Impronta del militante La impronta del militante, el emergente, el soñador y, por qué no, el libertador. No en vano el trailer de Néstor Kirchner, la película se impulsa con este testimonio en off: “El nació el 25 de febrero de 1950, el año de San Martín”. Luego Kirchner dice “vengo a proponerles un sueño” extraído del discurso en su juramento como presidente en el Congreso. En su nueva película, la realizadora Paula de Luque refleja a Kirchner como una figura liberadora, una brisa con aires de cambio, la solución misma. Con impactantes imágenes de la Patagonia austral se desprende un documental donde, según la placa que abre el filme, 12.000 personas aportaron su granito de arena. De entrada se busca impactar. El proyecto original iba a ser firmado por el realizador Adrián Caetano, pero en las últimas instancias no fue aprobado y pasó a manos de De Luque, quien agregó siete semanas de filmación y mantuvo la gran banda de sonido de Gustavo Santaolalla. Néstor Kirchner, la película combina elementos de tensión con un homenajeado que no necesita libreto: su calor y color frente a la gente en actos públicos son su motor fílmico. Además, la directora plantea casos de personas ayudadas por la obra del dirigente fallecido, como es el de Facundo Nolasco, un joven violinista jujeño a quien Kirchner le regaló un instrumento del pianista Miguel Angel Estrella. Con estas apariciones se busca conmover al espectador, dejar una estela como salvador. Los más rico de la película es el material de archivo en súper ocho cedido por la familia del santacruceño. Allí se aprecia el micromundo costumbrista del ex mandatario. Sorprende que no se aclare el nombre de la mayoría de quienes hablan ante cámara o en off. Este recurso genera confusión en su hilo narrativo, pierde rigor documental, aunque es claro que el recorte de la historia es el Kirchner militante, en perspectiva histórica. A diferencia de la valiosa palabra de Máximo -a quien por primera vez se lo ve hablando sobre su padre luego del fallecimiento-, la Presidenta no es entrevistada y tampoco aparece en los agradecimientos finales. ¿Un recurso extremo para intentar apolitizar el filme -algo utópico, aclaremos- o una clara orden de Gobierno? Hubiese sido importante incluir el testimonio de la mandataria, aunque con el transcurrir del filme se intuye su ausencia por el carácter narrativo de la obra. Lo que no se entiende es por qué Florencia no fue entrevistada, su visión hubiese contrastado muy bien y cerrado un logrado círculo de voces familiares donde se destaca María Juana Ostoic Dragnik, la madre de Néstor. El filme, como era de esperar, no hace directa y explícita a la muerte de Kirchner, sólo se ven carteles donde se expresa que el ex mandatario vivirá por siempre: es el presente perpetuo al que la realizadora referencia y reverencia. Los rostros compungidos de sus seguidores son tibias metáforas de una tristeza de la cual, Néstor Kirchner, la película busca escapar.
