Producida por Salamanca Cine, con guion y dirección de Silvina Szperling, responsable del Festival Videodanza de Buenos Aires, llega a nuestra cartelera el documental, sobre la vida artística de Patricia Stokoe, fundadora de la Expresión Corporal. En las pantallas del cine Gaumont pudimos disfrutar acerca de este acercamiento a la trayectoria emprendida por la bailarina y pedagoga, nacida en Buenos Aires en 1919, falleciendo en Bariloche, en 1996. Enteramente realizada en pandemia, “Vikinga” recurre a cuantioso material de archivo, consistente de fotografías personales y diversos recuerdos pertenecientes a la coreógrafa, así como a videos de archivos noticiarios que datan de la década del ’90. Allí hay recuerdos vivos. Beneficioso resulta el testimonio y retrato brindado en diversas publicaciones; pronto la figura comienza a cobrar forma, en manos de una directora de prolífico rodaje en el mundo del cortometraje, y que también complementa su labor profesional mediante tareas de investigación y docencia. Mediante el retrato logrado observaremos una personalidad femenina sumamente poderosa, dueña de una gran fortaleza interior y de una profunda vocación por la danza. Formada en el Royal Ballet de Londres, e hija de padres británicos, transitó un tiempo histórico en donde poner el cuerpo implicaba autoafirmarse corriendo riesgos. La realizadora de “Narcisa” (sobre la vida de la cineasta experimental Natasha Hirsch) sigue de cerca los pasos de su mentora, dueña de una postura política que, paulatinamente, se fue alejando de la ideología conservadora clasicista. Este aspecto la convirtió en una pionera, una vanguardista creadora del término expresión corporal: el cuerpo aparece y se desplaza hacia el campo terapéutico y educacional. “Vikinga”, como su título lo indica, se encarga de simbolizar el carácter trashumante de un ser apegado a sus tradiciones de sangre, quien atraviesa marea y obstáculos naturales en igual medida que emociones y vicisitudes quela vida le coloca por delante. La guerra, la pérdida de seres queridos, la incomprensión.
Director de “El Estudiante” (2011), la carrera del fenomenal Santiago Mitre ha ido creciendo notablemente a lo largo de la última década. Con “La Cordillera” (2015), se dio el gusto de llegar a Cannes y aquí vuelve a formar dupla con Ricardo Darín, para concretar un film honesto y necesario, acerca del juicio a las juntas militares responsables de la última dictadura en Argentina y condenados por tortura, secuestro, robo de niños, desaparición y crimen de miles de civiles. La épica de la gesta realizada llega la gran pantalla, en acto de memoria, verdad e identidad. “Argentina, 1985”, inspirada en la historia real y proyectada ante una ovación generalizada en el Festival de Venecia (obteniendo el Premio FIPRESCI), retoma, también, el tándem creativo de Mitre junto a Mariano Llinás en labores de guionista, quienes nos regalaran el exquisito film titulado “Pequeña Flor”. Llinás, realizador de “La Flor” (2018) e “Historias Extraordinarias” (2008) se inscribe, asimismo, como un cineasta clave de nuestro medio contemporáneo. La historia, podemos convenir, se vive dos veces: cuando se vive y cuando se recuerda en la memoria. Este ejemplificador acto de cinematografía constituye un hito para la industria argentina, colocando el peso específico sobre un hecho insoslayable para nuestra trascendencia como nación. Un juzgado civil, reclutado por el equipo de fiscalía liderado por el abogado Julio Strassera, por primera vez, enjuicia a militares culpables de crímenes de lesa humanidad. Esto ocurre a diferencia de otros juicios semejantes, como el emblemático de Nuremberg, cuyo jurado fuera mixto. Un momento de vital quiebre, que coloca en perspectiva el rumbo de una nación exhibiendo ante los ojos del mundo su tejido social más dañado. Comprendemos el factor disruptivo de semejante proceso en pos de la justicia, punto de absoluto quiebre ético para el país. “Argentina, 1985”, magnífica recreación de época de la Buenos Aires de los ochenta mediante, es, a la vez, cine político, histórico y judicial. Mitre, en absoluto dominio del lenguaje cinematográfico, se convierte en el cineasta argentino con mayor proyección internacional. “Argentina, 1985”, preseleccionada a los Premios Oscar 2022 y con producción de Amazon Studios, es un ejercicio de memoria que indaga en los miedos que amenazan a un ciudadano desprotegido ante el impune maniobrar de la turbia maquinaria del poder, en constante acecho de sabotear y amedrentar el juicio que otorgara merecida pena a los genocidas. Se viven tiempos de paranoia y amenaza, en los