La serie de los tornillos flojos La serie de Destino Final se basa en una premisa simple: un grupo de personas -destinadas a morir- se salvan de una catástrofe. A la muerte no le gusta que la engañen, por eso lo único que logran, en definitiva, es posponer lo inevitable. Ciertamente estas raíces orientales (la creencia en el destino) parecen amedrentar a la cultura occidental en los films de Hollywood. En este caso, un grupo de jóvenes escapa con vida del colapso de un puente. Mueren, pero en una premonición. Cada personaje muere dos veces en estos films: una vez es falsa. La otra, no. Esta falta de suspenso agotó a la serie en primera instancia. Los personajes son seres unidimensionales interpretados por jóvenes no muy afectos a la dramatización (o por el contrario: excesivamente teatrales) que no logran el mínimo de simpatía, ni siquiera entre ellos. Para más, cuando el terror (¿terror?) toma ribetes cómicos, ahí es donde se nota más la incompetencia. En 4 películas hemos tenido dos mediocres y dos malas. Era hora de tener una, al menos, aceptable. Esa es Destino Final 5 que, por su flojo desempeño en taquilla, parece ser la última. Esta cuenta con muchos de los problemas de las anteriores. Lo más notorio, una vez más, son los actores. Dejando de lado eso, hay un interés genuino por generar acción y tensión en la pantalla. La mayoría de las veces, las tragedias se desatan por tornillos flojos (el 90% de las muertes más cruentas se generan porque un tornillito estaba mal ajustado). Aquí una secuencia juega con eso, y nos muestra como los pies de una bailarina de danza pueden terminar muy mal clavándose un tornillo en el talón. No morirá, es cierto: pero el dolor insoportable es lo que nos genera nervios. Por otro lado, algunas secuencias están matizadas con buenos intentos de comicidad. A la muerte no le gusta que la engañen, pero tampoco quiere tomarse las cosas tan seria. La aparición de la muerte personificada le agrega un matiz más: el villano que nunca debería haber faltado. Con todos estos agregados, la serie encontró el rumbo: es casi un cómic, un pulp, del cine. Lástima que es demasiado tarde. A estas alturas, el destino final parece ser más bien profético para la propia franquicia.
La fiesta inolvidable Adrián (Daniel Hendler) juega tirando el anillo al aire. Está en un balcón y la cámara nunca nos mostró cómo se ve el suelo desde esa altura. Nosotros suponemos (sabemos) que momentáneamente perderá el anillo y dará lugar a todo tipo de situaciones increíbles para esconder tamaño error. Sí, es un cliché: la película rinde homenaje a la comedia norteamericana de los años '50 y '60, haciendo principal referencia a la screwball comedy (la comedia de enredos: algo así como Muerte en un funeral) y al slapstick (el humor físico en estado puro), en menor medida. No es un film revolucionario, pero no no todos tienen que serlo. En este caso estamos hablando de una producción cómica inteligente, con suficiente espíritu y actores carismáticos que logran que la alegría se transmita hacia el público. Porque de eso se trata: como si fuera un musical, Mi Primera Boda es una película feliz. Natalia Oreiro es, aún más que Hendler (quien está bastante bien como el torpe -pero bienintencionado- joven judío) el alma de esta película: bella, simpática y carismática. La cámara sabe captar sus gestos y potenciarlos. El cine, la pantalla grande, potencia todo: por eso los actores teatrales que no tienen en cuenta las dimensiones del nuevo formato tienden a sobre-actuar. Algo similar ocurre con los actores que vienen de la televisión. Oreiro logra ser fiel a su estilo y encandilar cada vez que aparece en escena. Es cierto que los buenos films establecen el ritmo y el tono en los primeros minutos. Mi Primera Boda abre con una secuencia de títulos (animada por el caricaturista Liniers) que resume la vida y la personalidad de los dos protagonistas. Él, un chico judío que se la pasaba jugando a los videojuegos. Ella, una chica católica que estudiaba para recibirse. La música, los colores vívidos y el resumen se adecuan perfectamente al meta-relato. Hendler y Oreiro se complementan de tal modo que nos creemos todas las situaciones que los involucran. Aparece un villano: el seductor Miguel Ángel (Imanol Arias), un hombre con ínfulas de intelectual. De esos que no bailan en un casamiento pero se la pasan criticando a los que sí se divierten, como si estuvieran en una posición más elevada. Él será uno de los tantos desafíos que tendrá que atravesar la pareja. También están los mismos familiares, algunos de los cuales están, sí, sobreactuados (principalmente la madre alcohólica, Soledad Silveyra). No es el caso del sidekick, el compinche, el potz: Martín Piroyansky como el joven primo que quiere ayudar pero termina entorpeciendo aún más los desastres de Adrián. El triángulo cómico que forma con los novios es totalmente eficaz. En un casamiento donde todo puede salir (y saldrá) mal, este tipo de personajes no ayudan para remontar las cosas. Nosotros estamos agradecidos. Hay algunas pequeñas secuencias que no funcionan del todo (breves insertos de humor físico, como Natalia Oreiro corriendo a su ¿futuro? marido con una motosierra) pero son más los aciertos. Entre tanta comedia que va al lugar común y se olvida que es cine, se agradece que esta producción no sólo tenga ingenio, humor y chispa, sino también mucho profesionalismo. Una película no es la sumatoria de sus partes sino el sentimiento psicológico que provocan. En ese caso, estamos hablando de un film que logra contagiar alegría. Como si fuera un musical.
