Situaciones emergentes En un mundo mejor, último opus ganador del Oscar como mejor película extranjera, reafirma más bien una expresión de deseo de su realizadora Susanne Bier que un diagnóstico certero sobre el estado de las cosas desde un denominador común que no tiene fronteras: la violencia. Es por eso que la directora de Hermanos –tras un exitoso paso por Hollywood- se instala con pie firme en una sociedad danesa contemporánea pero más precisamente en la estructura familiar como caja de resonancia de dos síntomas muy propios de estas épocas como la incomunicación y la pérdida de autoridad de los padres frente a los hijos. El principal escenario donde emergen los conflictos familiares -sea el país que sea- no es otro que el ámbito de la escuela, donde la dialéctica del fuerte sobre el débil se reproduce a diario en un nuevo fenómeno llamado acoso escolar. Es así como Elías y Christian, los dos preadolescentes protagonistas de la historia, deben soportar a diario al rubio matón de turno sin que las autoridades resuelvan la situación. Elías transita el proceso de una inminente separación de sus padres, aunque a decir verdad su progenitor se ausenta durante largos periodos en que trabaja en un campo de refugiados africanos ofreciendo sus servicios de médico. Por otra parte, Christian no puede ocultar su resentimiento a raíz de la reciente muerte de su madre, quien luego de un cáncer y de una lucha desigual, lo ha dejado al cuidado de su padre. Sin embargo, gradualmente esa espiral de violencia va sumando factores que llevan a que Christian redoble la apuesta y amenace al matón con un cuchillo para hacerse respetar y así comenzar junto a Elías un pacto de silencio que obviamente terminará en tragedia. Pero por el lado de los adultos, la sensación de no poder controlar o anticipar los comportamientos de sus hijos aumenta en sintonía con sus propios conflictos emocionales y un notorio distanciamiento producto de la falta de comunicación cuando los canales habituales se clausuran entre ambas partes. No obstante, quien lleva la peor carga a cuestas es Anton (Mikael Persbrandt), el médico que debe disociarse de dos realidades diferentes pero desesperanzadoras: las atrocidades cometidas por un líder de una facción africana que despanzurra adolescentes embarazadas para saber el sexo del bebé y así ganar apuestas con sus pares y por otro lado la necesidad de que su hijo Elías y su amigo Christian comprendan que no responder violentamente ante una agresión es una forma sabia y no cobarde de resolver un problema. Desde el lugar de las preguntas que no tienen respuestas absolutas, la directora danesa construye un contundente alegato anti violencia con la mirada aguda depositada en el futuro, es decir, en la generación más vulnerable que lamentablemente ha perdido todo tipo de inocencia pero que no deja de exteriorizar su infantilismo como no podría ser de otra manera tratándose de niños que deben sobrellevar problemas de adultos. En materia de dirección, es destacable el trabajo sobre los actores con una descollante interpretación de Mikael Persbrandt (recientemente convocado por Peter Jackson para un papel en El Hobbit), quien logra transmitir sin histrionismos ni ampulosidad los extremos dilemas por los que atraviesa su personaje Anton y que sin lugar a dudas refuerzan el mensaje del film. En un mundo mejor es una película difícil de llevar como espectador porque nos confronta desde la butaca al reflexionar acerca de cómo actuamos frente a escenarios cotidianos y violentos a partir de un ramillete de situaciones emergentes -con las cuales cada uno podrá identificarse seguramente- pero su enfoque despojado de toda intención didáctica o moralista es su virtud más perturbadora y por eso a más de uno le resultará insoportable. No fue el caso de quien escribe.
Anexo de crítica: A pesar de los buenos intentos por adaptar estructuras y tiempos de comedia romántica norteamericana, el film de Yago Blanco Güelcom no logra acomodarse nunca en el acotado espacio que se propone transitar, con un guión demasiado sobre dialogado y una mínima construcción de personajes. Lo más interesante se resume en la pareja de secundarios interpretada por Peto Menahem y Maju Lozano que opaca a la pareja protagónica compuesta por los televisivos Mariano Martínez –muy poco convincente como psicólogo - y Eugenia Tobal, sin que esto signifique la falta de química entre ambos. En resumen, podría decirse que un film que habla constantemente de frases hechas y clichés se transforma por su falta de vuelo en un gran cliché...
