Hasta hace algún tiempo, sagas como “Superman” o “Batman” poseían una presencia en pantalla y una contundencia que hoy día no se encuentra; pareciendo que el traje de superhéroe se lo calza cualquiera. El rejunte de héroes del cómic que super transitan la cartelera contemporánea en “The Avengers”, parece más un intento taquillero, furioso y desmedido que un proyecto serio, consecuente y acabado. Tan impensado como el desaprovechado talento dramático de Robert Downey Jr. y su (no tan) nueva etiqueta de héroe de acción del cómic, una desproporción gigantesca. Siguiendo las pautas que las moda indican, la flamante “Aves de Presa” retoma la historia luego de “Escuadrón Suicida” (2016), recurriendo a la cada vez más frecuente moda de los spin offs, en donde personajes secundarios de determinada historia ven evolucionar de determinada manera que acaban convirtiéndose en héroes populares y protagonistas de historias independientes. Este fenómeno ocurre muy a menudo en el cine de super héroes, como sucediera con “Wolverine” de X-MEN (en “Logan”, de James Mangold) o más recientemente con “Guasón”, de Todd Phillips. Justamente, “Aves de Presa” cuenta la historia de la secuaz y compañera de ‘Joker’ (el rol que interpretara el músico y actor Jared Leto); se trata de Harley Quinn, quien se une a las super-heroínas para salvar a sus compañeras de un malvado criminal. El personaje de la ‘chica superpoderosa’, toma las riendas de la historia en una suerte de empoderamiento femenino, protagonizado por Margot Robbie (recientemente nominada al Oscar por “El Escándalo”) y su inclusión otorgó algo de prestigio a esta secuela a la irregular película de David Ayer, constituyendo uno de los títulos más esperados de los seguidores de la saga. Warner Bros encaró este nuevo proyecto, con dirección de la realizadora asiática Cathy Yan, en relación a esta serie de personajes de DC Comics que cuenta con Ewan McGregor como el villano ‘Black Mask’. De modo absolutamente previsible, la trama se debate entre superhéroes de fantasía y batalla por super poderes: la guerra contra del sistema está declarada. Como suele ocurrir en este tipo de propuestas, la eterna lucha entre el bien y el mal por la supervivencia cobrará vida cuando la oscuridad parece cernirse sobre los protagonistas de esta fábula, interpretados por un elenco sin mayor relevancia, salvo los nombres ya apuntados. “Aves de Presa” dista de ser un homogéneo producto de acción, sin cumplir a la altura de lo esperado. ¿Será su leve tránsito en cartelera el remanido anuncio de un siguiente capítulo por venir?
Dirigida por el británico Rupert Goold (un cineasta de vasta experiencia en el teatro shakesperiano y en series de TV), la película que recrea la vida de un auténtico mito del ámbito cinematográfico, se sitúa durante el invierno de 1968, treinta años después del estreno de ‘El mago de Oz’ (1939), icónico film de Victor Fleming cuyo éxito comenzaría a otorgarle a la estrella el apodo de “Mrs. Showbusiness”. En esta relevante biopic, la leyenda Judy Garland llega a Londres, prácticamente auto-exiliada de su comunidad artística, para brindar una serie de conciertos que revivan su crepuscular carrera. Podría decirse que Hollywood proveyó a Garland de todo lo bueno y lo malo que la fama puede asegurar. Aquel antológico rol la propulsó hacia el éxito precoz y desmedido, exponiéndola a la cara más amarga de aquello que llaman celebridad En la madurez de su carrera, y producto de su inestable estado emocional y el abuso de pastillas, Judy se había convertido en una sombra de aquella adolescente fulgurante y talentosa. Sin embargo, todavía era una artista sumamente convocante. En las vísperas de su curtain call y mientras se prepara para subir al escenario con miras a revitalizar su carrera -como si de una auténtica fábula hollywoodense se tratara-, regresan a ella los fantasmas que la atormentaron durante su maltrecha juventud. El film nos comienza a relatar, mediante flashbacks, el penoso trato que recibió de parte de la maquinaria de estudios (ella trabajaba para la MGM, con quien había firmado un contrato en exclusividad) siendo aún una adolescente y sufriendo todo tipo de humillaciones y torturas. El férreo control psicológico que los magnates del estudio ejercieron sobre Judy es mostradas con absoluta simplicidad y plagado de todos los estereotipos posibles (una bajeza si consideramos que se trata de algo tan delicado como el maltrato psicológico infantil), aspecto que merma los valores de un film destinado a hacer lucir a su protagonista principal. Si bien este aspecto, en absoluto sutil, resta autenticidad a un retrato previsible acerca de la caída en desgracia de un icono de la gran pantalla, cabe mencionar la analogía trazada con su vida privada: en su ápice interpretativo, Judy fue la protagonista -en 1954- de la remake de “Nace una Estrella”, un relato ficcionado acerca de las tribulaciones y excesos de una estrella. Como una cruel burla del destino, esta biopic certifica que el grado de tragedia alcanzado en vida por Garland provee su existencia de todos los condimentos necesarios que una buena biopic exige; tal como las modas indican. A tales efectos, la actuación que brinda Renee Zellweger, más allá de las limitaciones narrativas del film, es sumamente poderosa, copiando al detalle el lenguaje corporal de su musa inspiradora. Desnudando las inseguridades de un ser corroído por el estrellato nos lleva hacia el epicentro de su pesadilla. VaciadA de autoestima, sin embargo, logrará una interpretación final redentora, como todo manual condescendiente indica. Al regreso de su tour por Londres, esta diva caída en desgracia, quien peleaba por la custodia de sus hijos y había estado casada con el director Vicente Minelli, fallecería en Beverly Hills por sobredosis, en 1969. Tenía 47 años.