Cuento de hadas perverso No le temas a la oscuridad es una remake de un telefilm de 1973 donde una pareja se mudaba a una vieja mansión, pero pronto descubrían que estaba habitada por una suerte de duendecillos demoníacos. El terror que no se explica siempre es el más efectivo: simplemente porque tememos a lo que desconocemos. Poco se explicaba sobre esas criaturas. Sólo sabíamos que hacían lo imposible para atrapar a Sally. La versión 2011 se explaya sobre la mitología de los monstruos. Es un acierto, en parte, porque uno de los guionistas es Guillermo del Toro, quien además produjo el film. Se nota la mano del director de Mimic y El laberinto del fauno: Sally es ahora una chiquita que se muda con su padre y la madrastra (Guy Pearce y una muy linda Katie Holmes) a la mansión embrujada. Los duendes comen dientes humanos y son más bien hadas malignas que parecen divertirse aterrorizando a los visitantes. Lo terrorífico siempre estuvo ligado a lo fantástico y allí es donde esta nueva versión de No le temas a la oscuridad es efectiva. Si bien la original era mucho más inquietante, esta opta por expandir el universo fantástico. Incluso se anima con unas bienvenidas secuencias cómicas. Por ejemplo, la misma secuencia -la cena con los inversores- en ambos films es bastante distinta. En la versión para televisión, no veíamos a los duendes y por eso resultaba escalofriante. En esta película los duendes ya no nos causan miedo, porque gracias al CGI ya hemos visto varias veces, pero resulta cómica y en cierto sentido, inquietante: sabemos que la protagonista tiene evidencias sobre ellos (obviamente, nadie le cree) pero también sabemos que los duendes se la quieren sacar. Los duendes fueron el principal atractivo de la versión '73 y lo siguen siendo ahora. Porque no son simples máquinas de matar, sino que parecen tener personalidad propia y disfrutar sembrar el pánico. Las voces que escucha Sally al principio son amistosas, pero luego se pondrán más y más violentas. Además, ver cómo se las ingenian para atacar a los humanos, mucho más grandes y fuertes que ellos, siempre es interesante. Ver cómo mutilan a un hombre, no nos asusta ni nos impresiona. Pero cuando la habitación de Sally está apenas iluminada por una lámpara, y distinguimos la figura de un duende detrás de un oso de peluche, sí nos asusta. Principalmente, porque la heroína es una niña. Allí es donde la magia aparece y la película se salva de terminar sepultada en el cine de terror mundano. La dirección de arte logra que la mansión tenga vida propia (ok: no es el Hotel Overlook) y nos muestra dibujos demenciales sobre criaturas del inframundo acechando a los niños. Del Toro había hecho algo parecido en la breve -pero memorable- secuencia del hombre pálido en El laberinto del fauno. Se nota que el género no sólo está en decadencia, sino que además sufre una crisis de identidad: este mismo año Wes Craven se auto-parodió con Scream 4. Tuvimos dos estrenos -atrasados- de maestros del terror: pero ninguno demostró estar a la altura de lo que alguna vez fueron. Ahora otra remake, que apenas es efectiva cuando se trata de impresionarnos y dejarnos con escalofríos. Por suerte, el cine de terror no se trata sólo de asustar: tiene que ser una buena propuesta artística, antes que nada. No le temas a al oscuridad lo es.