albores de la primavera alfonsinista. La impunidad ronda por las calles, doblando la esquina a bordo de ese automóvil nefasto. El film aborda, con suma pericia, las dificultades que, en tal sentido, confrontara Strassera y su fiel ladero, Luis Moreno Ocampo. El discurso político de Mitre resulta un aspecto familiar en la identidad de su cine, validando aperturas, reflexiones y discusiones sobre una realidad que no nos deja ni ajenos ni indiferentes. “Argentina, 1985” se cuela en nuestras emociones. En intenso nivel dramático, matizado por oportunas fugas de carácter cómico que colaboran a distender tan tensa coyuntura, se nos hace partícipes de la vívida investigación, mientras el pasado se reconstruye mediante testimonios estremecedores. Las hojas del almanaque caen, una a una. Las fechas inscriptas nos indican, minuciosamente, el largo camino transitado en los palacios de tribunales. El metraje avanza y el enorme Darín comienza a colocar el peso dramático sobre sus espaldas. Con notable gestualidad, se coloca bajo la piel y dentro del alma de una personalidad cabal a la hora de comprender los últimos cuarenta años de nuestra historia. El hombre y sus circunstancias, diría Ortega y Gasset. Las condiciones marcan la vida de una persona, para Strassera la procesión va por dentro. Darín hace un estudio milimétrico del personaje, su acercamiento es conmovedor. Podemos sentir la tensión. Acumula tics y movimientos obsesivos. Se acomoda el pelo, contiene la respiración. Nosotros también, con él. Equivoca un apellido, nos hace reír. Su equilibrio familiar trastabilla: protege a sus hijos, escucha el consejo de su compañera. Rápido de reflejos, suelta una ocurrencia y distiende el denso clima. Se zambulle en su máquina de escribir. Es un manojo de sensaciones. Ricardo es monumental. La labor del autor es minuciosa. Precisa ambientación mediante, sabe resguardar con artesanal paciencia el clima que cada escena requiere. Consigue detenerse en aquellos convulsos años ’80 que los medios de comunicación reflejaban a través de hoy caducos aparatos de radio y TV, como si de una postal en el tiempo se tratara. Mitre otorga a la gama cromática fotográfica una identidad sumamente particular. Intercala registros que asemejan al documental captado por cámaras y cintas analógicas. Sencillamente encomiable, imágenes de archivo ficcionadas se intercalan con instancias del tenso juicio. La realidad se funde con la ficción. La experiencia en la sala a oscuras nos permitirá disfrutar de una clase de reproducción audiovisual. Las texturas se alternan, fusionan. La cámara, inquieta, persigue nuevas perspectivas, aprovechando al máximo las bondades del lenguaje. Punto fundamental en la excelencia del film resulta el aporte de un elenco actoral cuyo arco evolutivo, a lo largo del extenso metraje, eleva el nivel de esta obra de obligatorio visionado a un escalafón de excelencia, destacando, de forma especial, las labores de reparto de los magníficos Norman Briski, Claudio Da Passano, Peter Lanzani, Carlos Portaluppi, Héctor Díaz y Alejandra Flechner. Es una sinfonía interpretativa que nos regala escenas de supremo talento y nos identifica como ciudadanos con aquella denodada lucha por la justicia. Con entidad, se analiza en “1985, Argentina” una temática que nos atraviesa como argentinos. Nos acercamos a la lectura del alegato final, pronunciado por el propio Strassera. Se pone en duda la famosa teoría de los dos demonios, se metaforiza acerca del séptimo círculo del infierno de Dante como un posible castigo. El inmenso Darín protagonizará una escena que, seguramente, quedará entre una de las más grandes de la historia de nuestro cine. A decir verdad, no es la única con destino de clásico. Norman Briski se encarga de que cada aparición en pantalla sea una clase actoral. Inolvidable. Conmovedora hasta las lágrimas, se acumulan instantes de cumbre cinematográfica. Probablemente, estemos hablando de la película más importante para nuestra industria desde “La Historia Oficial” (1984, Luis Puenzo). La universalidad intrínseca en su mensaje y su recepción fuera del país nos dice mucho acerca de su pertenencia. Con la contundencia que el mejor actor de nuestro país sabe darle, Darín pronuncia dos palabras claves: nunca más. Igual, hay mucho trabajo por delante, dice Strassera. Una nueva esperanza flota en el aire y el film sabe captarlo. Suenan Charly y Los Abuelos de la Nada. Existen himnos que nos enseñan a llevar la libertad dentro de nuestro corazón. Somos testigos de un film histórico. Celebrémoslo. Por y para ellos que no están con nosotros. Presentes, hoy y siempre.
