospectiva similar a la encauzada por Alfonso Cuarón en la premiadísima “Roma” (2018). Aquí, un afamado documentalista es el protagonista de una historia en donde psicodelia, metarrelato y surrealismo rompen los márgenes de la realidad. Lo autorreferencial desborda, inclusive excediendo la cuota de lo prudente, ¿cuánto hay de verdad detrás del mito? Tildada de pretenciosa por cierta corriente crítica, esta película exhibida en el Festival de Venecia y estrenada en salas selectas, de cara a su desembarco en Netflix se plaga de momentos más o menos consistentes que vertebran casi tres horas de metraje. El tema central narrado es el sinsentido de la vida y su artificiosidad. El director de “Amores Perros” (2000) y “Babel” (2006) prefiere una imagen deformada que da radical fuerza estética a una obra que conjuga lo potente y lo aparatoso. Narrativa clásica brilla por su ausencia en esta parcial crítica al estado geopolítico actual, en donde la memoria es pura incertidumbre. Preciso arquitecto constructor de imágenes que conducen a sensaciones como el miedo, el placer, la libertad, la pérdida, el dolor, aquí disfrutamos de un Iñárritu en su salsa. Quizás destinado a la prematura incomprensión, existe cierta dualidad en su mirada, virando de lo genuino a lo intrascendente en varios pasajes de un film irregular y no privado de tramos tediosos. La discursiva del mexicano se adentra en terrenos de análisis psicológico, antropológico, cultural y social. México es ese crisol en donde nació, y Estados Unidos el país adoptivo al cual exige llamar hogar. El autor transita un espacio caótico y soporta un vendaval de cuestionamientos. Algunos tildarán de narcisista y autocomplaciente la crítica a un país que ya no habita. Filosofía barata y… La ilusión de realidad que construye la sociedad es un tema de su preocupación; para Iñarritu la vida es un escenario. Y allí está “Bardo”, echando mano de la máxima budista, atravesando un estado de suspensión entre lo que fue y lo que será. El personaje de Daniel Giménez Cacho se rodea de queribles figuras no corpóreas, incapaz de poder soltar aquellos sueños truncos. Más figuras poéticas hacen extremas a las emociones. Lo redundante acaba siendo un lastre. Iñárritu rompe la cuarta pared, incluso calzándose las ropas de director demiurgo. A Giménez Cacho lo rodea un inmenso océano, la obviedad es evidente y “Bardo” parece naufragar. En los interiores del hogar suceden los instantes de mayor interés. Silverio Gacho se sienta a los pies de la cama de su hijo y lee un cuento para dormir, los terrores y la muerte sobrevuelan. Luego, devendrá un interrumpido encuentro amatorio con su compañera (interpretada por Griselda Siciliani); los cuerpos desnudos son filmados con erotismo y sensualidad. Sus momentos de mayor inspiración recuerdan a cierta herencia buñueliana, pero son atisbos apenas. Las bocas emiten sonido, pero no movimiento. Incluso, asistiremos a un parto invertido. Aquí todo es absurda ficción y no hay norma realista que no se decida traspasar. El film no escatima una furibunda crítica a los medios de comunicación imperantes, en la medida en que su estética traduce interioridad y exterioridad expuestas de lleno en base a un sinfín de metáforas, algunas más necesarias que otras. Intentando responder a inquietudes tan determinantes como la propia identidad, el superyó observa de cerca al cineasta, ¿se trata de un genio incomprendido que la sociedad exprimió? El múltiple ganador del Premio Oscar se rodea de íconos mexicanos. ¿Presenciamos un mero instrumento narrativo o la osada prepotencia de ponerse en lugar de portavoz generacional? Iñárritu juega de soslayo en igual medida que imposta seriedad: examina la migración y el rechazo, pero sin adquirir profundidad. El ojo documentalista captura la esencia de seres inmersos en un vivir en sociedad, bajo reglas de manual que indiquen como se dice que se debe aparentar. Se acumulan guiños de “8 y ½” (1963), de Fellini; ¿de quién es la voz que dicta la siguiente secuencia? Pareciera que forma y contenido pretenden amoldarse en función de que la ficción desnude mente y alma de quien detrás de cámara se encuentra. Pero, otra vez, las comparaciones suelen ser odiosas. La vanidad gana la pulseada. El iraní Darius Khondji, director de fotografía de magnos films como “Delicatessen” (1991), “Seven” (1995) y “Uncut Gems” (2020) aporta valores que serán apreciados en la gran pantalla, produciendo auténticas bellezas pictóricas. Críptica e indescifrable, de hilarante despropósito, “Bardo” es una incuestionable proeza técnica. Esta cinta inmersiva se vale de decisiones artísticas válidas en deslumbrarnos: utiliza travellings, cámara en mano, planos secuencia, herramientas de dolly y oníricas lentes angulares. Aún pecando de exagerada retórica, explota el lenguaje cinematográfico en un sentido de introspección que se extrapola como traslúcida visión del proceso cíclico de vida. Lo análogo y lo fractal podrían simbolizar la esencia de este viaje épico, que ensaya una puesta en abismo de experiencias traumáticas. La vasta ciudad se puebla de fantasmas imposibles de alcanzar, luego de anónimos seres acribillados. El fin no es más que comprender el propio lugar que se ocupa en el mundo. Lo falso y lo verdadero, a fin de cuentas, acabarán confundiéndose. La vida se hace de paradojas. Cierta confusión anímica, también, acompaña la salida de la sala de proyección.
