Conocimos la primera entrega de «Kingsman» en el año 2015, adaptando la novela gráfica de Mark Miller. El ingenio, la diversión y el cinismo confluían en una serie de escenas de acción originales que nos insuflaban de buen ánimo. Nuevos vientos soplaban en el anquilosado cine de acción. Siete años después, la propuesta se agota en sí misma, mediante un estreno en cartelera que solo trae la suave brisa de la anodina repetición. Un eco. apenas, de lo que alguna vez fuera, en manos del inventivo cineasta Matthew Vaughn. Satirizando al género de espías, «King’s Man» fraguó su éxito mediante una sostenida combinación de humor y giros sorprendentes. También recurriendo a elencos corales, como es aquí el caso, descansando en la labor de rostros familiares como Ralph Fiennes, Rhys Ifans, Daniel Bruhl y Djimon Hounsou. La premisa argumental intenta explicarnos cuales fueron los factores y acontecimientos que dieron inicio a esta sociedad secreta, de tal forma, la antesala de las primeras películas amalgama elementos históricos y ficticios para justificar una precuela cuyos eventos relatados no clarifican lo ya observado en sendas anteriores entregas. La consecuencia del último minuto que valida su existencia.
Rodrigo Fernández Engler, guionista y director argentino, lleva a cabo su versión libre, personal y contemporánea de la parábola del hijo pródigo, constituyendo «Yo, Traidor» el primer estreno de cine nacional en salas para la reciente temporada 2022. El autor de «Cartas a Malvinas» (2008) nos trae la universalidad de un relato que nos habla acerca del alejamiento de nuestro hogar. En sentido literal o figurado, tal paradigma nos atraviesa a todos, de alguna u otra forma, a lo largo de nuestras vidas. Con protagónicos de Arturo Puig, Jorge Marrale, Osvaldo Santoro y Mariano Martínez, la película reflexiona acerca de la búsqueda de un propósito, prueba y error como preludio a un camino de redención, que no diferencia de creencias religiosas, culturas o sociales. Fernández Engler interpela al espectador mediante un relato de tintes autorreferenciales: las cuentas pendientes de un hijo con su padre lo llevan a escribir una historia que transita el dolor de una pérdida y se concibe bajo la fórmula que mixtura drama familiar y thriller, vertebrando un mensaje que nos alecciona acerca del perdón y las segundas oportunidades.
Legendario título en la estirpe gloriosa del cine italiano, que consagrara a Federico Fellini como autor de relevancia internacional a ojos del gran público, y pese a que ya contaba con dos Premios Oscar en su haber (por “La Strada” y “Noches de Cabiria”). “La Verdad Sobre la Dolce Vita” mixtura documental y ficción desde la exclusiva óptica de su productor, Giuseppe Amato, trayendo al presente el legado de “La Dolce Vita”, film que capturara el ambiente bohemio, excéntrico y superficial de la alta burguesía romana, observada desde la mirada cínica de un escritor fracasado (Marcello Mastroianni) devenido en reportero de un periódico sensacionalista. Hace más de seis décadas, Fellini se reía de la farándula que animaba la vida mundana, concibiendo la épica radiografía de una civilización decadente, hedonista y corrupta, que olvidó sus ideales al vértigo de la modernidad. Con música de Nino Rota, la película fue condenada por la prensa católica de derecha, sin embargo, el baño antológico que tomara Anita Ekberg en la Fontana Di Trevi engrandeció su mito. Como casi siempre, hay otra historia detrás de lo que vemos en pantalla, aunque el presente largometraje dilapide algo de su potencial perdiendo el tiempo en explicar el dilema presupuestario que estancó a la producción durante varios meses, poniendo en vilo el rodaje de la misma. A veces hay secretos que mejor guardar… Poniendo el relevancia el mérito de semejante obra y sus hacedores, en boca de grandes nombres del cine italiano (Dino De Laurentis, Vittorio De Sica, Marcello Mastroianni) se inserta la importancia del presente documental, trayéndonos pormenorizados detalles acerca de un proyecto convertido en odisea y guerra de egos desatada. Una historia que sobrevive la transformación del cine italiano desde las ruinas neorrealistas, para testimoniar las emociones en tensión de sus protagonistas. ¿Cómo controlar a un artista imperativo como Fellini, en el ápice de su inagotable creatividad? Estrenada en febrero de 1960 y obra cúlmine premiada en Cannes, su trayecto se rastrea dos años antes, cuando un importante productor italiano comprara los derechos del que se convertiría en el largometraje más caro de la industria italiana. Luego, la leyenda de todo film que excede la porción de su metraje. Divismos y leyendas urbanas aparte, “La Verdad Acerca de La Dolce Vita” buscará responder preciados interrogantes: cómo recortaron el metraje, cómo se hicieron con los servicios de tan estelar elenco y cómo la obsesión del demiurgo artista nativo de Rimini consumó su pieza maestra. La unívoca mirada del propio Amato (reconstruida mediante artilugios de ficción) no deja espacio para demasiada reflexión.
