Está vendida como la película con el mayor presupuesto que haya tenido una producción original de Netflix. Fueron 200 millones de dólares, y mucho de esos billetes habrán ido a los bolsillos, y si no entraban, a las cuentas bancarias de Ryan Reynolds, Dwayne Johnson y Gal Gadot, el trío protagónico de esta comedia de acción que estrena antes en cines que en streaming. Sí, porque Alerta roja o Red Notice lo hace este jueves 4 de noviembre en un puñado de salas, y en una sola función nocturna, y desembarcará en ocho días, el viernes 12 de noviembre, en la plataforma de la N roja. ¿Es una película de acción? Hay peleas, huidas, persecuciones, tiroteos. Chequeado. ¿Es una comedia? Ryan Reynolds tiene más gags verbales que Dwayne Jonhson. Sí. Chequeado. Es una de esas películas como las que vimos infinidad de veces, sobre un robo (o dos, o tres), sin ir más lejos como El ejército de los ladrones, otra producción de Netflix que estrenó hace menos de una semana. Pero lo que hace la diferencia en Alerta roja es que está Ryan Reynolds delante de la cámara. No es el tipo de filme en el que importe demasiado el talento sentado en la silla del director. Alerta roja es una con Ryan Reynolds, en la que Dwayne Johnson impone su físico y Gal Gadot vuelve a demostrar por qué es una estrella de Hollywood, con su simpatía y su cara de estar de lado que hay que estar, aunque aquí no le pidan demasiado desarrollar sus dotes de actuación. Película de robos, que arranca con uno La alerta roja es la orden de aviso de Interpol de que está buscando a un delincuente. En el caso, un agente del FBI, John Hartley (Johnson) es avisado por El Alfil (un criminal, bah) que una joya, un huevo de orfebrería valiosísimo de tiempos de Marco Antonio y Cleopatra está por ser robado de una exposición en un museo italiano. Y allí llega, junto a gente de Interpol local, y ante el asombro de los ineficaces italianos -por qué será que los estadounidenses siempre son más inteligentes en las películas de Hollywood-, la pieza que están todos observando en el museo, es falsa. John le derrama Coca-Cola, y se desintegra. El huevo ya está en poder de Nolan Booth (Reynolds), que está allí mismo, y como van a cerrar el Museo de inmediato, se dispone a huir. Resumiendo: quien consiga ese huevo, más otro que está en poder de un mafioso italiano en Valencia y un tercero de paradero desconocido, se hará de una millonada en dólares, tanto como para poder hacer tres películas como Alerta roja. Y como toda película de acción de buena parte de este siglo, se filma en distintas locaciones alrededor del mundo. O se hace pasar como que es así, porque hasta llegan a la Argentina, en una secuencia que, quizá, tal vez, en una de ésas, exaspere a más de uno, por algo que no vamos a spoilear aquí. Lo dicho, Reynolds tiene una habilidad para la comedia que hace que cualquier cosa que diga o actúe le sienta bien. De Deadpool a Free Guy, el tipo es entrador, y supera las monotemáticas expresiones de Johnson, con cuyo personaje Nolan deberá aliarse -la típica pareja a la fuerza-para conseguir los otros huevos y atrapar a El Alfil (sí, es Gal Gadot, como se imaginaban y se sabe a poco de comenzada la proyección). Que el guion tiene más incongruencias que discurso de político en campaña es tan cierto como que la secuencia del helicóptero Dwayne Johnson se la debe haber robado a su “amigo” Vin Diesel de alguna Rápidos y furiosos.
