Palíndromo quiere decir “palabras o expresiones que se leen igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda”, y vale la aclaración en caso que el lector distraído no lo sepa. A lo largo de este documental, Tomás Lipgot recorre diversos países para encontrar a obsesivos del palíndromo tan fanáticos como él. Sólo se trata de descubrir la singularidad detrás del arte de conjugar las palabras en forma simétrica, un ritual que sus seguidores practican fervientemente. Hasta la fecha, Lipgot dirigió una serie de cortometrajes y largometrajes entre los que destacan “Ricardo Becher, recta final” (2011), Moacir” (2011), “El árbol de la muralla” (2012), y “Vergüenza y Respeto” (2015) . Por esas cosas misteriosas que tiene la vida, el realizador nació en Neuquén (el nombre de una ciudad que se lee en reversible), cultivando desde joven una afición que descubrió por accidente y que nació en la soledad de aquel que posee una manía incomprendida, sintiéndose por ello inseguro de comunicar a sus pares su fanatismo. En su hora y media de duración, el documental intenta retratar a una porción de la legión de fanáticos de todo el mundo que desatan su pasión por jugar con el sentido de las palabras y potenciar el costado más lúdico del lenguaje. Con producción de Duermevela (Argentina) y Aved Producciones (España), este documental se procura el registro de la esencia del palíndromo, inclusive desafiando su propia lógica. Como toda manía, la fascinación que esconde en su interior sólo es entendible para aquellos que comparten esta diversión desenfrenada, y allí el realizador encuentra su reflejo en la camaradería de un grupo de personas entregados al incansable arte de rimar palabras, con el acompañamiento de una canción que funciona como leit motiv durante la película. La del palindrismo es una actividad que alcanza a la literatura, al lenguaje musical, a la neurociencia y a las ciencias exactas. En tal sentido, esta obra filmada en Barcelona, Buenos Aires, Alemania y Paris, intenta persuadirnos de que lo científico y lo poético van de la mano. Pensemos acaso en el número áureo y veremos su reproducción infinita en la historia del arte y la cultura del hombre a través de los tiempos. Recurriendo a palabras de especialistas o simples aficionados que apoyen y validen la teoría, Lipgot descubre las características lúdicas que intrínsecamente posee el lenguaje y la necesidad creativa inherente a todo ser humano. En este sentido, bastaría para darnos cuenta sobre su importancia al leer a teóricos de la escritura creativa como Gianni Rodari, experto precursor del uso de juegos fantásticos como mecanismo para desestructurar la lengua con fines didácticos. Se sabe que el acto creativo no es una acción precisamente racional y parte desde el inconsciente. En el Club Palindromista Internacional, con sede en Cataluña, sus miembros parecen vivir en mundos paralelos y perseguir el objetivo irrenunciable de la simetría perfecta y permanente, sin abandonar el tono alegre y recreativo. Inclusive haciendo abuso de lo meramente anecdotario y reiterativo, el documental resulta una singular visión del mundo bajo una serie de lemas como máxima: romper los códigos de la palabra, reinventar el lenguaje, subvertir la lengua, descubrir significados y reordenar frases. Un pasatiempo más frecuente de lo pensado, que deriva en lo paradójico de alterar un sentido y en lo eminentemente cíclico de la práctica. El realizador intenta comunicar la percepción del mundo de estos personajes tan estrafalarios, a través de su mirada que comparte-cómplice y entusiasta- la excentricidad de esta práctica, sumando originalidad con un corto animado que muy logrado que divide la película en dos mitades iguales. El rastreo pormenorizado en diversos rincones del mundo deja el claro testimonio acerca de las distintas maneras que alguien puede relacionarse con la palabra teniendo la clara premisa de que las estructuras están hechas para derribarse. Para propios y extraños, la actividad del palíndromo denota lo exagerado que puede convertirse en pintoresco y, justamente por ello, si bien la mayoría del público quizás no empatice con sus participantes. La obsesión con la que la simetría puede ser llevada al extremo resulta un inquieto disparador en búsqueda de respuestas a eternos interrogantes acerca del sentido final de la palabra. ¡Vaya desafío!