El amor a nuestras mascotas, la concientización sobre la tenencia responsable y la infinita enseñanza que los animales nos legan son algunas de las reflexiones que quedan latentes luego del visionado de un film tan conmovedor como “Siete Perros”. Rodada en Córdoba durante 2022, fue estrenada en salas locales hacia el mes de septiembre pasado, también llegando, posteriormente, a pantallas en numerosos festivales. Paula Lussi guiona la historia acerca de un hombre de mediana edad, solitario, quien atraviesa una delicada situación de salud y percibe la hostilidad del consorcio al que pertenece. Consorcio, esa pequeña comunidad microscópica en donde fluyen tensiones y se solicitan deberes a cumplir. En su hogar, un pequeño departamento, un hombre común ha convertido a siete perros en su familia directa, a quienes cuida y ama profundamente. Este noble retrato acerca de la soledad, la intimidad y la angustia existencial de un ser incomprendido, adquiere notable dimensión gracias a la inmensa labor interpretativa de Luis Machín, intérprete dueño de una versatilidad descomunal. Con extrema sensibilidad y sutileza, consigue transformarse para componer a este provinciano encantador, amante de los perros; desbordante de ternura para con ellos. El relato que se nos narra es más bien agridulce, su corazón también se ha convertido en sede de una inenarrable angustia. Protagonista absoluto de la historia, el hombre habla con sus perros y se rodea de ellos; se comunica con sus semejantes con parsimonia y sencillez, busca salir de su cascarón introvertido, en pos de una salida colectiva a su acuciante presente. Machín, monumental, se deja cuerpo y alma en cada plano, y su comportamiento nos brinda poderosas reflexiones. “Siete Perros” recurre a nuestra empatía como espectadores. Las normas de convivencia y lo que socialmente avalamos o cuestionamos no siempre se miden con la vara más justa…el comportamiento humano suele dejar bastante que desear.
La cartelera nos presenta este drama con tintes de thriller policial, ambientado en los años ’50. Una suerte de sci-fi feminista en donde un personaje vehicular de la trama comienza a tomar percepción de la extraña realidad que la rodea. El misterio psicológico con tintes de horror nos adentra en la cotidianeidad de un vecindario donde la rutina de amas de casa y esposos felices prolifera. Uno puede observar ese tipo de imágenes de afiche publicitario cobrando vida ante nuestros ojos. Pero, cuidado, la perfección es pura cáscara y fachada. Detrás, se esconde un secreto presto a ser desenmascarado. No se requiere eximia experiencia para poder comprobar en qué butaca nos hemos sentado: esta película la hemos visto antes. Un punto de verosímil cuestionable hace que “No te Preocupes, Cariño” pierda pronto credibilidad. Las formas audiovisuales ejecutadas a gran nivel estilístico no alcanzan. El film se hace de ideas preexistentes, cuyas referencias más notorias se rastrean en obras semejantes como: “Black Mirror”, “The Stepford Wives” y “The Handmaid’s Tale”. tales influencias comparten elementos que colocaran el énfasis sobre esta dinámica turbia que anida tras la apariencia idílica y perfecta de un grupo social. Olivia Wilde, la directora de la comedia adolescente “Booksmart” (2019), vuelve a colocarse detrás de cámaras, ofreciendo un producto dispar. El ritmo narrativo se desenvuelve de forma lenta y la fórmula repetitiva se plaga de secuencia en donde la reacción no precede a la acción. Los efectos sin causa ni congruencia no hacen más que contribuir a nuestra desconexión como audiencia. Apenas, y de a ratos, la fuerza actoral en Florence Pughls aviva la llama de una historia que se enfría pronto, víctima de su inconsistencia narrativa. Si bien la pesadilla relatada se desenvuelve de modo terrorífico, proveyendo instantes opresivos y que sofocan emocionalmente, el tedio acabará ganándole a la sorpresa. Lo primeramente insinuado acaba encapsulado en un guion falto de riesgo. No ha sido sencilla la última aventura cinematográfica para Wilde: un tropezón en plena alfombra roja, culminó un espiral de complicaciones, en derredor de la polémica que visibilizara mayúsculos escándalos de su vida privada.