‘Los horrores de la guerra’, también llamado ‘Las consecuencias de la guerra,’ es una alegoría de las guerras que habían asolado a Europa, pintada por Peter Paul Rubens en 1637, con destino al Palacio Pitti del duque Fernando II de Médici. También podríamos citar a ‘Los desastres de la guerra’, una serie de 82 grabados del pintor español Francisco de Goya, realizada entre los años 1810 y 1815. Allí el horror de la guerra se muestra especialmente crudo y penetrante, desnudando las crueldades cometidas en la Guerra de la Independencia Española. Un siglo después, en plena Primera Guerra Mundial, la desidia humana no ha cambiado, ni su ambición dominadora menguado un ápice. El reconocido director responsable de joyas del cine americano contemporáneo como “Belleza Americana” (1999) y “Camino a la Perdición” (2002) se apunta una de las más destacadas películas que engalanan la presente temporada de premios. “1917” representa el regreso de Mendes al género bélico luego de su incursión en la fallida “Jarhead” (2005) y el resultado es un producto absolutamente sorprendente. El germen de esta película se encuentra en las vivencias de Alfred Mendes, veterano de la Primera Guerra Mundial y abuelo del director. De sus historias al frente de batalla y las anécdotas transmitidas de generación en generación es que surge este guión firmado por el propio realizador. Y en la misión heroica e improbable que debe cumplir el personaje principal de “1917” se recrea una Odisea de míticas proporciones, directamente dirigido hacia una tierra de nadie. El desafío será atravesar un rosario de dificultades, que incluyen notables exigencias físicas y una entereza mental a toda prueba. También, una cuota de suerte que la ficción cinematográfica exagera a la enésima potencia a fin de conseguir un crescendo dramático acorde a las circunstancias que apremian a nuestro héroe de turno atravesando el territorio enemigo. Si el cine de guerra se ha especializado, a lo largo de su profusa historia, en ilustrarnos la crueldad de los conflictos bélicos y la futilidad de su fin en sí, “1917” no agrega nada nuevo a lo ya abordado. Pero es su suculenta cuota de realismo, crudeza e impacto las que sustentan a un guion sumamente hábil como para explotar las aristas dramáticas de su devenir. Y allí está la prodigiosa cámara de Mendes para registrarlo todo. El uso que hace del plano secuencia es, sencillamente, magnifico. Su lente, inquieta y movediza persigue ángulos originales e improbables, surca interminables trincheras, se arrastra en travelling o sigue a sus personajes cuerpo a tierra, prescindiendo del montaje a fin de envolvernos en la barbarie del campo de batalla. El extremo realismo de Mendes y su preciosismo visual se fusiona con la adrenalínica banda sonora compuesta por Thomas Newman para entregar escenas antológicas. Asimismo, la plástica fotografía empelada consigue entregar auténticos lienzos del horror: campos minados, ciudades de devastadas, artillería estallando por los aires, los cazabombarderos surcando el cielo de un territorio que no conoce ni de Dios ni de piedad. Allí se posa la mirada, desde el subjetivo punto de vista británico, inserto en una improbable misión de rescate que se extenderá por toda una jornada, sazonada por episodios dantescos, donde la vida pende de un hilo. Las vicisitudes que debe atravesar nuestro protagonista nos lleva a reflexionar sobre la fragilidad de la vida humana y el trágico destino sellado para estos jóvenes, abandonados a la suerte de una contienda demencial. Víctimas inocentes aquí y allá. El caos imperante en el frente de combate y las familias destrozadas que aguardan la peor noticia desde sus hogares. Dos jóvenes soldados enarbolan la responsabilidad de un cometido en extremo dificultoso. La misión comienza en un día brumoso, acaso la dificultad climática ensombrece aún más este cuadro fatalista. El paisaje es atroz: animales sin vida esparcidos a lo largo de un océano de lodo, un cementerio de cuerpos apilados de veteranos que brindaron su vida la causa bélica, más allá cuervos devorando cadáveres y un enjambre de moscas revoloteando el hedor de los restos animales apilados. Hacia el otro lado del batallón, un estremecedor campo de enfermería que atiende a soldados mutilados. Sin quererlo, “1917” se convierte en el mejor film de terror posible. Una realidad que cala en los huesos. Vale la pena hacer mención a los efectos colaterales. Al finalizar la