Poco queda en pie de los valores que marcaran el debut de la propia J.K. Rowling como guionista, sobre la novela homónima publicada en 2001. Ni tantos animales ni tantos secretos aguardan en la presente secuela. Apenas un insípido encanto. Un metraje excesivamente largo descubre problemas de raccord, insólito para una superproducción. Resulta francamente absurdo constatar ciertas contradicciones al universo de Harry Potter, ¿acaso Rowling puede negarse a sí misma? “Animales Fantásticos” discurre como una saga sin alma ni magia, abundando en relaciones entre personajes poco solventadas y unas subtramas se pierden. La saga sigue cometiendo los mismos errores sin aprender por experiencia propia: no siempre más mejor. La exploración superficial no rasca siquiera la superficie de las primeras entregas cinematográficas conocidas en 2016 y 2018. No obstante, una serie de rostros reconocibles pueblan la pantalla: Jude Law, Eddie Redmayne, el polémico Ezra Miller y Mads Mikkelsen -quien reemplaza a Johnny Depp, en el papel que alguna vez ocupara Colin Farrell-. Vuelve David Yates a colocarse detrás de cámaras, pero su trabajo es meramente perezoso. No hay transición elaborada, tan solo una frívola localización. Cine de puro paracaidismo.
Su obra cinematográfica se hizo de personajes femeninos alentadores, temperamentalmente fuertes y por completo fuera de la norma. Contrarrestando el cliché y el lugar común de una sociedad patriarcal, maría Luisa Bemberg forjó su legado. Con carácter pionero, trajo palabras e imágenes para un nuevo cine. Transgresión y afán provocador jamás escasearon en su repertorio. El reciente documental de Alejandro Maci mantiene viva su ilustre obra, proyectando el anhelo que permite creer en la propia voz. ¿Qué motivó a María Luisa? Matar al monstruo interior que inhibe a dar el gran salto hacia el encuentro con la propia vocación fue el primer mandamiento de esta adelantada a su tiempo. El realizador de “Los Que Aman Odian” (2017) planea el estreno comercial en salas en coincidencia con el centenario del nacimiento de Bemberg (abril de 2022), si bien el largometraje ya fue presentado en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Homenaje a la cineasta, recorre el metraje su pasión por el cine, tanto como la discusión que establece reflexionando por el lugar que debería tener una mujer y una artista en la sociedad. Bemberg se reveló contra la vida establecida, acaso condiciones para la que nos programan; menester fue rechazar todo mandato como vehículo de su ideología. El aspecto político convergió en su mirada cinematográfica, no obstante el presente ejercicio no pretende ser un diario biográfico, más bien una huella identitaria de su compromiso ideológico. Se interroga acerca de como nace la pasión de María Luisa. Se arroja a la hipótesis de habitar la mente de una escritora que necesita reinventarse a sí misma. El documental incluye fragmentos de archivo, cuya valía nos señala valiosos descubrimientos con motivo de las obsesiones primarias que forjaron su cuerpo de trabajo, conformando un homogéneo retrato de la autora de “Camila” (1984), “Miss Mary” (1986), “Yo, la Peor de Todas” (1990) y “De Eso no se Habla” (1993).
La búsqueda de la foto perfecta en el cielo estrellado. Un instante que resume el sentido artístico de un documental que relata un viaje singular; un recorrido que se desplaza hacia los observatorios ópticos, como centro de investigaciones astronómicas. Producida por el Planetario de La Plata y dirigida por Hernán Moyano, realizador oriundo de la ciudad de las diagonales, “El Camino Perfecto” nos relata la itinerante aventura de Sergio Montúfar, un astro-fotógrafo nativo de Guatemala que retrata maravillas del cielo argentino. De los mismos creadores de “Belisario, Pequeño Gran Héroe del Cosmos”, la presente propuesta fue concebida mediante dos técnicas en paralelo. La primera de ellas incurre en el formato Full Dome, tecnología proyectiva de inmersión que surgiera durante los años ’90. También, concebida en formato de pantalla plana, con motivo de su estreno en salas, en setenta minutos de duración. El uso de la técnica de timelapse (herramienta fotográfica y audiovisual, utilizada para capturar sucesos alterados en la velocidad natural con los que son percibidos por el ojo humano, dando la sensación de que todo ocurre más de prisa) la convierte en única en su tipo, mientras desde Córdoba a San Juan, se recorren los principales centros astronómicos del país. Destaca la fuerte impronta visual de este espectáculo natural en las alturas, tanto como su intención de concientizar acerca del milagro natural que solemos dar por garantizado, mientras seguimos dañando el planeta.