Cruzando las fronteras del olvido. Un pañuelo blanco como símbolo de la lucha, la perseverancia, la memoria y la denodada búsqueda de justicia. El viaje de Nora Cortiñas tiene como propósito conocer a quienes lloran a sus hijos desaparecidos, de la misma manera que nuestras madres a lo largo de la última dictadura militar. Un hecho por el que fueron juzgados los genocidas aquí y aún hay todavía muchas madres y abuelas que continúan su admirable lucha, con la esperanza de poder reconocer y recuperar a sus hijos y nietos. Allí, en pleno Medio Oriente, aparece la figura de esta madre argentina, quien exige justicia y se compromete con la causa. En Kurdistán se producirá el encuentro con las Madres por la Paz y Nora se adentra en pleno conflicto; allí donde reina la impunidad y la justicia brilla por su ausencia. Nuestra protagonista visita Turquía para insertarse, con valentía, en ese mundo de violencia y horror que genera enormes paralelismos con nuestra situación en los años de plomo, acortando las distancias socioculturales entre ambos países. La figura elegida para retratar este viaje aparece como una luz de esperanza dentro de una situación que continúa impune y es desconocida por muchos, mientras miles de desaparecidos aún no han sido reconocidos como tales. El documental hace hincapié en retratar a estos seres que buscan hacer valer la propia dignidad para no caer en el olvido. Alejandro Haddad fue docente, periodista y realizador documental. En 2008 grabó el cortometraje La queja de los cadáveres, y en 2009 Av! Su! Mai!, de manera que Pañuelos para la historia representó su primer largometraje documental. Haddad, joven talento de nuestro medio, falleció en 2014 producto de una grave enfermedad durante la etapa de producción del film. Comprometido con la causa del pueblo kurdo, sintió que este proyecto era absolutamente necesario y aún más emocionante resulta que la película vea la luz hoy, como homenaje a su desaparecido realizador. En dupla con Nicolás Valentini, ambos se propusieron contar esta historia, la cual se tornaba indispensable con motivo de trazar un lazo de afecto y comprensión entre sendos pueblos, sirviendo también como un llamado de conciencia. El documental alza su voz de compromiso acerca de dos historias unidas desde un vínculo doloroso pero portador de una voz igualadora: el sufrimiento de un pueblo se ve reflejado en el otro de forma evidente. Las mujeres de Medio Oriente, victimas del estado que las reprime, son un triste espejo de la lucha de nuestras madres -a veces desde la clandestinidad y en sufrimiento- señal de alerta acerca del peligro que representan los gobiernos totalitarios y un interrogante acerca del temor que despierta su existencia. Con un gran acento en el registro documental periodístico, Pañuelos para la historia, posee un valor significativo y trascendental. La cámara captura ese encuentro y esa comunión en el dolor, que hermana a ambos grupos de madres en una lucha intrínseca que supera las barreras del lenguaje, la realidad política y las geografías. Justo reconocimiento para estas familias que perdieron a sus hijos por culpa del terrorismo de Estado turco, y que encuentra su eco en la lucha en las Madres de Plaza de Mayo. Es emocionante la lucha de esta organización de Madres por la Paz de Kurdistán, una nación cuya identidad y libertad también fue ultrajada. Historias del presente que se remontan a nuestro oscuro pasado como nación, en una sentida e inevitable empatía. Duradera y silenciosa batalla que tiene que ver con nuestras heridas aún sin cicatrizar y que denuncia la falta de reconocimiento sobre aquellos que desaparecieron sin explicación. Una mirada sobre los sobrevivientes que todavía buscan encontrar su identidad perdida en honor al recuerdo de sus seres queridos.
