iSteve El trabajo sobre el guión de Jobs comenzó tiempo antes de la muerte del co-fundador de Apple pero, si bien lo sucedido en octubre del 2011 no es representado en la película –de hecho lo retratado llega hasta una década antes del fallecimiento-, esto supone un terrible lastre para lo que el escritor Matt Whiteley acabó por entregar. Lo que ocurre es que el planteo primigenio al pensar una biopic, es decir si se elige hablar de la persona o del mito, inevitablemente se resuelve en favor de lo segundo, lo que impide que el film de Joshua Michael Stern tenga vuelo propio por fuera de la estampa audiovisual en la que resulta. Quien se ha decidido a comprar uno de los productos de la compañía que ha vuelto a ser "cool" hoy tiene una duda básica que resolver antes del pago: ¿blanco o negro? El director y su guionista parecen preguntarse lo mismo al pensar en el visionario Steve Jobs, lo que cierra la puerta a las muchas tonalidades de gris que su figura comporta. Como va a ocurrir con toda película centrada en un genio informático, va a ser difícil no establecer paralelos con la cercana The Social Network de David Fincher, que si bien transcurre en un período menor de tiempo que al que Jobs aspira, hace de su enfoque algo todavía más acotado en favor de lo cinematográfico. El que mucho abarca poco aprieta se dice habitualmente, refrán que ejemplifica lo que ocurre con la búsqueda de la película de Joshua Michael Stern. Es que una revisión sobre las tres décadas de actividad de su protagonista ofrece inagotable material como para ser tratado en forma apropiada, especialmente cuando se sufre de la parálisis de la cita. Steve Jobs es aquí un monumento. Su creatividad es innegable y su vida es a todas luces muy interesante, no obstante en la elección del mito sobre el hombre hay muchos conflictos que se pierden. Whiteley se encarga de señalar las grietas de su persona –su relación con su novia de la universidad y con la hija que rechaza, el cuestionable olvido de sus compañeros de ruta, el abandono sufrido por sus padres biológicos- para luego pulirlas en el acabado de la efigie. El problema asoma y luego se lo ignora, lo que importa es Apple, Next, Macintosh, básicamente iSteve. A pesar del amontonamiento de viñetas biográficas y citas, la película logra mantener un buen ritmo y hasta se permite jugar en terrenos cómicos con buenos resultados. Con una vida tan sobresaliente, es difícil que la historia de uno de los genios del último siglo resulte tediosa; hay demasiado para contar como para que la película se caiga de forma completa. Es en lo que se refiere a la canalización de un espíritu de época donde Jobs logra destacarse, algo que se nota bien al principio con rabiosos planos fugaces y luminosos. El paso de las tres décadas a través de los ojos de pioneros de la informática sin duda es llamativo y la caracterización de cada uno de los personajes es acertada. Ashton Kutcher, seleccionado por su condición de "estrella" para un film independiente aunque guarde un parecido físico con el personaje, ofrece una de las mejores interpretaciones dentro de una carrera en cine que no ha logrado salir de la medianía. Por decisiones creativas el peso de la película recae sobre sus hombros y está en condiciones de soportarlo por fuera de ciertos deslices hacia un terreno over the top. Necesita, desde luego, estar rodeado de otros como Josh Gad y Dermot Mulroney que logran acompañarlo con solidez, sin embargo el poco acertado criterio de los realizadores los aparta de a poco en pos de lo que resulta ser un retrato superficial de una figura repleta de complejidades.
