Tierna y alocada comedia familiar Un narrador tierno y más sabio de lo que se espera a su edad, Leopoldo es un preadolescente feliz aunque algo molesto porque los novios de su mamá y su papá se olvidaron de llevarlo a una de las tantas fiestas en las que su madre embarazada no larga el teléfono ni para de caminar o saludar mientras la cámara la sigue. Una mariposa social con todas las de la ley. Así comienza el nuevo film de Santiago Giralt (Antes del estreno), una película fresca, liviana (en el mejor de los sentidos), con aires que recuerdan a Almodóvar y una energía que por momentos es demasiado nerviosa, pero nunca deja de ser contagiosa. Un film alocado, divertido y repleto de personajes adorables. Entre los más destacados están el pequeño gran protagonista Angelo Mutti Spinetta como el precoz Leopoldo; sus padres (en la ficción y la realidad), Catarina Spinetta y Nahuel Mutti; Moria Casán interpretando a una mecenas del arte; María Marull y una inspirada Luisa Kuliok como una diva al borde del ataque de nervios. Varios planos secuencias celebran la emoción de los encuentros de la excéntrica y expresiva familia de Leopoldo, su papá director de teatro recientemente salido del closet; su mamá, una productora siempre a mil con más enredos amorosos que sensatez, y los muchos amigos que completan un cuadro colorido y alocado. Pero sobre todo sensible y querible. Los personajes de Giralt pueden exagerar a veces alegrías y angustias, pero su recorrido los hace tiernos aunque su despiste pueda producir alguna herida. Especialmente en el joven protagonista que debe lidiar con unos padres inmaduros y su propio pasaje de niño a adolescente, un tránsito nunca sencillo y que sin embargo Leopoldo encara con un sentido común del que los adultos a su alrededor carecen. El ritmo que imprime el director a la historia aparece en cada secuencia. No hay muchos momentos de calma en Primavera y tal vezel relato se habría beneficiado con algunos más como aquel en el que Leopoldo practica una especie de dulce hipnosis a la diva que está volviendo loco a todo el mundo. Una pequeña bella pausa. Muy parecida a la primavera.
Villanos perdidos en pantalla La idea era hacer una película que diera vuelta la moneda y mostrara en primer plano a los villanos como protagonistas y a los superhéroes como personajes secundarios. Y tal vez ese film hubiera sido divertido, refrescante y diferente de lo que acostumbran a realizar Marvel y DC Comics. Pero esa película no existe. Escuadrón suicida no es mucho más que un mazo de cartas dedicado a los malos del universo de Batman y Superman en el que se comparan sus habilidades y características para descubrir quién es el mejor o el peor de todos. El argumento del film escrito y dirigido por David Ayer (Corazones de hierro) imagina que ante los desastres cometidos por Batman y Superman en la película anterior, una agencia gubernamental secreta no encuentra otra solución para controlar futuras amenazas que armar un escuadrón integrado por los más malos entre los malos. Un equipo de asesinos a sueldo como Deadshot (Will Smith), hábiles criminales como Boomerang (Jai Courtney) y Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje), un extraño superhumano con la capacidad de prender fuego todo (Jay Hernandez), una psicópata tan letal como seductora (Margot Robbie), además de una bruja milenaria (Cara Delevingne) que podrían no tener tan controlada como imaginan. Luego de una presentación de personajes que hace pasar a la edición desprolija y fragmentada por marca de estilo, la escasa lógica del relato empieza a desvanecerse entre repetidos flashbacks. Ahí aparece el Guasón en versión punk y tatuada interpretado por Jared Leto, tan lejos del siniestro villano de Heath Ledger como del divertido bufón de Jack Nicholson. La buena mano de Ayer para contar historias realistas y violentas sobre hombres en conflicto con su medio ambiente se pierde acá entre situaciones artificiosas tan sombrías como incoherentes. Si por momentos aparece un espíritu irreverente y legítimamente entretenido es gracias al talento y el carisma de Will Smith y Margot Robbie, los únicos dos intérpretes que parecen saber qué hacer con el débil material pergeñado por el estudio que, enfocado en ganarle la batalla a Marvel, se olvidó que lo suyo es hacer películas.
