Moonlight se puso en el spotligh cuando ganó como mejor película dramática en los Globos de Oro. Hasta ahí, era un film que pasaba desapercibido entre tantos brillos y tanto despliegue de sus competidoras. Lo más lindo de esta película es que efectivamente es una historia. No hay parafernalia, no hay nada que distraiga de un cuento sobre una vida en un espacio inimaginado que encuentra la magia para avanzar. Nuestros personajes están en Miami, pero no en esa de los grandes yates y las playas. Está en la Miami que queda como resabio de todo eso. Chiron crece ahí, sin padre y una madre que no puede atenderlo ni cuidarlo por su adicción a las drogas. Pero es, ante todo, un relato que cala en lo hondo de cómo el entorno termina destruyendo hasta a lo más puro. Este chico, que crece sin amor, solo encuentra en un mentor un vínculo saludable, pero que por la naturaleza de que éste es un narcotraficante siempre hay un tinte trágico en todo lo que se cuenta. Así, Chiron se va armando una coraza, una forma para sobrevivir aislándose del mundo. Hay que reconocer que el estilo de Barry Jenkins para dirigir, elevan a esta historia, donde se mete con problemas sociales, drogas, adicciones, homosexualidad y el mal trato a la mujer sin que termine siendo un catálogo de golpes bajos, sino un retrato de una sociedad sin muchas opciones disponibles. Algunos temas que impactan en particular son que los tres actores que encarnan a nuestro protagonista, se presentan con los mismos gestos lo cual habla de una magistral dirección de actores. No debe dejarse de lado que estos chicos no tienen una formación actoral, de manera que es instintivo lo que muestran. Y eso traspasa la pantalla. Algunas maneras de construir la magia que puede ir encontrando este chico muestran, por ejemplo, a un narcotraficante que le enseña a nadar, aunque todas las escenas de la playa en general, como si fuera un espacio catártico donde el personaje puede mostrarse como quién es.
Vapor es la ópera prima de Mariano Goldgrob, que tuvo su recorrido por festivales y finalmente tiene su estreno comercial. Es un film de escasos recursos económicos pero con una historia sólida que la hacen una propuesta atractiva. Además, en un contexto de todas candidatas a los premios y tanques, esta rareza aparece como una opción diferente en cartelera. Esta es la historia de un reencuentro entre una pareja que no se han visto en mucho tiempo. Cada uno siguió con su vida y queda claro que esto no es más nada que un parche porque ella perdió a su padre. El trabajo de Julián Calviño y Julia Martínez Rubio sostiene la situación a base de la química que presentan. Magistralmente dirigida, con planos cerrados, tortuosos, que nos muestran esa constante incomodidad entre todo lo que quisieran hacer, las preguntas que surgen y no pueden decirse y el calor insoportable de una Buenos Aires en una supuesta sequía. Mención aparte se merece el uso de la música y el sonido, ayudando a este ambiente de incomodidad y tensión que sienten nuestros personajes y potencia la sensación. Estos recursos técnicos no son menores ya que es un film donde todo el peso de la acción está en la palabra y no en lo que hacen los personajes, de manera que es lo que le da una dimensión y riqueza visual a algo que si no serían simplemente kilos de información. Está muy bien resuelta y tiene elecciones inteligentes en cuando a planos, profundidad de campo, el uso de espejos y el reflejo constante de ella como búsqueda de sí misma. Por otro lado, la Buenos Aires que presentan es totalmente diferente a la que conocemos. Filmada en su totalidad casi de noche, recorre barrios y calles casi desiertas, arrulladas por el sonido de los motores de colectivos. Las locaciones son atractivas porque son reconocibles para el espectador y diferentes a los espacios elegidos como locaciones para otros films nacionales. El film es corto, sencillo y no tiene pretenciones. Es una mirada al amor, a la muerte y a cómo hay personas que pasan por nuestra vida y no nos dejan del todo nunca más.
