Producido por la señal HBO y recurriendo a profuso material de archivo indaga en la vida y eventos trágicos que conforma la existencia de Diana Spencer, «The Princess» ofrece como resultado una crónica de hechos que nos sitúa en coordenadas sociales y políticas muy precisas. Podríamos preguntarnos, ¿qué nos puede aportar de nuevo a todo lo previamente dicho escrito y filmado acerca de semejante figura? Un objeto de estudio inagotable, de cuyo interés apreciáramos la enésima aproximación de ficción en la reciente “Spencer” (2021), de Pablo Larraín. Aquí, sin recurrir a voces en off, el documentalista Ed Perkins sabe que tiene en sus manos el poder de comunicar una historia que definen nuestra era. Su prematura muerte marcó la vida política del Reino Unido. Entre múltiples fuentes incorporadas mediante un sorprendente acercamiento, se incluye la famosa entrevista brindada por Diana a la BBC, en donde reconoce su bulimia y acusa de adulterio al Príncipe Carlos. Tristemente, a partir de allí se despliega ante nuestros ojos una consecución de situaciones que se asemejan a una saga shakesperiana. Su trágica muerte, ocurrida un domingo de agosto de 1997 fue captada por los medios masivos, enlutando al mundo entero. La de Diana es una fábula trágica, hecha de ironías: su funeral fue visto por más personajes que su mismísima boda. Perkins, sin morbo alguno, persigue el fin documental de llevar un mejor entendimiento a lo que pudo haber contribuido a semejante desenlace. No busca el autor necesariamente meterse dentro de la cabeza de la princesa y entender su psicología. La pregunta que le interesa contestar, en cambio, conseguirá interpelar nuestra empatía. Innegable resulta el efecto del encantamiento colectivo que despertara la figura de Diana. Un singular aura emanaba de este disidente miembro de la realeza que obsesionó a los más conservadores ejes del Imperio, rumbo a un punto de inflexión que convergería en el fatídico accidente ocurrido en el túnel Pont de l’Alma de París. Acaso, ni ella misma fue inmune a tal efecto. Una combinación de belleza y vulnerabilidad se confunden en un perfil carismático y agradable. Cotejamos el fervor casi religioso que despertaba admiración y compasión, en símiles proporciones. Lo ocurrido a su muerte, no es menor curiosidad mencionar, anticipa una era en donde la privacidad de personajes públicos y poderosos era violentada ante la falta de escrúpulos de la prensa paparazzi.
La fachada del nuevo edificio del Colegio Nacional, inaugurado en 1938, replica el estilo predominante del academicismo parisino y monumentalista, percibido en las columnas y los arcos de entrada en el frente principal. Las puertas se abren, hagamos primero un poco de historia. Su sede se ubica en la calle Bolívar 263 de Buenos Aires, siendo uno de los edificios del tradicional casco histórico de “Manzana de las Luces”, en el barrio porteño de Montserrat. Fue fundado por el presidente Bartolomé Mitre, en marzo de 1863. Un nombre como el de sAmadeo Jacques pervive en el tiempo como su rector más emblemático. Para más precisión, “El Nacional” fue incorporado a la Universidad de Buenos Aires en 1911, por intervención del entonces mandatario Roque Sáenz Peña. Rodada en 2018, la película “El Nacional” nos presenta la autenticidad de una historia que muta dentro de las paredes de la casa estudios; el estudiante de hoy asume riesgos y posturas con idénticas honestidad y franqueza. Con semejante tradición a sus espaldas, imaginamos el nivel de pertenencia que porta esta institución, sinónimo de prestigio. Como todo recinto educativo, una sociedad a microescala. Un colegio cargado de mística y memoria, atada a la cronología del país. Generadora de un tipo de comunidad muy particular, habitante en su seno privado. Para el prolífico documentalista Alejandro Hartmann (“Reset”, “Carmel”, “El Caso