Regalo del cielo Roberto y Jun, dos almas "perdidas" en Buenos Aires que nos cuentan Un cuento chino. Roberto (Ricardo Darín) es un veterano de Malvinas. Los años lo convirtieron en un tipo solitario: su vida no transita mucho más allá de su ferretería y los enojos para con sus clientes y proveedores. Pero su ermitaño mundo debe cambiar a la fuerza cuando un día, fortuitamente, se encuentra con Jun (Ignacio Huang), un chino que está perdido en Buenos Aires y busca a su tío, el único familiar que tiene en la ciudad. Su situación despierta la compasión de Roberto, quien lo invita a vivir en su casa, pero no sabrá que el recién llegado también es víctima, como él, de los golpes de la vida. Un cuento chino se presenta como una comedia simpática basada en las diferencias culturales. Las barreras idiomáticas, las costumbres y la forzada convivencia provocan situaciones entretenidas pero que dejan entrever seres solitarios, que en el fondo buscan lo mismo. Darín vuelve a hacer gala de la ductilidad a la que nos tiene acostumbrado en cada película que protagoniza. Esta vez, encarna a un ferretero malhumorado y obsesivo, a tal punto de los clavos que vienen en las cajas y de acostarse todas las noches a la misma hora. Un hombre detallista que también colecciona noticias insólitas que recorta prolijamente de los diarios y guarda en ordenadas carpetas. Resulta una revelación, en cambio, la presencia de Huang, actor con una extensa carrera en teatro. Tanto que su coprotagónico no resulta opacado por la fuerte figura de Darín, con quien hace una muy buena dupla. En su papel, "el chino" se destaca por sus silencios y los distintos estados de ánimo que atraviesa. Muy bien también las actuaciones secundarias de Muriel Santana, Huang Sheng Huang, Iván Romanelli y Vivian El Jaber, quienes acompañan la historia principal. Esta nueva comedia escrita y dirigida por Sebastián Borensztein (La suerte está echada), trae aire fresco a la pantalla nacional. Original y con un buen tratamiento de imagen, cada detalle de la dirección de arte sirve para delinear las personalidades de los personajes y el devenir del guión, cuya sencillez no quita profundidad. Dos historias de solitarios que se cruzan, y que con sus diferencias de costumbres logran entretener pero también emocionar.
Sexo, mentiras y neurosis Divertida, ácida y provocativa, Las hermanas L cuenta una historia conocida... pero distinta. Las hermanas Legran, Eva (Silvina Acosta) y Sofía (Florencia Braier), están enemistadas hace años. Sus vidas transcurren lejos una de la otra, hasta que el regreso al país de una -de la que muy poco sabemos- vuelve a despertar viejos rencores en la otra -profesora de inglés, amante incansable-,y a romper la armonía aparente que sobrevuela su cotidianeidad. Sin tener lugar para vivir y con todas sus pertenencias a cuestas, Sofía se instala en el departamento de Eva sin preguntar. Y, muy pronto empezará a sentir cierta atracción por su cuñado (Esteban Meloni), casi al mismo tiempo que su hermana se descubrirá incapaz de ignorar el despertar sexual de Bruno (Elias Viñoles), un alumno con pocas ganas de estudiar pero muchas de aprender. Esta libre lectura argenta de la obra de Tennessee Williams, Un tranvía llamado deseo, se presenta como una comedia "psicosexual" y "multiorgásmica". Y algo de eso hay. Divertida y desfachatada, su historia nos remite de inmediato a las primeras películas de Pedro Almódovar, esas que hacía en los años de ácida reformulación del alicaído "destape español". Porque en Las hermanas L hay sexo, pero también neurosis, hombres bien dispuestos y mujeres siempre al borde. Tal como lo hicieron en 2007 con Upa! Una película argentina, Santiago Giralt y Eva Bär eligen no ponerse serios. Y para su nueva andanza convocaron a otros dos directores (Alejandro Montiel y Diego Schiapini), y en cuarteto le dieron vida a una historia de esas que el cine argentino no está acostumbrado