Es factible que más de uno haya sentido desconcierto ante los ahora lejanos adelantos que Hugo ofrecía, ya que más allá de ser un film en 3D basado en una novela infantil, es una película de Martin Scorsese, y como tal supone un marcado volantazo en su filmografía. Cuando las primeras imágenes nos adentren al maravilloso mundo de Hugo Cabret, esa incertidumbre inicial hará paso al más puro asombro, al de los ojos frescos, al de los niños ante la magia, al de los espectadores de fines del siglo XIX ante otros magos, los Lumière y Méliès. El buen Marty propone así dos viajes, uno para su joven protagonista, una expedición de reconocimiento (hay cierto parecido con Extremely Loud & Incredibly Close) cuya principal intención es la del añorado contacto paterno, el otro, el más memorable, para toda la audiencia. Scorsese pilotea el cohete cinematográfico que transporta al público 110 años atrás en un viaje hacia la cara más conocida de la Luna, aquella que papa Georges marcó a fuego en la historia del séptimo arte. Ilusionista como aquel que homenajea, disfraza con un sencillo (enfatizando lo de sencillo) cuento de niños, una de las mayores reverencias al cine. Méliès toma el control de la película como lo hubiera hecho un siglo atrás, y así decorados, disfraces y máquinas son desplegados delante de cámara, reviviendo aquella magia hoy centenaria. El deleite visual que Scorsese propone, un 3D utilizado con maestría (los grandes, como él y Herzog saben aprovecharlo) y una estética steampunk muy lograda, es solo superado por su sentido respeto al trabajo del francés, ante el cual no duda en hacerse a un costado a la hora de recuperar sus obras. Como esas partículas de polvo o copos de nieve que bañan la estación de trenes, la magia del cine acaba por imbuir la totalidad del film. Barrer la superficie para hallar el simple relato infantil que Hugo cuenta, es ignorar que esta se hace presente en cada fotograma de esta maravillosa obra. Si la duda original era el por qué Scorsese llevó adelante una realización así, la respuesta es de una claridad absoluta al finalizar su metraje: porque solo un verdadero conocedor, un apasionado por el arte y un amante del cine podía hacerlo así.
The Descendants es una película coherente con la trayectoria del realizador Alexander Payne, uno de los mayores exponentes del cine tragicómico actual. Sin estar a la altura de dos grandes películas de este director, a las cuales tengo mucho aprecio, como son Election y Sideways, logra resultar en una correcta mezcla de drama y humor como las que él acostumbra. George Clooney lidera en gran forma un elenco de actuaciones notables, destacándose también los ignotos Shailene Woodley, como su hija mayor, y Nick Krause, como el amigo de esta, con quienes formará un trío sostenido en la pena y en la búsqueda de un futuro mejor a un presente doloroso. Payne sitúa su infierno familiar en el paraíso terrenal por excelencia, Hawai. Matt King lo sabe y reflexiona sobre ello con su voz en off, asegurando que sus amigos creen que porque vive allí es inmune a la angustia, del mismo modo que todos lo hacemos. El sitio que es sinónimo de vacaciones ideales, relajamiento, paz y armonía, es aquí desacralizado hasta el sentido más primigenio de sus habitantes, el hogar. Allí se habla, como en cualquier lugar, de infidelidades, matrimonios en conflicto, rehabilitación y estados comatosos, aunque se lo haga en bermudas, ojotas y camisas floreadas. The Descendants se dirime entre las dos grandes obligaciones del personaje de Clooney, la recomposición de su golpeada familia y, el aspecto más fallido de la producción, la decisión de vender o no las últimas parcelas de tierra virgen heredadas por su familia tiempo atrás. Si, esto segundo hará posible la participación de Beau Bridges, a quien siempre es bueno ver, pero también dará vía libre para que el film de algunas vueltas sobre sí mismo, demorando la llegada a conclusiones y restando fuerza a la búsqueda de un cierre para con su quebrado matrimonio.