El color de la (des)esperanza Habría que investigar por qué los superhéroes verdes definitivamente no funcionan en Hollywood. Hulk (en sus dos fallidas y recientes versiones), el Avispón y ahora Linterna Verde. Un estudio simplista, llano y rápido concluiría afirmando que fallan (tanto en la taquilla como en recepción crítica) porque, mirándolos con benevolencia, son films mediocres. Pero... ¿no hay acaso películas peores, nocivas incluso, que terminan siendo éxitos mundiales? Despejar la incógnita de la ecuación no es tan fácil como parece. No es la intención aquí analizar por qué Linterna Verde es un fracaso (más allá de la tibia recepción en taquilla, dudo que hagan una secuela; mucho menos planes para Justice League, donde se reúnen todos los héroes de DC). En primer lugar, lo que hace que Linterna Verde sea un film fallido son las posibles secuelas. Aquí toda la mitología del humano que es reclutado por guardianes intergalácticos para convertirse en un protector del universo, se siente demasiado reciclada, apurada, e infradimensionada. Comienza como si fuera un cuento: oímos la voz de Tomar-Re (Geoffrey Rush) quien nos informa sobre la historia de la Green Lantern's Corp. Luego vemos a Hal Jordan (Ryan Reynolds) durmiendo con una chica mientras se da cuenta que está llegando tarde al trabajo. El tono parece ser el de Iron-Man: un film más bien cómico, con un mujeriego empedernido, bastante irresponsable, que descubre que hay cosas más importantes que uno mismo. Pero luego cambia, y se intercalan imágenes muy torpes sobre su pasado (esos flashbacks demasiado explicativos y poco prolijos) con momentos que difícilmente tengan correlación con el cuento de hadas que se proponía al principio. Green Lantern: First flight, un film animado lanzado a video, resume y narra mucho mejor los inicios del héroe. Hay más ideas en los primeros minutos de esa película, que en toda esta. Comparemos: en First Flight, Hal Jordan están volando, literalmente, en imágenes generadas por una computadora (aunque nosotros, al principio, creamos que es el cielo real). Aún así avergüenza a su compañera de equipo. Abin-Sur (el extraterrestre malherido) llega a la Tierra y el anillo hace que la máquina simuladora de vuelo realmente despegue, en busca del anillo. En Linterna Verde, Abin-Sur se estrella contra la Tierra, y tenemos que ver secuencias de la vida cotidiana de Hal (donde se subraya lo que ya sabíamos: que es un tipo irresponsable) para que, en plena luz del día, un globo verde lo encierre y lo haga volar hasta el lugar del aterrizaje. Pero la fantasía en ningún momento funciona: no llegamos a creer que eso puede pasar. Linterna Verde debería abrazar una amplia gama de colores en pantalla. En cambio, se las ingenia para ser realmente fea de ver. No sólo porque el CGI es bastante malo (¡la cara de Reynolds flotando sobre un cuerpo digitalizado!) sino porque la fotografía de Don Beebe no parece ayudar a otra cosa más que al caos tonal. Cuando está con la chica: atardecer romántico. Cuando pelea contra el villano: habitaciones oscuras. Todavía no hablé de los villanos. Hay dos. Hitchcock decía que si hay más de uno, es porque uno de ellos debería suplir las falencias del otro. Así tenemos los dúos: el cerebro y los músculos. Pero acá no: Parallax (una nube -¿no aprendieron de Los cuatro fantásticos y Silver Surfer?- con tentáculos) sería el villano principal. Pero casi no aparece. Entonces, es Hector Hammond (Peter Sarsgaard) pero... aparece muy poco también. Entonces es Sinestro (Mark Strong). Pero tampoco: si bien Mark Strong y su personificación de Sinestro es lo mejor, los guionistas se guardan un as bajo la manga, tan arbitrario, que lo arruina por completo. Y es lo mejor del film. Hay muchísimos errores en Linterna Verde: la estructura del superhéroe se siente no cansada, sino agotada La primera pelea entre Hal y Hector carece de imaginación, emoción y conflicto genuino. Sospechando estas cosas, se agregan personajes innecesarios (con grandes actores, como Angela Basset y Tim Robbins) y para peor, tríos amorosos que más que aportar, restan. Martin Campbell es un buen director de cine de acción. Pero aquí no tiene idea de dónde está parado: lo suyo es el realismo "sucio" (si así se puede decir de una superproducción cuidada hasta en el más mínimo detalle) de Casino Royale o El Zorro. No filmar secuencias donde un sujeto está parado frente a una pantalla verde. Él no es el único que falla: vean el elenco, los créditos del montajista, director de fotografía, compositor y hasta diseñadora de vestuario para entender cómo la suma de individualidades no hace un todo. No hay mucho para halagar, de verdad. Las secuencias en Oa se pasan demasiado rápido -como si algún productor gritara pensando en el presupuesto- con cameos de personajes clásicos de la serie (Kilowog merecía un mejor trato que este) y los aciertos pronto son sepultados bajo la misma torpeza de los creadores. En definitiva, Linterna Verde, y no sólo por la (sobre)carga de efectos visuales, es un film feo de ver. Y en el cine no hay peor crítica que decir que una película se ve fea. Es el mundo de las imágenes bonitas y la fantasía. Ninguna de las dos existen en Linterna Verde.
