Dinero por nada El filme holandés habla de la codicia familiar. El cine, la literatura y el teatro han dado cuenta de familias nada convencionales, con secretos mejor o peor ocultos, pero la de Emma Blank sí que se las trae. Cuando un señor de traje llama a un personaje en la cocina, chasquea los dedos y mira hacia abajo, como si se tratara de un perro. En efecto, el hermano de Emma oficia de mascota. Y el mayordomo -el hombre de traje- es su esposo. Y la sirvienta es su hermana, el jardinero, su sobrino, y la mucama, su hija. ¿Es que están todos locos en Holanda? Lo peor es que no se trata de ningún juego. Los últimos días de Emma Blank se centra en el personaje del título, una mujer que ronda los 60 y que da indicios de estar gravemente enferma. Por la casa que habita uno imagina que la familia ha tenido un buen pasar. Y poco a poco el director Alex van Warmerdam permite intuir, cuando no se hace explícito en algún diálogo, que la relación de entre Emma y sus humillados parientes se basa en la explotación -al hermano perro lo manda a excretar al jardín, y su sobrina junta lo que hace con una palita- y en que la señora tendría una importante herencia para repartir entre sus futuros deudos. Combinación de comedia, absurdo y ridículo con un drama potente, la nueva realización del director de Ménage à trois dejará con la boca abierta a más de uno. No tanto por cómo puedan identificarse con alguno de los personajes -algo que no es sencillo, y si lo fuera, habría que tener coraje para admitirlo-, sino por el grado de codicia puesto de manifiesto por todos. Como las acciones transcurren prácticamente en el interior de la casa, con esporádicas salidas de la hija hacia la playa o la laguna, el relato guarda ciertas similitudes con una obra teatral, casi de cámara. Pocos personajes, mucho diálogo, pero bastante es lo que acontece dentro de esas cuatro paredes pintadas de negro por fuera. Los últimos días de Emma Blank es el tipo de película que no se podría sostener sin actuaciones sólidas. Y vaya que las tiene. Emma es Marlies Heuer, y quien juega el rol del perro es el mismísimo director. Por qué se habrá quedado con tal papel es materia opinable, o hasta para que lo dilucide un psicoanalista.
Gibson, un padre de armas tomar... Mel Gibson vuelve a actuar tras ocho años, como un policía que investiga la muerte de su hija. Mel Gibson ha vuelto a la actuación en Al filo de la oscuridad con un papel que en buen grado sorprende. No porque sea un policía, no porque vea conspiraciones a su alrededor, no porque su detective busque la venganza. Esos tres parámetros hacen -hicieron- al personaje Gibson en las pantallas durante parte de los años '80 y '90. Gibson sorprende porque supo ponerle a Thomas Craven un rasgo de cordura, una cuota de verosimilitud que en sus intempestivas y atropelladas interpretaciones de antes no solía frecuentar. No le dura la paz más que unos minutos a Tom Craven. En la puerta de su casa asesinan a quemarropa a su única hija, Emma (Bojana Novakovic), quien venía a visitarlo. Lo primero que piensa el policía es que la bala tenía por destinatario a él, por alguna vieja cuestión pendiente en las calles de Boston. Pero no. A poco de iniciar la investigación descubre que el blanco era Emma, una activista con algo parecido a una doble vida, y que una corporación tuvo que ver con el "asunto". Por "asunto" entiéndase un caso de corruptela en el que distintos personajes de órbitas gubernamentales están metidos hasta el cuello. Como se advertirá, nada demasiado nuevo bajo el sol de Boston. Es que Al filo de la oscuridad tampoco pretende descubrir el fuego. Es un relato clásico, y de no ser por la violencia gráfica de disparos, sangre y muerte, podría pasar por cualquiera de las realizaciones de los años '70, de Don Siegel para acá. El realizador neozelandés Martin Campbell, que fue quien renovó la saga de Bond en dos períodos distintos (GoldenEye, Casino Royal) y que también había dirigido la miniserie británica original, de 1985, trasladó la acción a los Estados Unidos y se mueve con sigilo, digita los pasos de un casi omnipresente Craven y construye su trama sin develar demasiado. El bueno es buenísimo -hablamos de bondad y de moral, no tanto de sus procedimientos ni de su sagacidad-, los malos son malísimos, y Campbell logra que al descubrirse la fachada, lo que quede ante los ojos del espectador sea algo concreto. No hay aquí espacio para las humoradas que otrora le escucháramos al Martin Riggs de Arma mortal, porque Craven es un tipo serio. Y solitario, como solían ser los antihéroes de Gibson, y todos los que el buen cine policial y de acción han sabido entrenar a directores que, como Campbell, saben que una buena balacera sirve ahí donde las palabras ya no convencen a nadie. Párrafo aparte para Gibson, que tras ocho años aparece más maduro en la actuación, sin perder ese toque mágico que le permite ganar la empatía del espectador. Con Danny Huston (el gélido empresario) y Ray Winstone (un hombre que se mueve por detrás limpiando y/u ocultando evidencias) conforman los lados de un triángulo, sino equilátero, isósceles, teniendo en Gibson la base suficiente para lograr un filme potente y entretenido.