Tengo que confesar que cada vez que aparecen estas películas que enamoran a todo el mundo, suelo ponerme un velo de escepticismo. No es que piense que los críticos o espectadores están locos, sino que venimos de un año particularmente flojo de tanques comerciales y eso no ayuda a la fe. Así me senté a ver esta peli: desafiándola. “La la land” es un musical absolutamente posmoderno. ¿Qué significa esto? Que se basa en homenajes, en personajes que no son perfectos, en planos fragmentados y una enorme movilidad de cámara y, sobre todo, en el collage de influencias y estilos. Como dentro de estas intertextualidades está el cine clásico, obviamente su estructura responderá a esto. Para todos los que, como yo, están buscando el pelo al huevo, sí: el argumento es básico, es predecible, no tiene vueltas de tuerca y casi que podés cantar lo que viene. Para decepcionarlos desde ya con sus ganas de sobreintelectualizar todo, les aviso que aun así es tan mágica, tan nostálgica, tan romántica y dulce, que no te podés resistir. No hagas como yo y ni lo intentes. No está de más recordar que el director y guionista es Damien Chazelle, el mismo que se puso en el spotlight con “Whiplash”. Sus montajes rítmicos, su fascinación por la improvisación del jazz que usa para mover su cámara en los planos más impactantes, en esas explosiones de colores saturados al estilo los videoclips de Michel Gondry con una estética que se va desde el romanticismo del cine clásico y los vestuarios de los 50s, con los ringtones de iphone y los híbridos Prius, es lo que se lleva todas las palmas. Es realmente un festival de maestría técnica, de luces, sombras, de cambio de lentes y recursos. Si a esto sumamos la nostalgia de un amante del cine detrás de cámara nos encontramos con Bogart, Hepbrum, Bergman, Minelli, Astaire, Rogers, Charice, Reynolds y Kelly (por nombrar a algunos), vemos el romanticismo y la magia no sólo de ese lugar donde los sueños se fabrican de entre los deshechos de miles de otros rotos, sino lo inalcanzable que parece cualquier sueño desde la meta, hasta encontrarle la vuelta. Si bien Emma Stone es la actriz que lleva casi todo el peso de la historia, con su look de “girl next door”, hay que reconocer su trabajo en cuanto a lo vocal y lo físico, considerando que su entrenamiento previo era mucho menor. Y esos ojos que se comen la cámara. Pero me impactó lo minimalista de Ryan Gosling y esto en pantalla, queda maravilloso. No sólo toca el piano increíble y tiene una buena voz, sino que además baila con un gesto tan relajado, haciendo parecer tan sencillo y natural algo tan complejo, que no podés parar de mirarlo. Es la definición del carisma. Como todo cine clásico: se cuida a la estrella. Ellos hacen lo que mejor les queda, explotando su química, sus rasgos, su encanto. La cámara trabaja para crear el espacio donde brillen. El resultado final es este sabor agridulce del romance épico que te piden las grandes historias de amor que siempre recordamos. No te la pierdas y amala sin reprimirte.
La película dura 90 minutos. Como el fútbol. Como los juegos de equipo a los que estamos acostumbrados a ver (y dirigir) desde el sillón. Dirigida por Diego Bliffeld y Nicolás Diodovich nos muestra que el cine también puede hacerse porque tenés algo que contar y no por lo que diga un focus group sobre lo que ahora se quiere escuchar. Esta es la historia de cuatro amigos, que luego de cuatro años se vuelven a ver para sufrir el partido del final de Brasil 2014 Argentina – Alemania. Como siempre, es lo que nos une y la excusa: quien se casa, quien se separa, quien está bien y quién está mal. Esos amigos que no te cuestionás por qué seguís llamando amigos si la última vez que se juntaron todos seguido, el 90% vivía con sus padres aún. Pero eso no es lo que los une: ni los años pasados, ni la final. Lo que los une es un amigo ausente, es la pérdida de esa persona en una situación traumática, que los obliga a rever su vida actual. El film tiene un inicio un poco forzado y que cuesta entrar en ritmo, cosa que justificás cuando los personajes empiezan a dar sus puntos de vista y a desarrollarse. El espacio es inteligente en cuanto a la definición del dueño de casa, a los guiños cinéfilos como el poster constante de “Stand by me” y los planos cortos y los juegos de foco. Esto muestra una buena dirección ahí donde al guion le falta o donde los actores no siempre defienden. Aún así, como se desarrolla en un solo espacio y recae mucho en lo actoral, en situaciones dejan a los actores defender con uñas y dientes una historia densa, de la que salen mucho mejor parados en el “segundo tiempo” que en el primero. Los personajes son verborrágicos como somos nosotros y el espectador rápidamente puede encontrarse reflejado o reflejar discursos de amigos en ellos. Lo que más destaco es ese sentimiento de nostalgia que está impreso en todo el relato. Como si estuvieran velando a una amistad. “Línea de 4” es una táctica de defensa. Y son cuatro personajes a la defensiva. Por momentos vos querés atacarlos, por otros te sentís identificado y te da un poco de impresión verte en ese espejo.