Duelo y despedida El tamaño y la forma que asume el duelo es tan particular y peculiar, tan único como una huella digital. Algo de eso muestra este documental que empezó siendo otra cosa, una película sobre un padre veterinario de pueblo, pero devino dolor y despedida cuando el protagonista falleció inesperadamente. Entonces el hijo cineasta -que además se llama como el padre y ambos llevan el apellido, Crespo, del pueblo en el que vivieron- deambula por el lugar, por los personajes y las cosas que allí habitan, por los recuerdos y los objetos, los símbolos y los espacios de la ausencia. El desconcertante momento de aprender a convivir con la posibilidad de olvido recorre las primeras escenas del film haciendo circular las imágenes y las ideas sobre Crespo, el pueblo, villa avícola con sus personajes peculiares y sus rincones pintorescos, casi como haciendo un inventario de lo que está para compensar lo que se fue y no volverá. Las secuencias dedicadas a Mali, lugareño, fotógrafo y artista, revelarán un acercamiento al núcleo duro del relato, su relación con su padre; las fotos que refuerzan y explican el vínculo permitirán descubrir eso que no se habla, pero se siente. La extrañeza de los hijos frente a la vida secreta de sus padres y la empatía de empezar a entenderlos como personas más allá de su lugar en la familia. "El Scout sonríe y canta ante las dificultades", se escucha en algún momento de la película, y ese lema parece haber moldeado la forma de los vínculos de los Crespo de Crespo. Con cierta inicial distancia, un relato en off y en primera persona que suena a objetivo, pero se revelará como consecuencia directa del shock de la muerte tan cercana, el film construye capas de sentido y de emoción que sólo se terminarán de experimentar en la acumulación de los suvenires, los discos escuchados, las fotos, los pollos de las granjas del pueblo entrerriano y ese dolor en carne viva.
Solteras sin rumbo Las comparaciones son odiosas, pero cuando el propio guión las hace resulta casi imposible resistirse. En algún momento de Cómo ser soltera, tres de sus protagonistas mencionan a los personajes de Sex and the City como pésimos ejemplos de mujeres independientes. El comentario pierde toda gracia o valor porque aun con sus errores y su tendencia a obsesionarse con los hombres con los que salían, Carrie, Miranda, Samantha y Charlotte tenían más personalidad y rasgos feministas en sus uñas que Alice (Dakota Johnson), Robin (Rebel Wilson), Meg (Leslie Mann) y Lucy (Alison Brie) en todo su cuerpo. Es cierto que los personajes centrales en una comedia sobre la vida de solteras en la Nueva York actual no tiene por qué ser un manifiesto sobre la igualdad y el derecho de las mujeres, pero sí debería al menos cuidarse de no presentarlas como un grupo de infelices, inmaduras, insensibles y algo tontas señoritas con tremendas dificultades para establecer vínculos más o menos sanos. Ya sea con potenciales parejas o entre ellas. Todo gira en torno de Alice, que insatisfecha con su larga relación con Josh (Nicholas Braun), su novio desde la universidad, decide separarse con el apoyo de su amiga Robin, siempre algo borracha y dispuesta a divertirse, y su hermana mayor, Meg, a la que el relato presenta como una antipática solterona obsesionada con su trabajo. Si por un momento la historia intenta explorar la relación entre las dos hermanas y alejarse de los clichés románticos, la búsqueda termina siendo vacía porque ni las carismáticas Johnson y Mann consiguen elevar sus débiles criaturas a seres humanos más o menos creíbles. Una vez más resulta inevitable la comparación: en la aún inédita Trainwreck, Amy Schumer y Brie Larson dan una clase magistral sobre los estrechos y complejos lazos entre hermanas a partir de un brillante guión escrito por la propia Schumer. Que también se ocupa de dar lecciones sobre cómo ser soltera. Una incógnita que esta película está lejos de despejar.
