“CON HORTENSIAS EN LA CASA, LAS SOLTERAS NO SE CASAN” Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea presentan Hortensia, una película agradable que explora el duelo de una joven que no puede superar su edipo. Ambientada en un pasado estético y obligado a retratar los tópicos típicos de “aquella época”, el filme logra reconstruir escenas en un tono vintage que mezcla sentimentalismos con nostalgia. A Hortensia se le muere el padre por culpa de la electricidad, abrir la legendaria heladera Siam con los pies mojados no fue la mejor idea; y su madre se fue para no regresar porque “el fantasma del fallecido aún merodeaba los pasillos”. Además, la echaron del trabajo por su torpeza y su novio la dejó por la mejor amiga, que encima, le debe dinero. Es diciembre y mientras la gente festeja la llegada del nuevo año, Hortensia sabe que su única relación confiable es la que tiene son Perroni, su fiel amigo can. En auténtica soledad, Hortensia sabe que es lo que tiene que hacer: recuperar aquella vieja carta que se envío a sí misma para abrir sólo en caso de emergencia. Con dos objetivos específicos fijados por ella misma (pero hace muchos años atrás) y con la silueta del cadáver de su padre aún dibujado en el piso de la cocina, el camino desgraciado recién empieza. Muerto su padre (su gran y único amor) ¿cómo podrá continuar? Su padre era taxidermista y así como su profesión, la casa familiar se tiñó de perennidad. Aquellos animales inertes, pero inmortalizados en la plenitud de su belleza, no representan más que una realidad que apremia: el tiempo pasa y Hortensia sigue soltera. Y es el tiempo, justamente, y la profunda soledad lo que marcan esta historia de constante desamor. Lublinsky y Urtizberea ponen en escena una historia que retrata el tránsito por el duelo de una joven con sueños indefinidos y un alma solitaria. Refugiada en el sótano de su casa donde los restos de un animal aún aguarda su turno para ser embalsamado, Hortensia trama un plan: cumplir sus dos objetivos los cuales la invitan a tener una nueva vida un poco menos ermitaña. Por Paula Caffaro @Paula_Caffaro
OTRA CASA EMBRUJADA El prolífico Del Toro pone en pantalla su nueva película, Cumbre escarlata (Crimson Peak), un filme que se encuentra inmerso en el universo de fantasía que el realizador ha venido creando a través de su vasta filmografía. Como director de género (y de culto), Guillermo Del Toro tiene la fórmula para encantar al espectador haciéndolo partícipe de ambientes de ficción que muchas veces se tiñen de paranormales. Por eso, los seres de otros planetas y los fantasmas, entre otras características, son elementos recurrentes de su retórica fantástica. Con un título que traduce casi con fidelidad el nombre original de la película, el filme parece transmitir un primer mensaje a viva voz. A través de un rico juego de operación metafórica, el color carmesí de la arcilla se confunde fácilmente con la intensa tonalidad de la sangre. Interesante comparación que le da a toda la obra un extrañamiento particular que remite, de forma recurrente, a toda aquella sangre que se verterá (y se vertió) como consecuencia del infortunio de dos hermanos aristocráticos en decadencia. Pero la metáfora no está plasmada solamente de forma tan evidente. Esta operatoria lingüística se vuelve a repetir en dos oportunidades. Por un lado, cuando la joven Edith (Mia Wasikowska) intenta una y otra vez explicar que su novela no es de fantasmas, sino que éstos son sólo una metáfora del sentido que ella está expresando. Y por el otro, cuando Lucille (Jessica Chastain) argumenta cómo las mariposas son víctimas de las astutas polillas que habitan la mansión de Allurdalle Hall, más popularmente conocida como Crimson Peak, menos por Edith. Al fin y al cabo, el juego retórico lo que propone es una suerte de mecanismo en el que los victimarios, tal vez se encuentren envueltos en sus propias horrorosas estrategias, sólo que aún no lo saben. El propio funcionamiento del mecanismo no los deja ser conscientes del advenimiento del inevitable destino negro. Edith es una novelista amateur sin suerte a quien la muerte prematura de su madre la dejó marcada para el resto de su vida: no solamente por el dolor de la pérdida, sino por las constantes visitas que recibe de su fantasma. Edith, tiene un pretendiente debidamente seleccionado por su padre, pero ella hará caso omiso al mandato paterno para enamorarse de un Barón inglés, Sir. Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), ex terrateniente actualmente en decadencia. La historia de amor estaría dada casi sin obstáculos, sin embargo, Del Toro opta por darle a su filme un halo de tragedia cuando pone a Lucille Sharpe, hermana de Sir. Thomas, a impedir con vehemencia esta relación. Ambos conforman una sociedad que no sólo busca estafar a los grandes burgueses, sino también acabar con sus vidas a través de una cautivamente dinámica que consiste en la seducción de bellas jóvenes para quitarles el dinero familiar y luego su vida. Cumbre escarlata tiene una excelente fotografía y un casting más que interesante, pero tiene un grave problema: su hilo dramático no termina de innovar y la sensación de que no aporta nada nuevo se ve reforzada por la presencia de todos los lugares comunes del género, sobre todo, el conocido tópico de la casa embrujada. Las almas en pena vagan por Crimson Peak, justamente el lugar que el fantasma de la madre de Edith le dijo que evitara. Esta historia ya la vimos, ¿podrá sorprendernos en algo? Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE FRÍO A Joel Edgerton lo vimos varias veces. Su rostro en pantalla no sorprende a ningún espectador porque le devuelve el reflejo de una imagen conocida y asimilada sobre todo por el vasto repertorio de filmes que hoy en día podríamos llamar “clásicos”. Edgerton es australiano y en su curriculm aparecen títulos como Star Wars o El gran Gatsby, entre otros “tanques”. Pero en El regalo la apuesta se redobla, y no sólo actúa sino que dirige. ¿Por qué arriesgarse a traspasar la frontera imaginaria que delimita las dos caras opuestas del set? En este debut como realizador la propuesta de Edgerton presenta una película de género. Compacto en su estructura y muy bien narrado, El regalo, es un filme que revela la forma de un despertar creativo en la vida profesional del actor. Con elementos caracteristicos del trhiller psicológico, el género abre el juego a una serie de eventos que marcan la presencia (casi insospechada) de un tema con resonante actualidad: el bullyng. En El regalo, los límites y posibilidades están claras: cada personaje y cada escena tiene un motivo, por eso, es el propio versomil el que envuelve al espectador en una historia cuyo ambiente no deja de enrarecerse ni extrañarse a medida que la cinta avanza. Simon (Jason Batteman) y Robyn (Rebecca Hall) son una joven pareja que se muda de estado para alojarse en una enorme casa con paredes de vidrio casi en su totalidad. Cualidad que será clave a la hora de situar los hechos de esta historia que narra el desequilibrio que puede causarle a una pareja la llegada de un tercero apararentemente desconocido. A través de una metodología precisa (caculada y premeditada), Gordo (Edgerton) comienza a dejar presentes en la casa de vidrio. Situación que se iniciará como un juego de simpatías hasta que los regalos comienzan a develar la existencia de un pasado sobre Simon que Robyn no conocía. ¿Quién es Gordo?¿Por qué afecta tanto la vida íntima de la pareja? Con este interrogante se presenta El regalo una opera prima de calidad que entusiasma por la utilización certera del ritmo y por la austucia de contar una historia que remite al pasado sin caer en el fácil y obvio recurso del flashback. Además cuenta con la presencia de un giro dramático que da vuelta la trama ubicando en un lugar muy cuestionable la reputación del protagonista. Condimento que le agrega un plus de sentido a esta película que se preocupa por sus personajes, la escenografía y el sonido. Porque nada está puesto por azar, y en esta puesta en escena, nadie es totalmente bueno ni totalmente malo. Todos son culpables y deberán pagar por ello. Rebecca Hall es excelente para encarnar a Robyn, pero una de las malas desiciones de Edgerton fue la de no terminar de cerrar del todo su personaje al incluir una enfermedad o adicción de la que se está recuperando que la ubica en una situación poco resolutiva. Es decir, parecería que el cineasta quisiera poner en duda la veracidad del relato de Robyn al hacer dudar al espectador y no a los propios personajes provocando la intriga fuera del verosimil construido. El regalo no es solo el alma de este filme que basa su lógica en la rítmica entrega de misteriosos obsequios, sino también en la novedad de ver a Edgerton en un nuevo rol dentro de la industria cinematográfica. Quedamos a la espera de su próximo trabajo. El comienzo es prometedor. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