a ver, con resabios de la picaresca nacional y un constante clima erótico que se sostiene sin jamás volverse burdo. Porque, pese a las numerosas advertencias y/o promesas de "escenas de alto voltaje erótico y emocional", lo cierto es que nadie va, a esta altura de los acontecimientos, a levantarse de su butaca inflado de indignación por ver ultrajada su moralidad. Tampoco, claro, a sonrojarse ni a incomodarse ante una insinuada masturbación múltiple o un grotesco coito accidentado. Las hermanas L se plantea interesante desde el vamos, con una estética que roza lo kitsch, un relato sencillo pero con giros que lo enriquecen, correctísimas actuaciones en los roles principales y algunas joyitas en los secundarios. Frescas y graciosas, Acosta y Braier mantienen la tensión justa que sus personajes requieren, y son muy bien acompañas por Meloni y Viñoles. Entre lo destacado, vale subrayar la vuelta a la pantalla grande de Soledad Silveyra, componiendo a una hilarante escritora fotofóbica y asfixiante que nos hace preguntarnos porqué la actriz no visita más seguido un género al que parece tener tanto para darle. Daniel Fanego también tiene lo suyo, interpretando a un despreocupado profesor de teatro kabuki, y Willy Lemos le pone el cuerpo a una diva argentina en retirada, madre de las hermanas y encerrada en un laberinto tan brillante como vacío. La perlita: esta comedia -que fue presentada en el Festival de Cine de Mar del Plata de 2008-, originalmente iba a llamarse Las hermanas Legrand, pero la diva de los almuerzos se opuso rotundamente a prestar su apellido artístico tras interiorizarse del provocativo contenido del guión. A no perdérsela.
Homenaje a un icono Una diva en su ocaso y un asesino a sueldo en crisis, los protagonistas de Mis días con Gloria. Roberto (Luis Luque) es un asesino a sueldo caigo en desgracia, en conflicto con su profesión, y agobiado por deudas. Cada vez le cuesta más matar y la policía, con un jefe corrupto a la cabeza (Nicolás Repetto), anda tras sus pasos. Gloria (Isabel Sarli) es una actriz de los años '60 que regresa a su tierra natal para enfrentar un error de juventud. A partir de un equívoco, donde Gloria confunde a Roberto con un chofer de remis, sus vidas se cruzan. Este encuentro es motivo para transitar juntos la enfermedad incurable de ella y la violencia del mundo de él. Dos solitarios que descubren que se necesitan. Las serranías puntanas otorgan el marco perfecto a Mis días con Gloria, esta historia que marca el regreso a la pantalla grande de la "Coca" Sarli en un policial con momentos de melodrama. Un homenaje a la diva del cine nacional que busca la nostalgia del recuerdo, con una constante autorreferencia a fragmentos de sus trabajos. Una especie de Gloria Swanson en Sunset Boulevard, pero nacional. Esas vidas opuestas que por destino se cruzan es lo que guía el relato. Los caminos de la actriz en decadencia y el asesino perseguido, quien se enamora de una prostituta (la "Coquita" Sarli, con un look muy parecido a su madre en su debut cinematográfico). Así, el guión llega por momentos a caer en lugares comunes y algunas actuaciones secundarias resultan forzadas. Falencias, sin embargo, que logran mantener cierto pulso narrativo. Dicho ritmo se logre, quizás, por la siempre destacada actuación de Luque, que compone a un hombre recio, aunque perdido por dentro, acorralado por una vida que ya no desea llevar adelante. Destacables sí son algunos de los rubros técnicos, como la iluminación y la fotografía, con bellos encuadres del paisaje de la provincia de San Luis. El regreso de Juan José Jusid a la dirección busca brindar un merecido reconocimiento a una mujer como Isabel Sarli, que con su trayectoria marcó una época del cine nacional. El cinéfilo -y especialmente, quienes se deleitaron con la voluptuosidad de esta morocha argentina- sentirá esa agradable nostalgia volver a ver a la "Coca" en pantalla grande.