Geek Nirvana Por la red circula uno de esos afiches falsos que se "burlan" de las películas. Cambian el título original por el título fiel al sentido de la película. Así, The Tree of Life se llama Oscar, protagonizada y dirigida por Oscar (ya que todo parece indicar que es una de esas películas a las que a la Academia le gusta premiar). El de Cowboys & Aliens no podía ser más certero: Geek Nirvana. Si Sucker Punch era un mediocre rejunte de fantasías nerds, C&A no se queda atrás: faltaban los monstruos clásicos de Universal entrando en el tercer acto, para la batalla final, y estaban todos. La conjunción del título es una "y" pero bien podría haber sido un "vs.": quizás no lo usaron ya que hace unos años los aliens habían tenido que enfrentar a los monstruos. Un poco de paz no viene mal, cada tanto. Esta vez llegan a la Tierra, pero desconocemos sus intenciones. Las caballos de sangre pura no son competencia para las naves espaciales, así que los vaqueros son rápidamente dominados por los extraterrestres. Entra en escena Jake Lonergan, uno de esos tipos con un pasado violento y desmemoriado (otro héroe amnésico: y van...) que tiene un brazalete sofisticado con el que puede darle batalla a los invasores. Esto es apenas el inicio: lo que viene será un viaje entre los clásicos personajes del western: hay un Doc (y por ende, se escucha un "Hey Doc!) protagonizado por el versátil Sam Rockwell, un alguacil que quiere arreglar las cosas para bien con el desaforado, una extranjera, un tipo racista, un indio bueno, un indio no-tan-bueno, y claro, aliens que desliegan brazos del interior del exoesqueleto. Daniel Craig es un tipo bravo, como ya probó en Casino Royale, así que este rol encaja a la perfección con su piel curtida y su rostro temerario. Harrison Ford es una presencia mayúscula en cualquier film que aparezca y sabe como hacer de malhumorado (los que tuvieron la oportunidad de entrevistarlo, dicen que él es realmente así). Olivia Wilde no tan sexy como en Tron: El legado, pero igualmente deslumbrante (casi tanto como las lens fleres que parecen salidas de J.J. Abrams). Ya con sólo mencionarlos uno sabe que además de todos los personajes antes nombrados, se podrá encontrar con James Bond e Indiana Jones salvando a la chica de Tron de los aliens. Es la fantasía nerd, bien hecha. Mezclar géneros tan diversos y disímiles como estos no es tarea fácil. A lo largo de los años, estos crossovers demostraron ser casi imposible. Cualquier neo-western retro-futurista es desastrozo. Vean Wild Wild West, sino. Pero el director de Iron Man se las ingenia bastante bien: consigue crear atmósferas dignas del western (con personajes que recuerdan un poco al cine de John Ford) y que la mixtura no sea tan chocante. Matthew Libatique, el cinematógrafo de El cisne negro, ilumina los salones como homenajeando a Los imperdonables (de Clint Eastwood) y las luces de las naves espaciales, como en Star Trek. Los condimentos están, la preparación está bien hecha, pero hacia el final, Favreau apura la cocción: el último acto, la escaramuza entre terrícolas y seres espaciales, no está filmado con mucha dedicación (demasiada cámara "inquieta") y la conclusión es más bien abrupta. Una lástima. Sin los aliens, quizás hubiese sido un producto más formidable.
La emoción de vivir el cine Super 8 es el intento de J.J. Abrams de recrear, revivir u homenajear el espíritu de ciertas películas clásicas de fines de los años setenta y principios de los ochenta. Las referencias sustanciales, estéticas y obligatorias son E.T., Encuentros cercanos del tercer tipo y también otros clásicos como Cuenta conmigo. Películas donde los efectos visuales eran funcionales a la historia: hoy en día la historia parece ser una mala excusa para acompañar un despilfarro -no necesariamente bueno- de CGI. Una película no debería ser evaluada por la suma de sus partes sino por el efecto (emotivo, psicológico) que produce en nosotros. En líneas generales Super 8 es formidable, principalmente porque sus personajes resultan creíbles. Aún cuando en el tercer acto las cosas no tengan la misma intensidad emocional y uno termine por descubrir el artificio. Joe Lamb (una actuación casi imperceptible y pura de Joel Courtney) es el hijo del comisario de un pequeño pueblito. La primera imagen de una película generalmente es la más importante de cualquier película porque debería establecer el tono y el ritmo. Aquí vemos un cartel que anuncia los días sin accidentes en una fábrica metalúrgica, pero lo están cambiando: una tragedia ocurrió y allí falleció la madre de Joe. Los vecinos, en el velorio, lo miran por la ventana. Hablan de él y de su padre: no podrá asumir la responsabilidad ahora que están solos. Es cierto que esta película está basada en estereotipos, y ciertamente los clichés contienen una carga peyorativa. Walter Llypman usó el término en su análisis socio-político para designar las posiciones antagónicas que se crearon en el contexto de la Guerra Fría. Según el periodista, estas imágenes pre-concebidas coexisten todo el tiempo con el pensamiento social. A quienes hayan visto las películas antes mencionadas les resultará más fácil tener empatía por los personajes. Pero aún estando basados en estereotipos, se sienten reales. La película es consciente de ello: los jóvenes están filmando una película de zombies