Divertida de principio a fin, No miren arriba, con Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence y Meryl Streep, llegó a Netflix esta Nochebuena luego de estrenarse el jueves 9 de diciembre en pocas salas -como hizo Netflix con El irlandés hace un par de años- y ya es la película más vista en la plataforma de streaming. Lo que plantea esta comedia delirante, absurda pero siempre eficaz, es que el destino de la humanidad no tiene remedio si quienes pueden hacer algo por salvarla no trabajan por el bien común. Porque ¿cómo entender que dos astrónomos serios, interpretados por DiCaprio y Lawrence, no son escuchados como debería ser por la mismísima presidenta de los Estados Unidos (Streep), ni por los conductores de un exitoso programa de TV (Cate Blanchett y Tyler Perry) cuando les dicen que un cometa va a estrellarse con la Tierra en seis meses, y ocasionará el fin del planeta? La primera, que tiene un look a lo Trump, y sonríe en autorretratos con Steven Seagal o Bill Clinton, está más preocupada por lo que puede suceder en las inminentes elecciones legislativas -parece que fue amante de alguien atrapado en un escándalo sexual-. Por eso los científicos deciden filtrar la noticia -el cuerpo celeste llegará en seis meses, y la cuenta regresiva sigue-. Los periodistas de la TV sólo quieren rating y mensajes ligeros. Aguda sátira capitalista y política de Adam McKay, director de las candidatas al Oscar La gran apuesta y El vicepresidente, el realizador tiene un ojo puesto en la actualidad desde que abandonó sus comedias con Will Ferrell. El calentamiento global es lo que lo motivó a escribir esta película, que transformó en una comedia de catástrofe, en la que mientras el reloj y los días corren, los personajes de Leo y Jennifer no dejan de cambiar y enfrentar situaciones ridículas. La respuesta final de la presidenta Orlean -demasiada casualidad que Streep tenga el mismo apellido que su personaje en El ladrón de orquídeas- será mandar, sí, como en Armageddon, a alguien que destroce la amenaza en pedazos. En vez de a Bruce Willis y otros, a Ron Perlman, interpretando un tipo “de otra época”, que es lo suficientemente políticamente anticorrecto -habla de indios, de gays y de niños de manera despectiva- como para no desequilibrar la comedia. Lo de sátira capitalista va de la mano de Peter Isherwell, el personaje de Mark Rylance (Puente de espías), un mix entre Steve Jobs y Elon Musk, un multimillonario que, lo más importante, fue el mayor donante en la campaña de la Presidenta. Entre lo absurdo y lo real, la película desanda sus casi dos horas y media con un ritmo que nunca decae. Y habría que preguntarle a McKay si el monólogo de DiCaprio no lo hizo como homenaje a Peter Finch en Poder que mata. La canción Just Look Up, cantada por Ariana Grande, que compuso el tema y tiene un papel estelar en el filme, puede ser otra de las sorpresas que la película tenga en la temporada de premios que se avecina. DiCaprio y Streep están espectaculares, cada uno en su senda, él jugando con la ambigüedad que le da la fama, ella construyendo a un ser poderoso lleno de pliegues. Y Lawrence sabe cómo exprimir a la astrónoma que le puso su apellido al cometa y estallará, llegado el caso, para hacernos reír cuando, si lo pensáramos dos veces, deberíamos preocuparnos. Ese es uno de los méritos de McKay desde la silla del director: balancear la comedia, con sus momentos más frenéticos, con la crítica mediática y hasta la automedicación. No miren arriba es de esas películas en las que uno, cuando se sienta a verla, presiente que la va a pasar bien. Y pasa. Aunque se acabe -o no- el mundo.