Ambientada en la ciudad de Londres de los años ’50, un aspecto noir, de indudable referencia detectivesca, surca el aire de una película rodada bajo el sello estético de Wes Anderson. Debutando en materia de largometrajes, el novel realizador Tom George echa mano del mentado subgénero literario ‘whodunit’, del cual una magna referencia como Agatha Christie hiciera pionera fama. Aquí, es una obra teatral de la reina del misterio británico, la que funciona como disparador principal. Concretamente, “La Ratonera”, estrenada en 1952. El metatexto sabe bien como hacer su parte, y todo acabará complicándose en medio de los preparativos del estreno de la pieza: un muerto aparece en el escenario; y la víctima no es una cualquiera. La historia indaga en dirección de incrementar las dudas alrededor del crimen cometido, amparándose en la ductilidad de un estelar elenco, compuesto por estrellas del calibre de Saorise Ronan, Ruth Wilson, Adrien Brody y Sam Rockwell. Los elementos narrativos afines a esta clase de propuestas sabrán bien cómo dosificarse, a lo largo de una hora y media de metraje. Diálogos, como útiles instrumentos del suspenso, nos proveerán de pistas y detalles claves, en medio de un relato que abusa del uso de flashbacks, y en donde el cliché y las sorpresas se intercalan prevalencia. Promediando el film, la comedia comienza a ganar inevitable terreno, y la investigación se tornará paródica. “Mira Como Corren” no se toma demasiado en serio a sí misma, y no deberíamos nosotros hacerlo. Rota la cuarta pared, cabe preguntarnos si justifica lo suficiente nuestro tiempo de ocio invertido.
Lo sabemos, el terror es un género predispuesto al cliché y lo inverosímil. Suele prestarse a ridículos de tamaña dimensión. Si pensamos fríamente a través de números de taquilla, lucía rentable una secuela de aquella gema llamada “La Huérfana”, impensado éxito que recaudara cuatro veces su inversión a su estreno, una década atrás. Basado en la historia real ocurrida en 2007, en República Checa, nos trae el extraño caso de una mujer, quien sufría de hipopituitarismo, una enfermedad que no produce las cantidades normales de hormonas de crecimiento. Proveniente de la oscura factoría del entonces incipiente maestro del terror Jaume Collet-Serra, aquel film marcó a una generación por completo. Todo fan del género podrá presumir que cuenta con (al menos) uno que impactara de lleno en su niñez y adolescencia. Pregúntenle a aquellos millennials: el rostro del mal no abandonó sus pesadillas, por años. Poco queda en pie, de aquellas buenas intenciones a esta parte. “La Huérfana: El Origen” se erige como una precuela innecesaria por donde se la mire. Acaso, nunca vemos el origen, solo repetimos sin cesar. Asesinatos a diestra y siniestra vertebran una escena y otra. De antemano, ya sabremos cual es el giro. Todo es bastante previsible en este ejemplar de pobre aspecto estético. Un thriller manufacturado para desconectarnos de todo verosímil habido y por haber. He aquí unas de las incursiones en el género de horror más ridículas que haya podido rodarse en el último tiempo, bajo la responsabilidad creativa de escritores e incapaces más que de copiar al carbón referencias previas. Resulta inevitable pensar en obras de culto noventosas, del estilo de “El Ángel Malvado”, protagonizada por dos tiernos (o no tanto) Macaulay Culkin y Elijah Wood. Lo peor no es ello, sino que ciertas decisiones narrativas borran con el codo lo dictaminado narrativamente para el film original. Por ende, atentando contra toda credibilidad