casera. Una baratija que homenajea al cine de George Romero. Charles, el pequeño director, habla sobre valores de producción, y sobre la inclusión de un interés romántico para el protagonista. Allí entra Alice, una joven a la cual Joe, en secreto, ama. Esto nunca se pone en palabras, pero lo sabemos desde el instante en que los ojos de él se iluminan al verla llegar. Los estereotipos tendrían una consideración negativa aquí y en cualquier otro film si el artificio quedase al descubierto. Es decir: podemos suponer qué sucederá al final (incluso nos lo pueden contar) pero lo importante es cómo sucederá. El padre de Joe debe asumir la responsabilidad de cuidar a su hijo y a su pueblo sin apoyo (los ojos Kyle Chandler mezclan dureza con un costado sensible). Charles quiere filmar su película. Joe, superar la muerte de su madre y también estar con Alice. Alice (Elle Faning, quien ya se había probado en Somewhere), reconciliarse con su padre, un hombre alcohólico y derrotado. En El ladrón de orquídeas (Adaptation.) el personaje de Brian Cox resume todos los clichés del cine de Hollywood. Personajes que debe vencer obstáculos y tienen éxito al final. Cuando está bien hecho, en esta caso, se produce la magia del cine. No sólo por eso es que Super 8 es una experiencia pensada para ver en el cine. Sino también porque los tan mencionados efectos visuales y sonoros son impresionantes. El descarrilamiento del tren, la invasión de las fuerzas armadas al pueblo (en E.T. los agentes del FBI perseguían al chico con pistolas, que luego Spielberg cambiaría por walkie-talkies en la edición en DVD: aquí un tanque aplasta juegos de niños en una plaza) todos son momentos verdaderamente climáticos e impresionantes. Hasta ahora no hablé del extraterrestre. Y es que ese es el punto más flojo (el único, para quien escribe) del film. En el tercer acto, las revelaciones y conclusiones relacionadas con el alienígena no son del todo emocionantes. O no al menos si la comparamos con las inolvidables imágenes del cine de Spielberg. ¿Recuerdan las siluetas recortadas por la luz de la Luna? ¿La melodía y las luces que aparecían tras la montaña? El misterio y los ataques del monstruo aquí están muy bien construidos, pero cuando llega la hora de que él también resulte emocionante, se convierte en un cliché. A Abrams le importa más que pasa con los humanos, y no hay nada de malo en eso. Pero cuando una historia se construye alrededor del alienígena y esa parte resulta la más débil, algo no funciona del todo bien. Creo que el decorado donde se empiezan a resolver las cosas tampoco ayudan: ni la iluminación ni el ambiente son muy espectaculares. Detalles. ¿Detalles?. En una película formidable, emocionante y grande como esta, sí, eso puede pasar por alto. Descubrí que incluso los personajes que están para ser comic-relief (el alivio cómico, que le dicen) tiene peso y personalidad propio. También hay un militar de stock, pero por más raro que parezca, su arco emocional nos remite a Moby Dick, como un Capitán Ahab furioso tratando de capturar a la bestia. Super 8 funciona como una película sobre el crecimiento y la maduración, como un espectáculo visual y sonoro (con una de las más hermosas partituras de Michael Giacchino, el hombre de la música de Ratatouille), una película de compañeros (las buddy-movies), una película sobre el cine (según André Bazin, algo que hacen todas las grandes películas: reflexionar sobre el cine mismo) e inclusive como una romántica (con una de las secuencias más conmovedoras del año, aún cuando no sea del todo genuina). Donde se nota el artificio es en el invasor espacial, y allí pierde un poco de brillo. No es descabelleado que eso suceda en una película de J.J. Abrams, ese director que puso en escena a las lens fleres (los reflejos de las luces que vemos en pantalla), ya que no importa tanto el cuidado extremo y calculado, sino la puesta en escena de las emociones. Todo pasa por el impacto emocional. Conmigo funcionó. Una cosa más: el Super 8 es una tecnología considerada más bien obsoleta y anticuada hoy en día. La película nos recuerda que el cine clásico está lejos de pertenecer a un museo. Está más vivo que nunca.
El primer Vengador contra el Capitán América El subtítulo para la aventura del Capitán América (la primera a tener en cuenta, de verdad,en la historia del cine) es El primer Vengador. Más allá de razones de marketing (para vender la película en mercados como el ruso o el coreano con el título simple) sugiere dos cosas: que esta es una "precuela" a las historias de superhéroes (¿notaron que todos los superhéroes del cine de Marvel parecen haber salido del clóset del 2000 en adelante?) y que el Capitán forma parte de un equipo mucho más grande que él: Los Vengadores. Como aperitivo tenemos esta película, dirigida por Joe Johnston, el mismo de Jurassic Park 3 y El hombre lobo. Aunque su currículum no es de lo más esperanzador, tampoco es del todo malo: también filmó The Rocketeer, el film por el cual supongo se decidieron a contratarlo. Si hay algo que Johnston sabe crear (y no de manera sarcástica como, supongamos, Robert Rodriguez) es la atmósfera de cine clase B. Esas películas baratas gracias a las cuales conocimos a Roger Corman (y gracias a él: a Martin Scorsese, Francis Ford Coppola...). Capitán América tiene ese tufillo, ese espíritu de un film