Primera Guerra Mundial se comenzó a hablar de ‘neurosis de guerra’, un término utilizado para describir el trastorno por estrés postraumático que afectó a muchos soldados cuya patología se trata de una reacción ante la intensidad de los bombardeos y la lucha que produce una impotencia que se traduce en múltiples síntomas físicos y psíquicos de desequilibrio. De esta forma, Mendes inspecciona el alma corrompida de unos hombres al comando de una guerra que perdió el rumbo y no teme asomarse al abismo de lo inhumano y lo sanguinario de la condición enfrentada a la propia finitud. Un par de escenas antológicas nos llevan a pensar que estamos ante un nuevo clásico del género. Este tándem de pasajes destaca por su belleza poética, extrayendo poesía del más puro horror para brindar un mensaje esperanzador. Una anécdota contada a manera de fábula de un solado a su compañero nos interna en un verde bosque mientras dejan atrás la brumosa ceniza del paisaje que dominaba el deteriorado frente alemán. Luego, una bella metáfora acerca del florecimiento de los árboles de cerezos blancos como alegoría del ciclo de la vida y el poder redentor de la naturaleza que asemeja a la pulsión vital que vence la ceguera de una ambición bélica inútil. Por último, las sabias y turbulentas aguas de un río salvaje depositan al sufrido soldado a las puertas de su tierra prometida. Espectacular y conmovedor, este film nos lega un desenlace a la altura de lo esperado, con la virtud de conseguir destacar lo pavoroso de un cuadro de situación que configuraría el destino político del mundo a corto plazo, colocando en perspectiva el endeble valor de la vida humana, directamente proporcional a la maldad que propelen los acontecimientos. En este viaje al corazón de las tinieblas, el mal originario habita en el sinsentido del enfrentamiento, sin embargo el mensaje final otorga una luz de esperanza: la solidaridad naciente en los momentos más acuciantes y el valor emotivo que representa el honor por la palabra hacia una promesa cumplida son capaces de vencer a este temido enemigo llamado miedo. El plano final, mostrando a un añoso y gigante árbol y a un soldado exhausto rendido a sus pies hace que sobren las palabras.
Impactante y genialmente elaborada, “Parásitos” es una sátira muy llamativa y crítica con la división de clases. Frenética, brillante e inclasificable, se enmarca dentro de los cánones de la comedia oscura de atípica resolución, con una mordaz crítica hacia la clase de géneros. Es la deslumbrante sátira social dramática que cobra pertinencia social, aspecto que no sorprende: Bong Joon Ho siempre se ha caracterizado por el humor negro, por mixturar géneros y por rizar las historias con giros atípicos y personajes conducidos irremediablemente al extremo. El director surcoreano vuelve luego de su éxito con “Okja” (ya disponible a través de Netflix) con una comedia retorcida donde hay espacio para el thriller, el drama familiar y la crítica social. Este director de cine y guionista surcoreano que se distinguió por trabajos como “Memories Of Murder” (un drama criminal real de 2003), el film de monstruos que también escondía una fábula social “The Host” (2006) y la película de acción y ciencia ficción “Snowpiercer” (2013) se consagra obteniendo el Oscar al Mejor Director y al Mejor Guión, también obteniendo los galardones de Mejor Película y Película Internacional. Un hito nunca antes logrado por una película extranjera, si bien previamente films de lengua no inglesa habían estado nominados en ambas categorías como “La Gran Ilusión” (Jean Renoir, 1938) y “Roma” (Alfonso Cuarón, 2018). “En “Parásitos”, dentro de un tono burlón, hay una intención por exponer aspectos incómodos de la nación surcoreana, como la notable diferencia de clases y el miedo constante a su vecino país de Corea del Norte. Se trata de una película sumamente pertinente; no solo por el mensaje ideológico que porta, sino por la cuidada utilización de la puesta en escena, el trabajo de planos y la simétrica arquitectura de sus decorados en su minuciosa recreación, aspectos que nos hablan a las claras de que Bong Joon Ho es un purista del lenguaje cinematográfico. Observamos una buena conjunción entre contenido cinematográfico y metáfora social y política. Como mencionado anteriormente, el director es muy hábil y versátil para trabajar diferentes registros genéricos, fluctuando desde la comedia sarcástica al drama desgarrador. “Parásitos” es