El otro, mi enemigo El hombre de al lado, una mirada estética sobre las diferencias sociales, los miedos y los prejuicios. Leonardo (Rafael Spregelburd) es un prestigioso diseñador, políglota, snob y soberbio, vive con su mujer y su hija preadolescente en una casa famosa de la ciudad de La Plata, diseñada por el arquitecto Le Corbusier en 1948. Su vecino es Víctor (Daniel Aráoz), vendedor de autos usados, extremadamente vulgar y prepotente. La lucha se vuelve inevitable entre ellos cuando a él se le ocurre hacer una ventana que da a la propiedad de Leonardo, para "atrapar unos rayitos de sol". A partir de allí, cada uno toma conciencia de la existencia del otro, y estallan las diferencias de dos vidas tan disímiles. Pero para Leonardo, su vecino no solamente es el "hombre de al lado", sino que es todo lo que él aborrece. Su rudeza se contrapone a la ordenada vida que el diseñador cree llevar, y no tardará en darse cuenta que no es tan así. Una esposa perdida que reclama "piquitos" en señal de atención, una hija conectada a su música que no le habla, y una mucama siempre presente que trata de mantener limpia la mansión, aunque la suciedad recaiga en las formas de sus habitantes. Una película detallista, estéticamente perfecta. Desde los encuadres a la iluminación, el trabajo técnico del equipo de El hombre de al lado es destacable. Imágenes que no dejan de lado un sólido guión, con un duelo actoral brillante entre los dos protagonistas. Víctor (un Aráoz gracioso y querible por lo rústico que es), que desde sus procederes y acciones hacen al redescubrimiento propio de Leonardo (un Spregelburd desbordado que se luce) cuya vida arquitectónicamente perfecta no puede seguir sosteniendo. Una ventana que se abre sus los miedos y a las actitudes más viles. Una comedia con una trama que entreteje el humor ácido con las miserias humanas, en la que el desenlace nos deja pensando. Porque además, la película es un tratado sobre la apariencia. Una mirada sociológica que hace repaso de dos clases sociales en la capital de la provincia de Buenos Aires. Su directores, Mariano Cohn y Gastón Duprat (Enciclopedia, en 2000, Yo presidente, en 2006, y El artista, en 2008) ganaron el premio a la Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 2009; y la distinción a Mejor Fotografía en el Festival Sundance en 2010
Con vuelo propio Diego Capusotto y Luis Luque, dos delirantes que se embarcan en una aventura interestelar. José (Diego Capusotto) vive en Buenos Aires con su padre (Atilio Pozzobón), con quien no tiene una buena relación. Él es músico, pero se mantiene con las ganancias que le da su remisería, y cuando puede toca con su banda en algún pub. Y allí, sobre el escenario, siente nostalgia de la época en que lo acompañaba su primo Miguel (Luis Luque): despues de todo, con él había logrado cierto éxito con el tema "Pájaros volando", de su banda Dientes de limón. Después de mucho tiempo sin verse, Miguel -que vive en Las Pircas, un pueblito en las sierras cordobesas- visita a su primo en la ciudad y lo invita a que se vaya con él y abandone los trajines de la ciudad. Con su guitarra a cuestas, José llegará a este lugar donde se preparará para completar el grupo de elegidos por los extraterrestres para realizar un viaje interplanetario. Pájaros volando repite la dupla de protagonistas de Soy tu aventura (2003), y como en ese entonces, la historia vuelva a parodiar la idiosincrasia nacional. Una idiosincrasia que se dibuja en un pueblo movilizado, en aquella oportunidad por el secuestro del cantante Luis Aguilé, ahora por una suerte de competencia absurda por quien viaja a otra galaxia a enseñarle música a los extraterrestres. La vida en aquella comunidad serrana, los distintos personajes que allí habitan, y sus ambiciones y delirios, hacen de la película un retrato exagerado, pero no menos cierto de nuestra identidad. Así, el guión establece un guiño cómplice con el espectador, apoyado en la relación cariñosa y de necesidad que se va forjando entre los dos primos protagonistas, quienes en su momento se habían distanciado por diferencias en la banda que habían fundado. Una sucesión de situaciones cómicas bien actuadas, con un elenco secundario que acompaña con mucho oficio. Momentos desopilantes son también los que brindan las apariciones de figuras populares como Antonio Cafiero, Víctor Hugo Morales, Juan Carlos Mesa, Norberto "Ruso" Verea, Miguel Cantilo y Claudia Puyó. Del mismo modo, cabe destacar los muy bien logrados efectos especiales y el despliegue visual, que denota un buen trabajo de producción y le otorga al film cierta calidad técnica. Hippies, platos voladores, rock y cameos varios hacen de esta película, dirigida por Néstor Montalbano, una comedia bien argentina y sumamente divertida.