posible. Relato sangriento sin emoción, “La Huérfana: El Origen” persigue la ruta iniciática tomada por la otrora reina del terror y su desembarco en Norteamérica, infiltrándose en familias. Diluido el encanto, tan solo el acento siniestro perdura en esta bizarra ilusión: la espeluznante niña actuando como una adulta asesina se ha convertido en una mujer adulta actuando como una mujer adulta fingiendo ser una niña. William Brent Bell se coloca tras la lente y vuelve a recurrir a las dotes interpretativas de Isabelle Fuhrman, en decisión sumamente extraña. De nueve a veinticinco años de edad, se nota la diferencia de modo abismal. La estupenda y novel actriz de entonces se ha convertido en una mujer y sus rasgos ya no portan la misma inocencia. La perspectiva forzada intentará maquillar lo inevitable: zapatos de plataforma y muebles gigantescos pretenden hacernos creer lo imposible. Fallido truco carente de magia. Perdida toda aspiración macabra, el absurdo nos hará reír hacia adentro, confirmando la máxima: segundas partes casi nunca fueron buenas.
La génesis desde este proyecto nace de lo puramente autorreferencial. Una historia personal a través de la cual Guadalupe Yepes, indaga en terrenos de ficción. Un proceso personal, tan interno y visceral, que se convierte en la síntesis de una obra fílmica, cuando crisis se escribe con mayúsculas. A la hora de canalizar el dulce caos, es natural del artista recurrir a las herramientas que tiene a mano: la escritura, la narración y la dirección son tres áreas en donde Guadalupe encuentra fértil terreno de exploración. En esta oportunidad, labores de guion, realización y producción nos hablan de una tarea múltiple por parte de la autora. Tres actos son anunciados en idéntica cantidad de encuentros que mantiene la (ex) pareja en la piel de Gilda Scarpetta y Alejandro Catalán, dos intérpretes de fuerte estirpe teatral; y es así como se nos induce en una historia que transita las distintas etapas de duelo -cinco en total- para ambos. El cine dentro del cine funciona aquí como gran ensayo, guion en bruto y gancho inagotable para estos seres atrapados en un círculo viciado. “Corte” es una experiencia narrada en tiempo real, en donde el ritmo emocional se acompasa al lenguaje audiovisual -notable elección estética en paleta de colores, movimientos de cámara- engrandeciéndose con la participación especial de los consagrados intérpretes Cristina Banegas y Luis Machín (la voz del psicoanálisis que busca comprender las neurosis). El descubrimiento de una infidelidad, la separación, la continuación del vínculo en otros términos y la contradicción entre dos deseos contrapuestos, fraccionan en instancias a la propuesta. El dilema vincular se presta al siempre bienvenido juego metatextual: observamos a una mujer dentro de su objeto retratado, sorteando los traumas propios del trance, rumbo a una superadora transformación. El vocablo del título se inscribe como necesidad impostergable remite a la drástica decisión a tomar sobre un síntoma que se repite, y reincide en el regreso a los mismos ciclos enfermizos. El daño que se alimenta, el modo incesante que lleva a transitar idénticos lugares oscuros, melancólicos… “Corte” adquiere forma y fondo. Yepes aborda el acto de transformación de sus criaturas, cuestionando posturas y decisiones, lo hace acercándose en primerísimo plano. El final del amor suele indicar que la horma no era digna de propios zapatos; el montaje sabrá compaginar los motivos acumulados de malos entendidos. Sanar para no volver a repetirnos.
