La fértil dupla argentina conformada por Gastón Duprat y Mariano Cohen debuta en territorio español. Las mega estrellas internacionales Penélope Cruz y Antonio Banderas se suman al actor argentino radicado en España Oscar Martínez. Presentada fuera de concurso en el último Festival de Venecia, el género de comedia y el siempre atractivo ejemplar de cine dentro de cine se mixturan con absoluta delicia bajo el inagotable encanto de los creadores de “El Hombre de al Lado” (2011). En “Competencia Oficial”, el sarcasmo como seña autoral marca la pauta de un film que nos habla acerca de la esencia de actuar. Desde sus primeros minutos, Cohn y Duprat ponen en marcha el más grande McGuffin que el cine reciente recuerde. El desproporcionado pretexto argumental utilizado (también un deseo que satisface sueños vacuos de posteridad para toda impostación de buen nombre y fortuna) contribuye a zambullirnos de lleno en la caótica aventura de un rodaje. Antes del set de filmación, ensayo general para la hermosa farsa. Ejerce la película una mirada poliédrica sobre tres personajes que, si bien comparten el amor por el arte cinematográfico, son extremadamente distintos entre sí. Lucha de egos en abundancia, vorágine de manías para la mirada cruel que no escatima diversión a la hora de aprovechar el potencial de este explosivo cóctel de talento. “Competencia Oficial” es, a la vez, una dinámica sobre la ficción y una lección acerca del quehacer cinematográfico; toda actriz y todo actor, toda realizadora y realizador se sentirá identificado con los mecanismos aquí exhibidos. Desde la butaca de espectadores, empatizamos con los personajes, aún en sus divismos y miserias. El actor al que interpreta Oscar Martínez nos instruye acerca de amar a un personaje que interpretamos. Creernos la ficción para convencer luego a la audiencia de su propósito. Una lógica interna que requiere el total compromiso. Abunda la dupla de autores en artefactos para la ficción, neurosis para el pan de cada día. Abundan guiños al ambiente, colisionan acentos, referencias culturales, modos coloquiales. El film se hace de imágenes poderosas: una maquina trituradora se lleva toda la ferretería de premios. Demasiado narcisismo, las estrellas disputan su status. Banderas hace de Banderas y se burla de las malas películas que vive haciendo para Hollywood hace décadas; pero si lo invitan a la alfombra roja, con gusto iría. Por su parte, Martínez saca a relucir su estirpe de actor de culto y corte intelectual, jamás cediendo al público cautivo, siempre buscando una audiencia selecta. Aborrece el entretenimiento banal, jamás sucumbirá al conformismo industrial, aunque su comportamiento deslice matices superfluos. Dispuesto el gran show, las apariencias están a la orden del día y las redes son un gran panóptico que incentiva al autoestima de cada estrella, pecados de snobismo que ceden a la tentación. Golpes de suerte o desgracia aguardan en el lugar menos pensado, mientras cuestiones personales intervendrán en cada tramo de los ensayos, aunque hay ciertas emociones difíciles de ocultar. Nada intencional, nada personal… La competencia está en marcha y es descarnada. ¿Mutua admiración o recelo? Hay cierto vampirismo en un desenlace planeado con precisión de radiografía, y la opción elegida muestra notable habilidad para burlarse del mundillo artístico al que pertenece. No se deja sin explorar ninguna arista que involucre la realización de films y la intención en sí que una obra de arte posee. La interpretación de un sentido y los posibles pareceres estéticos; la fauna periodística que acecha tras los flashes en cada premiére de festivales; la liviana apariencia que adorna cada rincón de las fiestas del ambiente. Asimismo, atañe su capacidad de observación a temáticas de actualidad, proveyendo una mirada hacia los ismos contemporáneos y el espíritu inclusivo, siempre y cuando las ideologías no profundicen grietas existentes; el arte habla por sí solo y sin necesidad de explicitar su compromiso, simplemente ‘es’. Los directores de “El Artista” (2008) y “El Ciudadano Ilustre” (2016) llevan a cabo un quirúrgico tratamiento acerca del proceso que involucra el detrás de escena de un film. El método caótico se ríe de la propia condición, el oficio que trasciende los límites de la ficción. Lola, el personaje