Marco Bellocchio presentó esta película en el Festival de Venecia el año pasado. Todos esperábamos la nueva propuesta ya que con su trayectoria, sabíamos que su reconstrucción de espacios, su apego a la nostalgia y sus tramas entrecerradas, prometía mucho. El punto de partida es el set principal: una cárcel abandonada y, como buen italiano que no puede separar su tradición del espacio, incluye elementos religiosos y nada mejor que una monja atrapada en ese espacio que arma el epílogo. Como si eso fuera poco, la película está estructurada en dos episodios en donde la sangre es lo que une a los personajes: uno por ser el hermano mellizo y otra por ser la fuente de vida. Marco es un director de cine de autor, con sus talleres de cine y sus espacios experimentales. No busca una narrativa tan lógica como visceral y su obra es personal, por ende se encuentra relatando de su propia vida, en fotogramas. Él mismo perdió a su hermano mellizo en los 80s y no es casual que la historia que vuelve al inicio de su vida, refleje así como otra cinta previamente lo hizo. Sus hijos también participan en el film y su otro hermano de la misma forma. Esta es la historia de un detective que se encuentra en una cárcel intentando comprender la razón de la muerte de su hermano mellizo, y la piedra angular de esto es una monja. La cárcel, así, funciona como punto de partida y conexión entre pasado y presente. Probablemente uno de los mejores aspectos sea la fotografía: un uso de contraluces que es realmente precioso. Si bien el rol del director en este tipo de films es inevitable que tenga el peso determinante sobre la interpretación, el vampiro de Aldo Moro es realmente impresionante. Esa aura de que está esperando su fin y ya no puede luchar contra el destino, es hipnótica. Probablemente mi episodio favorito de todo el film. También es destacable el trabajo de Lidiya Liberman, que representa a esta monja plagada de sensualidad, que puede provocar muertes inclusive, y siempre sin perder ese aspecto inocente y torturado, es precioso. La banda sonora que hasta tiene un homenaje a Metallica es el broche de oro. El terror así, se tacha de crítica, de melodrama, de ironía. Lo mejor del film, sin embargo, es que “el todo que es mucho más que la suma de las partes”: es el ambiente en donde la lógica no importa, donde la impronta mágica presenta la conexión entre la Historia y la fantasía y hay un dejo onírico que no puede dejar de encantar. Si bien el ritmo y los tiempos no son a los que estamos acostumbrados a ver en pantallas comerciales, vale la pena respirar hondo y entrar a estas cárceles. El cine se inventó para estos paisajes, para dejar fluir a la imaginación, para papeles así de complejos. Es un hermoso regalo.
El melodrama es uno de mis géneros favoritos, donde se van tejiendo las pequeñas situaciones que hacen que el aleteo de una mariposa desencadene el caos. En este tipo de historias que son en un pueblo diminuto, sobre gente común y corriente, el impacto es mucho mayor. 45 años cumplen de matrimonio Geoff y Kate. No tienen hijos y ya están jubilados. Ella fue maestra y él fue un operador de fábrica, siempre dentro del sindicato con fuertes ideas políticas. No pudieron festejar los 40 años de casados porque él se enfermó, con lo cual lo pospusieron 5 años más. Mientras ella está en el idilio de re pensarse como novia, él recibe una notica de un hecho traumático de su pasado involucrando un viejo amor que lo desestabiliza. El trabajo de Charlotte Rampling es realmente impecable y le sirvió para estar nominada como mejor actriz en los Oscars, pero es mucho más fuerte lo que nos hace como espectadores. Es muy complejo sostener con tantos silencios y gestos mínimos a un personaje tan complejo como Kate. Ir teniendo nociones de lo que le sucede y ella diciendo claramente que no puede expresar todo lo que le gustaría es verla deshaciéndose frente a nosotros. Tom Courtenay, quien interpreta a Geoff, responde a los estímulos planteados con un aire parco que funcionan muy bien para el personaje y sí usa estos monólogos y confesiones eternas porque será la primera vez que Kate empiece a conocer a su compañero de hace 45 años. La fotografía se maneja con una luz fría que al principio cambia dentro de casa y luego se convierte en gélida para siempre. Es un espacio de encuentro y de intimidad de la pareja, de la química, de los secretos y el peso del pasado y todo eso se ve en el vestuario simple, en el pueblo que se reduce a un par de tiendas y a una casa como templo. Y con fantasmas en los áticos. Es una película brillante, que se perdió en las nominaciones de los brillos de la Academia, pero de una sensibilidad y una maestría actoral y de dirección que merece ser revisada. Íntima y tajante.
