“La biblioteca de los libros olvidados” es un curioso ejemplar del cine francés contemporáneo, que nos invita, con ligereza y sólidas cuotas de humor a internarnos en los caminos del ámbito literario (y las peripecias que conviven dentro de éste), desde la mirada de un crítico, tan obstinado e incrédulo, cual Sherlock Holmes en busca de desenmascarar a un ‘posible’ impostor, tejiendo ciertos lazos con “Palabras Robadas”, la película que en 2012 dirigiera Brian Klugman. Al parecer, el escritor puesto en duda es responsable de una obra maestra olvidada dentro de una gran biblioteca de manuscritos rechazados. Y en la piel de crítico de arte se encuentra el siempre fenomenal Fabrice Luchini. Con su habitual cuota de histrionismo y calidez, este personaje se pone en los zapatos siempre difíciles de calzar de un oficio tan subestimado, desde que la crítica literaria existe como tal. No obstante, Rémi Bezançon en sus labores de dirección, se toma el asunto con total liviandad. Ocasión que no está de más para reflexionar acerca del lugar que el crítico literario ocupa en nuestra sociedad: éste debe ser un puente entre la obra y el espectador, acercando distancias y pareceres entre el autor y el consumidor. La película, basada en la novela de David Foenkinos, está allí para decirnos, más o menos elípticamente, que el crítico pretende explicar desde su punto de vista -que es sumamente subjetivo y tan válido como tantos otros que habrá- que nos intenta decir una obra. Hacer crítica es un ejercicio estético, aventurándose entre los múltiples sentidos que un acto creativo encierra. No es explicar, más bien relacionar conceptos. Y allí está nuestro sufrido y erudito crítico literario, desandando esta improbable intriga, sazonada con buenas dosis de entretenimiento y una concepción bastante amable del oficio. Ambientada en la Bretaña, un paraíso inspirador que atrajo a amantes del arte y la naturaleza por igual, esta búsqueda por encontrar ‘la verdad’ gana en consistencia cuando se inmiscuye en los entresijos de toda ‘crítica’ e interpela las relaciones, lo alegórico, aquello que no está explícito y va tejiendo la trama. Una obra se enriquece de las meta-referencias que establece con el mismo lenguaje y también con otros, y allí “La biblioteca de los libros olvidados” gana un sentido sumamente poderoso. Su cauce intertextual no escatima su cortesía para decirnos una verdad incontrastable acerca de la escritura crítica: el deseo de reescribir la realidad y tener ‘algo que decir al respecto’ se corrobora en el vínculo emotivo que establecen el crítico literario y la hija del ‘supuesto escritor’. Porque la crítica, habla de algo que está pasando alrededor (metafóricamente, alcanza a las relaciones afectivas) y cada interpretación personal corroe ese paradigma. Y la tan mentada búsqueda, aparentemente, descubrirá nuevos sentidos. ¿No se trata de eso, acaso, la esencia de la crítica literaria? Por más que el autor no lo sepa, está escribiendo de algo que lo precede. Y el arte sintetiza ideas existentes. Bienvenidos a su maravilloso mundo…acaso, la labor del crítico -tantas veces denostada- puede ser entendida, también, como un facilitador de sentidos, para lo cual es indispensable la participación de un espectador activo. El eco personal que suscite en él determinada obra completará su sentido. Como aquí lo hace este vuelo existencial que, tímidamente, cobra el argumento. La escritura crítica permite situarnos, como espectadores (entendidos o simples consumidores), en un verosímil que escapa a lo cotidiano, habitando mundos de fantasía. Se constituye como un valioso instrumento para todo aquel curioso que quiera adentrarse a los designios de cada lenguaje. Partiendo del amor por los libros, el argumento, aún sin proponérselo, representa un valioso vehículo pedagógico para reflexionar sobre nuestra condición humana. Y es tarea del crítico intentar descifrar múltiples posibles sentidos que la obra nos sugiera, concibiendo a la crítica literaria como una forma de entender los libros, la vida y el mundo, tal el sentido de este film. Y así como la literatura está hecha de riquísimos talentos tan enigmáticos, como esquivos o desconocidos, allí está el personaje de Luchini, llevando al extremo su teatralidad, para demostrarnos que el crítico de arte se enfrenta al medio artístico que aborda, al tiempo que se confronta a sí mismo. La obra de arte que reconstruye se convierte en una herramienta dispuesta a descifrar los sentidos de un acto creativo (que podría ser auténtico o falaz), corroborando la máxima de Christian Metz acerca de la idea de enunciación artística: ‘una expresión artística no es en sí misma, sino hasta que el espectador concrete su ingreso en escena para completar el trayecto interpretativo’. Sujeto a infinitas posibilidades prestos a desandar un alegado fraude literario y celebrando el ‘poder’ de la transmisión de una ‘verdad’ mediante la palabra escrita, el espectador será siempre el más fiel aliado de semejante quijotada.
