El tercer film de Paula Hernández la establece como una de las mejores directoras de la reciente filmografía argentina, lo cual no es poco teniendo en cuenta algunos de los nombres que podemos encontrar ahí (desde Lucrecia Martel hasta Ana Katz). Construye un relato conmovedor que gira alrededor de tres personajes, atrapados en un triángulo amoroso que nunca olvidarán ni dejarán del todo. Pocas películas logran con tanta rapidez y facilidad la conexión con el espectador: sospecho que esta es una de ellas. Gracias a la sutileza conque se maneja la historia de los personajes, podemos sentir lo que ellos están viviendo. Lalo y Bruno (Alan Daicz y Agustin Pardella) son dos amigos inseparables. Lalo es de perfil más bien bajo: ese tipo de personas calladas, que miran todo el tiempo al piso y no quieren dañar a los demás. Bruno es más efusivo, más directo, aunque en el fondo también comparte la inocencia y el miedo de su amigo. Los cimientos de sus mundos son sacudidos ante la llegada de Lisa (Denise Groesman) una jovencita que parece decidida a tener su primera experiencia sexual con alguno de ellos dos. A partir de ese momento el nombre de Lalo cambiará: será Concha. Tanto su amigo como su amor (¿imposible?) lo llamarán así. Las cosas no parecen ir mejor para Bruno, que entablará una relación con Lisa pero no sabrá cómo mantenarla. Esa descripción de la historia parece adelantar demasiado, pero no: lo que importa aquí no es cuán original es, sino cómo está llevada a la pantalla grande. Es allí donde se luce todo el elenco, de tan buen nivel interpretativo que cuesta elogiar a uno por sobre el resto. Incluso los más chicos están bastante bien. Luis Ziembrowski (Bruno adulto) y Elena Roger (Lisa adulta) establecen una relación profunda y sincera, basada en las miradas, los gestos y las caricias. Es un placer verlos juntos en la pantalla y a la vez, una tristeza enorme. Igual que las breves apariciones del confundido Lalo (Peretti) que no sabe bien cómo reaccionar. La música Axel Krygier es bella y melancólica: hermosa. Pero a veces está en primer plano y parece indicarnos qué debemos sentir ante tal secuencia o momento climático. Es una pena, en un film cuya principal fortaleza es la sutileza conque maneja las historias dramáticas. Mientras la miraba recordaba situaciones de mi propia vida: cuando una película, además de ser una amalgama emocional, me retrotrae a distintas etapas de mi vida, la considero un suceso en mi corazón. Son esas a las que vuelvo con el paso del tiempo para reveerlas con el mismo interés (o quizás mayor). Más aún si el título es Un Amor. No hay mejor descripción posible.
¿Qué tan mal puede salir una película que tiene como principales actores al actual 007 (Daniel Craig) y a dos de las actrices más bonitas que el cine haya visto (la ganadora del Oscar Rachel Weisz y Naomi Watts, que para quien suscribe, es la actriz más linda en la actualidad)? La respuesta a esta pregunta está en Detrás de las Paredes, que de todos los misterios que esconde (y son muchos), quizás ese sea el más interesante. La narración del film es un desastre: los giros -supuestamente reveladores- son demasiado previsibles, los personajes toman decisiones que nadie puede entender (según sus propias reglas y su propio mundo) y para más, la película tiene una crisis de identidad. Mezclar géneros es un indicio de maestría, algo que Jim Sheridan obviamente no ha logrado. Detrás de las Paredes comienza como una película de terror fantástico, pero rápidamente se vuelca al thriller psicológico, para pasar al policial más simple y chato y culminar (spoiler: puede pasar al párrafo siguiente si prefiere) con una nota pseudo romántica/fantástica. La música de los créditos finales así refleja todo esto, sin mencionar que el título original es Dream House. Si los films de Scorsese y Nolan sobre los sueños fueron justamente criticados (aún con sus aciertos, que los tienen) imaginen este film. Detrás de las Paredes narra la historia de un escritor que cansado de la vida urbana decide mudarse con su familia a un lugar más tranquilo. Pero lo que sus vecinos nunca le dijeron es que en la nueva casa se cometieron terribles asesinatos. Casualmente, un hombre enloqueció y asesinó a su esposa y a sus dos hijas. Adivinaron: el personaje de Daniel Craig tiene una esposa y dos hijas. Para más, una vecina tiene una mirada sospechosa, pero más nos hace sospechar a nosotros que está involucrada en algo mucho más importante que lo que parece, no sólo porque sea Naomi Watts, sino porque nunca se puede esconder que ese personajes "secundario" es, en realidad, bien "primario". Del mismo modo no se pueden evitar que las revelaciones estallen frente a nuestros ojos, seamos espectadores avezados o no, mucho antes de que ocurran. Lo que queda es un film que se siente como rutina pura, y ni siquiera prolija.