J. Edgar es una exhaustiva revisión de la vida de uno de los personajes más poderosos, controvertidos y enigmáticos de la historia norteamericana. De igual modo que lo hizo The Iron Lady (se estrenaron con solo semanas de diferencia), supone un repaso por los aspectos más destacados de su carrera política y su historia personal, contados en primera persona por un Hoover ya mayor que busca limpiar su nombre con una autobiografía completa. Un muy logrado clima de época, notables actuaciones de intérpretes como Leonardo Di Caprio y Judi Dench, así como una narrativa que excede (a diferencia del otro arriba mencionado) lo anecdotario o las simples viñetas, señalan la importancia de un realizador como Clint Eastwood en la silla de director a la hora de conducir un biopic. El film no obstante sufre de una serie de cuestiones que lo ubican muy por debajo de la obra que pudo haber sido. Sin una verdadera toma de postura, si bien hay críticas, estas no son duras y pervive la noción de que se hizo lo necesario, la aproximación a la vida de Hoover es ciertamente ambigua. Este aspecto, algo útil dentro de lo político, hace agua en el marco de su privacidad, resultando en una trunca historia de amor con Clyde Tolson (Armie Hammer), una relación carente de naturalidad que en todo momento se ve forzada. A esto debe sumarse el maquillaje pobre que despliega la producción, seguramente lo más criticable del film de Eastwood, dado que constituye uno de sus caballos de batalla y, como tal, es fallido. Hacer que sus jóvenes protagonistas interpreten sus papeles de viejos es un grave error del experimentado realizador, las máscaras no están a la altura de las circunstancias y en ningún momento se las logra pasar por alto. De esta forma, la relación entre Di Caprio y Hammer, que ya se aplicaba con mucha presión, adquiere un tono que bordea el ridículo cuando estos están caracterizados en sus 70 años. Así, el importante departamento encargado de maquillar los rostros de los actores, no logra enmascarar la real carencia de J. Edgar, la falta de drama.
Con solo dos películas en su haber, Tarsem Singh se ha hecho acreedor de un estilo propio que impregna cada uno de sus trabajos, algo que ya evidencian los adelantos de su próximo film, Mirror, Mirror. Es esta marca registrada lo que pondrá la diferencia en Immortals un producto que le debe mucho a su antecedente más directo, 300. En ese sentido, el alto impacto visual de The Fall se hará presente en todo momento en esta nueva mirada sobre la mitología griega. Sin embargo, para ser un director que toma sus riesgos a la hora de filmar, en más de una oportunidad abandona sus ideas en pos de un proyecto dentro de los cánones de la industria, haciéndole el juego desde el título con el 3D y entregando secuencias similares a las de Zack Snyder, eso si, sin abusar del slow motion, dotando de buen ritmo cada combate de Teseo. Con esto quedará claro que, si bien el realizador indio siempre aporta lo suyo, el resultado final tiene muchas deudas para con el de los espartanos. Más allá de todo, cabe resaltar el buen trabajo del ahora muy vigente Mickey Rourke. Mientras todavía sigan existiendo villanos con deformidades, que justifiquen cicatrices o una espesa barba, allí estará él, uno de los mayores guerreros que el cine tiene para ofrecernos.
Ambientada durante las primarias de Iowa en la carrera presidencial, sigue a un joven vocero que cae presa de las maniobras políticas, las manipulaciones de los agentes veteranos y de la seducción de una joven interna. The Ides of March es la cuarta película de George Clooney, oportunidad del actor de volver a presentarse ante la industria como un muy buen director tras haberse auto-tacleado con la olvidable Leatherheads. La historia, que tiende a repetirse, lo encuentra seis años después en una situación similar a la del 2005 con el tándem Good Night, Good Luck / Syriana por un lado, mientras que esta y The Descendants por el otro. Salvando las distancias con su excelente segundo film, con quien comparte guionista, en esta oportunidad entrega nuevamente un trabajo que se mueve entre las filas de la prensa y la política, con la mirada puesta no en el Hombre que es portada de la revista Time, sino en aquellos que le preparan la campaña que lo llevan donde está. Durante buena parte de su desarrollo, el film fluye con total naturalidad, con muy buen manejo de los climas electorales y, especialmente, con notables actuaciones de sus protagonistas. Clooney sabe elegir a aquellos que lo rodean y erige tres pilares de su historia en figuras que sabe tienen qué aportar a la película, como Ryan Gosling (cuya carrera a esta altura parece no tener techo), Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti. "¡Cuídate de los idus de marzo!". En el momento en que The Ides of March plantea su conflicto esta empieza a perder la fuerza inicial, especialmente cuando se pinta de colores primarios. Así, la mirada alentadora que el realizador y sus personajes tienen de la política se vuelve, en un exceso de velocidad, cínica y desencantada. Estas resoluciones apresuradas contrastan con el cuidado desarrollo, en el que se ponen de manifiesto valores como la integridad y la lealtad, eligiendo destacar una verdad de Perogrullo, que "todos los políticos son iguales".