Robert Bilott (interpretado por Mark Ruffalo), es un abogado corporativo que da un vuelco drástico a su carrera para enfrentarse a quienes defendió: una todopoderosa multinacional por sus prácticas que dañan el medio ambiente y envenenan a un pequeño pueblo. En su búsqueda de exponer la verdad, arriesgará, no solo su futuro profesional, sino su vida familiar, convirtiéndose en el enemigo público número uno de la siniestra empresa. El cineasta californiano Todd Haynes, director de grandes films como “Velvet Goldmine” (1998), “Far from Heaven” (2002), “I’m Not There” (2007) y “Carol” (2015, que obtuviera el premio a Mejor Película Extranjera en los Premios Cóndor de Plata) se inspira en una impactante historia real que remite a films exitosos como “Silkwood, “Una Acción Civil”, “Erin Brokovich” y “Tierra Prometida”, referentes del cine social e denuncia que aborda Hollywood, y que descubrían oscuros secretos de grupos de poder al tiempo que denunciaban el accionar y los intereses detrás de la contaminación ambiental. Nutriéndose de un gran elenco (Tim Robbins, Bill Pullman, Anne Hattawhay) y mostrando gran astucia narrativa, se observa la experiencia del director para involucrar al espectador en este entramado de tragedias, descubriendo el costado más débil y vulnerable de una sociedad. Con espíritu de denuncia, ofrece cierta urgencia en su enunciado y un impacto dramático que pretende indignar al espectador, cuestionando las turbias maniobras de esta corporación. “El Precio de la Verdad” provee un planteamiento al servicio de una causa cuyo mensaje no deja lugar a segundas interpretaciones. Efectivo, aún sin tratarse de una gran obra, este thriller judicial se apoya en la camaleónica labor de Ruffalo y demuestra el amplio abanico genérico del que es capaz de abordar este ecléctico realizador.
Eliza Capai es periodista y documentalista. Formada en la ECA/USP, ha dedicado su carrera a trabajar especialmente cuestiones de género, cultura y sociedad en más de 25 países para diversos medios brasileños e internacionales. Su búsqueda nos remite a la esencia del cine de denuncia carioca. En épocas de grandes cambios y revoluciones, a comienzos de los años ’50, el Cinema Novo fue la piedra angular de un movimiento estético, social y político que cambiaría el rumbo cinematográfico de su país, quien por entonces se disputaba el trono de potencia latinoamericana junto a México y Argentina. El Cinema Novo surge de la búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio para el cine brasileño, capaz de reflejar los fuertes problemas sociales y humanos que el país sufría. En la búsqueda por afirmar un cine verdaderamente nacional y popular se criticaba la representación que se hacía del pueblo. En este sentido, y rescatando el legado de esa toma de conciencia, “Revuelta” se posiciona como un loable cine que visibiliza luchas de igualdades de género y derechos civiles. Esta documentalista brasileña busca entender que estamos viviendo, dar voz a los desfavorecidos por el sistema. Nos muestra a estudiantes tomando las escuelas en San Pablo en 2015, y ve en ese acto rebelde una esperanza de futuro para unos jóvenes que tienen el coraje de luchar por una sociedad igualitaria, pugnando por los derechos que otorga la democracia y solicitando una educación de calidad. A lo largo de 5 años, rastrea este movimiento de lucha y toma de escuelas, justificando esta postura para entender que es lo que sueñan y como ideológicamente, estos jóvenes se plantean un mundo igualitario, una educación pública digna. Sus recuerdos del Brasil más conservador, buscando criminalizar movimientos sociales a través del Estado y las fuerzas militares que van en contra de los activistas, reviven en este presente que estigmatiza a aquellos que buscan, ni más ni menos, que se aplique la constitución, siendo repelidos con violencia. Salir a la calle significa la indefensión ante el sistema que corrompe derechos -como ha visibilizado el cine carioca en películas más reciente como Tropa de Elite, un escuadrón parapolicial-, pero también la conciencia de estar en democracia y luchar para mejorar esa sociedad. Igualdad de genero y la finalización de la segregación racial son algunas de las búsquedas de este movimiento estudiantil. La realizadora identifica esa voz que busca la representatividad. ¿Quién va a contar esa historia? La película tiene tres narradores que proveen versiones intrínsecas a la película misma. Tres locutores nos cuentan acerca de esta conciencia de autonomía y derechos. Los documentalistas se colocaron dentro de las protestas y luchas por la reorganización social. Así, busca llegar a un publico joven, como enseñanza para que aprendan las nuevas generaciones sobre lo que ocurrió y reflexionen acerca de que depara el futuro, empatizando en estas revueltas y búsquedas sobre una fundada nueva sociedad.