En esta época donde toda película se promociona en 3D, todavía hay algunas que no entienden que el cine es en 3D sin necesidad de anteojitos. Que haya que trabajar la profundidad en 2D es otra cosa. El problema es cuando, aún con los anteojos puestos (o sin ellos, es lo mismo), ni siquiera se logra un mínimo de profundidad de campo. No digo que las caricaturas en pantalla parezca realizadas en el Antiguo Egipto -sólo porque no están de perfil todo el tiempo- sino que nunca logran "despegarse" del fondo. Esta es una producción argentina-mexicana, pero el resultado es muy pobre. No sólo porque la animación es fea (escenarios pixelados, mandíbulas mal "recortadas") sino porque "lo demás" (hablando de una película animada, no es poco) es catastrófico. Una secuencia involucra una persecución entre Matute (el oficial de policía degradado por el villano de turno, que vigila la ciudad con cámaras de vigilancia y robots) y Don Gato (el gato que con mucho ingenio se las arregla para conseguir lo que quiere): termina en un choque múltiple con un violinista, gente despavorida huyendo de un teatro, y una lluvia artificial de extintores activados por accidente. Nada de lo que sucede en pantalla resulta gracioso (el slapstick es muy básico) y los remates o one-liners no ayudan en nada, incluso resultan un poco ofensivos (uno de los gatos de la banda, Demóstenes, decide crear una distracción vendiendo caramelos y anuncia a los gritos: "La gorda da 10 pesos por un chocolate: ¿quién da más?". Más tarde habrá perros metálicos, perros que se creen gatos, gorilas con moños (en una de las secuencias más increíbles, en el peor de los sentidos, de la película), mafiosos, caballos elegantes, y villanos feos que se creen lindos. Es una mezcla que nunca se siente orgánica, como si por poner todos esos elementos que distan de ser originales, el producto fuera gracioso per se. La sensación que deja Don Gato y su Pandilla es que los gags que realmente funcionan son los que eran parte de la serie (los de la secuencia de introducción y algunos más) pero el resto es silencio. Hablando de una película que apunta a divertir a los más chicos, es un silencio inquietante y molesto.