impactante, es incómoda, es impredecible. Sabe cómo indagar un abanico de sensaciones en su público y crear atmósferas que, tanto en esta película como en sus films anteriores, son un pasaporte a pensar alguna cuestión social que elípticamente será cuestionada. Pensemos en la citada “The Host”, quizás su más paradigmática obra hasta el momento de estrenada esta reciente y oscarizada película. Su nueva criatura audiovisual nos habla de un momento político que se puede extrapolar en variadas situaciones del presente, viendo espejado su impacto también en nuestra coyuntura social latinoamericana y el abismo existente entre clases sociales, aún reconociendo distancias culturales, diferentes arquetipos e idiosincrasias con aquellas latitudes. Por otra parte, podemos encontrar una analogía con los enfrentamientos entre Corea del Norte y Corea del Sur y esta especie de invasión ‘vampírica’ que acontece en la película. También, el film celebra el hito que representa una evidente apertura ideológica de Hollywood a reconocer este tipo de propuestas en pos de una mirada menos conservadora a la de antaño. Se puede analizar también por qué impactó tanto en la industria americana y se convirtió en la primera película extranjera en ganar en su categoría y también como mejor película. Y que lo haya hecho una película oriental no resulta un dato menor. Bong Joon Ho conquista el cine de Occidente con esta gesta, cuyo mensaje ideológico no eclipsa el valor cinematográfico que intrínsecamente posee la obra. Esta virtud no nos priva de la subjetivización de toda mirada, valor intrínseco que debe conservar todo ejercicio audiovisual. “Parásitos”, lejos de todo absolutismo, no subestima al espectador y su inteligencia para crear su propio juicio. El mensaje de actualidad social que provee como móvil otorga profundidad y relevancia a una película (como síntoma de un momento histórico en donde nos replanteamos como sociedad antiguos valores impuestos), cuyo uso del lenguaje cinematográfico es utilizado como motor y potenciador de una narrativa que se abrirá a múltiples sentidos. Reflexionando sobre la verdadera naturaleza del intruso social, este éxito coreano resguarda ese vital espacio de libertad en donde el espectador pueda bucear, a través de los entresijos de una expresión artística y extraer sus propias conclusiones.
La odisea de los giles. El robo del siglo. Dos grandes títulos del cine nacional contemporáneo que tienen un elemento en común: los bancos como blanco certero. ¿Estamos ante un acto de justicia cometido por un émulo de Robin Hood del siglo XXI? La primera fue una adaptación de una novela de Eduardo Sacheri que ficcionaba un hecho tristemente célebre para nuestro país como la debacle económica acontecida a las puertas del nuevo milenio. En cambio, “El robo del siglo” adapta un ejercicio literario de Rodolfo Palacios recreando de forma pormenorizada (en créditos de guión figura el aporte de uno de los delincuentes implicados en el caso) los hechos que precedieron al robo y el desarrollo del golpe en sí, acontecido en enero de 2006, en la sucursal del banco Río de Acasusso. El prolífico y versátil director argentino Ariel Winograd sabe de robos (se recuerda su inspiradísima “Vino para robar”, 2013), y ratifica su valía al colocarse al frente de tan ambicioso proyecto. Una sobrada muestra de que nuestra industria cinematográfica (sustentada en labores de producción y financiación por gigantes empresas de calibre internacional) puede realizar un cine de género con absoluto despliegue y precisión técnica, sin nada que envidiar a la típica vertiente de ‘heist movies’, tan populares en el cine de Hollywood. Pensemos en “Tarde de perros”, una joya de Sidney Lumet estrenada en 1975 y epítome de los films centrados en asaltos a entidades bancarias, y de allí a la más reciente “Inside man”, de Spike Lee (2006). Winograd, que se ha mostrado efectivo en el género de comedia (“Mamá se fue de viaje”, 2017) sabe combinar registros narrativos con absoluta naturalidad. Es por ello, que el presente relato está teñido de la típica picardía argenta que ensalza el ingenio de estos cerebros del hampa, prestos a dar el golpe perfecto, minimizando todo daño posible y garantizando la seguridad de los clientes bancarios bajo un fino entramado que pergeña el tan mentado golpe perfecto y el cual incluye un estudio de observación que no escapa a la obviedad y los lugares comunes). Si bien la historia