Corazón de León es una película moralmente problemática, lo cual no supondría un escollo a no ser porque gusta de ponerse en un pedestal y señalar la hipocresía del otro. No es fácil recibir el mensaje de aceptación del que es diferente cuando, para lograr esa distinción, necesita retocar en forma digital el cuerpo de un actor. En un tiempo en que uno de los mejores personajes de la televisión mundial es interpretado por una persona pequeña, sería interesante contratar a una persona de tales características para interpretar dicho papel. Es lógico que en la Argentina no se haya descubierto un Peter Dinklage si no se le da la oportunidad a uno para que aparezca –Leonardo Raff es doble de cuerpo en esta producción- y de esta manera una propuesta que quiere ser progre, atrasa algunos casilleros. Guillermo Francella enano es tanto la marca de distinción como lo que empequeñece al trabajo de Marcos Carnevale. Lo que es peor es que no es una mala película. Por el contrario, logra una buena transición entre la comedia y el drama, suele ser muy efectiva para generar risas gracias a su evidente timing y tiene unos enormes valores de producción de esos que se ven en contadas ocasiones por año en las realizaciones nacionales. Billetera no mata estatura, pero no le hace mal a León Godoy ser un arquitecto rico, lo que permite a nivel argumental un aprovechamiento de locaciones envidiables –transcurre en Puerto Madero o Río de Janeiro, así como en galerías de arte, bares de alta gama o una casa que es una mansión-, pero también la posibilidad de continuar con el dedo acusatorio en alto. La fuerza de voluntad del protagonista le ha dado lo que tiene y está bien que así lo sea. El intelecto y el carisma no se miden en centímetros, pero lamentablemente mucha de la comicidad que aquí se propone sí. Sin necesidad de hacerlo, porque el humor bien se puede encontrar en Julieta Díaz o en la gracia natural que exuda Francella, muchos de los chistes con que la película cuenta tienen como único recurso la altura. León es un hombre culto, educado, simpático, básicamente un galán con todas las letras que habla de cualquier tema posible. ¿Hace falta, ya que se propone un mensaje de aceptación, dejarlo colgado de la alacena? Esa escena ejemplifica lo que está mal con Corazón de León y la incomodidad que ocasiona. Es una comedia que busca generar cierta consciencia, pero su recurso humorístico es el reírse de aquello sobre lo que quiere concienciar. Su gran problema, además de querer impartir un mensaje -explícito, de hecho Jorgelina Aruzzi tiene un monólogo muy bueno sobre la hipocresía-, es la falta de introspección. Dicho todo esto respecto a su objetivo ulterior, es una película que durante buena parte de su metraje sorprende en forma positiva. El humor está bien dosificado, Francella está en su salsa y no se regodea en todos los lugares comunes en los que pudo haber caído, sino que suele sortearlos con soltura. El trabajo de post-producción es en su mayor parte bueno, con un croma que no genera molestias aunque en ocasiones es muy notorio, como en la escena de la pileta vacía. Corazón de León pudo ser mala y ofensiva, pero no es ninguna de las dos cosas. En su mayor parte esconde el mensaje moralizante -ese que de movida debería ser nulo- en pos de una comedia romántica muy bien llevada, que se apoya en la química de Francella con una hermosa Julieta Díaz, así como en la de cada uno con Nicolás Francella -con dotes heredados para el humor físico está muy bien en su papel de hijo y confidente- y la mencionada Aruzzi, que por calidad de trabajo debería recibir siempre el reconocimiento que tuvo por El Hombre de tu Vida. Marcos Carnevale lleva tatuada la marca de Pol-Ka y aquí no puede evitar caer en un registro de melodrama que no lo favorece, ya que acaba por explotar un costado televisivo que no tenía. Del mismo modo que ocurría con Dos más Dos, película que casualmente León e Ivana ven en el cine, el mensaje acaba por interferir en lo que era una comedia eficaz. En ella era el mandato de la tradición, en esta el de la moral.