Conozcan a Mickey Pearson, un hombre de negocios que triunfó en Londres gracias al tráfico de drogas y posee enemigos que quieren derrumbar su imperio, desatando una auténtica guerra de pandillas mafiosas. Una circunstancia que suscitará todo tipo de conspiraciones, intrigas y chantajes, que implicarán a peligrosos grupos de poder. Este esquema de situación es el molde temático a través del cual Guy Ritchie patentó su carrera, probándose como un efectivo cineasta abonado a la acción. Este productor y guionista ha otorgado una estética reconocible a películas como como “Revolver”, “Juegos, Trampas y dos armas humeantes”, “Snatch: Cerdos y Diamantes” y “Rock n’ Rolla”, proporcionando también relevancia internacional a un héroe de acción como Jason Statham. Luego de llevar a la pantalla el histórico personaje literario de Arthur Conan Doyle (“Sherlock Holmes”) en un par de oportunidades, Ritchie regresa al terreno que mejor le sienta, con un lúdico y entretenido ejercicio de género, narrado con habilidad. “Los Caballeros” ofrece sus habituales elencos corales (se destacan Hugh Grant y Collin Farrell), un antihéroe bajo amenaza (Matthew McCounaghey, un texano que debe forzar de forma convincente un acento londinense), personajes marginales viviendo fuera de la ley, planes delictivos que sufrirán giros imprevistos y una sucesión de diálogos ingeniosos. Esta mixtura pareciera una vuelta a las fuentes de la comedia criminal británica que marcara su estilo desde fines de los años ’90. Sin demasiada hondura argumental, pero conservando la frescura de antaño, podría decirse que el cineasta se coloca ‘en piloto automático’ para concebir un producto que recurre a todos los detalles caricaturescos que poblaron sus antiguas historias criminales. Como desafío al espectador, lo más interesante de esta trama in medias res resulta el constante uso de saltos temporales, con flashbacks que pretenden colocar las piezas de este rompecabezas de intriga en su lugar, describiendo sucesos en retrospecciones que nos invitan a resolver el enigma como un inglés de pura cepa haría: tomando el five o’clock tea. El bueno de Richie supo ir ‘a la cama con Madonna’, de manera que, como comprobarán, esta película no representa el más mínimo aprieto…
Dirigida por Destin Cretton, cuenta la historia real del joven abogado Bryan Stevenson (interpretado por Michael Jordan, actor consagrado como hijo de Apollo Creed en la saga “Rocky”), quien después de licenciarse en Harvard recibe ofertas de trabajo muy lucrativas. Pero él prefiere enfocar su carrera en defender a personas que han sido condenadas erróneamente o que carecían de recursos para tener una representación legal adecuada, contando con el apoyo de la activista local interpretada por Brie Larson (ganadora del Osacar por “La Habitación”). Residiendo en Alabama, recibe el complejo caso de un afroamericano (interpretado por Jamie Foxx), que en 1987 fue sentenciado a la pena muerte por el asesinato de una chica de 18 años, a pesar de que las pruebas demostraban ostensiblemente su inocencia. El letrado se verá envuelto en un laberinto turbio de maniobras legales y políticas perpetradas por un sistema legal racista y corrupto. Este drama judicial ofrece una mirada sensible a las falencias del sistema judicial que perjudican a ciudadanos de raza negra y nos retrotraen a magníficos retratos que el cine ha hecho como en “Huracán”, de Norman Jewison, en donde el enorme Denzel Washington brindó un impresionante retrato del boxeador Rubin Carter, erróneamente condenado a mediados de los años ‘60. Aún pecando de ciertos esquematismos y absolutismos que grafiquen la dudosa moral de quienes deben dictaminar justicia y proveer a todo ciudadano un trato igualitario, nos habla este film de una América dividida por la segregación racial, contándonos una historia conmovedora y basada en hechos reales, que enaltece la búsqueda de justicia de un profesional que persigue el ejercicio noble de su vocación. Foxx, un actor que tiende a la ampulosidad gestual, se encuentra sumamente acertado en la piel del condenado y ofrece una memorable interpretación, a la altura de su oscarizado personaje en “Ray” (Taylor Hackford, 2004). El thriller judicial, por otra parte, se ha consolidado como un fiable producto con gran éxito de taquilla, principalmente en las novelas adaptadas de John Grisham, un escritor especialista en la materia, cuyas transposiciones en la gran pantalla se cuentan de a docenas, desde “El Cliente” hasta “Tribunal en Fuga”. Tampoco podemos olvidar la pertintencia de una película como “Matar a un Ruiseñor” (1962, Robert Mulligan), cuyos valores refleja este film, indudablemente inspirado en esos dramas valientes y honestos que buscan denunciar una cruda realidad y las falencias de la pena capital.