se basa en un caso de magna repercusión, no adelantaremos pormenores del desarrollo de la misma. Un sólido elenco forma parte del reparto (Rafael Ferro, Mariano Argento, Pablo Rago, Magella Zanotta), si bien el peso actoral recae sobre dos figuras tan enormes y dúctiles como Guillermo Francella y Diego Peretti. Manejando con absoluta sapiencia los dobleces de una personalidad tan mitómana como megalómana, Francella se pone en la piel del experimentado ladrón de guante blanco y financista del proyecto. Cuando la trama lo requiere, Winograd sabe darle rienda suelta al máximo capocómico de nuestro medio audiovisual, sin miedo a despojarse del disfraz actoral que todo personaje predispone, mostrando la auténtica naturaleza de un comediante nacido para hacernos reír. Y el rey de la comedia hace lo que mejor sabe, recurriendo a latiguillos y gestualidades marca registrada. Bocadillos puestos a tiempo aseguran la carcajada, exprimen al máximo la ironía y otorgan frescura a la trama policial. Su compañero de hazanas fuera de la ley es el formidable Diego Peretti, en la piel del ideólogo del plan. Cuando el personaje de este auténtico actor fetiche de Winograd se pone existencial y cavila acerca de su verdadera vocación y destino de vida, revela su intención a un psicoanalista en quien confía el secreto profesional bajo siete llaves. Luego, vivencia una autentica epifanía a las puertas de un viejo y querido videclub (homenajes a “Citizen Kane”, “Ladrones bicicletas” y “Casablanca”, incluidos). Más tarde, tendrá una segunda revelación, contemplando las estrellas en companía de su inseparable joint. La versión fumona de Peretti es una delicia de comicidad. Una vez puesto en marcha el plan, consciente o inconscientemente, el espectador se pondrá del lado de estos delincuentes que ya compraron nuestra simpatía. Eso dice mucho de nosotros como sociedad, ¿cierto? Diatribas morales aparte, Winograd maneja los hilos del suspenso de una tensa negociación policial que no evita hacer referencia al lugar de flaqueza que quedó sometida la fuerza luego de la masacre de Ramallo en 1999. Allí aparece un negociador (el impecable Luis Luque), un jefe de operativo (un desdibujado Fabián Arenillas) y un patético fiscal (el histórico Mario Alarcón). Todo intento será en vano. La fuga será inevitable, aunque cuestionable la decisión poco acertada de no ‘guardarse’ lo suficiente, sellando un destino tras las rejas. Bastó una mujer despechada (cuando no, un ‘lío de polleras’ echando por tierra un plan que se gestó con paciencia de orfebre). Un cartel dejado por los delincuentes se convirtió en leyenda, ilustrando de forma poética la fina línea que separa la ideología de la apología en la conducta de una sociedad que idolatra a ladrón que roba ¿a ladrón?. El resto fue historia: la cobertura televisiva se hizo eco del efecto en cadena con una masividad propia de nuestros tiempos. Persecuciones y arrestos, condenas mínimas y la recuperación de una suma irrisoria del botín total sustraído. Otra de las tantas inexplicables grietas del sistema judicial de un país que premia conductas deshonestas. Alta suciedad, no se puede confiar en nadie más.
Luego de este episodio, el punto de partida dramático de “La Protagonista”, se nos convida a reflexionar acerca de la fugacidad de la fama, leve espejismo que disimula una vida gris y una crisis aún más profunda: Paula no está contenta con su profesión y buscar superar los daños de una ruptura emotiva reciente. De esta forma, una actriz divorciada de su oficio va transitando esa toma de conciencia de modo radical, convirtiendo a la película en una microscópica mirada hacia el mundo íntimo de una intérprete redescubierta como tal. Participante del último Festival de Mar del Plata, en la categoría de Selección oficial por competencia iberoamericana, la ópera prima de Clara Picasso pesquisa la realidad de una mujer frágil y en crisis. Si el disparador de la película es un hecho traumático que sufre y la coloca a las puertas del éxito de modo sumamente impensado, no precisamente un suceso actoral le otorgará el renombre que todo interprete cree merecer. Esta ventana indiscreta al mundo interior de su personaje nos permite descubrir aspectos de su personalidad atractivos para el espectador. “La Protagonista” provee un cine observacional y minimalista que explora la responsabilidad sobre los propios actos y ejercita la enésima meta-referencia al universo de ficción.
