Para los fanáticos de la acción Si el género de acción no le mueve ni un pelo y la violencia extrema y estilizada al modo de los films realizados en Hong Kong y los videojuegos más crudos le da rechazó, entonces John Wick 2: un nuevo día para matar, no es para usted. En cambio, si la perspectiva de ver a Keanu Reeves repartiendo patadas, piñas, puñaladas y balas lo entusiasma, ésta es su película. Como ya sucedía en la primera parte de la saga del asesino a sueldo con corazón de oro y puntería infalible que interpreta Reeves, aquí los caídos a su paso se acumulan y las escenas de acción demuestran la habilidad del director, Chad Stahelskium, con el género. Experto doble de riesgo durante años -lo fue de Reeves en la trilogía Matrix-, el realizador consigue que las batallas campales que pone en escena se comprendan y sean tan entretenidas como fáciles de seguir, algo que sucede poco en otros exponentes del cine de acción actual. Claro que más allá de las numerosas peleas y el fantasioso submundo mafioso creado por el guionista Derek Kolstad el mayor hallazgo de esta secuela son sus pinceladas humorísticas aportadas por apariciones breves pero significativas de Peter Stormare como un mafioso asustado del "cuco" Wick, Laurence Fishburne en el papel del rey sin corona del bajo mundo neoyorquino, Peter Serafinowicz como un peculiar sommellier e Ian McShane repitiendo su interpretación como Winston, juez y verdugo del universo criminal en el que habita el letal Wick.
Confusa e inverosímil posesión Con intensidad forzada y una curiosa elección de susurrar casi todos sus diálogos, Aaron Eckhart interpreta a un hombre que quedó postrado tras un accidente y se dedica a "entrar" en la mente de personas poseídas para ayudarlos a echar a los espíritus que los tienen como rehenes. Si todo esto suena confuso es porque el guión de La reencarnación lo es. Las explicaciones pseudocientíficas de la técnica que utiliza Ember; la participación del Vaticano -representado por una joven latina- en uno de estos experimentos, y las cansadoras vueltas de tuerca finales enredan aún más una narración que está condenada desde el principio.
Film evocativo y diferente Inspirado por la ópera El castillo deBarba Azul, de Béla Bartók, Solnicki creó un film que, aunque se trate de una ficción, parece una continuación creativa y emotiva de su documental Papirosen, centrado en algunos integrantes de su propia familia. Aquí el sentido de intimidad y pertenencia continúa y hasta se profundiza, no sólo porque ciertos personajes vuelven a ser parte de la familia del realizador sino también por su profunda mirada a un ambiente y a sus criaturas. Todo comienza con evocativas secuencias de un complejo vacacional en Punta del Este, en el que la agudeza de Solnicki sobre detalles repletos de drama y su peculiar humor se combinan con la prodigiosa dirección de fotografía de Diego Poler y Fernando Lockett. Entre los tres fabrican un cuadro tan complejo como bello en el que los personajes existen entre actividades ociosas y una abulia que insinúa aquello que se esconde bajo la superficie. El final de la niñez, el comienzo de la adolescencia y una juventud repleta de asordinadas incertidumbres. No dicen mucho los personajes de Solnicki pero de todos modos el director se las ingenia para comunicar su desazón especialmente cuando se trata de Lara (Lara Tarlowski) y Laila (Laila Maltz), aisladas y al mismo tiempo parte de su privilegiado ambiente. Los planos de la introspectiva Laila en busca de su lugar en el mundo hablan del trabajo de un realizador distinto que encuentra desesperación y humor en los lugares menos pensados.