Cabezas: el Fotógrafo y el Cartero”), el desafío implica ingresar en el universo cerrado de un ámbito público dentro de cuya imagen emerge, también, la paradoja: apreciamos una perspectiva elitista que incide en el relato que ha tramado su devenir. Este ícono cultural y pedagógico aviva recuerdos en Hartmann, quien admira el ámbito educativo en el que se formó, y que hoy revisita como realizador y padre. Acaso, despierta en su interior la paradoja de entonces pertenecer y regresar como testigo; el eco nostálgico en las aulas y los claustros no aparta su fino ojo de observador a la hora de examinar la trascendencia de aquellos que en el presente encarnan otro tipo de paradigma, apropiándose del mito tradicional. Partícipe de transformaciones a nivel social como las presentes, impulsadas por nuevas generaciones que reclaman su lugar y derechos, el colegio cobija en la actualidad a jóvenes encargados de romper la mística de pertenencia clasista, en vías hacia una democratización y apertura superadora respecto a otras épocas. La preocupación a nivel social y político resulta evidente en la participación del centro de estudiantes, en discusiones por la ley de aborto y disputas por la postulación de una rectora. “El Nacional” visibiliza la coyuntura actual: se llevan adelante asambleas para impulsar y lograr el cambio, el manejo político ha cambiado de manos. Tales son las experiencias que nos son compartidas por una cámara atenta, en el intento de radiografiar la realidad que atraviesa a un estudiante modelo, reflejo de la frescura y el desparpajo de una adolescencia que cuestiona la tradición rigurosa. Protagonistas de un nuevo tiempo, quienes persiguen aperturas ideológicas y bregan por la conciencia sobre los propios derechos y obligaciones, en vías de espacios de expresión y formación más tolerantes. A casi un lustro de haberse registrado, el material no ha perdido un ápice de pertinencia.
Tras su paso por festivales europeos de tradición (Venecia, Sevilla), una de las directoras polacas de mayor proyección en el cine internacional, estrena, junto a su compañero creativo y director de fotografía -en labores de co-dirección- el film “Nunca Volverá a Nevar”. Malgorzata Szumowska y Michal Englert nos traen aquí la historia de un niño afectado por la tragedia de Chernobyl, luego convertido en un enigmático masajista, quien trastoca las vidas de sus pacientes con tratamientos al borde de lo milagroso. Magia visual fascinante atraviesa los cuerpos y detalles que maridan lo cómico y lo surrealista conforman las virtudes de una película luminosa, aún radiografiando el marco de una tragedia. Plagada de metáforas, todo sea por hacer justicia poética a la hora de satirizar una porción de la sociedad. ¿Es la alteración climática un mal augurio? Gestada alrededor de un verosímil que rescata el elemento fantástico y deslumbrante, más sugerente que explícita, esta fábula moral abreva en las obsesiones que circundan a sus personajes. Sin embargo, la fuente de la esperanza jamás vaciará la última gota. Sugestiva e hipnótica, ofrece bellos pasajes rodados con absoluto esteticismo y una originalísma puesta de cámara.
Basado en una novela non fiction de Reynaldo Sietecase, llega a nuestras salas uno de los estrenos de cine nacional más importantes del año. Una película que define su peso por el valor de identidad que porta, situándonos en coordenadas históricas muy delicadas. Trata el caso de desaparición y asesinato de Gabriel Samid, empresario rosarino, un impactante hecho real ocurrido en diciembre de 1980, horas antes de la muerte de John Lennon, un crimen que conmovía al mundo entero. Lucas Combina, convocado por el productor ejecutivo Juan Pablo Buscarini, es el joven realizador que tiene la responsabilidad de recrear una época en donde el contexto social del país atravesaba la pesquisa y sus