Anexo de crítica: Rutinaria y básica sí, pero no por ello menos efectiva y atrapante gracias a la sólida dirección del debutante australiano Troy Nixey, que apela a los registros del terror más clásico con un trabajo impecable en materia de fotografía y buena dirección de actores. Claro que si detrás del proyecto figura el nombre de Guillermo del Toro está garantizada una pequeña cuota de calidad y si a eso le sumamos la participación directa del mexicano en la elaboración del guión las expectativas aumentan proporcionalmente. En este caso no defrauda.
Anexo de crítica: Comedias sobre empleados vengativos que deciden asociarse para eliminar a sus respectivos empleadores existen tantas como jefes abusadores en el mundo, pero sin lugar a dudas la referencia más recordada y hasta el momento el ejemplo acabado de lo que significa una buena película nos remonta a los años 80 con el film Cómo eliminar a su jefe (9 to 5), de Colin Higgins, donde el trío femenino compuesto por Jane Fonda, Dolly Parton y Lily Tomlin pergeñaban todo tipo de argucias para acabar con el jefe misógino interpretado por Dabney Coleman. Hoy, aquella grata historia encuentra en Quiero matar a mi jefe, dirigida por Seth Gordon, una versión aggiornada a los códigos de la nueva comedia norteamericana, con un elenco de rutilantes nombres que termina por desaprovecharse debido a un muy pobre guión y a alarmantes fallas estructurales. En función a las tendencias de las comedias irreverentes como Qué pasó ayer? o la reciente Pase libre puede decirse que en este caso particular es notoria la diferencia desde el punto de vista de la dirección con un resultado mucho menos sustancioso del que podía haberse esperado con una propuesta de estas características.-
Pasan las guerras, quedan los artistas Luego del paso en falso con la fallida Los crímenes de Oxford, la recuperación del talentoso Álex de la Iglesia y el reencuentro con lo mejor de su cine quedan plasmados en este nuevo proyecto -premiado en el festival de Venecia tanto en el rubro de dirección como guión- intitulado Balada triste para trompeta en alusión a la canción interpretada por el cantante Raphael. Por otro lado, algo de aquel clásico de Tod Browning Freaks (1932) y del cine de García Berlanga se respira en la atmósfera que envuelve a este relato melancólico, grotesco, anárquico, ácido; que mezcla pacientemente géneros cinematográficos como el thriller, el gore y el melodrama romántico con total desparpajo y sin especular un segundo en las reacciones del público, a un ritmo tan vertiginoso como el impulso y el vigor que motoriza la acción de sus personajes, fronterizos entre la locura y la tragedia humana. Resultaría injusto de antemano para los propósitos artísticos buscados a conciencia por un Álex de la Iglesia mucho más maduro y poético que de costumbre encasillar al film dentro de un estilo o tono único, dado que su audacia a nivel visual y narrativo lo alejan permanentemente de los cánones habitualmente transitados por los géneros anteriormente mencionados. Ese caos interno y desborde constante, reflejo de lo anárquico que atraviesa una trama rica en personajes y situaciones, comienza a partir de la infancia del protagonista Javier, herida de muerte por el aluvión de los franquistas a la tranquilidad de una función de circo, quienes irrumpen para reclutar hombres que se sumen a la causa, entre quienes se encuentra su padre (Santiago Segura, impresionante), que trabaja de payaso en el circo y debe sumarse -a riesgo de perder la vida- a las filas del generalísimo como prisionero. Ese niño de infancia truncada, heredero del legado de venganza de su padre, se reinventa ya de adulto una vida como payaso triste (Carlos Areces) para desembocar en un circo ambulante en los años 70 y someterse a las sádicas pruebas a las que lo expone el otro payaso (Antonio de la Torre), estrella del espectáculo y pareja de una hermosa acróbata de telas (Carolina Bang) con quien mantiene una enfermiza relación amorosa. La atracción entre el payaso forastero y la joven y peligrosa muchacha deviene de inmediato en un violento triángulo amoroso que toma rumbos impredecibles y se vuelve tan atractivo como visceral, en un contexto en el que la denuncia social, los apuntes políticos y el revisionismo histórico -y singular del director- aportan un plus de inteligencia a la trama y funcionan perfecto como trasfondo. Sin embargo, el riesgo constante asumido desde lo formal y lo conceptual, con la mirada puesta en el espectador para sacarlo de la abulia habitual y perturbarlo a veces le juegan en contra y el film atraviesa digresiones y sobresaltos que no le ayudan en lo más mínimo. No obstante, rápidamente con un clímax sorprendente y un desenlace de un lirismo poco frecuente en películas de este cineasta -oriundo de Bilbao- que habilita la lectura alegórica, el triángulo se desarma en una lucha descarnada de dos lunáticos y abusadores que han ultrajado a una mujer golpeada, igual que a una República española fragmentada entre el autoritarismo de Franco, la frivolidad, la impostura, la irracionalidad de los artistas y por supuesto con la necesidad de que alguien le quite el lastre de la tragedia y la haga reír nuevamente.
