EL RITMO DE LA COTIDIANEIDAD Inspirada en el cuento In another country del autor inglés David Constantine, 45 años es una película que explora la intimidad de una pareja de adultos que planea festejar su aniversario de bodas. Ubicada en una zona rural de Gran Bretaña, la historia adquiere escenas de delicada simpleza combinadas con profundos parlamentos en los que el espectador juega a reconstruir la historia de estas personas a la par de Kate (Charlotte Rampling), la protagonista. La armonía de la vida en la vejez, lejos de la locura citadina invita al merecido ocio, pero también a la revisión del pasado. Y es por eso que inmersos en esta lógica nostálgica, los personajes transitan un período de reflexión que, sumado a la llegada de una noticia inesperada los hace replantear el sentido de su vida juntos. El filme además de una historia atrapante, cuenta con una estructura interna que confirma la representación del paso del tiempo a través de letreros que indican los hechos que suceden cada día de la semana, aspecto que cobra debida importancia ya que el sábado es el festejo del aniversario. Y lo que la película muestra es cómo se modifica la vida de estas dos personas en una semana que comienza con la llegada de la noticia antes referida y que termina con el evento en el que re confirmarán su amor luego de tantos años. Hay dos tópicos que 45 años pone en escena, y más allá de la construcción de este paso inevitable del tiempo cronológico, el filme se atreve a narrar el costado más íntimo de la vida en pareja. Por un lado está la que quizá sea una de las escenas más conmovedoras del filme, aquella en la cuál Kate y Geoff tienen sexo; pero por el otro está la charla en la que Kate se arrepiente de no haberse tomado el tiempo de sacarse fotos y guardar en instantáneas pequeños pedacitos de todo lo vivido hasta el momento. Por ejemplo, los arreglos de la primera casa en la que vivieron juntos, el rostro de su padre, su primera cachorra o un retrato de ellos mismos. Pareciera que la materialidad inexistente del pasado cobra el peso de un vacío que no pueden llenar con nada, excepto la memoria cada vez más frágil. A su vez uno de los puntos más interesantes de la película es cómo la presencia incorpórea de una tercera en discordia logra perturbar la solidez de este matrimonio. Situación que el filme aprovecha para abrir el juego al espectador invitándolo a participar del descubrimiento de un secreto que cambiará para siempre los sentimientos de Kate. El triángulo es perfecto, y con una punta invisible pero fuertemente anclada en el relato, la historia toma ribetes cada vez más intensos, hasta el punto de hacer insoportable ese paso del tiempo inevitable que marcan los intertítulos. Entonces el tiempo pasa, y con él, se amplifica el desgarro emocional de Kate que se ve reflejado en un rostro que no puede mentir. Sin embargo, le propone a su marido, olvidar todo y continuar, al menos hasta el viernes. Lo que sucede el sábado forma parte del final del filme y por ese motivo aquí no haré referencia a su develamiento, lo mismo que el secreto y la noticia que llega el lunes. Con un actuación magnifica por parte de Charlotte Rampling, 45 años es un filme cautivante que invita a la reflexión sobre el paso del tiempo y el coraje de aprender a perdonar y seguir adelante, sobre todo luego de una vida entera al lado de otra persona. Sin embargo el interrogante queda abierto acerca de si Kate podrá o no superar el ocultamiento y volver a un estado cero de la pareja. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
EL REVÉS DE LA TRAMA Tal vez el error más grave de Goodnight Mommy es querer decir en palabras lo que muy bien venía construyendo sólo con imágenes. Sobre la base de una estructura estética y narrativa que versan las características formales del género de terror, el filme propone una historia en la que no todo es lo que parece. Dos hermanos gemelos juegan en el extenso jardín de su casa situada en las afueras de la capital austríaca. Corren entre los espigales, nadan en el lago y juegan juntos a descubrir el mundo de su niñez, mientras esperan que regrese su madre, quien se ha sometido a una cirugía de rostro. Ella llega, pero según los gemelos, la que regresó no es su madre. Con el afán de comprobar la verdadera identidad de la que podría no ser su progenitora, Goodnight Mommy encuentra la forma para obligar a la audiencia a tomar un único punto de vista, posición que se revela al final del metraje. Y es justamente este punto el que le da nombre a