Así nace la belleza. Así, de forma espontánea. No tiene relación con tu trabajo o el mío. La creación de la belleza y la pureza es un acto espiritual» MUERTE EN VENECIA (1912, THOMAS MANN) El David de Miguel Ángel es el ideal de belleza masculina. El genio renacentista, uno de los más grandes artistas de todos los tiempos, concibió un hombre musculoso, tensando su cuerpo y preparado para el combate inminente. Su tamaño prefigura el ideal de armonía y simbolizaba la virtud, la superioridad espiritual y la belleza del héroe que retorna a los ideales clásicos occidentales y antropocentristas. La alegoría se traslada a la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, siendo la única película latinoamericana seleccionada para el último festival de Tribecca, para su vigésimo aniversario. “El Perfecto David” nos presenta una temática universal: la búsqueda de la identidad; también puede entenderse el film como una metáfora acerca del perfeccionamiento e idealización de todos los padres, quizás proyectando ciertas propias frustraciones en sus hijos. Cuestiones vivenciales y autobiográficas atraviesan la idea del autor, quien dirige a Mauricio di Yorio y Umbra Colombo. Se trama un relato en tensión permanente, predominante en un tono de suspenso. Una madre vigiladora y controladora y un régimen sobrehumano para cultivar un cuerpo en directa proporción al tiempo invertido nos dan positivos indicios. Llama la atención el contraste de desproporción entre los rasgos propios de la edad y el aspecto físico de nuestro protagonista, una elección en absoluto delibrada. Son parte de los recursos visuales utilizados que nos interpelan como audiencia. “El Perfecto David” es un film de estética belleza, que indaga en la mirada de los otros y donde el punto de vista narrativo permanece desde la figura del conflictuado adolescente expandiéndose hacia su mundo exterior, en permanente tensión y puesta en duda; propio de un tiempo de vida en donde se afianza la formación de vínculos y se persigue la propia vocación. Visibilizamos la vida social comprometida por la rutina de entrenamiento y la vigoréxica búsqueda alternativa de métodos para alcanzar la meta. Es la cuota de toxicidad necesaria para toda obsesiva quimera.
Los documentales sobre artistas constituyen todo un subgénero aparte. Inagotable en su atractivo. Puerta de acceso a procesos creativos y trayectorias de vida que confluyen, se atraviesan y complementan. Estrenada en el último Festival de Cine de Mar del Plata, el documental póstumo de Pino Solanas reúne, bajo el formato documental a tres mentes creativas fulgurantes. Luis Felipe Noé, exponente de la Nueva Figuración y padre de Gaspar Noé, destacado cineasta radicado en Francia. Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky, reconocido director teatral orientado al psicodrama. Fernando ‘Pino’ Solanas, destacado realizador de “La Hora de los Hornos” y de profusa actividad política. Tres productores culturales, tres artistas emblemáticos de nuestro país, tres creadores socialmente involucrados. Un dramaturgo, un cineasta y un artista plástico. Una reunión de amigos para reflexionar acerca de algo tan inasibles como el acto creativo. Tres vanguardistas, tres referentes de su generación. Tres disruptivos que supieron romper las barreras de su arte. Si bien el último material estrenado obra de Pino fuera el documental “Viaje a los Pueblos Fumigados” (2018), su rodaje se remonta hacia el año 2014. “Tres a la Deriva en el Acto Creativo” nos lega la autenticidad de una charla, también la utopía de condensar en una hora y media de metraje una cosmovisión creativa. Una vida dedicada al arte. No una, sino tres. El compromiso con la obra y una palabra que surge con inusitada fuerza: caos. El poder que conlleva tan singular palabra. Opuesto de la muerte, cambio permanente u orden bien interpretado. Podría comprenderse la obra como ritmos, líneas y motivos que forman una organicidad. De la plástica a los escenarios. Del rodaje a la hoja de papel. Unidad de procesos y unidad ausente en la vida cotidiana. Instante fotografiado de esa permanente transformación. La construcción del documental abreva en que cada acto creativo aborda una determinada arista, desde los avatares de la vida artística al círculo familiar. Desde el exilio a la participación de la vida política. También la crisis, artística o institucional. El motor y el deseo creativo inextinguibles comparten un lugar común, de