<<El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces>>, dice el personaje de Anthony Hopkins en la película “Tierra de Sombras” (1993), guionada por William Nicholson, también responsable de la escritura de “Los Miserables” (1998) y “Gladiador” (2000). Aquí, adapta una obra de teatro propia, con trasfondo autobiográfico, retornando a la dirección tras veintitrés años, y habiéndose mantenido inactivo en el rubro desde “Firelight” (1997). “Las Cosas que No te Conté” reconsidera los valores y afectos que sustentan nuestra infancia, mientras un pequeño se convierte en los ojos de una historia que nos muestra a un matrimonio arrastrado por la rutina y las mecánicas de una relación que ha devenido en toxicidad. Abreva en el impacto emocional que la separación paternal tiene en el seno de la familia, desde la mirada del joven, y en las cargas que dicha pareja como arquetipo, deposita en su hijo. Nicholson nos adentra en un auténtico laberinto emocional; tantos caminos existen para buscar aquello que llamamos felicidad como múltiples posibilidades de acceso a ella. Este drama acerca de la separación reposa en el talento de sus dos intérpretes principales (Annette Bening y Billy Nighy), combinando sarcasmo y existencial ánimo de reflexión en atinados diálogos. Se han minado las bases de la convivencia, la pareja ha dejado de valorarse. La regla de tres no cumple con la cuadratura, la infelicidad es un número impar. Tristemente, el niño se convierte en un comodín de cambio, pero la propuesta no cede al golpe bajo que sume a este tipo de propuestas en la previsible banalidad. Un final nostálgico no puede abrumarnos más, mientras la enésima cita poética de Y.B. Yeats cumple su designio.
¿Qué va a pasar con nuestras vidas y qué está realmente bajo nuestro dominio? ¿Qué esperamos del futuro? Tan abarcativa y tan existencial, tan inasible y tan concreta, a la vez, la inquietud impacta en nosotros con la precisión de un teledirigido. Nuevo hallazgo fílmico de la ascendente productora A24, mixtura de ficción y cine documental, “C’mon, C’mon, Siempre Adelante” fluye bajo la lente de Mike Mills como una singularísima propuesta. El director de “Beginners” (2010) y “20th Century Woman” (2016) construye una relación símil paterno filial entre protagonistas, encarnado en la dupla actoral que conforman Joaquin Phoenix y Woody Norman. Una película reflexiva, poética, cuya identidad visual se recrea entre voces en off y una recurrencia hacia el fuera de campo. ¿Justifica el blanco y negro por sí solo su injerencia? Nos llama poderosamente la atención en el presente film dicha elección estética; una propuesta que, a lo largo de la última década, se ha vuelto frecuente en retrato de cine de autor como “El Artista” (2010), “Mank” (2020), «Roma” (2018) y “Belfast” (2021). El atractivo excede la gama cromática, entre distintas tonalidades de grises que con también prismas a través de los cuales cotejar posibilidades de ver la vida. Recurre a una narrativa paralela, cuyo nivel metafórico, a modo de viaje introspectivo, se permite intercalar textos clásicos de la literatura, abrevando en la sensibilidad y la sabiduría de “El Mago de Oz” (L. Frank Baum), “La Familia Bipolar” (Ernesto Lammoglia), “Madres” (Jacqueline Rose) y “El Niño Estrella” (Claire Nivola). Los seres humanos somos un universo fragmentado e insondable y las heridas por curar nos recuerdan que toda cicatriz es también una elección para mañana y una huella del camino transitado.