Anexo de crítica: Super 8, el nuevo opus de J.J Abrams, funciona mejor como película homenaje a un tipo de cine de los 70 y principios de los 80 y un emotivo ejercicio de nostalgia que como película en sí misma. El creador de Lost supo mezclar en su coctelera cinematográfica aquellas producciones que seguramente marcaron parte de su infancia así como su admiración por ciertos títulos como E.T. El extraterrestre; Encuentros cercanos del tercer tipo o Cuenta conmigo para desarrollar un relato que aborda periféricamente el mundo del cine amateur y se apodera rápidamente del punto de vista compartido de un grupo de niños entusiastas e ingenuos, quienes tienen como proyecto de verano en Ohio filmar una película de zombies. Sin embargo, al igual que lo ocurrido con la serie Lost las expectativas empiezan a desmoronarse promediando la parte final, aunque debe reconocerse que la evolución de los personajes –sobre todo los chicos- es convincente y en definitiva forma parte del corazón de una entretenida y nostálgica e innecesaria fábula aleccionadora...
Intimo y presente El concepto de ausente es tan ambiguo como rico en significados y de amplias lecturas. El primer recuerdo que evoca esa palabra nos acerca a un ámbito escolar donde pasan lista por nombre y apellido tal como ocurre en la rutina del profesor de gimnasia (Carlos Echevarría), un hombre algo introvertido que paradójicamente parece ausente dentro de su entorno que no lo registra o simplemente distante e indiferente cuando interactúa con su novia (Antonella Costa) y ella pretende hacerlo partícipe de sus charlas o comentarios sin otra respuesta que una evasiva o el más terrible de los silencios. Sin embargo, la ausencia esconde un doble sentido: marcar la presencia de algo que ya no está, que no volverá o resaltar lo que sobra cuando es notorio que algo falta. ¿Será el amor?; ¿O tal vez la amistad sin prejuicios ni miradas inquisidoras? Afortunadamente Marco Berger no responde ninguna de estas inquietudes y se propone romper códigos tanto de género como de contrato con el espectador para sumergirnos en el sugestivo y perturbador universo de su segundo opus Ausente, ganador del premio Teddy como mejor película de temática gay en Berlín y que se estrena durante todo el mes de Agosto en el Malba los días viernes y sábados. En primer lugar, sin anticipar demasiado de la trama para conservar las expectativas, el director de Plan B construye sutilmente un relato de obsesión amorosa invirtiendo roles entre un alumno (Javier de Pietro) de 16 años que se las ingenia para invadir la privacidad de su profesor de educación física jugando el papel de muchacho desprotegido. Esta suerte de femme fatale del cine negro pero en versión masculina -interpretado soberbiamente por Javier de Pietro- es un recurso poco visto en películas de este tono y muy explotado con chicas adolescentes y atractivas en películas de clase B o mediocres intentos de cine exploitation, que por lo general mueren en el cable. A diferencia de estos productos lo de Marco Berger es doblemente meritorio porque maneja con inteligencia y mucha precisión la gradual tensión sexual y erótica que se desata a partir del encuentro azaroso de los dos protagonistas. Circunscribir el film al terreno de la temática gay exclusivamente resulta por los valores cinematográficos y estéticos de Ausente, algo vago, superficial e injusto porque las coordenadas de un thriller psicológico están presentes en la primera mitad del relato, donde la atmósfera de suspenso es creada a partir de la banda sonora de Pedro Irusta más que por las imágenes, ricas en planos cercanos en tensión con planos distantes, los cuales precisamente marcan el juego de seducción yuxtaponiendo los límites y la trasgresión de esos límites constantemente. Los espacios en los que la cámara fisgona de Berger transita -siempre evitando la asfixia de sus personajes- determinan el territorio de atracción y rechazo constante con una fuerte carga simbólica detrás. Ese microcosmos íntimo que sólo se resignifica en el ámbito onírico es el que representa con mayor énfasis la secreta contemplación entre víctima y victimario depende el punto de vista utilizado porque además encierra el aspecto oculto del deseo y por supuesto del tabú, prolijamente trabajado desde las miradas del entorno hacia el profesor. La nueva apuesta de Marco Berger seguramente a muchos espectadores les resulte un tanto manipuladora por los caminos que va atravesando la historia. Prefiero pensar con menos prejuicio y sugerir otra interpretación que apela a la confrontación directa con el espectador no desde su rol pasivo de testigo sino en su inevitable empatía con los personajes, quienes en definitiva son aquellas ausencias que nosotros buscamos y necesitamos hacer presencia en una pantalla que nos seduce y nos separa de la fantasmática de la realidad.