firme convicción para los tres participantes del encuentro. Existe un secreto para mantenerse jóvenes: alimentar los proyectos que insuflan de vida. Así es como nos lleva, de modo confesional, a través de los designios de la creación de un personaje. Son acaso las leyes inconscientes del proceso creativo. Reconocerse como un personaje verdugo y víctima a la vez, el precio a pagar por crear de modo incesante. Un lugar de ficción donde habita el permanente asombro. Un descubrimiento inagotable. Un lugar que no queremos dejar. Y vemos aquí, a tres impares seres habitados por devenires, develando el truco sin agotar la magia de cualquier forma de arte, capaz de superponer imaginarios y paradigmas. De proponer un cambio de percepción. De expandir un universo de ideas. Buscar que hay más allá del misterio que confiere la búsqueda una imagen cinematográfica. Una pirámide invertida, dice el realizador. Todo confluye en un plano, afirma Solanas. Espiamos el ensayo creativo…participamos del gran escenario: el centro del teatro es el cuerpo del actor, acota Tato. Es la búsqueda de la identidad, sumergiéndose en la obra y sus designios. “Tres a la Deriva en el Acto Creativo” es metalenguaje y dispositivos imbricados. Una cámara que captura un cuadro, otra que reproduce un monólogo teatral. Distintas instancias de la belleza. Núcleo de un testimonio cultural inapelable, tríada de artistas hablando en primera persona sobre sus inquietudes. Trilogía de posibilidades de una criatura creativa. Ferviente composición y vida entrega al oficio que deposita sobre nosotros la siguiente pregunta: ¿se adapta la obra al artista o viceversa? Curiosamente, una charla atravesada por la finitud del ciclo de la vida, tomando esta etapa como mecanismo de ignición para continuar fraguando un cuerpo de obra efervescente. Tal condición impacta en mayor dimensión sabiendo que Pavlovsky fallecería poco después de rodado el documental. Retrato sensible de un legado y tiempo detenido para la eternidad. Eterno work in progress, la obra nunca está terminada. Un camino creativo jamás en línea recta. Una poética del riesgo, jamás desprovista de escollos. Regalo inmemorial y homenaje a la amistad artística, puede anticiparse como un cierre de trayectoria. Reside en Solanas la total responsabilidad y cierto sobre un producto que desnuda la lucidez artística de todo aquel ser intuitivo que se adelanta al propio pulso cronológico; puede el proceso de este film elaborar la pérdida de aquel amigo y tomar dimensión de la propia finitud en el horizonte del propio camino. Un llamado profético sumamente conmovedor.
Faxman es un actor trashumante, un artista titiritero de variedades que aprende el oficio. Como muchos de su condición, recorre diferentes localidades de Argentina con su extravagante espectáculo y a bordo de su antiguo automóvil, cosechando más obstáculos que suerte. Busca recuperar aquel fulgor perdido, busca sanar su alma. El destino lo unirá a Candelaria, quien se convertirá en el amor de su vida. Esta es la noble premisa argumental, a simple vista, del film dirigido por el rosarino Néstor Zapata, director, productor y dramaturgo teatral de amplísima trayectoria en nuestro medio. En 1965 fundó Grupo Arteón, reconocido espacio de arte de la urbe santafesina, coincidiendo con su primera experiencia en el ámbito cinematográfico: el cortometraje experimental «C.65». Más de medio siglo después de aquellos inicios, retorna a su ciudad natal para adaptar un cuento de propia autoría, rodado entre 2018 y 2019. Esperanzadora y entrañable, elige cierto sabor nostálgico para traernos la esencia autóctona de una ciudad de Rosario que resiste a la avasallante modernidad, ambientando el relato en los años ‘60. No es la única lucha contra el tiempo que escenifica “Milagro de Otoño”. También lo es la pugna eterna del hombre contra el irreversible transcurrir de los años. Temáticas universales como el amor, la soledad, las pérdidas afectivas y la finitud son recreadas bajo matices alegóricos. En la piel del buscavidas ilusionista de encuentra el también rosarino Luis Machín, quien vuelve a colaborar con Zapata luego de hacerlo, décadas atrás, para la obra de teatro “Malvinas, canto al sentimiento de un Pueblo”. La persecución de íntimos sueños, la fe denodada y el deseo de un próximo reencuentro dimensiona una historia que echa mano del elemento fantástico para dialogar entre líneas paralelas: el sentimiento excede el plano físico.