mis palabras, porque es en el desenlace cuando todo lo mostrado se re significa. Pero no como consecuencia de un giro narrativo, sino más bien por la necesidad de cerrar una historia que hubiera sido interesante dejar con un final más abierto. Delicada en su puesta en escena, y con actuaciones que revelan la astucia de los dos cineastas que le dieron vida a este filme, la película es una obra bien inscripta en su género. Por eso se presenta prolija y aséptica. Es decir, cuidadosa de su apariencia y preocupada por los más mínimos detalles, como por ejemplo la decoración del interior de la casa de vidrio donde viven y la utilización del fuera de campo a la hora de construir el suspenso y la intriga. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
EL ROMANTICISMO NO MURIÓ Los exiliados románticos de José Trueba es un ejemplo de sencillez, porque a la hora de contar una historia, en la que se economizan todos los recursos, se vale de esta carencia premeditada para transformarla en un rasgo de estilo. De constitución tripartita: tres son los personajes centrales y tres los actos en los que, si se quisiera, se podría descomponer este relato que enarbola las banderas de la libertad. El humor se mezcla con la ironía, y la calidez humana de los personajes con la trama dramática. Trueba cuenta en varios idiomas (¿acaso el amor en qué idioma hablaría?) el periplo de un joven español que decide viajar a Francia en su “furgo” sólo para declararle su amor a una chica parisina con la que pasó una linda noche el pasado verano. Para lograr su cometido hace dos cosas: carga a sus dos amigos a bordo y practica fonética francesa. Son la música independiente y los paisajes de ruta los que aportan al relato un adicional estético que termina de conformar un todo armónico que resulta fresco y espontáneo. Pero más allá de toda habladuría, si bien el germen de este viaje sentimental tiene como objetivo el atrevido acto de confesar el amor, lo que se deja leer entre líneas es la imperiosa necesidad de liberarse de ciertas estructuras prefabricadas e impuestas: terminar la facultad, casarse, tener hijos, ser una buena esposa, etc; en un micro mundo donde aún el romanticismo existe. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Confinada a un eterno encierro en Tordesillas, allá por el 1500, Juana I de Castilla (Juana “la loca”) fue falsamente diagnosticada con insania mental. Sin poder desobedecer las órdenes del régimen dictatorial de su padre y hermano, la joven heredera perdió los mejores años de su vida apresada en la soledad, el desamor y la más tremenda injusticia. Tantas veces recobrada su trágica historia por la literatura romántica y las artes plásticas, la figura de Juana no deja de reinventarse. El realizador argentino Martin Shanly, presenta su ópera prima, Juana a los 12, un filme que recupera ciertos aspectos de aquella figura histórica, esta vez, encarnada en una pre adolescente víctima de un sistema educativo opresivo. Juana es una niña que en vías de comenzar el arduo camino femenino hacía la adultez, se enfrenta a un mundo hostil que la censura a cada instante. En el colegio no logra conectarse con sus compañeritos, las maestras no consiguen que aprenda las lecciones y la directora sugiere una revisión neurológica. Y como si esto fuera poco su madre parece tener un doble discurso. Por un lado, intenta colaborar con el desempeño educativo y social de Juana llevándola a clases particulares o auto invitándose a una fiesta de disfraces. Pero por el otro, se irrita hasta los gritos cada vez que Juana le interrumpe un estornudo. A Juana no le gustan las cosas muy “lindas”, el exceso de belleza clásica y superficial al que vive expuesta la condena, y es por ese motivo, que en un intento de recurrente evasión, la joven elige desconectarse del mundo. Digo elige porque su abstracción casi permanente no se debe a un problema psicológico sino a una elección consciente. De fotografía sutil y un ambiente que parece recrear ciertos elementos nostálgicos de los noventa (las figuritas de Frutillitas, Gativideo, los automóviles y el teléfono público) Juana a los 12 conmueve con la exactitud con la que representa el mundillo de la escolaridad bilingüe y sus particulares detalles; así como también la cotidianeidad de ciertas familias. No me sorprendería que el mismo Shanly haya experimentado alguna vez situaciones similares a las de su personaje. Por Paula Caffaro