Así como hay cineastas, como Wes Anderson, a los que con solo ver un fotograma de sus películas se acierta de inmediato su autoría, esta Amor sin barreras es un Steven Spielberg en estado puro. La película arranca con todo, sin textos pero con música, con un travelling al ras del piso y sobrevolando las cuadras de un vecindario marginal, donde transcurrirán la historia de amor de María y Tony, y los enfrentamientos entre los Sharks y los Jets, las pandillas de puertorriqueños y “blancos”, que en verdad tienen más cosas en común que en las que podrían estar en desacuerdo. Es el racismo, la opresión policial, es la falta de oportunidades de unos y otros en un microuniverso en el que la ciudad de Nueva York se expandía derrumbando viejos edificios y generando un nuevo sueño americano al que no todos podrían alcanzar. Es, siempre, una historia de rivalidades, de conflictos y desafíos. Amor sin barreras es un drama musical de 1957, que Robert Wise llevó al cine en 1961, que no ha perdido vigencia. Por más que el espectador quiera quedar prendido del romance prohibido entre Maria y Tony, al estilo Romeo y Julieta en el que se basa el original, el contexto pesa más que como mero trasfondo. La primera de Spielberg Y está, claro, la manera en que el director de Jurassic Park, que nunca se había “atrevido”, según sus propias palabras, a un musical, se dispone a narrarlo. Y toda su imaginería visual estalla desde la fotografía, de Janusz Kaminski, no siempre de colores estridentes, sino también oscura, con sombras y que abre y amplía espacios y ambientes de una escenografía que no parece de decorados. Spielberg no es fiel al filme -de hecho, siempre habló de actualizar la obra de teatro musical, y el guion de su amigo Tony Kushner (Munich, Lincoln) se basa en la obra-, que es el que todos recuerdan. No solo porque altera el orden de las canciones. Sigue estando Anybodys (ahora interpretado por la actriz no binaria Iris Menas), y cambia el sexo de algún personaje, como Doc, que ahora es Valentina, interpretada aquí por Rita Moreno, que en el original era Anita, a quien Doc salvaba de que la violaran los Jets. Ahora es Valentina la que salva a Anita, una excepcional Ariana DeBose (Hamilton). Y así como la escena que no llega a ser violación era más extensa y, si se quiere, morbosa para la época en la que se filmó, las peleas cuerpo a cuerpo, a navajazo limpio, resultan más violentas, rodadas con más vehemencia. Bueno, Spielberg no es Wise. Al margen de que llamó a Justin Peck para las coreografías del filme, y no son las mismas de Jerome Robbins. Lo cual no está mal ni está bien. Esta es la versión de Spielberg y sabe hacer lo que quiere al contar con el guiño, como lo obtuvo, de Stephen Sondheim, el letrista del musical original, único que estaba vivo cuando se realizó la película (el autor de Sweeney Todd falleció el viernes 26 de noviembre). Al frente de todo, y entre las luchas, los movimientos frenéticos de cámara, la iluminación y la artificiosidad, están ellos, los intérpretes. Rachel Zegler, que nunca había filmado una película, es todo un descubrimiento de Spielberg. No solo canta muy bien, sino que actúa con una desenvoltura en la que parece haberse reflejado de Ariana DeBose, que interpreta a su cuñada, Anita. Ansel Elgort, un Tony que le lleva más de una cabeza a María, tiene un ángel que hasta cuando canta -y no es cantante- atrae, seduce. Si la relación entre María y Tony encandila, ya se sabe que todo marchará sobre ruedas. Quizá los más esquemáticos roles planteados a los líderes de Sharks y Jets, Bernardo y Riff hacen que David Alvarez y Mike Feist (de Dear Evan Hansen) pierdan verosimilitud. Pero bueno, estamos hablando de gente que se expresa bailando y cantando, y bien cierto es que esta Amor sin barreras es de lo mejor en el género que se ha visto este año en los cines.