interpretado por la maravillosa Penélope Cruz afirma que la paternidad le quita al artista toda cuota de riesgo. Disfruta libremente del sexo, exige a su dupla de actores llevándolos al límite de su resistencia, seduce sin reparos, responde preguntas a la prensa con fórmula cassette y combate los monstruos de su propia creación. Sin complejo ni atisbo de corrección alguno. Instantes antes de que la cámara capture un primer plano de su bellísimo rostro, Penélope nos interroga en off y la pregunta sacude el intelecto de todo amante del cine: ¿cuándo termina una película?, ¿con sus créditos, años después de haberla visto? El arte de actuar ensaya mañas y artimañas del oficio, esencia del día a día de cada actor que cuenta con la cuota de tragedia necesaria para vivir bajo su piel. Dos pesos pesados miden su rivalidad en el espejo. Bohemios o eruditos; premiados por la industria o maestro de aspirantes a actores; liberales y sensibles, alocados y pícaros. Se preguntan cuanto estarían dispuesto a sacrificar por ese papel que resignifica una trayectoria entera. La cámara capta detalles imperceptibles, la mirada de la dupla creativa ostenta una enorme originalidad. Al fin, todo es mentira. El peso existencial se soporte bajo una roca gigantesca de utilería.
Sabemos qué esperar de Michael Bay: la acción vertiginosa, autos que vuelan por los aires, una narrativa lineal, un verosímil absurdo. Cortes, tomas cercanas, shake cam. Todo a raudales y sin capacidad de digerir demasiado qué se nos está contando. Son sus armas para crear un espectáculo grande y dramático. “Ambulancia” acertará en todos los tópicos: tendrá una gigantesca persecución como especialidad de la casa, un plan de huida que justifica el entretenimiento de modo adrenalínico y una intensidad mercada en cada encuadre. Es un viaje al pasado con aroma a blockbuster de la década del ’90. Pensemos en que Bay es el autor de films rendidores en su tiempo como “La Roca” (1996), “Armaggedon” (1998) y “Pearl Harbor” (2001). “Ambulancia” se aprovecha de la acción exagerada para disimular su endeble relato. Apagamos la inteligencia y nos dejamos llevar por la decisión que toma aquella vuelta de tuerca innecesaria. Lo lamentamos por el talentoso Jake Gyllenhaal, quien luego del encierro al que lo sometiera un poco inspirado Antoine Fuqua, en la soporífera “Culpable” (2021), arriesga su vida (y buen gusto artístico) en veloces carreteras. Hace tiempo que Bay hundió su carrera en un hoyo de mediocridad, gracias a films olvidables como “Underground 6”. Ni hablemos de la saga Transformers, vaya llamado de emergencia!…Su deseo de anodina repetición lo ubica en el lugar donde debe estar.
El ex baterista de “Nirvana”, Dave Grohl, fundó en 1994 el icónico grupo Foo Figthers, en Seattle, cuna del grunge. Tres décadas después, hablamos acerca de un referente del rock contemporáneo, alcanzando aquí el terreno cinematográfico. Humor negro, sarcasmo, terror y comedia confluyen en un relato que se emplaza en una mansión llena de espeluznantes recovecos. Casas malditas que han hecho del cine de terror un lugar común, como las que albergaron la leyenda urbana que cobija a la gestación de grandes discos, como “Led Zeppelin IV” (1971). La intención conceptual emula al más puro estilo ‘serie b’, sin maquillar, sin embargo, su débil construcción narrativa. Cabe aclarar, que el presente no se trata de un rockumental, sino que el género más popular difumina las barreras de la ficción, logrando aquí un híbrido que tiene algún que otro punto en común con aquella extrañeza gestada por Metallica en “Trough the Never” (2013). Un extravagante verosímil saca provecho de efectos visuales trillados, sí, pero…¿podrá el embrujo recuperar la inspiración perdida? Vida de rock and roll y excesos, el paradigma dista del que circundaba a los húmedos sótanos de la casa parisina en donde The Rolling Stones grabara “Exile on Main Street” (1971). “Terror en el Estudio 666” promete la décima placa editada por Foo Figthers, mientras una apuesta más lúdica y menos formal no se reserva múltiples referencias y guiños a bandas como “Pearl Jam” y “Coldplay”. Salvaguardando cierta dignidad, no es el terror involuntario el que rige los dominios de una película hecha para parodiar, aunque el registro sea más permeable a maquillar ciertas falencias de origen.