Se trata de la única cinta latinoamericana de la competencia 2019 del Festival de Cannes. “Bacurau” es la historia ficticia que pone de relieve las tensiones de regiones existentes en un país inmenso, graficando el sentimiento de resistencia que suele ocurrir entre sectores sociales escindidos. Aspecto que nos lleva a pensar en aquella gloriosa época del cine brasileño, como fuera el Cinema Novo. Corriente surgida de la búsqueda de un lenguaje cinematográfico propio, capaz de reflejar los fuertes problemas sociales y humanos que el país sufría. En la búsqueda por afirmar un cine verdaderamente nacional y popular se criticaba la representación que se hacía del pueblo en los films de la histórica productora Vera Cruz. En el Cinema Novo la realidad surgía de la crítica, bajo la forma de alegorías. Este es el tema esencial que rescata un film como “Bacurau”, dirigido por Kleber Mendonca Filho (el mismo de la magnífica “Acuarius”) y protagonizada por la inmensa Sonia Braga. En un futuro cercano, los habitantes se dan cuenta de que el pueblo está siendo borrado del mapa y empiezan a llegar desconocidos a la región. Pronto, los drones sobrevuelan el paraje. Es el anuncio de que algo siniestro está por ocurrir. Esta alegoría traza un tema clave que atravesó durante décadas la formación social del país: las posiciones de poder creadas artificialmente. Y nos habla de dicotomías: El noreste, aislado del resto del país, versus el sudeste, que ostenta una posición de poder. Lo cual nos lleva, nuevamente, hacia aquel prodigioso Cinema Novo. Estas historias suelen referirse de alguna manera a la situación general del país. De esta manera, en la primera etapa del movimiento, el nordeste es tomado como un espacio al que se trasladan problemáticas generales del país. Films como “Vidas Secas”, de Nelson Pereira Do Santos, mostraban una visión desmoralizante y pesimista del pueblo, un pretendido cosmopolitismo, que graficaba el desprecio por la realidad en la que se vivía; se trataba de un cine simpático a la política imperialista. Por aquel entonces existía un distanciamiento entre pueblo y cultura al momento de pensar la construcción de un cine nacional. Y Glauber Rocha (autor del manifiesto “La Estética del Hambre”) decía que durante muchos años el cine brasilero vivió en una condición de marginalismo intelectual, en el sentido de ser un cine desvinculado de la cultura brasilera. Culturalmente, esa división nos habla de cierta idiosincrasia que distingue formas de comportarse y hablar, también de la imposición del poder económico. “Bacurau” nos retrata el país donde el habitante de una sociedad, que valorizó su propia historia y cultura, tienen esa visión ensimismada (un mundo interior aislado de toda conexión con el afuera) que lucha por sobrevivir, al tiempo que visibiliza la resistencia. Este potente drama político nos lleva a trazar un paralelismo con el cine social que visibilizara, durante comienzos del nuevo milenio, films como “Ciudad de Dios” o “Carandirú”. En épocas de grandes cambios y revoluciones el Cinema Novo fue la piedra angular de un movimiento estético, social y político que cambiaría el rumbo cinematográfico de su país, quien por entonces se disputaba el trono de potencia latinoamericana junto a México y Argentina. La identificación hasta el punto de la estigmatización, generó una imagen de Brasil proyectada al mundo y fuertemente anclada en la miseria y la violencia. El cine, como manifestación popular de referencia, no podía obviar ser el canal de estas preocupaciones y reflejar la gravedad de estos problemas.“Bacurau” rescata estos valores, sintetizándolos en la coyuntura socio-política actual. Si por décadas la imagen de Brasil fue el colorido samba y el fútbol del jogo bonito y el carnaval, este subgénero de films amenaza con convertir a la pobreza en un factor exótico para la mirada extranjera. Producciones incluidas dntro de la llamada “cosmética del hambre” (la estética de la miseria), las ganancias que éstos producen atraen el interés del público, conformando un singular entramado social que concibe el acontecimiento industrial para generar conciencia exhibiendo el resquebrajado tejido social del país carioca.