Filmar sobre danza Thelonious Monk decía que escribir sobre música era como bailar sobre arquitectura. Algo así se siente al intentar abordar la nueva y ambiciosa obra que Wim Wenders, el director de París, Texas, planeó junto a Pina Bausch. Es un proyecto que nació en la década de 1980 y recién se materializó en este 2011. Entre medio muchas cosas han cambiado y todo el documental estuvo a punto de quedar en la nada cuando la famosa coreógrafa falleció en el 2009. Pero la tristeza por la pérdida de una de las más grandes bailarinas de la danza contemporánea se convirtió en una celebración: a un estilo, a una estética, y a una forma de ver la vida y el arte. Sin seguir los lineamientos estrictos de un documental, Wenders realiza, junto a la compañía de danza Tanztheater Wuppertal, un homenaje a Pina. Su carrera a través de Café Müller, Le sacre du Printemps, y Vollmond -con un escenario lleno de agua-, entre otros, es especialmente conmovedora. Uno puede no "entender" de danza contemporánea, pero difícilmente salga impávido ante la belleza de los movimientos de los bailarines, acompañados por sus propios recuerdos de la Maestra (aunque algunos de estos testimonios, con voz en off y dirigidos al espectador, interrumpan la danza). Wim Wenders quiere que esta sea una experiencia totalmente inmersiva: que el espectador se sienta atraído por estas imágenes tan bonitas. Así lo logra: combina el material de manera que resulte conmovedor, pero principalmente alegre y cómico. No hay tristeza en esta película: solo el regocijo por disfrutar el legado de una artista. Se entiende así la utilización del 3D que desde Avatar (de James Cameron) hasta ahora, es de lo mejor que se ha visto en el cine. No es casualidad que ambos directores filmaran sus respectivos películas con las cámaras Real 3D. Es fundamental que no sea un trabajo de producción y que Wenders entienda que el 3D está pensado en un plano bidimensional. Borrando las fronteras de cine comercial y cine de autor, esta es una película que puede ser disfrutada por cualquiera, aún cuando le resulte complicado expresar por qué le gustó lo que le gustó.
Demasiado acero y poca sangre Hugh Jackman es Charlie, un perdedor que se la pasa viajando en su casa rodante con los pedazos de chatarra de lo que alguna vez fueron grandes robots. Los modelos, otrora campeones, quedan reducidos a pedazos cuando él se encarga de dirigirlos. En el futuro los boxeadores son reemplazados por gigantes mecánicos que no hacen más que obedecer las órdenes de sus dueños. Uno creería que deberían ganar siempre aquellos con el mejor equipamiento que el dinero pueda comprar y en efecto así es. El actual campeón está comandado por fríos directivos que hacen del deporte un negocio. Casi como una parábola de esta película (dirigida por Shawn Levy, de La Pantera Rosa y Una Noche en el Museo) que sigue al pie de la letra el manual de las películas de boxeo y se sostiene demasiado en la simpatía que nos puedan causar sus estereotipados personajes. Cuando el personaje que más gracia y corazón inspira es un robot (Atom, la fábula del underdog que tiene una chance en su vida) se nota que estamos en problemas. Charlie es una versión adaptada para los más chicos de Randy "The Ram" (Mickey Rourke) en The Wrestler, que de por sí era una suerte de parodia a estos personajes re-interpretados hasta el cansancio. Dakota Goyo es Max, el hijo que llega por obligación (el padre acepta cuidarlo por unos meses a cambio de dinero) pero es demasiado listo para preocuparse por su progenitor. La dinámica entre los dos, un poco conflictiva al principio, no tardará en dar sus frutos. Empezarán una travesía alrededor del país entrenando al robot que parece ser el indicado, sólo ante la vista del menor. ¿La moraleja? Todos pueden tener su oportunidad. Esa es la conocida. Por otro lado se plantea una más o menos "nueva": las relaciones humanas todavía pueden darle batalla a las frías organizaciones ultra-sofisticadas y su avanzada tecnología. Es una lástima que no haya un corazón latente en esta película, que se siente demasiado estereotipada como para ser sincera con lo que nos está diciendo. Todo se trata de terminar y lograr que los niños quieran comprar algún juguete de los robots. Al menos están bien diseñados y la película, en términos puramente técnicos, está bien. ¿Suficiente? Depende el grado de simpatía que logre usted con los personajes.