Romance a bordo Una historia ENcubierta reza parte del título de este filme. Y ya el chiste forzado es para levantar la guardia. Amor a mares se embarca en una historia donde Javier, un exitoso escritor de novelas, cae en crisis creativa al separarse de su mujer. Y Andrés, su agente literario (a cargo de Miguel Angel Rodríguez) tiene la “brillante” idea de subirlo a un crucero trasatlántico para que se relaje, inspire y de forma a una novela que lo libere de las deudas y los intimidantes acreedores. El deprimido escritor, que demuestra exageradamente su pesar a fuerza de frases hechas, refleja un opaco papel protagónico de Luciano Castro, a quien se lo ve poco suelto, atado a los diálogos. Un dato: el actor reconoció en un principio que no quedó del todo conforme con su actuación en su segundo largometraje (el anterior fue Toda la gente sola de 2009). No es una salida original que un escritor quede enredado en su novela y forme parte del relato como protagonista tácito. Lo colorido de la película es el ámbito en que se desarrolla la trama: un majestuoso crucero (con una fachada fastuosa que contrasta con la simpleza de algunos ambientes interiores) con escenas en Río de Janeiro (Brasil), Málaga (España), la Isla de Malta, y Venecia (Italia). Para el calorcito que se viene, Amor a mares es un folleto turístico en versión cinematográfica donde los paisajes te distraen de un argumento que navega entre lo irrisorio y predecible. Una vez a bordo, Javier se verá atrapado por la belleza y carisma de Julieta, una bella abogada (Paula Morales, de buen papel) quien deberá lidiar con Tomás, su marido infiel (Nacho Gadano) y dos eventuales contendientes, Analía (Agustina Córdova), la joven amante, y Paloma (Luisa Kuliok) responsable legal del crucero. Como testigo de esa triste situación de infidelidad, serrucho en mano, el protagonista seducirá a Julieta desde el desamparo y caerá en el terreno conocido del actor: el del galán infalible. Las palmas de la película se las lleva Larry, el casual ayudante para que el escritor complete su historia, quien arranca algunas risas gracias a una gran actuación de Goity, compañero de Castro en Sos mi hombre . El raid de engaños, mentiras y malos entendidos (con escasos gags) que copan el film le dan algo de vértigo a una película que intenta llegar a buen puerto.
Colmillo blanco a la francesa El eterno galán, el vampírico, el melancólico, pero también… el calculador. Así parece que el actor Robert Pattinson queda signado en Bel Ami, historia de un seductor , donde el apuesto y sin escrúpulos Georges Duroy, un simple recluta del ejército en Argelia, llega a la elegante París de 1890 y se encumbra en el poder de manera 100% fantástica. O mejor dicho, irreal. La película, representada en una época más tardía que en la novela original de Guy de Maupassant, muestra a un joven que hace sus primeras armas laborales en un diario que busca derrocar al gobierno francés. Y de allí en adelante sembrará el terror ante cualquier fémina del poder que se le cruce. Con solo mirarlas caerán rendidas a sus pies. Un ganador. En su debut en el largometraje, la dupla Donnellan-Ormerod eligió a tres actrices bien diferentes para encarnar a las presas de Duroy: la “comehombres” Madeleine Forestier (Uma Thurman), cerebro detrás del matutino, la “enamorada” y creíble Clotilde de Marelle (Christina Ricci), quien tendrá su propio nidito de amor y lo esperará por siempre a Georges y, por último, la menos agraciada Virginie Rousset (Kristin Scott Thomas) a quien Duroy trata con repulsión aunque ansía su poder y a ¡su hija Suzanne!, quien también caerá bajo su hechizo. Este filme muestra cíclica y repetitivamente cómo el colmilleante protagonista (que en siete días estrena dos películas, hoy Cosmópolis y el jueves que viene Amanecer, parte 2 ) no puede con su blanquísima estampa y ojos rasgados para alternar amantes (irrisorio su raid en un día), montar escenas fogosas (¿qué opinará la infiel Kristen Stewart?) y reflejar los tejes y manejes político-sociales de la elite francesa que horada de a poco las expectativas de Georges: denigrará su escasa moral y mostrará las peores caras de sus rústicos orígenes. La muerte misma dejará golpeado al galancete, quien no tarda en hundir sus románticas garras en Madeleine ¡frente al cadáver de su difunto marido! Ella, quien al principio se niega a los incorrectos deseos del muchacho, sucumbe insólitamente ante el vil ¿amor? La rimbombante música clásica, varias veces le queda grande a este filme producido por Uberto Pasolini ( The Full Monthy ), donde la fotografía y algunas secuencias urbanas se llevan los aplausos. En la novela se lo plasma a Duroy como alguien difícil, aunque la película lo muestre atribulado, pedante y con una superficialidad pasmosa. Es hilarante cómo Georges deslumbra a las mujeres y hasta comparte una mesa ¡con todas sus amante s juntas! ante la, no tan ingenua, presencia de sus parejas. ¿El rol de seductor encarcelará a Mr. Pattinson para siempre?