clase B, apta para todo público. No hay sangre, no hay demasiada violencia gráfica (más allá de explosiones y algunas peleas), los personajes son arquetipos que no transmiten demasiado (en realidad, la mayoría de los secundarios no transmite nada directamente). La secuencia inicial, donde el malvado Red Skull (un nazi interpretado por Hugo Weaving) busca magia negra, se desarrolla en una suerte de catacumba. La iluminación y el set son artificiales y se nota. Piensen, comparen, el prólogo de Los cazadores del arca perdida con el de esta película. Aquí ni siquiera las bóvedas están lo suficientemente sucias. Están filmando en estudio: eso es una película de clase B. Es simpático, no chocante. Se siente como descontracturada: ahí es donde realmente sale ganando. Johston no se toma nada demasiado en serio y juega con la vieja propaganda política, que ya satirizaba Jack Kirby con su historieta. Nadie puede pensar que este es un film de propaganda porque es todo tan obvio, tan decididamente satírico, que resulta ineficiente si así lo fuera. Porque ya resulta imposible tomar en serio al Capitán América y está bien que así sea. Después de todo, la intención de los cómics originales es ser... cómicos. Agradables a la vista, coloridos, con personajes entrañables. Esa es Capitán América. Pero El primer vengador sale perdiendo y hasta amenaza con destruir lo logrado por Capitán América. En primer lugar, todo resulta demasiado genérico. A estas alturas el género de superhéroes ya está casi agotado, más que por los números (que distan de confirmarlo), por las ideas: está la chica del héroe, la figura paterna que no confía en él (un desganado Tommy Lee Jones aquí), el "abuelo" que sí confía (Stanley Tucci) y los amigos. La chica es la hermosa Haley Atwell quien debería tener más trabajo en el cine: es una presencia que impone respeto y a la vez, belleza. Me gustaría ver cómo se desenvuelve con roles más complicados. Pero su rol, y el de otros, como el de Stanley Tucci que realmente se mimetiza en su personaje (a diferencia de Tommy Lee Jones que parece estar para cobrar el sueldo) son cortados y amputados en pos de servir el relato que viene: Los Vengadores. En el último tercio se nota más esto, con giros del guión que lejos de satisfacer, terminan confundiendo y borrando con el codo lo bueno que habían construido. Es como si en el fondo, Johnston recordara que este es un blockbuster enorme, con muchas pretenciones financieras, y que obedece a una saga más grande, y le quita el espíritu que había sabido congeniar al principio. Una lástima.
Todo concluye al fin... Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2 es el emocionante tercer acto que le faltaba a la Parte1: el enfrentamiento entre las fuerzas del bien y el mal llega a su punto culminante. Con ellas se despiden, por ahora, siete películas que han sabido despertar pasiones y disgustos por igual. La culminación no defrauda: lo más emocionante de cualquier película es el tercer acto y esta, bueno, es un gran tercer acto. Si hiciéramos la prueba y lo graficáramos mediante una línea, el interés del público llegaría a lo más alto, en lo que tradicionalmente se conoce como el "desenlace". No han escatimado en nada. La mayoría de los actores de renombre tienen al menos un plano en pantalla (si tienen una línea de diálogo, es porque son -o fueron- muy importantes) y en general todos los "rubros técnicos" están muy bien. El film comienza donde terminaba el anterior. Voldemort roba la varita del fallecido Dumbledore, erigiéndose así como el mago más poderoso sobre la tierra. No está el característico y clásico tema de John Williams en los títulos iniciales del film. Que la atmósfera y el tono han cambiado, para dar lugar a una serie más madura y oscura lo venimos intuyendo desde Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Tampoco hay demasiadas explicaciones. El trío protagónico (Harry, Ron, Hermione) se lanza a la búsqueda de los horrocruxes restantes, el primero de ellos en las bóvedas de Gringotts. El robo al banco tiene una secuencia con un dragón albino que sólo por él, merece la nominación al Oscar Mejores Efectos Visuales. ¿Qué son los "horrocruxes"? ¿De dónde salió ese gnomo? No hay demasidos flashbacks, lo cual está bastante bien: quien vaya a ver esta película sabe que cuenta con un legado de 6 films posteriores... y la Parte1. Quizás alguno se pierda un poco entre tanto hechizo, encantamiento, horrocrux y piedra resucitadora. Pero todos ellos son artilugios del guión (tanto del veterano Steve Kloves -quien realizó el guión de todos los films de la serie menos Harry Potter y la Orden del Fénix, como de Rowling) para movilizar a los personajes. Veamos: los tres héroes deben encontrar un horrocrux (amuletos donde Voldemort fragmentó y guardó su alma). Llegan a Howgarts y Harry le dice a todos sus compañeritos que deben ayudar en la búsqueda. "¿Cómo es?" le preguntan. "No lo sé", responde. "¿Dónde está?"; "No lo sé". Es un "McGuffin": como explicó el maestro del cine, Alfred Hitchcock, un McGuffin es cualquier objeto que persigan los protagonistas, pero que carece de verdadera importancia. Mientras los jóvenes buscan el nuevo horrocrux, custodiado por el fantasma de Ravenclaw (Kelly McDonald en el papel que rechazó Kate Winslet), los profesores se establecen como el último bastión, la última