La herencia de la tía Agatha.
Con el estreno de su onceava película, es momento de reconocer a James Mangold como el talentoso director que es.
«Brindo por mis cinco meses de sobriedad, y todo el irreparable daño que me han causado». Jack Torrance, The Shining.
Amor de Película tiene una problemática primera parte que condiciona todo lo que vendrá después. Hay una serie de escenas narradas por el personaje de Nicolás Furtado, que aspiran a desentrañar los mecanismos de una comedia romántica tradicional. Chico conoce a chica. Es una introducción que se extiende de más y la gracia de la explicación en off se desvanece rápido, pero ahí está él y Natalie Pérez dando muestras de su química, uno de los fuertes de este proyecto. Pero esa historia se termina y es hora de que la película empiece en serio, su problema es que ya arrastra varios minutos a cuestas de una curiosa elección que se condice con todo lo demás.
Terminator es una franquicia definida por los regresos. La vuelta atrás en el tiempo como motor de la trama, la promesa del regreso como frase icónica del personaje. Por lo tanto, tiene total sentido que Terminator: Dark Fate sea una película cargada de ellos, en todo aspecto posible. El más evidente es el del retorno de la Sarah Connor original, porque Arnold Schwarzenegger acompañó a la franquicia a lo largo de estos 35 años que separan a la primera parte de la última. El más interesante es el de James Cameron, que retoma su creación no como director sino como productor ejecutivo, vinculándose al desarrollo de una de estas películas por primera vez desde 1991 -y borrando las tres últimas entregas en el proceso-. El más obvio es el del argumento, que recupera elementos de los dos clásicos para reconfigurar un nuevo relato. Es con cierto descaro que se recicla Terminator 2: Judgment Day, dándole así un giro para otra generación, con un resultado digno que la posiciona con comodidad por encima de otras fallidas entregas.
Zombieland: Double Tap ha estado en planes por años. Desde que la primera fue un éxito de crítica y taquilla, allá por el lejano 2009, se planteó la posibilidad de continuar su historia. Y sin embargo, los tiempos se estiraron de tal forma que parecía que una secuela nunca se iba a materializar. Finalmente los planetas se alinearon, las agendas de todos los involucrados coincidieron y se volvió a traer a la acción al cuarteto central, con Ruben Fleischer (Gangster Squad, Venom) otra vez detrás de cámaras y la dupla de Rhett Reese y Paul Wernick (Deadpool) nuevamente en el guion. Mismo equipo para hacer nuevamente lo mismo, dado que esta continuación elige volver a tildar todos aquellos casilleros en donde la anterior se destacó, sin pretender abrirse nuevo camino y más bien como una gira de grandes éxitos de una banda que se reúne.
Maleficent: Mistress of Evil es un excelente ejemplo del funcionamiento de la máquina, capaz de lanzarte cinco secuelas antes de que toques el suelo. Nadie esperaba ver la historia de origen de la villana de La Bella Durmiente, pero con sus grandes problemas la película existió y, para alegría de Disney, fue un éxito arrasador en materia de recaudación. Así es que se le da una segunda parte cinco años después, todavía más innecesaria que la anterior, sin importar que haya incluso menos ideas para contar o que hasta se desdibujen algunos de los pocos aciertos que habían tenido la primera vez.
