Johnny Depp apunta alto en su más reciente film, intentando redimir una carrera en espiral descendiente, afectada a lo largo de la última década por escándalos de su vida privada que quitaron el foco sobre su talento interpretativo. Los aciertos actorales de Depp se habían vuelto cada vez más esporádicos, inclusive si cotejamos su creciente interés por abordar el mundo del rock and roll -con su banda Hollywood Vampires-, alejándose de los sets de rodaje. ¿Fulgura aún la llama interpretativa en el icónico Jack Sparrow? Puede que sí, a juzgar por su logrado rol en la última película del artista todoterreno Andy Levitas, responsable del film La Última Canción” (2014). En esta ocasión, nos trae una historia real, ambientada en Japón en los años ’70, y ejercitando un notable retrato sobre Eugene Smith, uno de los fotógrafos más destacados del siglo XX, colaborador de la revista Life, publicación que plasmara parte de la historia gráfica reciente de Estados Unidos. El título de la película refiere a la enfermedad homónima denominada por la ciudad de Japón, que fuera trágico centro de un brote de envenenamiento por metilmercurio en 1956, causando un total de cuarenta y cinco víctimas, y afectando a la vida animal del lugar. El desorden neurotóxico, ocasionado por la ingesta de productos marinos contaminados, se convirtió en tapadera para los intereses de poderosos, y, el turbio maniobrar de la empresa contaminadora del río de la ciudad, en el objeto de denodada lucha contra el sistema al que Smith dedicó su vida y obra. “Minimata” nos retrata la valentía de un perfeccionista del arte fotográfico, batallando contra sus propios monstruos internos (se trataba de un alcohólico adicto a las anfetaminas), bajo la perspectiva de un idealista sorteando todo obstáculo burocrático habido y por haber, en pos de sacar a la luz la cruda verdad. El de Levitas es un acercamiento técnicamente impecable, instrumentador de un potente mensaje, y abundando en cuartos oscuros de revelados, que traen a nuestros sentidos vivos colores que mixturan rojos y verdes saturados. La maravilla del arte fotográfico cobra vida en un drama total, engrandecido por la inspiradora interpretación de un Depp decidido a colarse bajo la piel de del pionero reportero. Contenido y sin las estridentes excentricidades que plagaron su carrera, el doble ganador del Premio Golden Globe reencuentra su mejor forma histriónica. La exquisita banda sonora de Ruichi Sakamoto, premiado compositor de “El Último Emperador” (1987) y “El Renacido” (2013) suma finas capas de belleza a un film necesario. El fracaso en taquilla en propias tierras la convierte en una de las grandes incomprendidas de la pasada temporada.
Cuando Alemania ocupó Polonia, los abuelos de la directora Irene Kuten huyen del pueblo en donde vivían, pero naufraga el barco que los traslada, siendo capturados y confinados a un campo de concentración improvisado en la isla de Rodas. Allí nace Zew, y esta es su historia. En clave documental, aquí se aborda el tema de la memoria y la migración. De pequeña, Irene escuchaba, una y otra vez, la épica historia que la fascinaba. De adulta, los ojos miran distinto pero el corazón se estruja de igual manera. Hoy, el recuerdo pervive, pero encuentra nuevas aristas para pronunciarse acerca de su historia personal. Allí emprende su camino la documentalista: “Zew” estructura con animaciones para relatar la historia que abarca desde el nacimiento hasta la llegada del padre de la autora a Argentina. Confinado entre su primer año de vida y sus tres años en Ferramonti (Italia), su tránsito cotidiano en Buenos Aires lo cruza con otros inmigrantes en una urbe que los adopta. Se trata de pertenecer, todos buscamos ese lugar adónde regresar. Luego de cuatro años de proceso, este ejercicio sumamente personal finalmente puede llegar a nuestras salas. En términos inspiradores, “1943-97”, un cortometraje e Ettore Sola sirve como referencia inmediata, la memoria acomoda cada pieza en su justo lugar. Zew es un sobreviviente más de la cruenta guerra y una parábola se traza acerca de las persecuciones actuales y las actitudes expulsivas de un país que describen a un modo sistemático de naturalizar la desigualdad. Kuten, acertadamente, no romantiza la tragedia, y no por ello deja de hablar con ternura y evidente nostalgia.