Promediaba la proyección de Rey Richard: Una familia ganadora cuando descubrí que la película, o la actuación de Will Smith, me tocaban, me conmovían, casi que sentía que emocionalmente era alcanzado por lo que contaba el filme de Reinaldo Marcus Green. La película trasciende la mera biopic, o el sueño americano. Quizá pocos sepan el esfuerzo, la tenacidad, el amor propio, el empeño y fundamentalmente la pasión que Richard Williams puso al entrenar y ser el manager de dos de sus hijas, Venus y Serena. Lo que han alcanzado estas deportistas en el mundo del tenis profesional, primero como juniors, que es a lo que más apunta la película, sería de cuento de hadas. Y no lo es porque lo que debieron enfrentar no da para una historia teñida de rosa. Richard tuvo que masticar mucha bronca, racismo y tragarse algún que otro remordimiento en la lucha. Determinación nunca le faltó -como decir que no a un contrato multimillonario con una empresa de indumentaria antes de que Venus disputara su segundo partido profesional, contra nada menos que Arantxa Sánchez Vicario, en los octavos de final de Oakland, en 1994-. “Es como pedirle a alguien que crea que tenés a los dos próximos Mozart viviendo en tu casa”, le dice de entrada un entrenador de talentos, obviamente descreyendo que esas niñas podrían tener el potencial para luego encumbrarse en el Top ten. Venus ganó 5 torneos de Wimbledon. Papá Corazón La película, de casi dos horas y media, sigue a Richard cumpliendo de punta a punta su “manifesto”, el cual concibió para que sus hijas llegaran a la cima. Venus es la que tiene la gran oportunidad, y es Serena la que ve, casi como espectadora, cómo todo apunta a consolidar a su hermana mayor. Pero la película es sobre una familia, de dónde provino y los obstáculos que debieron superar. Es una historia de superación, que el que se quede con los fríos números de los trofeos y el dinero que ganaron las hermanas Williams se quedará con la foto del momento y no con la película. Como ver un árbol en primer plano y no el bosque completo. Claro que Richard, que tampoco era un santo, no estuvo solo. Su esposa y madre de las chicas, Brandi (Aunjanue Ellis) también estuvo ahí, al lado de las niñas, y trabajó para que las virtudes -naturales de Venus y Serena- junto a sus esfuerzos -de todos, pero principalmente de las tenistas- rindieran sus buenos frutos. Smith no solamente compone desde el exterior a Richard Williams (por supuesto que el filme luego mostrará al auténtico padre), copiando sus posturas, sus movimientos y gestos, sino que nos hace sentir parte de la familia. Y sufrir, si cabe el término, cuando toma las decisiones que a primera vista parecen erróneas. Es el típico padre que hace todas por sus hijas, desde sacarle tiempo al poco tiempo que tiene, a llegar hasta los mejores agentes y entrenadores para que le brinden lo que él, un obsesivo, siente que no puede otorgarles. Además de Saniyya Sidney y Demi Singleton, como las jóvenes Venus y Serena Williams, entregando todo el arco, sea dramático o deportivo, es muy factible que el actor de Hombres de negro y Ali esté en la primera línea en la discusión cuando se aproxime la temporada de los premios. Smith se come, engulle la película, y difícilmente uno pueda sacarle los ojos de encima. Como Venus y Serena en los courts, Smith tiene todo para consagrarse como maestro de actores.
La nueva película de Ana Katz, esa joyita en envase chico que suele pasar desapercibida por el gran público -lo de chico va por la producción de sus películas, por lo general alejada del mainstream del cine argentino, salvo Los Marziano- es tal vez la más experimental de la directora de El juego de la silla y Una novia errante. Ya desde el blanco y negro con el que eligió narrar, la directora se jugó por una mirada estética. Y con la historia también apostó fuerte. El protagonista es Sebastián, un tipo que deambula de trabajo en trabajo. Primero, porque ante las quejas de sus vecinos (Carlos Portaluppi, entre ellos) de los incesantes ladridos de su perra Rita, la lleva a trabajar con él. Y su superiora (Valeria Lois) termina aclarándole el camino de salida. A partir de allí Sebastián -interpretado por Daniel Katz, hermano de la realizadora- deambulará de un lado para el otro, irá al campo, trabajará en una cooperativa de verduras, en un programa de radio. Pandemia prepandemia Si nada le resulta sencillo -aunque habrá que convenir en que Sebastián tampoco pone demasiadas resistencias a nada-, el estallido de una pandemia complejizará más su existencia, ya con una pareja (Julieta Zylberberg). Katz escribió y rodó su sexto largometraje mucho antes de que alguien tomara sopa de murciélago en Wuhan. Así que las escenas con escafandras y el cuidado de los chicos son premonitorios. Como el filme se rodó en distintas etapas, contó con cinco directores de fotografía distintos. ¿Se nota, hay un desbalanceo? Para nada. Obviamente la pandemia causa extrañeza, pero más llama la atención otras cosas. Por ejemplo, que el lamento de aquel vecino del comienzo no sea tanto por la molestia de los ladridos del perro que en verdad es perra, porque se llama Rita, sino porque le causa dolor escucharla y advertir que está sola. Como solo está y se siente Sebastián luego, aunque esté con su pareja, o ya no. Katz construye a su personaje y su entorno para hablar de la soledad, desde el costumbrismo, con ese humor tan de ella, y con un espíritu lírico. En El perro que no calla hay muchas elipsis, espacios y contenidos que deben ser llenados por el espectador. Es un filme distinto a lo que había hecho, pero a la vez, similar. Trata sobre personas, no sobre hechos, actos o circunstancias.