Star Trek Into Darkness llega a los cines argentinos con un retraso de tres meses respecto a una importante cantidad de mercados en los que ya se estrenó. Una demora tan pronunciada para un tanque de Hollywood –los lanzamientos para películas de semejante magnitud suelen ser en simultáneo, una semana después o incluso días antes-, quizás se explique por la búsqueda de una mejor suerte en la taquilla nacional, ya que de haberse presentado en mayo habría perdido espectadores frente a otros films como Iron Man 3 o Rápidos y Furiosos 6, lo mismo que de haberlo hecho más tarde hubiese tenido dificultades en encontrar salas por las vacaciones de invierno y así sufrir el desaire que tuvo la gran Titanes del Pacífico. En lo que es una absoluta suposición, creo que el motivo tiene que ver con algo más profundo que engloba las dudas de la distribuidora acerca del posible desempeño en la venta de entradas: Viaje a las Estrellas no tiene tanto predominio en el público local. En Estados Unidos, Star Trek es comparable con Star Wars y si bien la Argentina debe tener su importante cuota de trekkies, la saga creada por George Lucas tiene una llegada ampliamente superior a la de la otra. Esas 106 mil personas que fueron a ver la primera parte están lejos de los números que hoy se esperarían y, lamentablemente, no le hacen justicia al trabajo de J.J. Abrams para con la franquicia. En su acercamiento a la serie que comenzó en los años '60, el creador de Lost ha logrado ofrecer sólidas apuestas de ciencia ficción capaces de encontrar afinidad de parte del público fanático de la versión original así como de aquellos que no conocieron a Spock y a Kirk hasta recién en el 2009. Dentro de un género al que ha ayudado a instalar una vez más –desde la pantalla chica con su revolucionario programa, así como en el cine con la primera parte de esta saga o Super 8-, En la Oscuridad: Star Trek tiene la llave del éxito en su mezcla de acción y aventuras intergalácticas que en ningún momento abruma –a pesar de sus 132 minutos que no pesan-, sino que se desenvuelve como una progresión natural que no pierde el ritmo en un perfecto balance con sus elementos dramáticos. Para ser justos con la verdad, Into Darkness se percibe en varios aspectos como una repetición de la fórmula de la primera. Más allá de lo anecdótico de los lens flares de Abrams que ya son su marca registrada, hay puntos argumentales de contacto con la anterior, como son la motivación del villano que busca vengarse, el recurso al Spock de Leonard Nimoy o los problemas con la autoridad de Kirk (Chris Pine) y sus consecuencias a raíz de la intervención del Spock de Zachary Quinto, que llevan a considerar que tras haber abierto con fuerza el campo del Universo en la primera parte –con la destrucción de planetas y la rasgadura misma del tiempo/espacio-, tanto el director como los guionistas Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof eligieron jugar sobre seguro. Esta falta de riesgos es difícil de detectar, no obstante, por la avasallante presencia de John Harrison -un Benedict Cumberbatch brillante-, un personaje intimidante desde lo físico y lo intelectual, impávido, frío como la muerte y de una voz grave capaz de quebrar todo lo que la Flota Estelar representa. El némesis moviliza a los protagonistas de una forma totalmente diferente a la que lo hacía Nero (Eric Bana), que a fin de cuentas era un enemigo formidable pero que no tenía incidencia en las relaciones entre los tripulantes del Enterprise, sino que más bien los ponía a prueba frente a sus superiores. Harrison, por el otro lado, afecta al núcleo de la nave. Le habla a Kirk de la familia y sus valores, se muestra como un espejo del descorazonado Spock y amenaza con romper el vínculo que une al grupo. Por eso esta es una película más centrada en el capitán y su primer oficial a bordo, lo que genera que si bien el resto del equipo tenga su participación, esta sea más bien secundaria. Con su secuela, J.J. Abrams puso el foco en los personajes y en su desarrollo. Hay mucho trabajo en materia de emociones y el vínculo profundo que hace que las remeras rojas, amarillas o celestes sean diferencias mínimas para lo que en realidad es una familia que todavía tiene mucho por recorrer. La oscuridad que el título propone es sincera, real y común a todos. ¿Qué no haría uno por su familia?
Dwayne Johnson demostró en el último tiempo ser un Gatorade humano para las franquicias en agonía. De haber algún proyecto en dificultades para continuar su recorrido en la taquilla, la fórmula mágica parece ser sumar un poco de roca a la mezcla para así obtener un resultado superior al imaginado. Primero llegó el turno de Fast Five, quinta entrada dentro de la serie de películas rápidas y furiosas que, si bien venía en alza luego de una cuarta parte que mejoraba el panorama, ofreció la más lograda de todas y convirtió a la saga Fast & Furious en una de las más destacables opciones de acción disponibles en pantalla grande. Sin llegar a esos niveles, tanto lo que es Journey como también G.I. Joe se vieron beneficiadas con su incorporación en las segundas partes, que abrieron futuros algo más prometedores para propuestas que no tuvieron una fuerte salida en su momento. El hombre formerly known as The Rock tiene un buen timing cómico y ha encontrado el punto justo para que este no se vea opacado por sus músculos, no obstante siempre tiene algún proyecto como Snitch en cartera. Si bien ha logrado combinar acción y humor con mucho éxito, el actor mantiene algunos vehículos para que encabece como este, en los