Invisible a los ojos. Algunos pensarán en plagio y otros en homenaje, lo cierto es que los hermanos Onetti vuelven a demostrar una avidez con el cine de terror de antes y la predilección en las coordenadas del “giallo”, reinado de grandes y notables directores como Dario Argento entre otros. La estética es la que domina frente al argumento y tal como sucediera con sus anteriores películas como Francesca es el idioma y la no correspondencia con lo que la imagen muestra el plus que sumerge tanto la trama como al espectador en esta suerte de viaje nostálgico por un género ya pasado de moda. Lo de pasado de moda va en contraste con la última operación rescate a partir de la relectura y aggiornamiento de un clásico como Suspiria. Mucho más pretenciosa y con un presupuesto seguramente superior al de este caso, donde los códigos del policial y elementos característicos del “giallo” se respetan de cabo a rabo. Y también de cabo a rabo, una galería de personajes variopintos desfilan en esta historia que involucra el acto de magia como una falsa puesta en escena, algo visible a los ojos que sin embargo no se puede ver y que forma parte del truco, así como la idea de un falso culpable para hacer de lo derivativo un juego y de lo deductivo una ironía. Eso ocurre en Abrakadabra, un opus plagado de muertes truculentas, algunas ideas sueltas y mucho color que se dispersa entre personajes que hablan en italiano y fantasmas del cine viejo que si bien nunca aparecen en escena o corporizados son invisibles a los ojos de una cinefilia rabiosa.
Perro destino. Siempre que llegan propuestas de género para un cine argentino al que le cuesta pegar el salto por diversas circunstancias que no vienen al caso de esta nota, las antenas se paran y apuntan especialmente a una serie de casilleros de un gran tablero, que frecuentemente no se llega a completar casi nunca y si se permite un juego de palabras cinéfilo daría la sensación que con el cine argentino de género “faltan 5 pal peso”. El bosque de los perros encuentra en el formato del thriller un interesante marco para desarrollar un triángulo amoroso, donde los secretos del pasado de la protagonista Mariela (Lorena Vega) y su entorno juegan una carta marcada. Tan marcada como el destino y la tragedia que rodea la trama en que los perros también reflejan simbólicamente la idea de desamparo en base a la dependencia afectiva con sus amos. Tras quince años de ausencia, Mariela regresa con ínfulas de venganza y eso se desprende desde sus ojos cada vez que encara a la gente, quienes también la ven con ojos de desconfianza y rechazo. Ella porta un karma tal vez y como toda ley karmática la rodea esa dinámica de lo que comúnmente se asocia al concepto de sembrar y cosechar. ¿Cuál es en definitiva la cosecha que ha sembrado Mariela desde su pasado de adolescencia tanto con Germán y Carlos? Es una pregunta de la búsqueda que atraviesa la película de Gonzalo Javier Zapico. La puesta de cámara es uno de los puntos claves para darle dinamismo a un relato en el que la crueldad se maneja desde la sutileza, sin golpe bajo ni truculencia gratuita. Hay otra violencia invisible como la del maltrato o el abandono relacionado al pasado. Las actuaciones de Lorena Vega, Guillermo Pfening y Marcelo Subiotto, vértices de este triángulo amoroso intenso, se ajustan a los ritmos que pide la película. Lo mismo ocurre con los secundarios, convincentes en sus intervenciones, así como un cuidado de los rubros técnicos entre los que debe destacarse la fotografía de Germán Costantino y la puesta en escena general con la distancia justa entre personajes y cámara para resaltar detalles que pueden escaparse ante miradas poco atentas.