Historia de amor inverosímil Parecía que no había límite. Que Jennifer Lawrence podía brillar en cualquier papel. Sin embargo, para la actriz, el límite resultó ser el espacio. O el espacio según lo imaginaron el guionista Jon Spaihts y el director Morten Tyldum (El código Enigma). Puestos a realizar un pastiche que combina una historia de ciencia ficción -una nave espacial viaja con miles de pasajeros y tripulantes congelados para sobrevivir los más de 100 años que les llevará llegar a su nuevo planeta- y un relato de amor, los realizadores de Pasajeros equivocaron la trayectoria. En el inicio vemos que un error provoca que una de las cámaras heladas se abra antes de tiempo. Solo en la gigantesca nave, el madrugador Jim (Chris Pratt) intenta de todo para volver a dormirse. Pero nada funciona. Acompañado por Arthur (Michael Sheen), un androide/barman, pasado un año el hombre toma una decisión: si está condenado a vivir y morir en esa nave, mejor pasar el tiempo junto a Aurora (Lawrence), bella durmiente helada que vio de casualidad. Jim se debate entre la necesidad de compañía y el hecho de que para conseguirla deberá condenar a otra persona a su mismo destino. Pero aunque se supone que es el héroe del film, lo hace igual. Lo que sucede una vez que Aurora despierta bien podría ser una película de terror al estilo de El resplandor, en la que un hombre pierde la razón en un ambiente aislado y ataca a sus seres queridos. Sin embargo, los espectadores somos empujados a aceptar que ésta es una historia de amor y son peligros externos que amenazan a la pareja. Ni siquiera la simpatía de Pratt y la presencia siempre brillante de Lawrence son capaces de convencernos.
Más ridículo que divertido Alguien debe haber pensado que alcanzaba con juntar a algunos de los mejores comediantes de hoy para actualizar el escenario poco original pero siempre divertido de una alocada fiesta navideña de una empresa a punto de cerrar sus puertas. Sin embargo, el oficio de Jason Bateman, T. J. Miller, Olivia Munn, Jennifer Aniston y Kate McKinnon, entre otros, no logra salvar a esta película de sus propias deficiencias. Un guión que supone que zafado equivale a procaz y en el que los chistes de inodoro (casi literales) aparecen editados con tan poco cuidado como la lógica interna de la historia. Por momentos, el afán de incluir cierta emoción resulta en una sensiblería cercana al ridículo.
Voces contra la violencia de género Documental en sintonía con el contexto social y con buen timing parar prolongar y sostener la conversación sobre la violencia de género. Cada 30 horas de Alejandra Perdomo, el título que hace referencia a la terrorífica estadística que calcula que en la Argentina se comete un femicidio cada treinta horas, presenta diferentes voces y aspectos de la problemática. Con más aciertos informativos y pedagógicos que cinematográficos, el film cuenta con los testimonios de los padres de muchas de las víctimas como los de Wanda Taddei además de mostrar el trabajo que hacen los equipos de la doctora Eva Giberti en la línea 137 de asistencia a las víctimas de violenca familiar.
Locos de mentes: una pequeña comedia de enredos Este film es al mismo tiempo una comedia absurda y un show para el lucimiento de algunos de los más exitosos y talentosos comediantes de los Estados Unidos. Y si bien cumple su objetivo al presentar a los graciosos Zach Galifianakis , Kristen Wiig , Jason Sudeikis , Kate McKinnon y Leslie Jones, también es cierto que en su afán por resaltar lo ridículo de su historia (un robo a la bóveda de un servicio de camiones blindados) y de sus pueblerinos personajes resulta más un conjunto de sketches que una película. La aparición de Owen Wilson completa un elenco que hace lo que puede con los chistes más burdos y logra buenos resultados en los momentos más sutiles.
Cualquier excusa es buena para matar Uno de los momentos más divertidos y autoconscientes de la genial película El último gran héroe (John McTiernan, 1993) ocurría cuando en la ficción dentro de la ficción se promocionaba el nuevo film de la estrella de acción Jack Slater (Schwarzenegger) con un trailer que anunciaba que el vengador estaba enojado porque los villanos se habían metido con su primo segundo. Débil excusa para salir a matar a diestra y siniestra pero de eso se trataba. La película se burlaba de otras que le daban al héroe motivos cada vez más ridículos para transformarse en una máquina asesina. Exactamente lo que sucede en El especialista: resurrección, la continuación de El mecánico (2011) en el que Jason Statham interpretaba a Arthur Bishop, un asesino a sueldo. Ahora, Bishop está retirado, hasta que todo se desmorona cuando un antiguo colega lo busca para que cometa tres asesinatos.Y aunque en principio el ex sicario se resiste a volver al "trabajo", rápidamente cambia cuando la bella y solidaria Gina (Jessica Alba), llega a su vida. Y del amor casi instantáneo Bishop pasa directamente a los asesinatos armando unos planes detallistas y sofisticados para matar a sus objetivos. Casi un superhéore de cómic que se salva del ridículo gracias al enorme carisma y presencia escénica de Statham. Aunque la aparición de Tommy Lee Jones es mínima el veterano actor aporta un necesario guiño humorístico a la película.