Decir que cuanto más añejo mejor, sería caer en una redundancia. O acaso repetir la misma frase que se suelta, incrédula pero irreductible, hace más de dos décadas y con una frecuencia casi anual. Si, Clint Eastwood está de vuelta y a punto de cumplir 90 jóvenes años no da muestras de disminuir un ápice de su genialidad y agudeza intelectual. El presente lo mira con una mueca extrañada. Y el viejo Clint se burla de las hojas del almanaque, que caen rotundas. Ni se da por enterado, sigue rodando. Cuesta creer que este sabio narrador detrás de cámaras sea el mismo que estelarizara aquella trilogía de spaghetti western de Sergio Leone hace medio siglo ya. Cineasta perteneciente a una especie en extinción, se codea con auténticos monumentos vivientes como Allen, Scorsese, Polanski y basta de contar. Su inagotable llama creativa busca la enésima historia profana americana y la balanza moral de sus exquisitas historias no teme en inclinar su peso hacia un lugar de profunda autocrítica sobre las bases constitutivas de la sociedad americana. Clint no dubita en expiar propias culpas de un mal endémico con cierto auge premonitorio. Estamos en el año 1996, en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Tan solo cinco años antes de que la locura terrorista haga estallar por los aires el centro neurálgico bursátil americano. Aquella nación otrora inexpugnable… Su agudeza y perspicacia lo lleva a hurgar en una historia semi olvidada, la de Richard Jewell; y allí descubre una joya en materia cinematográfica, si cabe la gracia del guiño idiomático. Jewell es el prototipo del ciudadano americano de clase media, un anónimo que busca fraguarse un futuro en medio de una sociedad cuya carnívora cadena alimenticia, envilecida de avaricia, suele devorarse a los más débiles. Pero, sin embargo, el joven Richard es un muchacho de bien que busca hacer lo correcto. De modesto proceder, vive con su madre, pretende formarse y superarse. Por el bien comunitario. To serve and protect. No obstante, su perfil psicológico prefigura ciertas conductas que nos podrían hacer dudar sobre si este novel policía no llevaría hasta el extremo de lo permitido (y más allá) esa noción autoritaria sobre el respeto a la autoridad. Ha tenido algunos contratiempos laborales producto de su rigurosidad a rajatabla sabemos que la idiosincrasia americana adora respetar uniformes y colocar medallas. También, como nos enseñó Michael Moore en su imprescindible documental “Bowling for Columbine” (2002), el ciudadano americano se compró el ego más grande del mundo, luego se armó hasta los dientes y el resto es historia…o guerra civil. The american way of life… Richard Jewell cumplía su sueño de estar al frente de la responsabilidad sobre la seguridad y protección de uno de los eventos internacionales más importantes del mundo. Los ojos de cientos de naciones estaban posados sobre las olimpiadas. Se requería un cuidado extremo, la capital del estado de Georgia podía convertirse en un target peligroso. Allí esta Richard, cumpliendo su turno de guardia mientras el escenario se llena de reconocidos músicos y Muhammad Ali enciende la llama olímpica, olvidando la vieja afrenta de arrojar su medalla al río luego de obtener el máximo galardón en Roma 1960. Por afrentas políticas y raciales, el entonces Cassisus Clay pasaba de héroe a villano de la noche a la mañana. Algo similar ocurrirá con este improbable pero proverbial guardia de seguridad que velo por la integridad de aquellos presentes, esa fatídica noche en donde un explosivo detono, sembrando el pánico en toda una nación. ¿Cómo puede ser? El mismo muchacho que esparce su entusiasmo entre sus pares, ese cordial y gentil bonachón que convidaba agua a una embarazada. Sagaz y manejando los hilos del drama criminal de forma maestra, Clint nos siembra la duda. Y mientras deposita la mirada sobre el más débil, nos regala un vivo fresco de una sociedad hipócritas, corrompida y éticamente cuestionable, de pies a cabeza. El FBI, los medios masivos de comunicación, las altas esferas políticas. Lo dice a modo de prólogo Sam Rockwell, en el inmenso papel de abogado defensor: ‘el poder convierte a un simple hombre en un monstruo’. Lo repite, a modo de epilogo un providencial Rockwell, a quien Eastwood dirige de maravillas y nos deleita: ‘la política y los medios de comunicación minaron las bases morales de este país’. Uno de sus tantos parlamentos lacerantes. Acostumbrado en nadar en aguas turbias, este leal, pero imperturbable hombre de leyes sabe de lo que se trata cuando el poder está en juego. Busca por todos los medios hacérselo saber a su defendido, de quien jamás duda. Richard no concibe la inmensa telaraña de maldad tramada a su alrededor, pero es incapaz de alzar la voz. La procesión va por dentro. Intenta sacar pecho, pero duele. Literalmente. Hay heridas que no cerraran jamás, han manchado el buen nombre y han vilipendiado a un inocente. Han vejado el hogar de su madre, a inmensa Kathy Bates, brindando uno de los