No, no, la familia colombiana de los Madrigal no pertenece al Universo Cinematográfico de Marvel, pero todos sus integrantes tienen superpoderes. Todos menos Mirabel, la protagonista a la que la argentina Stephanie Beatriz le pone la voz, en esta maravilla de Disney a la que Lin-Manuel Miranda le ha escrito unas canciones hermosísimas. La presentación recuerda a otro clásico de Disney, La Bella y la Bestia. ¿Por qué? Porque sirve de presentación de todos los personajes principales a través de una canción. Y también porque si la película de 1991, que fue candidata al Oscar principal, desplegaba en un abreve síntesis todo lo que iba a hacer luego: la cámara giraba por primera vez alrededor de Bella, como luego lo haría con ella y la Bestia en el salón de baile del castillo hechizado. Estos primeros minutos de Encanto son todo un despliegue de color, de bravura. Bueno, no es que Encanto esté basada o los creadores de la historia hayan estado con un ojo encima del filme de Gary Trouslade y Kirk Wise. Hay aquí una familia con una docena de integrantes, y Bella tenía solo a su papá inventor. Sí, hay una presión extra por estar dentro de las expectativas familiares, algo que sufre Mirabel, justo la que por algún motivo que no develaremos no tiene superpoderes, y por alcanzar algo parecido a la perfección. Con tamañas varas se encuentra la protagonista, a la que le presta su voz la argentina Stephanie Beatriz. Por supuesto que no todos los familiares tienen el mismo peso, ni están el mismo tiempo en pantalla. Algunos son más protagónicos, y otros solo están pintarrajeados -y lo bien pintarrajeados que están, que no suene peyorativo en absoluto-. De los directores de "Zootopia" Jared Bush y Byron Howard ya codirigieron juntos Zootopia. Quienes vieron la película con la conejita Judy saben que les interesan más las relaciones que cualquier prodigio técnico de animación. La casita cobró vida, con magia. Habrá quien pueda hablar con los animales, o que tenga una fuerza extraordinaria. Pero a ella, no. La mamá la tranquiliza. ¿Cómo? Le dice que es tan especial como cualquiera de la familia. Y cuando la Casita y la familia corran peligro de derrumbarse, será Mirabel la que se ponga el asunto sobre los hombros. Para salvar la magia. Sí, porque ella es tan especial como los otros… Pero también porque descubre algo… Mirabel no sería literalmente una princesa de Disney, pero tiene un desparpajo que corre parejo con Mulán o Mérida (Valiente), y sus temores del comienzo sirven a los más pequeños para anclar más fácilmente desde la platea. Porque también es cierto que con las canciones de Lin-Manuel Miranda uno puede olvidarse de que Encanto está destinada principalmente al público infantil. Aunque tenga apuntes que disfrutarán los más grandes y, como la mencionada La Bella y la Bestia, el placer y el goce es para todas las edades. Encanto, a contramano de muchas superproducciones del Disney de animación, no es ampulosa. Se centra en una familia -OK, una numerosa- y en una sola locación, la casa. Y cada canción cumple su rol desde lo emotivo. No hay alardes cinematográficos, lo que no quiere decir que la película no nos sorprenda con tejas que se mueven, o velas que se convierten en… Animar elementos inanimados, cosas fijas, va más allá de los personajes de La Bella y la Bestia. ¿Por qué será que nos acordamos tanto de La Bella y la Bestia? Buenos motivos tendremos.