Dejen en paz a Jane Austen En alguna parte del proceso de producción de Orgullo, prejuicio y zombies alguien debe de haberse cuestionado el sentido de combinar una de las mejores novelas de la literatura inglesa del siglo XIX con el subgénero de cine de terror. Los realizadores se habrán conformado pensando que algo bueno o al menos entretenido podía salir de este experimento entre el chiste y el pastiche. Lamentablemente, se equivocaron. Y no es que el film no tenga momentos divertidos, pero casi todos ellos provienen directamente de las páginas de la maravillosa novela de Jane Austen, y si se sostienen narrativamente en medio de una campiña inglesa repleta de zombis es casi un milagro. Dirigida por Burr Steers a partir del guión adaptado del libro escrito por Seth Grahame-Smith, casi una parodia que combina el adorado relato sobre Elizabeth Bennet y el señor Darcy con la presencia de una plaga zombi que transforma la comedia de modales en un campo de batalla donde las mujeres más educadas saben tocar el piano, pintar acuarelas y decapitar a un muerto vivo de una patada. Claro que éste sigue siendo, de un extraño modo, el mundo de Austen, y en el comienzo todo funciona más o menos bien. El señor Darcy (Sam Riley) es tan arrogante como siempre y Elizabeth (Lily James) mantiene su espíritu intacto a pesar de que al tremendo riesgo de ser la solterona de la casa se le suma la posibilidad de que un zombi se desayune su cerebro. Y cuando están juntos la chispa del romance y el conflicto social que plantea Austen les ganan espacio a las largas y repetitivas explicaciones del guión que intentan ordenar el cambalache narrativo. Así, la famosa escena de la menos entusiasta declaración de amor de la ficción decimonónica se convierte en una batalla campal a pura química y acción. Una pena que ese espíritu no se traslade al resto de la película, que en su segunda mitad empieza a enredarse hasta hacerse un nudo con su propio relato. Lo que de algún modo la salva es su talentoso elenco, encabezado por James y Riley, en el que se destacan Matt Smith como el siempre ridículo parroco Collins y Lena Headey y Charles Dance, padre e hija en Game of Thrones, que aquí le dan vida-respectivamente- a la aguerrida Lady Catherine de Bourgh y al tolerante señor Bennet.
Los señores de la guerra digital A veces el contenido es tan importante que las formas quedan en un segundo plano, apenas detalles en el camino de la transmisión del mensaje. El realizador Andrew Niccol que ya había demostrado su capacidad por entender y cuestionar el discurso dominante en films como Gattaca y El señor de la guerra, y también como guionista de la premonitoria The Truman Show, en este caso no acierta del todo. Al querer contar desde el punto de vista del piloto de combate devenido operador de drones que interpreta Ethan Hawke algo sobre las consecuencias de la guerra permanente de Estados Unidos en Medio Oriente, el relato se vuelve repetitivo y farragoso. Así, cada personaje es más una función narrativa, una posición en un debate político que criatura cinematográfica. De todos modos, el guión consigue desplegar el conflicto y Hawke acierta en su interpretación.
Sólo con el 3D no alcanza Hubo veces en las que Robert Zemeckis pudo combinar su pasión por el aspecto más técnico e innovativo del cine con una narración a la altura de la magia de los efectos especiales que tanto lo fascinan. Esas veces Zemeckis consiguió imprimir en la cultura popular personajes inolvidables como el Marty McFly de Volver al futuro, el Roger Rabbit de ¿Quién engaño a Roger Rabbit y Forrest Gump. El mismo director que logró que el público se emocionara con la pelota Wilson de Náufrago no puede ahora hacer que el personaje central de En la cuerda floja se parezca a un ser humano. Aunque en realidad lo sea porque el film está basado en la vida y obra de Philippe Petit, el equilibrista francés que en 1974 decidió que era una buena idea cruzar de una Torre Gemela a la otra en su cuerda. Interpretado por Joseph Gordon-Levitt Petit, el protagonista es una colección de estereotipos, un bufón insoportable que dice que habla en inglés todo el tiempo (con un acento digno de dibujito animado) para practicar el idioma, un absurdo del guión que no se cansa de manipular la hazaña de Petit para darle un sentido que nunca tuvo. Gracias a las maravillas del 3D, las escenas sobre las torres impresionan, atrapan, pero Zemeckis y su coguionista no se conforman con eso y necesitan recalcar una y otra vez la belleza de los edificios, su mística y su carácter. Una descarada y aprovechada referencia tácita al ataque del 11 de septiembre de 2001. En manos de algún otro realizador podría haber sido un homenaje, pero hecho por Zemeckis resulta un apunte cursi y meloso. Tanto como el tono general de la película que pone a su protagonista y narrador a contar la historia desde lo alto de la Estatua de la Libertad, dándole a todo el asunto un aire de fantasía y un ritmo entre circense y afectado, más apropiado para la moderna animación que el director desarrolló en El expreso polar, Beowulf y Los fantasmas de Scrooge. Por momentos con sus posturas, su acento y esos lentes de contacto imposibles, Levitt parece pertenecer a alguna de esas películas más interesadas en exhibir una tecnología que en la historia que están contando.