cuales se prioriza lo primero y no hay lugar para lo segundo. Así como lo hacía Faster dos años atrás, con un ritmo que como el título indica era algo mayor, El Infiltrado es una apuesta genérica que no tiene sorpresas, de aquellas que Johnson protagonizaba tiempo atrás -antes de lograr el status que hoy detenta- y que, de no ser por su sola presencia, bien podrían tener un destino directo al formato hogareño. Ric Roman Waugh, doble de riesgo devenido en director, es quien dirige al ex The Rock en lo que es una de sus mejores interpretaciones, sobre todo porque no puede refugiarse en la comedia. Esto se acrecienta, además, por una cuestión de que por decisiones de los realizadores -cabría preguntar por qué elegir a Dwayne Johnson para el papel si no se van a exprimir sus principales cualidades- tampoco puede recurrir a su físico, encerrado más bien dentro de lo que es un padre de familia común y corriente pero con una musculatura fuera de lo normal. Si bien hay buenas interpretaciones -Susan Sarandon más en piloto automático pero bien como la fría fiscal, pero con Barry Pepper y Michael Kenneth Williams llevándose la atención-, no es una película que logre sobresalir de la media. Lo que ocurre es que hay un error de concepto generalizado en torno a la misma, lo cual limita sus posibilidades y la condena a arrastrar un peso negativo de forma constante. La lucha contra el narcotráfico parece ser algo simple, algo que claramente puede hacer cualquier hombre de trabajo que quiera defender a los suyos. Al aceptar esa premisa básica, todo se desarrolla con un nivel de normalidad que es improbable, motivo por el cual no hay espacio para el humor o para espectaculares secuencias de acción, sino solo algunas persecuciones o tiroteos medidos. Si bien sale bien parado de este proyecto, a esta altura Dwayne Johnson está para más y lo sabe.
Desde hace años que la carrera de Pedro Almodóvar se encuentra en un momento álgido, con su perfil como uno de los directores internacionales más reconocidos y con una serie de películas, una mejor que la otra, que confirman su buen pasar. Volver, Los Abrazos Rotos y La Piel que Habito, las tres últimas, han sido proyectos destacables que lo sitúan en lo más alto de la ola, no obstante no es hasta la llegada de Los Amantes Pasajeros que se nota verdaderamente una suerte de techo creativo. Es que no es simplemente otro trabajo del realizador manchego sino que es su primera comedia en más de dos décadas, la cual implicó una fractura total del cobijo dramático bajo el que estaba refugiado para recién abrirse al humor en el cielo. Para hablar de un proyecto similar a nivel género en su filmografía hay que remitirse a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), por lo que una comedia hilarante que tenga el sello del español no es cosa menor. La sonrisa de Tanatos despierta a Eros, la posibilidad de mirar a la muerte a los ojos lleva al punto de ebullición a todo tipo de pasiones entre los tripulantes y los pasajeros de la primera clase –bien se podría plantear alguna cuestión respecto al discreto encanto de la burguesía, aunque posiblemente la decisión tenga que ver con economía de personajes-. El amor, la familia, el engaño, el sexo, el alcohol y las drogas, todo junto se mezcla en la forma de una explosiva Agua de Valencia que puede gustar o no, pero que hará del vuelo una verdadera fiesta. Almodóvar tiene dificultades en abandonar el drama y su humor festivo presenta descensos forzosos en ese terreno. La historia que se desenvuelve entre Guillermo Toledo, desde el avión, con Paz Vega y Blanca Suárez, en tierra, supone un denso banco de niebla en que la película se adentra y que le impide ver el rumbo con claridad. La misma necesita de varios minutos de pantalla para desenvolverse y cada uno de ellos la muestra como un elemento ajeno a la trama, con personajes que parecen creados exclusivamente para esa situación y nada más, solo para agregar un componente trágico a una trama que no lo necesita por desarrollarse en un vuelo con posibilidades de estrellarse. El director parece tener algo que decir y lo hace con sutileza, porque Los Amantes Pasajeros ofrece una suerte de pincelada sobre el panorama español actual. Más allá de la metáfora del avión que se estrella, hay un empresario que estafó a miles de personas e intenta escapar, una mujer de apellido "Boss" (la jefa, una Cecilia Roth medida cuando corresponde y desatada cuando lo necesita) que trabaja de dominatrix y tiene por clientes a los hombres más importantes del país entre los que no se cuenta el Presidente y de forma permanente se espera un contacto de afuera –el control, los que saben y pueden indicar a quienes conducen la nave cómo manejarla- que les diga qué hacer. Para terminar de definir su producción cuenta con un trío de auxiliares de vuelo abiertamente gays interpretados con frescura y mucho picante por los muy buenos actores que son Javier Cámara, Carlos Areces (Balada triste de trompeta) y Raúl Arévalo (También la lluvia), que resultan en lo mejor que la película tiene, así como también con una extravagante Lola Dueñas que nuevamente se repite en cámara. De seguro habrá quienes planteen sus reparos respecto a la forma en que los primeros son interpretados, pero si el foco se va a poner sobre tres sobrecargos hombres en una comedia, la elección es evidentemente correcta, especialmente cuando no dejan de ingerir drogas o alcohol, hablan de sexo en forma constante y van a cantar y bailar I’m so Excited de The Pointer Sisters, en lo que es el punto más brillante de la película.