Un artista que se expresa a través del arte fotográfico, en la necesidad de encontrarse con infinitas posibilidades creativas. Estimulado por los mundos del cine y del teatro, Félix Monti siente la inquietud y necesidad de desarrollar su capacidad plástica desde su juventud. Indaga campos posibles a través de la estructura de luces y sombras de una imagen, trabajando en escenografías. Como toda revelación que representa aquella pasión a la que entregamos nuestra vida, se dispone a perfeccionar su oficio. Encuentra fascinación en el misterio que encierra la imagen en movimiento, la fotografía lo ha atrapado y dedicará a ella su vida entera. Chango se vincula con Saulo Benavente y Pablo Tabernero, descubre el cine argentino de la mano de Hugo Del Carril. Persigue una búsqueda experimental, trabaja sobre negativos, revelados y emulsiones. Se maravilla con los clásicos mudos del expresionismo alemán, consume fervientemente todo el cine de la Nouvelle Vague. Emblema paradigmático del cine argentino, Monti admira la poética de Gregg Toland en “El Ciudadano”, mientras investiga las bondades del blanco y negro. Sin descanso, trabaja las estructuras dramáticas de cada gama cromática, considerando la intervención externa del color. Proyectada en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, para su última edición, Paola Rizzi y Alejandra Martín dirigen “Chango, la Luz Descubre”, logrado homenaje al responsable de la fotografía de más de veinte películas del cine nacional, entre las que se cuentan las oscarizadas “La Historia Oficial” y “El Secreto de sus Ojos”. A lo largo de casi una hora y media de metraje, presenciamos, por medio de imágenes de archivo y testimonio de colegas, preciado rastro de vida que rescata lo más preponderante de su profusa obra, en la síntesis perfecta de su arte. La cámara no es más que una herramienta para comunicar un mensaje. Sabe captar Monti la importancia del mismo, cuando el sentimiento obedece a la historia. Es aquella cualidad que supieron interpretar grandes cineastas de nuestro medio, como Lucrecia Martel, María Luisa Bemberg, Lita Stantic y Pino Solanas. Ellos confiaron la fotografía de sus películas a Monti. El las dotó de alma. Es la combinación de la simpleza con la fuerza y el espíritu que su cuerpo de obra cobra. Algo mágico sucede, congelando un momento. Algo mágico, liberador y poderoso nos transmite la lente de este sinónimo de autoridad técnica y tradición para la industria nacional.
La búsqueda de una verdad reveladora lleva al personaje protagonista de esta historia a encontrarse lo inesperado. Tal es el disparador argumental de la última propuesta de José Cicala, “La Sombra del Gato”. Una aventura, ambiciosa, desmedida, confusa y onírica. Un collage de géneros de aglutina el suspenso, el drama, el cine fantástico, la comedia y el terror. Una propuesta experimental y delirante, que añade el toque bizarro que toma una página de Robert Rodríguez y sintetiza a Alex de La Iglesia. Emula a Guillermo del Toro y admira a Quentin Tarantino; tales son las influencias del realizador argentino que pocos meses atrás estrenara el film “Sola”. Nombres de primera línea, como Luis Machín, Rita Cortese, Miguel Angel Solá, Danny Trejo y Maite Lanata integran un elenco de figuras reconocidas, al servicio de una historia que deposita sobre nosotros profundos interrogantes, sin preocuparse, explícitamente, por responderlos todos. El tono no será siempre el acertado y el verosímil será puesto a prueba, mientras la dirección actoral lleva el relato hacia confines estrafalarios de sangriento ritual. Una fortaleza que resguarda secretos y un mundo paralelo sectario alimentan la imaginación de un director que no pecará de tímido. ¿Qué está dispuesto a cambiar el ser humano por su fanatismo? Pareciera la pregunta encumbrarse como mensaje moral subliminal a tan exagerado paradigma. El despertar de la joven protagonista, ilustrada su travesía en contrastada fotografía y estridente sonido pop, acompaña un relato vertebrado a través de flashbacks y una ambientación surrealista. No obstante, las referencias cinéfilas de culto y las buenas intenciones narrativas no acaban por materializarse en un producto desparejo, inconstante y falto de cohesión. “La Sombra del Gato” es un tren desbocado pronto a estrellarse.