Maternidad, te buscan. Entre lo personal, los miedos y la duda, la directora Marina Zeising utiliza el recurso audiovisual para una operación de catarsis compartida, que encuentra en otros discursos anexos algunas reflexiones interesantes sobre el rol de la mujer empoderada contra el patriarcado para abordar tópicos relacionados con los hábitos y los prejuicios que giran en torno a la maternidad o al no deseo de ser madre. El viaje conecta con lugares, todos ellos anclados al discurso de una voz en off que se desenvuelve en la búsqueda poética y se impregna de aromas extraños cuando llegan las historias y las experiencias de mujeres, para que la propia directora indague sobre su propio deseo de convertirse en madre. Para ese espacio de reflexión, Noruega no sólo la enlaza con su propia historia y orígenes sino con un proyecto de país diametralmente opuesto a la Argentina pese a las conquistas recientes de derechos de mujeres, a las marchas a favor del aborto legal y gratuito y otras inquietudes que amplían el espectro de la maternidad, su representación desde el arte y la correspondencia con los nuevos tiempos, donde el feminismo gana espacios en la cultura. La lupa entonces es doble: la de enfocar en un primer plano lo maternal y a la distancia la de aquella mítica loba que alimentaba hijos extraños, sin preguntarse por lo biológico y siempre en consonancia con el instinto de prolongar la vida.
A los costados del camino de la historia del rock. Ocho miradas y enfoques ensamblados en un solo cuerpo trazan las coordenadas de este documental musical, Los Periféricos, para adentrarnos en otros relatos vinculados al rock nacional. La periferia como el espacio para encontrar rostros no tan conocidos y anécdotas que tienen por denominador común la idea contracultural encuentran en la expresión del punk argentino una base para generar discursos contra el poder, contra los poderosos y aquellas prácticas conservadoras que siempre vieron en la juventud un peligro latente. Así las cosas, siempre en blanco y negro, Juan Riggirozzi (Ellos son, Los Violadores), Iván Wolovik (Transformación), Tomás Makaji (Desacato a la autoridad, relatos de punks en Argentina 1983-1988 (Capítulo 1)), Luis Hitoshi Díaz (Héroxs del 88), Gonzalo Hernández (Héroxs del 88), Gabriel Patrono (Blues de los plomos), Lautaro Aledda y Pablo Arias Ulloa, dejan que la música y los testimonios de la calle hablen por sí solos entre pequeñas anécdotas de resistencia y mucho rock. Para amantes y no tanto, Los periféricos adosa una página poco visitada en el manual de los pioneros y sus referentes olvidados, tal vez como se llamaba el grupo del flaco Spinetta, ellos sean ni más ni menos que los socios del silencio.
La niña pez. No es para nada casual que la directora uruguaya Lucía Garibaldi haya sido galardonada por su trabajo de dirección por el Sundance porque si hay algo que hace brillar esta ópera prima de oscuridades en el alma es precisamente una meticulosa dirección de actores, manejo de puesta en escena impecable y austeridad a la hora de pensar en el a veces muy manoseado lenguaje audiovisual. Tampoco resiste la tentación pensar en tentáculos -para comenzar a hablar con términos marinos- entre Los tiburones y las primeras películas de Lucrecia Martel así como de Lucía Puenzo. Pero eso no significa para nada que Garibaldi no despliegue su propia mirada y estilo, inmejorable carta de presentación para una ópera prima. Vivir cerca del mar y en la costa implica por un lado sobrevivir de actividades como la pesca o de esas pequeñas actividades de economías familiares y chicas como la que atraviesa la familia de Rosina (Romina Betancur). Ella rivaliza con una hermana a la que además agredió físicamente y ese es el primer indicio que estamos frente a un personaje complejo que escapa del arquetipo de la oveja negra tan trillado en una dinámica familiar. Pero además Rosina siente especial atracción por Joselo, uno de los gurises que trabaja junto a otros muchachos para el padre de ella (Fabián Arenillas), mientras su madre se encarga de acomodar los números flacos del presupuesto familiar. La amenaza latente se encuentra en el mar al haberse detectado la presencia extraña de una aleta de tiburón, animales muertos en las orillas son suficientes alertas para que la comunidad recupere el mar pero más aún conserven su fuente laboral que va en contra de los intereses políticos que esgrimen la idea del turismo y minimizan el detalle del tiburón. Si bien la película transita en la ambigüedad que se corresponde al comportamiento errático de esta adolescente en pleno despertar sexual, la sutileza y el detalle habilita una mirada que escapa de la superficie para sumergirse en el ámbito de lo alegórico porque hay depredadores y víctimas de un sistema donde la exclusión es moneda corriente. Los tiburones del título no solamente están en el mar sino fuera y son tan peligrosos como las anécdotas de los relatos sobre las catástrofes asociadas a los ataques de este mal llamado depredador del mar. En Rosina convive la contradicción y esa empatía por lo distinto, dominada por un instinto de supremacía del deseo ante cualquier entorno que obstaculice su rumbo. A diferencia de muchos personajes fronterizos, ella tiene un rumbo, una dirección para alejarse de todos y no dejarse contaminar por un orden absolutamente caprichoso y cuestionable. Algo de niña pez esconde un segundo de inocencia hasta que los ojos se depositan en el objetivo y la cacería comienza sin medir el costo de la presa como el tiburón que bordea la orilla ante el descuido y muestra sus dientes.