ELLA BAILA SOLA Sebastían Schipper es el creador de Victoria, un filme estridente no apto para claustrofóbicos. Filmada en un único plano de 140 minutos, la atmosfera de la película se presenta como la protagonista de un relato que acompaña las acciones de un grupo de jóvenes berlineses durante toda una madrugada. Victoria es madrileña pero vive en Berlín hace tres meses, trabaja en un Café y por las noches baila sola en una disco local. Entre luces estroboscópicas y música electrónica ella disfruta de su juventud pero también de la estadía en esa ciudad que la fascina. Esta parece ser su rutina, y es este embelesamiento el que Schipper busca retratar cuando decide concentrarse en primerísimos primeros planos muy intimistas del rostro de la actriz. La pandilla urbana se topa con Victoria, y sin muchos rodeos logran que se una a su grupo con el objetivo de seguir festejando más allá de las fronteras del local bailable. Entonces, a partir de aquí, la historia se presenta como un increccendo de tensión dramática que no cesa hasta el final del metraje. Aspecto que se ve amplificado no sólo por la decisión estética del uso del plano secuencia, sino también por la utilización de la cámara en mano, efecto que provoca más naturalidad a la narración, así como también la sensación de que el espectador es uno más de ese grupo de jóvenes desde una falsa subjetiva. La tensión alcanza límites insospechados y lo que comienza siendo una fiesta pronto, se va transformado en un policial europeo en donde las persecuciones están a la orden del día, casi como en un video juego de realidad virtual. Pero Victoria es mucho más que ese cúmulo de tensiones, es un filme que logra traspasar la pantalla cuando incluye a la audiencia en un ritmo dramático que pocas veces se vio. Es decir, la película seduce y convence al espectador del mismo modo y al mismo tiempo que se ve transfigurada la noche de diversión en un caos delictivo. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
EL AMOR EN REVERSA La espuma de los días es la anteúltima película del francés Michel Gondry quien con su imaginario surrealista y su siempre confortable “toque crítico” invita nuevamente a la experiencia de viajar a mundos soñados donde los temores o las ilusiones cobran vida, en general, en forma de pesadillas. En esta oportunidad, y en un registro que combina la ficción con la animación, Gondry propone la adaptación de La espuma de los días, una novela de Boris Vian publicada en 1947. Para comenzar se hace necesario indagar en el título de la obra de la cuál Gondry se sirve sin variaciones. La espuma de los días en algunas partes de mundo pero Amor Índigo en otras. Ambas opciones cargadas de sentido ya que para la primera, el concepto de espuma revela el carácter efímero y banal, en este caso, de una relación de pareja. Mientras que para la segunda, hace referencia a un tema de Duke Ellington que es uno de los caballitos de batalla del filme, un baile que enamora, un baile cuyos danzantes se comprometen a la vida en pareja. Sin embargo, lo que el título de la obra parece evocar es la inevitable verdad de que todo lo bello tiende a desaparecer. Porque la felicidad no dura para siempre y se presenta frágil y etérea. Entonces Gondry recupera este sentido y lo plasma en una película que, lejos de las clásicas historias de amor (donde el amor se presenta como la salvación mágica) se manifiesta como una sombría realidad existencialista: la angustia de saber que el fin está latente desde el primer segundo de vida. Por eso, La espuma de los días tiende a mostrar cómo el deterioro y el futuro desvanecimiento se hacen cuerpo en la vida de este grupo de personajes quienes funcionan como muestras de una sociedad capitalista que se