Flamante novedad en las salas locales, “66 Preguntas a la Luna” pertenece a esa exquisita clase llamada cine arte. Coproducción greco-francesa, fue estrenada en la edición 2020 del Festival de Berlín, una de las vidrieras más importantes del mundo. Es la ópera prima de la realizadora Jacqueline Lentzou, proveniente del mundo del cortometraje y cuya cámara sabe observar en detalle, tal como aquí se comprueba, a través de este ejemplar de cine de autor que indaga en vínculos familiares atravesados por una penosa enfermedad. Nos adentramos en un relato contenido, construido con paciencia, apoyándose en el talentoso dúo conformado por Sofia Kokkali y Lazaros Georgakopoulos. Simbólica y esotérica, la película nos plantea interrogantes existenciales en complejas dinámicas vinculares. ¿Qué entendemos por cercanía? Cuánto se siente su falta, paradójicamente, al momento de convivir dentro de las paredes de un mismo cuarto. El trance se torna insoportable, el trauma reprime las emociones y la falta de comunicación es evidente. ¿Cómo crear una realidad paralela por medio de la cual discurrir? Otra perspectiva se abre ante nuestra mirada, prefiriendo no perseguir un realismo psicológico como recurso formal a la hora de visibilizar el padecimiento diario que sufre el personaje de Artemisa, al cuidado de su padre. La distancia emocional es inabarcable, paradigma al que se enfrenta con el profundo deseo de encontrar certeras respuestas a latentes inquietudes. No hay predicciones certeras en el cotidiano devenir, entonces, ¿qué la motiva, a fin de cuentas? Dispuesta a correr suficientes riesgos, emprende la joven un reencuentro con su pasado, en valiente batalla con la propia naturaleza dual. Haciendo especial hincapié en el movimiento corporal, en los silencios y en la interioridad de las sensaciones, esta historia de amor intergeneracional no escatimará audacia ni experimentación visual. El espejo de la ficción imita a la vida, y es una línea extremadamente fina, sostenida en la total incertidumbre. Los extremos, como siempre, acaban confundiéndose, confrontándose y cuestionándose: ¿qué es normal? ¿qué es cordura? ¿qué es enfermedad? La herida se abreva con sal: hay marcas imborrables en la piel y ese lejano secreto guardado conserva intacto las consecuencias a su inevitable descubrimiento.
Este slasher de David Gordon Green anuncia el final de la trilogía que el otrora realizador de artesanales joyas del cine independiente gestara a lo largo de la última etapa de uno de los villanos más temidos de la historia del cine. Fallidas sendas últimas versiones disminuían las expectativas a priori, “Halloween Ends” intenta sumergirnos, desde sus primeros minutos de metraje, en climas de tensión supremos. Un prólogo establece base y tesis de la cinta: la oscuridad de un pueblo consumido por la violencia predispone la conducta de sus habitantes. Aquí se tratan cierta metáfora sobre la naturaleza mal que no acaba de cuajar. La presente es una historia con giros que, si bien ilusionan con ciertos hallazgos formales, el factor inesperado se esfuma sabiendo que estamos ante una franquicia que difícilmente sorprenda por su contexto o desenlace. Perturbador, sádico, provocador, Green está listo para darle al público lo que este espera: hay enfrentamientos que no se hacen esperar; la sorpresa y la incomodidad pretenderán estar a la altura del cierre de ciclo. Con guiños al film original del maestro John Carpenter (estrenado en 1978) la actual revisión avala las bases del concepto original. Presenciamos el eterno retorno al suceso de la fatídica noche de Halloween, reflexionando acerca del trauma de la mítica Laurie (Jamie Lee Curtis). Un aire pervierte la atmósfera, mientras destellos autorales en la estilización de la violencia abrevan en lo gore y visceral. Un uso de música recurrente (la partitura corre a cuenta de John Carpenter y Cody, su hijo) incrementa el desasosiego y lo terrorífico, aunque resulta lamentable que la resolución de ciertas secuencias se incline por lo risible. La impostada dinámica de rejuvenecer una mirada que no caiga en la necesidad de regurgitar fórmulas pasadas termina por convertir el ritual mortuorio elegido en una farsa de tamañas proporciones. El miedo no contagia ni por transfusión sanguínea. La calabaza estalla en nuestras manos.