Onceavo mandamiento, la inquietud principal que coloca, delante nuestro, la presente película es de orden moral. El director Mauro Mancini, en su ópera prima, intentará responder a dicho interrogante, a través de la historia de un médico judío-italiano, quien goza de una vida tranquila y acomodada, y es hijo de un sobreviviente del Holocausto. Una toma de decisiones toma un rumbo trágico cuando una marca en el pecho delata un proceder que es deshonra. Cada quién está librado a su suerte, es ley divina. Atormentado por la culpa, la vida del profesional cambia drásticamente, de la noche a la mañana. El acertijo coloca el punto de interés sobre el dilema justificable de una venganza. ¿Qué hubiéramos hecho en su lugar? ¿De qué índole son las fuerzas que equilibran nuestro universo? La tensión racial y la causa de odio son invitadas a la mesa de discusión en esta fábula acerca de la condición humana. Nominado a tres premios David di Donatello (los Oscar del cine italiano) y premiado en la Mostra de Venecia 2020, el film elige la sobriedad y la contundencia como imprescindibles aliadas.
“Amenaza Explosiva” traerá a la mente imágenes de “Speed”, de 1994, y todos los films sucedáneos a partir de los cuales Hollywood atiborró la cartelera casi por generación espontánea. En realidad, el film está basado en , un decente ejercicio de acción vía España, protagonizado por Luis Tosar. Un gerente de banco que se entera de que hay una bomba en su automóvil y debe desactivarla no presenta, a priori, sorpresa alguna. Sin embargo, este film oriental dirigido por Kim Chang-ju acierta en colocar el énfasis en el motivo en cuestión de la bomba y no en la bomba en sí. Y allí aparece, ante nuestros ojos, el dilema eterno sobre la formula perfecta para hacer suspenso que Hitch y Truffaut debatieran en aquel histórico encuentro. ¿Será posible que la explosión planeada finalmente suceda? Hay una constante sensación de desesperación rondando a unos personajes acertadamente descriptos. Las cosas rápidamente adquieren vértigo mientras el conductor intenta mantener con vida a sus hijos y escapar de la policía. La premisa involucra al espectador y el suspenso está efectivamente sostenido. El reloj marca las horas en adrenalina pura.
Una historia optimista, emotiva y medianamente atrapante, plagada de personajes exuberantes. Enésima mirada de la condición humana en donde la gentileza es recompensada por el universo. Encantadora fábula donde lo bueno luce bonito, inmaculado y ordenado. Tres definiciones posibles para un film hecho para agradar. El vestuario a la moda cautiva la fascinación de la protagonista, sus sueños de alta costura marchan rumbo a la ciudad de la luz. Christian Dior los tallará a medida. También, podemos entender a “La Señora Harris va a París” como una carta de amor a la urbe gala. Las laureadas divas Leslie Manville e Isabelle Huppert, en menor medida, son nombres propios de peso que otorgan sustento a este largometraje de múltiples subtramas. Paul Gallico (autor de “La aventura del Poseidón”), es el responsable de una obra llevada a la gran pantalla y ambientada en la Inglaterra de la posguerra, en donde la fantasía se reconstruye con trazos snob. Un cuento de hadas para mujeres maduras, que nos entrega suficientes motivos para sonreír, prefiriendo dejar de lado cierta reflexión crítica clasista levemente sugerida. Tenemos aquí un pintoresco retrato de la aristocracia de la época, técnicamente estilizado. Su escenografía elegante traduce los preceptos de un producto edulcorado y suavizado, igualando la versión estrenada en 1992 (dir. Anthony Pullen Shaw), y protagonizada por Diana Rigg, Omar Shariff y la inolvidable Angela Lansbury.