Busco mi destino. Uno de los tópicos que atraviesan este opus de Juan Siasaín, Traslasierra, también ocupaba el centro de atención en su película Choele (2013) con Leonardo Sbaraglia y que tiene que ver con la paternidad tanto como desafío para alguien primerizo, como es el caso del protagonista de su nueva película, como desde la presencia de lo paternal y el legado que puede o no dejar un padre a un hijo. Ese es uno de los puntapiés que desestructuran a este actor errante (interpretado por el propio director) que ama la libertad de no pertenecer a ningún lugar pero que se ve impulsado a retomar contactos con su padre, su pueblo y los recuerdos de infancia, a pesar del intento de armar una vida de pareja y aventuras con una novia venezolana. Es entonces la inercia y la quietud necesaria a veces lo que convive en Martín, además del reencuentro con una amiga, Coqui (Guadalupe Docampo) que a diferencia de él sentó sus raíces en el lugar, dedicó su tiempo a la docencia y se encaminó en la aventura de ser madre soltera, por quien Tincho (así le dicen aquellos que lo conocen) aún siente cosas y la encrucijada amorosa se le presenta en medio de una crisis existencial. Sin embargo, entre las intenciones y lo que queda plasmado en pantalla hay una distancia y la sensación de no encontrar un tono y un ritmo adecuado para el desarrollo de ese proceso de cambio. En Traslasierra conviven dos tiempos internos que no logran conectarse, uno lo marca el pulso de los vínculos, los afectos y los miedos de perder todo por el simple hecho de no saber elegir y el otro tiempo es el de las acciones, los pequeños actos con los títeres en un personaje que a veces parece manipulado como un títere entre dos mujeres. Desde la propuesta visual, el director de La tigra, Chaco (2009) dice mucho más que desde las palabras y desde ese obstáculo no llega a superar una seguidilla de tropiezos y apuros por resolver situaciones algo más complejas.
Sostenes. Una prótesis viene a ocupar un vacío. También puede pensarse como un complemento o sostén de un cuerpo incompleto. Y una familia es como un cuerpo desde lo orgánico hasta lo jerárquico. Los miembros de un cuerpo son los brazos y los brazos de una familia los hijos. Por eso el segundo opus de Mateo Bendesky juega desde el título con el término miembro y desplaza el significado para concentrarse en una familia fantasma. Esa entidad la representa una madre recién fallecida de la que sólo queda la prótesis de su mano, elemento concreto y simbólico que carga tanto con una maldición a los hijos como con un mandato que conecta a dos hermanos en una vieja casa de verano en la costa. El distanciamiento entre ellos es algo del pasado y la interesante manera de descubrir el misterio del porqué se distanciaron Lucas y Gild es uno de los condimentos de una rica experiencia donde se mezcla el humor sutil y negro con el desencanto propio de un duelo. En medio de ese proceso por ponerle una instancia el azar obliga a que los hermanos se tengan que quedar en la casa y en la costa más tiempo del esperado a raíz de un dato de absoluta actualidad y vigencia: paro de transporte de larga distancia por tiempo indeterminado. Entre la espera y las charlas banales surgen nuevas maneras de reconocerse y para el caso de Lucas, el menor, el descubrimiento de nuevas experiencias, nuevas amistades y las posibilidades de una libertad sexual impensada. Lo interesante de la película no es la trama en sí, la idea de los vínculos que se recomponen y de la familia disgregada y ya rota juegan sus mejores cartas en la partida. Con el tiempo justo para desarrollar la psicología y los conflictos de los personajes en un marco más que apropiado donde el mar, la playa, la casa y las soledades compartidas acompañan un proceso de pérdida que no sólo obedece a la muerte de un ser querido sino a otras pérdidas como la infancia, la primera adolescencia y la de una familia como las de antes de la que parece solamente haber quedado una prótesis.