Entre dos tierras estás A la vida hay que encararla muchas veces desde varios frentes y algunas situaciones se desencadenan en simultáneo para poner a prueba el temple de uno. Así le sucede a Leo (Mariano Torre), quien por un lado enfrenta la recta final del embarazo de su esposa María (Elena Roger) y, por el otro, se entera de que lo que comenzó como un chequeo coronario de rutina de su padre (Carlos Moreno) derivó en un inevitable trasplante de corazón. Esta doble tensión es la que empuja minuto a minuto el argumento de Otro corazón , donde el director Tomás Sánchez incursionó en el delicado tema de la donación de órganos y se asesoró con especialistas del Incucai y de la Fundación Favaloro, firmas que apoyan y auspician el filme, además de entrevistar al doctor Jorge Rodríguez Kissner, quien en 2009 estuvo en la lista de emergencia nacional y recibió un trasplante exitoso. Otra pata interesante de esta historia es el destino de la financiera familiar cuyo destino económico tambalea. Una cooperativa agraria, deudora de ellos, propone crear en conjunto una planta de elaboración de productos lácteos con el fin de reactivar la actividad de ambos. Y aquí el jefe de familia ingresará en un doble desafío: preservar su salud y cumplir con la obligación moral de colaborar con el ámbito rural. Un ejemplo de clara generosidad en un momento de riesgo personal. Leo, día a día más compenetrado en el devenir económico y en la enfermedad que aqueja a su progenitor, sufre excesivamente el crudo proceso de la aparición de un donante. Y tritura sus nervios en reuniones con profesionales, adicciones tecnológicas y encuentros con familiares que atraviesan una situación similar a la de él. El director tuvo la claridad profesional de enfocar toda la carga emotiva en el papel de María quien contrasta con la mesura y tranquilidad del rol encarnado por Fabián Gianola, un hermano médico de Leo que acompaña y asesora sin reproches a la pareja. El padre en silla de ruedas, a la espera del milagroso donante y los silencios de un ritualístico proceso de despedida son pliegues del dolor familiar que contrastan con la llegada de un nuevo niño. Dos tierras de un mismo presente.
Cuando el pasado grita presente Filmada en Tucumán, con interesantes planos detalle de su naturaleza, El sexo de las madres navega entre el devenir de dos amigas y sus hijos adolescentes donde ellas parecen mutar roles llegando a adoptar cierta adultescencia . Ana (Victoria Carreras, hija de Enrique) es una adicta en recuperación, quien se fustiga los errores cometidos como madre, amante y no toma conciencia de la realidad. Vive en las sierras, su limbo, junto a su hija Roberta (Carolina R. Carreras, su hija en la vida real). Laura, la uruguaya Roxana Blanco, es una obstetra urbana que carga con un pasado difícil y recibe el llamado desesperado de su amiga, a quien le quitaron la tenencia de sus hijos menores y no tiene un peso. En compañía de su hijo Juan viajarán para el emotivo reencuentro con madre e hija. En un hotel del pueblo, donde Ana hace la limpieza y se refugia ante la ausencia de sus dueños, las amigas apilarán anécdotas, confesiones, reproches y abrirán una brecha argumental con sus vástagos, quienes descubrirán el amor y también contemplarán a sus madres con cierta distancia. Entre la resignación y la aceptación. La ya crecida Roberta se muestra interesada por Juan y varias veces invade la intimidad del joven a quien se lo ve muy atado en su papel. El, tímido, ella, arrebatada. La directora Alejandra Marino, que ya dirigió a Carreras en Franzie, confiesa que buceó en lo más íntimo de su historia preguntándose como se manifestaron las consecuencias de ciertos hechos de violencia que marcan durante la adolescencia. Sin juzgar a los personajes, reflejó de forma meritoria cómo se construye la huella profunda que deja un hecho traumático, en este caso una violación que se repite en la mente de Ana y tiene un enigmático nexo con uno de los habitantes del pueblo. Aunque la memoria diga basta, la película revela la sordidez misma. Con algunos giros predecibles, a merced de un final que sorprende, el argumento se construye desde el dolor, matizado con llantos nocturnos, el fantasma del aborto y los silencios cómplices de la impunidad. Todo cose un relato fuerte que estremece. Y advierte.
