Exiguo factor de riesgo y típica película de Liam Neeson, de cara a su próximo rescate imposible bajo la forma de una odisea glaciar. Viaje a contrarreloj de un hombre ordinario, quien se verá expuesto a vicisitudes extraordinarias. Supera el presente film lo ofrecido por el inoxidable actor irlandés en la reciente “La Frontera”, quien continúa calzándose las ropas de héroe moderno de valores insobornables. En la presente ocasión, lo hace explorando territorios nevados similares a su anterior «Cold Pursuit», adaptación de Hans Petter Moland, sobre su propia película de 2014, «In Order of Disappearance». Autor de epítomes de la narrativa de aventura, intriga y catástrofe más reconocible de la década del ’90 («Con Air», «Armageddon»), Jonathan Hensleigh abunda en su nueva propuesta al clima claustrofóbico, el vértigo incesante y el frío polar de indiscutible factor, para conformar las bases conceptuales de este ejemplar sinónimo de blockbuster y reciclaje de anteriores incursiones del género de acción comercial más convencional. El director de «The Punisher» (su ópera prima, en 2004) nos trae la remanida historia que recupera el modelo calcado del hombre fuerte, implacable e indestructible que se sobrepone a las más crudas adversidades. Basada en «El Salario del Miedo» (1953, Henri Georges Cluzot), su peso específico gira en torno al carismático Neeson, dueño de un subgénero cinematográfico por sí mismo. El plot twist que sobrevendrá cumplirá con la regla implícita del género. Utilizando la tecnología CGI, con resultado dispar que resiente la verosimilitud del film, «Riesgo Bajo Cero» ofrece entretenimiento a raudales, prescindiendo de toda lógica argumental. El hielo se agrieta bajo nuestros pies. La posteridad cinematográfica jamás fue parte de la misión para el enjundioso hombre de acción.
Repleta de referencias a la franquicia de “Los Cazafantasmas”, emblema de culto del cine mainstream norteamericano de los años ’80. Retoma el film el legado de un universo audiovisual, en manos de Jason Reitman (“Juno”, “Amor en las Alturas”), hijo de Ivan, director que se colocara detrás de cámaras para las primeras dos incursiones en la gran pantalla, en 1984 y 1989, respectivamente. En el pasado reciente en boga gracias al capítulo que le dedicara la docuserie de Netflix “Las Películas que nos Formaron” (2020), conformando un canon que excede al despropósito sacrílego del film estrenado en 2016. Conformándose como un explícito homenaje al fallecido guionista Harold Ramis, eleva a la enésima potencia el factor nostalgia como un acto de amor hacia el artesanal cine que abría las puertas a la era posmoderna ochentosa (“Gremlins”, “Cuenta Conmigo”, “E.T.”), al tiempo que no escatima de frescura para consumar el último artefacto revival de un Hollywood que bien sabe como recurrir a la memoria emotiva de antañas glorias del celuloide. Prefiriendo el entorno rural al ámbito urbano que escenificara al film original, amplifica narrativamente la película original, en equilibradas dosis de acción, misterio sobrenatural y comedia que mixturan este reboot encubierto en forma de secuela. Un cast diverso (Finn Wolfhard, Carrie Coon, Mckenna Grace, Sigourney Weaver, Paul Rudd, Celeste O’Connor, Logan Kim, Annie Potts, Bill Murray, Dan Aykroyd,) da vida a una plétora de personajes, incluyendo antológicos cameos. Ingenio emotivo mediante, la música incidental recupera el espíritu de la banda sonora de Elmer Bernstein, conformando un viaje en el tiempo que se apoya en un uso de colores saturados a tono con la propuesta estética, rindiendo homenaje al elemento tradicional que recrea la atmósfera preponderante en la versión original. Sintonía total para fans incondicionales que percibirán el estreno como un noble, genuino y sincero regalo navideño. Corazón y melancolía sin malas intenciones, se conforman como valores insustituibles de una película con cuerpo y alma, capaz de abrazar su pasado y construir un arco transformador que llega a darle propia entidad.
