LA REALIDAD QUE DUELE En 2015 el analfabetismo parece un anacronismo, al menos para un gran sector de la población mundial, y es por eso que cuando emerge (cuando logra atravesar las barreras de las capas sociales y alojarse en el supuesto lugar equivocado) aparece el miedo. Ese miedo que nace cuando la tierra escondida bajo la alfombra ve la luz. Claro que es más fácil dar la espalda y continuar, pero lo cierto es que hoy existen, al menos en Argentina, grandes porciones de compatriotas que no saben leer ni escribir. Situación que los ubica al margen, no solo del mundo del trabajo en blanco, sino de sus propias identidades, y dignidad como seres humanos. El patrón, radiografía de un crimen es la película que a Sebastián Schindel le costó doce años de trabajo en los que pudo ahondar en el peculiar mundillo de las carnicerías (allí donde muchas veces la salubridad se pasa por alto y las coimas están a la orden del día) e investigar a conciencia el crudo texto homónimo de Elías Neuman. Entonces, Schindel, trabajó para recrear de forma audiovisual un hecho policial que sacó a la luz una problemática siempre tabú: la esclavitud en la actualidad. Así es que se lanza a contar la historia de Hermógenes Saldivar, un peón santiagueño analfabeto. En la piel de Joaquín Furriel, Hermógenes Saldivar es “empleado” por el Sr. Latuada (Luis Ziembrosky) quien, como primer acto de violencia le cambia el nombre. Hermógenes ahora es Santiago (como su provincia) y con su documento de identidad secuestrado es “invitado” a trabajar en una de las carnicerías de su empleador-amo. Todo parece un cuento de hadas, pero así como la carne comienza a descomponerse, el ambiente también lo hará cuando, enrarecido, comience a oler a muerte. Con una puesta en escena situada en locaciones reales, la imagen de El patrón… se vuelve un personaje más de la historia. La pieza de Hermógenes, la gran heladera frigorífica y el mostrador de venta de la carnicería muestran el estado de la situación: hacinamiento, precariedad, olvido. Así como la selección de los espacios fueron parte de un arduo plan de producción, también lo fue la decisión de caracterizar a los personajes, sobre todo al de Joaquín Furriel. Cómo representar tanta desidia sin caer en lugares comunes o mal entendidos que lleven a pensar en discriminación, fueron las cuestiones centrales. Las actuaciones se adaptan al dramatismo y tensión que reviste la compleja representación de un hecho policial tan comprometido, y es para destacar la fluidez de una narración que tiende siempre al relato y no a forzar ningún tipo de punto de vista. Con alma de documentalista, Schindel conoce este terreno, y en este filme despliega su potencial de excelente observador. Hermógenes pronto se instala, y con él, su mujer quienes hacinados viven en la “piecita” del fondo (que les cuesta el valor de un kilo de carne diario). Los dos llevan adelante la carnicería del patrón, pero la carne que llega del frigorífico está podrida, y es así cómo el peón es enseñado a “defender” los cortes, más allá de su estado putrefacto. Todo apesta, el olor es nauseabundo y Latuada cada vez se pone más violento. Entonces entrenado en el arte de la faena, y con amplio dominio de los cuchillos, Hermógenes hiere de muerte a su patrón. A la estocada final le sigue la cárcel y la culpa de un hombre al que le costó comprender que la víctima era él. Víctima no sólo de un patrón deshumanizado, sino de una sociedad que trata a las personas como cosas y a las cosas como personas. ¿Dónde está Dios? Tal vez en la mirada de los niños que tienen todas las posibilidades del mundo a su alcance, pero no de todos, porque habrá, lamentablemente, una gran porción de ellos que se queden al margen. ¿Al margen de qué? Al margen de la vida. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LO QUE SEDUCE ES EL PODER Como todo buen producto marketinero, Cincuenta sombras de Grey primero se viraliza a través de un best-seller que deja mucho que desear en tanto calidad literaria, pero que sin embargo logra capturar la atención de un gran conjunto de mujeres a lo largo y ancho de todo el mundo occidental. Segundo, se convierte en una trilogía, de la que por ahora sólo se conoce la primera entrega, para convertirse en tercera y última instancia en una alocada corrida de boleterías. ¿No será mucho? Yo creo que sí, de todos modos, hay algo de lo que no se puede dudar y esto es, el don místico de los medios y sus aparatos de prensa. El emporio del despilfarro, la carencia de sensualidad y el poco (o nulo) sentido cinematográfico hacen de este filme una película chata, eternamente aburrida y extremamente moralista. Acaso, ¿Todo debe tener una justificación? ¿no será que la maquinita hollywoodense pretende “curar” a Cristhian Grey? Muchos son los interrogantes que se le pueden formular a este discurso pochoclero que busca la provocación sexual pero lo único que logra es la risa y la decepción. Así, Cincuenta sombras de Grey, se acerca más al melodrama mejicano de la tarde que al erotismo prometido en tantas líneas vacías. Anastasia Steele es una joven estudiante de literatura inglesa quien con claros signos de torpeza logra flechar el acartonado corazón de Cristhian Grey, dueño de una compañía internacional de telecomunicaciones. Fin de la historia que dura ciento veinticuatro minutos. ¿Cómo logra el filme llenar todo este metraje? Misterios de la industria… Si habría que analizar la película detenidamente (tarea que encuentro atractiva ante la falta de cualquier otro contenido) se dirá que gracias a imágenes que pretenden ser metafóricas se busca cautivar a cierto inconsciente latente en busca de sexo. Es así como, por ejemplo, en uno de esos pasajes, Anastasia al bajar de su autito desmejorado queda disminuida en un plano con gran angulación contrapicada que la deja estupefacta frente la enorme dimensión del edificio Grey. Reducida sólo a cabeza y de espaldas a cámara (el plano recorta sólo esa posición de su cuerpo) la inmensidad de la arquitectura edilicia parece comérsela viva y ella sólo puede balbucear unas pocas palabras. Se nota como la falta de sutileza no sólo se da a nivel guión, sino también en escalas de realización. Otro ejemplo de reducción e instauración del concepto de la sumisión es la forma en la que Anastasia y Cristhian se conocen. Si la escena del edificio no fue suficiente para demostrar quién es más poderoso, sólo habrá que esperar unos minutos para que la evidencia salga a la luz. Grey espera a la estudiante tras las puertas de su despacho, y ella ingresa a éste dando un traspié que la deja en el piso ante los pies del multimillonario. El extiende su mano y la levanta del suelo, lugar que luego le ofrecerá como propio, si es que ella acepta el contrato de sumisión. “Esperame desnuda, arrodillada, peinada con una trenza, con la vista baja y al lado de la puerta” Será la propuesta. Y a cambio que obtengo, preguntará ella. A mí, responde él. Lejos de la sensualidad, lo que Cincuenta sombras de Grey parece mostrar es un decálogo mal redactado para señoritas inexpertas. Tengamos en cuenta que no hay una sola escena de sexo en la que no se utilicen algunos segundos de película para mostrar como Cristhian abre un envoltorio de preservativos. Exceso de diálogo que tiende a la justificación permanente de cada acción y un sadomasoquismo que aparece edulcorado y con presencia de grandes rasgos de culpabilidad cristiana, el filme hace mucho ruido pero muestra pocas nueces. ¿Qué le puede faltar a este relato inocuo? que una angelical muchachita virgen que se ha enamorado del supuesto hombre equivocado, pero que luego de una paulatina transformación de personalidad y sentimientos, a base de acciones cliché de la típica fórmula “chica conoce chico…”, logra re encausarlo en la senda del buen amante de la agotadora novela rosa pastel. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LA IMPORTANCIA DEL TIEMPO “Mientras haya vida, hay esperanza” es, tal vez, uno de los lemas más recordados de la historia contemporánea. Y no es casual, porque lo que estas palabras comunican es la representación de una vida de lucha y optimismo. Fue el célebre físico Stephen Hawking quien la pronunció por primera vez, quedando aquel evento como la representación más concreta, no sólo de su existencia como ser humano, sino también de su preocupación profesional: el tiempo. La teoría del todo es la sexta película del realizador inglés James Marsh, quien en esta oportunidad presenta un biopic cargado de altas dosis de comedia romántica. La vida del teórico hace carne en la piel del joven actor Eddie Redmayne, el cual logra transmitir la complejidad que reviste la enfermedad de “la neurona motora”, aspecto que le da al filme el aire de solemnidad que merece. De todos modos, es oportuno también citar que en su conjunto, la película que narra la historia de Hawking, por momentos alcanza el tedio, sentimiento que parece reducirse gracias a una bella fotografía y un adecuado montaje. Cronológica e intercalada con el relato de la historia amorosa de cómo conoció a su esposa, Le teoría del todo, peca de empalagosa, y es ahí donde decae su ritmo narrativo. Sin embargo, la empatía con ambos personajes (el propio Hawkings y su esposa) hace de la totalidad del texto una obra armoniosa y estética, que privilegia las focales angulares y los juegos fotográficos que surgen de las variaciones luminosas de distintas fuentes como el sol o la luz negra (impecable es la escena donde brillan los guantes que simulan estrellas). Con una combinación casi perfecta entre realidad y realismo, la película de Marsch ilustra los aspectos cotidianos de una enfermedad que atemoriza por la involuntaria y progresiva decadencia física. Lo único que puede responder el joven Hawking luego de escuchar el relato médico de cómo su vida se iría evaporando, es “¿y mi mente?, qué pasará con mis pensamientos?” Las que valen, en todos los casos, son las ideas, porque la fama de este genio no proviene de su aspecto físico sino de su desarrollado intelecto. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
CÓNCLAVE FAMILIAR La comedia francesa es un género efectivo (o efectista) que casi siempre funciona. La fórmula se vale de altas dosis de humor, con gags y pasos típicos de enredos, que muestran la buena y mala ventura del conjunto de personajes que las habitan. En Dios mío, ¿qué hemos hecho? todos estos elementos se mezclan para dar como resultado un filme entretenido en el que se pondera como tema central la diversidad religiosa. Todas las hijas de una acomodada familia católica contraen matrimonio, pero lo que tendría que ser un encadenamiento de celebraciones termina siendo una seguidilla de eventos desafortunados que ponen en jaque la tranquilidad familiar. Tres de sus cuatro preciosas hijas se casan con miembros de distintas religiones: budista, musulmán y judío. La esperanza de los padres es la cuarta, es decir, la única y última posibilidad de que la familia, por fin, pueda celebrar una boda católica. Pero, ¿lograrán el cometido? Más allá de lo que podría imaginarse que suceda (que de hecho sucede), el gancho de la película es el morbo pasatista de ver hasta cuanto podrá un padre soportar la tensión de tener que convivir íntimamente con personajes como sus “raros” yernos. ¿Quién es el distinto? ¿Ellos o él? Y es tal vez, aquí donde el film se pone prejuicioso al querer centrar el punto de vista del lado más conservador y reaccionario. Es obvio que alguna posición debía tomar, pero lo cierto es que, sin entrar, en profundidades ideológicas, lo que aparece en la superficie fílmica es una melange cultural pintoresca. ¡Mon Dieu! dirán los padres mientras que la decepción los abraza fríamente, y como buenos católicos lo que sigue es la culpa. Qué hemos hecho como padres para merecer esto, se preguntan todos los días hace más de seis años. Acostumbrándose o forzados a, la gran familia disfuncional logra despertar complicidad y una dosis justa de risas, siempre y cuando, la burla se comprenda sin ofensas. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LA NADA MISMA Si alguien cree que la presencia estelar de Jhonny Deep es algún tipo de garantía de calidad resulta oportuno indicar que, no sólo este filme es digno de olvidar, sino que pareciera que Deep aún navega en el Perla Negra. Aburrida, abúlica, tediosa y carente de originalidad, a Mortdecai es mejor perderla que encontrarla. Con todos los elementos necesarios para poder ser una parodia del género policial, es el afán de síntesis y la incapacidad de asimilar la esencia de la acción, la que el realizador muestra cuando se apresura al narrar, sin tapujos, y apelmazar escenas de sexo frustrado y densas persecuciones en automóviles, con extensas secuencias que sólo parecen existir para confirmar que el Sr Mortdecai es un completo imbécil. En bancarrota y con una vida prestada, Mortdecai intenta perpetrar la estafa que lo sacará de ese estado económico penoso. Pero lo lamentable no son sólo sus finanzas, sino también su estilo de vida mediocre y librado a la suerte de su par dramático y fiel lacayo, quien a diario, lo salva de morir ante cada estupidez que el Sr. no logra o no quiere decodificar. ¿Es necesario que el personaje protagonista sea tan obtuso? Si el objetivo buscado es la gracia, no lo logra. ¿Qué queda para Paltrow y Mc Gregor? Tal vez sus opacadas performances y algún atisbo de salvataje emocional que no logran llenar el vacío de tanto metraje sin sentido. Comedia policial de manual, mal leído, o falsa interpretación por parte de su realizador, Mortdecai, algo anticipa en su título. Las bellas artes como excusa olvidada y el molesto recurso animado con el que se sugiere el cosmopolitismo del protagonista y su abandonada, pero astuta mujer, son algunos puntos más que engrosan el listado de fallas que cuenta este filme viciado de pretensiones y continuas seguidillas de gags faltos de gracia, acidez o ironía. La trama es débil, las actuaciones un perfecto desastre, y la atmosfera de artificio mal logrado, es sólo la frutilla que corona este postre de receta alterada. Qué lástima que el artista del engaño no pudo deslumbrar con ninguno de sus trucos. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
CON SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS Con una extensa pantalla en negro y rumores sonoros de una batería, Wiplash, se inicia en la senda rítmica del jazz. Lo que sigue es, tal vez, la escena típica en la que se descubre a un joven intentando dominar el arte del tempo, situación que, según la lógica del relato clásico hollywoodense, deberá ir progresando con el correr del metraje. Sin embargo, si bien, el filme no logra destacarse por la creatividad de su historia, sí llega a encontrar cierto ritmo interno, el cual habilita el camino de la identificación con su protagonista: este joven aprendiz de músico que desea triunfar, cueste lo que cueste. Andrew Neyman (Milles Teller) sabe bien cuál es su objetivo en la vida, y es por eso que matriculado en la mejor escuela de música, su sueño es la gloria, junto con la fama y el reconocimiento por sus dones naturales a la hora de jazzear con la batería. Alojado en un seno familiar cuyas mayores expectativas son las victorias deportivas, Andrew, no conecta con este grupo de personas que no logran visualizar que los verdaderos sueños sólo se cumplen a través de la disciplina y el esfuerzo diario. En tanto aspectos netamente cinematográficos, Damien Chazelle, su realizador, captura a través del montaje rítmico, pasajes audiovisuales pintorescos que reflejan espectros neoyorkinos, aquella mítica ciudad que parece exhalar jazz. Preocupado en reflejar el estado de ánimo del protagonista, Chazelle se vuelve intimista a la hora encuadrar casi sin salirse del primer plano y optando por una paleta cromática amarillo-verdosa, la cual tiñe las escenas de una singular atmósfera vintage. Consciente de su propio potencial, Andrew, se sabe poderoso a la hora de enfrentar, por ejemplo, a Terrence Fletcher ( J.K.Simmons), un estricto docente del conservatorio, quien con técnicas muy poco pedagógicas, intenta colaborar en la revelación de verdaderos talentos musicales. Es la dupla dramática de estos personajes la que marca el centro de atención de esta historia que habla acerca del poder de las convicciones. Con mensaje esperanzador y al mejor estilo happy ending, Wiplash, recupera ciertos tópicos del tan recordado carpe diem, y su espíritu de progreso ilimitado y juventud prometedora. Viva por aquellos que viven las mieles de sus sueños cumplidos. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