La imaginación al poder Terry Gilliam ("Brazil") vuelve con aire fresco a sus mejores andadas. Por hechos fortuitos, que tiene n más que ver con la distribución de los estrenos en la grilla semanal, (sobre)abundan los títulos en los que la relación padre/hija son el centro de la trama. Aunque en general lidian con la muerte de sus primogénitas (a Días de ira y Desde mi cielo se suma esta semana Al filo de la oscuridad), en El imaginario mundo del Doctor Parnassus el personaje del título es capaz de hacer lo que sea para que el Diablo, con el bombín y bigotito de Tom Waits, no se lleve a su hijita adolescente. Pero Parnassus está rodeada de otras cuestiones, que tanto tienen que ver con su trama como con la muerte de uno de sus actores principales, Heath Ledger, por lo que El imaginario. es el trabajo póstumo del último ganador del Oscar como actor de reparto por Batman, el Caballero de la noche. Así, mucha atención del espectador estará en ver al australiano y cómo Terry Giliam resolvió suplantarlo -Ledger murió cuando promediaba el rodaje- por sus amigos Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell. Y es más: aquí el director de Brazil se lanza -cuándo no- desbocadamente con un historia fantástica en todo el sentido de la expresión, en la que atravesar un espejo puede significarle a quien lo hago ingresar en un universo mágicamente transformador. Gilliam suele hablar en sus filmes de una sociedad que devasta y excluye al diferente. Habrá quienes lo vean con mayor optimismo, pero los protagonistas de los relatos del ex Monty Python suelen estar agobiados en su pesimismo -aunque la peleen- y ser a la larga perdedores. Pero hay que tener mil años y enfrentarse en una apuesta con el Diablo. Parnassus lleva su carromato por Londres. Tiene como compañía a su hija, un enano y un joven. La vida vacía de los transeúntes que se le cruzan cambia radicalmente si atraviesan ese espejo. Y Tony (Ledger) lo descubre, luego de ser rescatado de una horca en un puente sobre el Támesis. Tony, agradecido, quiere que al Dr. Parnassus le vaya mejor que como le va, al menos en lo económico. Cuando el espectador se entere de que el longevo personaje necesita conseguir cinco almas antes de que Valentina cumpla años, ya Terry Gilliam habrá tirado toda la carne sobre el asdor. Y el asado resulta un festín, nada del todo esperable viendo lo que fueron las últimas realizaciones del ahora ciudadano británico. Pero junto a uno de sus coguionistas de Brazil, Charles McKeown, parece que Gilliam encontró aire fresco. A su reconocida imaginación esta vez le pudo sazonar cierta cuota de lirismo y un diseño de producción que maravilla. Del otro lado del espejo hay mucho efecto especial y animación computarizada, es cierto, tanto como que uno espera como un niño que Tony o quien sea cruce el espejo para disfrutarlo. Con algunos recortes y retomas, Gilliam solucionó la ausencia de Ledger: cada vez que Tony pasa por el espejo, en ese mundo paralelo, cambia su rostro. Entonces tendremos tres Tonys más: Depp, Law y Farrell. Quien no sepa nada de la muerte de Ledger, tampoco extrañará el cambio: la historia es tan alocada y aceitada que permite todo tipo de dislates, soportados por la lógica gilliamista: suelta tu imaginación, y si no logras tu própsito, al menos lo habrás disfrutado. De eso se trata.
