Alex Murphy es un policía incorruptible y con un profundo sentido de la responsabilidad, tanto en su trabajo como en el cuidado y afecto que le prodiga a su familia, aunque la ciudad de Detroit no sea un sitio demasiado tranquilo merced a la delincuencia que azota sus calles. Es por eso que Raymond Sellars, el CEO de una empresa llamada Omnicorp, intenta incluir a sus robots al servicio de la prevención del delito, pero tiene la resistencia del Senado norteamericano y de la mayoría de la ciudadanía. Cuando, por investigar el turbio mundo de las drogas, Alex Murphy resulte seriamente herido sobrevendrá lo inevitable: su única opción para seguir viviendo será combinar una extraña mezcla de humano y robot, y -no casualmente- servir de prototipo al plan que tiene la empresa Omnicorp para poder introducir sus desarrollos tecnológicos en la seguridad interior. Pero apenas implementado el "prototipo" desarrollado en China, se presentará la cruel disyuntiva de cómo evitar que su parte humana interfiera en la eficacia del proyecto que lo convirtió también en robot. Sin tratar aquí los elementos de un relato bastante conocido como la versión original que realizó Paul Verhoeven, es deber indicar que el director José Padilha ( Tropa de elite ), concretó una remake que no sólo resulta una traslación ingeniosa de esa atmósfera inicial sino una actualización que comprende muchas angustias de la sociedad contemporánea (delincuencia, drogas, terrorismo), entremezcladas con aquellas de la celebrada y apologética distopía de los 80 que anticipaba una realidad, proyectada del presente, infinitamente peor. Por otra parte, diferenciando el ideal entre ciencia y tecnología, traspasa lo cibernético de aquella Robocop para consustanciarse con los confines de la bioética en la preservación del cuerpo y en un hipotético rol de la inteligencia artificial. Por eso esta versión es más reflexiva pero convencional y menos revulsiva e intensa que la original, si bien presenta algunas logradas escenas de acción y cuidados rubros técnicos. Siempre se destaca, en estos relatos que bordean lo cyberpunk, la crítica abierta y frontal a la corrupción policial, a la connivencia entre quienes detentan el poder político y el empresarial, al marketing que moldea la opinión ciudadana y, particularmente en esta historia, a la utilización de drones por parte del ejercito. Todo, lógicamente y para no asustarse, en un universo futuro de fantasía que, aunque hacia el final va perdiendo consistencia, supera lo esperado para esta nueva versión de un film que marcó una época. Joel Kinnaman sale indemne de su personaje central y lo acompañan con acierto Michael Keaton como el villano empresario; Samuel L. Jackson como un reaccionario presentador televisivo y, en menor medida, Abbie Cornish, como la sufrida mujer del reciclado policía. Pero el deleite es la composición de Gary Oldman como el ambiguo doctor Norton, que duda permanentemente entre la ética médica, la fama mediática y el respaldo empresarial.
De acuerdo con las informaciones que se manejan en el planeta Tierra, una nueva invasión alienígena se cierne como una mortal amenaza para el futuro de la especie humana. Nuevamente los formics, una raza similar a la de los insectos, pueden tener como objetivo la conquista y exterminio humano ante la superpoblación de sus colonias en su planeta de origen. Queda en el recuerdo popular la primera invasión, repelida con indudables dosis de hidalguía y templanza por parte de la flota al mando del comandante Mazer Rackham (Ben Kingsley); la actual defensa militar busca desesperadamente a su sucesor, y es por eso que el coronel Hyrum Graff (Harrison Ford), ofrece un duro programa de entrenamiento para los aspirantes. Todo hasta que a la Escuela