Los recuerdos y los años felices Richard J. Lewis es un nombre conocido en Estados Unidos por sus participaciones como guionista en series televisivas como CSI y la más reciente The defenders. Por eso no resulta extraño que su debut cinematográfico El mundo según Barney tenga como protagonista también a un guionista huraño, quien pese a contar con una productora propia reconoce que su talento se ha desperdiciado en tiras mediocres pero que le permitieron sobrevivir a lo largo de sus 40 años, atravesados por un camino tragicómico y de fracasos amorosos, entre otras cosas. Nunca mejor elegido para interpretar a Barney Panofsky que el talentoso Paul Giamatti, cuyas habilidades actorales para encarnar personajes torturados le permiten auto inventarse en una extensa galería de perdedores en diferentes historias como el dibujante que encarnara en American Splendor (2003) por citar un caso paradigmático. El presente de Barney está teñido de grises y angustia: odia su trabajo, perdió en manos de un contrincante duro de vencer al amor de su vida y encima debe soportar la presión de una investigación policial, la cual dio origen a una novela que lo señala como el principal sospechoso del asesinato de su mejor amigo Boogie (Scott Speedman). Pasados 30 años de aquel confuso episodio, aún no han podido encontrar el cuerpo de la víctima y es por ese motivo que el protagonista nunca debió pasar sus días detrás de las rejas. No obstante, la prisión de la rutina es aún más sofocante para este hombre que parece acabado por sus propios errores. El relato comienza con un flashback detonado por la publicación de la novela y se remonta hacia la temprana juventud de Barney en Italia junto a sus amigos artistas. La energía positiva y optimismo de aquel muchacho agradable contrasta fuertemente con la versión actual de un hombre peleado con la vida. Y sobre ese proceso de transformación o metamorfosis lenta se apoya la trama. Sin embargo, más allá de su trabajo como guionista y de su secreta admiración por Boogie, aspirante a escritor, alcohólico y mujeriego, el protagonista busca desesperadamente el amor de una mujer. Así, se casa por segunda vez con una joven judía (Minnie Driver), hija de un millonario luego de que su primera esposa se suicidara. No obstante, el mismo día de su boda Barney se enamora perdidamente de una de las invitadas, Miriam (Rosamund Pike), por quien se obsesiona al punto de proponerle una fuga de amantes o tiempo después -ya divorciado- que pase con él el resto de sus días. La condensación de la historia en pequeñas situaciones dramáticas y algunas con apuntes de comedia, sumadas varias subtramas, parece un obstáculo que el guionista Michael Konyves debió sortear al tratarse de la adaptación cinematográfica de una extensa novela del escritor -ya fallecido- Mordecai Richler, que llegó a convertirse en best seller. A pesar de este aspecto problemático en la distribución y estructura narrativa no hay fallas visibles pero sí en la ambigüedad sobre el tono del film ya que al cinismo de los primeros segmentos se le va adosando una fuerte carga de melodrama, desequilibrando así la balanza. En esa zona ambigua sin lugar a dudas la presencia de Giamatti y un gran trabajo secundario de Dustin Hoffman en el rol de padre, viudo y ex policía, aportan grandes momentos. El realizador Richard J. Lewis desarrolla y bucea a fuerza de sutileza, convicción y relajadamente, los deterioros en las relaciones que comienzan siendo idílicas entre las parejas para convertirse en una rutina desgastante. El paralelismo de este proceso destructivo encuentra un puente directo con el deterioro físico del protagonista, enfocado en el gradual avance de una enfermedad que destruye la memoria y sobre todas las cosas su tesoro más preciado: los recuerdos y los años felices. Paul Giamatti consigue en El mundo según Barney un papel para lucirse y mostrar con absoluta ductilidad la transformación de su complejo personaje en un registro que no por apelar a las fibras sensibles del espectador puede tildarse de especulativo o sobreactuado.
Anexo de crítica: Más estúpido que loco es el resultado de esta fallida y reblandecida comedia romántica coral que pivotea alrededor del todo terreno Steve Carell, acompañado de un elenco interesante pero muy desaprovechado por los directores Glenn Ficarra y John Requa salvo en algunas situaciones donde el equilibrio entre el humor y el remate funcionan pero que se suman con los dedos de la mano. Tras una primera mitad agradable, el film comienza a derrapar y entrar en un peligroso camino de cursilería, clichés e insoportable conservadurismo con un discurso final que raya lo patético y recuerda a aquellas comedias románticas con mensaje. Una verdadera pena...