Mi vida sin mí Peter Jackson eligió privilegiar la relación entre el padre y su hija asesinada en su emocionante adaptación. Ya le había sucedido a Peter Jackson antes de estrenar la primera parte de la trilogía de El Señor de los Anillos. Fans de Tolkien de todo el mundo lo atacaban en Internet sin haber visto una imagen en movimiento de La comunidad del Anillo. Al adaptar Desde mi cielo, el best seller de Alice Sebold publicado en 2002, al neozelandés le llovieron críticas de lectores de la novela ... pero esta vez, tras ver la película. Mejor, parece, si se quiere disfrutar el filme, es llegar al cine sin haber leído la novela. Como suele suceder. Jackson, así, recrea la historia contada por Susie Salmon, esta adolescente de 14 años que, en 1973, es salvajemente asesinada y que luego observa todo lo que sucede en la Tierra desde Ningún lugar, como lo define Peter Jackson, y que la propia Susie lo ponía en estas palabras: "el horizonte azul entre el Cielo y la Tierra". Cada uno tomará el filme desde la visión que prefiera. Por un lado está el thriller, la pesquisa tras Harvey, el vecino que violó y asesinó (en la novela; en la pantalla lo que le sucede a Susie, la muerte inclusive, no está explícita), con los denodados esfuerzos del padre de la víctima (Mark Wahlberg) por hallar un culpable, y también el cuerpo de su hija. Pero por otro -y tal vez el que le cuestionan quienes amaron el libro y no la película-, está la intensa relación afectiva, los bones, huesos, o lazos que unen a Jack, el padre, con Susie, y que para Jackson son más fuertes que nada. Hasta que la muerte. La película tampoco tiene una construcción sencilla, porque la narración va y viene en el tiempo, hay personajes que tienen ciertos dones que no vamos a develar, y otros que en apariencia quedaron algo relegados -el de la madre, interpretado por Rachel Weisz-. Pero allí donde el director no podía dar ninguna nota en falso es donde Jackson acierta dos plenos. El primero es en la selección de Saoirse Ronan, la neoyorquina de 15 años que asombró en Expiación, ahora en un papel diametralmente opuesto. Susie es la ingenuidad, la candidez, ofrece la sana seducción de la pureza, y a través de sus ojos es que Jackson construye un universo de infinita imaginación -la escena en la costa, con las embarcaciones embotelladas es bellísima-. Al fin y al cabo, Weta, su compañía de efectos especiales, para algo está. Y la otra es haber elegido a Stanley Tucci como el asesino. Casi irreconocible, el actor de Big Night compone desde cada mínimo gesto al personaje con más carnadura de la película, que sabe emocionar allí donde otros serían un clisé.
Mito a la griega Nace una nueva saga, tipo Harry Potter. Había una vez un niño, hijo de padres con poderes (magos, bah) cuyas historias fueron best seller y su traspaso a la pantalla grande no tardó en convertirse en éxito. A la saga de Harry Potter le sucede otra, la de Percy Jackson, otro hijo de al menos un padre superpoderoso, tanto que es Poseidón. Como su madre es humana -de acuerdo a los parámetros HP Percy sería como Hermione- nuestro héroe es un semidios, y sin advertirlo primero, y convencido de que buena parte del futuro de la humanidad depende de él, se pone a la carga. Producida y dirigida por el mismo productor y director de las dos primeras películas de HP, Chris Columbus, Percy Jackson y el ladrón del rayo no crea su propia mitología sino que se nutre de la griega. Allí está Poseidón, peleando con su hermano Zeus, a quien alguien le ha robado su poderoso rayo. El joven, que es disléxico, tarda un poco en darse cuenta de que un profesor en sillas de ruedas y su compañero de estudios son en realidad figuras mitológicas: un centauro (Pierce Brosnan) y un sátiro -a no asustarse que la película es ATP-. Con el sátiro Grover y la hija de Atenea, Annabeth, Percy recorrerá etapas a lo ancho de los Estados Unidos para recuperar el rayo, porque sino, no volverá a ver a su mamá humana. Sabiendo que Columbus estaba detrás del proyecto, era esperable la superproducción, el ritmo vertiginoso y los efectos especiales, tipo HP y Narnia. Todo ello está, sumado -igual que en HP- a un elenco lleno de estrellas en papeles secundarios como es el caso Uma Thurman, que como Medusa es capaz de dejar tieso al más pintado. No está nada mal que los niños y jóvenes se acerquen a la mitología desde el cine, con Hades, Hidra, Caronte, más minotauros y dioses del Olimpo. Hay escenas de violencia, pero no más fuertes que las que sobrevive el mago de Hogwarts, ni la historia es tan oscura como las que imagina J.K. Rowling. Se nota que Rick Riordan, el autor estadounidense de la saga de cinco novelas con Jackson al frente, ha leído los clásicos... o al menos los clásicos de la nueva literatura de aventuras, y su traslado al cine será más entretenida para los adolescentes que para los chicos.