Con excepción de la recomendable «El Misterio del Faro» (2018), el actor Gerard Butler ha enfrascado su carrera en decisiones profesionales bastante pobres. Un excesivo gusto por el cine de acción mediocre lo ha hecho protagonizar films del calibre de “Geostorm”, “London Has Fallen” y “The Bounty Hunter”. Siguiendo la línea de hundimiento, “Last Seen Alive”, un thriller anodino y previsible, tiene otra vez a Butler como eje. El film nos cuenta la historia de Will Spann, cuya esposa Lisa (Jamie Alexander) desaparece misteriosamente en una gasolinera. Un momento, ¿no nos han contado esta misma trama antes? El esfuerzo desesperado del marido, el descenso al costado más perverso del crimen, la negligencia (o escepticismo) policial y la toma de justicia por propias manos nos retrotraen a dos buenos films de la añorada década del ’90: “El Rapto” (con Jeff Bridges y Sandra Bullock) y “Sin Rastro” (con Kurt Russell). Robo de ideas a mano armada como atajo más próximo. Excesiva hora y cuarenta de metraje concatena escenas que son un lastre y casi una media docena de cabos sueltos.
“Algo Incorrecto” aborda, en clave un thriller social, una dura problemática como el abuso sexual en la infancia. Una nota periodística, publicada por Mariana Carbajal en 2, inspira a este guion ficcionado por Susana Nieri. Protagonizada por Eleonora Wexler y César Bordón, la película recrea el caso de un ex juez camarista marplatense, culpable de cometer impunes actos. El mensaje evidencia los silencios de una sociedad que prefiere agachar la mirada, y tales falencias nos hablan acerca de dinámicas de sometimiento por parte del poder a gran escala. Una posibilidad sanadora surgirá a partir de un evento fortuito, durante el Encuentro Nacional de Mujeres, ocurrido en 2015. Recuerdos develados, ocultos en aquel incómodo lugar ascenderán a la luz de la superficie, mediante un enfoque que coloca en perspectiva tanto la soledad individual de la víctima como la lucha colectiva emergente. Comprendiendo al cine como herramienta pretende reparar y concientizar acerca de los aspectos sobre los cuales la justicia hizo completa omisión. El proceso de reparación está en marcha, y es de interés de la realizadora visibilizar las distintas formas que adquiere la violencia de género. “Algo Incorrecto” documenta un fuerte testimonio de denuncia: no se puede permanecer al margen de tan aberrante delito. Infancias destrozadas, familias desgarradas, integridades ultrajadas. El entramado perverso de grandes instituciones, encargadas de decidir sobre el destino de los ciudadanos, denota notables fragilidades. La complicidad manda, la corrupción circunda; es hora de hacer memoria y la verdad suele ser, frecuentemente, es cruda píldora para digerir. La también guionista y directora de “El Toro por las Astas” (2013) y “Gotas de Lluvia” (2016) concibe una obra conmovedora, de necesario visionado.
«Ámsterdam» es un drama histórico, en donde suspenso, acción y comedia se mixturan. David O. Russell trae a la gran pantalla la adaptación de un hecho real: el complot para derrocar a Franklin Roosevelt, tramado por altas esferas del mundo de los negocios en 1933. El director de “American Hustle” (2013) y “Joy” (2015) lleva a la gran pantalla un ejercicio cinematográfico que no se parece en nada a lo abordado previamente durante su trayectoria. Para ello, se reúne de un elenco de ensueño, compuesto por Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Chris Rock, Anya Taylor-Joy, Zoe Saldaña, Mike Myers, Michael Shannon, Timothy Olyphant, Taylor Swift, Matthias Schoenaerts, Alessandro Nivola, Rami Malek y Robert De Niro. Un acto de conspiración atenta contra el régimen democrático más sólido del mundo, un imperio tambalea a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. En el Viejo Continente, en nacionalsocialismo asciende, y el film prefigura cierto mensaje social, impostando una seriedad que no acaba de consolidarse en medio de una propuesta que, ni estética ni conceptualmente, consigue conformar uniforme identidad. Subtramas enrevesadas exploran una vertiente del whodunit literario: se busca el culpable de un crimen y la exoneración de inocentes acusados. Hay corrupción por doquier, pero la maldad humana es mostrada con torpeza y patetismo. El tono de absurdo verosímil intentará justificar lo forzado de una narrativa concebida a medio camino entre diálogos que flaquean y confusos episodios. Quien mucho abarca poco aprieta, los casi ciento cuarenta minutos de metraje se dejan sentir. Un excesivamente extenso flashback se convierte en excusa para refrendar los valores de una amistad por la cual la búsqueda de la justicia se torna menester. El nacimiento del estrecho vínculo amistoso no acabar de cuajar. La suma de las partes no siempre da rédito favorable. Una galería de personajes desfilan ante nuestros ojos; la avenida de exploración se ensancha imaginando un formato seriado. Es de