Destacada película francesa, de la mano de un interesantísimo autor contemporáneo: Emmanuel Mourat. Una atracción repentina convierte a dos extraños en amantes. Sus realidades difieren. Ella es una madre soltera, él un hombre casado. La aventura de una noche deviene en una relación que acaba consolidándose, pero de modo completamente inesperado. Vincent Macaigne y Sandrine Kiberlain actúan de manera brillante la furtiva aventura nacida en la casualidad. Del bistró a la cama, una fuertísima conexión contrarresta la suposición de que el encuentro será efímero e intrascendente. Es simple, se gustan y no crean castillos en el aire. Porque él ama a su mujer, pero con su amante se ve para otras cosas. El pacto es en común, ‘aprovechar el tiempo que les queda, hacerse bien, sin pensar en el futuro’. Concuerdan. Comprometidos a verse solo por diversión sexual, sin sentimiento romántico algún…pero, cuidado, la regla pronto será quebrada. A medida que avanza la historia, ambos se irán descubriendo y nace un verdadero sentimiento. La complicidad va en aumento y lo irresistible, a pura velocidad. Presentada en numerosos festivales a nivel internacional, “Crónica de un affair” es un relato audaz y tierno, marca de identidad que conduce una narrativa eficaz en capturar el aroma de la alegría y del dolor. Influenciado estilísticamente por cineastas como Ozú o Almodóvar, Mourat, sutil, arroja líneas de diálogo que son una delicia. “¿Querés tomar una ducha?”, propone él. “No, quiero conservar tu olor”, le dice ella. Esta es una cita con el cine francés que no debemos dejar esperando.
Se palpita el comienzo del mundial. Un deporte que es pasión de multitudes, el país se paraliza. Se siente en el aire, el espíritu futbolero a flor de piel, y aparecen las cábalas que no fallan; calentamos motores. Ariel Winograd, el responsable de films como “Permitidos” (2016) y “El Robo del Siglo” (2019), aborda nuevamente el terreno de comedia, con suma pericia. Nos retrotraemos a 2017: en la antesala del Mundial de Rusia; echamos un vistazo a la tabla de posiciones y, si bien las probabilidades están a nuestro favor, algo no marcha bien. A tres partidos de la finalización de las clasificatorias, Argentina está fuera de la competencia. No estamos listos para pronunciar esas palabras, lo último que se pierde es la esperanza. Una insólita campaña irrumpe en los medios con más ingenio que sentido común. El marco social y deportivo ofrece en bandeja de plata, a un gris y depresivo gerente, en la piel del enorme Leo Sbaraglia, una última posibilidad para resarcirse y dar a su carrera profesional (tanto como a su vida personal), un drástico giro. Desde su responsabilidad como gerente de marketing, hay riesgos que tomar. Se vienen días de sobredosis de TV y el deporte más convocante del país es el gancho perfecto. Negocios son negocios. Dice la fórmula: bolsillo lleno, corazón contento. Una oferta apostará con los propios colores en juego, no tenemos nada que perder. ¿En qué creer después? Si se mezclan con la pasión, ¿qué resultado obtendremos? Las pasiones hace tiempo que no mueven el vuelo rasante del querible Álvaro, un ser hecho a medida de televisión en blanco y negro, ataviado con un vestuario que parece anclado en plenos años ’70. Para él, cambiar significará poder reencontrarse con aquel lejano deseo perdido. El espectador comprenderá las convenciones presentadas y empatizará con un personaje adormeciendo en sus vínculos, viviendo su vida bajo un manual de instrucciones que está a punto de romper en pedazos. En su cartuchera hay una última bala. La adrenalina cursa por sus venas, el corazón se acelera y lo que ve delante no es la boca del túnel…la salida de emergencia va directo a una sala de hospital. Álvaro palpita un final reñido, pero no hablemos de repechaje. Si el resultado deportivo no se inclina a favor, la desgracia quedará subsanada con su propio suicidio profesional; son los porcentajes para una ecuación infalible. Lo fundamental es cumplir el objetivo: que la empresa triunfe, colores son amores y la TV los muestra en HD. Las redes sociales saben hacer su juego…trina el pajarito. La marca garantiza calidad en tecnología. La apuesta se convierte en trending topic. El gerente se juega (y transpira) hasta la camisa, literalmente. Lo volvería a hacer mil veces, si hiciera falta, reafirma. La selección camina por el borde del abismo…¡no hagan enojar al Tano Pasman! Carla Peterson, Cecilia Dopazo, Martín Piroyanski y Luis Luque son nombres de peso para una película hecha con química y precisión. “El Gerente”, basada en sucesos reales relatados en el libro “” – autoría de Romina Zollo-, mixtura fútbol e internas empresariales para acabar convirtiéndose, al fin, en excusa para hablar acerca de un hombre como cualquiera de nosotros, afrontando deberes paternales y en busca de su propia redención. Ese gol de último minuto, que con acierto sabe plasmar el guión de Patricio Vega (“Hermanos & Detectives”). Convertido en el primer film nacional estrenado en la plataforma Paramount+, ofrece gracia, dinamismo y algún que otro cliché a la hora de congeniar una historia que nos ilustra sobre las segundas oportunidades que siempre reconfortan.