Anexo de crítica: El director Jon Favreau logra cerrar a medias este western clásico y bizarro que introduce de manera inteligente rasgos de ciencia ficción antigua que hacen honor a los géneros visitados por el film. En definitiva, se trata de la lucha entre los cowboys y los extraterrestres en un juego que invierte roles ya que los humanos en desventaja vienen a ocupar el lugar privilegiado de los indios de acuerdo a los tópicos más elementales del western, aunque con algunas características relacionadas directamente con el spaghetti western en la construcción de los personajes. Sin embargo, luego de una primera mitad más que aceptable el relato desbarranca hacia la pendiente del absurdo a pesar de la batería de guionistas reconocidos detrás del proyecto, empañándose lo que podría haber sido una muy buena película...
Tempestad e ímpetu A veces la razón no ayuda a explicar las motivaciones que llevan a una persona a tomar determinadas decisiones en su vida, capaces de provocar en aquellos seres amados un daño irreparable. La infidelidad; la deslealtad en una pareja ya consumada llega por diferentes motivos pero siempre hay uno donde prevalece el egoísmo del uno sobre el otro o cierto espíritu de revancha por no ser correspondido o completado afectivamente. Tan inexplicable es eso como enamorarse de una persona. Engañarla revela exactamente la misma cara de la moneda pero vista desde un solo espejo porque el reflejo es doloroso y mucho más aún reconocerse como traicionado o en el papel de traidor. Esas ideas abstractas detonan de inmediato en el universo de Viudas, nuevo opus de Marcos Carnevale (conocido también por sus trabajos televisivos como Tratame bien, Para vestir santos, entre otros), comedia dramática que explora íntimamente y humanamente el proceso de duelo de dos mujeres muy diferentes no sólo por sus edades (a una la confunden siempre con la hija de la otra) sino por sus roles sociales, unidas y enfrentadas por el amor hacia el mismo hombre. A grandes rasgos, esa es la historia de Estela (Graciela Borges) y de Adela (Valeria Bertuccelli), quienes tras la muerte de Augusto se conocen en la peor de las circunstancias como esposa y amante respectivamente. Estela es una documentalista que por descuido u omisión jamás había sospechado que su esposo músico tenía una doble vida con la joven Adela, para quien Augusto representaba no únicamente un amante sino un padre sobreprotector, quien antes de morir le pide a Estela que ocupe su lugar y ayude a la joven en todo lo que necesite. Así las cosas, en una mezcla de culpa, odio y dolor, ambas viudas comienzan a conocerse en una difícil y compleja relación de convivencia en la que no ahorran maltratos, comentarios injuriosos y algún que otro atisbo de empatía cuando la vulnerabilidad es tanta que genera lástima y solidaridad. Para ser fieles al título de esta nota podría decirse que las dos mujeres sobreviven como pueden a la tempestad del duelo a fuerza de ímpetu y corazón en una búsqueda incesante de respuestas a preguntas que no la tienen. No es casual que en la trama aparezcan alusiones al romanticismo alemán y al escritor Goethe particularmente con una de sus novelas más emblemática Werther, cuyo argumento gira en torno al despecho amoroso de un joven que decide quitarse la vida por no ser correspondido. Precisamente ese movimiento alemán denominado Tempestad e Ímpetu intentaba el despojo de lo racional en función de las pasiones y los sentimientos, elementos que predominan en las dos protagonistas en lo que quizá sea la mejor película de Marcos Carnevale a la fecha, quien conjuntamente con la guionista