La fiebre de biopics que inundan la cartelera de la gran pantalla, desde hace más de una década, ha potenciado la condición de este subgénero como uno especialmente rentable. El retrato de notorias figuras de la música, en especial de bandas de rock and roll prominentes y que han marcado un legado musical y cultural, han sido el foco de atención de la industria hollywoodense, posibilitando retratos de íconos de variada índole como Ray Charles, Johnny Cash o Elton John. Este reciente acercamiento cinematográfico a la emblemática banda británica Queen no resulta -en absoluto- una novedad para el séptimo arte: en formato de celuloide habíamos podido disfrutar del histórico su recital brindado en Montreal ’81, llevado a la pantalla grande en el año 2015, bajo la también incipiente moda de rockumentales. De hecho, la concreción de esta biopic data de varios años. Bajo el asesoramiento del guitarrista Brian May y luego de sortear un sinfín de dificultades, entre ellas cambio de director (producto de incomparecencias de Bryan Singer con la productora) y diversas estrellas del firmamento Hollywood que se barajaron como posibles intérpretes de Freddie (el humorista Sacha Baron Coen fue un firme candidato por años), el proyecto vio la luz finalmente, posicionándose como una de las grandes competidores de las premiaciones otorgadas hacia fines de 2018. “Bohemian Rapsody” cumple con su cometido, no sin obviar algunas referencias y lugares comunes a las que recurren este tipo de producciones para tramar un relato biográfico. Sin tratarse de una obra maestra, se permite mostrar los inicios la banda británica y sus negociados con la industria discográfica, al tiempo que sus integrantes buscan hacerse un lugar dentro del competitivo mercado, recreando la composición de la épica canción que los llevará a la masividad, a mediados de los años ’70 (excelente recreación de modas de época mediante). Destaca el desarrollo realizado sobre la figura de Freddie Mercury, cuyo espectro evolutivo abarca desde su humilde juventud -sorteando la incomprensión y los mandatos familiares férreos que anulaban su libertad creativa- al incipiente músico de aspiraciones artísticas visionarias, que no cesó en perseguir su sueño, a pesar de convivir con las dificultades que le acarrea la segregación social y la aceptación de su identidad sexual. No sin ciertos rasgos previsibles, el film prefigura un ídolo de rock catapultado al estrellato de modo meteórico, jugando a sabiendas su rol de impetuoso rebelde (desafiando a los popes discográficos), con aires de divo narcisista (anfitrión de fastuosas fiestas) y caprichoso epítome rockstar (inclusive rozando la banalidad más ridiculizante), sabedor que poseía al mundo entero a sus pies. En extraordinaria interpretación, Rami Malek se consagra encarnando el inconmensurable talento -sobre y debajo del escenario- que portaba Freddie, obteniendo un merecido Premio Oscar en recompensa. También, el retrato realizado por el novel Malek trasluce la frágil humanidad del ídolo. Dueño de una personalidad magnética y un carisma abrumador, Queen hizo gala de su imperecedera magia, poderosa impronta y arrolladora arquitectura sonora, gracias a las dotes de eximio frontman, prolífico compositor y soberbio vocalista de su alma mater. Dos momentos, especialmente, destacan dentro de esta biopic que, cronológicamente, abarca desde los primeros años de la banda hasta su última presentación en vivo. A medida que Freddie superaba sus conflictos personales y las desavenencias que (producto de su disipada vida cotidiana) produjo más de un roce con la banda, “Bohemian Rapsody” nos cuenta el detrás de escena de la homónima composición, épica que el grupo británico grabara para su disco consagratorio “A Night at the Opera” (1975). De aquella obra magna -inesperado sencillo que cautivará al mundo entero- se recuerda la historia que rodea a la gestación de un videoclip gigantesco, a las puertas a un nuevo género de promoción de discos. Una espectacular producción llevada a cabo por Bruce Gobbers, de la que destaca una icónica instantánea del grupo realizado por el precursor fotógrafo del ambiente Mike Rock, utilizado para la portada del álbum. En su desenlace, la película recrea de principio a fin (plano por plano en comparación a la grabación original y recurriendo a doblajes en la voz de Freddie) la histórica presentación de Queen en el concierto a beneficio Live Aid, producido por Bob Geldof, representando una de sus últimas grandes actuaciones en vivo, previo a un retiro de los escenarios una vez estrenado el disco “A Kind of Magic” (1986). La magia cinematográfica permite recrear aquella gesta, ocurrida un 13 de julio de 1985, en el mítico Estadio Wembley de Londres. Singer recrea el perfecto ensamble de una banda a toda cilindrada, mediante un ampuloso juego de cámaras que recrea la escena de un breve pero contundente setlist, del cual se recuerdan, especialmente, versiones de hits inmortales como “Bohemian Rapsody”, “We will rock you” y “We are the Champions’, que el film reproduce de modo ficcionado. Aquí, Malek hace gala de todo su histrionismo, copiando el lenguaje corporal de Freddie para entregar esas performances que la Academia adora premiar. Poco después, la salud de Freddie se debilitaría, anticipando un final ya conocido por todos, y que el film, afortunadamente, no se esfuerza por remarcar, apenas realizando sutiles referencias que no pretenden edulcorar la parte más triste del relato. “Bohemian Rhapsody”, sin ser brillante, le hace justicia al aura resplandeciente de un artista inigualable.