“The Matrix” dio un giro de ciento ochenta grados al panorama del género de ciencia ficción, escrita y dirigida por las hermanas Wachowski y protagonizada por Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss y Hugo Weaving. Dado su fenomenal éxito, la franquicia devendría en una serie de videojuegos, cortos animados y cómics. Además, en 2003, se estrenaría, de forma simultánea, los films “Matrix Recargado” y “Matrix Revoluciones”, reavivando la mística de tan fabulosa concepción. Los novedosos efectos visuales que habitaban la realidad paralela se convirtieron en un soporte visual como vehículo a una intrigante narrativa, que aunaba conceptos filosóficos y religiosos. Múltiples lecturas políticas se desprendían de una acción rodada a alta cantidad de fotogramas por segundo. El mérito correspondía a las hermanas Lana y Lily Wachowski. El precedente había sido sentado. Esta vez, Lana trabaja en solitario, sin la compañía de su hermana, confiando en lo pertinente -y comercialmente redituable – que tiene para decir “Matrix”, casi veinte años después. Dos horas y media de metraje buscan resolver el interrogante acerca de cuál es el contexto del nuevo Neo. Flashbacks mal implementados se acumulan a lo largo de una hora completa, plagada de referencias en absoluto superfluas para los fans de la saga. Mientras el meta mensaje abusa de su condición y los guiños se acumulan parodiando a los propios intérpretes, se recrea el paradigma de la película original: la concatenación de diálogos subliminales amenaza con romper la cuarta pared, mientras códigos binarios navegan los nuevos rincones de esta insurgente versión útero de videogame. A diferencia de la trilogía original, un tono de comedia caracteriza a la primera parte del relato. No es la ambición una de sus características, observamos, mientras inquirimos acerca del remanente en aquella profundidad filosófica de la película original. No hay colosal puesta en escena que pueda maquillar serias fallas de guion. Puede que la secuencia de acción inicial sea la mejor de toda la película, también es cierto observar que el efecto ralentizado no luce igualmente impactante que dos décadas atrás. La esencia de la mentada resurrección se sostiene sobre una línea muy delgada que se balancea entre el homenaje y la parodia, dejando un sabor de boca insuficiente. Resuelve algunas de las inquietudes planteadas, dilapida el potencial de otras. La búsqueda de la justificación lógica se desentiende del genuino sustento y el factor emocionante no siempre colma las expectativas. Tradicional y previsible, dividirá opiniones bajo el primordial interrogante: ¿Por qué otra película de Matrix? Una de las primeras sorpresas que arroja la flamante aventura sci-fi es la inclusión de un nuevo Morfeo, mientras Laurence Fishburne brilla por su ausencia y la elección actoral de reemplazo deposita un cúmulo de dudas. Keanu Reeves conserva la agilidad, mientras que Carrie Ann-Moss su atemporal carisma. Poco más preserva esta dimensión paralela de realidad virtual, en búsqueda del mero escapismo cuando la belleza se fuga de la esencia cinematográfica corrompida por franquicias sin el más mínimo sentido conceptual y estético. Que veinte años no es nada, dos décadas después poco puede custodiar el asombro aquel, hoy átomos desprendidos de un cuerpo desgastado. “Matrix Resurrecciones” ensaya un mini destello del otrora tótem adorado. Hay algo patético en la ausencia de sentido, comprobará la audiencia al despertar del vacío sopor, de toda película que se idolatra a sí misma.