Víctor está a punto de casarse con Leticia. Trabaja como cadete en el banco de su futuro suegro, un hombre adinerado que no tiene inconvenientes en darle todo a la pareja para que disfruten del mejor pasar. Pero él se siente castrado. Interpreta la generosidad del otro como una forma de tenerlo controlado, en tanto que es una muestra patente de su incapacidad para proveer en el hogar. El plan de vivir del cine choca contra una realidad de bolsillos ajustados, con lo que está preparado a abandonar sus ambiciones de ser director con tal de contribuir en esta unión. Pone en venta su cámara en el videoclub del barrio y eso llama la atención del dueño del local, que quiere hacer una película y necesita a un realizador que la lleve adelante. La renuncia a sus sueños es, casualmente, lo que le permita hacerlos realidad, pero con una pequeña trampa… el productor quiere una porno. Así se pone en marcha esta comedia de factura uruguaya, que encabezan Martín Piroyansky y Nicolás Furtado en dos papeles cuyas personalidades conocen a la perfección. Esa neurosis del primero se complementa con la capacidad del segundo para hacer marginales entrañables, y se lanzan a la aventura de hacer cine para adultos desde dos lugares diferentes. Víctor por necesidades económicas, porque entiende que su arte está por encima de un proyecto de estas características. Aníbal, por otro lado, es un experto conocedor y apasionado por el cine condicionado. Para él, las porno también son películas. Porno para Principiantes no termina de abrazar la mirada de este último, sino que queda atada a la concepción del otro. Así se pierde la posibilidad de reivindicar todavía más al cine que hay dentro del porno. Los dramas personales de Víctor se profundizan cuando conoce a la actriz estelar Ashley Cummings, con una Carolina Mânica (Rua Augusta) de la que es difícil no enamorarse. Su pasión por el arte dentro del tipo de cine que hace y su sensibilidad creativa impactan de lleno en el joven director, a quien toma con la guardia baja. Sus sentimientos hacia ella y la cinefilia compartida derivan en un impulso inventivo para encarar la película, con una versión condicionada de La Novia de Frankenstein que a su vez reivindica el talento de James Whale. No termina de haber espacio para una Zach and Miri Make a Porno del Río de la Plata o tan siquiera una Bowfinger del cine para adultos, dado que en forma constante se cuelan las inseguridades de Víctor o el esfuerzo por mantener separadas su vida personal con su trabajo por encargo. Pero esto da lugar de sobra para que surja el humor y afortunadamente Porno Para Principiantes lo hace muy bien. Piroyansky es un manojo de dudas, que trata de pilotear como puede una semana clave para su vida, mientras que Furtado es un genial alivio cómico. Daniel Aráoz, por su parte, hace de Boris un sólido antagonista que también es capaz de contribuir a la risa. Porno para Principiantes es mucho a la vez. Es cine porno de autor en una Montevideo de mediados de los ’80, con la pasión por filmar como se pueda. Su mayor limitación, quizás, esté en el propio Víctor como un sustituto del director Carlos Ameglio. El primero se lanza a hacer un tipo de cine en el que no termina de creer, al que concibe como una suerte de traición a su arte con algo prohibido, sucio, menor, y que finalmente lo empujará al exilio. Para él todas las porno son iguales, y esa falta de compromiso con el trabajo acaba por trazar una diferencia respecto a Whale, quien tuvo que hacer distintos proyectos por encargo antes de tener la chance de encarar su obra maestra. Hay todo un marco en el presente para contar los sucesos ocurridos en 1985 que no termina de funcionar y que deja algunas cosas en el aire, restándole ímpetu a lo que se venía viendo y que arrastra hacia abajo la buena comedia que se disfrutaba. Es como si se hubiera resuelto un escape fácil para el protagonista, pero sobre todo para una película que no se supo resolver. Y a uno le queda la poco feliz impresión de que se abandonó el último tramo a su suerte.
Había una vez en Hollywood un cinéfilo, cuyo amor por las películas lo llevó a hacer las suyas propias y se convirtió en uno de los grandes autores de esta generación. A casi cuatro años de su último trabajo, Quentin Tarantino está de regreso con Once Upon a Time in Hollywood, un film que lleva su pasión a otro nivel. Una oda al cine, a la televisión y a la industria en general, su homenaje no se limita a un género en particular como en trabajos previos, sea el de artes marciales (Kill Bill), el exploitation (Death Proof) o el western (Django Unchained, The Hateful Eight). No, se trata de una celebración del arte de hacer arte.
The Angry Birds Movie hizo algo que para muchas adaptaciones de videojuegos resulta imposible: ser una buena película. Se suele hablar de una maldición con este tipo de transposiciones, dado que muchos han fracasado allí donde esta triunfó. No es que sea una obra maestra, pero es un producto animado más que digno, inspirado en una franquicia cuyo argumento es nulo y que no tenía héroes o villanos bien delineados por fuera de la especie a la que pertenecían. Se le dio entidad a los protagonistas y antagonistas, a partir de la idea base –los cerdos se roban a los huevos- se planteó una historia y trabajó en ella un sólido grupo de animadores, en tanto que se convocó a un importante equipo de voces provenientes de la comedia y se escribió un guion dinámico, cargado de humor. Se hicieron los deberes y el resultado fue óptimo, con un importante paso por la taquilla mundial que la convirtió en uno de los films de jueguitos más exitoso de la historia. Por supuesto que una segunda parte estaba más que garantizada, pero el pájaro no cae dos veces en el mismo lugar…