“King Richard” combina la historia de superación de aquel soñador que tiene un plan con la trascendencia hacia el estrellato deportivo de dos de las atletas más fascinantes del último tiempo. Serena y Venus Williams, previo objeto de estudio en el documental dirigido por Maiken Baird y Michelle Major -estrenado en 2013-, dominaron el tenis a nivel mundial. El efecto inspirador y motivador tras la gesta fue su padre, Richard. Un héroe moral que no carga las tintas de la negatividad lacrimógena que suele afectar a este tipo de cine. Se trata de la historia del típico underdog en el mundo del deporte, que tan atractivo resulta a ojos de la audiencia, desde improbables épicas de hazaña deportiva como “Rocky” y todo sucedáneo heredero. El working class hero que se supera a sí mismo siempre conectará con el mundo cinéfilo. Lo valioso de la propuesta dirigida por R. Marcus Green, reside en la concreción de un retrato que no endiosa a su objeto de estudio, agraciado por los matices dramáticos que provee Will Smith, un actor cuyo talento, a menudo, puede pasar desapercibido bajo la manufacturada receta del cine de acción comercial, pero cuyo amplio abanico interpretativo nos ha legado actuaciones memorables. Muchas de ellas, curiosamente, ambientadas en el mundo del deporte, como “la Leyenda de Bagger Vance” o “Ali”. La película se conforma en una biopic que genera positivismo, bajo la efectiva fórmula que adosa un conmovedor drama familiar a la infalible estrategia para alcanzar el éxito. El trabajo duro como método que ha dado fruto en numerosas historias de vencedores cenicienta. No hay otra forma que la extrema entrega para concebir una disciplina casi marcial. El personaje interpretado por Smith deletra la palabra ganadora sin titubear. Se sabe guardián del propio destino de sus hijas. Redacta un manifiesto. Visiona un diamante en bruto. O dos. Perfecciona los talentos que la divina providencia otorgo. Sabe del esencial sacrificio brindado. “King Richard” exuda el valor de la lucha a través de los obstáculos y nos inculca que el trabajo duro, la persistente dedicación y una meta clara a alcanzar pueden derribar cualquier probabilidad en nuestra contra.
En 2014, Lucas Larriera estrena su ópera prima, “Alunizar”, presentando ciertas dudas que surgen desde la transición televisiva del alunizaje de Neil Armstrong en 1969, cuando el hombre llega a la Luna por primera vez. Heredero directo de aquel proyecto, su reciente trabajo “Canal 54” nos trae la historia verídica y poco difundida, acerca de un radioaficionado que capta una transmisión clandestina de la llegada del hombre a la Luna. Un registro distinto al oficial. ¿Cómo puede ser posible? Material de archivo dudoso…¿mayor mentira y puesta en escena cinematográfica? ¿Logro mediático y exploración científica para la carrera espacial por la que pugnaban dos naciones? La investigación llevada a cabo por el realizador propone hipótesis y teorías. Existe encanto en el misterio sin descifrar. ¿Que son esas imágenes? ¿Se trata de ensayos de alunizaje? Se acumulan las preguntas sin poder encontrar fidedigna explicación. Una posible transmisión paralela que desnuda toda una serie de suspicacias y conspiraciones. La realidad se sorprende a sí misma porque todo lado B de la historia solo es posible cotejando cierta silueta difusa a su alrededor. De mitos y leyendas se alimenta el ser humano. Larriera nos interroga acerca de un logro trascendental: ¿cuál es la porción que verdaderamente conocemos sobre este acontecimiento clave del siglo XX? Paso gigantesco de la humanidad o cortina de humo monumental, la opinión se divide radicalmente. Puede tratarse de una hazaña épica o puede la falta de información que sustente la autenticidad de los hechos sugerir suficientes pistas al respecto…puede la manía de un individuo recibir la señal que revele la verdad. Cabe aclarar que no ofrece Lucas Larriera un falso documental. No es su pretensión mentir ni hacer de la mentira su forma. Respuestas absurdas y disparatadas conforman el tono de un abordaje que no pretende clausurar su punto de vista. Una decisión inteligente. También de desacralizar el canon acerca del relato conclusivo y despojado de dobleces se trata. Al menos es la intención de tan peculiar proceso.