Epopeya tuerca Valiosa reconstrucción del Gran Premio que unió Buenos Aires con Caracas en 1948. Una verdadera hazaña para algunos, una locura para otros, el Gran Premio América del Sur unió seis países con vehículos de Turismo Carretera -casi sin sistemas de seguridad- en sinuosos caminos de ripio y un peregrinar de 20 días. El director Andrés Cedrón tomó este jugoso hecho como foco de su opera prima sin centrarse en pocos testimonios centrales sino que ensambló, en un arduo trabajo de investigación, incluyendo la recuperación de materiales fílmicos, las anécdotas de muchos entrevistados: familiares de los corredores, dirigentes deportivos y protagonistas. Por esta multiplicidad oral, en la edición final a veces se dificulta seguir el hilo argumental. Por la distancia temporal de 64 años, el desafío fue conseguir relatos en primera persona. El director dio con dos copilotos de aquella epopeya y con Froilán González, uno de los corredores. Esto se sumó a declaraciones de archivo de otros ases del volante como Juan Manuel Fangio, Oscar Gálvez e imágenes de Domingo Marimón, el ganador de la competencia en un dramático final. La demarcación en un mapa, ciudad por ciudad, etapa por etapa, sitúa al espectador en aquel mítico recorrido de casi 10.000 km desde Buenos Aires hasta Caracas con el énfasis de locución deportiva de Luis Elías Sojit, filmado en su bunker de transmisiones de 1948. Todo bien vívido, con vértigo. La competencia también tuvo su costado político, como la intervención de Perón, que ayudó con un valioso giro de dinero a los participantes, o un golpe de Estado en Perú que obligó a apurar la salida de una nueva etapa. A esta película, de alto valor histórico, se sumaron las interesantes miradas de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional Argentina, y el historiador Norberto Galasso. La Caracas también reflejó esa rivalidad folclórica del TC entre el El Chueco (Chevrolet) y El Aguilucho (Ford), que llevó a novelar mediáticamente el accidente de Fangio al norte de Lima, donde perdió la vida su copiloto. Otro gran acierto es la musicalización del Cuarteto Cedrón y ficcionar, con autos de aquella época, pero en los caminos de hoy, la histórica huella panamericana.