de Batalla llegue el tímido y esmirriado Ender Wiggin (Asa Butterfield), y demuestre que no es sólo un hábil estratega sino que también posee temple de líder, por lo que el coronel Graff lo promueve a la Escuela de Comando como clara señal de esperanza. El chico deberá enfrentar no sólo sus devaneos interiores sino también la crudeza de aquellos que sueñan con un poder que no poseen, y que en Ender es tan preclaro como un don, pero ese camino será arduo para el joven que deberá comprender lo complicado de su misión. También difícil destino, debe señalarse, tienen los espectadores porque existe un problema fundamental que resiente al notable despliegue visual de El juego de Ender : es un entretenimiento aburrido. Y ese contrasentido, con el correr de los minutos, se aproxima al temido oxímoron del "instante eterno", particularmente en la primera mitad del metraje, donde largos parlamentos sobre el destino de la humanidad alternan con un entrenamiento que, por momentos, tiene el profesionalismo de una colimba en decadencia o de un grupo de exaltados boy scouts. Más inquietante es que los "otros", en este caso esos insectos gigantes, sean exterminados "por las dudas" en un paralelismo con las contemporáneas "guerras preventivas" que la moraleja final no despeja por completo. No dejan de sorprender los grandes actores de Hollywood (Harrison Ford, Abigail Breslin, Ben Kingsley y Viola Davis), que prestaron su trayectoria para esta galería de personajes unidimensionales incapaces de transmitir una emoción. Orson Scott Card, el autor del best seller original, brindó plena libertad creativa a Gavin Hood, quien parece estar en un asteroide remoto en el cual ha olvidado cómo hacer películas más sólidas como Tsotsi , o que sepan entretener al estilo de X-Men orígenes: Wolverine . Junto al universo de efectos especiales que sostienen esta experiencia de videogame, debe destacarse la labor de Asa Butterfield, como el chico de 12 años que enfrenta el mayor desafío de su vida como un partido de PlayStation, y toda esa galaxia de párvulos que parece tan lejana a la trayectoria de Harrison Ford, quien se reencuentra con el género a más de tres décadas de La guerra de las galaxias y a varios años luz de un film como aquél.
Thriller confuso Un predicador de una secta espiritista es también un consumado psicópata sexual que estrangula a sus víctimas en la intimidad. En paralelo, una bella stripper utiliza el sexo como vía a la autodestrucción. Cuando sus caminos se crucen, Víctor se obsesionará con lo indómito de Ámbar Atlas, y su vínculo será tan pulsional como peligroso. Ella enfrenta la amenaza del Dr. Atlas, en tanto él es seguido por un investigador para quien es su gran presa. Así puede describirse un thriller que responde a los cánones del género, pero algo distingue a Olvídame de los cientos de relatos escritos bajo estas pautas, y es su vinculación con cierta atmósfera sobrenatural que le otorga un raro deslumbramiento. La protagonista tiene una visión recurrente que la acerca -sobre todo al promediar el film- a rituales esotéricos y chamánicos. Pero la cantidad de tramas y recodos de la narración termina por resentir ese éxito inicial, obtenido también gracias a una cuidada fotografía y una excelente dirección de arte. Como en su película anterior, Hoteles , Aldo Paparella (quien interviene como un observador en la historia), bucea en el erotismo larvado y en los rituales de perversiones sexuales, pero la plasticidad libre de aquélla se encuentra aquí enmarcada en la necesaria comprensión de una historia que se torna larga y confusa. Con acierto, los protagonistas, Gonzalo Valenzuela (en el rol del asesino) y Antonella Costa, como una magnética prostituta, llevan los hilos de esta historia.