Poético retrato maternal A través de un elaborado tratamiento estético, Gustavo Fontán nos cuenta una pequeña -y opresiva- historia. El relato de La madre se construye en esa tensión entre el deseo personal y la responsabilidad hacia el otro, de un hijo resignado (Federico Fontán) que observa a su progenitora (Gloria Stingo). Con un tratamiento más poético que narrativo, el guión se llena de largos planos detalles y primeros planos, que limitan las informaciones argumentales. Y los silencios caracterizan a los personajes en una casa despojada en la que se respira un clima opresivo. La estética y la fotografía, el uso de luz natural como única fuente de iluminación, son propios de la filmografía de Gustavo Fontán (director de La orilla que se abisma, en 2008, y El árbol, en 2006) y brindan algunas bellas composiciones de cuadro, pero que no ayudan a terminar de entrar en la historia. Quizás el uso de los espacios minuciosamente retratados y los planos fijos también ayuden a esto. Una forma no tradicional de contar una pequeña historia, que de a ratos se vuelve larga. En 2009, La madre se presentó en el 11° Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) en la Selección Oficial de Competencia Argentina.
Denuncia y realidad Diego Rafecas eligió rodearse de un gran elenco para bucear en el submundo de las adicciones, en Paco. Paco es una cruda descripción de los suburbios mentales de la drogadicción, un flagelo que -claramente- acecha a cualquier clase social. Y también es una película que si bien logra mostrar un drama de la sociedad argentina actual, por su guión y sus saltos atemporales, queda a mitad de camino entre la denuncia política y las muchas realidades del grupo en recuperación en que el protagonista es parte. Con actuaciones sólidas en todos los casos, su elenco multiestelar cumple. Norma Aleandro y Luis Luque, como directores del instituto, acompañan a una camada de jóvenes actores (Tomás Fonzi, Romina Ricci, Sofía Gala Castiglione) que se van consolidando en la pantalla nacional. El tercer largometraje de Diego Rafecas (que debutó en cine con Un buda en 2005, y siguió con Rodney en 2008) tiene el sello característico de su director en cuanto a composición de cuadro y fotografía. Es muy buena, por ejemplo, la escena con la que abre la película desde la terraza del Congreso Nacional. Y también destacable la banda sonora acorde a cada una de las situaciones que se muestran. Paco participó en la "Competencia Oficial" como única película hispanoamericana en la semana internacional de cine de Valladolid, España, donde impactó por su temática y fue recibida con sostenidos aplausos.
Esos anudados lazos familiares Dos hermanos se detiene en seres con muy poco en común, pero que sólo se tienen el uno al otro. Para su nueva película, Dos hermanos, el director Daniel Burman eligió volver sobre una de las temáticas que mejor le sientan: las relaciones de familia. El reencuentro de los dos hermanos del título está marcado por la necesidad del otro, un quiebre a sus vidas solitarias y monótonas. Vida sin rumbo la de ella, Susana (Graciela Borges), robando la correspondencia de su vecino y buscando siempre la forma de ganar algo de dinero, pero que un día se ve obligada a incluir en su cotidianeidad a su hermano Marcos (Antonio Gasalla), quien hasta ese momento no hacía más que cuidar a su madre (Elena Lucena). Hermanos muy distintos pero con la misma dependencia, que se tienen más que el uno al otro y que sólo comparten una admiración mutua por Mirtha Legrand (un guiño divertido para el espectador). Un reencuentro que sirve para reflotar heridas y redescubrirse. Un relato agridulce -como la vida misma- que muestra las miserias humanas pero también como siempre se puede volver a empezar y cuantas vidas caben en una. Una historia con un sólido guión y diálogos desopilantes que marcan la vuelta al cine de dos grandes actores -Borges y Gasalla-, bien dispuestos a brindar interpretaciones memorables.