De espadas, sangre, monstruos y pocos sesos El problema con Conan: El Bárbaro, no es que el nuevo protagonista (Jason Momoa, ocupando el lugar de Arnold Schwarzenegger en el film de culto de 1982) no tenga gracia. Eso hasta podría ser un acierto, porque el film no intenta hacer de Conan -el personaje- un tipo simpático o agradable. El guerrero cimerio es bruto, salvaje y por demás violento. Está bien, es un bárbaro, y su rutina en Hybora incluye liberar prisioneros (aunque casi los mate a todos, en su intento de rescate), quedarse con las mujeres más bellas, decapitar nigromantes y pelear contra bestias míticas. Ni siquiera importa que sea la venganza su única motivación (¿cuántas historias -atrapantes- hay de venganza?). El verdadero problema es que Marcus Nispel nunca puede darle algo de alma a unapelícula que se siente como rutina pura. El otro problema es Jason Momoa. Cualquiera de los actores secundarios es más interesante que él. Stephen Lang (el militar que bebía café mientras derribaba árboles en Avatar) es un poderoso hechicero que ansía revivir a su fallecida mujer, con ayuda de su hija, la engañosa Marique (Rose McGowan, con un manquillaje que hace que su belleza sea tétrica). La búsqueda de sangre de Conan no se detendrá mientras ambos sigan con vida. En el camino conocerá algunos aliados y enemigos, de breves minutos en pantalla. Cada uno cumple el rol indispensable en una película moderna de aventuras. Está el estafador cobarde, el torpe y bruto guardia carcelero, el amigo (también bruto) pero de buen corazón. Claro, que los verdaderamente importantes son el padre de Conan (Ron Perlman, en otro desastre de fantasía y batallas, después de Cacería de Brujas) y el interés romántico, protagonizado por la ignota Rachel Nichols. Sí: hay escenas cruentas de batallas, hechizos, monstruos descomunales, sexo, violencia, y hectolitros de sangre. Decididamente esta vez la fantasía no es una propuesta para chicos. No hay nada de malo en eso, pero nada se siente como un conjunto orgánico (parecen injertos para tratar de complacer a los fanáticos). Si a eso le sumamos que aún con todos los miles de dólares invertidos todo se ve falso (especialmente la barba de Perlman y los tentáculos de un pulpo gigante) lo único que nos queda es un Conan, bárbaro, sí, pero nada memorable.
Tan compleja, triste y hermosa como la vida misma Unless you love, your life will flash by. En casi dos horas veinte, Terrence Malick se propone a englobar toda la alegría, la tristeza, el drama y la épica que significa ser humano. Al lado de eso, la creación y la destrucción de la Tierra (del universo, también) queda como algo... pequeño. Es un film demesurado y desproporcionado pero en el buen sentido: la odisea (del espacio) visual remite a 2001, de Stanley Kubrick, sólo por hablar de uno de sus referentes. Pero en esa visión bigger (¿o deberíamos decir equal?) than life lo primordial son todos los aspectos que nos constituyen como personas; el vínculo que establecemos con la naturaleza y la religión. En esta aventura ambiciosa, Malick pone especial atención a los pequeños detalles de las vivencias de Jack (Hunter McCracken, el verdadero protagonista de la película) en su hogar de clase media en Texas, alrededor de la década de 1950. La cámara capta con ángulos panorámicos todas aquellas cosas hermosas que nos llaman la atención: desde la cara de un bebé reposando en el hombro de la madre, hasta el andar del padre por una fábrica nueva y limpia, luego vieja y corroída por el paso del tiempo. Esas son las cosas que verdaderamente interesan. La magnitud de lo que vemos en pantalla nos recuerda que somos seres finitos, apenas "algo" en el cosmos. Jack, el menor, crece entre el orden (el cosmos) representado por el padre (en una primera visión puede parecer demasiado estricto: no lo es) y el desorden (el caos) representado por la madre. Para Pitágoras el universo se rige entre la armonía musical y la armonía cosmológica: en la película todo tiene un rol musical, incluso los silencios. Escuchamos composiciones de Brahms, Taverner, Berlioz, mezclados con la música original de Alexandre Desplat (como siempre, una gran partitura nunca altisonante, nunca en primer plano, que se complementa con