Todo el año es navidad fue presentada en el pasado BAFICI, organizado por el Ministerio de Cultura y celebrado en el mes de abril. En formato documental, valiéndose de entrevistas y secuencias de seguimiento, la película hace hincapié en la preparación y el trabajo metódico que requiere ponerse en la piel de Papá Noel. El director construye, de esta manera, una evocación acerca de cómo se instaura el mito a lo largo de diferentes personajes anónimos. A lo largo de poco más de una hora, el autor va trazando una suerte de radiografía colectiva en donde sus diferentes intérpretes poseen personalidades distintas e historias personales singulares que se enmascaran tras el disfraz rojo y blanco.
El título del documental de Tamae Garateguy hace mención a un vocablo del coreano arcaico que significa, literalmente, “el gran punto medio del otoño”. El mismo refiere a un festival muy popular de la cosecha que, de modo costumbrista, se lleva a cabo cada año en Corea y celebrándose, según aseguran los expertos, a partir del decimoquinto día del octavo mes del calendario lunar, coincidiendo con el Equinoccio de otoño. Consistiendo en una cosecha abundante con motivo de la ancestral celebración, los coreanos completan el ritual visitando a sus pueblos originarios y llevan a cabo banquetes tradicionales de la región.
“Solo el amor” supone el debut detrás de cámaras de Andy Caballero, acompañado por el experimentado Diego Corsini (“Pasaje de vida”, 2015). La película sigue el devenir de la historia de amor entre Noah (interpretado por Franco Masini) y Emma (protagonizada por Yamila Saud). Él es un cantante que busca triunfar junto a sus amigos con su banda de rock, mientras ella es una principiante abogada que trabaja para su padre. Pese a la diferencia abismal entre sus universos, lo fortuito unirá sus caminos y vivirán un apasionado romance que cambiará sus vidas. El film se presenta como una comedia romántica adolescente, un formato que sigue persistiendo por un motivo evidente: rinde bien en taquilla. Sucede que, teniendo en cuenta que el público adolescente consumirá este tipo de propuestas, estamos en presencia de un film que recicla viejas fórmulas sin el más mínimo atisbo de originalidad. Los personajes desbordan de clichés, las situaciones son resueltas mediante lugares comunes y la estética de videoclip parece pertenecer más a una tira televisiva que a un producto cinematográfico. Lo artificial y superfluo de la propuesta se debe, en gran parte, al tratamiento poco verosímil del guión, el cual atraviesa temáticas conocidas sin demasiadas sutilezas: el aprovechamiento del manager, la inspiración en el amor, la rebeldía de la juventud y las presiones familiares. Los personajes principales encargados de dar vida a esta historia de amor rozan la incoherencia y la antítesis de lo que una estrella de rock en ciernes y una incipiente abogada ‘deberían’ ser. Por su parte, Andrea Frigerio y Gerardo Romano, dos grandes actores de nuestro medio, son desaprovechados en una trama que naufraga sin sorpresas. La banda sonora, sin embargo, acompaña acertada con ritmos y melodías que remueven, de a ratos, el sopor de la propuesta. El gran defecto radica en la falsa concepción de que el éxito se alcanza sin más y los conflictos se resuelven de forma edulcorada. Síntesis que reduce el film a un compendio de soluciones trilladas en donde todo es posible. Dame un poquito de amor.