destacar que Russell se muestra sumamente inventivo con la cámara y presume de su buen gusto estilístico: persigue ángulos que pretenden originalidad y virtuosismo, mientras una gran recreación de época nos sitúa en coordenadas históricas precisas. Daniel Pamberton compone la acertada banda sonora, mientras que Emmanuel Lubezki es un nombre propio del mundo de la fotografía que eleva el nivel técnico de la propuesta. Puede que en manos de Wes Anderson “Ámsterdam” hubiera resultado más ambiciosa que caprichosa. Resulta inevitable no encontrar analogías en ciertas escenas. Pero, elegancia y retórica no igualan a ingenio, no en esta ocasión. El potencial es inconcluso. No alcanza con que Robert De Niro siga cautivándonos. Tampoco con ver crecer a John David Washington en tiempo real, y para orgullo del gran Denzel. Si bien Margot nació para seducir plano por plano, a la película le falta ese plus. A oscuras elegimos creer, y que no es descuido lo que prima. Pero sí…Christian Bale guiña su ojo de vidrio luego de evitarlo con bastante esmero. ¿Es que el director ha olvidado la regla básica? Sucede que en el cine casi todo es posible…
Atesoramos en nuestra memoria musical la imborrable melodía de bandas sonoras que nos transportan a mundos cuyas fronteras han sido tan diversas como el imaginario de los compositores encargados de plasmar las ideas estéticas de grandes directores de la cinematografía mundial. ¿Cómo dimensionar de la forma más justa el lugar ponderable que ocupan estas piezas en la historia del séptimo arte? Universos sentimentales, violenta emotividad, paradigmas oníricos o irrefrenables pasiones. Evocando proyecciones del espíritu de todo cinéfilo y melómano, podemos recordar de cada película su primer fotograma, también el primer acorde de una banda sonora que nos maravilla. A curiosos y ardientes navegantes de los más variados géneros cinematográficos y su profusa historia, nos maravilla adentrarnos en la vida y obra de cada autor que dejó su sello en films y partituras inolvidables. Entre algunos de los maestros de orquesta unánimemente reconocidos como tradicionales autores de bandas sonoras del cine mundial, a lo largo del último siglo de vida del arte audiovisual, destaca un exquisito intérprete nacido en Italia, que ha sabido sincronizar en imágenes un hilo musical de absoluta personalidad estética. Capaz de crear instantes que perduran vivos en nuestro recuerdo, intentando expresar la equilibrada relación entre forma y contenido que establecen, de modo simbiótico y mimético, el arte musical y el ejercicio cinematográfico. Sus obras nos brindan el encanto de intuitivas sinfonías que capturan atmósferas y sensaciones en estímulos estéticos entrelazados que pesan su valor en más que mil palabras. El cine, ahora que el maestro ha partido, le debía su personal homenaje. De longeva carrera, Ennio Morricone compuso la banda sonora de más de quinientas películas y series de televisión. Recibió un Oscar Honorífico en 2006 y, una década más tarde, un tardío galardón máximo a Mejor Banda Sonora Original por la película “Los Odiosos Ocho” (2015), de Quentin Tarantino, autor gracias a quien viviera una segunda juventud profesional. Antes de vender más de setenta millones de discos, este maestro romano fue un especialista en realizar piezas sinfónicas y corales. Epítome del spaghetti western, colocó melodías a inolvidables imágenes de films de Sergio Leone, desde la “Trilogía del Dólar” en los años ’60 a “Érase una Vez en América” (1984). Prolífico en géneros tan diversos como el giallo italiano y la comedia, se recuerdan sus partituras para “Días de Cielo” (1978, Terrence Malick), “La Misión” (1986, Roland Joffé) o “Cinema Paradiso” (1989, Giuseppe Tornatore). Su magna figura es rescatada, con gran sensibilidad, por el documental de flamante estreno, dirigido por el citado Tornatore. Con intervenciones del propio Morricone, una cadena de testimonios prefigura una suerte de olimpo cinematográfico: Quentin Tarantino, Clint Eastwood, Oliver Stone, Hans Zimmer, Terrence Malick, John Williams, Wong Kar-Wai, Barry Levinson, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quincy Jones, Giuseppe Tornatore, Bruce Springsteen, James Hetfield, Roland Joffé, Marco Bellocchio y Lina Wertmuller, entre otros, aportan lucidez al retrato del compositor de cine más prolífico del siglo XX. Recurriendo a música del maestro y a profuso material de archivo, posee la significancia de toda gran pieza del género: develar el costado menos conocido de aquel objeto de estudio. De tal manera, indaga en su método compositivo y en el enigmático vínculo que Morricone trazara con algunas de sus musas inspiradoras. Ennio es aquel que confronta a su propio oficio, antes de embeberse en sus mieles. El tiempo le dio la razón, afortunadamente. Apasionado, se transformó en el propio lenguaje que indagó y en cada fibra de su cuerpo sonó la melodía. Así se hizo himno.