En el año 2011, el realizador Sebastián Diaz comienza a registrar con su cámara el patrimonio arquitectónico de la ciudad. Su gran motivación se concibe como un ejercicio de arqueología humana que pretende reservar. Un interés histórico y visual que desemboca en la creación del documental «El Cuadrado Roto». Cuantioso material entonces registrado forma parte de este preciso ejercicio documental, acometido con un concepto estético visual de absoluto elogio. «La Plata Contada» aborda la historia política, urbanística y masónica de la ciudad de La Plata. Su enfoque documental persigue responder interrogantes esenciales: ¿porqué se funda? ¿cuál era su emplazamiento? ¿quiénes fueron los actores principales de su creación? La mirada retrospectiva también nos adentra en las rencillas existentes entre los círculos del poder y la disputa económica que surgiera tras el desarrollo de una obra monumental, construida en un breve lapso de tiempo. Por allí anidaba el sueño de Dardo Rocha, en construir una gran megalópolis con un puerto que eclipsara al de la mismísima ciudad de Buenos Aires. La emergente ciudad deslumbró con su arquitectura magnificente, un hito del urbanismo nacional. La historia acerca de su nacimiento no podría contarse dejando de lado las huellas masónicas, evidentes en la simbología presente en el plano original de la ciudad y en algunas construcciones emblemáticas. Aparece allí la figura de Pedro Benoit, quien tuviera a cargo el diseño espacial. Escuadra y compás entre diagonales como elementos presentes para la consumación de un tramado arquitectónico superior, inseparable del derrotero de las logias que abundaban en nuestro país. Parte del mito de la urbe que guarda relación con una crónica maldita de fundación, auge y caída. El documentalista indaga y problematiza. Su exploración recurre a material de archivo fotográfico, constituyendo un valioso testamento audiovisual. Por su parte, investigadores platenses cuentan acerca de los pormenores de la fundación; cuánto de leyenda, cuánto de verdad teje el pulso de la historia, desde aquel 1882 al presente. Desestima el autor la mirada conflictiva, polémica e incomprobable de algunas publicaciones literarias amparadas en el mito, prefiriendo probar con documentación una fundación que pareciera guardar el enésimo misterio bajo su auténtica forma. Una hipótesis que no acaba por comprobarse en su totalidad: claves de un origen oculto y fenómeno atractivo de dilucidar. En otro orden, el director de «La muralla criolla» (2017) y «4 Lonkos» (2019) denuncia la degradación urbana en la vida moderna y la desidia que atañe al propio platense, descuidando su propio espacio. ¿Qué imagen nos devuelve el presente de la ciudad? ¿Cuál es su verdadera identidad? ¿Qué pervive de aquel precursor modelo hoy? Bajo tal óptica, pretende recuperar el espíritu precursor de aquellos fundadores que basaron su concepto en las ideas del sanitarismo. «La Plata Contada» ratifica su valía como un documental de imprescindible visionado.
De Ilse Fulksova se conoce su costado activista, lésbico y feminista. Vislumbramos una mujer inquieta, con una talentosa faceta artística. El presente ejercicio documental nos devuelve la fascinación sobre una historia digna de ser testimoniada. Así es como la gran pantalla nos ofrece un repaso a vida y obra de una mujer igualmente tierna y carismática. Un polifacético ejemplo de lucha. Nacida en 1929, a sus 92 años hoy, nos ha dejado perennes enseñanzas, también disparadores para la reflexión. Sus luchas por la igualdad de género son apenas una porción de su abarcadora y loable misión de militancia. Una periodista, fotógrafa y poeta que jugó a derribar convenciones. Se visibiliza en los medios, valiente e incansable. Se despoja de etiquetas, asume su condición. Nos irradia su energía. El documental dirigido en coautoría por Lucas Santa Ana y Luciana Furio se preocupa por desnudar la esencia de un espíritu sin ataduras que cuestionó la moral imperante de su tiempo. En el metraje de “Ilse Fulkova” se percibe una historia de amor y rebeldía, bajo cuya concepción acerca de la libertad genuina se nos alecciona, y -por sobre todo- se nos revela que la absoluta noción y certeza de que aquel don adquirido no significa nada sin un propósito. Ilse resignifica el sentido de libertad con cada paso dado.