En busca del techo propio La autogestión, en un cruda mirada sobre el déficit habitacional. El barrio la Lechería -por estar emplazado en una vieja envasadora ubicada frente a las vías del Ferrocarril San Martín- fue uno de los símbolos de la precariedad habitacional de los sectores más empobrecidos de la ciudad de Buenos Aires. Desde la década del ’80, y año tras año, la cantidad de ocupantes fue creciendo y llegó a tener unos mil habitantes. Este documental, de Lisandro González Ursi y Diego Carabelli, ingresa de una forma casi ausente en el paso a paso de Los Bajitos, una cooperativa de vivienda conformada por sus habitantes, en búsqueda del techo propio. ¿Su proyecto de mudanza? Un terreno que consiguieron en el barrio de Mataderos. Y aquí comienza el gran trabajo de los directores, hilar un relato con eje en tres vecinos, donde se destaca el desgarrador testimonio de un ciudadano boliviano quien fue abandonado por su mujer, gana no más de 300 pesos mensuales, está a cargo de cinco chicos y perdió una pierna en un accidente entre otros problemas. La fuerza misma. La repetida figura del Che Guevara (en almanaques, pintadas) más su mítica frase “Hasta la victoria siempre”, sumerge al espectador en un espacio de lucha, autogestión, donde el portavoz de la Cooperativa (con un discurso algo impostado, duro aunque honesto) informa a los habitantes de La Lechería cuál es el paso a paso a seguir en cuanto al flagelo habitacional que padecen. Y se plasma muy bien esa empatía entre los vecinos y los trabajadores sociales. Las tomas nocturnas, con el ferrocarril bordeando el complejo de La Paternal, el movimiento de gente en los pasillos y el pulso de cada asamblea incrementa la tensión, y atención, de un relato sólido con un prolijo montaje donde se destaca el sonido y las tomas panorámicas en una locación con escasos recursos fílmicos. El fuego y la barricada para cortar las vías en señal de protesta, la intimidante presencia policial o la bronca de los vecinos lindantes al terreno de Mataderos (donde el mensaje amenazador está muy bien captado) son algunas de las entradas hacia el conflicto, la tensión, elementos que llenan de color (y calor) a este logrado documental. Lo cíclico en Errantes se sostiene con la demolición de La Lechería, imágenes crudas, dolorosas, luego de un lento peregrinaje en la desocupación en diciembre de 2008. Parte de las familias terminaron mudándose a las casas construidas en un terreno en Parque Avellaneda y otras recibieron un subsidio para resolver, de un modo transitorio, su situación habitacional.
A un clic del miedo Cámaras nocturnas, una gran casa vacía, hechos sobrenaturales y un ruido denso, sórdido, sembró el terror cinco años atrás de la mano de Oren Peli y su primer Actividad paranormal . Este nuevo guión del israelí (más Zack Estrin) se sostiene en la reencarnación de la eterna Katie y el niño Hunter, desaparecidos en 2006, al final de la segunda parte. La historia gira en torno al pequeño Wyatt (Aiden Lovekamp), su familia y un invitado especial: el enigmático Robbie, amigo de Wyatt, quien es acogido por la familia luego de que su madre fuese internada. Desde la llegada de la inquietante visita -con gestos hostiles y miradas penetrantes, lo mejor del cast -, la vivienda sufre embates sobrenaturales que asustan a Alex, una rubiecita adolescente de discreto papel, quien se alía a Ben, su amigo nerd que programa dispositivos de filmación caseros para no perder rastros de los extraños sonidos que acechan la casa. Como si fuese una larga sesión (de días y noches) de videollamada instantánea, la película refleja un espanto siglo XXI: la ciberadicción donde las notebooks acompañan a cada integrante de la familia adonde vayan: a mamá Alice en la cocina, a Alex por todos los ambientes y al pequeño Wyatt hasta el borde de una bañadera. ¿Otra muestra? Una consola de juegos interactiva irradia rayos verdes que dibujan las siluetas de los entes malignos. Con el correr del argumento, Wyatt y Robbie se ven envueltos en un ritual antiguo, con figuras geométricas incluidas, bajo la atemorizante supervisión espectral de Katie, la protagonista involucrada en toda la saga paranormal. Su designio de sembrar terror y muerte es bien crudo. Impacta. Con un transcurrir más lento de lo habitual (varios planos inertes), Actividad paranormal 4 incluye remates de escena predecibles: elementos que caen, puertas que se abren, arrastres de cuerpos y objetos. Desde lo inofensivo surgen sustos bien logrados: un gato, bromas de Ben (con algún que otro gag), una vecina nocturna y hasta la ingenuidad de la chica. Las escenas diurnas es uno de los puntos fuertes del filme, no se recae en la noche, lo fácil. El tramo final se atropella en ideas y recursos -con un guiño a otra rama del miedo- y reúne la adrenalina necesaria para hacer temblar. Con esta cuarta parte, la dupla Joost-Schulman (al frente de la tercer parte) sacaron el poco jugo que le quedó a la exitosa fórmula terrorífica de antaño, hoy, tecnología y virtualidad al servicio del miedo. Pero a no darle más rosca, porque el chiste ya se falseó.