Bernarda Pagés consolidan un film maduro, honesto, bien dirigido y sobre todo con un elenco notable que más allá de la química entre Graciela Borges y Valeria Bertuccelli se destaca por sus personajes secundarios, donde el hallazgo de Martín Bossi con un personaje muy original -y a su medida- merece un aplauso mayúsculo así como la siempre bienvenida Rita Cortese que se complementa a la perfección en su papel de amiga y asistente de Estela. Viudas es un grato ejemplo de equilibrio narrativo porque desarrolla prolijamente los puntos de vista de sus personajes sin traicionarlos ni sobre exponerlos a situaciones forzosas pero se destaca en gran medida por descubrir matices, huir de estereotipos (el caso de Martín Bossi lo afirma) y encontrar naturalidad y credibilidad en cada escena pensada con un ojo puesto en el espectador y una mano en el corazón.
Mono sapiens Existían ciertos resquemores cuando se habló del proyecto de una precuela sobre la saga legendaria El planeta de los simios (1968). Teniendo en cuenta la fallida remake del 2001 a cargo nada menos que de Tim Burton, la creciente desconfianza guardaba lógica más allá de jugar todas las fichas al avance de la tecnología y la digitalización, hoy capaz de producir milagros cinematográficos. Finalmente, se disiparon las dudas y hoy puede decirse en primer término que El planeta de los simios (R) evolución es una película más que digna que funciona tanto como precuela; como ejercicio de nostalgia; como un film con un hondo planteo filosófico detrás y claro está en su carácter de producto bien elaborado y entretenido. Esa ''R'' que se cuela en el titulo permite varias alusiones: es una r de revolución llevada a cabo por los primates que se rebelan ante la arrogancia de los humanos y ante las condiciones de encierro a la que son sometidos, pero también es una r que representa el dominio de la razón o al pensamiento racionalista esencialmente. Esa idea que se entronca conceptualmente con el término de evolución (¿o involución?) marca el primer conflicto desarrollado a partir de la figura del chimpancé César (Andy Serkis), cuya madre, Ojos brillantes, luego de ser capturada por cazadores furtivos en su hábitat natural y salvaje, es utilizada como conejillo de indias por el científico Will Rodman (James Franco) en sus pruebas de una droga ALZ 112, la cual permite la regeneración celular y aumenta la inteligencia exponencialmente. Sin embargo, este científico con complejo de Dios tiene por objetivo aplicar -en la segunda fase- la droga en humanos para curar el mal de Alzhéimer, enfermedad que contrajo su padre (John Lithgow), quien se encuentra en pleno deterioro de sus facultades mentales. Pese al rotundo fracaso de la droga aplicada en Ojos brillantes, que experimenta un comportamiento violento -inexplicable a los ojos de los humanos- y del posterior cierre de la investigación, Will logra salvar al pequeño simio, adoptado bajo el nombre de César (como el gran conquistador, personaje que aparece en la cuarta entrega de la saga La conquista del planeta de los simios del año 1972), cuyo coeficiente intelectual es sumamente superior al de los miembros de su especie por haber adquirido en los genes aquella droga. Rápidamente, el simio se adapta a una vida doméstica (brillante utilización de las elipsis); aprende a comunicarse por medio del lenguaje de señas y crece –escondido y oculto a la vista de los vecinos- en un clima de paz y confort junto al padre de Will, quien también posteriormente será conejillo de indias de su hijo debido a que aquél logra extraer algunas muestras de la droga y utiliza el antígeno para