Tras haberse filmado a comienzos del 2011, finalmente se estrenó Últimas Vacaciones en Familia, ópera prima de Nicolás Teté. Se trata de una película íntima de un realizador joven, que parte de una premisa sólida –la del título, el recuerdo final de un grupo que se desmorona- pero cuyas irregularidades no logran sostenerla durante todo el metraje. Camilo Cuello Vitale y Naiara Awada, los hijos de la pareja, ofrecen el punto de vista sobre la ruptura familiar y la escapada a Villa Merlo como el cierre de su historia unida. Los jóvenes, a quienes ya se pudo ver juntos en Dulce de Leche, salen a regañadientes –o uno, al menos- de su zona de confort y exploran la incertidumbre de sus nuevas realidades: la separación de los padres, la sexualidad y con ello la apertura a un mundo que no es el que conocen. Esta película de coming of age doble, con chicos que se acercan a la madurez y padres que enfrentan los conflictos de la mediana edad, necesita irremediablemente apoyarse en las actuaciones de sus cuatro protagonistas, lo que durante buena parte signa su suerte. Luis Álvarez Moya y Many Díaz, los adultos, dan cuenta de una mayor rigidez que la de los jóvenes a la hora de leer el guión, con actuaciones que no resultan creíbles e impiden generar empatía con sus personajes. La incomodidad del espacio reducido y la necesidad de estar de forma permanente el uno con el otro requiere de una naturalidad en las relaciones que no se encuentra, lo que perfila un panorama desalentador cuando todos los diálogos entre padre e hijo o entre el matrimonio resultan forzados. Últimas Vacaciones en Familia cuenta con un importante nivel de producción que se impone a la falta de presupuesto. El clima opresivo en el hogar veraniego y la falta de respiro de sus personajes –paradójicamente no hay primeros planos, sino que en su mayor parte son abiertos- se contrarresta con un aprovechamiento de las locaciones, trasladándose a lo largo de toda la ciudad puntana pero sin resultar en un panfleto turístico como sí lo fueron otras realizaciones de San Luis Cine. El buen trabajo en materia productiva contrasta con lo dispar que llega a resultar, con un guión que es sobreexplicativo y redundante sin necesidad –la cena en la que los cuatro recuerdan sus aventuras personales no requiere que haya tres memorias que se hagan explícitas cuando una de las mismas no fue filmada, el cierre con los audios en off tampoco- y con ciertas dificultades técnicas, tanto en materia de sonido como en una edición que abusa del montaje de videoclip. Forzosa, esa es la sensación que genera el viaje familiar, tanto para sus integrantes como para el espectador. Teté necesitaba que sus cuatro personajes funcionasen para que la película lo hiciera y, si bien en los jóvenes se puede decir que lo hace, el costado adulto opera en base a lo que no está presente –el padre pendiente de su amante en otra provincia- o a lo falso. Es que Marcela, la madre, propone una realidad paralela en la que su familia está bien y actúa como si nada, un auto-engaño desmedido que provoca un desgaste continuo de lo que es tolerable, lo que deja en evidencia a la producción en general.