lleva todo por delante, inclusive, los sentimientos. Colin (Roman Duris) quien “cuenta con una fortuna suficiente para vivir convenientemente sin trabajar para otros” vive con Nicolas (Omar Sy) su mayordomo y dama de compañía quien lo acompaña y aconseja a diario, además de existir para su satisfacción las veinticuatro horas del día. También convive con un ratón (Alain Chabat) que se aloja en una réplica a escala del departamento de Colin (incluso tiene una copia en miniatura de las llaves de acceso a la caja fuerte). Colin degusta comidas exóticas y pasa sus días quemando el tiempo libre en la invención de un “piano-cóctel”. Mientras que Chick (Gad Elmaleh), su mejor amigo, trabaja en una fábrica y no le alcanza el dinero. Pero tiene un hobby, es fanático de Jean Sol Partre, un filósofo existencialista que dentro de pocos días dará una conferencia en el centro de Paris. Ambos, Colin y Chick disfrutan su vida de solteros hasta que Alise (Aïssa Maïga), una bella americana se pone de novia con Chick. Colin, ante los celos, decide enamorase también, y es así como en una fiesta de la alta sociedad conoce a Chloè (Audrey Tautou). En seis meses exactos, se casan y en la luna de miel, Chloè aspira involuntariamente un nenúfar el cual le causa una grave enfermedad. A partir de aquí la vida holgada del tiempo libre, las fiestas y los cóctels se transforma en la pérdida sistemática de la fortuna de Colin a favor de un costoso tratamiento del cual nadie confía. Colin tendrá que comenzar a trabajar mientras que su mansión se va transformando en un pantano cuyas medidas se van reduciendo progresivamente al ritmo del vaciamiento de la caja de seguridad. Las exóticas comidas se transforman en sandwichs, el piano-cóctel tiene que ser vendido y el arte abstracto que engalanaba los rincones de la vivienda ahora viraron a floreos plásticos sin ningún tipo de belleza. La espuma de los días es una película Gondry. Es decir, tiene todos aquellos elementos que a esta altura lo legitiman como un autor de cine. Es el uso recurrente de la estética y la temática del surrealismo mezclado con un ambiente de fuerte crítica social, económica y cultural, además de su gusto por la música, lo que hace de su filmografía un corpus selecto de deleite audiovisual. Ambientada en un Paris ficticio, el filme logra condensar en ciento treinta y un minutos la ingeniería de una ciudad capital inmersa en la lógica de un capitalismo tradicional y poderoso: el abismo entre la clase alta y la baja, la división del trabajo, las reformas edilicias y hasta las atracciones turísticas como signos de una sociedad que vive para consumirse sin tener tiempo en detenerse a pensar (justamente Chick es quien gasta su tiempo leyendo filosofía razón por la cual es pobre). Situada en un tiempo y espacio conocido, pero enrarecido (podrían ser los años cincuenta) Gondry opta por una narración lineal y estructuralmente tradicional. Sin embargo, le aporta su valor agregado cuando decide empezar por el final. La cronología de las acciones muestran en reversa la representación de una historia de amor clásica en donde “un chico conoce chica se enamoran y…”. En vez de transitar el camino del infortunio a la buenaventura luego de conocer el verdadero amor, el cineasta muestra cómo el amor conduce al protagonista a la peor ruina. Interesante punto de vista que revela la capacidad de un realizador provocador enmarcado en la lógica del cine contemporáneo. La espuma de los días funciona como una gran metáfora de la vida “real” de las personas, pero también invita a la reflexión sobre la no perdurabilidad de los instantes de felicidad y todo aquello que nos da motivos para continuar viviendo. Algunos se refugian en la expansión de su intelecto, otros pasan sus horas inventando objetos inútiles. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LA POÉTICA DE LA NO PERTENENCIA “Esta no es una película europea” evoca una anónima voz a modo de advertencia o recordatorio fatal. Esta es, efectivamente, una película europea pero en manos de un argentino: ciudadano habitante del hemisferio sur. Con esta interesante paradoja se plantea el tema central de Si je suis perdu, c’est pas grave, un exquisito ensayo cinematográfico. Desde un punto de vista externo pero muy bien asimilado, la mirada se posa en la extranjeridad a través de la cuál el realizador busca indagar esa emocionalidad frágil y ambigua que se desarrolla cuando se está alejado del país natal. La narración off no sólo aporta información adicional sino que dota de identidad a la pieza final que funciona como nexo entre un registro estrictamente documental en blanco y negro, y una no tan colorida ficción; si bien es un relato imaginario, no deja de doler, sobre todo cuando nos enteramos que quienes están involucrados en el drama, no son actores de cine sino artistas del mundo de la performance circense. Acostumbrados al show, tal vez, pero ciertamente no a la puesta en escena de sus propio sufrimiento. En Toulose, Francia, y como resultado de un workshop con gente sin experiencia frente a cámara, Santiago Loza investiga las posibilidades innatas de representación genuina que tienen estas personas quienes comparten el síndrome de la no pertenencia. “Yo no soy de acá” responde uno de ellos sentado en la estación de ferrocarriles esperando regresar del destino elegido sólo “para poder ver el Sol”. “Pienso en dos lenguas”, reflexiona otra, mientras su cerebro lucha entre los dos lenguajes que la atraviesan: el español y el francés. ¿Pensar en otra lengua cambiará el sentido de lo pensado? Si bien este grupo de personas, unidas por la artificialidad de la realización fílmica pero también por el sentimiento de profundo desarraigo, no son locales de este Paris imaginado (por lo tanto ideal y fragmentario) parecen deambular con naturalidad por su geografía teatral. Sin un hilo conductor narrativo, el filme, recupera ciertas acciones que llevan adelante cada uno de los transeúntes ficticios. Como entidades fantasmales, ellos merodean el espacio que no les pertenece ni los identifica pero que, de forma temporal, se ha convertido en su hogar. Despreocupados del desempeño actoral confiesan sus miedos, alegrías y memorias ante una cámara que los observa, y en cierto modo, trata de atenuar su soledad. Es un documental pero también es una ficción. Una ficción que llegado un punto ya no encuentra desenlace posible porque quienes ocupan el rol de los actores ya no tienen nada más por decidir. “Ellos seguirán así”, recuerda la voz en off, fuera del espectro visual del espectador, y eso se debe a que hay que recordar que es una película y como tal, debe tener un fin. Con un aire a Navío Night de Duras, Si je suis perdu, c’est pas grave, construye climas a cada instante. Desde su sensorial fotografía hasta la calidad poética del texto narrado que en algunos canales perdidos del Sena, cautiva la atención de quien contempla esta obra maestra del cine contemporáneo argentino. Por Paula Caffaro
Contar el tiempo que acontece desde que llegamos al Mundo hasta los últimos instantes de conciencia en días, puede parecer una dificultosa empresa si no se tiene el don de la paciencia y la gracia de una vida llena de momentos para recordar. Es por eso que 20.000 mil días en la Tierra impacta por su contundente título que remite al paso del tiempo, a ese tiempo que muchas veces transcurre sin ser percibido. El filme inicia con la seductora voz off del prolífico músico Nick Cave quien nos invita a vivir junto a él su día número 20.000 en la Tierra. Comenzando por el principio, Nick se levanta sin despertador porque no duerme o tal vez lo atormente un dilema que le quita el sueño. Una vez liberado del supuesto silencio inoportuno de la noche, su misión es escribir. Y es en ese acto en el cual crea el mundo donde siempre ha querido estar. Inmerso en la creación de universos imaginarios, hay algo que Cave no olvida: el temor a perder la memoria. No sin poco pesar, la pérdida del recuerdo afecta la psiquis de este icónico músico quien deja en las manos de los realizadores ingleses Iain Forsyth y Jane Pollard la ardua tarea del trabajo de recopilación de archivo; vasto no sólo de imágenes, sino también de jugosas anécdotas que rememoran aquellos viejos tiempos de gloria: luces, flashes, fama, mujeres, droga y alcohol. Con un marcado registro documental, 20.000 días en la Tierra cuenta con logradas secuencias fotográficas y la infaltable musicalización de quien es homenajeado en este relato que intenta socavar las profundidades de una mente brillante. De carácter introspectivo y ambiente auratico, seguimos muy de cerca la rutina diaria de Cave. Entre compañeros de The Bad Seeds y sorpresas como Kilie Minogue, los falsos diálogos reflexivos dan cuenta del poder de transformación que posee el arte, en este caso, la música. Por Paula Caffaro