monólogos más conmovedores de la historia reciente del cine. Una revelación y hallazgo absoluto, Paul William Hauser se coloca bajo la sufrida piel del enemigo público número uno. Un cordero presto a ser devorado por lobos hambrientos. Es la teoría conspirativa que cuadra perfecto a los intereses y el orgullo dañado del FBI y su detestable jefe de operativo (John Hamm, de la serie de culto “Mad Men”) también la portada en primera plana del diario de mayor tirada o el titular amarillista de un noticiero que persigue primicias a toda costa. Allí emerge la figura de, paradigma de periodista sin escrúpulos (Olivia Wilde) dispuesta a todo. Si desde “El Francotirador” (2014) a esta parte el eterno Eastwood se ha vuelto un experto en examinar los resquicios morales de una sociedad resquebrajada en su integridad, el caso Richard Jewell demuestra aquella tan mentada máxima penal: todo sospechoso es culpable hasta que se demuestre lo contrario. No importa el daño causado. Los negligentes casi siempre toman el timón del poder repitiendo como un mantra aquella ley maquiavélica: ‘el fin justifica los medios’. Este ejercicio cinematográfico del veterano realizador de “Million Dolar Baby” nos lega un poderoso testamento acerca de la oscura naturaleza humana, también un acabo retrato histórico sobre un hecho medianamente reciente y olvidado. “Los Imperdonables” (1992), “Gran Torino” (2008), “Sully” (2016). Hace décadas que Eastwood no suele fallar. Maestro sempiterno, su sobria narración nos alecciona, su tratamiento del acompañamiento musical nos subyuga, su impronta visual nos recuerda a un cine clásico cada vez más exigió y su dominio de los registros genéricos nos recuerda que el suyo es un cine en estado puro…A Malpaso production. Créditos finales pantalla a negro. No hablemos de réquiems ni despedidas.
“La Botera”, de Sabrina Blanco, retrata la etapa frágil de la adolescencia que podría reflejarse en tantos seres atravesando ese vital momento de apertura a la vida bajo condiciones en extremo dramáticas. Íntima y testimonial, sin aparentar decoro ni idealizar a su protagonista, el film se desarrolla en inmediaciones de la Isla Maciel. Este lugar nos provee de una serie de peculiaridades narrativas: lo atemporal de un entorno rodeado por un rio, contaminado y putrefacto, no resulta azaroso en lo más mínimo. Percibimos precariedades y marginalidad en un cuadro de situación que no escapa a una realidad socio-económica común y corriente. El oficio de botero, obsoleto y resistente, destaca estoico al paso del tiempo a la vera de un rio corrompido, en donde la protagonista encuentra refugio, paradójicamente. Un trabajo históricamente encarnado por hombres de tesón y oficio nos llega a preguntarnos qué sucede si una niña -o mujer- quisiera ser ‘botera’. Pero aquel deseo va más allá de lo puramente vocacional. La metáfora de una chica empoderada a la vez conviviendo con una profunda soledad y desprotección nos habla del deseo de la incipiente mujer, aún cuando no logra cristalizar con la mayor eficacia el poderoso testimonio dramático que pretende. Con sus altibajos, “La Botera” nos hace reflexionar acerca de cuantos mandatos se deben sortear, siendo el primero de todos una poderosa soledad. Estructural, se traslada de generación en generación, desde lo paternal hasta la ausencia de instituciones. La de su personaje es una búsqueda compleja y errática, proyectada en objetivos -un bote, un lugar, el chico que la enamora-, confluyendo en un anhelo por demás irracional: Tati quiere al bote de una forma tan inconsciente como verdadera, construyendo así su deseo. Finalmente, ella es su propia herramienta para insertarse en el sistema.
“Lejos de Pekin” cierra la trilogía misionera de Maximiliano González (luego de “La soledad” y “La guayaba”) y, aquí, si bien los personajes son distintos a aquellos que transitan sendas películas mencionadas, un hilo invisible los une de forma tangencial: la soledad intrínseca y un mismo escenario geográfico en el noreste argentino. No en vano, el personaje que interpreta Cecilia Rossetto canta, en tono desgarrador, acerca de un reposo vertiginoso y la sombra alerta. El director (nativo de Puerto Iguazú, Misiones) reconstruye la realidad de esta pareja de más de 40, que llevan casi una década de casados y no han podido cumplir el sueño de la paternidad. “Lejos de Pekin” es una película reflexiva, que exhibe problemáticas habituales de pareja, posándose en los personajes interpretados por Javier Drolas y Elena Roger, mixturando certezas y dudas acerca de la revelación de un deseo que desnuda miedos solapados. Nos encontramos frente a un relato intimista, que hace foco en una relación detenida como el paso del tiempo: el desarrollo del contexto dramático se desarrolla, casi sin manipulación temporal, a lo largo de una noche pondrá de manifiesto la concreción de un mandato social, como disparador de toda aquella inestabilidad emotiva que subyace al pasado que todo se lleva. Como la lluvia y aquel abrazo.