SNAPSHOT DE TRADICIÓN Como una serie de instantáneas de la India moderna, el realizador Chaitanya Tamhane ofrece en su opera prima, una radiografía localista de la justicia de dicho país. Con fluidez narrativa y una disciplinada estrategia estructural, La acusación, es sin duda, una pequeña joya. A raíz de una trivial (para nuestra cultura occidental) acusación, el poeta, docente y cantante de protesta, Narayan Kamble es llevado a la corte por incitación al suicidio. La demanda versa sobre el fallecimiento de un asalariado de las alcantarillas como consecuencia de haber participado de un recital de Kamble, presunto culpable del desafortunado hecho. Con este eje dramático, el realizador bucea rozando los límites de la ficción cuando decide mostrar cómo el poeta desestabilizador es juzgado de forma bizarra por leyes obsoletas y basadas en una tradición milenaria que por supuesto merece todo el respeto, pero que no son acordes a la actualidad de la vida contemporánea. Con imágenes de una India casi desconocida para la mayoría de los occidentales, La acusación, es un retrato de una sociedad dividida en castas y atravesada por la pujante modernidad que se inmiscuye entre los intersticios de una fuerte tradición oriental basada en leyes ancestrales. Es en los tribunales donde la dos caras de la moneda quedan expuestas, a través de una inteligente puesta en escena que habilita a un divertido juego de semejanzas y diferencias. Son las figuras de los abogados a las que me refiero cuando, el cineasta, los opone, en primera instancia, en su aspecto personal. Mientas que el abogado de Kamble luce una camisa con un pantalón y saco, la abogada de la familia del fallecido viste un delicado sari. Las comparaciones son extensas pero otro de los ejes es también el contrapunto que ofrece el montaje cuando habilita el acceso de la audiencia a la intimidad de cada uno de los personajes. En la casa de la abogada aferrada a la tradición o en la intimidad europeizada del abogado de Kamble, la cámara de Tamhane obliga a la reflexión por oposición de dos mundos en pugna, el de las leyes divinas y el de la justicia contemporánea. Vale ponerse en la posición de observador y participar del juego contrastante que ofrece no sólo una denuncia cultural sino también una interesante opción narrativa, que como remate regala un epilogo desopilante cuando se delatan las creencias poco científicas del juez del pueblo. Sometidos a la dilación burocrática de los tiempo judiciales, el filme se vuelve atractivo cuando esperamos cada audiencia para descubrir algún fragmento de una sociedad tan rica como arcaica como por ejemplo el caso del robo del reloj o el aplazamiento del dictamen a causa de la camisa sin mangas que vistió la acusada. Así mismo, tras el develamiento de la denuncia social que propone esta película, la clave de lectura está en comprender la necesidad de un justicia equitativa y aggiornada a la vida en la actualidad, y también en demostrar cómo en el mundo existen lugares donde el tiempo parece detenido en vigencia de usos y costumbres pertenecientes a otros siglos pasados cuando la humanidad aún no conocía el potencial de su libre pensamiento. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
MIX DE LUGARES COMUNES Aokigahara o “el mar de árboles” es una amplia y misteriosa porción del bellísimo Monte Fuji en las afueras de Japón que esconde entre su frondosa vegetación uno de los rituales más oscuros: miles de personas por año acuden a la pasmosa soledad de sus entrañas para aclarar sus mentes y decidir si continuar o no con sus vidas. Llevan sus carpas y alguno de sus objetos más preciados y se pierden en la espesura del bosque con el fin de encontrar el mejor lugar, aquel en el que sus cuerpos darán paso a la brutal mortalidad. Es de libre acceso y el turismo ama recorrer sus senderos en busca de algún indicio que remita al cadáver de algún mortal en pena, pero los japoneses no cesan de advertir que el mar de árboles lleva consigo una larga tradición mitológica llevándolo a la historia como un bosque maldito. El bosque siniestro (The Forest, como preferiría llamarla) es un filme de terror que como su título lo indica, transcurre en un bosque; y es precisamente Aokigahara el elegido. Allí es donde Jess se perdió luego de una excursión con sus alumnos de Inglés y será Sara, su gemela, quien acudirá en su búsqueda arriesgándolo todo. La trama es simple y atractiva sabiendo que la promesa de la exploración de la temática del doble puede aparecer en cualquier momento, y más aún cuando coincide que la locación es el misterioso mar de árboles. Sin embargo, las expectativas