Ningún alegato feminista Rompecabezas, la opera prima de Natalia Smirnoff, retrata la "implosión" de una mujer ante un mundo nuevo que comienza a descubrir. María del Carmen (María Onetto) es un ama de casa cincuentona que vive un suburbio del conurbano bonaerense. Felizmente casada con su marido (Gabriel Goity), tiene dos hijos y es una mujer "de su hogar" hecha y derecha, que se dedica en cuerpo y alma a su familia, y asume un comportamiento que parece naturalizado por su entorno. Pero un día, a través de un regalo de cumpleaños, esta mujer descubre que tiene un don: el de armar rompecabezas. El hobbie muy rápido se convierte en obsesión y pasa a ser el tema central de su vida. Así conoce a Roberto (Arturo Goetz), un millonario mayor que ella y también "adicto" a este juego, que aspira a participar en el torneo mundial en Alemania. El hecho de toparse con la habilidad de armar rompecabezas comienza a funcionar para María del Carmen como una liberación. Pero a la vez, el temor al cuestionamiento familiar la obliga a que los encuentros con Roberto se vuelvan clandestinos. Y será entonces cuando los modales refinados de su compañero de afición también la embarquen en una especie de despertar sentimental. Rompecabezas, de la debutante Natalia Smirnoff, se sumerge en un camino de descubrimiento personal. Su guión se desarrolla de forma lineal, con secuencias que oscilan entre la comicidad y el drama. Se destaca así la actuación de Onetto, encarnando a una mujer de pocas palabras pero a la que se le transparentan sus sentimientos. La buena dirección y la fotografía a cargo de Bárbara Álvarez ayudan a retratar ese "peligroso" renacimiento de un ama de casa, dejando como resultado un película interesante que no busca plantearse como un alegato feminista, sino evidenciar el proceso interior de una mujer que descubre un mundo. Y lo consigue: no por nada, la cinta ganó el premio Casa de América en el Festival de Cine de San Sebastián y fue recibida con aplausos en el Festival Internacional de Cine de Berlín, en Guadalajara, Gijón y Mar del Plata.
Detrás de los muros Historias de encierros, soledades y esperanzas inoxidables conviven en Fortalezas, un documental sin golpes bajos. Hay lugares que, sin duda, guardan historias fuertes. Y si se trata de cárceles, geriátricos, leprosarios y neuropsiquiátricos, sabemos que nos vamos a encontrar con realidades duras. Fortalezas es una película sobre la vida de personajes que pasan sus días encerrados en estas instituciones de reclusión. Testimonios de viejos, locos, enfermos y presos. Gente "al margen de la sociedad", diferentes entre ellos, pero con presentes en común. Las realidades que se presentan invitan al golpe bajo, pero Tomás Lipgot y Christoph Behl, directores de la película, supieron retratarlas de manera esperanzadora. Donde sobrevivir es la bandera, aún en las más extremas condiciones, para poder finalmente conquistar la tan ansiada libertad individual. Moacir, interno brasilero del hospital Neuropsiquiátrico Borda, resiste a través de su música. Julio, preso en el penal Nº 32 de Florencio Varela espera su libertad luchando contra las trabas burocráticas de la Justicia. Manolo, residente del geriátrico San José, se ejercita para volver a caminar y abandonar su silla de ruedas. Juanita, también del hogar, busca el amor a pesar de su ancianidad. Adolfo, Angélica y Anibal, del hospital Baldomero Sommer, deciden romper el aislamiento que les impuso la lepra y cuentan su historia a un grupo de estudiantes de secundario. Personajes que buscan salidas y se construyen a sí mismos en su intimidad diaria (retratados con cuidada dedicación), donde la fortaleza del título, refiere tanto a las instituciones de encierro como a sus habitantes. Fortalezas se convierte, así, en un retrato de vidas que tocan en lo profundo de los sentimientos del espectador, pero también en un documental que no termina de encasillarse en su género. Porque como define Lipgot: "la realidad, que desde ya no es una ni es universal, es una ficción, una construcción psíquica particular de cada sujeto. Y la ficción es una realidad construida".