Sueños elementales. Dos exilios atravesaron casi toda la vida de Alfredo Zitarrosa, artista uruguayo que primero buscó a su tierra en Buenos Aires en plena época de dictaduras militares y listas negras. Dos destierros, el del propio país y el de sus canciones prohibidas. Desde la voz del poeta y el silbido que se cuela entre las cintas de casete que Zitarrosa dejó a sus hijas como si de alguna manera presagiara que ellas debían contar su historia una vez que él no estuviese para hacerlo, lo primero que se puede percibir es esa tristeza inconmensurable de no estar presente en su suelo, repleto de las injusticias sociales que aquejaban a ese mundo que dista muy poco del presente, al espejismo de la revolución castrista que Zitarrosa abrazaba y utilizaba como punta de lanza de su convicción política. Escucharlo con atención es un ejercicio de memorabilia necesario porque desde su relato en la lejanía; de los tantos exilios en Argentina, México y España, se aprende y aprehende otra historia. Incluso la propuesta de Melina Terribili hace hincapié en aquel exilio no forzado luego de haber vuelto esperanzado al Uruguay democrático, que tras el consuelo de ganar el gobierno sucumbió a los vicios del poder de siempre y por ende la balanza siguió pesada y no equitativa como prometía el momento histórico, ni tampoco se logró la tan ansiada justicia con la puesta en marcha de una ley de amnistía para aquellos que habían cometido crímenes de lesa humanidad, suficientes derrotas acumuladas en pocos años y tantas mudanzas para aquellos que siempre luchaban como Zitarrosa por sueños elementales. La directora Melina Terribili genera desde su propuesta Ausencia de mí un dispositivo de la memoria que busca recrear en la idea de exilio su horizonte y encontrar en el protagonismo de uno de los exiliados latinoamericanos más importantes de la historia el testimonio desgarrador de un habitante sensible para un mundo completamente cínico. La selección de fotografías intercaladas con la cadencia cansina de Alfredo Zitarrosa es un espacio que parece no necesitar del tiempo para que la poesía fluya y acompañe el paso de la historia gris, aunque el cielo y los pájaros que acompañaban al poeta en sus destierros y encierros cuando carecía de sus árboles, su gente, su país, su historia no alcanzaban a llenar ese vacío en el corazón. Y todo eso en el revoltijo de los objetos, las letras, los silencios, le dan cuerpo y alma en un sentido y conmovedor homenaje a un verdadero artista que desde su guitarra y su voz pintó al Uruguay de la tristeza y la pobreza como pocos.