EL CINE COMO FUSIÓN DE TODAS LAS ARTES Desde el minuto cero, La princesa de Francia de Piñeiro, muestra su artificio. Un artificio que revela la introducción a una obra de un realizador que opta por las temáticas clásicas, pero de forma extrema y arriesgada; huellas de un cine que se muestra consciente de su lenguaje y dueño del don de poner en imágenes y sonidos las escenas de la vida cotidiana transformadas en arte. Suena Schumann y el filme abre con una escena que será difícil olvidar y que marca antecedente en la filmografía independiente nacional. El viaje cinematográfico comienza desde un balcón de un piso alto, y en esmerado sobrevuelo la cámara inventa un recorrido de zoom in hacia la acción que se percibe tímida desde lo lejos: un partido de football que más que un deporte parece la perfecta coreografía de una compañía de danza. De gran logro técnico y con suma originalidad, el comienzo de La princesa de Francia, se deja ver culta, bella y armónica. Su historia es sencilla, Víctor regresa a Buenos Aires y es su historia de amor (desamor y exceso del mismo) lo que la película narra entre líneas. Víctor se encuentra con su novia, su ex, su amante, etc. Pero extraña a Paula. ¿Realmente extraña a Paula? Digo entre líneas porque lo más sobresaliente del filme no es su tema, sino la forma en la que se presenta, porque Matías Piñeiro es un cineasta de mundo que trabaja en dos sentidos, por un lado con la intertextualidad (variopinta y cuidadosamente seleccionada) como caballito de batalla y por el otro, con la superposición de niveles temáticos y retóricos que complejizan la experiencia del espectador, invitándolo a la reflexión, pero también al guiño humorístico y la complicidad. El título de la película no es casual, sino más bien, una muestra concreta del trabajo de relaciones interdisciplinarias con las que se busca crear. “La princesa de Francia” es un cuadro inserto en el academicismo francés del siglo XIX bajo la firma del artista William. A. Bouguerau. En él es sencillo ver la forma en la que se representa la figura femenina (su cuerpo blanco, pulcro y sensual) en una feroz batalla apasionada por la posesión del único ser masculino del cuadro. Cualquier semajanza con lo narrado en el filme no es pura coincidencia porque la forma clásica y la representación mitológica recuerdan que la historia de Víctor y sus mujeres no es sólo sentimental sino también física, descarnada e intelectual. A su vez, Piñeiro es la tercera vez que elabora una versión libre de un texto de William Shakespeare (al parecer más de un William lo inspira) y pone en evidencia la no tan novedosa idea del valor actual de aquellas líneas isabelinas, al mismo tiempo que pone en marcha un procedimiento en el cual se arriesga a fusionar dos artes enfrentadas históricamente, el cine y el teatro, la repetición sin aura ante la experiencia de la vivencia del aquí y ahora (siempre distinto y transformador). Es así como La princesa de Francia, enamora los sentidos y activa procesos conceptuales que hacen de la película una experiencia sensible y atractiva para la mente. ¿Quién no tuvo una historia de amor intelectual? Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LAS DESVENTURAS DE SUZANNE SIMONIN En 1760 se publicaba La religiosa de Denis Diderot, una novela polémica y provocadora que iba de acuerdo a su formación enciclopedista, crítica y atea. Era el siglo XVIII y muy pocos pudieron comprender su objetivo: desestabilizar el pensamiento heredado el cual profesaba obediencia absoluta sin cuestionamientos. Al fin y al cabo lo que Diderot soñaba era el nacimiento de una nueva sociedad de seres críticos, portadores de nuevas ideas a través de su texto que emanaba denuncias concretas sobre la vida dentro de los claustros, producto de una experiencia autobiográfica sufrida por su propia hermana, víctima de la