Retorna a las salas un emblema del cine independiente, como Fernando Spiner. Y lo hace bajo el formato genérico de su preferencia, la ciencia ficción. Una pérdida familiar se convierte en el disparador de “Inmortal”, film a través del cual Spiner elucubra una forma alternativa de comunicarse con las personas que ya no están en plano físico. No se trata de una conexión espiritual o emocional, sino de algo concreto que se instituye como verosímil. A partir de ello, desarrolla una idea que Eva Benito y Pablo de Santis firman a dúo. El eje de la película plantea la posibilidad de una dimensión paralela; y de allí se produce la apertura a un paradigma que involucra la participación de corporaciones capitalistas en medio de un negocio turbio, en donde se ve inserta la protagonista de la película, en la piel de Belén Blanco. Una fotógrafa, quien mejor que ella para capturar esa porción de realidad, a veces una ilusión. El acto que representa resguardar ese instante que permanecerá en la memoria, incluso en un intento de prolongar el asombro ante aquel abismo: la puerta de entrada a un mundo paralelo incrementa, multiplica, las realidades posibles. Artesano de la imagen, Spiner concibe una atractiva búsqueda estética, podemos constatarlo en la coloración elegida para cada tramo. También en su puesta en escena, retratando porciones de la misteriosa Buenos Aires y sus márgenes. Acaso una ciudad en construcción, como un gran laboratorio, pueden rincones porteños reconocibles habitar la extrañeza absoluta. “Inmortal” se conforma como un relato infrecuente para nuestro medio, mixturando el policial fantástico con el drama psicológico. Retornando a las fuentes de la poco explorada tradición de la industria nacional en el ámbito sci-fi. Una historia que se remonta a una gema de culto como “Invasión” (Hugo Santiago, 1968). Su poco habitual tránsito continúa hasta logradas perlas de la década del ’90, como “Moebius” (1996, Gustavo Mosquera) o “La Sonámbula” (1998, el propio Spiner) y de allí al nuevo milenio, con films como “La Antena” (2007, Esteban Sapir) o “Fase 7” (2011, Nicolás Goldbart). Aquí, el cineasta retoma semejante legado, apostando a un género atravesado por la identidad del ser nacional, el relato está impregnado por la coyuntura social. Referencias a un libro oriental milenario nos instruyen acerca de probabilidades. “Inmortal” plantea interrogantes, como cajas chinas que refractan sus sentidos; los resuelve y abre nuevas inquietudes. Un bucle sin fin. Spiner construye una experiencia audiovisual para disfrutar en pantalla grande, si su dilema argumental plantea derrotar a la muerte, aunque sea por un breve lapso, metafóricamente intenta el autor derrotar el visionado de estrenos en plataformas y pantallas domésticas. Proyectada por primera vez en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata de 2020, cuenta el film con un gran elenco: Analía Couceyro, Patricio Contreras, Elvira Onetto y Daniel Fanego, se suman para completar un cast sumamente eficiente. Un ejemplar de cine nacional para destacar dentro de la cosecha anual.