¿Vieron cuando van a un restaurante bueno, piden un plato que ya probaron, o se lo recomendaron, y terminan sintiéndolo insípido, con gusto a nada? La casa Gucci trata sobre ese clan familiar de Milán, y es como una milanesa de soja recalentada, que le sirvieron a la mesa a Lady Gaga. Muchos buenos ingredientes, pero una cocción desafortunada. Y sí. Es raro. Ridley Scott era (¿era? ¿ya no es?) de los pocos directores con chapa de grande que difícilmente tuvieran una película floja. Podrían entretener más o menos, pero pagar la entrada para ver una de Scott era una garantía. Y si hace semanas marcábamos que en El último duelo, su filme anterior, la cosa mejoraba cuando primaba la acción y no las palabras, en La casa Gucci, en la que casi no hay acción… Pero analicemos qué pasa en House of Gucci, de la que todo el mundo hablaba para estar ahí, peleando por el Oscar, y puede terminar ahí, peleando por los Razzies. El director de Blade Runner, Alien, Thelma & Louise, Gladiador y Misión Rescate contó con un elenco estelar. Como suele tener siempre a su disposición. ¿Falló la historia? La película cuenta el ingreso de Patrizia Reggiani (Lady Gaga) a la familia Gucci. O al imperio Gucci, habría que decir. Patrizia conoce de casualidad a Maurizio (Adam Driver) y queda clarísimo que a la hija de un empresario de camiones lo único que le interesa es pescar al anteojudo heredero del imperio. Es algo que Rodolfo Gucci (Jeremy Irons) le pronostica a su hijo. Pero ya sabemos que el amor es ciego, y muchas veces, sordo, y Maurizio abandona el hogar paterno para pasar a ser camionero y terminar esposando a Patrizia. Por supuesto que volverá al seno de la familia, pero será cuando Patrizia convenza al tío Aldo (Al Pacino) de abrazar a su sobrino. Aldo, que vive en Nueva York, se lleva pésimo y hasta trata de inútil a su propio hijo, Paolo (Jared Leto, irreconocible con la cantidad de prótesis en el rostro y el cuerpo). El resto es historia, si usted no sabe qué paso con el imperio Gucci, las peleas internas en la empresa familiar de moda, zapatos y carteras, y por qué todo se transformó en un resonante caso policial no se lo vamos a spoilear aquí. ¿Fallaron las actuaciones? Lady Gaga y Driver (que estuvo en El último duelo) son de lo mejorcito del elenco, aunque la peor parte del matrimonio le toque al actor de Paterson y la última trilogía de Star Wars. Tiene textos increíbles, y pasa de la devoción a la familia a traicionarla y volver a confiar sin que medie explicación o actitud alguna. Jared Leto es otro que puede ampararse en lo físico para al menos zafar, y sumar su falso acento italiano. Pero lo de Pacino e Irons no tiene nombre. Al venía parodiándose a sí mismo, y aquí no parece tener control, ni que nadie le hubiera puesto límites. Y el ganador del Oscar por Mi secreto me condena está en piloto automático hasta cuando termina en un cajón. ¿Falló la dirección? Y, sí. Extraño que los nuevos y habituales colaboradores de Scott -el director de fotografía Dariusz Wolski, la editora Claire Simpson, el músico Harry Gregson-Williams- no le hayan advertido que el asunto se venía poniendo denso, espeso, larguísimo (dos horas 37 minutos) y aburrido.
Liam Neeson no para de sufrir: ahora, está en Riesgo bajo cero Es un camionero con un hermano discapacitado que deben conducir sobre rutas de hielo para salvar de la muerte a 26 mineros atrapados. Ya sabemos, los que seguimos la carrera de Liam Neeson, que desde que en 2009 murió trágicamente su esposa, Natasha Richardson, elige proyectos en los que su personaje pueda lidiar con la pérdida de un ser querido. Y si no está así en el guion, hasta puede que pida que lo incluyan. No es un dato menor al ver Riesgo bajo cero, enésimo filme de acción del actor de Búsqueda implacable. Pero no le secuestraron ni asesinaron a la esposa o a una hija. No sabemos si es viudo, sí que pondrá en riesgo su vida al aceptar una misión casi suicida. Liam es Mike, un conductor de camiones de gran porte. Hubo una gran explosión en una mina al norte de Canadá, hay mineros atrapados y si no se lleva un cabezal de unas 30 toneladas hasta el lugar, en menos de 30 horas, los trabajadores morirán por falta de aire. ¿El inconveniente? Hay que llegar hasta allí, las minas de Katka, atravesando rutas de hielo. Congeladas. Y el peso del transporte puede hacer que el hielo se resquebraje y se hunda la carga, el camión y los tripulantes. Pero Mike no está solo. Tiene a su cargo a su hermano, mecánico, que es un veterano de guerra que quedó malherido tras una incursión por Irak, que le ocasionó una discapacidad mental, y los echan de un trabajo a otro. Sea como sea, Mike es rudo. Y si a su hermano le dicen retrasado, con