Cómo no hablar del clásico de John Carpenter cuando Halloween regresa a los primeros planos del cine de terror. El motivo es suficiente si un nuevo episodio de la franquicia llega a los cines de la mano del talentoso David Gordon Green. “Halloween” es un clásico absoluto del cine de terror. Y, si bien las anteriores incursiones de la historia no estuvieron a la altura de la original, la huella sembrada por este clásico de John Carpenter sigue fascinando aún hoy a las nuevas generaciones. Con un nuevo capítulo en cartelera, “Halloween” se confirma como una de las franquicias de terror que siguen despertando interés en la historia del nutrido género del terror. Michael Meyers, su protagonista, es uno de los villanos más famosos de la historia del cine y este asesino inmortal genera un extraño fanatismo en los seguidores de la saga. Su film original, estrenado en 1978, relataba los trágicos sucesos que llevan a Michael Meyers a permanecer en un hospital psiquiátrico durante 15 años. Luego de escapar, llega a una zona residencial para acosar a la joven estudiante Laurie Strode, interpretada por Jamie Lee Curtis. La película significó para la joven intérprete (hija nada menos que de Tony Curtis y Janet Leigh) no sólo su debut en la pantalla grande, sino el estrellato inmediato. Cuatro décadas después, el antológico personaje de Curtis regresa a la gran pantalla con motivo de poner fin al itinerario de sangre dejado por Meyers. El legado de “Halloween” a lo largo de las últimas décadas nos ayuda a reconocer su importancia dentro del subgénero del terror slasher o de explotaition, ubicándose como pionera icónica de otras sagas muy populares entre adolescentes como “Pesadilla en Elm Street” (1984) o “Scream” (1996). Esta nueva versión de “Halloween” homenajea (en más de un sentido, si prestamos atención a sus recursos estéticos) a una película que colocó la piedra fundamental: ubicó a Carpenter en el mapa cinematográfico hollywoodense, una industria que ha transitado el género de manera incansable en las últimas décadas. En medio de refritos en su mayoría olvidables, el talento de este auténtico artesano parece hoy una especie en extinción. Con acierto, David Gordon Green busca recuperar en su mejor forma la huella trazada, dando vida al enésimo regreso del temible Mike Meyers.
El realizador bonaerense Julián Giulianelli retorna a la gran pantalla con “El Otro Verano”, apostando a revisionar temas ya transitados en su anterior largometraje, “Puentes” estrenado en 2009. El director aborda con interés los vínculos de amistad y la evolución de las relaciones que suceden entre los personajes que interpretan Guillermo Pfening y Juan Ciancio (antiguo protagonista del film citado). “El Otro Verano” se posiciona como un relato cuyo eje es el vínculo entre dos hombres que podrían ser padre e hijo, quienes pondrán a prueba las reglas de la convivencia en una relación que muta de lo meramente laboral a lo afectivo. La tensión creciente entre los personajes protagonistas dotará a la historia de la impronta necesaria para construir dicha relación con gran sutileza, en base a gestos, miradas y silencios. La cámara de Giulianelli acompaña los pasajes de un modo contemplativo, con las sierras cordobesas como marco de los mismos, recordando a films recientes de factura similar como “Instrucciones para Flotar un Muerto” y “La Casa del Eco”. Sin grandilocuencias y mediante el uso de tiempos muertos que reflejan la vida pausada pueblerina y sus costumbres, el relato prefiere hacer foco (no siempre con sostenida homogeneidad) en estos personajes que atraviesan profundos cambios interiores. Por un lado, tenemos a un hombre (Pfening) recluido del mundo en su páramo idílico, cuyos modos y tonos de voz muestran la cara huraña – y a veces descortés- de un ser solitario. Por otro lado, observamos a un adolescente (Ciancio) en pleno salto a la madurez, que vivirá una suerte de despertar sexual cuando entable un romance con la joven muchacha del pueblo, interpretada por Malena Villa. De esta forma, la película se plantea como una potencial exploración sobre las familias disfuncionales, una mirada sobre la paternidad y el acento puesto en dos personajes con realidades espejadas; acompañados por una música irregular que se repite como leitmotiv. Haciendo hincapié en el mencionado tono intimista, el director elige un notable despojo estético para su propuesta, interesado en retratar los días al aire libre y las noches de bohemia que se suceden en este transitar de los vínculos y sus matices. Gracias a la sensibilidad de su elenco interpretativo, la película resulta un digno fresco acerca de la búsqueda del sentido de la vida, el perseguir un destino y la construcción de los afectos. Producida por Juan Villegas y Paola Suárez, “El Otro Verano” constituye una válida propuesta de cine nacional independiente, fiel a su idea de recurrir a la sobriedad y sin golpes bajo efectistas, para plantear interrogantes que nos identifican y movilizan.