Auténtico salto de fe hacia el vacío consustancial de los héroes contemporáneos de Marvel, insinuando atisbos de un discurso que no se conforma con la formula preestablecida. Los dioses del universo cómic toman aquí forma de tótems milenarios, trasladando a la gran pantalla sus inicios en dicho formato con un fuerte trasfondo mitológico. “Eternals” es una llamativa propuesta de Chloe Zhao, en las antípodas de su anterior aventura cinematográfica (la premiada y minimalista «Nomadland»). Los héroes aquí planteados pueden ver el mundo arder sin inmutarse en lo más mínimo. Nos preguntamos, ¿cómo seres tan infinitos y poderosos y a la vez tan tibios en sus acciones durante años? ¿De qué hablamos cuando hablamos de propósito heroico? Reverso perfecto, pasivos peones que otorgan un giro de 180° a la decisión de elegir su destino. Al fin, dioses humanizados, atrapados en sus cuestionamientos existenciales acerca del vital propósito. La carrera de Zaho toma un rumbo inclasificable y su incursión más comercial a la fecha deja un resultado no del todo convincente. El film, aún en su desorden, propone explorar un universo inaudito; ya de por sí resulta válida la intención de mostrarse original. Valioso es rescatar la nobleza de quien prefiere retar, antes que subestimar al más avezado espectador.
Una película que deposita sobre nosotros interrogantes existenciales. ¿Cuáles son nuestros deseos más íntimos y que estamos dispuesto a arriesgar para obtenerlos? “Desterro” funciona sin caer en la linealidad, problematizando y cuestionando en espejo, la narrativa construida de nuestro mundo. Es un retrato partido; a la vez un trayecto de una mujer en movimiento, tanto como el velo descubierto de la propia identidad mutada. La tragedia que se desarrolla es también una posibilidad de pensarnos a nosotros mismos. Existen hechos concretos, como una vida rutinaria, una desaparición y una llamada fatal, pero también puede pensarse de modo más alegórico y la metáfora enriquece a esta propuesta experimental. Presentada en el último festival de Rotterdam, “Desterro” alude, en su título a una referencia idiomática que grafica, por un lado, la ausencia de tierra material, y, por otro, a la carencia de suelo emocional donde pisar. Esa falta de hogar, ese nido vacío que vislumbra la atmósfera de desapego que atraviesa al film. ¿Adónde volver si no se puede pertenecer? El primer largometraje de ficción de María Clara Escobar nos presenta las intenciones estéticas de una realizadora a tener en cuenta, proponiendo una mirada contemplativa, vanguardista y sensible. Una experiencia audiovisual fragmentada que nos convidará de alternativas formas de lidiar con el dolor. Se constata en “Desterro” un contraste de conflictos efectivo en niveles más abstractos, como impresión de secuencias poéticas que reflejan la propia conciencia de los protagonistas. Es una reflexión acerca de la condición humana, acometida con llamativa organicidad.
La cotidianeidad de la soledad hace al síntoma, disparando niveles insospechados de locura y fanatismo. “Sola”, estrenada luego de dos años de haber concluido su rodaje, examina la condición humana con altibajos en el tono dramático, heterogeneidad que le permite alcanzar ciertos registros de suspenso agobiantes. Una lograda recreación de época, mediante un detallista diseño de arte, nos deposita en la realidad alternativa de Argentina durante la Segunda Guerra Mundial. Una reciente viuda alberga a dos prófugos del régimen. Será menester no adentrarnos en detalles narrativos que puedan privar al espectador del nunca subestimado factor sorpresa. El realizador José Cicala reflexiona acerca del encierro y la maldad como elementos atávicos, plasmando en imágenes una idea Argumental firmada a dúo por Griselda Sánchez y Gustavo Lencina. El plano real diluye su frontera con la fantasía distópica. Drama y thriller mixturan registros, mientras un elenco repleto de nombres de primera línea (Solá, González, Mazzei, Machín) aporta oficio a un film cuya resolución luce en cierto modo forzada.