Un grupo de jóvenes trabajadores descubre que ha caído en las redes de un empresario muy poderoso que elaboró un plan para estafarlos. Para vengarse, planean saquear su lujosa residencia. La crisis económica, que atraviesa la vida de millones a lo largo de todo el mundo, abre una serie de posibilidades para la comedia que en cine aún están por florecer. Si bien títulos como Larry Crowne, y en bastante menor medida Bridesmaids o Horrible Bosses, tocan este tema evidentemente delicado, todo indica que en verdad se prefiere mirar hacia otro lado y pretender que la realidad no es tal. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx sostiene que la historia se vive dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa. Tower Heist recupera así la figura del infame Bernie Madoff, aquí Arthur Shaw, y le brinda a un grupo de empleados estafados la posibilidad de recuperar aquello que les pertenece, con una comedia similar a las de los '80, pero inscripta en la época actual de los Ocean's de Soderbergh o de las Rush Hour del propio Brett Ratner. El principal logro de la propuesta reside no solo en el importante grupo de nombres que logra ensamblar, sino en hacer que funcionen como conjunto. Seguramente Robo en las alturas quedará en el recuerdo como una película digna de Eddie Murphy tras una década para el olvido. La verdad es que otros como Matthew Broderick y Téa Leoni, con films cada vez más espaciados y de menor calidad, también se ven beneficiados con una exposición de mayores luces. Para tratarse de una apuesta que no teme hiperbolizarse hasta el absurdo a la hora de llevar a cabo el ya mencionado asalto, es bastante moderada en lo que a sus dosis de humor respecta. Del mismo modo se puede hablar del ritmo a la hora de la esperada venganza de los trabajadores, secuencias que no brillan por su originalidad y en las que se manifiesta el trabajo relajado con que Ratner acaba conduciendo sus proyectos. Más allá de que recupere a glorias pasadas y las ponga palmo a palmo con uno de los grandes de la actualidad como es Ben Stiller (quien a excepción de Greenberg tampoco viene ocupándose de buenas comedias), la sensación que persiste es la de que se pudo haber explotado más el potencial de algunos actores hambrientos de éxitos ochenteros.
The Girl with the Dragon Tattoo no es una remake, es una adaptación de la novela sueca de Stieg Larsson, independiente de la versión de Niels Arden Oplev. Desde luego hay voces en contra, hoy en día palabras como reboot o remake llevan a fruncir el entrecejo, no obstante si había un libro que necesitaba una segunda revisión, ese era este. El poder de una gran historia ha generado a nivel mundial la errada impresión de que Män som hatar kvinnor (Los hombres que no amaban a las mujeres) es una excelente película, cuando en realidad es una producción mediocre cargada de desaciertos. Las pasiones que despierta son entendibles, sin embargo estas corresponden más bien al testamento literario del autor de Millenium que al valor fílmico de aquella realización. En ese sentido la versión norteamericana es válida, especialmente cuando un director de la talla de David Fincher se encarga del proyecto. Así, el resultado que se entrega es una notable adaptación que, mal que les pese, es más fiel a la novela que la versión sueca (sin contar el dudoso cambio de final con el que se despacha, en parte, este argumento) y es portadora de un valor cinematográfico más importante que el que la trilogía europea jamás podrá conseguir. "¿Diferente en qué sentido?" "En todo sentido". El mismo film que nos ocupa plantea en dos líneas la relación con su antecesora del 2009. Esa es la clave para entender lo que un director sólido y de trayectoria coherente, como es Fincher, puede aportar a la mezcla. Mismos personajes, misma historia, pero un resultado completamente distinto. Desde los impactantes créditos iniciales, gran introducción a la trilogía a cargo de Tim Miller, se percibe un trabajo cuidado, realizado con un conocimiento notable del tema que se trata, pero sin traicionar ni un poco el estilo de un realizador hecho a la medida. El prejuicio del origen (una película hecha en Hollywood) no tiene cabida en un trabajo completamente apartado del canon de la industria. Los esperables pruritos a la hora de encarar esta novela no están presentes, y a Fincher no le tiembla el pulso a la hora de filmar violación, tortura, desnudos