Algo huele mal en una isla de Suecia Fiel adaptación del best seller al cine. Las expectativas con respecto a la primera novela de Stieg Larsson adaptada al cine eran enormes. El best seller que sigue al periodista Mikael Blomkvist y la hacker punk Lisbeth Salander -y que continuará en dos entregas más, ya filmadas sobre sendas novelas del autor sueco fallecido- tuvo una traslación exitosa. Allí donde Larsson era explícito en cuanto a vejaciones y ultraje, la película de Niels Arden Oplev no se queda atrás. Toda adaptación es compleja, como también le sucedió a Peter Jackson en Desde mi cielo, otro estreno de esta semana, pero está claro que si se apropia de un tema más que de una trama, el resultado puede ser satisfactorio. Siendo adolescente, Harriet desapareció en un carnaval. El hecho fue hace cuatro décadas, pero su acaudalado tío no pudo resolver el misterio. Allí entra en juego Mikael, que está lamiendo sus heridas tras ser desprestigiado por investigar un hecho de corrupción. Alejado de la revista Millennium en la que trabajaba, es contactado por el millonario para investigar la supuesta muerte y hallar al asesino. Larsson reparte en la novela el protagonismo entre Mickael y Lisbeth, que lo ayuda en la pesquisa, teniendo ambos mucho que refunfuñar en sus pasados. En pantalla, Oplev se entretiene -y bien- en cómo Lisbeth debe sobrellevar el acoso de su tutor legal, que administra sus bienes luego de que haya salido de prisión, por algún hecho delictivo que ya se sabrá. Siendo Los hombres que no amaban a las mujeres la primera parte de la trilogía de Millennium, hasta es bienvenido y necesario contar el background de los protagonistas. El suspenso, pese o contando a favor todos los enrevesados de la trama, con tantos personajes y sospechosos, no da respiro en ninguno de los 151 minutos que dura la película. La utilización de los ambientes naturales -la acción transcurre en una isla, no tan siniestra como la de la película de Scorsese por venir, pero hasta ahí nomás- y la puntillosidad en los detalles y las líneas que se van abriendo no hacen más que sumar atractivos. Los distintos finales que simula tener el filme -a diferencia de quien lee un libro, que sabe cuándo termina porque le faltan páginas por leer- sí parecen apurados, resueltos a las corridas. Pero allí donde Noomi Rapace (Lisbeth) esté, no hay manera de quitar los ojos de la pantalla. Su personaje termina siendo el mejor delineado, empezando como un arquetipo más de la mujer abusada. Fuerte y polémico, es un filme para mantenerse atento y atado a la butaca.