se diluyen a pocos minutos de comenzar el filme cuando el metraje revela que otra vez más se trata de la misma historia de siempre: la protagonista “gringa” se cree una chica súper poderosa, viaja a oriente (lugar de costumbres que para ella son mágicas y rudimentarias) y allí se encarga de menospreciar la cultura milenaria desafiando sus límites. Si bien esto podría ser un rasgo interesante en la construcción del personaje, aquí aparece como uno más de la lista de clichés que narra The Forest. Lo bueno. La elección del tenebroso Aokigahara con toda la significación que ello implica (una antigua costumbre heredada de los tiempos de guerra en la que los parientes de ancianos o gente enferma y/o inválida ante la escasez de alimentos los llevaban allí para dejarlos morir) y el intento por la narración clásica de un filme de terror que involucra tópicos como por ejemplo la transgresión voluntaria de la norma que conlleva a la acción trágica, o el juego de las luces y las sombras (que aunque muchas veces recurra a lo artificial de la inagotable batería de Iphone presenta una búsqueda estética medianamente aceptable). Lo malo. En primer lugar el abuso del efecto. A estas alturas de la vida del género los realizadores que deciden poner en escena una película de estas características deberían pensar en formas nuevas de crear el terror y no caer en el típico recurso del grito, el acercamiento veloz a la pantalla o la inverosímil luz parpadeante de los pasillos infinitos, será que siempre hay baja tensión…. Y, en segundo lugar el inagotable repertorio de lugares comunes que como un desfile de modas se suceden unos tras otros aburriendo hasta el hastío y la gracia. Mezcla de El anillo con Así en la tierra como en el infierno, The Forest es simplemente una más entre el montón. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
A PESAR DEL CUERPO Basada en la verdadera historia de los artistas daneses Lili Elbe (ex Einar Wegener) y Gerda Wegener , La chica danesa, es un filme de ficción que narra la vanguardista y peligrosa idea del cambio de sexo. Ambientada en una Copenhague aristocrática de principio de los años veinte, el filme recrea el duro pasaje que deberá transitar el cuerpo y la personalidad de un individuo que se siente atrapado en el cuerpo equivocado, a través de la intimidad de la vida en pareja, y el profundo amor que se transforma o no se corresponde. Gerda (Alicia Vikander) ama a Einar (Eddie Redmayne), pero Einar transita un periodo de transformación radical que se ve acelerado por la sorpresiva idea que le propone su esposa al pedirle que pose para ella vestido de mujer a causa de la ausencia de una modelo. Es entonces que lo que comienza por un juego de seducción termina por desencadenar de forma definitiva los verdaderos sentimientos de Einar. Desde el punto de vista de Gerda, el recorrido temático de La chica danesa se centra, principalmente, en la historia de amor de esta pareja de artistas exitosos que se ve afectada por el proceso que sufre el cuerpo de Einar, quién a la vez que se va deshaciendo de todos sus hábitos y atuendos masculinos, y comienza a perder el deseo sexual por Gerda, su esposa. Pero el amor no se termina, el amor muta como el cuerpo y lo que explora el filme es justamente ese duro peregrinar en el cual el amor deberá transformarse a la par de los cambios físicos. ¿Podrá Gerda sostener esta nueva situación? En el año 2012 el realizador canadiense Xavier Dolan intentó responder la misma pregunta cuando estrenó Laurence Anyways, una película que desde su título ya propone un link con el filme que nos ocupa. Laurence a pesar de todo; ¿a pesar de qué? A pesar de que Laurence es un hombre que vive con su novia Fred hace más de diez años, pero con el cambio de década (en su propia cronología – de los 20 a los 30- y también en la del mundo – de los ’80 a los ’90) comienza a sentir la necesidad de transformarse en mujer. Emparentadas las dos películas en su temática de “¿podrá continuar el amor?”, la diferencia es, además de la época, la transgresión de La chica danesa al contar la historia de la primera operación de reasignación de sexo. Entonces, mientras que Laurence sólo desea sentirse mujer, Einar haría cualquier cosa por ser una mujer. De todos modos, lo importante es el relato personal y sentimental de dos parejas que ven sus relaciones mutar más allá de sus propias voluntades. Con un Redmayne naturalmente femenino y una Vikander arrolladora, el filme seduce por su relato simple pero contundente, y una fotografía nórdica que representa la belleza cromática y paisajística de una sociedad burguesa que parece no tener demasiados prejuicios. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
