Pattinson, carne de diván El galán de "Crepúsculo" se prueba en un rol dramático. A todo actor al que el éxito le llegó de la mano de una superproducción hiperpopular también le llega el momento de probarse a sí mismo y demostrar realmente qué es aquéllo para lo que es capaz. El londinense Robert Pattinson (23), que es conocido por Edward en la saga Crepúsculo, decidió seguir en la línea romántica, pero mucho más dramática. Y no sólo se atrevió a protagonizar al hermano de un joven suicida en Recuérdame, sino que también puso su nombre detrás de la producción. Lo que se dice doblar la apuesta. Pero Pattinson no es el único. La australiana Emilie de Ravin (Claire Littleton en Lost) también se la juega con un personaje sufriente: de niña, en un andén del subte, ve cómo asesinan a balazos a su mamá. Pero Recuérdame es más que el encuentro de dos almas en continua pena que se conocen en un encuentro más o menos forzado. Es que si Tyler se lleva horrible con su padre divorciado (Pierce Brosnan) desde la muerte del hermano, Ally tiene una relación peor con su padre policía (Chris Cooper, más que habituado a papeles agrios desde Belleza americana). En síntesis, Tyler y Ally pertenecen a familias destrozadas por la muerte trágica de alguno de sus miembros, que los marcará de por vida... hasta un final igualmente trágico. Recuérdame es de las películas en las que las redenciones están a a la vuelta de cada esquina o página del guión. Con personajes que rondan los veinte años y aún tienen arranques de adolescentes -el público al que está destinada en primer término-, lo llamativo es que Pattinson optara por un drama romántico, con más drama que amor. Allen Coulter, que hace su primera película tras un vasto background en la TV, supo orientar a Pattinson, quien esta vez no muestra su rostro atribulado con los ojitos entrecerrados. Con algunos papeles totalmente desdibujados -el de Lena Olin, como la madre de Tykler, y el de su nueva pareja son ceros a la izquierda, o el del compañero de departamento de Tyler, todo un clisé del gracioso-, salva lo suyo Ruby Jerins como la hermanita de Tyler, sufrida y maltratada por sus compañeritas de colegio. Las fans de Pattinson, de parabienes, se encontrarán con un drama como Hollywood no suele atreverse a hacer.
Cuando uno más uno no es dos Steve Carell y Tina Fey están desaprovechados en el filme. El proyecto sonaba atractivo. Porque tanto Steve Carell como Tina Fey son dos muy buenos comediantes. Surgidos en la televisión estadounidense, él aún en The Office, ella en 30 Rock, o ambos en distintos momentos en Saturday Night Live, cuna de talentos humorísticos. E inclusive ellos se han destacado al escribir sus propios libretos -en particular Fey en SNL. Pero no. En Una noche fuera de serie el humor, cuando hay situaciones que rondan la sonrisa, no es original ni inteligente, sino tirando al doble sentido más básico y ramplón. Ni siquiera en los créditos, con los outtakes, las tomas que quedaron afuera por distintos errores, motivan una mueca. Los Foster, Phil y Claire, son un matrimonio aburrido de New Jersey que van a cenar a un restaurante top en Manhattan, sin reservaciones. Y aprovechan que los Tripplehorn no aparecen al llamado de la maitre, se hacen pasar por ellos y se sientan a degustar el menú. Comedia de situaciones entre absurdas y equívocas, los Tripplehorn estaban chantajeando a un fiscal de distrito, por lo que unos policías que trabajan para un mafioso están tras ellos para que les den la prueba que incrimina al funcionario. Y así a los Foster les pasa más o menos de todo, y más o menos todo lo que usted ya vio en infinidad de comedias de este estilo, o algo parecido. La película del director Shawn Levy se asemeja más a su Recién casados que a Una noche en el museo o Más barato por docena. Lo que tuvo en cuenta, y termina a su favor, fue la selección para cubrir papeles secundarios a unos cuantos famosos, que no vamos a revelar aquí, porque el espectador se perdería el efecto sorpresa. Una noche fuera de serie pudo ser un nuevo vehículo para potenciar aún más a Carell y dar a conocer a Fey al gran público fuera de los Estados Unidos. Pero el resultado es tan poco afortunado que como consuelo queda verlos en la tele, donde sí exponen sus mejores recursos.