Basada en hechos reales y dirigida por Jay Roach -un efectivo cineasta responsable de varias entregas de la saga “Austin Powers” así como de “The Fockers”-, cuenta la historia de la presentadora de Fox News, Gretchen Carlson (interpretada por Nicole Kidman), quien se decide a hablar sobre el abuso sexual de su jefe: el productor al frente del canal, el despreciable Roger Ailes (aquí protagonizado por un irreconocible John Lithgow), destapando un escándalo mayúsculo. Será entonces el efecto en cadena que lleve a sus compañeras de redacción a verse envueltas en el dilema moral sobre si dar o no su testimonio acerca del cuestionado productor, sacudiendo los cimientos del poder de turno. El escándalo de turno está sazonado por un elemento en absoluto menor: el debate presidencial acontecido en la ciudad de Cleveland (en el estadio de los Cavaliers, sede de la franquicia de NBA) durante la campaña presidencial de 2016 que enfrentó ferozmente a demócratas y republicanos y que, a la postre, llevaría a ocupar el preciado sitial en la Casablanca a un ser tan cuestionado como repugnante, el magnate Donald Trump. Esta película, de indudable pertinencia social, recibió tres nominaciones a los Premios Oscar (Mejor Maquillaje, Mejor Actriz para Charlize Theron y Mejor Actriz de Reparto para Margot Robbie) y mismas distinciones para los Premios Globos de Oro. Detrás de una impresionante caracterización, Theron y Lithgow brindan actuaciones poderosas, al tiempo que Robbie se confirma como una de las más gratas revelaciones del firmamento estelar hollywoodense y la calidad brindada por el camaleónico personaje de Kidman recuerda a su oscarizado rol en “Las Horas” (Stephen Daldry, 2002): breve, pero intensamente emotivo. “El Escándalo” es una denuncia al sistema amparada en un sólido retrato femenino de tres de las más destacadas intérpretes del Hollywood contemporáneo, conformando una recreación fidedigna de las maquinarias que mueven los multimedios corporativos de noticias. Con un profundo espíritu autocrítica hacia la sociedad americana, no persigue la necesidad de virar hacia la indulgencia feminista satanizando a ‘ellos’ ni de omitir la complicidad por conveniencia y el silencio de muchas de ‘ellas’. Sin ser lo suficientemente explícita, opone víctimas y victimarios sin difuminar zonas grises propias de la subjetividad de la mirada y lo falible del comportamiento humano. La caída de este imperio mediático (¿acaso la dimisión de Ailes sería un recurso lampedusiano?) sacudió las conservadoras estructuras de un aparato social patriarcal que validaba arcaicas y repugnantes modas y conductas abusivas, toleradas en silencio y naturalizadas hasta la ridiculización del género. La reciente repercusión del movimiento #MeToo que comprometió a varias figuras de la industria (como por ejemplo a Harvey Weinstein, mandamás de Miramax) saca a relucir la mezquindad humana en su condición de detentar el poder. Por supuesto que el análisis amerita una interpretación mucho más sutil a la guerra de intereses que se esconde detrás. Y a todo un aparato que solventa la ‘verdad’ que un medio puede sostener, tejiendo su propia narrativa de los hechos. Que el presidente electo sucesor de Barack Obama haya sido la misma persona que de forma artera y despreciable acosara, denigrara y vilipendiara a la periodista interpretada por Theron no solo desprestigia la investidura presidencial que con autoritarismo porta, sino que traza un curioso paralelismo con la no menos cuestionada figura de Ailes, un empresario con un pasado turbio (un escándalo de xenofobia y racismo lo colocó en el centro de las polémicas mediáticas hacia 1994). El respaldo de votantes que convirtió a Trump en presidente de todos los norteamericanos también grafica la violencia espejada en un amplio sector de la ciudad. ¿Quién es de verdad el monstruo?