Una alocada carrera animada Es poco probable que los chicos nacidos en los últimas dos décadas hayan escuchado alguna vez el mito de las cigüeñas y su servicio de entrega de bebes. Sin embargo, esa vieja historia que utilizaban las abuelas para despistar a chicos curiosos por saber cómo llegaron al mundo consiguió su propio film de animación. Una película tan llena de ideas gráficas y narrativas que para que pudieran entrar todas en los menos de cien minutos de metraje obligaron a los realizadores a ponerlas en pantalla a una velocidad supersónica. Así nos presentan a Junior, la cigüena más veloz del servicio de entrega de paquetes para el que trabaja desde que las aves dejaron a los humanos el asunto ese de traer niños al mundo. Un cambio provocado por un confuso episodio que de alguna manera involucró a Tulip, la joven que vive en el Monte Cigüeña desde entonces. Más confusiones transformarán a Junior y Tulip en compañeros de viaje, obligados a entenderse si quieren hacer la entrega de sus vidas: el último bebe creado vía carta. En este caso escrita por un nene, hijo único de padres demasiado ocupados, desesperado por un hermanito con habilidades de ninja. Entre la aventura de Junior, Tulip y la beba, y lo que sucede con la familia que la espera, Cigüeñas avanza rápido aunque esa rapidez no equivale necesariamente a ritmo. Es que el guión escrito por Stoller, talentoso creador de comedias para adultos como Get Him to the Greek y Buenos vecinos, y el gran regreso de los Muppets a la pantalla grande, quiere divertir a los pequeños con personajes alocados y tiernos, y hacerle un guiño a los padres primerizos igualmente fascinados y preocupados por la llegada de sus hijos. Y por momentos cumple con ambos objetivos como en las escenas que involucran a una ocurrente y persistente manada de lobos o aquella en la que más que la batalla entre el bien y el mal importa no perturbar el sueño de la beba. Menos exitosas son las secuencias que involucran a la familia humana cuya trayectoria narrativa es más errática que el vuelo de una cigüena cargando un bebe en su pico. Con una manada de lobos persiguiéndola detrás.
Alta comedia de modales Es la dupla que nadie imaginaba, pero ahora es imposible entender por qué. Cómo fue que hubo que esperar tanto para que ocurriera lo que ahora parece inevitable: la sociedad entre el director Whit Stillman y la autora Jane Austen. Tal vez haya tenido que ver con el respeto que el realizador norteamericano siente por la novelista británica, tan evidente en Amor y amistad, su adaptación de Lady Susan, la novela corta de Austen, uno de sus primeros trabajos, que se publicó después de su muerte. Lo cierto es que el director de esas pequeñas grandes películas sobre los usos y costumbres de los jóvenes de clase alta de la sociedad norteamericana que son sus films Barcelona, Los últimos días del disco y Metropolitan entendió a la perfección las claves de la narrativa Austen. En el centro del relato conviene tener a un personaje ingenioso, carismático y algo egocéntrico, esa última característica es optativa, claro, pero en el caso de Lady Susan se cumple a rajatabla. La viuda va por la vida usando su inteligencia y su habilidad retórica para conseguir lo que quiere. Aunque más allá de todos sus métodos de manipulación, sus opciones son limitadas: es una mujer sin dinero ni propiedades en la Inglaterra de la regencia. Sus únicos bienes son su belleza y su reputación. La primera nadie la pone en duda; sin embargo, la segunda está en cuestión desde la primera escena en la que Lady Susan y su hija Frederica salen casi huyendo de la mansión en la que se alojaban. Luego la astuta viuda pintará el cuadro con colores mucho más bellos y apacibles cuando lleguen de improviso a la casa de su cuñado, un bonachón terrateniente que no encuentra nada cuestionable en la conducta de su familiar ni en su visita espontánea. La señora de la casa, por supuesto, está bastante menos tranquila con la huésped. Con la justa medida de liviandad e ironía, pero sin perder de vista el contexto del relato, Stillman guía a sus personajes con soltura por las particularidades de la comedia de modales. Cada uno de sus actores, desde la perfecta Kate Beckinsale como la seductora Lady Susan hasta su compinche de correrías, interpretada por Chloë Sevigny -dos actrices habituales del cine de Stillman-, pasando por los varios actores secundarios que las rodean, aportan sensibilidad y humor al entretenido cuento.