Los sospechosos de siempre Gente de-saparece en Alaska: ¿Fabio Zerpa tenía razón? Si hay algo interesante en Contactos de cuarto tipo es la duda que implanta en el espectador que se atreve a mantener los ojos abiertos, acerca de lo que es real y lo que es ficción. Cuánta es su capacidad de creer en lo que le cuentan. Bah, si es o no un ingenuo. La misma actriz Milla Jovovich abre la película diciendo a cámara "Yo soy Milla Jovovich, e interpreto a la doctora Abigail Tyler". Más tarde, se la dejará picando al espectador, que a estas alturas ya abonó su entrada: "Ustedes decidirán qué es cierto y qué no". Resumiendo: en Nome, Alaska, la mentada Abigail es una psicóloga que ha quedado muy desmejorada luego de que su marido fallece (según ella, alguien lo apuñaló en la cama mientras los dos estaban durmiendo), y luego comienza a encontrar pistas en los relatos de sus pacientes, todos en estado de hipnosis, y con alteraciones en los sueños, acerca de algo extraño, un búho incluido en las ventanas como imagen recurrente. El director (que "interpreta" a quien entrevista en la realidad, no en la ficción, a la supuesta Abigail) da vueltas hasta que, en cierto momento, da a entender que todo esto es producto de la abducción de varios ciudadanos de Nome por parte de extraterrestres. Creer o reventar. En la película confluyen, entonces, dramatizaciones y "escenas de archivo", grabadas con cámara de video que, cada vez que pasa algo extraño -alguna levitación, algún ataque- pierde el equilibrio y todo se torna borroso. Y más: una extraña vos gutural habla en una lengua indescifrable. El combo parece similar a El proyecto Blair Witch y la más reciente Actividad paranormal. Lo dicho más arriba: los que crean que lo que están viendo tiene un viso de realidad, se tragarán todo y se asustarán de lo lindo. Ahora, los que descubran que nada de lo que se ve se filmó en Alaska sino en Bulgaria, en Columbia (Canadá) y en California, tal vez empiecen a mirar con cierta extrañeza a los sospechosos de siempre.
La menos pensada La vida de la sirvienta que se convirtió en expresión de la pintura naif, con actuaciones memorables. De rodillas, Séraphine friega los pisos. Ronda los 50 años y lo hace con ahínco, hasta se diría que con ganas. Las mismas con las que, también arrodillada, pinta sobre un lienzo en la habitación que en Senlis, un pueblito a 40 kilómetros de París, debe dos meses de alquiler. Corren los años '10 y, quebrando todos los prejuicios y superando las burlas que nunca le importaron demasiado, Séraphine Louis se convirtió en una artista. Basada en la historia real de quien luego sería conocida como Séraphine de Senlis, se gana la vida como puede. Y pinta con lo que tiene a mano: ella misma fabrica los colores, con la cera derretida de las velas, la sangre en que se encuentra un hígado, algunas raíces de un riacho. Es que Séraphine pinta no por dinero, aunque cuando por primera vez sube a un automóvil, sueña con el que se comprará cuando sea famosa, sino que expresa en los lienzos con su mirada naif lo que su ángel guardián le dicta. Su obra tiene mayormente arreglos florales llenos de fantasía o se nutre de naturaleza muerta. Emotiva, con una interpretación mayúscula de Yolande Moreau, Séraphine es el retrato de un personaje solitario, recortado entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial -en gran parte-; luego en 1927, cuando Wilhelm Uhde (Ilrich Tukur, de Amen, de Costa-Gavras), el crítico y coleccionista alemán que rentaba la pieza que limpiaba la artista, que emigró a su tierra al empezar la Guerra regresa y la reencuentra; y años más adelante, cuando la salud de Séraphine desencadene el drama. Séraphine tiene su ritmo, impuesto por el director Martin Provost. Tras una primera parte de presentación, hacia el final desbarranca casi abruptamente. La belga Moreau (la portera de Amélie, Sin techo ni ley, de Agnès Varda) tiene una expresión exacta para cada estado de ánimo de su personaje. Rústica, simpática, entrometida o tímida, su Séraphine es una ilustración compleja de una mujer con un mundo propio. No hubiera estado mal caracterizarla mejor según pasan los años. Multipremiado, ganador de 7 César, es un título que engalana a la cinematografía francesa.