Nos encontramos ante una pequeña gran joya, condensada en setenta minutos de duración. “Petite Maman” es una fábula sobre la pérdida, la comunicación entre vínculos y la infancia. Su autora se ha caracterizado, a lo largo de su carrera, por una notable habilidad en la creación de atmósferas y mundos femeninos. No es aquí la excepción, su sensibilidad trasciende la gran pantalla. El film nos interpela acerca de que implica ser madre, que atañe a ser hijo, desde un contexto específico, sujeto a experiencias concretas. Mezcla de géneros y en referencia cronológica no especificada, se irá tejiendo una trama hecha de secretos compartidos y amistades entabladas. Proveniente de una autora de pura cepa, una búsqueda estética formal pretende impactar en el espectador, deslindando la temática narrativa, en proyección hacia exploraciones más abstractas. Hipotética ensoñación y fantasía de universos posibles pergeñados por la imagen infantil, se colocará el punto de atención sobre una mirada extrañada, que procesa en igual medida pérdidas y éxodos, inmersa en un viaje nostálgico, capturado en evocadora fotografía. Llama poderosamente nuestra atención una serie de paisajes otoñales que traducen sensaciones, de forma tan elegante y delicada. La travesía no es solo física: Céline Sciamma nos lleva a sitios íntimos en el afán de reflexionar acerca de nuestra vida. Observamos, así de modo empático, una obra de vocación naturalista, no exenta del elemento fantástico que vertebra al relato en dos mitades. Alegoría, onírica y mitológica, “Petite Maman” aborda la construcción imaginaria de una niña, inspirándose en el realismo mágico, de fuerte anclaje en el cine galo. Una puesta en escena contrastante indaga en nuestra memoria; enternecedor, se trata de un ejercicio que no peca de ambición. La celebrada realizadora, premiada por “Retrato de una Mujer en Llamas”, hace más con menos y el resultado la favorece evidentemente. La aceptación del film fue unánime, convirtiéndose en ganadora del premio del público en el último festival de Berlín.
La enésima versión refundada, sencillo es para Hollywood volver a la copia consabida que clona la nunca extinta fauna de superhéroes. El síntoma que se hace carne en la industria: la falta de originalidad, la fórmula fácil que dará redito económico, en desmedro del artístico. La proliferación incesante de superhéroes que, indiscriminadamente, acaparan la cartelera, acomete un último intento de aparición con una nueva entrega de “Spiderman”. El acto de nostalgia fallido y superficial que pretende tocar ciertas fibras placenteras de la memoria cinéfila. La butaca siempre dispuesta a contemplar la dispersión pasatista que este tipo de productos promete. Y que cumple casi siempre, sin importar el buen gusto estético dejado a un costado. “Venom”, “Godzilla versus Kong”, “Black Widow” y un largo etcétera echaron leña al fuego de la película con comienzo y final reiterado. La prostitución de la noble esencia del subgénero, que no hace honor al legado. La monotonía que satura por su falta de recursos estéticos. Nivel exasperante, del cual “Spiderman” queda eximida. Pero, aún, insuficiente. Si quieren disfrutar de un producto bastante mejor logrado, no olviden que Sam Raimi dirigió a Tobey Maguire bajo el traje del superhéroe, en el año 2002, quizás la mejor de todas las incursiones en la gran pantalla del intrépido hombre arácnido. Dirigida por Jon Watts, responsable de las últimas tres previas incursiones, algo de vida parece insuflar a la nueva propuesta, al icónico personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko, para el cómic Amazing Fantasy de Marvel, allá en 1962. Algo que no termina de ser del todo suficiente. Puede comprenderse la presente película como un homenaje a propias situaciones que atravesara anteriormente el héroe; factor que identificará a los fans más acérrimos, pero dejará con sabor a poco a quienes pretenden algo de más de sustento, que el mero hecho de impostar un pretexto orgánico para unir subtramas y sentar precedentes para próximas entregas de la franquicia. La madurez evolutiva de Tom Holland como ‘Spiderman’, confrontando la maldición que traen consigo los superpoderes que le fueran brindados, se constata favorable, al mando de un elenco de super estrellas que incluye a intérpretes de la talla de Andrew Garfield, Zendaya, Benedict Cumberbatch, Jon Favreau, Jacob Batalon, Marisa Tomei, J. B. Smoove, Benedict Wong, Jamie Foxx, Alfred Molina, Willem Dafoe, Thomas Haden Church, y Rhys Ifans. Un all star cast y un cúmulo de efectos especiales que no llenan el vacío imperante