Reparación histórica Al pueblo judío se lo asocia por lo general con diásporas, es decir que los éxodos forman parte de su historia y por eso este documental de Miguel Kohan toma como punto de partida la búsqueda de diferentes huellas en lugares que en una primera aproximación podrían resultar más que insólitos por la poca referencialidad hacia el judaísmo y principalmente a su historia. Entre los nexos que marcan este itinerario, nos sumergimos como espectadores en un viaje del propio realizador documentado casi en primera persona, aunque la voz en off no es el recurso que prevalece sino más bien el testimonio de diferentes voces ligadas de cierta manera a las raíces del judaísmo, lugares (Sinagogas, Cementerios) en que el viaje se vuelve mucho más singular para el propio Miguel Kohan en su descubrimiento. La experiencia judía… aporta otra mirada sobre el judaísmo y la memoria en primer término al rescatar por ejemplo a los gauchos judíos en Basavilbaso (Argentina) para luego cruzar fronteras y encontrar vestigios de la cultura judaica tanto en Brasil como en Surinam, por citar a uno de los tantos países a los que Miguel Kohan visita en su doble rol de documentalista apoyado en una investigación rigurosa, pero también como testigo del paso de la historia, la tradición, las persecuciones, que lo conecta directamente con sus propias raices. No obstante, sin hacer de este documental una película de profunda intimidad, el realizador de El francesito… logra un justo equilibrio al tomar la distancia entre el hecho documental y el proceso en el registro.
Más preguntas que respuestas El genocidio armenio es uno de los aberrantes crímenes de lesa humanidad que aún hoy a más de 100 años de haberse producido no tiene reconocimiento unánime y sobre el que existe una enorme capa de desinterés, tal vez por tratarse de una comunidad cuya diáspora no guarda correspondencia con algunos lugares o países como puede ocurrir con la otra diáspora más conocida, la judía. Argentina es uno de los países con mayor presencia del pueblo armenio actualmente, por eso la singularidad de este documental no guarda un nexo con algún tipo de idea de reparación histórica sino que parte de una base de pregunta sobre el porqué de la ausencia de transmisión generacional de una historia de casi un siglo, algo que motivó a su director Hernán Khourián a diseñar un taller de cine en el Colegio Armenio Jrimian, de Valentín Alsina, para que los propios alumnos no sólo tomaran conocimiento del manejo de herramientas como una cámara, un lenguaje audiovisual para transmitir mensajes, sino que generaran la inquietud en su entorno familiar para conocer algún aspecto relacionado a la identidad Armenia, a un territorio en un lugar del mundo de donde tal vez alguno de sus ancestros tuvo que escapar de la masacre del Imperio Otomano, entre otros lazos que parecen cortados de cuajo por el silencio, el desinterés por el pasado o las enormes marcas del dolor en casos de destierro tal como la diáspora armenia. La pregunta disparador sobre el olvido y la memoria se unifica al darle voz también a una escritora, tercera generación de armenios que plantea la necesidad de sembrar un presente desde el lenguaje y sin darle tanta cabida al entierro de la historia o la forma parcial en que se relata la suerte de la diáspora. Lo desaparecido necesita aparecer transformado y la memoria generar preguntas más que recordar respuestas. Pero eso solamente es un apartado de esta experiencia que involucra alumnos de primaria y secundaria para aplicar el lenguaje audiovisual como fuente de producción de contenidos, buscar la materia prima en el afuera a la vez de involucrarse con historias familiares, siempre abierto a la devolución de las demandas de ellos en materia de creación o resolución técnica. Si uno tomase las referencias que estos alumnos traen cuando se les pregunta como una de las consignas antes de pasar a la propuesta de la diáspora, causas, consecuencias, dudas, emociones y lo que surge, qué es el cine, de inmediato aparecen respuestas que tienen en común dos conceptos: espacio para compartir y familia. Quizás desde un taller de cine que es un espacio donde se comparten historias también se pueda aprender Historia, lejos de los libros de texto o las lecciones autómatas que llegan a destiempo para esta adolescencia 3.0 porque la inquietud por saber siempre se produce cuando menos se la fuerza o intenta al menos trazar una línea entre lo real y lo imaginado. ¿Se puede olvidar el olvido? ¿se puede estar sin estar? ¿se puede pertenecer a un lugar que jamás se conoció? Sea acá o acullá, siempre que existan más preguntas que respuestas y documentales de tanta creatividad expuesta como este nada es imposible.