y sexo, aquello que sonroja a los estudios y explica el éxito de la sueca. Con excelente fotografía, bellos oscuros y sepias, el director de Se7en se carga una tarea tan difícil como improbable: ser respetuoso y exhaustivo con el papel, sin perder de vista el ritmo que una película debe tener. Aquí se rastrea el gran guión de Steven Zaillian, quien ofrece ese dinamismo que Aaron Sorkin supo entregar en The Social Network y que tanta falta hacía en la soporífera versión europea. A esto se deben sumar las buenas actuaciones del elenco en general, elecciones apropiadas para lo que el libro exige, destacando a una jugada Rooney Mara, quien no hace agua a la hora de la comparación con Noomi Rapace. En lo que es una arriesgada jugada, sobre todo por la fidelidad con que se lleva a cabo esta adaptación, Zaillian y Fincher operan un cambio importante sobre el final de la novela. Habrá aquellos que sientan indignación ante tal atrevimiento, una adaptación no es una reescritura, que evidentemente es en favor del valor cinematográfico de la obra, aspecto que los realizadores en ningún momento descuidan. Las calles de Hedestad pueden estar repletas de personajes que hablan en inglés con acento sueco, digamos que otros ni se esforzarían en el detalle, puede ser que la conclusión no provenga de la pluma de Stieg Larsson. Lo que es indudable es que The Girl with the Dragon Tattoo le hace honor a estos grandes personajes y a esta gran historia de la mejor forma en que Fincher lo sabe hacer: con una gran película.
Ninguna crítica estaría completa sin volver a destacar la originalidad de la campaña de marketing de Los Muppets, primer caballo de batalla que daba cuenta que el regreso de las creaciones de Jim Henson era en serio. Cuando la mayoría solo busca cumplir, los realizadores estiraron ambas manos para abrazar el mundo de posibilidades que estos personajes son capaces de ofrecer. Así, la movida publicitaria más inteligente, divertida y creativa del año ubicó la barra demasiado alto como para que el resultado pudiera cumplir las expectativas. Por supuesto el trabajo no termina ahí, si así lo fuera, y parafraseando a Amy Adams, sería una película muy corta. Y como este no es el caso, hay 103 minutos de pura fiesta por delante, un film colorido y refrescante en el que todos se lucen, hombre o muppet. Los Muppets son música y, como no podría ser de otra forma, esta ocupa un lugar de predominio en este proyecto. Las canciones, no obstante, no son las típicas agradables y descartables que acompañan a una película infantil, son verdaderas composiciones totalmente integradas al desarrollo, cargadas de contenido y, sobre todo, disfrutables por fuera de las imágenes. Life's a happy song, Man or Muppet, grandes creaciones de Bret McKenzie cuyo involucramiento es fundamental, al igual que Pictures in my head son claros ejemplos de esta intención de trascender. Y de esta forma, en caso de que efectivamente esto sea todo para dar un último show, todos se aseguran de que este sea inolvidable. En este punto es necesario destacar a la dupla que hizo todo posible, Nicolas Stoller y el genial Jason Segel. Tras haber trabajado juntos en la muy buena Forgetting Sarah Marshall, ambos acercaron a Disney la idea de una última película sobre estos personajes, la anterior es del '99, planteo que elaboraron desde el inicio. Desde algún tiempo atrás la industria viene reconociendo, en forma tardía como siempre, la capacidad de Segel para el humor, algo que queda de manifiesto por su participación, con la excepción de Gulliver’s travels, en los mejores exponentes de la comedia en los últimos años. The Muppets es un film que atraviesa a todas las generaciones por igual, a los niños que se ríen de una marioneta que habla, a los adultos que entienden lo que esta está diciendo, a aquellos que crecieron junto a ellos, a los que disfrutaron de los Muppet Babies o a los que nunca los vieron. Es también una cadena interminable de aciertos que van desde el enorme papel de Chris Cooper con sus maniacal laughs para la historia (¡es genial ser él!) hasta la involuntaria dupla cómica en la que Jack Black se ve envuelto, pasando por más de una hora y media del mejor humor, que si bien está actualizado no pierde ni la magia ni las raíces de estos encantadores personajes. Es que a decir verdad, la vida es una canción feliz, pero lo es más aún si son los Muppets los que la cantan.