humillación y coerción proferida dentro de los mismos. Suzanne Simonin es una niña estigmatizada por haber nacido como fruto de un amor prohibido. Marcada por el destino del infortunio su presente lentamente se va transformando en pesadilla cotidiana. Obligada a tomar los votos (deberá pagar el “error” cometido por su madre pecadora) es recluida en un convento, lugar del que pronto es excluida por negarse a jurar el abandono definitivo del mundo pagano. Segundo error. Ya no sólo es la presencia corporea del pecado, sino que también es una hereje. Como consecuencia, su madre descorazonada, la recluye por meses en su cuarto hasta localizar otro convento en donde poder alojar a la joven (o más bien, donde abandonarla). Una vez en el segundo convento, mucho más alejado de la civilización, Suzanne es definitivamente enclaustrada. Pero las cosas tampoco funcionan y luego de una serie de eventos muy desafortunados (caminatas sobre vidrios, paseos desnuda por las instalaciones, falsos exorcismos, etc) debe ser trasladada a un tercer convento. Donde, obviamente, nada sera muy distinto a las anteriores experiencias. La horrible vida de Simonin no sólo fue contada por Diderot, sino que también por Jaques Rivette (1996) y por Guillaume Nicloux (2013), filme del cual se hablará oportunamente. Casi tomando al pie de la letra las palabras de Diderot, Nicloux, hizo de La religiosa una película inserta dentro de los parámetros del melodrama clásico. ¿Qué más puede pasarle a Suzanne que no le haya pasado ya a la heroína de las novelas de la tarde? Sin embargo, sin bien las peripecias de la protagonista se vuelven un poco obvias y excesivas, el valor de la obra de Nicloux no se cierne sobre el tema sino más bien sobre la puesta en escena. De fotografía y escenario pictórico, La religiosa, plasma en un sentido relato audiovisual la historia de una niña con agallas quien más allá del designio moral, social o cultural supo confiar en si misma para cumplir su sueño: ser una mujer de mundo. Pero la vida no es fácil, por lo tanto la de Suzanne tampoco lo será. La religiosa es un viaje místico que recorre los recovecos más íntimos de los claustros cristianos, algunas veces en clave irónica (el rol de Isabelle Hupert como madre superiora) y otras tantas bajo el sello dramático del melodrama. ¿Quién fue Suzanne Simonin? Es la pregunta que la misma Suzanne repite silenciosa tras las rejas de la prisión religiosa. Y es esa búsqueda identitaria la que acompaña la poesía cinematográfica de esta película que encuentra la llave para ingresar en lo más profundo de la vida monástica de la mano de, una cámara inteligente y un texto adaptado de quien fuera uno de los más cultos y complejos literatos del siglo XVIII. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
l nuevo filme de Ezequiel Acuña es una pieza más del puzzle que conforma su filmografía: ese mundo que media entre lo adolescente y la primera madurez es el lugar que mejor le sienta, y en el cuál sabe cómo moverse. La vida de alguien es una película que habla del pasado, un pasado que parece incluir a aquellos que vieron los filmes anteriores de este realizador que prefiere las historias sencillas de amores y amistades. Si bien el universo de Acuña se presenta en casi todos los aspectos conocidos (la playa, las caminatas en grupos, el humor medido, etc), en esta oportunidad innova en el terreno formal, y construye un largometraje que no sería desubicado llamarlo musical. Casi el noventa por ciento del filme se halla musicalizado por los temas de la banda que los personajes están intentando constituir (La foca). Agrupación musical que es el eje de la narración, y que funciona como pretexto para recordar que Nico desapareció sin dejar rastro y que el tiempo pasa sin pedir permiso. Con dos bellas secuencias de montaje, una inicial y otra final, La vida de alguien hace referencia, todo el tiempo, a aquello que ya no está. Y es a través de una falsa biografía que Guille (Santiago Pedrero) recuerda que hubo un tiempo pasado de felicidad. Son, también, las fichas del casino, un celular arenado y el sonido imaginario de un avión que, tal vez, se estrelló, los guiños que Acuña decide exponer en este filme sensible y nostálgico. @paula_caffaro