Donde viven los monstruos A Drácula se lo ha retratado de todas las maneras posibles. De cruel empalador rumano a figura romántica y hasta fue personaje cómico y paródico. Sin embargo este film animado consigue mostrar un costado inexplorado del vampiro más famoso. En Hotel Transylvania 2, el conde Drácula es abuelo. El personaje que en la primera entrega de esta saga debía aceptar que su hija había crecido primero y que se enamorara de un humano después, ahora vuelve a ver su oscuro y siniestro universo sacudido por su pequeño nieto, un nene mitad humano que no parece tener apuro en seguir los pasos del abuelo. El escenario de los enredos familiares vuelve a ser el hotel para monstruos que Drácula administra con la ayuda de sus amigos Frankenstein (la criatura, no el doctor), el lobisón Wayne, el Hombre Invisible y la momia Murray con la asistencia de Jonathan, su muy humano yerno. Gracias al inteligente y delirante guión de Robert Smigel y Adam Sandler (que en la versión en inglés interpreta a Drac, como lo llaman los más atrevidos), no hay escena ni cuadro en la película desperdiciado. Hay chistes para todos los gustos y las edades, comentarios sobre la cultura popular que a los más chiquitos pueden pasarles de largo, pero que sus padres disfrutarán, como la intervención del Fantasma de la Ópera en una secuencia clave, el homenaje a El joven Frankenstein de Mel Brooks -el legendario cómico tiene una participación especial en la versión subtitulada- o el recurrente chiste sobre el noviazgo incomprobable del Hombre Invisible con una mujer ídem. Claro que lo más notable de Hotel Transylvania 2 es el modo en que sus productores, Sandler y Smigel, lograron mejorar la fórmula rendidora del primer film. La receta tiene el justo equilibrio entre el humor desopilante y ridículo, algunos pequeños sustos y una ternura que nunca llega a empalagar. Tal vez porque el guión tiene muy definido el mensaje que quiere transmitir y celebrar: la aceptación de las diferencias, la importancia de la tolerancia, el amor familiar y la inexistencia de aquello que se considera "normal". Un objetivo bastante ambicioso que además podría haber resultado en aburrida lección de corrección política, pero que en manos de Sandler y sus amigos equivale a una divertida aventura. Hasta la obvia promoción de productos Sony (los estudios que realizaron la película) está resuelta con mucho ingenio. La estética del film, el estilo de animación, responsabilidad del director Genndy Tartakovsky (también realizador de la primera película), encaja de manera natural y fluida con la historia que sólo tropieza en el pasaje que transcurre en un campamento de verano para jóvenes vampiros donde Sandler abusa de la burla a un personaje como a veces ocurre en sus otras comedias, cada vez más fallidas. De hecho, si Hotel Transylvania 2 cumple con la difícil tarea de crear un relato tan dulce como entretenido para los chicos, también se ocupa de recordarle a sus padres lo talentoso que fue y es Adam Sandler.
Gordon Gekko sale de cacería Michael Douglas llegó a un momento de su carrera en el que su sola presencia en pantalla aporta el peso dramático para volver cada una de sus escenas al menos entretenida. En este caso, el veterano actor y productor parece haber tomado a uno de sus personajes más famosos, el Gordon Gekko de Wall Street, para volverlo una especie de caricatura de sí mismo. Otra vez interpreta a un millonario arrogante y obsesionado con su poder de dominación, aunque esta vez lo aplique de manera más física que psicológica. El hombre es un cazador inescrupuloso que en el tiempo que le dejan libres las negociaciones para vender su negocio a los chinos decide salir a matar animales con la ayuda de un joven guía que se transformará en su presa. Un enfrentamiento entre David y Goliat muy entretenido, aunque sea tan literal para incluir una honda como el arma del indefenso blanco humano.
Cine catástrofe y sin humanidad Entre el cine catástrofe y el drama de superación humano, este film que recrea la tragedia ocurrida en 1996 con unos inexpertos montañistas decididos a ascender al Everest. Claro que el relato de la lucha del hombre para doblegar a la naturaleza (por más que se enmascare apenas ese absurdo propósito) no se decide por ningún punto de vista sobre el que apoyarse. Y en esa indefinición pierde un valor necesario para que este tipo de film funcione: la identificación con alguno de sus personajes. Tan frío y distante como el escenario magnífico que muestra, el desarrollo de la película dirigida por el islandés Kormákur cuenta con un elenco de excelencia encabezado por Jason Clarke, John Hawkes y Josh Brolin, que no puede hacer mucho por otorgarle carnadura a lo que se ve en pantalla. Y mucho menos pueden hacer las actrices Emily Watson, Keira Knightley y Robin Penn, relegadas al lugar de llorosas espectadoras del desastre.