detener la evolución de la enfermedad. Sin anticipar más datos de la trama, sólo resta decir que César será encerrado junto a los de su especie en un refugio y alejado de su familia humana, una vez crecido. El otro personaje importante en la historia es el de la primatóloga Caroline (Freida Pinto), quien advierte a su pareja Will sobre los peligros de la domesticación y cuestiona su actitud omnipotente y su cerrazón mental ante una realidad que no podrá cambiar. Resulta casi redundante mencionar las virtudes a nivel técnico de esta película para la que sólo cabe el término impecable. En cuanto a la dirección del británico Rupert Wyatt, quien debutara con la muy interesante The escapist (2008), film que maneja los tópicos de drama carcelario igualmente reflejados en la segunda mitad de este nuevo relato. Rupert Wyatt demuestra pulso narrativo en cada escena de acción al servicio de la historia y no de los efectos visuales; no abusa del vértigo y el movimiento epiléptico de la cámara para generar tensión y sabe encontrar los momentos justos para la emoción y la expresividad en los macacos, en contraste con la frialdad e inexpresividad de los hombres, salvo en el caso del protagonista (muy buen desempeño de James Franco) y de su pareja. La pregunta que se desprende en esta precuela es ¿quién es el animal? No simplemente por el maltrato hacia los simios sino más profundamente por las consecuencias generadas a partir de la ambición, el egoísmo, la pedantería y la ignorancia humana. Creo que en el desenlace (cabe aclarar que pegado a los créditos finales hay una clave para responderla) puede comenzar a ensayarse una respuesta.
Anexo de crítica: A diferencia de otros films de superhéroes, el acierto de Martín Campbell fue saber agregar el humor a un guión muy poco interesante que pretende abarcar mucho, mezclando historias de los comics originales pero que se traiciona a sí mismo con altas cuotas de digresión y carencia de ideas. Los efectos especiales oscilan entre el exhibicionismo gratuito y la funcionalidad a favor de la historia, que muestra sus mayores defectos a nivel narrativo apelando siempre al carisma de Ryan Reynolds para superar los problemas estructurales de fondo. La lucha entre la voluntad y el miedo como parte del aprendizaje y entrenamiento de este superhéroe son el eje conceptual que no encuentra gran desarrollo entre la pirotecnia y la parafernalia visual, ni tampoco a partir del conflicto personal que arrastra un trauma infantil. Eso pareciera no importar tanto a los siete guionistas acreditados, quienes dieron más preponderancia al espectáculo -con un saldo irregular- que a la parte filosófica del relato, el cual si bien no abusa de solemnidad tampoco termina por explotar la figura de uno de los superhéroes menos interesantes de la historia de los comics...
Anexo de crítica: Incuestionablemente deudora de La niebla y de parte del cine de John Carpenter, el realizador Brad Anderson (El maquinista) explota la idea de la amenaza latente sin rostro a partir de un relato apocalíptico donde cuatro sobrevivientes, entre ellos un proyectorista de cine, un periodista, una madre soltera y un niño, intentan sobrevivir en un mundo asediado por una densa sombra que pretende cubrirlo todo. Fiel a una apuesta minimalista y con un esmerado tratamiento en la imagen -que por momentos recuerda al expresionismo alemán- el director de Sesión 9 cuenta con un guión al que le faltan ideas y le sobra hermetismo, dejando un resultado incierto para una historia con una premisa interesante y un puñado de lecturas posibles detrás que por su falta de rumbo quedan clausuradas...