un solo golpe derriba a quien lo diga. Y allí van Mike y su hermano, porque para la tarea deben contratar gente capacitada y experta. No hay muchos a mano, porque -dicen- es época de vacaciones. Reclutan a otra, y lo hacen pagando una fianza para que la suelten de la cárcel, porque es una activista de los pueblos originarios, que cuando se entera de que su hermano está atrapado en la mina, no lo duda. Y también viaja quien los contrató (Laurence Fishburne, que si fuera como en Matrix, donde interpretaba a Morpheus, tal vez tomaría más recaudos). Simplificando, la cosa es así: van cada uno en su camión, llevando un cabezal, a ver si al menos llega uno. Y hay 200.000 dólares para repartir entre los que lleguen a tiempo y a destino. Si es uno, se queda con todo. Si son dos, hay que dividir. Bueno. Sí. Algo de lo que se imaginan puede que esté por pasar. No te creo nada Riesgo bajo cero es cero creíble, e inverosímil después de que el espectador ingresa a la trama, creyendo que nada demasiado extraño podía ocurrir. Pero sí. Ya no hablamos de las peleas en sí, sino de los problemas que, uno tras otro, deberá enfrentar y resolver Mike si quiere llegar a destino. Si no pusieron mucho dinero en el guion -que escribió el propio director, Jonathan Hensleigh, más conocido como guionista (Armageddon, Duro de matar 3, la primera Jumanji) algo gastaron en el elenco. Está lleno de rostros familiares: Holt McCallany (Bill Tench en Mindhunter), Benjamin Walker (Abraham Lincoln: Cazador de vampiros), Matt McCoy (¿lo recuerdan de La mano que mece la cuna?) y a Amber Midthunder -la traducción de su apellido es Medio trueno-, que este mismo año estrenó con Neeson El protector. En una de ésas, a lo mejor arregló un 2 x 1.
Anya Taylor-Joy, abusada en El misterio de Soho La actriz de “Gambito de dama” es una aspirante a cantante en una Londres de los '60 de acosos en esta fantasía de horror. ¿Vieron cuando uno está viendo una película, disfrutándola, y de repente parece que le hubieran cambiado el rollo en el proyector? Sí, un viejazo en épocas de cine digital, pero es que lo que sucede en El misterio de Soho, con Anya Taylor-Joy es precisamente eso. Un misterio. El director británico Edgar Wright (Baby: El aprendiz del crimen) comienza engolosinándonos -y engolosinándose él-. Los primeros minutos son de una belleza vintage, sesentista, nostalgiosa y naive. La película parece construida a gusto de los amantes de las películas de Marvel Studios -o aquéllos que entendieron de un saque Loki, por ejemplo-, porque hay saltos en el tiempo constantes. Y no solo eso. Acoso e incomodidad Eloise (Thomasin McKenzie) es una estudiante de moda del interior -del interior de Inglaterra- que llega fascinada a Londres. Ya el taxista le dice cosas incómodas. Su compañera de cuarto de la residencia universitaria le hace bullying, por lo que decide mudarse. El lugar no es precisamente acogedor. Pero como si se tratara de El inquilino, de Roman Polanski, Eloise acepta las reglas: no puede ingresar con hombres, le dice la señora que se lo alquila (el papel póstumo de Diana Rigg, de la serie Los vengadores en los ’60 a Game of Thrones). ¿Ya dije que Eloise tiene una fijación con los años ’60? Porque, desde algún lugar, de alguna manera, se encuentra transportada en el tiempo hacia la Londres de esa época, y se confunde (ella misma, y con eso al espectador que no sigue los cánones de Marvel) con la aspirante a cantante Sandie (Anya Taylor-Joy). Y Sandie no la pasa(ba) bien en su meteórico ascenso. Su representante (Matt Smith) le pedía hacer cosas non sanctas. ¿Ya dije que Ellie tiene cierta inestabilidad emocional? Seguramente embebida como una esponja de lo que le sucedió a su madre, que como ella quería triunfar en el mundo de la moda en Londres y terminó suicidándose. La fantasía, o mejor dicho, la pesadilla, que Eloise comienza a vivir está al principio bien retratada en el aspecto visual. Cuando todo comience a enredarse, el director de fotografía Chung Chung-hoon (que iluminóIt, de Andy Muschietti) se apropiará de la paleta de colores. En el cocktail que incluye la ingenuidad de Eloise, en el que digamos es el presente, con lo más oscuro que, supongamos, ocurriría en el pasado, hay una inestabilidad. Un desequilibrio. Y el problema es que, cuando Wright cambia de registro, y vira hacia el género del horror, no infunde miedo. Es raro. Tanto como que al frente del elenco estén Thomasin McKenzie (la joven de Jojo Rabbit, la veremos pronto en El poder del perro, que irá al Festival de Mar del Plata y luego estrenará Netflix), la cuasi argentina Anya Taylor-Joy y Matt Smith, Felipe, el Duque de Edimburgo en The Crown. Mucho talento un poquito desperdiciado.