Al momento del estreno de The Smurfs en el 2011 planteaba el acotamiento de sus productores en lo que a edad de la audiencia se refería. Dos años después, con un éxito de taquilla suficiente como para disparar dos secuelas, se presenta una segunda parte que no solo vuelve a manifestar las dificultades de su antecesora, sino que además las potencia por tratarse de –para hacer un juego de palabras con el conflicto de Gargamel- una fórmula agotada. Si, Los Pitufos 2 es una película para chicos. Pero con una seguidilla de propuestas internacionales como Monsters University, Despicable Me 2 y Turbo –las cuales compartirán cartelera con los personajes azules-, bien vale preguntarse para chicos de qué edad, dado que si bien puede ser difícil para uno ponerse en la piel de un nene de 10 años, más complicado es hacerlo en la piel de uno que a esa edad pueda disfrutar una propuesta semejante. The Smurfs 2 se encarga de resolver la ecuación en torno a su público fácilmente: lo hace explícito. El bebé Blue ahora es un muchachito de unos pocos años interpretado por Jacob Tremblay, un personaje cuya única función es venir a completar el cuadro de hombre de familia para el Patrick de Neil Patrick Harris. Sus intervenciones son ocasionales, de hecho es quien menos tiene para ofrecer, y se limita a exclamar de forma permanente los nombres de los Pitufos o de sus progenitores. El nene en pantalla es el nene de la sala de cine, el que grita a sus figuras favoritas, aquel que me causaba gracia a mis 9 años -y aún lo hace si me acuerdo de la situación- cuando alentaba a lo largo de todo Space Jam a Bugs Bunny o al Pato Lucas. Los Pitufos 2 carece de ideas y, como cualquier película reciente que aspira al humor sin recursos para hacerlo, se recuesta en la actualidad. Si la primera recurría a Tom Colicchio y a Tim Gunn como un guiño inútil, esta se sostiene en lo que es el pilar de la mediocridad y el conformismo total: los chistes sobre tecnología por el solo hecho de ser novedosa. Así, Gargamel descubre la pantalla táctil de su Tablet de Sony –bien destacada la marca no sea cosa de que alguien piense que es un iPad-, Azrael tiene Facebook y la dupla malévola se hace famosa viralizándose en Youtube. Este "hallazgo" en materia de comedia es acompañado de forzados juegos de palabras que nunca funcionan, condenando al espectador a que por cada "Get a shroom" ("Consíganse un cuarto/hongo") –es decir un uso de ingenio- haya una innumerable cantidad de "Oh, mi Pitufo", "Santo Pitufo" y demás variantes desprovistas de esfuerzo. Desde el comienzo, The Smurfs 2 se aleja de la tierra mágica en donde los Pitufos viven y se traslada a Francia. Se acota en un grupo reducido de hombrecitos azules y no los deja respirar, básicamente incurre con los personajes animados en los mismos malos manejos que con los de carne y hueso. Los limita a un maniqueísmo perpetuo, con figuras limitadas únicamente a repetir una gracia que está agotada desde hace una película atrás. La incorporación de Brendan Gleeson –a quien siempre es bueno ver, aún en un papel ridículo como este- ayuda a dar un sentido o al menos un conflicto de moderado interés respecto a la familia Winslow, no obstante es un ejemplo de lo peor que hace la franquicia con las creaciones de Peyo. Sucede que el director Raja Gosnell no sabe manejar los recursos que tiene en su poder, algo que su pobre filmografía indica muy bien. Es así que puede ofrecer el único momento verdaderamente logrado de la película con un viaje en cigüeña que pone de manifiesto cierto progreso técnico, pero no sin antes entregar una escena de confusión y destrozos varios en una confitería parisina, secuencia calcada de aquella de la juguetería en la anterior sólo que con cambio de locación. Hank Azaria y Neil Patrick Harris podrían hacer estallar al público de risa, sobre todo el segundo con su probada capacidad para la comedia en general y la física en particular, los musicales y con el reconocimiento generalizado -y tardío- que hoy disfruta como artista. NPH no va a cantar, no va a bailar, su función es la de cargar con el grupo de Pitufos en una bolsa a la espera de poder ayudarlos a prevenir una situación que, a fin de cuentas, no era importante. ¿Por qué? Porque es lo que pasa cuando hay un equipo de cinco guionistas que trabaja a diez manos sobre una historia básica, infantil y que confunde la unidimensionalidad de sus personajes con definición. ¡Qué pitufeada!