Eternals, de Marvel, es dirigida por Chloé Zhao, que ganó dos Oscar en abril (mejor película y dirección) con Nomadland. Era una película íntima y realista sobre ciudadanos estadounidenses nómades, que los reflejaba casi con mirada documental. Eternals es todo lo contrario. Todo en Eternals es muy épico, muy grande, abarca mucho tiempo -y no por las 2 horas y 37 minutos, porque hay que quedarse hasta la escena postcrédito-, porque los Eternals que viven entre nosotros están desde, no sé, 7.000 años. Van desde la antigua Mesopotamia que estudiábamos en la Secundaria, a Babilonia, pasando por Tenochtitlán y llegan al Londres actual. Había una vez, en el comienzo, como arranca la película, unos depredadores llamados Desviantes, unas monstruosas bestias con tentáculos que estaban en la Tierra, y Arishem, el “Primer Celestial”, envía a los Eternals a nuestro planeta para protegernos de los Desviantes y restaurar el orden natural. Los Eternos, que vienen por docena, son héroes inmortales que llegan desde otro planeta, Olimpia, a bordo del Domo, una nave espacial. Tienen apariencia humana, como que los interpretan Salma Hayek, Angelina Jolie y siguen las firmas, y tienen sus superpoderes. Si no, no serían superhéroes de Marvel. Pero, y siempre hay un pero, por más que digan “creíamos que los habíamos matado a todos hace cinco siglos”, los Desviantes volvieron. No importa cuántos son, sino que vayan saliendo. Como ya sabemos que en una película de Marvel no basta con que los buenos peleen con los malos, sino que tiene que haber algo enrevesado por ahí, las cosas no serán transparentes. No vamos a arruinar las sorpresas que tiene la trama. Si bien los principios de los Eternals -que serían inmortales, pero parece luego que no- son inalterables, y van de la responsabilidad y la lealtad a la solidaridad y la unión que hace la fuerza, en algún momento de tanto que se cruzaron con los humanos, se ve que se contagiaron. Y entonces hay disputas internas. Y se enamoran, y se pelean. Y así. Claro, un humano (Dane, encarnado por Kit Harington, uno de los dos actores de Game of Thrones presentes en el filme, el otro es Richard Madden), va y les pregunta por qué no ayudaron a pelear contra Thanos, antes de que desapareciera media humanidad, o -para a los menos incrédulos- evitaron alguna guerra. “Nos ordenaron no interferir en conflictos humanos”, a menos que se entrometan los Desviantes, le dicen. Pero ahora que resurgieron, los Desviantes no atacaron a los humanos, sino a los Eternals. Y Eternals, decíamos, es demasiado. Todo es demasiado. Por empezar, son diez personajes, y no hay tiempo para desarrollar a cada uno. Así que se los presentará con pinceladas. Ikaris (Madden) puede volar y dispara rayos desde sus ojos, pero aclara a un niñito que no es Superman, porque no tiene capa. Thena (Jolie) tiene armas mágicas y un síndrome que le hace pelear con sus amigos, Makkari (Lauren Ridloff) es rápida y a la vez sordomuda. Y como Eternals está a favor de la diversidad, también hay personajes de rasgos asiáticos (Sersi, interpretada por Gemma Chan), latinos (Ajax, que es Salma Hayek), indios (Kingo, en la piel de Kumail Nanjiani) y afroamericanos (Brian Tyree Henry como Phastos). Y hay un primer beso homosexual en una película de Marvel, una pareja que tiene un hijito, y una escena de sexo con desnudos muy cuidado. Tanto, que no se ve nada. A diferencia de otras producciones de Marvel, que se toman su tiempo para presentar y explicar personajes e historias, Zhao prefirió cocinar y servir el matambre sin dejarlo remojar en leche. Va por la historia personal de Sersi, y algunas relaciones interpersonales de los Eternals. Todo, sí, es espectacular, no sólo las puestas de sol, pero daba más para una miniserie que para una película.
Aunque parecidas, las películas de terror no son todas iguales, o al menos no todas inyectan o fomentan el mismo tipo de temor al espectador. Están las de las cuchilladas, los empalamientos, las decapitaciones, están las del horror psicológico -que, como El resplandor, suelen ser las más efectivas: su impacto perdura en nuestra mente- y las que buscan en algún comportamiento social las bases del espanto. Espíritus oscuros, que es la película de terror de la semana, como podríamos definir a esta seguidilla del género que estrenan jueves tras jueves, tiene a Guillermo del Toro, ganador del Oscar no precisamente por un filme de terror, aunque La forma del agua tenía elementos del clásico género del horror, o al menos “un monstruo”. Es un filme de terror u horror sobrenatural, basada en una leyenda de los nativos norteamericanos, la de los wendigos. Un espíritu maligno posee a ciertas personas, transformándolas en monstruos con cuernos que comen a otras personas. La primera escena es para pegarse un buen susto, algo con lo que el director Scott Cooper (Loco corazón, con Jeff Bridges) volverá a sacudirnos mucho más adelante en el filme. Pero no es una producción meramente de asesinatos crueles. Aunque los haya. No seas tan cruel Bastante más cruel, aunque sobre gustos está todo dicho, es la vida el pequeño Lucas. Cuando Julia, su maestra, le pide que cuente una historia, la misma es bastante oscura. Y ni que hablar que provenga de un niño de su edad. No vamos a spoilear absolutamente nada. Julia ve en Lucas algo en común con su pasado, así que como buena maestra está alerta -no, esto igualmente no es Matilda- y los dibujos de Lucas grafican, exponen y sacan a la luz lo que nadie sabe. También, digámoslo todo, en el pueblito de Oregon hay una deuda pendiente entre los nativos y los ciudadanos. Julia Meadows es Keri Russell (Elizabeth Jennings, la protagonista de la serie The Americans), su hermano policía es Jesse Plemons (El irlandés, Breaking Bad, Fargo) y hay más rostros conocidos -Amy Madigan, Scott Haze, Graham Greene-, pero quien se gana nuestra atención es el pequeños Jeremy T. Thomas. Lucas tiene que sobrellevar un peso en su hogar mucho más terrible que el que ustedes puedan imaginar, y el actor es naturalidad pura: transmite con sus gestos cada emoción que lo inunda. Es cierto, la corporización del espíritu oscuro de la que habla el título no es para asombrarse. Pasaba algo similar cuando se veía al extraterrestre de Señales, de M. Night Shyamalan: mucha expectativa. Así que mejor vayan a ver la película de terror de la semana sin saber tanto de su trama, y déjense llevar. Quienes busquen una carnicería, en algún momento la tendrán. Y quienes deseen disfrutar de un filme con situaciones de muy buen suspenso, también.
No es una película de ciencia ficción, ni transcurriría en un futuro demasiado lejano. Pero en el mundo hiperconectado -por los dispositivos, no tanto entre la gente, se entiende- como el que plantea Ron da error, ser un chico solitario, huérfano de madre y no contar con un B*Bot, un robot personalizado, puede generar, no sé, angustia. O no sentirse parte de algo. O de nada. Así está Barney Pudowski, 12 años, el protagonista de Ron da error, la primera película del estudio inglés Locksmith Animation con mucha gente que estuvo en Pixar, en la que termina imponiéndose que importan más los te quiero dichos en persona que los like que se reciben en los fríos celulares. Pero no es que Barney sea un extraterrestre en el siglo XXI. El quiere tener un B*Bot. Es el único en el cole que no lo tiene, y como para su cumpleaños -nadie de su clase va a su festejo, ya verán en la película por qué- su padre y su abuela húngara (voz de Olivia Colman en el original) no le regalaron uno, el chico se siente decepcionado. Así que allí van los adultos a comprarle uno, con lo que tienen, porque los Pudowski no son precisamente ricos, pero el local está cerrado, y por la puerta de atrás están devolviendo uno que se cayó en la calle y está averiado… Si la película se titula Ron da error, se imaginan que el B*Bot que termina en el cuarto de Barney no anda 100% bien. Ni 90. Ni 80. Digamos que anda. Ron da error, hasta que se mete y convierte en una aventura en la que Barney ni remotamente hubiera imaginado que podía estar, es una película sencilla, entradora, sobre sentirse solo, sapo de otro pozo, padecer el bullying, pero -y esto es lo importante- no quedarse callado. Para saber cómo es la soledad Barney no es un nerd -o casi- y tiene todo aquello que los chicos que atraviesan la etapa de la adolescencia necesitan expresar. Lo que no tenía era un B*Bot. Y todo irá mejor con Ron. OK, los datos de Ron (voz de Zach Galifianakis que nunca escucharán en un cine argentino) no se cargaron del todo, no está conectado a la red que debería y no tiene los controles de seguridad completos. Así que Ron es inestable, pero puede detectar qué le da felicidad a su amigo/compañero/dueño. Y si advierte que a Barney le divierte que ataque a quienes le hacían bullying… No, no es Cortocircuito, la película de John Badham de 1986, con un jovencísimo Steve Guttenberg (el de las Locademia de policía). Esta es una comedia para chicos -aquella del director de Fiebre de sábado por la noche, también- con un protagonista que desea “encajar” con los suyos, pero que es único, individual y luchador. ¿Que hay algo de Cómo entrenar a tu dragón? ¿Otro poco de Buscando a Nemo? Puede ser, pero Ron da error es entretenida por sí misma.
No pasa seguido, por más que se vaya mucho al cine y el porcentaje de probabilidades crezca, que una película conmueva con buenas armas, sin golpes bajos y, además, sea muy buena. CODA es una de ellas. ¿En qué radican sus bondades? Sus puntos a favor son que emociona sin apelar a los resortes más clásicos ni a clichés, aunque la familia Rossi tenga lo suyo. Son un clan, ¿cómo decirlo? Bastante particular. Y no porque mamá, papá y el hermano mayor de Ruby -la protagonista, interpretada por Emilia Jones, de Locke & Key, de Netflix- sean sordomudos. Frank y Jackie viven y disfrutan del sexo sin privarse de nada, así como discuten y pelean por cómo lograr el sustento. De la nada, Frank puede soltar en lenguaje de señas un “¿Sabés por qué Dios hizo que los pedos huelan? Para que las personas sordas también puedan disfrutarlos". Bueno, todo -o casi- es así en CODA. La directora Sian Heder, que entre sus antecedentes cuenta haber sido guionista de Orange is the New Black, muestra, ingresa con la cámara en la intimidad del hogar y logra que todo lo que se observe parezca natural. Sí, hasta el sistema de señas con que Ruby y los suyos se expresan. No hay nada de manipulativo en CODA CODA es el acrónimo en inglés por hijo de adultos sordos (child of deaf adults), y en el caso de Ruby el peso que siente esta adolescente es aún mayor porque, como decíamos, su hermano mayor también es sordo. Así que Ruby es el nexo indispensable en la familia para comunicarse con el exterior, por ejemplo, para participar en una asamblea de pescadores -los Rossi se dedican a la pesca, pero ellos como otras familias pesqueras sienten que van para atrás: los intermediarios en los muelles de Gloucester los están exprimiendo. Pero Ruby, que ayuda en al bote pesquero a su padre y a su hermano Leo, es bastante tímida afuera del hogar y del barco. Y si en el colegio se anota en el coro es porque allí lo hizo Miles (Ferdia Walsh-Peelo, el rey Alfred en Vikingos). A Ruby el canto no le interesa(ba). Pero, y siempre hay un pero, Ruby tiene una gran voz, y el maestro que se presenta como Ber-narrrrrrrrrrrdo Villalobos (el comediante mexicano ya afincado en Hollywood Eugenio Derbez, que le pondrá la voz a Speedy González) descubrirá un talento desconocido en ella. El conflicto, la piedra en el asunto es que si Ruby deseara abrirse camino como cantante -el profe de canto impulsa que con Miles hagan a dúo You’re All I Need to Get By en un concierto, y que se postule a una beca en el Berklee College of Music en Boston-, la chica dejaría “en banda” a la familia. Es una historia de amor y de dependencia. Todos necesitamos afectos, cariño, sentirnos cuidados y respaldados. Pero pregúntenle a Ruby qué hacer, si largarse a lo que desea o quedarse en Massachussets y ayudar en la venta de la pesca. Hay varios momentos en CODA que, por sorpresivos, o por agarrarnos con la guardia baja, nos pueden emocionar. Tienen que ver, casi siempre, con actitudes o hasta preguntas. Jackie, que no se lleva de 10 con su hija, no entiende la atracción de Ruby con la música, y es capaz de encararla y preguntarle "Si yo fuera ciega, ¿te gustaría pintar?". Ruby no se queda atrás, y en un momento se anima a consultarle a su madre si deseaba que ella, Ruby, hubiera nacido sorda. La naturalidad y la honestidad de los diálogos, que así como se los escucha son profundos y a la vez risueños, es lo que hacen de CODA una película disfrutable. Desde que vemos a Ruby, Frank y Leo en la embarcación, con el rock a todo lo que da -la única que se divierte, claro, es ella- hasta el momento en el que hay que tomar una decisión que involucre al futuro de todos. Adaptación estadounidense de La familia Bélier (2014), de Eric Lartigau, en la película original en vez de pescadores eran granjeros, y el único actor que era verdaderamente sordo era Luca Gelberg, el hermano -menor en ese filme- de la protagonista. Aquí mamá, papá y el hermano lo son en la vida real. Jackie es Marlee Matlin, ganadora del Oscar a la mejor actriz protagónica por Te amaré en silencio (1986), con William Hurt, lo mismo que Troy Kotsur (Frank ) y Daniel Durant (Leo). A CODA la eligieron para abrir el Festival de Sundance este año, donde ganó el premio del público. Y no se sorprendan si el 8 de febrero la escuchan entre las nominaciones al Oscar.
Cuando Denis Villeneuve dijo que ver Duna en una pantalla de TV era “como conducir una lancha rápida en tu bañadera”, podía parecer pretencioso y solemne. No. Duna es la razón por la que se hicieron las pantallas enormes y los sistemas de sonido envolventes en los cines grandes. Es una experiencia para ser disfrutada, no solo vista, por streaming (como será desde este viernes en los EE.UU., y de allí su queja). Es una creación artística ampulosa en la que los colores y hasta el grano de la película, sumado a las dimensiones de los encuadres al aire libre, exigen una visión adecuada. El realizador de Blade Runner 2049, La llegada y Sicario abordó la primera mitad de la novela de Frank Herbert de 1965 -que ya había sido llevada al cine por David Lynch, en 1984, con música de Toto-, por lo que el hombre aguarda que su Duna sea un éxito y le permita rodar la continuación. El canadiense no da muchas vueltas y tras un preámbulo expone las cosas como son. Es el año 10191, y el duque Leto Atreides (Oscar Isaac) llega a Arrakis, un planeta árido junto a su concubina Lady Jessica (Rebecca Ferguson) y su hijo Paul (Timothée Chalamet). Fue enviado por el Emperador: debe supervisar la extracción de la especia, un polvo reluciente, un elemento capaz de lograr cualquier cosa. Los habitantes de Arrakis y que se dedican a su cultivo son los Fremens, que tienen los ojos azules por el contacto con la especia, y sí, viven más o menos como si estuvieran rodando Mad Max, ya que el clima es implacable. Paul tiene un sueño recurrente con Chani (Zendaya), así que pondrá cara de sorpresa cuando conozca a la Fremen. Parece que es el Elegido, no solo a heredar el trono de su padre. Memorable es la prueba que debe pasar de la orden femenina Hermandad Bene Gesserit, que integra su madre. Además, hay otros que quieren apoderarse de la especia, y son capaces de todo por hacerlo. Hasta desafiar a los gusanos, monstruos enormes que viven bajo la tierra y la arena. Y hay puntos de contacto con Star Wars: la lucha por el dominio de la galaxia, el universo o lo que fuera libre. Todo es tan exorbitante en Duna que por supuesto el elenco tenía que estar a la misma altura que el diseño de producción, el vestuario y los efectos visuales. Están Josh Brolin y Jason Momoa como guerreros que guían y cuidan a Paul, Javier Bardem es un líder Fremen, y entre los enemigos, Stellan Skarsgård como el barón Vladimir Harkonnen y Dave Bautista es su sobrino. Pero lo que logra Villeneuve es una visión propia del texto original. De allí lo de creación artística, además de que Duna no se parezca a nada que se haya visto últimamente del cine mainstream, el cine comercial hollywoodense. La música de Hans Zimmer es otro elemento primordial: no solo es envolvente, sino que acompaña cuando debe y no se pone jamás en primer plano. Villeneuve, amado y vilipendiado por igual, es un cineasta con una imaginación visual única, como lo testimonia Blade Runner 2049 (aquí también hay ventiladores). A él se le ocurrieron esos helicópteros con palas de alas de libélula, y los desiertos como océanos, y los espacios abiertos. Ojalá pueda terminar su proyecto y rodar la continuación, y que este filme atrapante, seductor, impactante, no quede como escrito en la arena de Arrakis.
Ustedes tal vez no lo recuerden, pero allá por 1977 Ridley Scott debutaba en la dirección de largometrajes -ya era un afamado director de cine publicitario en Inglaterra, junto a Alan Parker y a Adrian Lyne- con otra película de época, que también transcurría en Francia, pero en 1801, y que se titulaba… Los duelistas. Ahora estrena El último duelo, y no es el momento de abrir un arco sobre lo que hizo y significó el director de Alien, Blade Runner y Gladiador, entre otros filmes, en la renovación del cine. Es hora de abocarnos a la película que coescribieron Matt Damon y Ben Affleck, junto a Nicole Holofcener (Una segunda oportunidad, con James Gandolfini; ¿Podrás perdonarme?), sobre un hecho real que marcó, como indica el título, el último juicio por combate a duelo en Francia. Fue en 1386, y la disputa se libra porque Marguerite (Jodie Comer, de Killing Eve y Free Guy), esposa del caballero Jean de Carrouges (Damon, en un rol que no era para él: no resulta creíble), dice y jura ante el rey Carlos VI que el escudero Jacques le Gris (Adam Driver, demostrando que es el más versátil de todo el elenco) la violó. Vidas en juego Hoy puede parecer ridículo, pero por aquel entonces si Jean vencía en el duelo a Jacques demostraría que el escudero era culpable. Pero si el que terminaba muerto era él, Marguerite iba a ser prendida en la hoguera, porque habría mentido. Y ya la habían humillado. Así se llega al desenlace, pero mucho antes -la película dura dos horas y media- asistiremos a los relatos, las versiones de lo que en verdad sucedió, de acuerdo a lo que dicen Jean, Jacques y Marguerite, en ese orden. Nada de las damas primero. Es más: en el filme queda clarísimo que Marguerite es siempre un objeto. Primero, de su padre, y luego, de su esposo. Bien dicen que menos es más, y tal vez si nos hubieran ahorrado una de las tres versiones de la misma historia, bastaba. Más si a una de ellas (las tres empiezan con el título “La verdad según…”) le disfuman el nombre del personaje que la cuenta, y queda claro que ésa, y no otra, es la verdad. Como en Rashomon, del maestro Akira Kurosawa, que distintos personajes dan su versión de una violación. La película es, por momentos, como una telenovela de la tarde, con romance, traiciones, engaños, mentiras y soliloquios explicativos. Por suerte Scott está allí, para que en las escenas de acción, de batalla y de combate cuerpo a cuerpo haya vigor, fiereza y copos de nieve, o gotas de agua, o sangre o barro salpicando el encuadre. Pocos realizadores, y a sus 83 años, filman como él. También está Ben Affleck, quien iba a interpretar a Jacques Le Gris, pero por problemas de agenda sólo se tiñó de rubio y se quedó con Pierre, el noble, un papel más chico, pero relevante.
No es ésta la primera vez que un cantante salta a la pantalla grande en una película. Pero estos tiempos no son aquellos en los que esas producciones servían simplemente para vender entradas -y más discos- de los artistas “de moda”. No importaban casi nunca las historias, ni la construcción de los personajes. Eran filmes pasatistas. La diferencia con Cato, el personaje que encarna Tiago PZK, es una sola. Es creíble. Contra todos los prejuicios que cualquiera puede llevar al entrar al cine a ver una película protagonizada por alguien que no es precisamente actor, Tiago -un joven rapero de 20 años cuyos temas tienen millones de reproducciones- es toda una revelación. Una sorpresa. Y no es que su personaje no tenga puntos en común con el autor de Sola -su tema, que lo volvió famoso-, ya que Tiago Uriel Pacheco también, como Cato, tuvo que vivir con su mamá y su hermana y sostener esa familia sin padre. Cato también es rapero. Es un joven que espera la oportunidad para pegar el salto, pero las circunstancias le son totalmente adversas cuando creía que su vida podía cambiar. El lleva el pan -o la carne, según la primera secuencia- a su casita en el conurbano delinquiendo. Porque Cato, el filme, es un thriller, un drama. Tiene canciones, sí, no se asusten los fans de Tiago, pero no son lo prioritario. En el barrio hay de todo. Miseria, pero también códigos. Y armas. Y está el Ruso (Daniel Aráoz), que lo tiene entre ceja y ceja a Cato. Y un policía corrupto (Alberto Ajaka). Y más personajes temibles como el de Walter Donado (que en Relatos salvajes se enfrentaba al de Leonardo Sbaraglia). Y… Y ocurre una desgracia. Y Cato, que tenía la primera oportunidad de sonar en las radios y en las plataformas con su música, con una mano de su novia, debe poner su atención y su preocupación en otra cosa. Pero Cato, que se rodó entre abril y mayo de este 2021 en Villa Tranquila y locaciones de Avellaneda, ya lo aclaramos, no es un filme musical. No es el típico vehículo para difundir a un cantante, aunque Loco, el tema central del filme, ya pasó las 17 millones de reproducciones. Cato es un drama, es un thriller, y para que atrape a lo largo de las casi dos horas de proyección cuenta también con algo primordial: buenas actuaciones. Ya hablamos de Tiago PZK. Lo acompañan, además de Aráoz y Ajaka, Magela Zanotta, como su mamá, y Rocío Hernández, su hermana menor. Y no solo no desentonan, sino que cumplen trabajos acertados. Y Azul Fernández (Minerva en Merlí Sapere Aude, el spin-off de Merlí), que es su novia, es otro punto alto en la opera prima de Peta Rivera y Hornos como director de largometraje. Porque estamos ante dos debuts cinematográficos, el de Tiago y el de Peta. Y ambos son auspiciosos.