NO TAN EXTRANJEROS Sordo, la opera prima del realizador y productor Marcos Martinez, es una ficción que, con alma de documental narra una historia de búsqueda, en la cual las imágenes logran capturar, tanto la “cocina” de la autogestión teatral como la realidad de un mundo de personas, quienes, a través de sus gestos se dan a conocer ante los otros, esos raros oyentes. Con el punto de vista fijo del lado del sordo, la falta de audición se naturaliza, situación que habilita la posibilidad de dejar de pensar en lo ausente, y arriesgar el intento de crear con lo presente. Un grupo de actores amateurs protagonizan este filme que viene a contar la forma en la que una discapacidad no logra ser obstáculo suficiente para quebrantar las ilusiones. Cada uno de los personajes se muestran vivos, cuestionados y cuestionables, y sobre todo, activos. Porque el objetivo no es montar una obra sólo para sordos o grupos terapéuticos, sino algo más grande, algo que roce, y porque no, traspase, las puertas del profesionalismo. Provocar placer estético es el norte de los autodenominados “Grupo Extranjero”, quienes equiparan su falta de audición con la experiencia que viven las personas que viajan a un lugar desconocido, y necesitan de recursos auxiliares, como la gestualidad, o un idioma inventado, para poder comunicarse. La comparación no es en vano, y colabora con la hipótesis central de una película que reflexiona, muy a conciencia, acerca de las posibilidades, siempre mediadas, de la comunicación humana. El emplazamiento es doble, y son la realización técnica y la producción de sentido, los pilares teóricos sobre los que se fundamenta. La mirada a cámara de los personajes en los segmentos de transición sonorizados por la voz de la intérprete, la incorporación del video a la puesta en escena teatral, y los aparatos de filmación que graban momentos que los sordos no pueden capturar por sí mismos, entre otros detalles, son las imágenes emblema que funcionan como ejemplos a la hora de mostrar cómo funciona la comunicación: nunca directa y siempre afectada por algún tipo de “ruido” entre emisor y receptor. En este caso, el teatro dentro del cine, invita a pensar cómo la materialización de un producto artístico, a modo de discurso, se limita a la dependencia de un dispositivo tecnológico para resolver la parte “audio” del cine como medio. Lejos de recurrir a cualquier lugar común, el realizador utiliza cada herramienta del lenguaje que está manipulando para adicionar sentido a la trama: a falta de palabras hay luces, y es así como la escena más notable del filme aparece cuando en un ensayo, el espacio virtual negro de la pantalla encuentra profundidad al accionarse, en diferentes puntos del encuadre, una luz puntal que ilumina la acción de cada personaje involucrado. Si hablamos de forma y fondo, se hace sencilla la tarea de ubicar en Sordo dos problemáticas concretas, una diegética (llevar a cabo una obra de teatro) y la otra conceptual (cómo el filme habla acerca de la mediación de los dispositivos). Es por eso que el largometraje se vuelve rico cuando logra poner en escena, con recursos cinematográficos, los problemas del propio medio: ¿cómo realizar un filme de sordos, con sordos, sin caer en los lugares comunes de la discriminación o la burla? Martinez encuentra una solución técnica (pone en escena, a modo de personaje, a una intérprete) que luego resignifica de manera estética, el sonido se vuelve gesto, y el gesto metáfora. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
No es por menospreciar a ninguna religión, pero lo cierto es que Apocalipsis, la última película del avejentado Nicolas Cage, no tiene nada que envidiarle a aquellos videos paródicos que suelen verse en Los Simpsons antes o después de los encuentros dominicales del Reverendo Alegría. Con estricta bajada de línea moralista y un guión forzado hacía, no sólo lo inverosímil, sino también lo ridículo, el filme cuyo tráiler vende “una de acción”, decepciona desde el minuto uno. Con Cage a la cabeza de un elenco que parece no haber pasado nunca por una clase de actuación, la película, que cuenta la historia de cómo, ante el fin del mundo, Dios, decide salvar a los impolutos sin pecados, dejando en la Tierra a personas odiosas, pecaminosas y sucias como los adúlteros, los