El cineasta californiano Jon M. Chu (responsable de films como “Justin Bieber: Never say never”) presenta “Locamente Millonarios”, comedia dramática que viene de causar furor al momento de su estreno en Estados Unidos. Constance Wu es Rachel Chu, una joven que viaja junto a su novio (Henry Golding, en el rol de Nick Young) hacia Asia, con motivo de la boda de su mejor amigo. Allí, la protagonista de nuestra historia descubrirá que su prometido es un multimillonario y su familia pertenece a una realeza asiática. Basada en la novela homónima de Kevin Kwan, el libro pertenece a la primera entrega de una trilogía que se presume best seller y la premisa inicial sobre la que se estructura nos trae el relato sobre una joven habitante de New York (ciudad cosmopolita si las hay, y el guiño se entiende) buscando integrarse a la dinastía conservadora que pertenece la familia de su prometido. Las diferencias de clase y desventajas sociales con las que carga Rachel serán una zona de conflicto evidente que nuestra heroína deberá sortear, al tiempo que tendrá que lidiar con el impacto que la figura de su novio causa en tierras lejanas: sucede que Nick es un auténtico rompecorazones en Singapur. El esquema de Hollywood de realizar films para retratar otras culturas dominantes no es algo poco frecuente. Es entonces cuando las tradiciones y costumbres se contraponen a los cruces idiomáticos y el dominio cultural: suenan clásicos de Elvis Presley y Madonna reformulados, quedando poca sustancia de su auténtica pertenencia oriental. Desordenada mezcolanza que responde a tendencias de moda y deja ver las concretas intenciones que la industria mainstream hollywoodense tiene detrás de este producto. Razones por las cuales comprendemos el efecto del capitalismo globalizado sobre este tipo de films, del cual ya se intuye su secuela: al momento de su lanzamiento en salas disfrutó, como es de esperarse, de un sonado éxito comercial. Esta comedia romántica se desarrolla mediante tópicos forzados que nos van alertando sobre una trama previsible. La típica historia de la cenicienta protagonista de la novela rosa en dónde deberá superar los escollos que como plebeya le presenta la estirpe a la que pertenece su prometido, a quien intentará conquistar para ser considerada ‘parte’ de la familia. Una dirección insípida acompaña actuaciones poco inspiradas por parte de un elenco enteramente asiático, en donde sobresale el calibre de un nombre como el de Michelle Yeoh, sumándose a los intérpretes Gemma Chan, Awkwafina y Ken Jeong. Para dotar a la historia de identidad, canciones de origen asiático dan vida al soundtrack de la película, mientras una serie de eventos van dando forma dramática a “Locamente Millonarios”, acompañada por una música incidental que remarca el aspecto más sentimental de la trama. Una colorida fotografía y ciertos coqueteos con estéticas kitsch avizoran algo de temprana originalidad, no obstante no consiguen disimular decisiones narrativas inverosímiles y banales estereotipos diseminados a lo largo de un excesivo y superfluo metraje.
Los últimos días de la víctima El cine argentino comenzó a reflexionar sobre nuestra sociedad durante los sangrientos años de plomo, una vez instaurado el regreso a la democracia, mediante títulos ejemplares como La Historia Oficial (1984) y La Noche de los Lápices (1985), que nutrieron una temática ultra transitada, inclusive hasta décadas posteriores con las recordadas Garage Olimpo (1999) y Crónica de una Fuga (2006). Sin embargo, este tipo de acercamiento no es habitual. Porque Rojo (2018) retrata uno de los períodos más oscuros y sangrientos de nuestra historia, que abarca no sólo la última dictadura militar (1976-1983) sino también la tensión vivida en los turbulentos años previos, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón. En la escena inicial del film, vemos un chalet moderno e impecable, ubicado en algún tranquilo suburbio del interior del país. Poco a poco, vamos convirtiéndonos en testigos de los procedimientos que comenzaba a ser una costumbre por aquella época, y percibimos que la propiedad guarda en su interior una historia como tantas otras igual de lamentables: el saqueo físico y el ultraje moral que moldearon la violencia y la impunidad que imperó durante una década nefasta. El germen de la desagradable dictadura se palpa como una creíble amenaza cuando la presencia militar, los grupos parapoliciales y el aparato interventor ganaban lugar en la escena, patrullando rutas y caminos, poblando despachos de entidades gubernamentales o invadiendo propiedades por la fuerza. Sin embargo, la secuencia inicial sería apenas el prólogo de un relato perturbador. Un extraño (notable Diego Cremonesi) acude a una cantina en una tranquila noche de provincia. Allí agrede a un reconocido abogado, en la piel de un monumental Darío Grandinetti. Éste, en lugar de huir, toma la mala decisión de buscar al agresor. Luego un episodio confuso derivará en tragedia. Después, el tiempo que pasa y la vida rutinaria que sigue su curso. Sin embargo, un turbio ofrecimiento de un amigo del matrimonio (Claudio Martínez Bel, una fantástica revelación) y la llegada de un infalible inspector desde Chile (encarnado de forma magistral por Alfredo Castro) para aclarar una misteriosa desaparición pondrán en peligro la apacible vida de este letrado. A partir de allí, una cadena de sucesos incontrolables va comprometiendo, más y más, la moral del abogado entrometido en los hechos y el silencio de su mujer (Andrea Frigerio, su consagración en la gran pantalla), cómplice del ocultamiento de un cadáver. Ambos se verán atrapados, producto de una escalada de violencia y una mala decisión que, accidentalmente, cambiará para siempre el rumbo de sus vidas. Inmersos en un laberinto sin retorno y presos en un país que se cae a pedazos, la película pone el acento sobre los principios éticos de este matrimonio, que se verá inserto en un laberinto teñido de muerte, secretos, apariencias e intrigas en medio de un murmullo generalizado que auguraba oscuros años por venir. Benjamín Naishtat elabora un cuidadoso estudio social acerca del preludio del horror que desembocaría en el Golpe de Estado, señales que se percibían en el aire enrarecido de un país a punto de estallar, del cual una sociedad cómplice y mediocre fue partícipe. Con una notable solvencia para atrapar al espectador mediante climas opresivos, el film incomoda desde el primer minuto. Asertivo en generar atmósfera de suspenso o sugestionarnos con el marcado uso de la música, Rojo se convierte en una perfecta pintura que retrata la violencia cotidiana que caracterizaba al país a mediados de los 70, cuando el golpe militar parecía inevitable. Gracias a un guión poblado de imágenes y simbolismos, Naishatat no deja ningún aspecto librado al azar y el film va sembrando, a medida que la trama avanza, un sinnúmero de metáforas y alegorías que sirven para explicar el clima de angustia, sometimiento y truculencia que caracterizaba a la Argentina de ese momento. Por otra parte, hecho que nos concientiza acerca de la verdadera naturaleza de una sociedad en cuyos cimientos se percibe una violencia sugerida, enquistada e implícitamente concebida. Basta ver el condenable corto publicitario de Bonafide para percibir lo horroroso de un simbolismo que parecía darse por sentado, como parábola del propio monstruo que cada sociedad fabrica para sí. La ambientación de época -omnipresente desde los títulos iniciales y un rojo saturado que inunda la pantalla- aporta las cuotas de elegancia, melodrama y suspenso que esta propuesta requiere. Impecable recreación mediante la puesta en escena para dar forma a un éxtasis visual, tan seductor como hipnótico, que tendrá su apoteosis en la recreación de un eclipse, cuya brillante secuencia plagada de lecturas subliminales desnuda los síntomas de una