Jaume Collet-Serra, relacionado con impactantes films de terror en la primera etapa de su carrera (“La Huérfana” / “La Casa de Cera”), y luego virando al cine de acción más comercial y vertiginoso (“Non Stop” / “Sin Identidad), es el responsable de colocarse detrás de cámaras en una de las apuestas fuertes de Hollywood para el presente año. Acción vibrante es la principal característica que da aspecto a la forma audiovisual de “Black Adam”. A primera vista, parece un film de Zack S,yder y la comparación es elogio. DC films ofrece un producto estético típicamente diseñado como crowd pleaser; una meritoria carta de presentación para el personaje principal, encarnado por el carismático Dwayne Johnson. Pero, ¿actor? La Roca no tiene vida y no sonríe…simplemente hace ni más ni menos que aquello para lo que fue convocado. El héroe exuda la rudeza de un elegido que tiene la oportunidad de hacer el mal…pero la historia de redención gana la pulseada a la avidez por perversión, con amplia ventaja. Tenemos aquí al personaje sobrenatural más poderoso del multiverso: su primera aparición fue en Marvel Family, publicado hacia 1945. Brutal y electrizante, este estreno en la gran pantalla nos sorprende, entre otros motivos por un rostro sumamente familiar: Pierce Brosnan funge como actor de reparto. Salpicada por humor y presta a contar gruesos billetes en taquilla, no sería de extrañar pensar en futuras secuelas, de inmediato a fabricarse casi por generación espontánea. La necesidad de héroes en tiempos sombríos abre futuro de exploración a infinitas nuevas encarnaciones.
Dirigida por Diego Lerman y protagonizada por Juan Minujín, “El Suplente” resulta uno de los ejercicios cinematográficos más auténticos del medio nacional en el presente año. Un referente del ámbito independiente como Lerman, retorna al ecosistema educativo que indagara con la notable “La Mirada Invisible” (2012); el entorno no le es ajeno, si bien la concepción de disciplina en la relación docente/estudiantado se encuentra aquí más ligado a variables como la insolencia y la rebelión, en las antípodas respecto a aquel film anclado hacia represivas coordenadas en el final de la dictadura militar. Un ajeno a la estructura escolar llega en calidad de reemplazo y, más allá de lo estrictamente académico, las realidades sociales y educativas circundantes lo incitan a involucrarse. Exhibida con gran éxito en Biarritz y San Sebastián, nos trae la historia de un profesor que debe luchar contra sí mismo para encontrar las herramientas necesarias que produzcan un necesario cambio. Generar intercambio y reflexión acerca del sentido de la educación se convierte en el principal desafío de un film estupendamente actuado (Alfredo Castro, Bárbara Lennie, María Merlino y Rita Cortese, completan el reparto), colocando en perspectiva esta suerte de confrontación ideológica que lleva a cabo un docente frente a un aula y toda su coyuntura circundante; un entorno hostil, marginal, carente de contención y preferentemente orientada hacia otra clase de peligros. Poco ilustrada en lo poético y de escasas aspiraciones, muy distinto a lo que acostumbra lidiar. ¿Para qué sirve la literatura?, expresa el profesor, apenas comenzado el relato. ¿Para quién escribimos? ¿Quién lee poesía hoy? Una serie de inquietudes que, con perceptible escepticismo nos interpelan, intentarán responderse ante nuestra atenta mirada. Inspirándose en el estilo naturalista de “Entre los Muros” (2008), del francés Laurent Cantet, “El Suplente” fue filmada en la zona sur del conurbano bonaerense (Avellaneda, Dock Sud, Isla Maciel), aspecto que otorga identidad no solo geográfica, sino conceptual: observamos el simbolismo evidente de una fuerte incidencia en el límite que divide a estas locaciones con la Capital Federal.