Sonríe, el miedo solo está en tu imaginación. Sean bienvenidos a un espacio en donde habitan los trastornos más perturbadores. El debut como director de Parker Finn, también autor del cortometraje (bajo una premisa similar a la presente) titulado “Laura Hasn’t Sleeped”, augura un futuro prometedor. Sorteando el devenir de uno de los géneros más transitados y remanidos, el presente material otorga un resultado satisfactorio, a ojos de una audiencia acostumbrada a efectos de lo más predecibles. “Sonríe” se abre camino merced a dos vertientes sólidamente desarrolladas: tenemos, por un lado, la clásica historia de terror, sustos y fantasmas, y, por otro, una narrativa paralela que abre el diálogo hacia temáticas referentes al duelo y al trauma. La protagonista lleva una vida marcada por estigmas que van más allá de la mera maldición. En la línea de la reciente “It Follows” (2014), el temor sobrenatural aflora. Rostros en plano y contraplano precisamente elaborados aumentan la tensión en esta alegoría sobre las enfermedades mentales, creadora de ritmos, imágenes y sonoridades que consiguen incomodar con efectividad. Diecisiete millones de dólares acaba siendo un módico presupuesto para una obra cuya calidad visual no nos dejará indiferentes. En la fractura psíquica se filtra la más recóndita inseguridad.
En la década de 1820, en África, una unidad militar exclusivamente femenina forma una legión anti-colonizadora, liderada por una guerrera africana, de estilo amazona, con el fin de proteger al reino de Dahomey. Se preparan para luchar contra las tropas invasoras del Imperio de Oyo, al servicio de un régimen terrorífico, cuyo propósito es esclavizar a la población conquistada. Dos bandos inmersos en violento conflicto. Bien, esta es parte de la historia que intentan contarnos. Pero algo muy distinto es pretender reescribir ‘la historia’. ¿Cuál es el próximo límite ético a rebasar, con tal de validar el discurso imperante? Dana Stevens firma el guion de una historia que adapta sobre una idea original compartida con la intérprete Maria Bello. Actriz y productora, Viola Davis, intenta demostrar que una mujer de color puede liderar la taquilla mundial, sin necesidad de tratarse de mera corrección política. ¿Pero a qué precio? ¿Qué es aquello que convierte a este film en uno de los más controversiales y polémicos del año? Veamos detenidamente; “La Mujer Rey”, con realización de Gina Prince-Bythewood, conjuga elementos del cine grande de epopeya con el efecto dramático que otorga lugar a sus personajes para lucirse, en un entorno audiovisual deslumbrante. Un enfoque que la escuela hollywoodense pretender recrear, bajo los cánones actuales de inclusión y empoderamiento que combaten la opresión patriarcal y el sueño europeo. una mujer afro feminista y anti- esclavista parece engendrar el molde perfecto de heroína. Inclusive, sirviendo de guía a personajes como Dora Milaje, en “Pantera Negra”, profundamente inspirados en estas mujeres guerreras. La épica suele tomarse licencias ficticias para darle más drama a la situación, y el presente largometraje no es la excepción. Los libros de historia aseguran que, en realidad, la Dahomey antiesclavista que nos quieren hacer creer es, en realidad, todo lo contrario. No hay nitidez al respecto de lo planteado. A fin de cuentas, los estereotipos revanchistas fuerzan demasiado el hecho real, en pos de modernizar la mirada. En el campo de batalla, el mensaje feminista choca con sus ambiciones masivas. Maquiavelismo puro. El discurso (y el fin) justifica los medios.