El director de “Happy Hour” (2015) y “La Ruleta de la Fantasía” (2021) regresa a las salas con un film impactante. El cine oriental siempre constituye un reto para el paradigma occidental. Podemos encontrar características y estilos sumamente diversos, casi nunca el tedio y la reiteración. “Drive My Car” posee valores suficientes como para convertirse en uno de los hallazgos de la temporada. Tan singular resulta su visión, como que los créditos iniciales aparecen a los cuarenta minutos de comenzado el metraje. Se nos presentan personajes con vidas complejas y rincones emotivos que descubrir. Abreva el autor en metáforas sobre el duelo de modo omnipresente. Prestemos atención a la elección de Hiroshima como centro del relato; un destino geográfico nada azaroso: representa el sentimiento de culpa de una nación. El simbolismo se hace evidente a través de una poética hipnótica. Adaptando el libro de relatos “Hombres y Mujeres”, de Haruki Murakami, podemos comprender que la abundante cantidad de tiempos muertos incluidos nos lleva a vivenciar como espectadores la propuesta como si transcurriera en tiempo real. Ryusuke Hamaguchi integra al relato la puesta teatral “Tío Vania” de Anton Chejov. Una inteligente puesta en escena vehiculiza la evidente visión sobre el deterioro de la vida y las propias miserias contempladas. A fin de cuentas, somos directores de la obra que es principio y fin de nuestra existencia, no hay ensayo general posible. El tránsito es hacia dentro de sí, en búsqueda de una exploración existencial. La naturaleza humana está capturada con una densidad notable. El realizador lleva a cabo un sobrio estudio de personajes, colocándonos bajo su piel. Hamaguchi es uno de los cineastas contemporáneos más entusiastas y su principal valor radica en reflexionar acerca de cómo el arte asegura un espacio de sanación. Como el medio interpretativo ofrece este nivel catártico y terapéutico. Ya no estaremos sangrando las heridas una vez que cuestionemos el estereotipo del modo de vincularnos socialmente aceptado, consensuado y correspondido.
Dirigida por Sebastián Perillo, “Las Noches son de los Monstruos” es una película inscripta en el género fantástico cuyo título establece cierta ligazón con la tradición del cine de terror. Sin embargo, dicha visión no se consolida, sino que prefiere evocar un formato de cuento dramático más subliminal. Hay algo lúdico y primal que nos lleva a curiosear acerca de la raíz del miedo, y aquí resulta fundamental el disparador que establece un particular y misterioso vínculo que va adquiriendo un tono simbiótico. Una joven protagonista, en pleno coming of age, se convierte en el centro alrededor del cual orbita el relato. Con guión de Pula Marotta, la construcción narrativa abundará en metáforas acerca de la violencia y cierto instinto básico generador, no obstante, el cruce de géneros esbozado posee un desenvolvimiento poco feliz. Filmada durante 2018, pero estrenada en el Festival Internacional de Mar del Plata de 2021 (en selección fuera de competencia), la película está protagonizada por Jazmín Stuart, Esteban Lamothe, Gustavo Garzón y Luciana Grasso. Una convivencia familiar contaminada se verá plasmada mediante recursos que abrevan en cierta mitología sobrenatural, sustentada mediante un trazo grueso que delinea ciertas coordenadas psicológicas insuficientes a la hora de generar genuina tensión.