Impacto en 3, 2, 1…Un reparto de lujo (Leo Di Caprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Timothée Chalamet, Mark Rylance) engalana un film en donde la crítica social se encumbra como principal mensaje. En otros tiempos, hubiera sido este film una de las atracciones más preponderantes de la cartelera, mientras que hoy encabeza las novedades populares de la plataforma de streaming Netflix. Ya lo dijo Dylan hace medio siglo: ‘times they are-a-changing’. Adam McKay, el realizador de “El Vicepresidente” y “La Gran Apuesta”, examina la corrupción política y la ineptitud colectiva, en tiempos de superfluos ídolos y líderes gubernamentales ineptos. Ejercita un media tour como mensaje concientizador, estrellando contra nosotros un drástico interrogante: ¿podría el mundo acabarse más pronto que tarde? Humor sutil y absurdo proliferando grafican la necedad humana, trayéndonos vivos recuerdos de “Dr. Strangelove” (1964) y su imperecedera sátira. No es una bomba atómica aquí la amenaza, proviene del espacio exterior y promete impactarse de lleno contra nuestro gigantesco ego. Un gran cometa amenaza con hacer contacto. La mitología clásica nos advierte: Eurídice, no mires atrás. Hollywood , que ha hecho de su rutina un menú casi diario de cine catástrofe aquí y allá, desde los ’70 hasta hoy, saborea la ocasión. Sin embargo, “No Miren Arriba” resulta una propuesta sumamente singular: cine de género como instrumento para ensayar una mirada autoral. La opinión científica, el negacionismo y las conspiraciones, la verdad paralela que tejen las redes, todo ello puesto a debate. McKay no descuida perspectiva. Haciendo un poco de historia, política, realidad social y medios se han mixturado previamente en gemas como “Network” (1976) y “Mentiras que Matan” (1997). El presente film vuelve relevante a la atávica inquietud: ¿en manos de qué lideres dejamos el mundo? Cuando el tiempo juega en nuestra contra y cuando quienes nos gobiernan han perdido el rumbo por completo, la tragedia parecerse cernirse sobre nosotros, pobres espectadores de la catástrofe. Allí es cuando “No Miren Arriba” recuerda visualmente a “Deep Impact” (1998) y “Armageddon” (1998), distopías comerciales cuyo punto de referencia añade interés a una temática de impostergable pertenencia; el cambio climático que nos involucra y la toma de conciencia que se hace urgente agenda desnudan las falencias de una adormecida sociedad centrada en el consumo de virtual. Perfecta radiografía de los surreales tiempos que corren, las influencias de los medios masivos, los fakes virales y las guerras dialécticas entre bandos ideológicos, conforman semejante cóctel para la explosión apocalíptica. No es sublime el tono elegido; Adam McKay puede lucir serio y preocupado sin necesidad de caer en la solemnidad: se ríe de todo y de todos. La fauna humana se reconoce en pares que niegan el conflicto, mientras visiones astronómicas puestas bajo la lupa ofrecen suficiente materia de revisión. Un ritmo aplanador y un sentido de la emoción que no cae en el facilismo acompañan el caudal de ironía y acidez de una propuesta que acaba conformándose como una triste mirada sobre la sociedad moderna. Valores suficientes como para considerar a “No Miren Arriba” como una firme candidata a múltiples nominaciones a los próximos Premios Oscar. Una radiografía del mundo actual, portadora de inmensas actuaciones y una concepción estética notable, garantiza la fórmula infalible.