drogadictos, las prostitutas y, sobre todo, a los no creyentes, el filme intenta recrear un discurso “pedagógico” que imparta (y recuerde una vez más) a todos los fieles el mensaje de la redención y el perdón ante la catástrofe del día del Juicio Final. Por eso, es que desmaterializados en el aire, los elegidos abandonan sus pertenencias mundanas en la Tierra para elevarse al Reino de los Cielos, mientras que todos los demás mortales deberán quedarse para morir cruelmente. El cuestionamiento a la palabra del Señor es el pecado más grave e irreparable de este universo estrafalario en el cuál, los aviones aterrizan sin combustible, con una sola turbina, y en un reducido espacio de tierra iluminado por un fuego provocado por derrame de nafta. ¿Acaso Dios, no hubiera preferido que toda esta manada de pecadores muera incinerada? La respuesta es sencilla: No. No porque el Todopoderoso se haya apiadado de sus almas, sino más bien porque el director del filme los necesitaba a todos vivos, para que tomados de la mano, cual final de comedia barata, avizoraran cómo la ciudad se consume en llamas. Y si a esa altura, alguien aún recuerda que la película se llamaba Apocalipsis, la única justificación que habilita su nombramiento, es este plano general en el cual la destrucción masiva sólo se aprecia a lo lejos y realizada con efectos especiales de la década pasada. Llena de lugares comunes, viciada de falsa teología y con una estética “invisible”, Apocalipsis es uno de esos filmes que es preferible borrar de la memoria porque no sólo no brindan un goce cinematográfico, sino que dañan la imaginación e intelecto de todo aquel que la vea. Mis dos puntos van únicamente para el trabajo del equipo técnico que seguramente ha tenido que padecer durante todo el rodaje. Ellos sí que deberían ser los elegidos. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
EN EL SÉPTIMO DÍA En un pequeño pueblo costero de Irlanda, una comunidad de estrafalarios vecinos viven al margen de la vorágine citadina en una falsa tranquilidad. Bajo las reglas de un estricto, pero menospreciado catolicismo, estos seres atormentados exponen sus dolencias y preocupaciones a la bondad del Padre James (Brendan Gleeson), el cura rural a cargo de la zona. La pasividad del ambiente (muy bien representada en esas secuencias aéreas en las que, con funcionalidad de segmentar, se retratan bellos rincones paisajísticos) nunca se exaltará, excepto en tres momentos (el incendio de la iglesia, la borrachera de James y su muerte) en los que necesariamente la furia de la catarsis debe aparecer a modo de alivio para la estructura de un guión sencillo que se re inventa cada vez que un nuevo personaje aparece en escena. Calvario vive de la interacción entre la actuación de Gleeson y los demás personajes, a quienes como excusa dramática el cura visita en cada uno de sus domicilios o lugares de trabajo con el fin de exponer situaciones concretas como el adulterio, la avaricia, la codicia, y así, la lista completa de casi todos los pecados capitales. De forma muy teatral y con una fotografía que deslumbra en virtuosismo de color y composición de encuadres, el filme logra ventilar algunos secretos íntimos de un conjunto de personajes que parecen vivir de prestado en un escenario ficticio que sólo se accionan al momento de que la filmación comience. Fuera del espacio fílmico podrían dejar de existir para pasar a ser sólo fantasmagorías de aquellos conceptos católicos que es menester de la iglesia apostólica romana resolver, o al menos, enmendar. Momentos para destacar son los pasajes en los que la ciencia de la medicina y la fe logran hacer un contrapunto dialogado, en el que el ateísmo profeso y la divinidad parecen batirse en un duelo infinito que no logra concluir jamás. También es propio mencionar el caso del accidente automovilístico y la posterior muerte de un extranjero. La viuda debe volar con el cadáver de su marido en la bodega de un avión en el que también viaja el mismo cura que no logró consolarla. Rozando la línea de la obviedad, la película peca, en reiteradas oportunidades, de moralista. Pero esta situación disminuye una vez que el espectador se compenetra con el relato. Un relato fluido y preocupado por la estética no sólo visual sino también dramática. Varios son los que podrán sentirse ofendidos por lo que Calvario intenta transmitir, de todos modos, las múltiples lecturas se encuentran habilitadas para dejar avanzar un filme que no sólo habla de la religión sino más bien de las personas y sus debilidades. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Entre referencias al mundo de la “polis” griega y una fuerte tendencia a la concientización ecológica, The Giver (El dador de recuerdos para Argentina) es una película de ciencia ficción que busca representar cómo sería la vida bajo las estrictas reglas de un super poder dictatorial que garantiza la armonía y perpetua estabilidad de sus habitantes. El sistema de organización de la antigua Grecia no sólo era estrictamente jerarquizado sino también severo y único. Fuera de la seguridad de la polis, el “más allá” era sinónimo de exilio, desprestigio y muerte. Lo mismo sucede en The Giver, donde una comunidad de humanos viven dominados por un sistema de gobierno, cuya jefa es Meryl Streep, en el cual se han afectado varios sentidos. Ubicados en un tiempo y espacio que bien podría ser el futuro, el filme comienza con una imagen aérea que revela la forma de este gran asentamiento apático. Es la forma de una corteza de un árbol lo que delimita el fin del territorio habitable y el principio de la nada. Así, sobre los restos de un gran árbol talado, se erige este pequeño gran mundo controlado. Ideales contra natura para recrear una naturalidad perfecta son la base ideológica de este grupo de gobernantes que vivieron un pasado lleno de dolor (a causa de los sentimientos), y que, con el fin de preservar la especie humana, decretaron de forma deliberada la eliminación de todo vestigio sentimental que pueda existir. ¿Cómo lo lograron? Sedando a toda la población con una inyección matutina diaria que funciona como bloqueador. La teoría de las Ideas de Platón ya advertía acerca de lo peligroso que era confiar en los sentidos, más tarde, y como transición hacia la modernidad, Descartes, lo confirmaba con su método, el cual lo hizo dudar hasta de su propia existencia. ¿Serán entonces los sentidos tan engañosos como para tener que eliminarlos de la humanidad? Una vez planteado el estado de situación, el drama comienza cuando Jonas, el protagonista, se da cuenta que él es diferente al resto y, más allá de que es el único que puede ver en colores, siente que su misión en la aldea tiene que ver con una gran carga de responsabilidad y entrega. Designado por el Tribunal de Ancianos a ser el habitante quien funcionará como portador de las memorias de toda la comunidad, su entrenamiento (a cargo de Jeff Bridges) consiste en acumular recuerdos ajenos para poder transmitirlos al próximo dador de recuerdos, y así hacer perdurar la historia de los orígenes. La tarea es compleja y la instrucción casi un calvario, pero este descubrimiento sensorial será el que lo llevé a intentar quebrar todas las leyes establecidas y devolver a la humanidad aquellos sentidos que si bien tienen un lado muy oscuro, como la muerte y la guerras, también tienen otro costado hermoso que es aquel por el cual surge el amor, la familia y el arte. Evitando la inyección diaria poniendo en lugar de su brazo una manzana (cualquier coincidencia con la historia acerca del pecado original no es mera coincidencia), Jonas parece comenzar a experimentar una extraña sensación: por primera vez toca la mano de una mujer, y al descubrir el encanto de su mirada color verde se da cuenta de lo que es el amor. Inundado de información sensorial, decide traspasar los límites de la Aldea y aventurarse a lo desconocido sólo para alcanzar el portal que re activa los sentidos, y poder regresar la vida natural a todos los habitantes de la comunidad. Con un bebe en brazos y la ayuda de un trineo enterrado en la nieve, Jonas será el responsable de un nuevo despertar. Es Navidad, y entre villancicos, y la ocasión que la festividad conmemora, es el espíritu de renovación y nacimiento lo que The Giver quiere ofrecer como moraleja. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar