Llegar a fin de mes no es fácil. Si no, que lo digan los protagonistas de las películas de Ken Loach. Y con su habitual guionista Paul Laverty ha construido una manera de narrar y presentar a sus personajes que son fácilmente identificables. Al verlos uno entiende que forman parte de una película de Ken Loach, pero a la vez generan inmediata empatía con el espectador. Son tremendamente sinceros. Buenos. Nos compran con extrema sencillez. Esa habilidad del tándem guionista y director a veces funciona mejor que otras. Será por el acostumbramiento, pero algunos títulos parecen ser primos cercanos de otros. Como que la fórmula, al reiterarse, le quitara sorpresa al relato. Retratos que compran al espectador Son retratos de personas. Tangibles. Palpables. Reales. Los personajes de Loach hablan con honestidad brutal, y Ricky no iba a faltar a esa realidad. Acuciado por las deudas, casado con Abby y con dos hijos, Seb, un adolescente, y Liza, una niña en edad escolar, Ricky está sin trabajo y decide aceptar un ofrecimiento como conductor de reparto. El acuerdo con la firma de distribución es un tanto leonino. Se compra -a crédito- su camioneta, pero termina absorbiendo muchos gastos él mismo. Y trabaja desde la mañana a la noche. Y seis días a la semana. Y su esposa debió vender el auto con el que viajaba a cuidar a enfermos o ancianos. Seb roba pintura para hacer grafitis. Puede que lo sancionen en el colegio. Y Liza, por problemas emocionales, se hace en la cama. O sea, Loach vuelve a girar sobre el mismo tema: las angustias de una familia trabajadora, cómo el sistema la engaña y, con tantas frustraciones sobre el lomo, el círculo vicioso parece cerrado, sin un atisbo, un indicio para salir. La dinámica en que está envuelta la familia puede parecer algo tirada de los pelos, lo que le resta un poco de interés. Pero sabemos que habrá risas, o al menos sonrisas. Y lágrimas. Lazos de familia tiene un título original menos lineal y más poético, ya que va por el de Sorry We Missed You (Lo siento, te extrañamos), un juego de palabras porque es el encabezado de las notas que los repartidores dejan en las casas donde no encuentran al destinatario, y, claro, también tiene que ver con lo que siente cada miembro de la familia de Ricky. Ricky, que no tiene apellido como Daniel Blake, el protagonista de la película anterior de Loach que le valió su segunda Palma de Oro. Pero bien podría ser su hermano, su hijo, su vecino. O, como decíamos al comienzo, su primo.
En 2018 Venom fue un éxito instantáneo de Marvel, pero fuera del Universo Cinematográfico de Marvel, que está en la órbita de Disney. Un extraterrestre simbiótico llegaba desde un cometa e invadía el cuerpo de Tom Hardy. Terminó siendo una comedia de acción, de “pals”, de amigos, entre el periodista Eddie Brock y el intruso que vive en su interior. Y también terminó siendo un éxito que recaudó US$ 856 millones en todo el mundo. Obvio, iba a salir la secuela. Ya no está Ruben Fleischer (Zombieland) como director sino con el título más simbólico de productor ejecutivo. Y de los guionistas de la original quedó solo Kelly Marcel, que puede pasar de ser coautora del libreto de El sueño de Walt, con Tom Hanks como Walt Disney, a adaptar solita y ayudar a que Cincuenta sombras de Grey sea un bodrio, o escribir la historia de Cruella. Quién dirige Quien dirige es Andy Serkis, a quien idolatramos por componer a Gollum para Peter Jackson en El Señor de los anillos y El Hobbit, o a Cesar en la saga de El planeta de los simios. Es su tercer largo como realizador (Mowgli: Relatos del libro de la selva ya era una versión extraña). Todo a cuento de que esta Venom es algo distinta a la primera, sí, pero tiene el mismo tono de humor adolescente -por momentos parece destinada al público infantil, salvo por la violencia-. La trama nos devuelve a Eddie, ya resignado a tener a Venom en su cuerpo y su departamento en San Francisco. Un detective (Stephen Graham) le pide que investigue dónde Cletus Kasady (Woody Harrelson), un psicópata con la misma sonrisa que Harrelson ponía en Asesinos por naturaleza, dejo los cuerpos de sus víctimas Cletus está preso, lo condenan a muerte, y no vamos a contar cómo ni por qué albergará a la némesis de Venom. Y el carnaje (o la matanza, como dice el titulo local), se liberará. Si Eddie tenía un interés romántico (Anne, Michelle Williams, que vuelve a aparecer), Cletus sólo respira por Frances (Naomie Harris, Moneypenny en Sin tiempo para morir), ex compañera psiquiátrica. Y entonces tendremos una batalla al estilo Godzilla vs Kong, en la que los efectos visuales (y sonoros: vayan preparando los oídos) tendrán que ocupar todo lo que la trama ha dejado casi sin valor. Porque el guion es lo que se llama un esqueleto. Hay mucha cáscara en Venom: Carnage liberado, y escasa sustancia. No hay mucho sentido -ya sé que en muchas tramas de Marvel tampoco-, pero aquí todo se siente como en un carnaval. Puede continuar o terminar en cualquier momento. Lo mejor: Venom puede saciar momentáneamente su hambre con chocolate (?) o pollos, pero prefiere los cerebros humanos. Los momentos de comedia entre Eddie y su alter ego que parece gotear tinta negra son más divertidos que las pelas a escala grande. Una incógnita es saber cómo fue que Venom: Carnage liberado recaudó el doble de lo que soñaban sus productores en su fin de semana de estreno en Norteamérica (90 millones de dólares), ganando inclusive más que en el estreno de la película original. Es lo que hay.
Qué me hicieron. Es lo único, como fan de Bond, James Bond, que voy a decir porque no voy a spoilear absolutamente nada. Daniel Craig, todos lo sabemos, se despide del 007 tras cinco películas -Sin tiempo para morir es su quinta en 15 años, desde Casino Royale (2006), que probablemente le dispute el mote de la mejor de Craig con Skyfall (2012)-. Así que la despedida, se intuía, tenía que ser a lo grande. No sé si No Time to Die es grandiosa, sí que tiene los elementos que hicieron al agente 007 grande en el mundo del cine, y que tras seis años de Spectre (2015) se ha actualizado y, como tantos, puesto al corriente de por donde sopla el viento. No, no va por una postura machista radicalmente distinta a cómo era Bond con las mujeres -pero vean cómo Madeleine lo aprieta contra la pared antes de una escena amorosa, y en la cama ella está sobre él, tomando una posición dominante: todo un cambio-, sino otra cosa algo que podíamos prever. ¿En qué momento una película de James Bond se transformó en otra de Rápidos y furiosos? Porque el viceversa lo conocíamos desde que vimos a Toretto. ¿Cuándo la mala puntería de los malvados de Bond comenzó a parecerse a la de los Stormtroopers de Star Wars? Y también esta última de Craig hace un repaso por distintos momentos y personajes de su saga como protagonista. La sinopsis argumental -porque, insisto, no voy a entrar en detalles- va saltando a distintos tiempos. Uno es lejano, y es el prólogo, en el que -extrañamente- no está Bond. Luego sí, pasea de la mano con Madeleine (Léa Seydoux, que ya estaba en Spectre) por Italia, y después salta al futuro, que sería el presente, cinco años más tarde. Bond sufrió un desengaño amoroso, pero si se había retirado del Servicio y se la pasaba bebiendo whisky -ya tomará algún Martini mezclado, no agitado- en Jamaica, volverá a las persecuciones cuando Felix Leiter (Jeffrey Wright), de la CIA lo contacte. Es que alguien se robó un arma mortal, un veneno que, si cae en las manos menos indicadas, puede acabar con el mundo. Algo de eso tiene que ver M (Ralph Fiennes), el ex superior de Bond, que le confió el 007 a una mujer negra (Lashana Lynch, Maria Rambeau en Capitana Marvel y que será la Señorita Miel en la nueva versión de Matilda). De nuevo en la ruta, Bond contará con nuevos gadgets de Q para evitar que el resentido malvado de turno (un monótono Rami Malek) haga lo que quiera. Sin tiempo para morir, como las películas de Bourne o las de Ethan Hunt (Tom Cruise en Misión: Imposible) pasan de un país o de un continente a otro en fracción de segundo. Las peleas aquí son pocas cuerpo a cuerpo -si hay tiroteos extensos, salvo en el plano secuencia en una escalera-. Y Bond sangra. Ya lo hacía en Casino Royale. “Sos sensible”, le dice un enemigo a James, algo que hace años Bond lo hubiera sentido como una afrenta. Pero aquí y ahora Bond es como uno de nosotros. Sin tiempo para morir tiene muchos elementos de los Bond anteriores a Craig. Desde científicos rusos, autos con armas y gadgets increíbles, hasta chicas Bond fantásticas (Ana de Armas parece ser la que más se divierte en toda la película) y una isla desierta. Imposible saber en un guion a ocho manos (son 4 libretistas) cuánto impuso Phoebe-Waller Bridge (Fleabag). ¿Tal vez, que Bond le diga “darling” a M? El director Cary Joji Fukunaga (la primera temporada de True Detective; Beats of No Nation) le impone ritmo, dinamismo y humor a la despedida de Craig. Pero ese final. Me gustaría saber qué opinan otros fans. Quédense hasta el final de los títulos.
Los Soprano marcó un quiebre en la TV, fue una de las mejores series de la historia y los fans venían pidiendo ver más. Así que ahora lo que llega, 14 años después de la emisión del último capítulo por HBO, es una película que sirve de precuela. Y que no se centra exclusivamente en Tony Soprano, el capo de la mafia, aunque sí en su infancia y adolescencia, y en su mentor, Dickie Moltisanti. A favor: fue coescrita por David Chase, el autor de la serie, y dirigida por Alan Taylor, que ganó un Emmy por un episodio emitido en 2007, y luego dirigió varios capítulos de Mad Men y Game of Thrones, y Thor: Un mundo oscuro. O sea que uno puede sentarse tranquilo en la butaca porque, como decía un expresidente, no nos van a defraudar. Y no. No lo hacen. Algunas marcas de fábrica persisten, como el humor que aparece de la nada, lo mismo que los arranques de violencia inusitada, y la fuerte construcción de los protagonistas. Ante todo hay que aclarar que no hace falta haber visto ningún episodio de Los Soprano. Pero también que haber visto la serie completa significará comprender mejor las características de los personajes, ciertos guiños. La película arranca con un paneo de cámara entre lápidas de un cementerio, porque el que relata es un muerto -no vamos a spoilear quién-. La historia irá irremediablemente hacia atrás, a 1967, y nos mostrará a Tony Soprano de niño, y luego en 1971, adolescente -en esta instancia es interpretado por Michael Gandolfini, de increíble parecido con su padre James, que fue Tony en la serie-. Pero como decíamos, no es Tony el protagonista, al menos no hasta la mitad de la proyección. Es Dickie Moltisanti (en italiano muchos santos, parafraseando el título original, que habla de “many saints”), quien maneja el negocio. Los puntos en común con el Tony de la serie son varios, y van más allá de velar por los intereses de la familia. Se hace cargo de Tony cuando John, el padre del niño, termina en prisión. Es infiel, miente, tiene temores y hasta necesita un confesor (tampoco spoilearemos nada). Al comenzar en 1967, Chase sitúa a Dickie y a los Soprano (a Johnny, a la madre Livia y al tío de Tony, Junior -Corey Stoll, de House of Cards-) en medio de las redadas contra los negros en Nueva Jersey, con el Black Power algo más que incipiente, y marcando la rivalidad y entre la mafia ítaloamericana y la afroamericana. De hecho, dos amigos del colegio, como Dickie y Harold McBrayer (Leslie Odom Jr., de Hamilton y Una noche en Miami, próximamente en El exorcista) terminan enfrentándose como consecuencia lógica de la disputa de algo más que pandillas. De Tony se va intuyendo mucho de lo que se veía en la serie: primero no quiere saber nada con delinquir, aunque levante apuestas en la escuela y robe con compinches un camión de helados, y la relación con su madre (Vera Farmiga merecería hasta un spin-off). Tampoco es que Chase se olvide de que tiene sentados en la platea primordialmente a fanáticos que devoraron el programa, pero no da por sentado nada, por lo que el espectador que llegue virgen saldrá con ganas de ver la serie. Hay un trabajo espectacular en la reconstrucción de época, y en la banda sonora, aprovechando éxitos de antaño. Pero es en la marcación de los actores, y fundamentalmente en las miradas y en las vueltas que dan algunos personajes para decir lo que necesitan expresar donde se nota que quienes están detrás de cámara cuidan a la familia y al producto como a un hijo del que se sienten orgullosos. Tampoco es que Chase se olvide de que tiene sentados en la platea primordialmente a fanáticos que devoraron el programa, pero no da por sentado nada, por lo que el espectador que llegue virgen saldrá con ganas de ver la serie. Hay un trabajo espectacular en la reconstrucción de época, y en la banda sonora, aprovechando éxitos de antaño. Pero es en la marcación de los actores, y fundamentalmente en las miradas y en las vueltas que dan algunos personajes para decir lo que necesitan expresar donde se nota que quienes están detrás de cámara cuidan a la familia y al producto como a un hijo del que se sienten orgullosos. No se sabe si habrá secuela de Los santos de la mafia. Chase señaló que tiene otras ideas alejadas de los Soprano, y que, de hacerlo, transcurriría antes que la serie y con Terence Winter, guionista de la serie, sentado escribiendo el libreto. Que así sea, hayan hecho o no un juramento con el meñique.
“Me dijiste que me amabas para siempre. No podés dejarme. Si lo hacés, tendré que matarte”. Pese a este arranque, nada será tan melodramático en Undine, la nueva película de Christian Petzold, el gran cineasta alemán de películas como Triángulo o Bárbara. Petzold se basa en la mitología griega, ya que se llamaba ondinas a las ninfas acuáticas que habitaban en lagos, ríos o estanques, y eran mitad mujer y mitad pez. Undine es la mujer del comienzo, la que prepotea a Johaness, sentados a la vereda de un bar, muy cerca del museo en Berlín donde ella es una guía que explica la arquitectura de la capital alemana. Y poco después de aquella separación- Johannes, que está en pareja con otra mujer, no piensa separarse, lo tiene decidido, así que la pseudo amenaza de Undine no tendría efecto-, la chica se cruza con Christoph (Franz Rogowski), pero en el interior del bar. Una pecera enorme se rompe, ambos se mojan, el vidrio estalla y se clava en Undine, pero con el estallido el que también queda expuesto es el muñequito de un buzo. Christoph se gana la vida soldando bajo el agua, así que la metáfora también queda al descubierto. Es que es la historia de un amor contrariado, tal vez condenado. Y también la historia de Undine, una mujer con muchas cosas fantásticas -que no es lo mismo que decir fantasiosas-. Porque la trama irá complicándose, o enredándose, y ya resultará más complicado discernir qué es realidad y que no. Los accidentes que se irán sucediendo no harán más que enrarecerlo todo. Al director, y no solamente en sus últimas realizaciones, le gusta coquetear, abrevar con el fino hilo que separa la realidad de la fantasía. Y aquí vuelve a transitar entre una y otra. No llega a ser como La forma del agua, de Guillermo del Toro, pero… Ya sin su anterior musa, Nina Hoss, ahora es Paula Beer quien lleva sobre sus hombros el peso. Y Beer, la actriz de Transit, también de Petzold, ganó el Oso de plata a la mejor interpretación femenina en el Festival de Berlín el año pasado. Está muy bien pivoteando entre la incredulidad, los gestos del enamoramiento, la seducción y la entrega.
“Los años más bellos de una vida son los que aún no hemos vivido”, decía Víctor Hugo. Y Claude Lelouch, a 53 años del estreno de Un hombre y una mujer, retoma a Jean Louis (Trintignant) y a Anne (Anouk Aimée). Podría haberla titulado Historias del geriátrico, pero optó por uno más poético.Como son sus diálogos. Es que Jean-Louis está en una residencia para ancianos -hermosa, con jardines- y su hijo contacta a Anne, que está bárbara, para que lo visite. “No está bien. Tiene dificultades para moverse. Su memoria va y viene, y cuando lo visito, lo único que recuerda es a usted”. Quienes vieron Un hombre y una mujer, lo entienden. Porque hay amores que nunca pueden olvidarse. “Las cosas no terminaron muy bien entre su papá y yo”, le recuerda y le avisa al público que no vio la película, o que está como Jean-Louis, algo desmemoriado. “No solo era piloto profesional, también era infiel profesional”. Jean-Luis está siempre con su sacón, bufanda, sombrero y sin afeitar. No importa: sigue siendo un seductor. Lelouch entonces vuelve al pasado, a las imágenes en ese blanco y negro sepiado en el que Jean-Louis y Anne se miman, se aman, y las letras de las canciones hablan de ellos. Va y viene. La cámara girando, el Citroën 2 CV, los poemas que recita Jean-Louis. Claro, como toda película de Lelouch, los personajes cuando hablan dicen sinceridades, algunas peligrosamente bordeando el sincericidio, con una elocuencia que… Veamos: “¿Hace mucho que vive aquí?” Aquí no se vive. Se espera la muerte”. “Hablaba muy poco. Las mujeres pensaban que era listo porque no hablaba”. “Pensé que era la mujer de mi vida, pero no estaba a la altura”. “Las mujeres mentirosas son bonitas” “¿No intentó contactarla?” “No, ahora debe ser vieja y fea. Como yo”. “Todas las historias de amor terminan mal. Solo en las películas terminan bien”. “Yo creo que somos fieles hasta que encontramos algo mejor”. Y eso que no llegamos a los 25 minutos de proyección… Por supuesto que hay más. “Antes corría, después caminé, luego deambulé. Ahora me arrastro”. “Las cosas que uno hace por amor… Debemos arriesgarnos cuando nos enamoramos”. Anne no tiene tantas frases célebres, pero sí las suyas. “Nunca pensé que un hombre me hubiese amado tanto”. “Me conmovió verlo. Era él, y ya no era él”. La música, el leit motiv, por supuesto que vuelve, y ahí está la letra que asegura “A la pregunta de qué es el amor/ mi respuesta es vos, por siempre”. Y para cerrar, este diálogo: “¿Qué ha hecho todos estos años?” “A menudo pensaba en usted”. “Yo también”. “Nunca fui tan feliz como cuando estuvimos juntos”. “Yo, aterrado. Usted quería ser la última mujer de mi vida”. Y, fanáticos, véanla hasta el final. El final, final.
Dicen, al menos, lo hace un personaje en esta película, que todos tenemos secretos. Inclusive Owen, que formaba una pareja aparentemente feliz con Beth (Rebecca Hall). Pero bueno, un buen (o mal) día, Owen se subió al bote que tenía amarrado en el muelle, en la casa frente al lago que él había construido para vivir con su amada. Se sentó, tomó un revólver y se disparó en la cabeza. Cuando el espectador comience a desandar La casa oscura, apreciará si aquél fue un buen o un mal día. Porque la trama de la película de David Bruckner, un tipo adicto a las historias de terror, que ahora está precisamente rodando una nueva versión de Hellraiser, el clásico de Clive Barker, irá develando que Owen tenía más de una sorpresa para Beth. Y que no era un solo secreto. Como muchas películas de terror, La casa oscura transcurre mayormente allí, en el hogar de Beth. Tremendo caserón, solitario, por más que la profesora piense en venderla, no sé, pasar el duelo allí. Sola. Y que haya ruidos de noche. Y que se encienda el equipo de música. Y que Owen la llame por el celular. Lo mejor de La casa oscura es que a medida de que se avanza, los enredos son más y mejores. Beth no es de recurrir a amigas, pero si escuchara a Claire (Sarah Goldberg, de la serie de comedia Barry, por la que fue candidata a un Emmy)… A lo mejor no se complicaría la vida. Claro, pero no tendríamos película. Lo que pasa es que Beth quizá, tal vez, tenga parálisis de sueño. Esa es una opción. Y como viene la cosa, sería la más deseable, dentro de lo desesperante. Pero Beth no escucha consejos, y cuando descubre una foto de otra mujer en el celular de su marido, cree que Owen la engañaba. Dejemos acá. Rebecca Hall ha tenido, cuando en Vicky Cristina Barcelona la dirigió Woody Allen -a quien ahora aborrece- un halo entre misterioso y romántico. Algo que le viene bien a Beth, pero ello se irá diluyendo cuando la protagonista se ponga a investigar. Inofensivos pero valientes ¿Vieron que sólo en el cine y en la literatura de suspenso, personajes que parecían inofensivos e indefensos, terminan siendo más valientes que lo que aparentaban? Los miedos y las dudas se disipan -y en el caso de Beth, más que enfrentar un duelo, lo que hace es ir más allá del dolor-, y terminan motivados para llegar al fin de la cuestión. Cueste lo que cueste, y que el público se pegue los sustos que se merezca. Como si se tratara de alguna de las películas de Actividad paranormal, en las que todo lo malo transcurre de noche, en La casa oscura uno desde la platea espera que pronto se haga de día. Hay apariciones sorpresivas, golpes de efecto, sonidos rimbombantes, lo sobrenatural, y un desenlace…
Venganza implacable y un impecable Liam Neeson Al margen del título, el irlandés de 69 años vuelve a demostrar por qué tiene ese magnetismo con el público. Liam Neeson -porque por más que cambie el nombre de su personaje en las películas de acción en las que se ha convertido en experto, uno en la pantalla lo ve a Liam Neeson, con un moretón más o una herida menos- está sentado en un sillón. Pensativo. Se decide. Toma el teléfono, digita un número. -FBI -dice una voz del otro lado de la línea-. -Soy el ladrón sigiloso. Y quiero entregarme. Lo dejan en espera... -Robé 12 bancos en siete estados, y poco más de 9 millones de dólares en efectivo. -Quiero hacer un trato. Devuelvo hasta el último centavo, pero me reducen la pena a no más de dos años en una prisión de mínima seguridad, a una hora de Boston, con régimen de visitas. Incómodo, porque maneja, pero Liam dispara igual. Foto BF París Incómodo, porque maneja, pero Liam dispara igual. Foto BF París El agente del FBI que lo había atendido le pregunta, incrédulo, ya que no cree que esté hablando con el “Ladrón sigiloso”, por qué se entregaría. -Conocí a una mujer, es más importante que todos los dólares del mundo. Hubiéramos empezado por ahí. Kate Walsh, el interés romántico de Liam. Vive. Foto BF París Kate Walsh, el interés romántico de Liam. Vive. Foto BF París Pero ¿nueve millones? ¿En efectivo dijo? ¿En billetes de a cien y de veinte? La duda implacable Ya aquí al espectador le surge la duda. Pagó la entrada para ver “una de Liam Neeson”, cuyo título local tiene el sustantivo Venganza acompañado del adjetivo calificativo implacable -sí, sí, como Búsqueda implacable 1, 2 y 3, cuando el irlandés de ya 69 años era Bryan Mills, y le secuestraban la hija, la esposa, el gato, y había comenzado una campaña viral en Twitter para que dejaran de acosar a la familia de Bryan-… Jai Courtney ( Boomerang en "El Escuadrón Suicida"), el agente corrupto y malo, muy malo. Foto BF París Jai Courtney ( Boomerang en "El Escuadrón Suicida"), el agente corrupto y malo, muy malo. Foto BF París Y uno piensa. Si Liam se va a vengar, y menciona a una mujer de la que se ha enamorado es porque a ella, como a tantas parejas de Liam, le pasará algo malo. Feo. Pero si el espectador sabe, entiende algo de inglés o lee la ficha técnica que acompaña esta crítica, descubre que el título original habla de un Ladrón honesto. Liam es un ex marine, que confía en la gente. Por eso es un ladrón, pero honesto. Foto BF París Liam es un ex marine, que confía en la gente. Por eso es un ladrón, pero honesto. Foto BF París Así que, tal vez, en una de ésas, quién sabe, a Annie (Kate Walsh, la doctora Addison Montgomery en Grey’s Anatomy, y Madeline en Emily en París) no le pasa nada grave. O sí. Pero no va que Liam (o Tom Dolan, como se llama en la ficción, pero para todos nosotros sigue siendo Liam) es más confiado que Milei en las PASO y a los agentes del FBI que lo van a ver, y les entrega la llave de donde escondió los nueve millones de dólares. Todo por amor. Dolan conoció a Annie y al año se reformó. Foto BF París Todo por amor. Dolan conoció a Annie y al año se reformó. Foto BF París Y eso que Liam es un ex marine. Y experto en demoliciones. Pero no es como Bombita en Relatos salvajes. O sí. Ya veremos. La cosa es que los del FBI, corruptos (Jai Courtney, Boomerang en El Escuadrón Suicida, y Anthony Ramos, de Hamilton y En el barrio) quieren quedarse con el dinero. Y van, lo agarran, lo esconden y vuelven a ver a Liam. Y en eso llega el jefe del FBI, que es bueno pese a que tiene el rostro de Robert Patrick, el ciborg malo de Terminator 2. Robert Patrick, de ciborg de "Terminator 2" a jefe del FBI. Foto BF París Robert Patrick, de ciborg de "Terminator 2" a jefe del FBI. Foto BF París Sin más, Liam va a tener que huir porque lo acusan de algo que no cometió -bah; como siempre- y puede poner en riesgo la vida de su amada Annie. Venganza implacable no por previsible deja de ser entretenida. El director Mark Williams sabe que contar con Liam Neeson le asegura, además de entradas, un actor que puede decir cualquier cosa y que, desde este lado de la pantalla, le creemos. Anthony Ramos ("Hamilton", "En el barrio") cuenta los dólares escondidos. Foto BF París Anthony Ramos ("Hamilton", "En el barrio") cuenta los dólares escondidos. Foto BF París Liam no luce para nada oxidado, pese al paso del tiempo, las caídas, los choques, los golpes, los balazos y los chistes malos recibidos. Y borren esa cadena de tweets. Parece que Liam va a seguir implacablemente por mucho más tiempo.