el resto de los "apartados técnicos"). Toscanini es el referente del Señor O'Brien (Brad Pitt que compone en cada gesto, cada mirada, cada arranque de furia, no un concepto, sino a un personaje). Él trata de llevar la orquesta, su familia, con armonía, pero pronto descubre que es una tarea bastante complicada. Sigue el camino de la gracia (como anuncia la madre al principio: "Hay dos caminos en la vida: el de la gracia y el de la naturaleza. Hay que elegir a cuál seguir") pero cuestiona las cosas que le suceden, no entiende ni comprende como es que Dios permite que sucedan las cosas que, efectivamente, suceden. Aunque a veces los voice-over de la madre irritan un poco (parecen llenos de filosofía new-age, explicativos y pretenciosos) el film nos recuerda que se adopta al punto de vista de esta familia tradicional norteamericana de religión católica. Desde esa cosmovisión interpreta el resto. Si Akira Kurosawa filmó Ran siempre por encima del hombro los personajes, dando la sensación de que veíamos todo desde el punto de vista de un Dios, Malick parece embobarse, maravillarse, con tantos planos en contrapicado de edificios, personas, luces, sombras... es como si viera todo como la más grande y bella creación. La creación del universo, los girasoles, las nubes, todo está filmado con extrema delicadeza. Es cierto que eso mismo se parodiaba en la grandísima Adaptation. (El ladrón de orquídeas, de Spike Jonze) pero aquí todo está tan bien hecho, con tanto decoro y prolijidad que lo que hubiese sido banal termina siendo poético. No se trata de descifrar símbolos, como si fuera una película de Ingmar Bergman. Walter Lippmann decía que todos creemos en imágenes preexistentes en nuestras mentes (los tan mentados preconceptos o prejuicios) y convertimos las ideas en símbolos. Malick deconstruye todas estas imágenes inconexas a priori, para que el sentido se lo otorgue el espectador. El ritmo, la deconstrucción, permite que se derriben todos esos prejuicios, esas ideas preconcebidas de esto y aquello. Eso, claro, hasta el tercera acto, donde -sin adelantar nada-, la película nos dice, nos indica qué es lo deberíamos pensar y sentir. Es un error donde muchos grandes cineastas han caído (recientemente, Peter Jackson con The Lovely Bones y Clint Eastwood con Hereafter). Brad Pitt no es el único actor que brilla. Desde el pequeño Hunter McCracken, la mística Jessica Chastain -uno de los nombres más promisorios del cine, de aquí en más con su voz celestial y pasiva-, hasta la breve aparición de Sean Penn, todos son funcionales al relato. A veces el tono filosófico agota, los personajes hablan poco pero pareciera que hablan de más (otra vez: el voice-over el personaje de Chastain), alguna secuencia onírica molesta (de nuevo, involucra a Chastain, esta vez, volando) y el tercera acto que sí bordea lo banal. Pero son reparos más bien menores en una obra con tantos aciertos. Es como si el protagonista desquiciado, rebelde, enorme, que se devora la película, fuera la película misma. Ya saben: el ciudadano Kane, el Daniel Plainview, es el mismo director. Necesitamos de la épica en nuestras vidas, y también en el cine. Este es un relato épico, no sólo por la escala, sino por la atención con la que está realizada. David Lean borraba las huellas que dejaba la producción y los camellos antes de cada toma en Lawrence de Arabia. Tal trabajo no se puede apreciar, pero nos da una idea enorme de lo que es la película. La primera vez que salí de la sala de cine, experimenté cierta confusión: admiraba la película y había podido conectar emocionalmente, pero también comprendía algunas de las quejas con la narración del film. Luego de verla por segunda vez, comprendí que la narración no es compleja. Hasta se podría decir que es clásica, salvo por un par de saltos temporales. También entendí que todos los "grandes temas" que recorre la película quedan pequeños, porque se centra en algunos puntos en cuestión, no en todos. Ahí está el acierto: la familia es la columna vertebral del film, el modo en que la entendamos hará que veamos una obra mayor o menor. De eso se trata el arte: de interpretar y conmovernos. No de imágenes grandilocuentes o temas serios. El Árbol de la Vida, ante todo, conmueve.