La crónica francesa, o la imaginación en su tinta: prepárense para disfrutar La película de Wes Anderson tiene un elenco excepcional: Bill Murray, Owen Wilson, Benicio Del Toro, Tilda Swinton... Prepárense para disfrutar. Cada realización de Wes Anderson es distinta, pero similar, a la vez, a sus creaciones anteriores. La composición de los encuadres, los movimientos de cámara, las voces en off y la dirección de arte: pocos realizadores hay que sean tan fáciles de adivinar al ver un fotograma. Son contados con los dedos de las manos lo que tienen un estilo único y propio. La imaginación del director de Moonrise Kingdom - Un reino bajo la luna es bastante particular, en el mejor de los sentidos, como su métrica del gag. La crónica francesa o The French Dispatch es un suplemento especial de un diario ficticio de Kansas que se redacta en otra ciudad imaginada de Francia -Ennui-. Es una suerte de Guía del ocio, tal vez, que contiene un poco de todo; no importa de qué, sino del talento de quienes escriben los artículos. Y como toda publicación de culto -es clara la referencia a la revista The New Yorker- la excentricidad de quienes son los escritores corre, imaginamos, pareja con la de su director, Wes Anderson. Y con la del Jefe de Redacción, el editor de The French Dispatch, interpretado por un viejo conocido y amigo del director de El Gran Hotel Budapest, Bill Murray. Elisabeth Moss, Owen Wilson y Tilda SWinton, los primeros desde la izquierda: redactores de lujo de "La crònica francesa". Foto Disney Elisabeth Moss, Owen Wilson y Tilda SWinton, los primeros desde la izquierda: redactores de lujo de "La crònica francesa". Foto Disney El hombre se rige por dos máximas: una es que no se debe llorar en su despacho; la otra tiene que ver con las apariencias de la redacción, si se debe o no hacer creer que lo que se escribió fue escrito así a propósito o no. Como Relatos salvajes, que eran seis películas en una, aquí pasa algo similar. La película está más que separada, narrada en episodios o artículos. No todos son parejos, sí en todos se desanda el estilo original, sofisticado de Anderson. Personajes entrañables Benicio Del Toro protagniza el mejor relato de "La crónica francesa". Foto Disney Benicio Del Toro protagniza el mejor relato de "La crónica francesa". Foto Disney Está la crítica de arte (Tilda Swinton) que cuenta, quizá,s el mejor relato o cuento corto del filme. Es la historia de un preso, para nada común, y ya verán por qué está hace tantos años en la cárcel, Moses Rosenthaler (Benicio Del Toro) que se dedica a la pintura y tiene como modelo desnuda a su guardia (Léa Seydoux). Habrá quien crea que lo suyo es arte (Adrien Brody) y hará lo imposible por apoderarse de sus trabajos. Hay que seguir la revolución estudiantil francesa, bien de los ’60, y de eso se ocupa la escritora que interpreta Frances McDormand, relacionándose con un líder al que termina redactándole su Manifesto (Timothée Chalamet). Bill Murray, un incondicional del director de "Los excéntricos Tenenbaums". Foto Disney Bill Murray, un incondicional del director de "Los excéntricos Tenenbaums". Foto Disney Y cómo no iba a haber una columna que tenga que ver con la gastronomía. Pero esperen para disfrutar cómo es que el personaje de Jeffrey Wright escritor gastronómico, se entrelaza con el secuestro del hijo de un comisario (Mathieu Amalric). A los ya nombrados del elenco, súmenle al estilo filme de Woody Allen cameos o participaciones más extensas de algunos habitués de Anderson, como Owen Wilson, Edward Norton o Jason Schwartzman, Bob Balaban, Henry Winkler, Christoph Waltz, Cécile de France, Willem Dafoe, Saoirse Ronan o Elisabeth Moss. En blanco y negro o en color, Anderson demuestra su estilo inconfundible. Foto Disney En blanco y negro o en color, Anderson demuestra su estilo inconfundible. Foto Disney Y si en las cabezas de equipo de los rubros artísticos siempre se acompaña de la misma gente, aquí hay que reverenciar a Alexandre Desplat, por la composición de la música. La crónica francesa es elegante, extravagante, excéntrica y todos los adjetivos que empiecen con el sonido e. Tal vez no excelente, pero sí sumamente (h)ermosa.