El juego el miedo más laberíntico Secuela del impensado éxito de 2019, tiene más producción aunque reitera el modelo, con ritmo frenético. Aquí, como sucede con Venganza implacable, otro estreno de esta semana en la Argentina, es mejor ir al título original para saber de qué va el asunto y dejarse de generalidades como Reto mortal. La subtitularon Torneo de campeones, así que los que vieron la película de 2019, que fue un sorprendente éxito de taquilla, y los que no, con este título ya se imaginan qué pasa. Hay una mente enferma, o tal vez son varias detrás de la corporación Minos, que hicieron “participar” a distintos personajes este juego perverso (perverso porque si no resuelven cómo escapar de diferentes situaciones, mueren, y de las maneras más horrendas que uno pueda o no imaginar). Y si se trata de un Torneo de campeones, aquí estarán reunidos los mejores de los mejores. Para los que no vieron la primera: los únicos que sobrevivieron de distintos grupos. Hay algunos rostros conocidos. El comienzo del filme es, para quien no vio el anterior, algo confuso. Vivitos y coleando Zoey (Taylor Russell) y Ben (Logan Miller) salieron más o menos ilesos, o al menos vivos, pero los esperan nuevas trampas. Zoey quiere vengarse y viaja a Nueva York con Ben: cree encontrar en ciertas coordinadas dónde queda el cuartel general de Minos. Y como si hay algo que no les falta es coraje -lo otro es imaginación para zafar de los problemas que les plantean para salir con vida-, hacia allí van. Pero no. Lo único que consiguen es que un muchacho les robe, ellos lo persigan al subte, y el vagón del subte se desacople del resto y… ¿Quiénes están a bordo? Los otros campeones. Contar cuáles son las “habitaciones” de las que deben salir antes de que se les acabe el tiempo -no la paciencia, porque la tienen, y mucha-, y los peligros que deben afrontar restarían al potencial espectador el disfrute, si vale el término. Claro que hay puntos en común con la saga de El juego del miedo, pero Escape Room es más laberíntica y quizá menos cruenta -ésta es Solo apta para mayores de 13 años, con reservas-. De todas formas, hay que tener cierta mente para pensar y luego concretar los acertijos que los personajes deberán resolver. Aquí tal vez haya más producción que en la película original. En síntesis, es la película de horror, más que de terror, que nos depara la cartelera semana tras semana. Hoy nos tocó ésta.
Los machos sí lloran El cineasta vuelve a dirigirse en una suerte de western en el que, tal vez, cumpla su última actuación. Desde hace un tiempo Clint Eastwood está más preocupado por contar historias de personajes que han tenido su momento de apogeo, pero que en el presente solo batallan, solos, por imponer sus ideales. La suerte les es esquiva, a sus protagonistas, y también en taquilla a algunas de las películas del director de Los imperdonables. Cry Macho, por momentos, pareciera realizada como en control remoto. Como que le falta fuerza, dinamismo, un punch que Clint, a los 91 años, supo mostrar como arma letal en la nombrada ganadora al Oscar, en Million Dollar Baby o en Río Místico. Tras pasar por muchas manos de intérpretes que querían protagonizarla -de Burt Lancaster a Arnold Schwarzenegger-, Cry Macho refiere a la relación entre Mike Milo, una ex estrella del rodeo y cuidador de caballos, y un adolescente mexicano. El ex jefe de Mike, al que el cowboy le debe unos cuántos favores, le hace un encargo. Que cruce la frontera, llegue a Ciudad de México y le traiga de vuelta a su hijo. Parece que Rafa (Eduardo Minett) está siendo abusado, su madre no está con él. A regañadientes, balbuceando como le gusta hacer a Clint, a Mike no le queda otra que aceptar el pedido. Se sube a la camioneta, cruza la frontera y se cruza con personajes nefastos, y otros que resultan la contracara. Sin realizar un análisis sociológico, en la película queda en blanco sobre negro que hay mexicanos buenos y mexicanos malos. No hay matices, ni tampoco Clint se ha tomado demasiado tiempo como para profundizarlo. El amigo mexicano Sí ha hecho hincapié en la relación de Mike con Rafa. Mike es, como muchos personajes personificados por Eastwood, un hombre de hechos y no de palabras. Pero aquí Mike tiene un extenso monólogo sobre lo que es el machismo. Lo hace manejando en la ruta, en respuesta a lo que Rafa entiende que es un “macho”. Y Macho es el nombre del gallo de riña con el que el joven se ganaba la vida, ya que vivía en las calles. Esa contraposición, entre lo que cree uno y el otro, también juega en el espejo de lo que el adulto y el joven se ven, reflejados en el otro. De no ser por Eastwood, la película se perdería como un relato menor. Pero está ese corazón latiendo, bombeando sangre pura que la mantiene en pie.