The League of Extraordinary Gentlemen no será recordada como una gran película, de hecho más de uno ya la debe haber olvidado junto con su guionista y su realizador, quienes no volvieron a trabajar desde su estreno en el 2003. Ese film no obstante es el antecedente más claro del Sherlock Holmes de Guy Ritchie que, más allá de emplear a personajes literarios y compartir al villano, también es cultor de una estética steampunk similar que inunda la pantalla y se ha convertido en marca registrada. Máquinas a vapor, engranajes metálicos, vestuarios y armamentos de época, todo como parte de un estilo victoriano único que se presentaba en la primera parte pero que explota en Sherlock Holmes: A Game of Shadows. Esta secuela padece de una suerte de efecto hangover, es decir, si la cosa funciona, para qué cambiarla. Si bien no se llega al extremo de calcar la anterior, son muchos los latiguillos y secuencias que tienden a repetirse. Por otro lado, aquello que fue válido una vez, no es garantía de efectividad en un segundo intento. Con esto trato de señalar que el "combate inteligente" del que hace gala el detective más famoso, anticipando cada movimiento y ganando antes de lanzar el primer puñetazo, ya no es una novedad y solo resta dinamismo a una película que de por sí es demasiado dialogada y sobreexplicada. Jared Harris, en el rol de Moriarty, llena a la perfección el obligado vacío dejado por Lord Blackwood. El ajedrez mental que juega junto a Holmes se toma, sin embargo, bastante tiempo más del necesario para alcanzar las proporciones que uno esperaría conociendo el historial de ambos personajes. Es promediando el final que esto mejora notablemente, cuando la película asume una identidad propia. Allí el ajedrez se torna literal y, antes de ir a lo físico, se da paso al primer duelo intelectual que tiene real sentido dentro de la saga. A la falta de riesgo en torno a la realización se suman nuevamente esas resoluciones que no convencen, esta vez gracias a los guionistas Kieran y Michele Mulroney, que parecen más bien favorables a la confusión. Con sus fallas técnicas, el film sigue funcionando porque comparte los mecanismos del anterior, con una gran dupla como es la de Robert Downey Jr. y Jude Law, acompañados de logados roles secundarios, como el ya mencionado némesis y el genial Stephen Fry.
Si, The Darkest Hour no es una buena película. Sus enormes falencias la han convertido en el blanco unánime de críticas muy duras en los Estados Unidos, algo que se puede cuestionar considerando la calidad de ciertos productos que llegan a la gran pantalla y vuelan debajo del radar. Cabría preguntarse cuánto de las malas reseñas corresponden al film en sí y cuánto al hecho de que no se hicieron funciones privadas para los críticos norteamericanos, pero eso es tema para otra nota. Seguramente el ensañamiento no esté del todo justificado aunque, a decir verdad, el trabajo de Chris Gorak es merecedor de muchas valoraciones negativas. "Oh, shit!". El guión de Jon Spaiths brilla por su ausencia, algo que, por ejemplo, evidencia la innumerable cantidad de veces que los protagonistas emplean la interjección que inaugura este párrafo. El film, cuyo mayor esfuerzo de originalidad reside solo en situarse en Moscú, sufre mucho de aquello que afectaba a otra película de temática similar, y también de resultado inferior, Vanishing on 7th Street. Esto es: personajes totalmente prescindibles, incapaces de generar empatía alguna, envueltos en un ataque hacia la humanidad cuyas reglas se cambian a gusto. Aquí las buenas intenciones de actores como Emile Hirsch, Max Minghella y Olivia Thirlby, quienes suelen desempeñarse en forma correcta aún cuando el proyecto sea pobre, no alcanzan. Mientras que el planteo trata de mostrar cierta frialdad, esa apreciable idea de "cualquiera puede morir en cualquier momento", el desarrollo en general y los diálogos en particular, rebosantes de patriotismo y solemnidad, tienden a nivelar hacia abajo. Y hasta allí llega otro film más en el que un improbable grupo de supervivientes se convierte en la única esperanza de salvar a un planeta al borde de la extinción. Y si bien el chivo reza ???????? ????, la estructura delata un Starbucks ruso, y no importa como quieran disfrazarlo, el producto prefabricado sabe igual en todos lados.