Como si de la propia película se tratase, Turbo llega a los cines argentinos como el underdog. Aquel término, que no tiene una traducción literal, hace referencia al que corre con desventaja, al competidor improbable, más propenso a hacerse con el cariño del público antes que de los laureles en el deporte. Las veteranas franquicias representadas por Monsters University y Despicable Me 2 largaron tiempo atrás y se convirtieron en los elegidos de la audiencia, Metegol juega de visitante y su rotundo éxito en la venta de entradas significa el relegamiento del caracol a un cuarto lugar que merecía por ser la criatura más lenta y la producción menos instalada, pero cuya calidad final la hace merecedora del combate por la gloria. Turbo no es un hito de la animación, ni en su calidad técnica ni en sus valores cinematográficos. Es un piloto más, uno de los 19 cuyos nombres no figuran entre los tres que subieron al podio y festejaron con champagne. Es, no obstante, un competidor digno. No cualquiera puede subirse a uno de estos vehículos y aspirar a correr igual que los grandes. Se trata de una película que no ofrece nada novedoso al género, pero que se guarda algunas maniobras espectaculares. Divierte y lo hace bien, de hecho en ocasiones es sumamente graciosa. Se puede ver cierto parecido con Antz. Más allá de la estructura obrera de la comunidad de moluscos, bien puede pensarse en la época en que DreamWorks respondió con sus hormigas a A Bug's Life, tratándose en este caso de una variante al universo de Cars. Aún siendo ese el caso, David Soren conduce su película con soltura. Su problema puede ser la caída permanente en lugares comunes, pero compensa con mucho corazón, con una historia de pequeños gigantes, de héroes imposibles, de aquellos que Robert D. Siegel, uno de sus guionistas, conoce bien como uno de los autores de The Wrestler. Ofrece una importante cuota de humor y la necesaria emoción -sobre todo en el final- que una propuesta así requiere. Incurre en cuanto cliché puede, pero de repente llega un cuervo, se lleva a un caracol de la formación y nadie reacciona, excepto el público que se ríe, sobre todo con la repetición. Habla sobre la familia, especialmente la relación entre hermanos, y supone cierta novedad frente a la gran cantidad de propuestas dedicadas, cada vez más, a ese tópico fantástico que es la amistad. La principal pérdida tiene que ver, una vez más, con la gran cantidad de figuras que aportan sus voces y se esfuman en el doblaje. Turbo puede no ser el mejor competidor en la carrera, pero con su tiempo en pantalla justifica su visionado con risas y pasión. Logra transmitir lo segundo al espectador, que vibra con su velocidad en constante aumento. Crece de forma permanente, desde bien abajo hasta la gloria en pantalla. El típico underdog. Y pocas cosas se disfrutan más que un héroe proletario.
Despicable Me 2 es, ante todo, víctima de un error de criterio o de una lectura parcial de su público. A las claras, los personajes que más han resaltado desde la llegada al cine de la película original en el 2010 han sido los minions, motivo por el cual tendrán su propio spin-off a partir del 2014, con una producción enteramente dedicada a ellos y a sus orígenes. Al ser algunas de las criaturas animadas más reconocibles del último tiempo, Chris Renaud y Pierre Coffin, los directores de la primera, han decidido dejar en sus manos la totalidad de la secuela, lo que provoca su mayor limitación. A falta de mejores ejemplos y con la abismal diferencia que separa a una de la otra, Mi Villano Favorito 2 sufre de aquello que complicaba a The Hangover Part II y a sus detractores. Si la película es en extremo divertida, ¿por qué criticarla? No es fácil emprenderla en contra de estos adorables personajes amarillos, principalmente porque todo lo que hacen es gracioso, el problema es que han excedido su propia premisa y, en ese sentido, ya no coexisten dentro de este universo. Los minions no eran Despicable Me, sino una parte dentro de un todo en el que lo central era la relación de Gru con las niñas y su consecuente alejamiento de los motivos malignos. Ellos eran obreros a las órdenes de un amo protagonista, no los personajes centrales de la historia, algo que tanto la dupla de realizadores como los guionistas de la primera –Ken Daurio y Cinco Paul-, perdieron de vista. Despicable Me 2 divierte y lo hace bien. Más allá de que no se pueden oír las voces de Steve Carell y Kristen Wiig –peor aún hubiera sido si Al Pacino continuase a bordo-, el arte se impone