Una sonrisa contra la recesión Larry Crowne, escrita, dirigida, protagonizada, por el actor en debacle Tom Hanks y coprotagonizada por Julia Roberts es una fallida comedia romántica sobre segundas oportunidades en el contexto de la recesión económica que azota a Estados Unidos. Pero también es el ejemplo más crudo de la superficialidad con que la industria aborda temáticas profundas en manos de actores que no están a la altura de las circunstancias y que por su escaso nivel de compromiso social son menos creíbles que un discurso de Barak Obama en las Naciones Unidas. Claro que además de Tom Hanks, detrás del guión aparece la coautora Nia Vardalos para dotar de cursilería y estereotipos al relato que esta vez trascienden fronteras: hay latinos que hacen de latinos, negros que hacen de negros y Tom Hanks que hace de Forrest Gump pero en la universidad. En una trama que cuando busca el humor apela a la torpeza de los personajes o a la repetición aburrida de frases o acciones y que cuando pretende cierto grado de seriedad le alcanza con el cambio de rostro de sus actores. La premisa parece abocar a la idea de ponerle una sonrisa a la recesión y dejar un mensaje con la moralina imbécil de siempre que con el esfuerzo y la dedicación todo se consigue en la tierra de la igualdad y las oportunidades. Así se define el derrotero del protagonista, Larry (Tom Hanks), a quien los embates corporativos dejaron fuera del sistema en un abrir y cerrar de ojos tras años de servicio en una empresa estilo Home Depot, que lo nombrara incontables veces empleado del mes, habiendo sido en su juventud un cocinero en la marina que le permitió recorrer el mundo. El argumento de despido es tan irrisorio como la realidad misma cuando el hombre pasa a ser una variable de ajuste económico por no tener un título universitario que le permita ascender en el futuro del puesto en la empresa, aspecto que lo vuelve poco redituable. Desempleado y con una hipoteca impagable, el futuro de Larry se torna oscuro pero lejos de entregarse a la depresión le pone el corazón y el pecho a las balas y se anota en la universidad. Allí conocerá a Mercedes (Julia Roberts), una desganada profesora de literatura que sostiene económicamente a un marido holgazán -es decir, el opuesto de Larry- y transita por un momento crítico en su matrimonio al lado de ese parásito que ahora en sus tiempos de ocio se ha vuelto un experto blogger. Ella tiene a su cargo el curso de oratoria, la clave para recuperar terreno en un mundo donde cada vez importa menos el otro. De más está decir hacia dónde irá la historia cuando Larry y Mercedes intercambien miradas; Tom Hanks apele a su rincón de personajes olvidados y reflote al Viktor Navorski de La terminal y al legendario Forrest para desnudar su alma a pesar de los prejuicios, que darán a la profesora una lección de vida para que todos los espectadores salgan felices y con una sonrisa.
La fórmula del futuro La opera prima del italiano Umberto Riccioni Carteni ¿Diferente de quién? (llamativamente bien traducida para la distribución local) parte del concepto del travestismo tanto de la política como en la vida de sus protagonistas: un candidato a intendente homosexual, Piero (Luca Argentero), y su compañera de fórmula Adele (Claudia Gerini), quien a pesar de su posición reaccionaria y ultraconservadora debe aceptar las diferencias políticas de su colega por el bien del partido de centro. Luego de este preámbulo, la historia cae en la obviedad de que esas irreconciliables diferencias en la política en realidad son mínimas y que ambos tienen buenas intenciones, se complementan de las mil maravillas y terminan enamorándose clandestinamente. La derecha, la izquierda o el centro son conceptos políticos absolutamente obsoletos para el mundo que nos toca padecer donde se privilegia mucho más el marketing político que las ideas y donde la manipulación de las ideologías forma parte de las reglas del juego, se trate del partido que se trate. Eso es a grandes rasgos lo que sucede en el trasfondo de esta comedia romántica, que solamente cuenta con la originalidad de invertir los roles para desatar un torbellino de pasiones e infidelidad, que por supuesto traerá sus consecuencias al entorno del candidato –comprometido hace años con Remo (Filippo Nigro)- y pondrá en riesgo su futuro político. Sin embargo, el film transita los tópicos habituales y convencionales acerca de la discriminación de la comunidad gay; la hipocresía de los conservadores representada en una candidata que defiende a rajatabla los valores tradicionales de familia pero que se termina enamorando de un homosexual -tras un fracasado matrimonio por no poder quedar embarazada- es otra muestra de la falta de ideas del guionista Fabio Bonifacci, quien no supo sacarle el jugo a una historia que daba para mucho más. No obstante, son rescatables las actuaciones de la pareja protagónica que demuestra buen timing a la hora de la comedia y mucha piel para los arrebatos amorosos.