Anexo de crítica: La primera sensación que surge al ver Capitán América, el primer vengador desde el punto de vista narrativo es el recuerdo de la película Rocketeer (1991) también dirigida por Joe Johnston, al tratarse de un relato clásico en su estética, protagonizado por un superhéroe en el contexto de la Segunda Guerra Mundial que transita por todos los lugares comunes del género. Con ese preámbulo y teniendo en cuenta el antecedente de aquella desastrosa Capitán América de los años 90, del realizador Albert Pyun, podemos decir que esta versión es superadora en todos los aspectos: narrativos, técnicos y estéticos. Sin embargo, tratándose de una nueva franquicia de la Marvel, queda la agridulce sensación de que la historia daba para mucho más de lo que termina viéndose.
El aura que se disipa Original y copia; idea y concepto; realidad o ficción son las ideas directrices que atraviesan el universo de Copia certificada, nuevo desafío del director iraní Abbas Kiarostami completamente en sintonía con sus tópicos pese a estar filmada en la Toscana (dicen que esa ciudad es una copia de Florencia) y protagonizada por un elenco europeo, encabezado por la genial Juliette Binoche y William Shimell en los roles principales. La intertextualidad entre las reflexiones estéticas sobre las obras de arte como pretexto de desarrollo dramático de los diferentes estadios por los que pasa una relación entre un hombre y una mujer, alcanzados por el abrupto paso del tiempo y los cambios, encuentra un correlato casi directo con el concepto de aura del filósofo alemán Walter Benjamín como ese entretejido muy especial de espacio y tiempo; aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar. Si la pareja protagónica se conoce desde hace tiempo o simplemente pasan a representar a un matrimonio en crisis (idea de cercanía y lejanía en cuanto a la relación espacio tiempo) poco importa en un microcosmos donde realidad y ficción se funden en un plano absolutamente subjetivo en el que el viaje por las calles de Toscana; el descubrimiento de diferentes lugares y personajes son el centro de atención entre las disertaciones y los diálogos banales de la pareja. Abbas Kiarostami parte de un encuentro entre un hombre y una mujer; él es un crítico de arte inglés que llega a la Toscana para presentar su libro -que da título a la película- y ella una galerista francesa, participante de la audiencia en la charla. Ambos parecen dos extraños al comienzo para ir luego desandando un camino que termina por mostrarle al espectador que en realidad aparentemente se conocen hace 15 años y que la percepción sobre la pareja difiere en cada punto de vista. No son en vano las comparaciones con los filmes de Richard Linklater Antes del amanecer y antes del atardecer en cuanto a la idea del encuentro y desencuentro entre los personajes en la fugacidad de las cosas, aunque en el caso del director iraní ese paseo o deambular errante opera como pretexto de una trama más profunda y abstracta en la que además entran en juego las ideas de representación cinematográfica. Lejanía y cercanía, entonces, que se resignifican en la futilidad de las relaciones humanas; en los soplos de deslumbramiento del amor y en el inexpugnable devenir de la vida, pese a que el cine intente atraparlos en una imagen.
Anexo de crítica: Los pingüinos de papá es una película sin guión y sin cohesión narrativa, que simplemente se apoya en el atractivo de las aves marinas y de su protagonista, quien recupera su viejo papel de Mentiroso, mentiroso pero más contenido y concentrado en resaltar su lado humano porque el objetivo de la película dirigida por Mark Waters no es otro que recuperar la noción de familia como el pilar más importante de la sociedad. La falta de un antagonista de peso –el empleado del zoológico inescrupuloso no está a la altura de villano- le juega en contra a un Jim Carrey poco gracioso que no apela a su galería inagotable de expresiones y modos para complementarse eficazmente con sus mascotas, quienes más allá del adiestramiento no pueden ocultar el trabajo de la digitalización complementaria, pero que se ensambla prolijamente en la interacción con los actores.-
Anexo de crítica: Resulta más que obvio que John Carpenter –tras casi 10 años de ausencia- no necesita de efectos especiales para sostener la tensión de un relato que recicla mucho de la legendaria Noche de brujas y está filmado con un estilo muy arraigado a los 70: pasillos largos, luz tenue, fuera de campo, etc. Sin embargo lo que falla en Atrapada es el guión -escrito por Michael y Shawn Rasmussen- por su escasa creatividad, sus forzadas vueltas de tuerca y su tramposo desarrollo, que trae reminiscencias a La isla siniestra de Martin Scorsese. Tratándose del creador de Mike Myers se esperaba mucho más.