Mucho más que una comedia para mujeres Hay dos grandes aciertos en Damas en Guerra, película-hermana de aquellas dirigidas por Judd Apatow (Virgen a los 40, Ligeramente embarazada): el primero es que es una película de mujeres pero no exclusivamente para mujeres. Es como si los groseros, brutos y chiquilines protagonistas de aquellas películas ahora tuvieran su equivalente femenino. Hay dosis por igual de situaciones donde los personajes deben tomar decisiones y madurar (como en Supercool, también producida por Apatow) que se alternan con otras de humor decididamente grotesco y poco sutil. Esto permite que, salvo algunas pequeñas situaciones, no nos riamos de los personajes sino con ellos. Sufren, sí, pero anhelamos que puedan superar sus problemas. En este caso, todo pasa por un casamiento, y cómo dos amigas de toda la vida se ponen a prueba. La protagonista es Annie, una ex-cocinera de pasteles (con local propio) que ahora vive en un departamento alquilado con otros inquilinos, su relación amorosa no parece estar mejor (está con un hombre que la trata como un objeto sexual) y su vida no parece encontrar un buen rumbo. Su madre le dice que lo mejor de tocar fondo es que no se puede caer más bajo, pero parece que el fondo todavía está unos kilómetros más abajo. Ella, con el advenimiento de la boda de su mejor amiga, se pone celosa con la inclusión de otra de las "damas de honor": Helen es la chica perfecta. Esa mujer snob que habla en inglés y francés, planea la boda de la amiga (con todos los detalles tan edulcorados y costosos) y en definitiva, es insoportable para la mayoría de los mortales. Es, como la describe uno de los afiches de personajes, "Little Miss Perfect". A partir del encuentro entre ambas, la película toma un rumbo distinto a la primera media hora y empieza a utilizar los mejores gags (algunos de ellos poco originales, hay que decir). Más tarde se transforma en una película de compañeros: todas las películas de Apatow duran mucho más que las comedias normales (siempre de una hora y media, mientras que estas, al menos, de dos horas). Pero también es cierto que hay "varias" películas en una. Esta no es la excepción. El otro gran acierto de la película, uno que de por sí solo vale el film, es Kristen Wiig. La comediante de Saturday Night Live hace suya la historia: construye un personaje multifacético, capaz de hacernos reír y emocionar. Es simpática e insegura, y ella es Annie, la chica que deberá encarrillar su vida mientras compite, digamos, con la mujer perfecta. No vale la pena arruinar las sorpresas que depara el film, pero uno casi nunca ve a la actriz, sino al personaje. Eso es muy bueno.
El disfraz de los vampiros Noche de miedo, en parte, recupera el encanto y la nostalgia por films como La hora del espanto (Fright Night, 1985). Aquella era una de las últimas películas sobre los monstruos clásicos (agotados ya por tanto cross-over y auto-parodias) antes del advenimiento de las slasher movies (cuando los asesinos seriales ocuparon el puesto de los clásicos seres de Universal y Hammer). En este caso, Noche de miedo es una película más dentro de la época de las remakes. Por suerte está hecha con suficiente cariño y respeto como para saber congeniar secuencias de suspenso genuino con situaciones cómicas. La primera media hora del relato combina el estilo cómico de las películas de adolescentes norteamericanos con el suspenso in-crescendo que provoca la llegada de un misterioso vecino. No es casualidad que uno de los amiguitos del protagonista sea Christopher Mintz-Plasse (McLovin de Supercool), y que ahora los jóvenes sean los típicos nerds sufridos de la Universidad. Charley, el chico que descubre que su vecino es un vampiro, podría haber sido Michael Cera o Jesse Eisenberg. Es Anton Yelchin, que cumple con el psyche du rol. La madre es Toni Collette y la novia, Imogen Poots. Atención: porque las mujeres aquí son de armas tomar. Nada de salir gritando histéricas cuando haya peligro. Hay muchas persecuciones, hectolitros derramados por aquí y allá, y aunque los efectos visuales "baratos" probablemente produzcan la sensación de nostalgia que produce el film original, en unos cuantos años más, los efectos de maquillaje de la película de 1985 se ven todavía más creíbles que los vampiros por computadora. Si hay algo en lo que esta remake sale favorecida en comparación con la original es en el elenco. Además de los ya mencionados, Colin Farrell pone el carisma y la gracia que el villano de la película original no supo tener. Está bien: es un vampiro afectado por la moda de Crepúsculo (¡había una época en que los vampiros eran feos!), pero hay que admitir que aquí funciona. El otro gran pilar del film es David Tennant, es que una suerte de Chris Angel mezclado con el Peter Vincent (personaje nombrado en homanaje a Peter Cushing y Vincent Price, eternos cazadores de vampiros). La mejor secuencia de todo el film cuando este estafador se va sacando todos los disfraces que lleva encima. Es casi un comentario sobre las películas de terror moderna: pura estética, nada de corazón. Noche de miedo es pura estética: pero también tiene corazón.