Cuando la primera parte se estrenó, allá por el 2002 enganchó por una serie de cosas. Primero por ser la historia de amor de la actriz con su verdadero marido que en la película hace del sidekick del galán (sí, Hollywood juega con nosotros) y por ser una comedia sin pretensiones que termina con el mensaje positivo de que lo más importante es la familia. ¿Qué es una boda sin tradiciones? La segunda parte es exactamente la misma lógica, sin el impacto de la novedad y sin que quieras conocer al paquete que viene detrás de ella. El elenco completo volvió sin sumar molestias y sigue teniendo el aura de la primera con su tono relajado y tierno. Pero, de nuevo, no estás sumando elementos si no explicando cómo siguieron por los siglos de los siglos. El film es producido por Tom Hanks y se ve su buena veta para la comedia y para reconocer los recursos importantes. Y, tal vez, para darle trabajo a su mujer. En este caso la historia parte del momento en el que Toula, nuestra protagonista, ya es madre de una adolescente que pronto volará del nido y no la tendrá más, entonces también empieza a hacerse cargo de sus padres porque lleva tanto tiempo pensando en cuidar a otros que se olvidó de ser simplemente ella. Recupera los mini dramas, la lógica de la familia ruidosa y unida a pesar de conocerse y los ritos que hacen que todos nos reunamos. Volvemos al set de Chicago, con pocos exteriores para no encarecer el presupuesto y el armado del barrio que tan bien funciona en la comedia, es otra forma de priorizar costos. La historia no sufre ya que hasta te recuerdan los lentes de ella de la primera y la secuencia con las elipsis de las citas de ellos dos que tan bien funcionaron en la anterior entrega. Pero, tampoco hay demasiada historia por sufrir. Ya la primera se basaba más en conocer a los griegos que en otra cosa porque ni siquiera hay un momento de duda antes de llegar al altar. Las segundas partes son muy cuestionadas. No se sabe si son necesarias, buenas, malas, etc. Son términos muy discutibles. Por lo pronto es una continuación que no perdió la frescura y entendió dónde está la identidad de la historia, que es diminuta y casi carente de conflicto. De esas pelis que podés ver mil veces sin que te moleste en el sillón de tu casa y que si pagás la entrada sabés qué vas a ver. Mi consejo es que si no sos muy fan de la primera, esperes un poco y la veas desde el fondo del sofá. Con una manta y un kilo de helado, sube un par de puntos más.
Dalton Trumbo fue uno de los guionistas más importantes del cine clásico hollywoodense, en un momento complicado para ser abiertamente comunista. Cuando Estados Unidos y la Unión Soviética decidieron dividirse el mundo, los grises no sobrevivían. Es así como a través de esta biopic (película biográfica) se nos revelan las situaciones más impactantes de la Cacería de Brujas de McCarthy en el ambiente artístico. Con una construcción minuciosa de época y un memorable trabajo actoral tanto de Mirren y Branston (ambos nominados en sus categorías en los Premios de la Academia) como de Lane, la película de casi dos horas termina contagiándose del ritmo liviano y lúdico que quiere imponer la música elegida (casi todo jazz instrumental), pero no termina de condecir con la carga emotiva por momentos. Me sucedió que ese timing y esa cintura para pasar de la comedia negra al melodrama que tan bien le sale a Bryan, termina no siendo tan claro para el resto del elenco y eso hace decaer el ritmo justo antes del clímax de la historia. Con una buena dosis de galería de personajes de la industria del momento como ser John Wayne, Kirk Douglas, Otto Preminger entre otros, más fragmentos de los films contemporáneos, la película apunta más que nada, al corazón de los cinéfilos. Por otro lado, la película no presenta particulares vueltas de tuerca y cae en todos los lugares comunes del género: la lucha, el desgaste de la vida social y familiar, reconocimiento de sus pares, las fotos de archivo con letras blancas sobre la pantalla negra. Nada nuevo bajo el sol. Y por más que no se apunte a ello, parece injusto frente a un personaje como Trumbo y a un actor como Cranston. Siento que se merecían mucho más ambos. El guión, a cargo de John Mcmara, quien tiene una larga trayectoria en TV, da un nuevo aire del peso del actor versus el guión y de su exposición pública que pudo haber sido lo más interesante pero que no explota. Justo un escritor hablando de un escritor, ¿No? El director, Jay Roach, con su trayectoria en comedias, explica un poco de por qué el tono del film no termina de definirse por momentos y por otros pierde ritmo. Si la vas a ver, no te va a decepcionar. Si encima sos amante del cine clásico, te vas a encontrar con homenajes adorables a varios títulos imprescindibles. Encima podés verlo un rato a Goodman que nunca defrauda. El balance no es malo, pero sí tiene gusto a poco, a mitad de camino. Fue un gran acierto no estrenarla en el conjunto de los films candidatos al Oscar donde iba a pasar sin pena ni gloria. Ahora, al menos, vas a sentir que salís hecho.