Caminante no hay camino... Poético y potente filme del colombiano Ciro Guerra. Las películas latinoamericanas que recortan en grandes extensiones abiertas a personajes pintorescos y toman fenómenos culturales propios suelen ser muy bien vistas en el universo cinematográfico europeo. Los viajes del viento, que si bien cumple con esa premisa, por lo que fue exhibida en la sección Un certain regard en Cannes del año pasado, va algo más allá. Porque al pintoresquismo que lleva como marcado a fuego, el colombiano Ciro Guerra le supo agregar un grado de autenticidad propio de quien cuenta algo que le es conocido. Bien conocido, y le toca de cerca. La historia es simple: un acordeonista y juglar, al sufrir la muerte de su mujer, decide dejar de hacer lo mejor hace y lo que hace desde siempre. Emprende, entonces, un largo viaje hacia el norte de Colombia para llevarle su instrumento "a quien le pertenece", a su maestro. Y si es ésta una película del camino, es también de las que se hace camino al andar en todo sentido. Ignacio Carrillo va caminando desde Magdalena hasta la Alta Guajira, y se le suma un joven (Fermín) que quiere ser músico como él y que lo acompañará en este periplo, donde conocerán gente de todo tipo, todo bien matizado con el vallenato clásico. La figura del juglar, mítica, y la relación maestro-alumno padre-hijo nunca deja de estar en primer plano, dejando de fondo aquéllo del paisaje y la Naturaleza. Ciro Guerra -recordar La sombra del caminante, su gran opera prima en blanco y negro- tiene un sentido plástico a la hora de encuadrar la cámara, y opta por algunos silencios -silencios humanos, ya que el agua, el viento o los pájaros están siempre en la columna sonora- que dicen más que algunas líneas de diálogo. Dentro de una cinematografía que comienza a despertar, como la colombiana, Los viajes del viento es algo más que un lindo sueño.
¿Justicia para todos? Gerard Butler venga la muerte de su esposa e hijita por mano propia. Días de ira es otro de los títulos que dividirán las aguas entre aquéllos que verán en el filme con Gerard Butler un panfleto gorila a favor de la justicia por mano propia y quienes, tal vez con más ingenuidad, se queden con que es un thriller que expande sus límites hacia un costado no muy aconsejable. El director F. Gary Gray, de buen paso con El mediador, y en particular La estafa maestra, en Un hombre diferente tenía al frente al inexpresivo Vin Diesel a quien un capo de la droga mandaba asesinar a su esposa. Aquí Gray agrega que el psicópata que entra a robar a la casa de Clyde Shelton no sólo asesina a su esposa, sino también a su pequeña hija. Y el fiscal de Distrito (Jamie Foxx) le hace precio al asesino a espaldas de Shelton: si él acusa a su cómplice, éste tendrá pena de muerte y él quedará libre al poco tiempo. Si la película logra desconcertar en un comienzo, es algo similar a lo que sucede con Butler, quien cambia de género como de ropa interior. Fue el rey Leónidas en 300, luego saltó a la comedia romántica, al filme de suspenso con toques de comedia, al filme cómico sexual y ahora es el malo de la película. Porque acá es donde el espectador debe tomar partido: al viudo convertido en asesino serial ni siquiera puede considerárselo antihéroe. Lo que sucede es que el personaje de Foxx -el fiscal que con tal de mantener un alto porcentaje de triunfos en la Corte hace y deshace a su gusto, importándole poco que se imponga la Justicia- es igualmente deleznable. Y puestos a elegir, sobre gustos hay demasiado escrito. Y así, la película sorprenderá al espectador, pero no por el suspenso si no por alguna escena que se regodea con el gore, inesperadamente muy gráfica. Lo que en definitiva plantea Gray es que si el sistema judicial no funciona, ¿es válido que un hombre haga, no ya justicia por mano propia, porque directamente hace un ojo por ojo, y que las víctimas -alguna que otra es inocente- no tengan derecho al pataleo? Shelton quiere dar vueltas el sistema judicial. Su "los voy a matar a todos" no suena simpático y menos aún democrático. Días de ira hace de la ficción una bandera, alejándose de toda posibilidad de realidad cuando Shelton sigue masacrando personajes estando encerrado en la cárcel, primero, y hasta en una celda de aislamiento.¿Es que tiene cómplices afuera? ¿Cómo se las arregla? Cerebral o visceral, Días de ira es un thriller fuerte por donde se lo mire.