La mujer del medio Remake made in Hollywood de la potente película danesa, con un poderoso elenco. Si hay algo que el cine danés ha hecho, y con lo que se ha ganado defensores y detractores a ultranza, es examinar las relaciones de pareja y familiares hasta deshilacharlas. Todo parece estar podrido en Dinamarca, de acuerdo a las obras de Lars Von Trier, Thomas Vinterberg y Susanne Bier, de quien el irlandés Jim Sheridan abordó Hermanos para una remake made in Hollywood, con un elenco poderoso. Tal vez nunca mejor utilizado el término remake para referirse a lo que el realizador de Mi pie izquierdo hizo con el original de 2004. El propio director lo ha manifestado: hay escenas que son un calco desde las puestas de cámara, los diálogos. Lo que le falta a esta historia del soldado que vuelve de la muerte y se encuentra con (o, mejor, cree) que su hermano lo engañó con su esposa es la potente intensidad y el dramatismo que alcanzaba la película de la directora de Corazones abiertos. Hasta la guerra a la que parte Sam (Tobey Maguire) es la misma: Afganistán. Poco antes de ir al frente, su hermano (Jake Gyllenhaal) sale de prisión. Cuando el helicóptero en el que viaja Sam sea derribado y las patrullas no encuentren rastros de su cuerpo, el Ejército lo dará por muerto. Y la esposa (Natalie Portman) y sus hijitas poco a poco irán encontrando consuelo en el cuñado y tío. Pero Sam no murió, sino que fue capturado, torturado y regresará a casa tras haber vivido en carne propia un hecho que le revuelve las tripas y cuestiona su ética. No era -ni es ahora- Hermanos una película sobre la moral. Sheridan prefiere descansar en las miradas y algún diálogo alrededor de una mesa para marcar los frentes de conflicto, y a veces, extralimitarse. Habiendo chicos de por medio, toda la historia va tomando ribetes que nunca llegan ni a codearse con el patetismo, pero que rondan la catástrofe que se avecina. Donde Sheridan vuelve a hincar el diente es en la familia. El padre de Sam, interpretado por Sam Shepard, es un modelo rústico de militar y pater familiae patriótico y machista. Si Maguire sorprende en un rol completamente alejado a todos los que le vimos al a esta altura ex Hombre Araña, es la ductilidad y sutileza con que Portman se entrega a Grace lo que ayuda a que Hermanos llegue a buen puerto. Gyllenhaal sabe cómo jugar a la ambigüedad, aunque el borrachín a veces le salga excedido etílicamente.
Adiós a la inocencia Gabriela David aborda el flagelo de jóvenes prostituidas, sin subrayados. No es la primera ni será la última vez que el cine refleje el drama y el engaño en el que caen las jóvenes del Interior que llegan a Buenos Aires seducidas por un trabajo bien remunerado haciendo limpieza y terminan encerradas y explotadas en un prostíbulo. Pero Gabriela David le ha encontrado una vuelta en su guión, y dentro del encierro de la casona en la calle Agüero construyó relaciones, marcó ingenuidades en la protagonista, Nancy (María Laura Cáccamo) y no cayó -jamás- en el subrayado ni la condescendencia a sus personajes. Si hasta el agobio de La mosca en la ceniza lleva a recordar algunos momentos de Crónica de una fuga, de Adrián Caetano. Nancy y Pato (Paloma Contreras) son llevadas con el anzuelo de recibir buena paga y poder ayudar a sus casas. Amigas desde la infancia, de familias numerosas, hay muchas bocas por mantener y si Nancy primero duda, finalmente ella y Pato caerán en la trampa. Una trampa difícil de sortear. Uno puede temer por la suerte de Nancy, quien es inocente en extremo, y llega a pensar que el mozo del restaurante de enfrente (Luis Machín), que pasa a su ser su cliente, la quiere de verdad y la liberará de la esclavitud. Y también creer que Pato, que no acepta ser prostituida y es maltratada, terminará como muchos casos policiales lo reflejan. Pero en buena parte nada es como parece, y David vuelve a acertar en las líneas de fuga del guión, con un doble final en el que suelta escepticismo. Ya en su debut en la realización, con Taxi, un encuentro (2001), Gabriela David se mostraba atenta a la construcción de personajes inmersos en una ciudad que era referente y parte fundamental en las reacciones del ladrón de taxis y la chica protagonista. Ahora casi no hay exteriores, pero cada vez que la cámara salga del prostíbulo lo hará para reflejar el distanciamiento entre la gente, alguna solidaridad y básicamente la falta de comunicación. Podría también creerse que, siendo mujer, el tema del sometimiento tendría una mirada feminista. David, antes que feminista, es sensible. El mayor peso de la trama recae sobre Cáccamo, toda una revelación, que logra credibilidad hasta en la suerte de monólogos que tiene, los que demuestran la ingenuidad de su personaje. Hay personajes más estereotipados, como otras adolescentes, la madama y el hombre encargado de la seguridad, pero son Contreras y Machín quienes más destacan en un elenco parejo. El simbolismo de las moscas que Nancy atrapa y guarda en frascos con agua en distintos momentos de la película es sólo una mirada poética dentro de un filme de una gran factura técnica al que un mayor nervio y tensión hubieran ayudado a sobrellevar algún clisé y constituirse en gran obra.
Mi mascota favorita Agradable sorpresa del estudio que hizo "Shrek": aventura atrapante y con humor. A veces entrar a al cine a ver una película para la cual no se tiene expectativas puede terminar siendo una más que agradable sorpresa. Y sin querer arruinarle al lector tamaño placer, no queda otra que recomendar Cómo entrenar a tu dragón, que si no es un oasis en medio de tantas producciones animadas en 3D en las que la historia que se cuenta es mínima y todos los cañones apuntan a los efectos tridimensionales, le pasa raspando. Detrás de cámara está la dupla que dirigió Lilo & Stitch, una comedia estrambótica que allá por 2002 remozó el tipo de humor que tenía la factoría Disney, juntando a una niña hawaiana, criada por su hermana, y un extraterrestre. Aquellos padres que recuerden el rostro de Stitch advertirán que el dragón Furia nocturna debe ser un pariente cercano. Y la trama de este filme, que se estrena acá antes que en los EE.UU., también relaciona a un niño diferente, aquí hijo de Estoico (!), líder de una tribu vikinga en una isla, con el bicharraco del título. Y como en Lilo & Stitch, también el animalito debe congeniar en un ámbito que no le resulta natural. Si Stitch es una mascota un tanto, por no decir del todo, anárquica, Furia nocturna llega a la isla con una fama inédita -nadie lo ha visto, pero se sabe que es el más mortífero de todos los dragones que acechan la isla- que terminará trastocada cuando Hipo (!), el joven flacucho que quiere combatir dragones pero no lo dejan, descubra que estos reptiles son más dóciles que Lassie si se los trata como corresponde. Tanta mención a aquel filme no debe hacer creer que Cómo entrenar a tu dragón no tenga originalidad, sólo se apuntan rasgos en común. La relación padre-hijo está tan bien planteada y dosificada como la que entabla Hipo con su mascota. La fiereza de Estoico es proporcional con la de Chimuelo, como bautiza el joven a Furia nocturna, a quien Hipo capturó casi de casualidad y debido a que le cortó parte de la cola es que el dragón permanece junto a Hipo. Es fácil asociarse a la simpatía que despierta la relación dueño mascota, pero la película va mucho más allá, con escenas de combate entre vikingos y dragones muy bien desarrolladas, subtramas, toques de humor y sensibilidad. Los personajes secundarios son más que acompañantes, incluida Astrid, la rubia vikinga que se entrena junto a Hipo para pelear con los dragones, y Bocón, el entrenador a quien un dragón le comió una pierna y un brazo. En síntesis, un excelente programa para diversión de todos.
Eli, el cruzado Denzel Washington cuida un volumen único en pleno Apocalipsis. Eli deambula por un territorio desolado, postapocalíptico. Casi no consigue agua, y con quienes pueda llegar a verse, mejor no cruzar palabra, porque Eli es precisamente un cruzado que lleva en su mochila el Libro del título, que defiende con sable, puntapiés, golpes de puño o lo que tenga a mano. Eli no se llama a sí mismo un Elegido, pero sabe que ese libro, el Libro, que una voz le dijo hace tiempo que debe llevar al Oeste (¿para hacer la película en Hollywood?) es casi imprescindible para que sobreviva la humanidad. Y si Carnegie, con toda la maldad y los tics que Gary Oldman impone a los perversos, de El perfecto asesino a esta parte, está buscando el libro, por algo será. Denzel Washington tiene esa presencia y esa prestancia que le da la ambigüedad necesaria para que cuando empiece una película, uno se pregunte si interpretará al bueno o al malo de la película. Aquí claramente es el bueno, aunque sanguinario defensor de quienes sufren al costado de su camino. "No te apartes del camino", se dice así mismo. Pero cual buen samaritano, no puede. Por lo general, en la nueva película de los hermanos Hughes (aquéllos que despacharon Desde el infierno, con un Johnny Depp pasado de droga) tiene que ayudar a mujeres. Principalmente a la bonita Solara (Mila Kunis, de That '70s Show), hija del personaje ciego que interpreta Jennifer Beals, quien a 27 años de Flashdance no se muestra tan atlética: Gary Oldman la maltrata que da miedo. Eli es una suerte de cowboy que llega a un pueblo no diríamos fantasma, porque todo por allí tiene aspecto fantasmagórico, pero que es el salvador. Guerra nuclear de por medio, esa idea de desprotección y de un futuro sin futuro se hace carne en el espectador, aunque algunas incongruencias del guión -pavadas- no nos hagan olvidar que estamos viendo un filme de Hollywood.