Este nuevo ejemplar del cine nacional se enmarca dentro de un cine de denuncia que intenta generar provechosos interrogantes, bajo una fórmula conocida. Las empresas contaminan y el daño ambiental ya fue reflejado por el cine en intención de visibilizar, acercando casos verídicos como el realizado por Steven Soderbergh en “Erin Brokovich” (2000). El suelo que pisamos como fuente de trabajo y explotación pone en jaque a una comunidad habitada por pueblos originarios, quienes sufren de la contaminación generada por la actividad minera. ¿Cuándo tomaremos dimensión de la falta de respeto y cuidado por la tierra que habitamos? La obviedad explica la literalidad que titula al film. Cíclicamente repetimos patrones y parece la solución estar en manos siempre del semejante, nunca en uno. Reflexiona “Axiomas” acerca de lo sagrado de cada cultura, en necesaria toma de conciencia acerca del daño ecológico difícil de revertir. Marcela Luchetta nos dice que ‘la verdad está escrita en el agua’ y sabemos que la naturaleza posee misterios insondables. Greenpeace patrocina este film protagonizado por Jorge Marrale, Luz Cipriota y Paula Cancio; rodado en exteriores en la provincia de Neuquén y poseedor de un primordial elemento digno de replanteamiento: el hombre transgrede, agrede y destruye todo aquello que lo circunda. La complejidad del vínculo familiar sobre el cual se asienta la trama compleja la propuesta, a medida que las intenciones del aparato político y los grupos de poder que pretender el provecho personal, casi siempre terminan por defraudar. Puntos de conflicto morales, como disparador de un drama que se desenvuelve de modo ciclópeo, abrevan en el enojo existente que se prolonga en el núcleo de un vínculo de padre e hija no resuelto. Afuera, la madre tierra también parece pedir piedad. La metáfora vincular cuadra a la perfección, mientras “Axiomas” excava profundo en una realidad preocupante.
Los orígenes de esta película datan de 2001, en tiempos donde Argentina vivía una realidad análoga al relato que plantea el libro de Paul Auster, en el cual se basa esta flamante película de Alejandro Chomski (“Existir sin Vos, una noche con Charly García”, 2013). El concepto abstracto y atemporal de la pérdida de las libertades personales nos arroja hacia un halo imaginario y distópico rodado en blanco y negro, con el cual muchos países podrían identificarse en la actualidad. El traslado de la literatura al cine siempre presenta obstáculos y desafíos sumamente estimulantes. El concepto primario que viene desde la palabra escrita y cobra vida en el formato audiovisual, obliga a tomar decisiones para lograr que ese concepto reformulado funcione correctamente. Aquí, la búsqueda de equilibrio entre la fidelidad a la obra y la marca de autor, resguarda la idea de esta totalidad macro universal. En “El País de las Últimas Cosas”, el acento idiomático representa una cultura y un país, pero su abordaje excede las fronteras y nos hablan de la condición humana. Despojarse de las etiquetas también acusa recibo en su faceta genérica: abandonar las ropas de la ciencia ficción nos coloca en el plano atemporal que contiene a la historia. En su génesis podría encumbrarse una nueva torre de babel, o construirse la próxima arca de Noé. No resulta un aspecto menor, observaremos un diseño musical sumamente cuidado, que sirve de atmósfera a este lugar mutante: una ciudad en movimiento, tal vez un espacio sin ubicación geográfica. Una travesía como disparador narrativo, una búsqueda como ancla argumental. Sin embargo, en las profundidades subyace cierta mirada acerca de la devastación del espacio habitado, cobrando magnitud metafórica.