Con el espíritu ochentoso intacto La secuela sumará un público nuevo a la saga, que incluye a Paul Rudd y a Finn Wolfhard (de “Stranger Things”). Quizá no haya nada mejor que una película con aroma ochentista para rememorar, homenajear y continuar el legado de otra buena película de los ’80. Y eso ocurre precisamente con la nueva Ghostbusters. Y de eso también se trata el legado del que habla el título. Si vieron el trailer, o las fotos de la premiere del filme, algo saben. Sí, alguno(s) de los protagonistas de la saga creada por Ivan Reitman en 1984 aparecen, pero si hablamos de legado es porque algunos otros tienen que tomar la posta. Y lo que hizo Jason Reitman, hijo de Ivan y director de La joven vida de Juno y Amor sin escalas, fue aggiornar aunque no tanto la historia. Phoebe (Mckenna Grace) y una pose (y un arma) que lo dicen todo. Foto Sony Phoebe (Mckenna Grace) y una pose (y un arma) que lo dicen todo. Foto Sony Por lo pronto, no transcurre en Nueva York, si no en un pueblito rural, Summerville. A ese pueblo sin fallas geológicas que tiembla a cada rato, llegan los nietos y la hija de un científico. ¿Por qué viajan hasta Oklahoma? Porque se quedaron sin dinero, y heredan la casa del abuelo, recientemente fallecido, en medio -literalmente- de la nada. No han tomado contacto con el abuelo desde hace tiempo, y eso es algo que la hija (Carrie Coon) no deja de perdonárselo. La familia de... Y allí están, entonces, su hijo adolescente Trevor (Finn Wolfhard, de Stranger Things), que se anota a trabajar en una hamburguesería, no tanto para tener dinero propio, sino para estar cerca de una chica, y la más pequeña Phoebe (Mckenna Grace), que si alguien heredó algo del abuelo y las ciencias, es ella. En el colegio se hará amiga de Posdcast (Logan Kim, como un chico que se apoda así a sí mismo, porque quiere documentarlo todo). Paul Rudd y Mckenna Grace, dispuestos a acabar conlos fantasmas en un pueblito rural. Foto Sony Paul Rudd y Mckenna Grace, dispuestos a acabar conlos fantasmas en un pueblito rural. Foto Sony Por supuesto que los movimientos que parecían sísmicos obedecen a otra cosa, aunque el maestro y sismólogo Gary (Paul Rudd) se sumará cuando otros redescubrimientos crucen la trama y la pantalla. A saber: el coche de los Cazafantasmas, algunos aparatejos y… Gozer. Si no recuerdan quién o qué es Gozer, no son tan fanáticos, pero se divertirán igual. De vuelta a la acción, ¿a quién van a llamar? Foto Sony De vuelta a la acción, ¿a quién van a llamar? Foto Sony Los fantasmas tardan en aparecer, como si se tratara de Tiburón. Y el ritmo de Ghostbusters: El legado es de las películas que homenajea. Esto es, aquí no hay apuros. Y hasta los fantasmas y los efectos especiales parecen de aquella época. Si esto es bueno o malo, lo decidirá cada uno que pague la entrada. Finn Wolfhard (de "Stranger Things") y un auto conocido... Foto Sony Finn Wolfhard (de "Stranger Things") y un auto conocido... Foto Sony La que sí es indudablemente muy buena es Mckenna Grace, como Phoebe. Estuvo tremenda en el primer episodio de la última temporada de El cuento de la criada (allí es Esther Keyes, y fue candidata al Emmy), fue la joven Carol (o sea la pre Capitana Marvel en Capitana Marvel), la joven Madison (o sea la niña de Maligno) y la niña Tonya de Yo soy Tonya. Y para terminar de redondear el homenaje y/o legado, gracias a la tecnología se puede rendir tributo, o al menos un guiño a Harold Ramis, el cazafantasmas que ya no está entre nosotros. Corpóreamente, se entiende. Los efectos son bastante similares a los de las películas originales de 1984 y 1989. Foto Sony Los efectos son bastante similares a los de las películas originales de 1984 y 1989. Foto Sony No se levanten de sus butacas hasta el final de los créditos.