La mirada a uno de los libros de culto del terror como Drácula por parte de uno de los realizadores más famosos que ha brindado en ese género el séptimo arte, tal el caso del italiano Dario Argento, inevitablemente genera expectativa. Demasiada, porque ni ese libro es una novedad para la pantalla grande (Drácula es uno de los más versionados de la historia del cine), y tampoco ese cineasta es aquel que deslumbró hace décadas con obras que bordeaban el thriller con singular artificialidad y vuelo creativo. Pero si la historia de Drácula no provoca miedo y el maestro del terror tampoco, ¿por qué siguen atrayendo? Porque cumplen con la máxima de este tipo de cine que es entretener, un cometido que concretan las buenas películas que generan miedo y aquellas dispares, como Drácula 3D , que mueven a risa. Difícilmente pueda decirse que esta visita del cineasta al libro de Bram Stoker sea una parodia, aunque termina siéndolo, pero no de la novela sino del giallo (el subgénero dentro del terror que Dario Argento cinceló hace cuarenta años) y que se hilvana aquí con lo bizarro en su faceta más esperpéntica. Así, su universo continúa, aún en su decadencia, siendo fiel a sí mismo y eso le permite con ciertas licencias. En esta versión pergeñada por varios guionistas, Jonathan Harker no es un abogado sino un bibliotecario que va a clasificar los libros de Drácula. Y este conde no es sólo un vampiro sino que puede ser hasta una mamboretá gigante, amén del benefactor de un pueblo que calla ante diversos crímenes. La historia se desenvuelve por carriles tan declamatorios como convencionales, y el resultado es la sumatoria de diversas fuentes: emula al melodrama que con efectividad concretó Francis Ford Coppola en su propia versión, al gótico romanticismo de las producciones de la Hammer, e incluso al sanguinolento gore y el exhibicionismo sexual que rodeaba a Sangre para Drácula de Paul Morrissey, todo en un 3D retro y clase B. Poco puede señalarse del elenco salvo que Thomas Kretschmann, como el vampiro, busca referenciar al inolvidable conde encarnado por Christopher Lee para la Hammer, y que Rutger Hauer compone a un Van Helsing similar, pero lejano al que brindó Anthony Hopkins en el film de Coppola. El resto es un desfile de personajes rocambolescos y bellas señoritas (Asia Argento y Miriam Giovanelli se destacan) que pasean sus voluptuosidades al aire libre. La artificialidad del conjunto hace que el pasatiempo por momentos se torne aburrido merced a su impostada solemnidad si no se lo contempla con altas dosis de ironía. Drácula 3D llegó tarde, porque era ideal para el doble programa de un cine de barrio. Pero si bien es sólo un pastiche, atado o no a la nostalgia y en decidido plan de divertimento, puede resultar igualmente encantador.
Paco es un argentino al que las vicisitudes de la vida obligaron a radicarse en España. Pero un buen día se ve también en la necesidad de volver al terruño para ser padrino de la boda de uno de sus grandes amigos, reencontrándose allí con su hermano Félix. Éste, que es un seductor empedernido, durante la fiesta de casamiento queda encandilado con Ethel, quien junto con su amiga y socia Margarita se encarga del catering de la reunión y merced a su insistencia consigue el número de teléfono para arreglar una cita. Lo que no sabe Félix es que su hermano se sentirá atraído por Margarita, a la que no cruza en la fiesta pero sí reconoce en el video de bodas, aunque también descubrirá que es una vieja herida nunca cerrada de un lejano amor. Entre guiños a la comedia romántica y con la dosis necesaria de drama (pero con su innecesaria y remanida cuota de música incidental), Cuando yo te vuelva a ver plantea reencuentros y emociones con especial interés en la platea femenina al bucear en los conflictos de pareja sin omitir la reflexión sobre el rol de la mujer. Si bien en la historia algunas situaciones se reiteran y otras no se explican demasiado, la simpleza de los diálogos apuntala eficazmente la labor del elenco donde se destaca el protagónico de Ana María Picchio, que luego de Chechechela -hace más de 25 años- no había tenido hasta este film una labor tan plena como las que había realizado en Breve cielo y La tregua . Su partenaire es Manuel Callau como su eterno enamorado, que confirma una vez más su gran calidad actoral, secundado por un elenco compacto (Alejandro Awada, Miriam Lanzoni, Malena Solda y Nicolás Condito) que incluye en la ficción a las auténticas hija y nieta de la protagonista. Cuando yo te vuelva a ver resulta una película noble y sencilla, que demuestra a Durán como un cineasta con sensibilidad y oficio..