consecuencias. ¿Sin cuerpo no hay delito? El poster mismo de la película nos interpela incluso antes de comenzado el metraje. Las palabras del deleznable Teniente Jorge Rafael Videla sirven como introducción al film: un desaparecido es una entidad, a quien no puede atribuírsele la condición de vivo o de muerto. Distintos puntos de vista construyen -e interpretan- un relato anclado en las bases del género policial. Un abordaje que no es conclusivo y cuyo enfoque mantiene la intriga a ojos de un espectador que jugará a resolver el misterio que se desenvuelve a modo de una lucha contrarreloj. Las fiestas navideñas se acercan, las hojas del almanaque caen rotundas y la feria judicial indica que la burocracia debe cumplir en tiempo y forma. Ambientada en una urbe que conserva el patrimonio arquitectónico de la época, “Un Crimen Argentino” toma el recurso literario del red herring (aquella maniobra de distracción, una falsa pista instalada que desvía la atención del tema central) como disparador alrededor del cual se construye un thriller de investigación soberbio. Ya sabemos que clase de auto doblará en la esquina y las condenables prácticas que evidenciarán el abuso perpetrado por un cuerpo policial subordinado al poder dictatorial. Las sospechas se ciernen sobre aquel círculo corrupto; héroes y villanos se deslizan a través de los hilos narrativos. A fin de cuentas, el rostro del mal sabe cómo disfrazar su naturaleza. Los verdaderos monstruos se camuflan, amparándose en el maniobrar impune de una dirigencia viciada. Es un tiempo apropiado para desconfiar de cualquier semejante, la paranoia vive en las calles y la justicia queda expuesta, sometida, en su proceder. La cámara persigue ángulos cerrados escudriñando rostros, el calor veraniego asfixia, la dupla de nóveles hombres de ley examina posibles coartadas y las sombras avanzan amenazantes en la oscuridad. En la radio suena Miguel Cantilo y Rosario atardece dividida por la pasión en multitudes que despierta un color: Central y Newell’s son pasión de multitudes. Y también una bienvenida distracción para tiempos donde es mejor callar, hacer oídos sordos y mantenerse aparte. Un elenco notable (Nicolás Francella, Matías Mayer, Luis Luque, Malena Sánchez, Darío Grandinetti, Rita Cortese, César Bordon y Alberto Ajaka) hace confluir a una generación de intérpretes consagrados con referentes de la nueva escuela. El resultado, merced al acierto de Combina, es una proverbial sinfonía actoral, en la cual destaca, por encima de todos, el inmenso Ajaka, componiendo un despreciable malvado que quedará en la rica historia del cine nacional. Un abordaje realista enmarca la corrupción imperante: las fuerzas militares y policiales poseen sus propios métodos para llegar al mismo destino que la justicia. En los márgenes y a escondidas, individuos de dudosa moral se apropian de aquello avalado por el relato oficial con tal de propagar sus arteras y turbias maniobras. La frase que afirma que ‘no hay crimen perfecto, sino argentino’, pronunciada por el personaje que interpreta Francella, dice mucho acerca de la endeble integridad de nuestras instituciones. El destino que corriera el excarcelado Márquez, hará lo propio. En la exacta dosis de dramatismo, afín a conseguir la necesaria veracidad que un relato de tamaña envergadura requiere, Combina lleva a cabo un meritorio trabajo. La suya es una mirada microscópica sobre un profundo resquebrajamiento social, político y moral: lo sórdido y lo sinuoso ganan territorio, rumbo a una revelación final que, bajo sometimiento y tortura, incomodará a miradas sensibles. Sin embargo, el hecho de que lo traspuesto a la gran pantalla haya sido real y que el destino del culpable se haya convertido en una auténtica incógnita, es el aspecto que más horroriza de un caso que forma parte de la mitología criminal del suelo nacional.