Filmada en blanco y negro, ambientada en la Argentina de los ’70, “El Apego” nos presenta un relato que desborda oscuridad. Una joven recurre a una clínica de abortos clandestinos. La doctora que la atiende encuentra motivos para negarse a asistirla, sin embargo, le ofrece una solución alternativa. El posterior desarrollo del vínculo nos sorprenderá, develando perturbadoras personalidades de ambas protagonistas, en la piel de las acertadísimas Lola Berthet y Jimena Anganuzzi. Dosis de peligro, misterio e intensidad surcan las finas capas narrativas de un film que se revela ante nuestra atenta mirada como una trepidante sucesión de atracciones relacionadas entre sí, generando un entorno narrativo viciado. Explora el drama sexual que se desata entre ambas protagonistas, echando a andar un perverso mecanismo de horror. Con precisas intenciones, el realizador Javier Diment (“El Eslabón Podrido”) busca construir situaciones de inquietante intimidad. Atrapante, su alucinada puesta de cámara genera una atmósfera densa y extrañada. Un enfoque psicológico caracteriza a este denominado melodrama criminal, no menos evidente que su intenso nivel de erotismo. Una rara avis dentro de nuestro medio. Los extremos acaban por rozarse, a medida que nos adentramos en este volcánico, brutal e incorrecto juego de poder. Con habilidad, Diment tergiversa el verosímil de lo esperado. Las referencias góticas nos recuerdan a una joya de culto como “Morgiana”, emblema polaco del thriller psicológico setentista. La máscara en su máxima expresión responde al impulso obedecido: un dúo de actrices con bendecido talento participa de este festín audiovisual. La opacidad del relato nos hace percibir su tendencia rupturista. Celebremos al cine en su estado más perturbador y puro.
El lenguaje desarticulado, el dispositivo documental imbricado. El pasado de un hombre que es el olvido de una nación. O viceversa. Quizás, el pasado entendido como una serie de momentos. Eslabones perfectos. El pasado no nos persigue, somos nosotros quienes perseguimos fantasmas que encontrar. Apenas una cuenta en el collar del tiempo. “Adiós a la Memoria” apuesta a un guión de orfebrería, un trabajo artístico que es también una hoja de ruta de vida. El tema de los recuerdos como fragmentos de un todo y sus múltiples capas de análisis representan el núcleo central del reciente estreno del cine nacional. Nicolás Prividera reconstruye una relación paterno filial hecha de imágenes y registros caseros. De aquellas películas familiares azarosamente realizadas. ¿Cómo imaginar, en aquel entonces, su destino, tiempo después? Allí están las huellas luminosas de un recuerdo menguante; también la presencia de un pasado que regresa. Vivo, cambiante, transformador. Material filmado a lo largo de veinte años otorga sentido a un producto fílmico poliédrico y retrospectivo, que también funciona como diario personal de corte ensayístico, donde el realizador concluye su propia trilogía personal. Cuadernos familiares y archivos de cine omnipresentes saldan cualquier tipo de deudas con aquella verdad difusa. Participante del último Festival de Cine Internacional de Mar del Plata, “Adiós a la Memoria” ejercita una mirada irónica sobre el destino, cuestionándose porqué un país apuesta a la amnesia, conformando también, una mirada sociopolítica. Allí está la propia identidad del director, reconstruyendo su propia esencia y tejiendo lazos indivisibles con anteriores abordajes documentales, como en “M”, donde siguiera el camino de su madre desaparecida. Emotiva, reflexiona acerca de la memoria selectiva sobre aquellos eventos que decidimos olvidar, acaso la memoria puede ser aquel animal salvaje imposible de domesticar.
Extraña producción coreana, insertada en el género de catástrofe, su título original refiere a la montaña de Paektu, también conocido como montaña Changbai, y ubicada en la frontera entre Corea del Norte y China. La erupción de un volcán causará estragos y una serie de réplicas tendrían consecuencias letales. Una misión a priori imposible busca concretar la hazaña. La premisa suena disparada y la persecución del impacto visual olvida la emergencia ambiental. Preferible es centrarse en las hazañas militares de un film que privilegia la estética de videojuego. Efectos digitales a la orden de un carrusel de escenas de acción de lo más burdas y repetitivas, el cliché ejercita su número más repetitivo: personajes en grave peligro se salvan con llamativa fortuna. Alrededor de ellos, abundan explosiones, derrumbes y colapsos. Todo capturado con suma pericia técnica, pero ausencia de criterio narrativo. “Terremoto 8.5” es una aventura ilógica, banal y exagerada. Un entretenimiento precario que utiliza el montaje alterno arbitrariamente, tergiversando reglas de manual. El modelo hollywoodense mal copiado ha llegado hasta el corazón industrial del cine de oriente.