Me río porque te quiero Los dos amigos (bueno, no tanto: más bien compañeros de trabajo) están tirados en el sillón mirando televisión. La situación es rara porque no hay nada que impida que en pocos momentos tengan sexo: no tienen lazos de amistad que cuidar. La idea aflora y los dos, más propicios que reacios, se comprometen a tener relaciones sexuales, pero sin ningún tipo de ataduras. Lo que sigue son, claro, en clave cómica, escenas de sexo. Ante tanta pacatería por parte de los estudios de Hollywood, es llamativo ver una secuencia así. No es que ninguno de los actores tenga un desnudo frontal, pero en este tipo de comedias románticas livianas, el sexo significa qué el montaje nos muestra como llegan a la cama y cómo se levantan. Nunca lo que pasa en el medio. Hay algo de "rebeldía" en esta producción. Claro: entre comillas. Mientras los dos están viendo una película (falsa, que reúne todos los clichés del género), él se pregunta por qué siempre se siguen los mismos y notorios lineamientos. El chico que espera a la chica en la estación de trenes, el beso final y la música pop celebradora para terminar (un esquema que repite sin sutilezas Slumdog Millionaire, por ejemplo). Ambos se burlan: no es la única referencia metatextual. Se nota que al director de Se dice de mí (Easy A, la película que llevó a la fama a Emma Stone) le interesa demostrar que sabe -o al menos vio- varios clásicos del cine. Un dato no menor, en otro de los tantos géneros bastardeados aquí y allá. Pero debajo de esa capa de cinismo, casi como el personaje de Justin Timberlake (el varón que sabe que está frente a "la" chica pero que le cuesta asumirlo en público) se esconde un gran amor y aprecio por todos esos lugares comunes que tanto critica. Es como el personaje cool (y de vuelta: volvemos a Timberlake-Dylan-SeanParker) que nunca admitirá que tiene debilidad por lo cursi. Hay algunas secuencias que definitivamente, no funcionan (el baile coreografiado en Nueva York) pero muchas otras sí. Principalmente, porque el film respeta mucho a sus personajes y siempre trata de hacernos reír con ellos y no de ellos. Es una diferencia notable. Por ejemplo: el niño que hace magia y todo le sale mal. En la mayoría de las comedias (románticas, especialmente) no se dudaría en burlarse de él, casi siempre con un humor físico bastante burlón. Aquí se consigue la simpatía con el chiquito, que es lo que a la mayoría le falta. Todos estos clichés, que el film cumple casi a rajatablas, demostrando ser mucho más conservador de lo que aparenta -incluso en la idea de sexo casual: no pueden tener relaciones sin enamorarse-, no serían tan funcionales si los dos actores frente a la pantalla no tuviera tanta química. Timberlake lo probó en The Social Network y Mila Kunis, a su modo también, en Black Swan. Pero aquí los dos tienen un excelente timing cómico. Se llevan de maravilla y eso se agradece. Se podría haber hecho toda una crítica (laudatoria, también) sobre ellos dos, que nos compran con apenas unas sonrisas. Porque en el fondo, son la piedra basal del film: gracias a ellos compramos la reiterada historia una vez más. Y gracias a ellos, la reiteración se vuelve algo más fresca, algo simpática. Nos reímos con ellos, pero no de ellos.