sociedad enferma. El realizador concibe un thriller psicológico perturbador, echando mano a una mixtura de géneros asumida con maestría. Con asombrosa ductilidad, utiliza marcas del lenguaje cinematográfico de aquel entonces como fuente intertextual que nutre su propia impronta vintage. Así, el espectador disfrutará de una paleta de recursos (visuales y sonoros) que completan la experiencia y brindan una estética de época gracias a su precisa reconstrucción. Con sutileza en el tratamiento fotográfico y un marcado uso del zoom y del encuadre, el film deja postales magníficas (como las escenas que transcurren en el árido desierto) cuyas influencias se perciben en referencias al cine de los 70, desde Francis Ford Coppola, pasando por Brian De Palma y llegando a Michelangelo Antonioni. Con reconocibles reminiscencias al cine comprometido de Adolfo Aristarain, esta obra denuncia los secretos que todo pueblo oculta bajo una apacible apariencia, mientras el fantasma del Golpe de Estado va trazando un microcosmos contaminado de la mentira y la codicia que ostentan los poderosos. El autor no deja margen para la duda: el oportunismo y las apariencias de las clases acomodadas son un mal enquistado en el tejido social, vehículo para reflexionar sobre nuestra identidad, nuestros problemas sociales y nuestra realidad. Naishtat describe una Argentina al borde del colapso y la génesis de su desintegración financiera, política y moral. En donde el “rojo” alude a la represión política, a la sangre derramada de los desaparecidos y a la luz de alerta en una sociedad hipócrita, todos inevitables sinónimos de una catástrofe que se avecinaba. Es la forma preferida por Rojo para denunciar la doble moral del ciudadano medio que elige mirar para otro lado y también retrata de modo cabal el rol decisivo que jugaron los medios masivos de comunicación: la radio, la televisión y los diarios. Haciendo mención a un evento con motivo de una exhibición provincial que pretendía fortalecer los lazos comerciales con el país del norte (un acontecimiento que tiene sus ecos en la actualidad), la excusa sirve para potenciar una mirada que -más allá de su acento sobre el colonialismo cultural- alerta sobre el papel que jugó Estados Unidos en el desencadenamiento de varios movimientos golpistas en Sudamérica. La fábula funciona como disparador y toma de conciencia sobre tensiones que se adivinan en la superficie y encuentran su perfecta consumación gracias al pulso firme de un cineasta con ideas claras y en dominio absoluto para delinear las imágenes de la barbarie. Rojo se consolida como un manifiesto social y político, un ejercicio de cine de alta calidad, sagaz e inquietante al correr el velo sobre las falsas caras que habitan nuestra sociedad. La oscuridad que se cernía sobre nuestro país en este punto del conflicto -el caldo de cultivo y punto de ebullición que se coronaría en el lamentable 24 de marzo de 1976- encuentra tres paralelismos notables que el director inserta en el film como subtramas. Por un lado, el despertar sexual de una joven, representado mediante un juego teatral que resignifica los celos de su pareja masculina como enésimo simbolismo de la violencia subterránea, del abuso de poder y la dominación. De igual forma, lo perturbador que puede resultar un simple acto de magia de un club nocturno, que simboliza a los desaparecidos por el régimen, a la vez que exhibe a una sociedad miserable y corrupta, donde en el discurso mismo se avalaba implícitamente el horror y el maltrato. Por último, un evento escolar cuya discursiva y puesta en acto exhibe los disfraces y las máscaras bajo las que se ocultaba una comunidad hipócrita. Es bienvenida la propuesta de Naishtat en medio del irregular panorama que ofrece el cine nacional a lo largo de este año. El suceso en boleterías del “mes INCAA” se nutrió de propuestas de gran calidad que ofrece nuestro cine de la mano de grandes films como Acusada, La Quietud, El Ángel, Mi Obra Maestra y El Amor Menos Pensado. Su contraste resulta la gran cantidad de producciones que pueblan la cartelera, semana a semana, con películas nacionales de escasísima calidad narrativa y pobre factura técnica. De esta comparación se adivina un presente de nuestro cine un tanto irregular y dentro de este panorama desconcertante, buscando su lugar en este mapa cinematográfico, surge una obra tan singular y meritoria como Rojo. La evidente muestra de que un notable director, con un gran guión en sus manos y unas ideas estéticas sólidas, puede llevar a cabo un producto creativo, innovador, con destino de clásico y capaz de competir internacionalmente en festivales. Con apenas 32 años y un par de largometrajes en su haber (Historia del Miedo y El Movimiento), Naishtat concibe una obra maestra de nuestro cine contemporáneo.