defensa contra la magia oscura de Voldemort. El asedio al castillo incluye mortífagos, trolls, arañas gigantes, hombres-lobo y dementores (esos seres que succionan el alma de las personas). Es una metáfora agradable la escuela como última defensa contra la oscuridad absoluta. Los profesores forman un escudo impenetrable y McGonagall invoca unos gigantes de hierro para darle más tiempo a Harry. Maggie Smith (Gosford Park) como McGonagall es prueba del calibre de actores del Reino Unido que han sido parte de esta saga. Con apenas una línea de diálogo ("Siempre quise usar ese hechizo") logra robar una sonrisa. La lista incluye a otros actores como Michael Gambon, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Emma Thompson, Jim Broadbent y Gary Oldman. Todos secundarios con escaso tiempo en pantalla esta vez, a excepción de Rickman, cuyo personaje Snape, merece párrafo aparte. Snape es, acaso, el corazón central de esta película. Su personaje resulta genuino y esconde algunas sorpresivas revelaciones bajo la manga. Hay una secuencia especial que seguramente emocionará a los seguidores -y no tan- fanáticos de la serie. La música de Alexandre Desplat (El fantástico Mr. Fox, El discurso del rey) que también está en lo más alto del nivel del compositor, ayuda a crear el ambiente propicio para el impactante momento. Que esta sea la mejor escena de toda la película es notable, en una superproducción que podría haber optado por el puro deslumbramiento pirotécnico (que está, claro). En este mastodonte, estos elementos humanos son más que bienvenidos. Algo así sucedía con El prisionero de Azkaban, donde Alfonso Cuarón se permitía hacer una obra más o menos personal en un blockbuster de Hollywood. David Yates, quien viene del mundo televisivo, no es Cuarón, pero es eficiente. Sí llama la atención otras cosas, que son las flaquezas del film. Así como es loable que la atención esté en los personajes antes que en el despliegue visual, se nota que a Yates no le interesa (o no sabe como dotar de emoción) filmar los combates épicos. Apenas vemos unos segundos en pantalla de la batalla por Howgarts. Si bien las comparaciones son odiosas, basta recordar lo bien que filmó Peter Jackson el asedio a Minas Tirith en El retorno del rey. Aquí, para peor, personajes secundarios mueren en estas instancias decisivas pero lo hacen fuera de campo. Alguno podría objetar que el film pierde en solemnidad (que es bueno) y gana en ritmo (todavía mejor), pero hablamos de un desenlace que carga con 7 películas a sus espaldas y nos ha impuesto, o ha hecho que nos importen, esos mismos personajes que apenas vemos, por segundos, muertos por ahí. El film dura 130 minutos y aunque parezca mentira, es el más corto de todos. Es entretenido, sin dudas, pero si tanto se hizo esperar este clímax (he incluso se lo dividió en dos) se podría haber concluido mejor esas historias laterales. HP7P2 es una conclusión más que satisfactoria. Que se haya divido en dos es una cuestión que obedece más a las reglas de mercado que a la realización fidedigna del universo literario de Rowling (después de todo, La Orden del Fénix es el libro más largo... en una de las películas más cortas). De todos modos eso es perdonable porque este final parece resaltar lo mejor de la serie Harry Potter. Sin dudas cosechará su buena cantidad de nominaciones al Oscar (¿damos por hecho Efectos Visuales y Música Original? ¿Sumamos Mejor Fotografía?) e incluso, si el film es aplaudido por la crítica (todo parece indicar que así será) y es un éxito de taquilla (obvia respuesta...) algunos podrían pensar en la nominación mayor. Más allá de los premios o no que reciba, la película refleja como una serie literaria exitosa, comercialmente atractiva, criticada o defendida por los expertos, puede trasladarse al cine con bastante dignidad y respeto. Pero no por el libro: respeto por el cine mismo.
El juego de los espejos. Un hombre está atrapado en un tren y tiene sólo 8 minutos para encontrar una bomba y salvar a todos los tripulantes. Falla y muere. Vuelve a intentar. De nuevo: 8 minutos. Esto que podría ser la sinopsis de algún videojuego es la carta de presentación de Source Code (8 minutos antes de morir) la nueva película de Duncan Jones, el director de la película de ciencia ficción Moon (2009). Si Moon tenía como principal referencia a 2001: Una odisea del espacio, esta película baraja muchos homenajes y guiños a películas de acción, fantasía y en menor medida, ciencia ficción. En este caso las referencias más obvias son películas mayores: Matrix (de la que compra la filosofía barata) y Minority Report (de la que alquila el debate sobre al abuso de la tecnología y de la autoridad). El protagonista (Jake Gyllenhaal) en el héroe de la historia: un hombre que controla su propia figura en una realidad virtual. Cada vez que muere siente el violento sacudón de la explosión. Despierta y se encuentra en una suerte de cubículo frío, donde recibe órdenes de una mujer muy prolija y seria (Vera Farmiga) quien le advierte que él está en un cuerpo ajeno, ya muerto. Los 8 minutos son una recolección de la memoria de la víctima y durante ese período de tiempo, su deber es encontrar al culpable que pronto hará un ataque a escala mayor. ¿Por qué un terrorista detonaría una bomba en un tren para anticipar un ataque mayor? No lo sabemos. Quizás