El fenómeno del blockbuster es la otra cara del Hollywood de alto presupuesto que ha prefigurado su esquema industrial de las últimas décadas mediante una fórmula sumamente exitosa: poco riesgo artístico y grandes efectos especiales que solamente buscan el rédito económico. Podríamos primero definir que entendemos por blockbuster: un término acuñado al nacimiento del relato posmoderno, sucedido en aquel cambio de paradigma que posibilitara fenómenos masivos como un modelo de film que excedió claramente la pantalla para convertirse en ícono popular. Como parte del aparato publicitario que el sistema de estudios avala, un blockbuster debe poseer un argumento high-concept. Esto significa que la sinopsis se puede resumir en una única frase o imagen impactante. Es decir, vincula el gusto del espectador contemporáneo con una extensa estrategia publicitaria, un fenómeno característico del citado relato posmoderno, evidenciado en la anodina repetición en la que se ha visto sumida Hollywood, ante lo cual esta reinvención de “Bad Boys” viene a corroborar la regla. Una corriente que termina cimentando a sagas, secuelas y remakes como las propuestas comerciales más rendidores los últimos años. Designando fórmulas originales en los últimos años, el cine de animación y la ciencia ficción se convierten en un referente de la experimentación virtual para el desborde (el llamado cine hiperbólico y de vocación consumista), que buscan unos propósitos menos arriesgados y personales, como indican los estudios de mercadeo. Michael Bay, cineasta que dirigiera los primeros dos episodios de “Bad Boys”, pareciera la persona más oportuna para llevar a cabo semejante empresa, habiendo saturado su filmografía de títulos prescindibles y pasatistas, que utilizan la parafernalia visual como centro motor del relato y no como instrumento anexo, saturando el film de acción incesante que cubra baches narrativos, en las antípodas del ritmo entendido como elemento gramático unificador. Similar estilo persiguen las mega producciones de Jerry Bruckheimer, rey del cine de acción más pochoclero y rendidor en taquilla en las últimas tres décadas. La pareja protagónica está conformada por Martin Lawrence, exitoso comediante americano y Will Smith, convocante y carismático intérprete, efectivo en el terreno dramático cuando se lo propone. Lejos de ese registro y en el eterno personaje que siempre intenta reestablecer el orden, recurre al héroe prototipo que encarnara en “Yo, Robot”, “Men in Black”, “Soy Leyenda” e “Independence Day”. Smith saltó a la fama con la serie televisiva “The Prince of Bel Air” y dos años después tuvo su bautismo de fuego cinematográfico con “Bad Boys”, una película que veinticinco años después luce pasada de moda. El viejo ardid de la buddy cop movie con toques de comedia y la pareja despareja que lucha contra el crimen es otro de los tantos clichés imposibles de sortear en esta ópera prima de Bilall Fallah y Adil El Arbi.