Con los ojos llenos de dolor La candidata al Oscar es un drama sobre una joven obesa e iletrada, abusada por su propia familia. Historias como la de Preciosa, el personaje central del filme, deben multiplicarse por miles, no sólo en el Harlem, en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Drama -dramón- acerca de una adolescente negra, excedida de peso, madre de un hijo con síndrome de Down producto de una violación (de su propio padre), que espera otro bebe -también de su padre-, que es analfabeta y fuertemente abusada por su madre, Preciosa persevera por la vida sabiéndose fuerte por dentro, aunque nadie a su alrededor parezca constatarlo. Preciosa ha encontrado una manera de atemperar los abusos, al menos, en su mente. Imposibilitada de decir lo que realmente pasa, inventa un universo en el que las fotos le hablan, por caso, o suelta su imaginación cuando su padre la viola. No hay quien la contenga, hasta que vaya a un colegio especial, donde una maestra (Paula Patton), y luego su asistente social (Mariah Carey) abran los ojos, casi tan grandes como el espectador. Y todavía habrá más. Una escena es ciertamente difícil de ver y no sentir ganas de bajar la vista. Es un diálogo, o casi un monólogo en el que la madre abusadora (Mo'Nique, quien seguramente se habrá de llevar el Oscar a la mejor actriz secundaria) da más que innecesarios detalles de los ultrajes a los que se sometía a su hija de pequeña. No hay que esconder las verdades, y no por disfrazar los hechos se llega a mejor puerto, pero la violencia de esas palabras -quienes han leído la novela original aseguran que ciertos aspectos, relaciones y hasta el tono se han morigerado- es lo suficientemente terrible como para querer que l que se escucha no sea cierto. Preciosa tiene momentos en los que el director Lee Daniels parece tirarle al espectador más y más escombros. El resultado es devastador. Insiste con los planos, refuerza el agobio. Está claro que escena tras escena la vida de Preciosa va cada vez más barranca abajo, y es en los ojos de Gabourey Sidibe -otra de las seis nominaciones al Oscar que tiene el filme- donde mejor se refleja. Cada espectador sabrá discernir qué está bien y qué mal en Preciosa, y saldrá del cine respirando profundo. Es una experiencia fuerte, decididamente no apta para todo público.
Recordando sin ira El filme de Daniel Bustamante usa como telón de fondo los años de plomo para hablar de una familia. La mirada hacia el pasado -en particular si se refiere a los años de plomo- siempre es analizada desde la platea por el tamiz de la subjetividad del que vivió esa época. No es el caso de los espectadores más jóvenes, a quienes los relatos aún pueden llevarlos a creer, de un extremo a otro, que confían lo que se les cuenta fue realmente así. Andrés no quiere dormir la siesta, en buena parte de su trama, no se propone gritar verdades sino poner de fondo la situación de ciudadanos comunes que convivieron con la desaparición forzada de personas para contar la historia de una familia. Una familia rota, en pedazos y por varias cuestiones: primero, porque los padres jóvenes de Andrés se separaron; luego, porque la mamá muere en un accidente de tránsito, y el padre vuelve a vivir con Andrés y con su abuela. El director Daniel Bustamante no profundiza en su guión ninguna cuestión aleatoria: si hay personajes que rodean a Andrés que formaron parte de grupos paramilitares, los presenta casi siempre bajo los ojos de Andrés, un niño que no quiere dormir la siesta y prefiere tomar la leche fría antes que hervida, consentido por su abuela. La película cambia el eje cuando los personajes adultos niegan a Andrés la realidad ("yo no vi nada", le dice la abuela, cuando el niño sabe que ella presenció cómo secuestraban y golpeaban a alguien en la vereda de enfrente). Pero es más inquietante lo que se dice y sucede en esa cocina que todo lo que pasa afuera de la casa. A la buena construcción de los diálogos de Bustamante se suman afortunadamente las actuaciones, principalmente de Norma Aleandro, Fabio Aste (el padre) y hasta el pequeño Conrado Valenzuela, como Andrés. Cada uno tiene que enfrentar situaciones de dolor, y cada personaje lo expresa a su manera. Allí se nota la buena mano del director, ya que no permite que nadie se extralimite ni vocifere si no lo requiere la situación. La película se sigue con marcado interés hasta que la trama comienza a alargarse en los últimos veinte minutos, como si tanto rigor estilístico no hubiera podido mantenerse. Habrá que ver cuál es el siguiente paso de Bustamante, pero está claro que cuenta con buenas armas.