Con la carne al hombro La ciudad de Berisso como núcleo movilizador del 17 de octubre. Filmada en Berisso, entre 2005 y 2009, El día que cambió la historia se mete didácticamente en esa ciudad forjada a la sombra de la fiebre amarilla que diezmó a la población de Buenos Aires allá por 1871. En la primera mitad del filme las apariciones de los historiadores (Osvaldo Bayer, Norberto Galasso, Sergio Pujol y Roberto Tarditti) orientan y ponen en contexto al espectador que viajará por el destino de los mataderos suburbanos, obligados al exilio por ser acusados de generar la plaga por la falta de higiene. Así, uno de sus dueños, Juan Berisso viajó a la costa de la Ensenada para emplazar su industria. Esa zona se desarrollaría como un imponente espacio portuario y dos frigoríficos motorizarían la industria nacional. De la mano de un minucioso trabajo de archivo (digitalización de diarios y fotos de época), el relato se encolumna en la narración arrabalera del personaje de Lito Cruz, que atraviesa épocas, muere (y revive) y entabla coloridas y costumbristas charlas con el obrero Celestino Morales, encarnado por Rubén Stella, un obrero del frigorífico que muta del conformismo capitalista a la lucha sindical. El documental fluye en la construcción de un modelo de luchas, triunfos (y derrotas) sindicales que desembocaron en la figura de Perón, de incipiente coronel a héroe de la clase obrera. La entrevista grabada con Cipriano Reyes, líder gremial formado en el anarquismo, es una de las perlas del filme. Algunas partes de la entrevista están subtituladas, otras no. Raro. La última línea testimonial, la más cruda, emotiva y sincera (aunque algo desprolija en cuanto a sonido, claridad en los dichos e iluminación) fueron la de los protagonistas del 17 de octubre de 1945 que marcharon desde los frigoríficos de Berisso a clamar por la libertad de Perón. El resto, es historia conocida.
Secretos patagónicos La Patagonia esconde secretos, mitos y las leyendas surcan su tierra. Así lo vive Ernesto (Sergio Surraco), chubutense, quien vivió en Alemania casi toda su vida. Al enterarse de la muerte de su abuelo, vuelve al país para resolver unos negocios familiares, pero el rubro de la compra-venta lanar le es ajena y se distrae. Sus rasgos pétreos y ostracismo cautivan a Erica (María Lía Bagnoli), quien lo aloja en su hostería al recién llegado y, entre miradas cómplices, construyen una tímida historia de amor. Pero el pasado se interpone cuando una foto con la palabra Schafhaus (Casa de ovejas , en alemán) despierta curiosidad en Ernesto. Allí se lo ve con sus padres y abuelos, siendo apenas un niño. Lo que seguirá es un lento devenir hacia la búsqueda de una vivienda abandonada que lo arrastrará a un origen inevitable. Esta película de Alberto Masliah, rodada en Neuquén, se enmarca dentro de recurrentes planos crepusculares que meten al espectador en la frescura del sur argentino. Con un argumento que viaja entre la melancolía y el drama de la perdida de identidad se destaca el papel revelador de Georgina (María Fiorentino) quien guiará a Ernesto hacia un pasado familiar que desconoce, pero siempre sospechó: fines de los años ’70, una zona gris para la memoria argentina. En los últimos minutos la película dará una vuelta de tuerca interesante, aunque predecible. Algunos intrigantes planos secuencia sobre automóviles (¿con carácter publicitario?) y hacia personas contrastan con el logrado montaje exterior y fotografía del filme. La amistad de Ernesto con Martín (Guido Massri), es el nexo de él con una familia que lo obligará a alejarse de Europa para cimentarlo al suelo patagónico. Con todos sus secretos.