Esta comedia dramática israelí-rusa nos premia con el poder de una gran actuación en pantalla, en fantástico dúo interpretativo, realizado por los veteranos Mariya Belkina y Vladimir Friedman. Conmovedora y profundamente humanista, nos cuenta una historia de dislocación física y espiritual, en donde la soledad y la necesidad de comunicación son dos polos encontrados. El coguionista y director israelí Evgeny Ruman ambienta la historia en la Israel de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética. Dos actores de doblaje a la deriva fracasan en afianzar sus habilidades, pero serán la capacidad de inventiva y tenacidad las herramientas más poderosas como engranajes de un relato que discurrirá por los caminos de la piratería de video y la industria del sexo telefónico. Ingeniosa y divertida, tan tristemente verdadera como honesta, “Golden Voices” retrata la etapa de maduración camino hacia la mediana edad, en consonancia con el dolor que acarrea el desplazamiento cultural. La confusión y las heridas a flor de piel no priva a sus caracteres de encontrar un último gramo de esperanza. Sin recurrir a la solemnidad, inclusive en sus trances más oscuros, y poseyendo un sentido de ligereza vital para hablar acerca del destino, sabe colocar ante nuestra atenta mirada guiños cinéfilos para el absoluto deleite.
Sed de venganza, búsqueda de justicia…¿es este Batman la cura que Ciudad Gótica necesita o simplemente su enfermedad? Se abre una nueva perspectiva sobre un enorme personaje de la historia del cine. Se trata de uno de los superhéroes más veces adaptado (desde “Batman”, dirigido por Leslie H. Martinson en 1966 a “Batman v Superman: El Origen de la Justicia”, de Zack Snyder, en 2016). A lo largo de un arco que abraza seis décadas, la capa más codiciada ha pasado de un actor a otro, de modo incesante. Es hoy el debutante Robert Pattinson quien ofrece el gesto más oscuro y lleno de ira. El film se emplaza en una urbe corrupta y decadente, donde la esperanza no parece tener intenciones de regresar. Valiéndose de un reparto variopinto (Zoe Kravitz, John Turturro, Colin Farrell, Paul Dano), en excesivo metraje de tres horas, ofrece retazos de neo noir, que nos ilustran acerca de la querencia que tiene Reeves por el cine negro contemporáneo. En los pliegues del traje de Bruce Wayne se filtra la auténtica raíz del misterio: ‘Batman año dos’ abre la puerta a un personaje tratando de convertirse en el héroe que se requiere. Coescrita por el propio Reeves (“Cloverfield”, “Let me In”) y Peter Craig (“The Town” y “Blood Father”), se denota cierta influencia de la ambientación lúgubre más característica de David Fincher, para una sucesión de infinitas noches en donde no deja de llover. La brillante fotografía de Greg Fraser (“Dune”, Mátalos Suavemente”) captura el halo de omnipresente fatalidad. “The Batman” está lejos de las maravillas narrativas góticas de Tim Burton (de 1989 y 1992, respectivamente), pero ofrece momentos de sinfonía visual para puro deleite esteta. Suena Nirvana y el superhéroe favorito surca la gran pantalla. Es un regalo para los sentidos.
Nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, el film tunecino abre la polémica: el cuerpo se convierte en una obra de arte para indagar acerca de la propia identidad. El factor humano considerado un elemento de mercancía, y previamente teorizado por artistas como Santiago Sierra (Madrid, 1966), Oscar Bony (Buenos Aires, 1941) y Tanja Ostojić (Serbia, 1972). De modo poderoso, la realizadora Kaouther Ben Hania plantea el tema de los refugiados como telón de fondo a un mundillo del arte sofisticado, esteticista y conceptual. La paradoja acerca de la explotación (de indocumentados y desempleados) como puerta de salida para ‘ciudadanos de segunda’ en busca de una oportunidad funciona como el disparador argumental perfecto. Un inmigrante se abre paso más allá de las fronteras y en su decisión gravita el conflicto existencial: implica la coyuntura la carencia de libertad que, en un principio, el joven sirio anhelaba. Critica “El Hombre que Vendió su Piel” el tráfico de personas alrededor del mundo, la miseria y la desidia describen a nuestra condición. Un mundo que levanta muros y vigila la circulación de los ciudadanos. La metáfora funciona como sátira si pensamos las circunstancias relatadas como la instrumentalización que transmuta una capacidad en un precio. Un asunto de valores e inconfundible indicador de globalización. Una banda sonora excelsa (Vivaldi y Pucini, destacan entre otros) y rubros técnicos impecables redondean los valores de una propuesta provocativa y mordaz.