Dos jóvenes se conocen desde hace años en un perdido pueblito salteño. Bepo va cada semana a Provisiones Don Santo, donde se ve con el padre de Lourdes, una chica común, pero con una prístina belleza que lo deslumbra en cada acercamiento. En un contexto dominado por los adultos, su amor adolescente es fresco y, a todas luces, único. Enterados de la relación, el padre de ella y el abuelo de él harán lo imposible para que los jóvenes no se encuentren. Pero, ya se sabe, no hay mejor motor para el fulgurante deseo juvenil que las causas prohibidas. A la que envuelve a los jóvenes protagonistas de Pecados , el relato añade un pasado desgarrador que los chicos desconocen, pero que el espectador puede suponer desde un primer momento. El guión pareciera ceñirse a las condiciones que delimitó el rodaje y no necesariamente a lo escrito. O tal vez, el recorte estuvo en la mesa de edición que restó metraje y con eso solvencia al relato y densidad a sus personajes. En cualquier caso es una producción de muy bajo presupuesto y eso se nota. Pero quizás allí radique su mayor virtud y su peor defecto, dado que la poca financiación pareciera atentar contra la posibilidad de dotarle brillo a la historia aunque permita distinguir el empeño del equipo técnico en crear una atmósfera que enmascare lo mustio de un telefilm. Con un inicio que descansa en ciertos guiños al melodrama, el film va acentuando una pretendida estética de spaghetti-western merced a una fotografía sobreexpuesta -que busca ambientes comunes con el género que glorificó a Sergio Leone- pero resiente el verosímil. Igual camino toma la partitura de Rudy Gnutti, aunque con acierto al no desconectarse de la sutil historia de amor adolescente que se propone. Si bien lo breve del relato permite que Pecados no aburra, quedan cabos sueltos. La mayor solvencia está en el reparto que, aunque con desniveles, cumple su cometido con esmero. Prevalece Pepe Soriano como un abuelo intimidante que busca guardar un secreto a cualquier precio. En tanto, la pareja adolescente de Mariano Reynaga y Diana Gómez aportan frescura y sensualidad, respectivamente. El perfil más desdibujado es el del gran actor español Carmelo Gómez, que no consigue darle relieve al padre de la joven. Es loable que el director Diego Yaker haya optado por este camino no exento de desafíos y con mayores probabilidades de fallidos. Reconocido por su sentida ópera-prima Como mariposas en la luz , la experiencia de Pecados está por debajo de los logros de aquella, aunque lo confirma con un realizador inquieto y dispuesto al riesgo creativo..
Un cuento de hadas bien sangriento Seguramente, las historias de los hermanos Grimm son de las más adaptadas para la pantalla grande, y eso sucede gracias a la popularidad que estos relatos atemporales tienen entre el público infantil. El director noruego Tommy Wirkola ha vuelto a uno de ellos sólo como punto de partida porque, se sabe, los chicos ya no son tan niños. Y tampoco lo son los hermanos de esta historia, dado que Wirkola -también guionista de esta versión- ubica la acción quince años después de que los pequeños fueran dejados en el bosque por su padre. Hansel y Gretel han crecido y son dos aguerridos cazarrecompensas que van capturando a las brujas que roban niños de cada localidad. Tarea que estas damas de rostro agrietado y poca sensibilidad realizan, como es de imaginar, con fines poco altruistas. El camino que los jóvenes recorren es acorde a la ruta que les plantea la cacería de estas malvadas señoras. Así llegan al poblado de Augsburgo donde, contratados por el alcalde, deberán desentrañar el enigma que ha llevado a la desaparición de muchos hijos del pueblo. A esa labor trata de contribuir el alguacil, pero enviando a la hoguera siempre a la gente equivocada. De tal forma, las malas artes de la bruja Muriel continuarán acechando a los pobladores hasta que Hansel y Gretel descubran el enigma que atormenta a la región. Y así comienza lo más encarnizado de la clásica contienda entre el bien y el mal, aquí con lograda imaginería visual en 3D, dirigida a los jóvenes adeptos a los efectos especiales y al morboso regodeo gore , o sea, donde miles de litros de sangre fluyen por doquier y los cuerpos fragmentados de las víctimas vuelan hacia el espectador. A la convencional pero correcta labor del director se añade un reparto que debe lidiar con una historia sin demasiados matices y bastante previsible, pero entretenida para los fanáticos del género. Jeremy Renner y Gemma Arterton personifican a los hermanos luchadores, pero será Famke Janssen (la Jean Grey de X-Men ) quien consiga darle especial relieve a su bruja Muriel, algo que también logra la partitura de Atli Örvarsson. Por momentos, la película intenta codearse con las superproducciones del género y, por otros, roza la cursilería que con toda intención ha buscado el cine B para este tipo de productos. Eso sí, quien pretenda algo de la fantasía de los Grimm deberá seguir rastreando los trocitos de pan en el suelo en busca de la ruta correcta.