sea porque en el fondo quiere que lo detengan. O porque es uno de los tantos villanos genéricos que sirven para impulsar la trama. El foco no está puesto en él sino en el protagonista, encerrado en dos (o tres) realidades diferentes. La realidad intermedia, donde se comunica con la científica por medio de una cámara, recuerda a los desesperantes llamados telefónicos entre Ryan Reynolds y la operadora en Enterrado (Buried, 2010). El hombre manipulado por compañías mucho más grandes que él. Aunque las intenciones por humanizar el relato son buenas, no dejan de ser como el villano de la historia: bastante regulares. Ya saben: en el tren está el fanático del baseball, los sospechosos de siempre, el nerd, etcétera. Como en El origen (Inception, 2010) la forma importa más que el contenido. Sin embargo, se nota que aquí hay un esfuerzo genuino por emocionar al espectador, aún así sea a base de trucos clásicos (clichés, dirán aquellos a los que no les guste la película). Ya saben: el hombre que entiende que está a merced de un sistema frívolo e inhumano, la mujer robótica que se empieza a humanizar, el científico "malo" que ansía poder (un correcto Jeffrey Wright). No está mal, pero más nos interesa saber cómo se resolverán las cosas los siguientes 8 minutos. En ese sentido, la película es un acierto: suspenso y adrenalina constante. El otro acierto del film es esporádico, pero igual de efectivo. Es cuando Duncan Jones deja de poner todo en boca de los personajes y empieza a utilizar recursos más cinematográficos para dar a entender ideas más complejas. En este caso, se trata de la manipulación del destino (es curioso ver cómo una creencia más bien oriental es la base fundamental de una película norteamericana) y del juego de espejos. Vemos al protagonista frente a un gran óvalo, que deforma la realidad que él cree percibir. De eso se trata el cine y es lo que esta película pone en juego. Diferentes formas de percibir la misma realidad.
Inquietante ejercicio de acción Hanna es la nueva película del director de Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación: deseo y pecado. Dramas de época, sensibles, bastante estilizados. Si bien hay puntos en común con la obra de Wright (incluso con la más reciente, El solista) Hanna parece otra partida del género en el que está encasillado: esta es una película violenta y frenética. Es como si fuera un ejercicio del director en el terreno de la acción, y a decir verdad, es un ejercicio muy bueno. Wright es un director formidable, aunque sus obras tienden al desequilibrio. Esta no es la excepción. Saoirse Ronan es la heroína del título. Es una chiquita de 14 años que vive entrenando con su padre, en Finlandia. No sabemos de qué se están ocultando: viven como primitivos, cazando animales salvajes y entrenando todo el tiempo, incluso cuando duermen. No es de extrañar, entonces, que la chica sea una máquina de matar. El padre, Erik (Eric Bana), esconde varios secretos, pero sin dudas quiere a su hija. El villano de la película es Marissa Weigler (Cate Blanchett haciendo formidable un rol genérico), una despiadada ejecutiva de la CIA que tiene una agenda pendiente contra ambos. Es como si fuera Karen, el personaje de Tilda Swinton en Michael Clayton. La película sostiene el interés mientras no devela las preguntas que nos hace. A decir verdad, el tercer acto, donde todas se empiezan a responder, es lo más flojo. No logran ser las grandes revelaciones y terminan siendo pura fórmula, pero tampoco está mal. También se intenta congeniar el cuento de hadas adulto (hay constantes referencias a los hermanos Grimm) con las películas de venganza. Es una simbiosis rara, pero lejos de molestar o chocar (podría haber resultado algo más o menos chocante, como en Kick-Ass) envuelve a los personajes con su costado más humano. En especial a esa suerte de robot-androide-petit Nikita que es Hanna. Saoirse Ronan, quien estuvo nominada al Oscar por su papel de Briony Tallis, es temeraria. Las cejas blancas, casi imperceptibles, le dan un aire todavía más despiadado. Todos los actores están bastante bien, a decir verdad, a excepción de Tom Hollander. El señor Collins de Orgullo y prejuicio no tiene el perfil de sicario despiadado. Aquí interpreta a uno de los asesinos (el más malo de todos) de Marissa Weigler. Pero aún con leit-motiv y todo, nunca puede despegar, de convencer. Como todo ejercicio, tiene sus virtudes y defectos. Es un espectáculo digno de las películas de acción de finales de los setenta y principios de los ochenta: sucia, rápida. También es una suerte de homenaje a El perfecto asesino (León, 1996, de otro europeo: Luc Besson). Es una película estilizada y con algunas secuencias impresionantes (como para demostrar que sigue siendo un autor, hay un plano secuencia fabuloso donde Bana pelea contra unos agentes, y conversaciones femeninas debajo de una cobija) y el ritmo de videoclip no agota y se muestra lleno de ideas y energía. Pero de nuevo: como todo ejercicio, también tiene sus carencias. En este caso, los personajes de stock no molestan tanto ya que los actores son estupendos (basta ver lo que hace Cate Blanchett con el suyo), pero la conclusión es decepcionante y no está a la altura del resto. Aún así, Hanna prueba que Joe Wright es un gran director de cine de acción. Mucho más que los que se "dedican" al género.