Trapito Producida por Tim Burton, unos muñecos de arpillera son la esperanza en un mundo devastado. Cuando abre los ojos, 9 no entiene absolutamente nada. Estamos observando, en verdad, su nacimiento. Pero no tiene apariencia humana, aunque sentimientos. 9 parece hecho de arpillera, con pedazos de madera tallada y cobre moldeado. Es la creación de un hombre, que ha fallecido, y antes le ha bordado ese número en su "cuerpo", y tiene casi la obligación de salir a un mundo exterior devastado, a ver qué pasa. Es que cuando el mundo tira para abajo, o se está acabando, alguien tiene que seguir. Número 9, producida por Tim Burton, tiene toda un aire retro. Pero es algo que va más allá del diseño artístico, los automóviles desvencijados, las chimeneas humeantes, el hollín. Se respira en el relato la solidaridad propia de los filmes estadounidenses posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en los que en plena Guerra Fría los ataques extraterrestres servían para unir ante la invasión externa. Aquí los trapitos -9 es precisamente la novena creación de un científico, cuyos hermanos tendrán características bien definidas- deben actuar y rápido ante el accionar de las máquinas, que han aniquilado a la humanidad y están a punto de apoderarse de la Tierra. Hay muchas referencias religiosas -los muñecos trapitos enfrentan primero a la Bestia, antes que a la Máquina, y 9 descubre que todos se refugian en una catedral, con 1 al frente de los trapitos, asumiendo el rol del conductor, cual Papa. "Todo grupo debe tener un líder", expresa 1, pero ¿qué pasa si está equivocado? Hay quienes dan todo por el otro, sin mediar consecuencias. Si bien es cierto que los 79 minutos que dura Número 9, se nota, están algo alargados, con varios finales -la historia estaba contenida en un cortometraje, con el que el director, por entonces alumno de la UCLA, llegó a una nominación al Oscar-, el optimismo que muestra 9 es admirable y digno de imitar por los espectadores más jóvenes. Hay escenas algo violentas, por lo que no es recomendable para los más chicos, y algo del universo de El joven Manos de Tijera, como homenaje o simple muestra de influencia. Tiene todo para ser un filme de culto.
Cuando mucho es sumamente poco El filme que protagoniza Tomás Fonzi se abre en subtramas que no crecen. Hay veces en las que con las buenas intenciones no alcanza. Paco las tiene, al igual que un elenco con mucho renombre y un equipo técnico envidiable. Pero tal vez haya sido esa diseminación de buenos intérpretes en más de una decena de personajes lo que atente contra la homogeneidad del relato, el afianzamiento de una idea rectora. Es que hay tantas subtramas o personajes que empiezan con fuerza y terminan siendo casi episódicos -como el que compone Sofía Gala Castiglione- que el espectador siente ya cuando promedian las más de dos horas de proyección que depositó tal vez demasiado interés en una historia que no ha de crecer. El protagonista es Francisco (Tomás Fonzi), hijo de una senadora (Esther Goris), que consume paco y lo apodan, vaya paradoja, Paco. La madre hará lo imposible por lograr que su hijo quede internado en una institución, que regentea el personaje de Norma Aleandro, junto con el de Luis Luque, y donde se mezclan más que combinan las historias de otros internos y sus familiares. Entre los muchos temas que Paco intenta abordar está la corrupción ("Si es una oportunidad política, la pienso aprovechar", dice la senadora Blank, quien desembucha sin vueltas que puede conseguir subsidios para la institución, cuando descubre que no quieren admitir a Paco), el abuso a los adictos, las relaciones quebradas, los padres y madres ausentes, y más. No son las imágenes "fuertes" -hay quien, se sugiere, se inyecta en el pene, violaciones varias- las que generan distanciamiento con el espectador, sino algunos diálogos explicativos ("Es contra la drogadicción, no el narcotráfico") donde el filme de Diego Rafecas no termina de encender el entusiasmo.