Película lúdica, intimista, reflexiva y entrañable, “El Perro que No Calla” es el más reciente film de la destacada realizadora Ana Katz, una estandarte del cine de autor autóctono, cuya concepción audiovisual, desde la independencia y la autogestión, la convierte en una cineasta a siempre tener en cuenta. Responsable de logrados títulos como “El Juego de la Silla” (2002), “La Novia Errante” (2006) y “Los Marziano” (2011). El presente film nos trae la historia de un particular y querible personaje, cuyo mundo exterior se transforma y espeja en la fragmentación del propio orden interior. El trauma que precede a la sanación será abordado de forma más poética que explícita, sin desatender una mirada social presente y comprometida, aunque en absoluto solemne. En apenas setenta minutos de metraje, Katz elige la sátira que no teme ensayar una mirada absurda, condensando una indagación microscópica atenta al más mínimo detalle, al servicio de una composición escenográfica casi pictórica. De modo llamativo, recurre a herramientas expresivas de animación y a un omnipresente uso del blanco y negro. Visualizando “El Perro que No Calla”, participante de la sección oficial de los últimos festivales de Mar del Plata, Rotterdam y Sundance, nos encontramos ante una obra que emerge como un peculiar drama identitario. Destaca la banda sonora compuesta por Nicolás Villamil, mientras nos invade un panorama de total extrañamiento. Abstracta y todo lo menos convencional que se pueda, examina bajo su control los bordes de un mundo en mutación. Protagonizada por Daniel Katz (hermano de la directora), el retrato conseguido refleja la vulnerabilidad de un ser que palpita la celebración de su propio cambio, fuera de toda convención. Se descubren los velos de zonas humanas con las cuales empatizamos. El trayecto es existencial y las emociones latentes. Paradójicamente, podemos trazar más de una línea paralela con el presente que habitamos.
Ridley Scott filma con una llamativa velocidad. Su prolífica trayectoria acumula títulos. Su curiosidad no deja género por explorar: cine épico (“Gladiador”), cine de época (“Los Duelistas”), cine de acción (“Lluvia Negra”), cine de ciencia ficción (“Blade Runner”), cine de gángsters (“Gángster Americano”), cine de aventuras (“Thelma and Louise”). Cine en 24 x 7. Afín al producto de corte industrial, ha sabido imprimir su concepción autoral, más bien artesanal, a un cuerpo de obra que supera los cuarenta títulos. Tampoco le resulta ajeno el hecho de estrenar dos películas en un mismo año, una rareza para Hollywood. Pero el incansable de Scott ya lo ha hecho, en dos ocasiones previas. En 2001, lanzó la oscarizada “Black Hawk Down” seguida de “Hannibal”, sobre la novela de Thomas Harris. Luego, repitió la gesta en 2017, con “Todo el Dinero del Mundo”, sobre la vida de John Paul Getty y “Alien: Covenant”, su eterno regreso al universo que pergeñara allá por 1979. Y aquí, en 2021, renueva Scott la apuesta doble, meses después de sorprendernos con “El Último Duelo”. La última película del hermano mayor del tristemente malogrado Tony Scott, está basada en el libro fenómeno de ventas “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed”, autoría de Sara Gay Forden. Pueden las cuatro impactantes palabras que condensan su título (asesinato, locura, glamour y codicia) hacernos predecir la atmósfera del voluminoso metraje -más de dos horas y media- del film. Una apasionada recreación del crimen por encargo de Maurizio Gucci, tercera generación regada en sangre. Se trata del nieto del fundador de la emblemática firma de lujo italiana, con sede en Florencia. ¿La ideóloga del plan criminal? Su ex compañera sentimental, Patrizia Reggiani. Que las palabras ‘historia’ y ‘sensacional’ conjuguen, también, el entramado del título literario, alimenta las expectativas puestas sobre un dantesco culebrón familiar. No habría otro destino para la benemérita ‘casa Gucci’. Un apellido marcado por el poder, la fama y la gloria, en igual medida que por la ambición, la avaricia y la maldición. La casa iba a volar por los aires, iba a incendiarse, o iba a ser acribillada a balazos. Una operística criminal que esconde intereses, celos y deseos de venganza, trazando ciertos lazos con la maquinaria de su lograda “El Abogado del Crimen” (2013). Tal y como es su