Después de tres años de ausencia de las pantallas (“Ready Player One”, en 2018, fue su última incursión), regresa el todopoderoso Steven Spielberg, a sus setenta y cinco años, viviendo bajo el mote nada modesto de ‘Rey Midas de Hollywood’. Y lo hace dirigiendo una remake, algo poco habitual en su prolífica trayectoria de casi medio siglo. El director nativo de Ohio acomete uno de los musicales por antonomasia en la historia de Hollywood. “West Side Story” (estrenada como “Amor sin Barreras” en Latinoamérica) consagró al director Robert Wise hace exactos sesenta años, quien la dirigió en compañía de Jerome Robbins, y conglomeró un elenco compuesto por Natalie Wood, Richard Beymer, Rita Moreno, George Chakiris y Russ Tamblyn. Ganando un total de diez estatuillas Oscar (inédito logro para la época) y de origen eminentemente teatral, se inspira en la obra “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare. Como podemos verificar, a juzgar por los nombres propios integrantes, gran parte de la historia del cine podría contarse a través de semejante film. Robert Wise comenzó a granjearse un nombre en Hollywood de la mano de Orson Welles, con quien colaboró de montajista en “Ciudadano Kane” (1941) y “The Magnificent Ambersons” (1942). Experto cineasta todo terreno, no dejó género por explorar: romance, dramas, westerns, policiales, comedias musicales (repetiría la gesta con “La Novicia Rebelde”, en 1965), ciencia-ficción o cine catástrofe fueron sus ámbitos preferidos. ¿El espejo en donde se mira Spielberg? Ni tan contundente, ni tan comercial, a través de una carrera que se extendió por cuarenta años. Otros dos nombres propios de absoluta alcurnia refrendan los laureles del film original: Leonard Bernstein, compositor, pianista y director de orquesta de fama mundial, y Rita Moreno, presente en el film de Spielberg, a sus casi noventa años de edad. Rita, la inolvidable cantante y bailarina. Su sabor latino marcó a fuego la historia de Hollywood. En la piel de la inolvidable Anita, su rol para el largometraje de Wise le abrió las puertas del éxito hacia el teatro y la TV. Pocas actrices pueden vanagloriarse de haber obtenido los cuatro principales premios del entretenimiento norteamericano, lauro comúnmente conocido como la Cuádruple Corona: Oscar, Emmy, Grammy y Tony. Moreno lo hizo en el término de una década y media, y es la única artista de habla hispana en haberlo conseguido. Semejante hito mensura su legado viviente. La única aventura previa de Spielberg, abocándose a material previamente concebido, fue en 2005, para la nueva versión de “Guerra de los Mundos”, sobre el clásico literario sci-fi de H.G. Wells. Film que tuviera su antológico bautismo cinematográfico de la mano de la dupla conformada por George Pal y Byron Haskin, para su estreno en 1953. En aquella ocasión, la mirada de Spielberg actualizaba el formato genérico bajo una nueva concepción de la amenaza (el factor externo de peligro que se convierte en el eje del relato); y aquí lo encontramos nuevamente, sesenta años después, colocando manos a la obra sobre un material que constituyó un antes y un después en la historia del musical. Estrenado, probablemente, cuando dicho género se encontraba en su pináculo de popularidad. Entonces, ¿qué tiene para decir hoy “West Side Story”, sesenta años después? Francamente poco y nada, a juzgar por el decepcionante material que se despliega ante nuestros ojos. Cuesta creer que sea Spielberg el cerebro tras la cámara. Tanto como la unánime alabanza de cierto sector de la crítica especializada, advenediza y genuflexa, ante el estreno del último film del último gran autor del cine contemporáneo. Léase Clint Eastwood, léase Steven Spielberg. Cuesta comprender que sea Tony Kushner (el destacado dramaturgo responsable de “Angels in America”) quien firme el guión de semejante despropósito. Inerte, inaceptable e innecesaria remake, “Amor sin Barreras” se ambienta en la New York de mediados de siglo pretendiendo maquillar con números coreográficos de ocasión y una fotografía vistosa sus serias carencias narrativas. Cosmética para disimular un hueco existencial de nivel planetario: la historia amorosa se desenvuelve mediante diálogos en extremo pueriles, la idiosincrasia latina está retratada a un nivel de caricatura ofensivo y con guiños idiomáticos subrayados en exceso. Ni siquiera las urgencias sociales en la coyuntura actual encuentran eco en semejante despropósito. Un retrato sensiblero que no iguala a sensible. Pareciera que Spielberg pone manos a la obra en un género inédito de su autoría, olvidando por completo el ABC que lo convirtió en uno de los cineastas más vibrantes del último medio siglo en Hollywood. “Amor sin Barreras” derrama apatía y sabor a cliché a la hora de reflexionar acerca de divisiones raciales y rivalidades territoriales. Ya poco importa la vuelta a las fuentes, ese denominado reverdecer del espíritu clásico que trae un film de naturaleza conformista. Un pátina nostálgica de aquel recuerdo infante resguarda los buenos modos de este conservador remake, extendiéndose a insufribles ciento sesenta minutos de duración. Desabrida e inexpresiva, asusta pensar que su corrección política podría colmar el paladar de la siempre previsible Academia de Hollywood, recompensando con dorados laureles a todo producto que se escude tras el respecto a las raíces multiculturales. Soporífero discurso mediante. La barrera infranqueable.