En un cine donde el factor tecnológico gana terreno cada vez más y donde el componente humano queda relegado a expensas de ceder protagonismo, podemos ver cómo actores de carne y hueso son piezas de ajedrez en un tablero donde la tecnología decide el destino de los mismos. Hoy en día ha cobrado fundamental preponderancia la imagen virtual, en cuanto al aspecto preponderante que otorga en pantalla la presencia de efectos especiales, la manipulación de imágenes y el alcance de lo virtual. Solemos prestar excesiva atención a como se fragmenta lo humano y lo mecánico cada vez más, haciéndose por momentos prescindible la labor del primer factor. Sin dudas, problemáticas contemporáneas que van desde los programas de animación computarizada hasta el uso de la cámara digital, dos innovaciones que -por nombrar entre tantas- dictaminan las nuevas reglas en cuanto al desempeño de la estética. Normas aplicadas a causa de la manipulación tecnológica, por parte de una o por el nulo uso de efectos especiales por parte de la otra. Está claro que el “nuevo cine de blockbuster” imperante desde los ’80 y posibilitado por enormes presupuestos, mega producciones, innovaciones en el sonido y la utilización de técnicas digitales, ha favorecido un cine de la sensación. Se ha creado, entonces, un cine del espectáculo, incrementado en los últimos años por la irrupción y rápida propagación de los films en 3D. Y he aquí otro aspecto negativo a analizar: en detrimento muchas veces del guión, al que -para llenar ‘huecos’ narrativos- se lo inunda de efectos especiales de absoluta nimiedad. Este juego es parte de lo que ciertos teóricos denominaron la estética de la repetición, vale decir, una sucesión de imágenes tal que hace que la misma se construya en relación con otra, y así sucesivamente. Como resultado, prolifera hoy en día la multiplicidad de lenguajes, alejándonos cada vez más del romanticismo presente en la individualidad de la teoría de autor, propuesta por los primeros estudiosos del cine a mediados del siglo XX. En ese sentido, verificamos la tendencia más y más frecuente de hacer films animados con actores caracterizados en una computadora destinados para consumo infanto-juvenil, pero con temáticas adultas. La apuesta, puede comprobarse, termina distanciándose de la tradicional recurrencia de hacer films animados con personajes animados para chicos, género inobjetable y necesario. Por el lado de la tecnología, el género animado y la ciencia ficción, Hollywood ha progresado acorde a los avances de estos tiempos: vertiginosamente. Resulta pertinente mencionar la actualidad de una película como “Sonic”, ejercicio de live-action basado en el videojuego de SEGA sobre un erizo de color azul, se concibe como un entretenimiento para toda la familia. El ‘live action’ es una técnica por la cual, actores animados o de animación, pasan a ser interpretados por personas de carne y hueso, caracterizados como los dibujos originales. Así que cuando tenemos frente a nosotros un actor “humano” caracterizando un ser “animado”, podríamos traducir dicho fenómeno como “acción viva”. Partiendo de la base de que el mismo es empleado para dar vida a personajes animados, podemos establecer que su aplicación abarca los personajes de anime y/o comic, donde suele intercalarse con la técnica 3D. Es decir, un mismo personaje de comic será caracterizado en un actor real, pero habrá tramos donde podremos ver que el personaje de comic puede ser caracterizado a través de la animación 3D, en un mundo audiovisual también generado con mixturas por una simple razón de abaratamiento de costos. Esta película se iba a estrenar en noviembre de 2019, pero luego de la publicación del primer trailer donde los fans reaccionaron negativamente frente al aspecto del erizo, el estudio decidió rediseñarlo completamente postergando así su estreno. Este antecedente nos sirve para evaluar al cine actual de entretenimiento en su estado presente. Podemos comprobar, mediante este ejemplo, que la dinámica entre creadores y consumidores está cambiando a pasos agigantados, gracias a un poderoso instrumento que ingresa en la ecuación como son las redes sociales. Síntomas de la transformación continua que vive el medio audiovisual y también un veto unánime que habla de que la tarea de diseño del personaje no guardaba fidelidad con su concepción original.