costumbre, Scott se rodea de un portentoso elenco, reuniendo a Lady Gaga, Adam Driver, Jared Leto, Jeremy Irons, Salma Hayek y Al Pacino. Un lujo del que pocos directores pueden presumir. No menos curioso resulta que, con excepción de Adam Driver (protagonista de su penúltimo film), el resto de los intérpretes hacen su debut bajo la lente del veterano cineasta. Cada uno de ellos ofrece prodigiosas composiciones, convirtiéndose en el aspecto más sobresaliente de un film con destino de ceremonia de Oscar. El implacable, camaleónico y fríamente calculado retrato proferido por Lady Gaga confirma su glorioso futuro como actriz, luego de su brillante personificación en “Ha Nacido una Estrella”. El detallismo gestual, la transformación corporal y el trabajo fonético de un irreconocible Jared Leto conforman los valores de una de las performances más impactantes de las últimas décadas. Lo de Al Pacino es, francamente, una sinfonía actoral; no podríamos imaginar otro que el inmenso intérprete de raíces italoamericanas para ponerse en la piel de una de las cabezas del polémico clan empresarial. A sus ochenta años sigue dando cátedra; verle cada segundo en pantalla es pura leyenda cinematográfica. No menos elogio merece la breve pero intensa intervención de Jeremy Irons, auténtica estampa masterclass de un líder de familia en franco crepúsculo. Adam Driver gravita como el centro convergente del relato, suyo es un tour de forcé emocional concebido con absoluto profesionalismo, si bien la evolución psicológica de un personaje ambivalente como Maurizio Gucci merecía algunos minutos más de interés. Allí está también Jack Huston, haciendo las veces de abogado del diablo y, hablando de un legado que atraviese generaciones, porta el joven un apellido ilustre hollywoodense cuyo tenor rastreamos desde su abuelo John o su bisabuelo Walter. En otro registro, un deslucido rol de profética oportunista cae en manos de Salma Hayek, quizás el único apellido ilustre que no haya estado a la altura de semejante all star cast. Mediante una lograda recreación de época y una cuidadosamente elegida banda sonora (con excepción de la…¡salsa brasileña!) que coloca nuestra atención en coordenadas temporales atravesadas por melodías de George Michael o David Bowie, el film nos sumerge en la lucha sin tregua que compendia veinte vertiginosos años para el imperio del diseño. Hay un apellido que cuida sus apariencias haciendo gala de un conservadurismo que rechaza a quienes no pertenecen a su clase social. Sin demasiado preámbulo, un idilio nupcial difumina toda barrera que el dinero no pueda comprar. Atención, no es oro todo lo que reluce. Pronto, la tragedia dará curso. Jefes de familia que perecen, hijos renegados que persiguen la independencia económica, miembros expatriados que buscan una segunda oportunidad y una mujer de dudoso pasado que viene a infiltrarse con oscuros intereses, sazonan de interés tan putrefacta saga. La intriga se cuece puertas adentro de fastuosas mansiones cuyas paredes parecen abrazar espectros fantasmales proyectados por celuloide. Puede el clan vivir atrapado por su propio pasado o puede resurgir de sus propias cenizas. Los palacios albergan celebraciones y agasajos que no escatiman banquetes de comida autóctona y fina cristalería. Enormes habitaciones decoran sus paredes con arte de eximio paladar, las apariencias primero. Todo luce muy chic y más vale no combinar colores pastel con sacrílego marrón, mientras algunas referencias a la idiosincrasia italiana y latiguillos idiomáticos infaltables buscan minimizar el hecho que el monopolio americano rueda una biopic de raigambre italiana. Hollywood todopoderoso, lo has hecho de nuevo. Los Gucci tienen prosapia, quien lo negaría. ¿Estará la recién llegada a la familia a la altura? Lady Gaga mira a la cámara, señala su anillo y afirma pertenecer al clan. Se siente una especie de salvadora, una enviada. Cuida sus intereses y los de su compañero, aunque se lleve historia del arte a marzo. Solo para entendidos: Picasso no es Klimt, aunque la intrusa del clan no sepa distinguir uno de otro. El paso de los años y las tendencias en boga nos hacen apreciar un Rotko de pura cepa colgados en las oficinas centrales, un decenio después…moda que no es vanguardia. Ostentan los Gucci un mobiliario que presume de un fino gusto estético, del cual ya muchos quisieran presumir. Pero ni todo el dinero del mundo (no pund intended) puede comprar la paz y la armonía familiar. “La Casa de Gucci” es una radiografía acerca del ascenso, auge y caída de un apellido de ascendencia humilde y meteórica escalada hacia la cima del poder. Desde los campos de toscana al pudiente Norte italiano. De un sinuoso sendero signado por un mal augurio, marcado en igual grado por la férrea tradición a unos principios conceptuales inquebrantables tanto como por la desunión familiar y el conflicto de intereses monetarios. Divide y reinarás, dicen quienes calzaron sobre su sien la corona y no de espinas, aunque el camino no esté desprovisto de esto último. La monetaria ruleta de intereses y el rumbo que dicta el mercado nos habla también acerca de un período de adaptación radical, desde la bisagra existente entre los años ’80 y ’90, conformando un cúmulo de influencias y nombres propios insoslayables (Versace, por ejemplo, objeto de estudio de la serie “Crímenes Americanos”, de Rayn Murphy) claves para el mapa de época forjado. Scott profundiza en los motivos de la traición, haciendo eclosión el conflicto en el seno familiar, tanto en la batalla legal por la tajada de acciones de cada uno de los integrantes del imperio, como en el espiral autodestructivo en el que se ve sumido el matrimonio interpretado por la dupla Driver-Gaga. La corrupción del linaje, cuya herencia de sangre ha desaparecido por completo de la marca en nuestros días, nos evidencia un monumental friso de decadencia. El envenenamiento es moral, comprometiendo las conductas y las motivaciones de cada integrante involucrado. La puñalada puede provenir del propio árbol genealógico o de inversores extranjeros bañados en vil metal. El beso de Judas que no disfraza su verdadera intención. Un insulto que diluye la imagen de una institución, también acechada por la competencia desleal que representa la réplica falsificada de productos. Las cartas estaban echadas, mucho antes de que ella ordenara apretar el gatillo.
Un asesinato en el pasado dispara un misterio en el futuro, y viceversa. La originalísima “Misterio en el Soho” mezcla dos líneas de tiempo situadas en el barrio de Soho (Londres). Su responsable es Edgar Wright, dueño de una importante fanbase de cinéfilos que resguarda el buen gusto por el cine de autor. Y allí está Wright, un esteta consabido, llevando a cabo su explícito homenaje al cine giallo. Su sobrenatural mezcla de estilos, pericia técnica mediante, resulta una aventura emocionalmente envolvente. Ambiciosa y no despojada de irregularidades, su arrojo resulta un acto celebratorio, en tiempos donde la degradación del cine genérico prolifera en la cartelera. Dueño de un sello visualmente arrollador, el cineasta realiza un manejo de cámaras que juega con las perspectivas del personaje y del propio espectador. Por momentos, su instinto recuerda al del mejor Roman Polanski en “Repulsión” (1965), en otros al Brian De Palma de “Vestida para Matar” (1982). Sedientos de sangre, buscamos rastros del inmortal Dario Argento y su “Phenomena” (1985). Deslumbrante, nos invade la elegancia de una puesta en escena onírica. Mérito del director de “Baby Driver”, alabado musical encubierto en violento cine negro, pareciera ser la especialidad de la casa el hecho de tergiversar los límites del género abordado. En “Misterio en el Soho”, un flow de imágenes pergeña un viaje en el tiempo. Escindida la realidad, es la sensualidad y nostalgia de los años ’60 la forma elegida que acaba por comprarnos. Una vez que caímos en la trampa, vira el argumento al truculento terror. La mezcla de color y movimiento consigue pasajes francamente evocativos. Poderoso mecanismo mediante, este ejercicio de thriller examina las claves de su intriga con dispar suerte, no obstante el recurso meta narrativo ensaya una próxima vuelta de tuerca. Perverso y deslumbrante tour de forcé por la calle más oscura, bajo notorias influencias que no ocultan su lado lyncheano, puede esta radiografía psicológica sobre una extraña inserta en la gran ciudad reflexionar acerca de la sensación de ajenidad con notable ambigüedad. Realismo mágico, una suculenta dosis de fantasmagoría y una firme creencia en lo paranormal conforman el menú de este portentoso laboratorio visual.
La redacción de un reconocido periódico, sito en una ciudad ficticia francesa, conecta la tríada de historias que dan vida y sentido a la nueva creación de Wes Anderson. Carta de amor al mundo periodístico, en «La Crónica Francesa» importa más la forma que el contenido. Sabemos que el realizador filma cada plano como si fuera un cuadro. Acudimos al cine para maravillarnos con su concepción del lenguaje: paisajes que se espejan, escenarios que se replican. Ficción dentro de la ficción. Puesta en escena para el próximo acto ilusorio. Aspecto lúdico que nunca deja de sorprendernos, inventiva visual que incurre, incluso, en el desafío de insertar tramos de animación, una faceta a la que Anderson ya había incurrido en “Fantastic Mr. Fox” (2009) e “Isla de Perros” (2018). Anderson construye los pormenores de esta redacción, atendiendo a las manías, dilemas y obsesiones que atraviesa el oficio. Desbordante de citas y referencias cinéfilas, nos arroja al centro convergente de un universo recargado de influencias, elevando a la enésima potencia las marcas personales de una obra que no encuentra comparación en el mapa cinematográfico mundial. No ejerce su autor el autocontrol; por el contrario, su extravagante ingenio no conoce de censura ni objetividad. Marcas periodísticas ausentes en su concepción cinéfila. Anderson es un espíritu lúdico que, aquí, se rodea de habituales conocidos que suelen engalanar sus corales elenco. Allí están Frances McDormand, Bill Murray, Adrien Brody, Benicio Del Toro, Willem Dafoe, Jeffrey Wright, Edward Norton, Christopher Waltz, Tilda Swinton y Timothée Chalamet, dando vida, con mejor o peor suerte, a una galería de variopintos personajes. Maquinaria cinemática que despertará jamás indiferencia, por momentos luce una sinfonía caprichosa, en su premisa de habitar una compleja estructura de cajas chinas. “La Crónica Francesa” es una laberíntica composición en donde el estilo somete al mensaje, con miras a transmitir el espíritu frenético que habita en unas paredes que viven, exudan y sienten un desmedido frenesí por el oficio. Manifiesto de autorreferencias que en su vertiginoso transcurrir pueda resentir el auténtico sentido de homogeneidad, lleva al paroxismo Anderson su estímulo emocional: texturas, coloraciones y geometrías van tejiendo, con extrema precisión, una cosmovisión que no pecará de cautela. Se reirá de los insulsos parámetros que regulan el mundo del arte contemporáneo, planeará un secuestro imposible, luego una fuga criminal de lo más disparatada, colocará a una ciudad bajo estado de sitio revolucionario y nos someterá bajo sus radicales designios visuales confluyendo en un obituario que funciona a modo de epílogo. Anderson hace volar por los aires todo verosímil posible: satura la pantalla de objetos de lo más variados, coloca en boca de sus criaturas líneas de diálogo originalísimas y exige nuestra total atención para decodificar sus sentidos. Mixturará formatos, imbricará cronologías, congelará imágenes en un instante de estrépito y recurrirá al humor absurdo como elemento de cohesión infaltable. En la progresión de sus historias, puede verse la evolución de la paleta de colores de estos auténticos relatos novelados que jamás dejan de fascinarnos, inquietarnos o sublevarnos, resultante de las búsquedas conceptuales de toda su filmografía. El uso de tomas cenitales así como de planos generales, la omnipresente música incidental a cargo del siempre efeciente Alexander Desplat, un cuidadoso e iconoclasta vestuario y una gama cromática en pastel, destacan como algunos de sus recursos técnicos más mentados, omnipresentes aquí. En Anderson, es un fetiche ya, detalles visuales acuden como pistas al espectador. La naturaleza, fotografiada con colores cálidos, así como los tonos fríos para retratar paisajes urbanos, otorgan vivacidad a sus escenarios, conformando en su última y alucinada aventura un collage lisérgico de grandilocuentes proporciones. La fauna de una ciudad vibrante es inagotable de explorar. Viñeta fílmica, anarquía visual y homenaje explícito a la Nouvelle Vague, corrobora «La Crónica Francesa» la faceta de experimentador sin freno del cineasta, abultando con su flamante obra un palmarés que acumula cinco nominaciones al Premio Oscar. Meticuloso explorador de cada detalle del plano, encontramos aquí rastros de “El Gran Hotel Budapest” (2014), como huella del gen visual de un exquisito; también la síntesis de una tríada de obras de temprana cosecha que son, a la fecha, considerados films de culto: “Rushmore” (1998), “Los Excéntricos Tenenbaums” y “La Vida Acuática” (2004). Podría el presente film inmiscuirse dentro de aquellos citados, conformando rasgos identitarios insoslayables. Su indiscutible gusto estético firmará a pie de página semejante declaración de principios.