Película soberbia, divertida, aterradora y fascinante. Un entramado de secuencias extrañas, raras, fantasiosas conforman un abordaje de indudable aroma western, ambientado en las afueras de Los Angeles. Una banda sonora con ecos al gran Ennio Morricone adorna la propuest, algo oscuro está pasando entre las colinas. La luz se corta, un aire raro surca las alturas. Lo imposible se hace real. Los malos milagros se cumplen: los hermanos Haywood no están solos. “Nop” es autoría del cineasta neoyorkino Jordan Peele, un emblema contemporáneo del terror, gracias a films como “Get Out” (2017) y “Us” (2019); también es guionista de la nueva versión de “Candyman” (2021), quien aquí utiliza el punto de partida de su nuevo relato desde un encantador guiño a los orígenes de la historia del cine. Los experimentos sobre la cronofotografía del realizador Edward Muybridge (en “The Horse in Motion”) sirvieron de base para el posterior invento del cinematógrafo (inaugurado en 1895), futuros avances tecnológicos y hasta estudios anatómicos. El enlace histórico no pudo ser colocado de forma más magistral. La referencia preciosa nos adentra en una historia que no tarda en tomar su color; incomodidad, estupor y miedo rezuman a cada instante. Algo cotidiano puede virar en una amenaza anómala, inquietante y temeraria. En otras palabras, la presencia aberrante dentro de un contexto de lo más habitual. Esa es la premisa de un realizador que se nutre de referencias al cine de Jeff Nichols (“Take Shelter”, “Midnight Special”), también de atmósferas cercanas a Steven Spielberg o M. Night Shyamalan. Secuencias inmersivas nos llevan a percibir la tensión de lo macabro, mientras una espléndida dirección de fotografía congela la esencia de un Hollywood que parece sobrevivir a la invasión de superhéroes. Peele se convirtió en una de las principales caras del terror en muy poco tiempo, apenas un lustro. Aquí, reafirma sus credenciales y nos convence rápidamente. El viento sopla y la postal cobra dantesca forma. La sutileza del director siembra señales desde el título original: la expresión idiomática de negación al que refiere podría ser un tipo de interpretación más explícita (¡no, no, no!), si bien cierto sentido oculto puede descifrarse a partir de la sigla que describe una invasión alienígena. “Nop” es pura metáfora y metacine. Abundan mensajes encriptados que no caen en lo pretencioso. Fotografía y cine son lenguajes imbricados en el centro del argumento. La nave espacial dispara sin flash: no miremos a sus ojos y sobreviviremos. Imperioso resulta seguir la pista y prestar atención a los detalles. Tarda en desatarse el misterio, pero una vez que se echa a andar una maquinaria escalofriante (inclusive cayendo presas de ciertas bromas que consiguen asustar) seremos intrusos atestiguando algo aterrador. No faltarán, a lo largo de las dos horas de metraje, teorías conspirativas acerca de historias de alienígenas ancestrales acalladas por los medios de información. La documentación desclasificada por el gobierno americano es una fuente de inagotable interés; ten cuidado con lo que deseas, dice el refrán, o puede que la ambición se convierta en el peor error del cual no despertaremos jamás. Puede que la imposición de nuestra fuerza se vuelva en contra. No es el morbo el que condena a la condición humana, si bien la revelación de un vil espectáculo nos convertirá en víctimas de aspecto freak. Más tarde que temprano seremos residuos lamentándonos. Un ser colosal nos hace sentir insignificantes y a la deriva, acaso preguntarnos qué sentido tiene la vida. Incluso podríamos ser capaces de hacer un sacrificio con tal de capturar una instantánea histórica. El film construye una atmósfera sombría que no desestima aires de comedia sutilmente incorporados. Distanciándose del mensaje social y de su reflexión acerca de temáticas de índole, Peele busca otros horizontes conceptuales sin prescindir de sus huellas estéticas más conocidas. Un parque de diversiones pronto puede mutar en un festín de horror y sangre. Las marcas autorales se multiplican. Encontramos aquí a un director que sabe explotar las bondades de la cámara (foto) cinematográfica. La cosa espacial asemeja a un ojo gigantesco que todo lo ve. ¿Estamos siendo vigilados de modo omnisciente? Una nube estática siembra dudas, al tiempo que la naturaleza es convertida en un espectáculo. “Nop” alterna registros de VHS, mientras el instinto animal devora a los de su especie y lo subliminal adquiere sustento. Dominación, aniquilación, depredación. Reflejos y simbolismos que espejan las conductas impulsivas. ¿Lidiamos con la furia de seres semejantes o inferiores a nuestra superioridad? A quienes hacemos ‘funcionar’ a nuestro rédito y beneficio. Peele ha dado, una vez más, en el centro de la diana.
Un padre y un hijo, aislados en un entorno campestre, intentan sobrevivir a sus propias diferencias. El drama vincular entre padre e hijo como estructura genérica evoluciona incorporando el componente fantástico: existe una extraña conexión entre el progenitor y la naturaleza que lo rodea. La llegada del muchacho a un entorno que le es ajeno sirve como disparador para una examinación del entendimiento y la ruptura que surge entre dos caracteres, desnudando fragilidades evidentes. Expectativas mutuas y diferencias insalvables que nunca acaban de saldarse describen la dinámica de la relación. El monte que da título al film se convierte en una presencia ominosa y el elemento natural gana terreno hasta erigirse como factor fundamental del relato. Hay algo más allá de lo perceptible por el intelecto humano que influye en el deterioro circundante, provocado por una especie de posesión. Sin embargo, el monte no es una entidad maligna a vencer, sino una manifestación natural imposible de ser comprendida racionalmente. Filmada en la provincia de Formosa y protagonizada por Gustavo Garzón y Juan Barberini, “El Monte” explora el comportamiento animal y salvaje que resignifica cierto sentido simbólico primordial. Y lo hace sin perder el sentido realista. Con suficiente acierto, el realizador Sebastián Caulier pone radical interés en el tratamiento del sonido: lo autóctono construye la noción de lo terrorífico.
Para el director de “Ex Machina” (2015), el amor por la ambigüedad se convierte en una obsesión. Escrita y dirigida por Alex Garland, “Men: Terror en las Sombras” engendra una clase de terror psicológico que explora la superación de un trauma. Un film ambientado en atmósferas incómodas, en donde abundan secuencias sin diálogo y una sugerente banda sonora. El espectador siempre debe concluir su propio significado y Garland conoce, al pie de la letra, dicha máxima. Una cinta para provocar amparada en su sentido difícil de descifrar, que se recrea en el gusto de provocar emociones poco agradables. Una campiña inglesa promete rubricar con sangre aquello de “pueblo chico, infierno grande”; horrores grotescos se esconden tras la apacible fachada. La ascendente y polifacética actriz Jessie Buckley (“La Hija Oscura”, 2021) es el centro de un relato alucinante, una disección de realidad acometido con gran despliegue técnico. El realizador pretende que aprendamos a leer su mensaje entre líneas, plagando el largometraje de metáforas acerca de dinámicas de género que visibilizan la violencia machista. Formas que puede adoptar la toxicidad masculina, espejada la anatomía de un mismo rostro (el del excepcional Rory Kinnear) replicado en la multiplicidad de distintos hombres. En otras palabras, un abanico de agresiones que puede sufrir una mujer. Porqué no, diferentes espectros de maltrato, plasmados con una idea francamente audaz. Exhibida en el último Festival de Cannes, estamos ante una experiencia brutal, visceral y fantástica; un mecanismo de perfecto funcionamiento, orquestado por el cineasta londinense, de 52 años, responsable de la novela “La Playa” -dirigida por Danny Boyle, para quien también guionara el film “Sunshine”-. Garland es un artista ambicioso y riguroso, que ha consumido suculentas dosis del cine de la Hammer y se ha interesado en abordar mundos de ciencia ficción, primordialmente. Sin embargo, aquí prefiere registros más cercanos al folk horror y al terror surreal, incluso rozando las referencias al gore y al british gotic. De lo aberrante a lo incomprensible, de allí a lo fascinante y lo violento, “Men: Terror en las Sombras” no pretende la examinación social de forma lógica. Por ello, traza puntos en común con el cine de Darren Aronofsky o David Lynch. Bajo tal verosímil, cualquier paradigma es posible, incluso virar de forma subrepticia hacia la comedia hilarante. Permanezcamos abiertos a lo inexplicable y disfrutemos de una propuesta conceptual y estética tan impar como extraordinaria.