Hollywood no agota jamás su capacidad para recurrir a viejos y queridos éxitos que reciclen por enésima vez la fórmula de la efectividad en taquilla. Hollywood clasifica, encasilla y selecciona de acuerdo a firmes características temáticas y narrativas. Una mirada a la cartelera veraniega nos ayuda a comprobar una serie de films cuyo target destinatario está más que claro. Tomemos como ejemplo el mentado recurso del remanido spin off, evidente en la recientemente estrenada “Aves de Presa”. Esta película retoma la senda del famoso personaje de Harley Quinn luego de “Escuadrón Suicida” (aquel mediocre pastiche de David Ayer), recurriendo a la cada vez más frecuente moda en donde personajes secundarios de ven evolucionar su importancia de determinada manera que acaban convirtiéndose en fenómenos de culto y gran arraigue popular, liderando historias independientes y propias. Este fenómeno ocurre muy a menudo en el cine de super héroes, como sucediera con Wolverine de “X-Men” (para “Logan”) o más recientemente con “Guasón”, la premiada cinta de Todd Philips. Tampoco excluye al ámbito de las series y “Breaking Bad” resulta su epítome: “Better Call Saul” y “El Camino” son los hijos directos de una franquicia con excelente marketing. De igual forma sucede con las eternas remakes, otra forma organizativa que codifica intereses para un público sectorizado, como sucede aquí con el género del terror. “La Maldición Renace” nos presenta la historia de un vendedor inmobiliario, que tiene a su cargo la venta de una casa embrujada acechada por la presencia de un fantasma que lanza una maldición a quienes deciden ingresar en ella, causándoles una violenta muerte. Con tan predecible argumento se presenta esta película que inaugura de modo mediocre el 2020 para el siempre transitado género de terror, cada vez más lejos del esplendor que viviera hacia los años ’70 y ‘80. Este ejercicio dirigido por Nicolas Pesce está pobremente concebida y escasean sus valores, a pesar de estar producida por un especialista en el género como Sam Raimi, quien durante los primeros tramos de su trayectoria se especializara en el cine de terror de posesiones infernales como lo demuestran películas de su autoría como la saga “The Evil Dead”. Aquí, se vuelve por enésima vez a recurrir narrativamente a la casa encantada y el fantasma vengativo que se presenta como una concreta amenaza. Bebiendo de las fuentes de películas comerciales como “Destino Final” y el tan mentado j-horror (la vertiente de terror oriental que causara furor a comienzos de los 2000). “La Maldición Renace” se construye de un compendio de clichés anticipables y repetidos infinitas veces, que persiguen el susto fácil para la rápida consumición de público mayormente adolescente, están lejos de la decencia y originalidad de la que hacían gala auténticos ejemplares del j-horror, como “The Ring” de Hideo Nakata, también llevado a Hollywood por Gore Verbinski en el año 2002. Burda, pretenciosa y endeble, pretende ser una segunda remake de “The Grudge” de Takashi Shumizu (ya apropiada por Hollywood en 2004) que dista en novedad y riesgo con su original. Solo recomendable para fieles incondicionales del género.
En la pequeña localidad austral de Almanza, vive un pescador, bajo sus propias reglas y aislado de todo contacto con el mundo exterior. Tiene 4 hijos: ellos son los únicos 4 niños del lugar. Todos los días una maestra les da clases en una pequeña sala. Su padre reclama tener una escuela. Mientras tanto, Santiago es un hombre que vive solitario junto al bosque, donde trata de purgar su oscuro pasado. Aguarda el regreso de su hijo e intenta responder preguntas acerca del vínculo con su padre. Este es el cuadro humano que nos presenta el documental dirigido por Juan Pablo Lattanzi y Maayan Feldman. El frío y la montaña visten los paisajes de esta calle cerrada que da hacia el mar. “Puerto Almanza” se interna en la cruda realidad de quienes habitan ese lugar del mapa, fronterizo y conectado directamente con Chile. Una estirpe de pescadores que nos recuerdan a los antiguos protagonistas del neorrealismo italiano, una realidad cruda y de férras tradiciones como en “La Tierra Tiembla”, de Luchino Visconti, sólo que aquí la docu-ficción y la explotación de trabajadores ha dado paso a los contrastes sociales y las dificultades de vivir en ese extremo sur patagónico. Una fotografía cálida narra las vivencias con una inmediatez que contrasta la fría atmosfera de este paisaje singularmente hipnótico y que también posee precariedades. Ubicado a 75 kms. de Usuhaia, el desafío para la dupla de directores resulta en poder hacer una película en un lugar rústico y asilado de todo tipo de contaminación exterior. Una mirada respetuosa por los personajes y las historias del pasado que aún habitan la región, nos vislumbran cargas de violencia atávicas. Sin embargo, su tono contemplativo espera la complicidad del espectador. Un retrato de una Tierra del Fuego diferente, alejada de las postales turísticas más habituales, nos invita tierras adentro, a descubrir su extraña belleza.