para ofrecer una efectiva propuesta animada dentro de un nicho que cada vez se vuelve más exigente. Ágil, dinámica, con buenas secuencias de acción –la apertura es sublime-, una efectiva musicalización a cargo de Pharell Williams y con una paleta que explota en pantalla cada color del espectro, es una película original que tiene la rara cualidad de ser graciosa cada vez que lo busca. Con tantas cosas a su favor, el gran problema no es el enfocarse en los minions, que como se dijo dan en el clavo en cada oportunidad, sino el hacer a un lado al resto de los personajes para ello. A excepción de un romance para Margo que la hace resaltar, las tres niñas brillan por su ausencia si se considera que encabezaron la primera, con una Edith que prácticamente no tiene voz y con un aprovechamiento parcial de la fantástica Agnes –esa suerte de Boo de Monsters, Inc. pero con plena conciencia de todo lo que pasa a su alrededor-, que si bien logra descostillar de la risa o emocionar con un solo parpadeo, tiene algunas participaciones ocasionales. Lo más notorio del cambio de enfoque se evidencia en la figura de Gru, quien tampoco termina de ser lo central de la película que se refiere a él en su título. La primera apelaba a su humanidad e instintos paternos, esta le encuentra la vuelta para girar en torno a otras cuestiones del corazón y así darle un tinte romántico. Lamentablemente su historia de amor con la alocada Lucy Wilde no termina de cerrar, porque el propio Gru acaba convertido en un secundario de su propio film. Despicable Me 2 trae risas, acción y más del doble de minions que necesitaba, no solo a causa de que tienen su propio proyecto en marcha, sino porque para hacerlo tiene que renunciar al desarrollo del resto de sus personajes.
Rancho Carne Bellas Pitch Perfect tiene la misma premisa que Bring it On y no hay que ser ningún conocedor del tema para darse cuenta. Grandes similitudes se pueden encontrar a lo largo de su metraje, desde cuestiones básicas como el acercamiento a restringidas tribus universitarias y la dinámica de los personajes de Anna Kendrick y Brittany Snow con los de Eliza Dushku y Kirsten Dunst, hasta detalles como el diseño de las coreografías, la interacción con los excéntricos secundarios, el pase de antorcha generacional y la competencia contra el otro "diferente". Sin embargo, en este caso, compartir una fórmula no limita de ninguna manera a la primera ni la condena a ser una mera repetición. El por qué Pitch Perfect es una de las mejores comedias del último tiempo y no una fallida secuela directo a DVD –Bring it On ya tuvo cuatro-, se debe a la gran cantidad de talento tanto delante –especialmente delante- como detrás de cámara. Jason Moore, quien debuta en la dirección luego de haber pasado años en Broadway, y Kay Cannon, productora y guionista de aquella genialidad que el tiempo extinguió llamada 30 Rock, son quienes dan el salto a la pantalla grande con esta adaptación de la novela de Mickey Rapkin, una crónica detallada, honesta y cómplice del mundo del canto a capella. Dinámica, ácida, totalmente creíble, con una banda sonora de lujo y marcadamente autoconsciente –"literalmente hemos estado aquí todo el tiempo" en boca de una de las chicas que prácticamente ni apareció es una línea perfecta-, tiene la fortaleza de tener en el elenco a un aceitado grupo de jóvenes que funciona bien en lo individual pero, como debe ser, lo hace aún mejor en conjunto. Por ser los más extrovertidos, Rebel Wilson y Adam DeVine son quienes más se destacan, lo que no genera más que una demanda de mayor cantidad de interacciones entre ambos que lamentablemente no llegarán. Para duplas están muy bien Elizabeth Banks y John Michael Higgins –quien ya cantaba a capella en The Break-Up, película casualmente dirigida por el realizador de aquella de las porristas, Peyton Reed-, pero eso no significa que no puedan lucirse la ascendente Kendrick o Skylar Astin, que fue muy opacado por Miles Teller en 21 & Over. El grupo tiene el timing justo y prácticamente cada chiste funciona, cosa de que si hay algún miembro débil en la manada –la oriental que habla bajo y es medio psicópata se gasta rápido-, se lo refuerza con las voces de los acompañantes para lograr que todo suene bien. Ya se ha empezado a planificar una secuela y, de no tener a todos los involucrados delante de cámaras, probablemente tenga la misma suerte que las Bring it On que siguieron a la primera. Por lo pronto Pitch Perfect, igual que la original de aquella franquicia, tiene destino de culto.