Sobre una idea de los mismos protagonistas de la película (Guadalupe Docampo y Nicolás Goldsmith), “Las Furias” nos cuenta la historia de Leónidas, joven indígena destinado a ser el líder de su comunidad, quien se enamora de Lourdes, la hija del terrateniente blanco del pueblo. Luego de ser separados cruelmente por sus familias, se reencuentran para emprender una sangrienta venganza y descubren que los une un profundo sentimiento y un secreto, que el espectador deberá descubrir. Este esquema argumental, con marcada reminiscencia shakesperiana, nos sitúa en un drama que exhibe las tensiones de poder que existen en la comunidad de un pequeño poblado. Filmada en locaciones mendocinas y dirigida por Tamae Garateguy, “Las Furias” opone valores e idiosincrasias de vida en ciudad versus vida rural. La directora del reciente documental “50 Chuseok” posa su mirada sobre los hombres poderosos que quieren apropiarse de tierras y también de personas. Sin miramientos, éstos villanos buscan imponerse sobre otras culturas, y dicho prototipo está encarnado en el avasallante y sombrío personaje que interpreta Daniel Aráoz, actor de primer nivel que potencia un elenco compuesto por otro nombre relevante como el de Juan Palomino. La directora prefigura cierto tipo de inquietudes narrativas que remiten a una estructura de amor clásica y también al género del western. La paleta de colores utilizada ofrece un interesante trabajo fotográfico, prefiriendo una puesta con sombras marcadas y personajes a contraluz, como todo buen aprendiz western. La presencia de la lluvia potencia climas que contrastan con las sombras duras y el sol intenso que visten a este tipo de relatos. La fuerza natural se concibe como un personaje más, que plasma la atmósfera de este drama que orbita alrededor de la traición de la sangre.
En una villa en las afueras del sur de Berlín, se llevó a cabo la conferencia de Wannsee, un 20 de enero de 1942. El tema de reunión era uno de absoluta controversia: los nacionalsocialistas proclamaron «la solución final de la cuestión judía», a través de una serie de conceptos esgrimidos en una carta dirigida al diplomático alemán Martin Luther y redactada por Reinhard Heydrich. Ganadora como mejor película del festival internacional de Barcelona, a propósito del ochenta aniversario de la citada conferencia, nos crea el presente film un encuentro de altos jerarcas nazis en el acomodado barrio que se ubica en las afueras de una ciudad sede de la decisión final: el exterminio de judíos que habitaban por fuera de los límites del Tercer Reich. El presente largometraje, a cargo del experimentado Matti Geschonneck, nos recuerda a uno de corte similar, “Conspiracy”, estrenado en 2001, y protagonizado por Kenneth Branagh, Colin Firth y Stanley Tucci. Esta extraordinaria puesta ostenta valor como documento histórico, en tanto que replica los diálogos de los que aquellas paredes fueron testigos. Representativa del perverso aparato de poder nazi, el film coloca en perspectiva el concepto de amoralidad y legalidad amparada, que proclamaba, sin paliativos ni restricciones, la eliminación de la raza considerada impura amenaza. “La Conferencia” se encuentra destinada a aquellos amantes de la historia contemporánea.
Un ataque terrorista en pleno vuelo desata el caos al propagar un virus contagioso y moral. La emergencia en el aire ha sido declarada. Este film coreano, de casi dos horas y media de duración, se enmarca dentro de los límites del cine de catástrofe. Han Jae-Rim sigue las convenciones comerciales de este tipo de films, confrontando personajes y sus respectivos intereses. Abundante suspenso nos mantiene con razonable atención a lo largo de un relato que irá presentándonos valiosas pistas a medida que su extenso metraje progresa. Varias perspectivas confluyen desde diversos puntos de vista a modo coral, al mejor estilo de “Rahomon”, de Kurosawa. También, se influencia del manejo de la intriga de Alfred Hitchcock, muteando ciertos diálogos claves. Quitando el suministro de información, la tensión aumenta en sostenido in crescendo, aún sin despojarse de ciertos elementos que estiran por demás el desenlace de la historia. El director imprime a su largometraje abundantes dosis de acción. Promediando el desenlace, el discurso elegido se ocupa de exhibir la forma en cómo las personas reaccionan ante el temor de morir. Con tal de salvarse, el ser humano muestra su lado más egoísta, al tiempo que el dramatismo perseguido no elude los clichés más predecibles.