“Cyrano de Bergerac” es un drama heroico, en cinco actos y escrito en verso, por el poeta y dramaturgo francés Edmond Rostand. Su estreno data del año 1897, trayéndonos la historia de este soldado y poeta, en extremo pintoresco y sentimental, cuyo mayor defecto es poseer una prominente nariz, aspecto que lo ridiculiza ante la mirada siempre implacable de la sociedad. Dicha puesta ha sido llevada a la gran pantalla en numerosas ocasiones, de las cuales se recuerda el ejercicio mudo de 1900 protagonizada por Benoît-Constant Coquelin (el mismo actor que estrenara el papel sobre las tablas), la versión oscarizada en la piel de José Ferrer (en 1950), una olvidable recreación de Fed Schepisi (en 1987) y la más reciente pieza de culto protagonizada por Gérard Depardieu en 1990. Detrás de cámaras se encuentra Joe Wright, un especialista en films de época, tal como lo prueban sus films “Orgullo y prejuicio” (2005), “Expiación” (2007) y “Anna Karenina” (2012). Quien cambiara ostensiblemente su registro con “Darkest Hour” (2017), regresa aquí a uno de sus primeras fascinaciones artísticas: el teatro. Hijo de los fundadores del teatro de marionetas “Little Angel Theatre”, Wright demostró especial interés en su adolescencia tanto por las tablas como por la pintura, sendos factores aquí presentes, en una aproximación biográfica-musical protagonizada por Peter Dinklage, Halley Bennett y Kelvin Harrison Jr. Conjugando la adaptación histórica con la vertiente coreográfica, el realizador pretende probarnos lo satisfactoriamente que ha envejecido la historia y que relevante puede resultar en el presente. Estéticamente, una de las principales influencias del film se encuentra conformada por las pinturas románticas de Jean Antoine Wattau. La evidente luminosidad pareciera rescatar ciertos trazos congelados del maestro del barroco tardío francés, también vinculado al primer rococó: galante, encantador, idílico y bucólico. Es aquel aire de teatralidad el que inspirara a la comedia italiana y al ballet, inmejorables vehículos estéticos para la presente puesta. Resulta llamativo el abordaje que hace el autor del género musical, quizás en su acepción menos pura. Las escenas de canto rodadas con toma en vivo captan la emoción y las imperfecciones en la voz, persiguiendo determinado tono dramático que se ajusta a las intenciones de un Wright absolutamente despojado de un enfoque tradicional. El británico traslada a la gran pantalla su propia visión desde la puesta teatral que el mismo dirigiera, y en sus capas más profundas, la pertenencia de Cyrano nos lleva a reflexionar acerca de la importancia de hablar sobre la verdad que define nuestra condición individual y en la búsqueda de mostrarse de un modo auténtico ante un semejante, cuando puede dominarnos el miedo al rechazo de aquella sociedad que mide su aceptación bajo determinados parámetros. Un héroe literario avergonzado por su apariencia, atravesado por las contingencias de un amor esquivo (un objeto de deseo enfrenta a dos hombres) prefigura cierto arquetipo a través del cual percibimos la extrañeza y comprendemos la voluntad de aquel que confronta sus propias debilidades.
Dirigida por Ryûsuke Hamaguchi, realizador japonés recientemente galardonado en los Premios Oscar por “Drive My Car”, confluye aquí tres historias diferentes, protagonizadas, en mayor grado, por personajes femeninos. La mirada de mujer omnipresente abundará en vínculos afectivos que, en su independencia individual, poseen un hilo conductor insoslayable. Cineasta de profusa trayectoria, Hamaguchi se volvió conocido en occidente gracias a “Happy Hour”, apostando aquí por reflejar instantes de una vida escenificados con espíritu poético y una intervención minimalista. “La Rueda de la Fantasía y la Fortuna” es una historia sencilla de magia intrínseca, que descansa en la potencia de la sensación. Transitan la pantalla personajes que guardan aspectos de su pasado por clausurar; los pesos se acarrean hasta quebrarnos, las heridas no acaban por cicatrizar. Hay en el presente episódico film un dejo del cine de Eric Rohmer. Podemos constatar cierta búsqueda formal concreta en una estética y fotografía naturalistas, que persiguen un matiz orgánico. La cámara intimista maneja el ritmo narrativo adecuado, camino a la profundidad reflexiva. La vida es una metáfora del propio artificio orquestado. La profundidad de este film oriental, lejos del clasicismo nipón, dialoga en el ir y venir cronológico. Los monstruos sagrados Rossellini, Kiarostammi y Linklater conviven entre planos suspendidos que anulan toda superflua acción. Solo importan los gestos y la autenticidad de un sonido que nos referencia tiempo y espacio, mientras las conversaciones entre personajes van incrementando la noción de aspectos particulares. Se lleva a cabo un problemático recorrido a través de la naturaleza de ciertas dinámicas sociales. Destaca, con sensibilidad, el abordaje al deseo de una mujer contemporánea sin anhelos de maternidad. La obra apuesta, con desigual acerito, a una intensidad filosófica que da cuerpo a la conquista cinematográfica con un tono casi mimético.