Dominik Moll no oculta su sugerente regusto por lo turbio. Son de su interés historias situadas fuera de las grandes metrópolis. Espacios pequeños y rurales, en la más absoluta cotidianeidad, aquellos que le resultan territorios de exploración fértiles. Allí, el cineasta, encuentra lo grotesco que ejemplifica la condición humana. Bajo su óptica, percibimos una mueca disimulada tras la pátina de normalidad. Influenciado por “Blue Velvet” (1986), de David Lynch, el cineasta galo se vio fascinado por aquel retrato de la América soñada que descubre el velo de su propia monstruosidad. Moll entiende que las relaciones humanas se hacen de contradicciones. “Solos las Bestias” se encumbra como un retrato desolador. De nutrida trayectoria y aspirante a la Palma de Oro en Cannes, el autor hurga en lo que la normalidad oculta. Con paciencia de orfebre, trabaja sobre -y debajo- de la superficie. Allí subyacen pensamientos íntimos, a menudo reprimidos. Pequeños rituales, asevera uno de los personajes del film. Aquí adapta la estructura de novela (de Niel Colin), ubicándonos, geográficamente, en un paisaje helado en la zona montañosa francesa. Allí, se investiga la desaparición de una mujer burguesa (la fenomenal Valerie Bruni-Tedeschi) y un posible crimen que intenta dilucidarse, a través de la suma de información que aportan diversos puntos de vista que el film (re) construye, a la manera de “Rahsomon”. En la multiplicidad de verdades posibles, la trama en clave de thriller se conforma transponiendo un texto originalmente estructurado en cinco partes, siendo cada uno de ellos una porción de realidad independiente, y adquiriendo, en el acto cinematográfico, una narración objetiva en primera persona. Por tal motivo, y en lo que denominaríamos ‘focalización’, sabemos tanto del devenir de los hechos como el personaje que narra cada capítulo, en favor de un tono de suspenso nutrido y afectado por los avatares del destino.
Una cinta protagonizada por Idris Elba. Un safari en una reserva de animales deviene en una lucha por sobrevivir. La reconciliación emocional que propulsó el viaje vira prontamente hasta convertirse en auténtica pesadilla. El islandés Baltasar Kormákur, director de “Everest” (2015), suele centrarse en historias de cine catástrofe. Aquí, la ecuación es simple: un león persigue a una familia en la sabana africana; inteligencia humana o fuerza animal, solo uno prevalecerá. “Bestia” cumple con la premisa de entretener en una tarde de domingo vía streaming. Depredadores y presas enfrentadas, el sadismo puesto a prueba y el peligro acechando. ¿Empatizaríamos con los deseos de la bestia omnipresente o con las intenciones de furtivos cazadores? Escenas orgánicas mantienen la atención, prefiriendo el uso de planos secuencia al corte frenético. Toques de drama familiar sazonan una atmósfera asfixiante. Sin embargo, no existe demasiada ambición artística en un producto previsible, plagados de clichés. Fallas evidentes de guion en decisiones sin sentido alguno quitan verosimilitud a una propuesta enfocada meramente en entretener. Bajo presión, la adrenalina fluye. Un golpe final es inevitable, el cazador ha caído en la trampa. El enfrentamiento a puño limpio corre el límite de lo fantástico. Solo así podrá el bueno de Elba (“Luther”) librearse de la incesante amenaza, así como de las imágenes traumáticas de su difunta esposa. El salvataje cierra el círculo abierto y cumple la promesa: pelear por la propia sangre.
La silueta de Luis Luque dibuja la figura de un antihéroe de inclaudicable sentido de justicia. Un hombre desencantado, descreído de la propia existencia, viviendo en los márgenes, la orilla es su frontera. Lo perdió todo y su rutina no sabe de horarios ni orden alguno. Nicolas Tacconi retrata a un hombre sin rumbo, atravesando un duelo. Un barco a la deriva simula la metáfora perfecta, navegando a través del sinsentido de la vida; la tormenta siempre agita las mareas, y la soledad afectiva hace necesario un gesto heroico, acaso un sacrificio por un semejante que brinde motivo a su vida. Bigli es un personaje a la medida del enorme Luque, quien sabe dotarlo de sutileza, carisma y autenticidad. El director del documental musical “Los Rayos”, debuta con este largometraje de ficción, adaptando un cuento de propia autoría y dividiéndose créditos de guion junto a Dodi Scheuer y Nicolas Gueilburt. Bebe de las fuentes del cine negro clásico, insuflando un aire detectivesco asociado al periodismo de investigación. El espíritu de antaño de la profundidad urbana porteña habita en bares añejos y oficinas de redacción, otorgando a “Bigli” identidad conceptual y estética. Al menos, la geografía parece compadecerse y cobijar el triste, grotesco y ebrio andar del personaje que da título al film. Fabian Arenillas, Ana Celentano, Ana Katz, Laura Grandinetti y Esteban Bigliardi completan un nutrido elenco.