Veamos cómo empieza Halloween Kills y ustedes me dicen qué opinan. Es Halloween -como siempre-, pero en 2018. Si vieron la anterior de la saga, que era un reboot, saben que ésta transcurre momentos después del final de aquélla. Si no la vieron, no importa, porque en Halloween Kills les cuentan todo, por si se perdieron la anterior Halloween, se habían levantado para ir al baño, o a comprar pochoclo o lo que fuera. Todo transcurre de noche, como avisa el subtítulo en castellano (La noche aún no termina). Podrían haberla hecho en tiempo real, como la serie 24, ¿la vieron? No es que quiera desviarme de Halloween Kills, pero qué buena era la serie con Kiefer Sutherland, ¿no? Aunque al final empezaba a reiterarse. Como la saga de Halloween. ¿Qué les estaba contando? Ah, sí. Es Halloween en Haddonfield, Illinois. Vemos un cuerpo empalado en una cerca, un policía gravemente herido en el cuello (lo interpreta Will Patton, como Hawkins, que estaba en la anterior). Laurie Strode (Jamie Lee Curtis, que cada día se parece más a Patti Smith) está con su hija y su nieta siendo trasladada a un hospital, después de -intentar- matar a Michael Myers de miles maneras. Se presume que encerrándolo en su casa y prendiéndole fuego, el tipo de la máscara blanca no sobrevivirá. Jaja. Una más, y no... Michael Myers, además de llamarse igual que el actor de El mundo según Wayne, debe tener antepasados en las tierras del norte de Escocia, como Highlander, porque es inmortal. Porque cuando llegan los bomberos a sofocar el incendio, toma un hacha y deja un tendal de cadáveres. Y no. No se quemó, ni se le quebró una uña. ¿Sigo? ¿Para qué? Sólo sepan, porque esto es solo el comienzo y no voy a spoilear nada, que muchos de los personajes que sobrevivieron hace 40 años, cuando John Carpenter dirigió la película original y compuso la musiquita, vuelven. Claro, con cuatro décadas encima, así que en muchos casos no son los mismos actores. El que vuelve es Nick Castle, que estaba debajo de la máscara allá por 1978. ¿Les tiro un dato para sorprender a sus amigos en el cine? Nació el día de la primavera, el 21 de septiembre de 1947, el mismo día, no solo la fecha, sino que también el mismo año que Stephen King. De nada. Otro que vuelve es David Gordon Green, que dirigió la anterior y, sí, que está completando la que estrenará en octubre del año que viene, proféticamente titulada Halloween Ends. Y dirigirá una nueva de El exorcista, y la serie basada en Hellraiser. No le queda tiempo para nada. Ni siquiera para sentarse a pensar un poco qué hacer, cómo homenajear y no desperdiciar el tiempo con una saga que ya parece que lo dio todo. Lo último. Aparece Anthony Michael Hall, el actor de El club de los cinco, Se busca novio y El joven Manos de tijera, en un rol coprotagónico (creo que actúa más que Jamie Lee Curtis). A ver si lo reconocen…
Los largometrajes animados que tienen como público principal a los chicos suelen compartir, desde Shrek a esta parte, o sea, desde hace dos décadas, un común denominador. Ofrecen por un lado un humor para los más pequeños, por lo general visual, corporal, y referencias o guiños para los adultos. Suelen, decía. Suelen. No pasa lo mismo con la secuela de Los locos Addams, que viene a reiterar el éxito que tuvo la primera animada hace dos años, en 2019. Y no porque hayan tenido poco tiempo para pensar y redactar el guion, sino que, por momentos, en plena proyección no se sabe si es muy oscura para los más chicos y medio banal para los mayores que los acompañen al cine. Están, claro, por supuesto, cómo iban a faltar, todos los integrantes de la familia, más Largo, que viven en la mansión Addams, más el Tío Cosa que se sumará a la travesía. Porque el clan decide tomarse unas vacaciones y recorrer los Estados Unidos. Homero cree conveniente salir a airearse un poco, porque los chicos crecen y parece que les están perdiendo el hilo. Pericles, que no es un adolescente, mira con otros ojos a las chicas, y el Tío Lucas lo ayuda. Bah, ayuda es una manera de decir. Y Merlina, que tiene un rol más preponderante, es la sabia que se siente más que incomprendida, poco o nada valorada. El centro de la trama, si hubiera alguno, es que se duda de que Merlina sea hija de los Addams. Un excéntrico hombre, un científico loco de nombre Ciro Raro dice ser su verdadero progenitor, y como el Tío Lucas parece que hizo de las suyas en la nursery… Todo puede pasar. Hay algunos buenos gags, más que nada mucho slapstick, el tipo de humor corporal del que hablábamos al comienzo. Y como las copias estrenadas en la Argentina están dobladas al español, por lo menos para que estén informados, sepan que Oscar Isaac, Charlize Theron, Chloë Grace Moretz y Snoop Dogg le ponían en la versión original las voces a Homero, Morticia, Merlina y el Tío Cosa.