Nueva película de Marvel a través de la plataforma Sony, y retorno a la gran pantalla del cine super heroico de franquicia que jamás agota…¿su encanto? Universo paralelo que se expande, equiparándose con el estilo de propuestas que abunda en la cartelera, en la variación no está el gusto. Desde el archivo empolvado de “Amazing Spiderman” (“Morbius” nació en 1971) surge el enésimo abordaje al cine que comulga con las referencias del cómic creado por Roy Thomas y dibujado por Gil Kane. Se sitúa en la línea de “Blade” o “Ghost Rider”, recurriendo a la siempre grandilocuente puesta de Daniel Espinosa, el director de “Life” (2017). El vampirismo reinterpretado bajo mediocres pretensiones escasea en calidad y cantidad de ideas que no equiparan la espectacularidad digital. Con un dejo de “La Sombra” (1994), de Russel Mulcahy y otro tanto de un estilo que referencia a “La Liga de los Hombres Extraordinarios” (2003), canto de cisne de Sean Connery, nos trae este film la abundancia de habilidades sobrehumanas y búsqueda de sangre para sobrevivir. La trama familiar que ha sido contada infinidad de veces, en libros, films y series, desde “Drácula” a “Twilight”, encuentra la fórmula para renacer. A cien años del estreno de “Nosferatu” (F.W. Murnau), la afrenta parece una herejía. El menú nos ofrece un villano y un antagonista. No hay héroes puros aquí, solo conflictos de moral desdibujada. La dinámica de rivalidad entre ideologías está en marcha, como público sentimos compasión. El dúo actoral no está nada mal; Matt Smith intenta aportar carácter y lo logra, mientras que el carisma de Jared Leto lo convierte en un fiable protagonista que puede cargar el peso entero de un film, como lo demostrara en The Outsider” (2018). ¿Qué puede diferenciar a “Morbius” del resto de sus sucedáneas? La ausencia de una personalidad auténtica. Huellas de una tibia propuesta saturarán el metraje de escenas prescindibles y flashbacks francamente innecesarios.
Historia de extraordinario ascenso, esplendor y caída para la conflictiva telepredicadora que otorga título al film. Figura que gozara de gran popularidad, merced a su mensaje de amor y tolerancia…¿enmascarado? No obstante, una serie de rivalidades, intrigas y fraudes financieros acabaran por mellar su imagen. Un personaje polémico, fallecido en 2007, aquí objeto de revisión bajo una mirada cómica y ágil. Kilos de maquillaje borran todo rastro de la naturaleza original de Jessica Chastain, reciente ganadora del Premio Oscar por el presente papel. Una historia que no está a la altura de semejante interpretación, en detrimento al lado oscuro tibiamente sugerido. El film persigue la simpatía y recurre a la sátira; vemos un personaje extravagante, exuberante y colorido. Este drama biográfico, dirigido por Michael Showalter, ostenta artificialidad derramándose por los poros. Vestuario, peinado, impostación de voz y expresiones faciales resultan indicativos acerca de la aproximación de una actriz hacia un personaje real. Una actuación imán de esas que la Academia adora premiar. Peca la película al no ambicionar la exploración concienzuda acerca de la industria que sostiene una orquestada estafa. El resultado es una versión light cómoda en su hipocresía, bajo la seguridad acomodaticia que resguarda toda empatía.
Un procedimiento documental que rastrea los orígenes biográficos y la esencia literaria de Rodolfo Walsh. Un ensayo sobre la memoria y la verdad, mixtura de matices que la ficción recrea explorando un profuso material de archivo. El realizador Fermín Rivera proyecta situaciones trascendentales vividas por el escritor argentino, con la motivación de plasmar un trabajo de recopilación e investigación que le demandara casi un lustro de trabajo. A cuarenta y cinco años de la desaparición de Walsh, el documental intenta responder a una inquietud principal: cómo se va construyendo el escritor que todos conocimos. La imagen nos devuelve a un personaje fragmentado; no es el militante comprometido con sus ideas ni el intelectual formado pionero del Nuevo Periodismo. Estéticamente, la elaboración del lenguaje cinematográfico abreva en las diversas texturas que superpone, entre registros de super 8 en blanco y negro e imágenes a color. Rivera viaja directo hacia el encuentro de Walsh con el núcleo literario que refleja su pasional compromiso de vocación. Vislumbramos allí el espíritu de síntesis de un documental necesario, presto a pulsar fibras sensibles, mientras dialogan vida y obra de Rodolfo, indivisible una de otra.