En la temporada de premios no estamos acostumbrados a ver este tipo de películas en las que se ven miles de sellos para mostrarte de dónde la financiaron pero es un buen ejercicio, demostrando que un buen guión y con personajes sólidos (la BBC es una gran escuela) es el alma de cualquier film. Brooklyn es la historia de una chica irlandesa que va a probar suerte del otro lado del océano. Mientras seguimos sus pasos en Nueva York, vamos conociendo la fauna local, la mezcla de inmigrantes, de cómo se incorporan al trabajo y al mercado allí. La reconstrucción, al estilo inglés, es minuciosa y de detalles encantadores. John Crowley, quien estuvo a cargo de muchos capítulos de la segunda temporada de True Detective, muestra su oficio en todo su esplendor cuando maneja los tiempos del melodrama, del peso de miradas y de los movimientos y gestos mínimos que son sumamente funcionales a la historia. Y el trabajo de Saorise es realmente remarcable. Pero de su talento sabíamos ya cuando aprendimos a odiarla en Atonement. El problema del film no es ni su elenco, ni su producción, ni el guión. El problema es que a la historia le falta gancho y que los intentos del partenaire de ella para poder engancharla terminan resultando débiles. Y la historia termina pareciendo muy pequeña para semejante metraje, por un lado, y para un estreno comercial por otro. Con esto quiero decir que cuando vemos que puede verse claramente la imagen manipulada del choma key y que el cuento que se cuenta parece tan pequeño, el film parece más bien televisivo. La nominación al trabajo de su actriz principal es sin dudas de las más justas de la temporada, sin embargo el resultado final se desdibuja en que al romance le falta peso y hasta al vestuario le pudimos haber sacado más jugo. Lo mejor de todo es que podemos ver un melodrama que permite que el barco salga de Gran Bretaña y llegue finalmente a Nueva York. Kate y Leo no tuvieron la misma suerte.
Spotligh significa poner el foco en algo, destacarlo. Si nos enfocamos en una cosa, claramente lo demás no importa tanto y cobra menos sentido. La gran maestría de esta película es ponernos constantemente en el dilema de qué es lo que vemos para dejar lo demás en sombras. Primera plana cuenta la historia de un grupo de investigación dentro de un diario local que acaba de ser comprado por el Times. Tanto es así que cambia su editor y cambia, de esta manera, el foco de su trabajo. De repente investigaban un tema y desestimaban otro, y ese otro desestimado, puesto en lo caliente por el editor termina siendo lo que destape Boston. Vale aclarar que es una ciudad muy tradicionalista, que no gusta ni de cambios ni de destapes. Robby (Michael Keaton) es el jefe interno de este equipo de investigación de cuatro integrantes que defienden elegir sus propios proyectos y reportan para demostrar avances. Es también el que guía a su gente a armar esta nota denuncian al sistema de la Iglesia Católica y cómo protege a los curas pedófilos y abusivos. El elenco se completa con un inmenso Mark Ruffalo, Rachel McAdams y Brian D`arcy James quienes manejan sutilezas de fragilidad y motivación para ir a la caza de la historia que son un placer de ver. Una clase de actuación y un elenco de lo más sólido. La película tiene pocos golpes bajos y son realmente funcionales. Un plano secuencia con una cámara subjetiva siguiendo al personaje para encontrarse con un espacio hostil cerca de su casa y de sus hijos, un plano detalle a las marcas de la aguja en las venas, no mucho más. Es mucho peor lo que no se dice y lo que van marcando en cada paso que dan. Es reconocer que el sistema mismo está dispuesto a reventarnos y sin embargo siempre lo mantenemos en alzas. El director es Tom MCarthy, quien también estuvo a cargo de co escribir el guión, y recupera toda su vena periodística y del armado del buen suspenso como usó en Michael Clayton, pero con un tema sórdido, muy potente, que a uno se le cae la mandíbula a medida que avanza el film. ¿La genialidad? Nunca nos termina de dar el zarpazo, con lo cual salís meditando, y mucho. Una película con buen ritmo, excelentes actuaciones y un caso real para ponerte los pelos de punta. Recordá siempre mirar qué estás dejando de ver para ver lo que estás mirando.