CAROL Y THERESE Carol es ante todo un melodrama clásico; clasificación genérica que hoy en día parece carecer de prestigio en un mundo cada vez más afanado a la producción de excentricidades visuales, despliegues técnicos y relatos quebradizos que suelen perderse en estos laberintos formales. Sin embargo, la última de Haynes (basada en la novela Carol/The Price of Salt, de Patricia Highsmith) demuestra que en el auge del 2015 lo que aún emociona y trasciende es aquella vieja estructura en la que dos personajes luchan ante las adversidades de la época, contexto social, y/o enfermedad para llevar adelante su “amor prohibido”. Desde el minuto cero, el filme comienza con un contundente mensaje: sobre el plano detalle del complejo entramado de una rejilla se sobreimprime el título de la película que no es ni más ni menos que el de la protagonista, una mujer casada que vive atrapada tras los muros de su fortaleza burguesa: una hija producto de un matrimonio en decadencia y un contexto social que oprime no sólo sus labores cotidianas sino también sus sentimientos, esos que la alejan de su zona de confort para llevarla a explorar el peligroso camino de dejarse llevar por lo que dicta el corazón. Carol (la bellísima y talentosa Cate Blanchet) representa el arquetipo femenino de los años cincuenta, una figura que realza su figura de reloj de arena, la falda bajo la rodilla, el cabello corto con profundas ondas sobre la nuca, un pañuelo de seda sobre la cabeza y las infaltables gafas oscuras. Además está casada y goza de los privilegios materiales de su status social y una hermosa hija, pero todas estas riquezas no logran calmar su rugido interno, el cual la lleva a vivir alejada sentimentalmente de su marido para salir a tener aventuras amorosas con otras mujeres. Es aquí donde está planteado el nudo central de este melodrama, porque allá por los ’50 un homosexual era considerado un enfermo que había que curar (o más cruelmente domesticar), un individuo que había que extirpar de la sociedad para que no “contagie” al entorno ni se exhiba en espacios públicos, entre otros pensamientos aberrantes. Entonces, ¿cómo conciliar los sentimientos con el contexto social? Es difícil la tarea de Carol, pero es Haynnes quien ayuda a su propia protagonista a transitar este sendero resbaladizo y sinuoso cuando la ubica dentro de una estructura de guión clásica. Es la seguridad del género la que le brinda a Carol la confianza que, si bien es extradiegética, funciona como ancla en esta historia de pasiones. Y como bien dicta la regla, Carol conocerá a Therese (la versátil Rooney Mara) en una juguetería en las vísperas de navidad. Entre la multitud cruzarán sus miradas y eso bastará para que los personajes se enamoren y el filme se repliegue de forma inteligente continuamente sobre los bellísimos primeros planos de estas dos actrices con letras mayúsculas. Carol está atrapada en un virtual encierro social mientras que Therese trabaja, vive sola y se dedica a la fotografía de modo amateur. Es este juego de oposiciones el que llevará adelante la atrapante trama argumental, que en la segunda mitad del film regala un erótico viaje a través de las rutas estadounidenses, en donde las dos mujeres harán realidad sus deseos más viscerales pero también pondrán en riesgo su corazones cuando descubran que la ilusión no puede durar para siempre. El tratamiento visual de Carol es exquisito, sutil y atractivo. Filmada en 16mm y luego pasada a los nostálgicos 35, la película tiene un “gustito” extra que engalana la trama pero también su escenario. Rodada en Cincinatti, los años cincuenta se reviven a la perfección. La profundidad de campo que el fílmico le otorga a la imagen habilita a Haynes a pensar una puesta en escena donde la composición se genera por capas. Tanto los rostros de las personas como los travellings intimistas que ubican al espectador-vouyer siempre tras la seguridad furtiva de un ventanal, puerta o columna generan algo más que puro placer visual. Es también, la textura de su formato analógico el que completa el filme con hermosos desenfoques y flares sobre los rostros de las actrices haciendo de Carol una joyita imperdible. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
SIN IDENTIDAD A las carteleras porteñas llegó con el título Mis hijos y a las de la parte anglosajona del mundo como A borrowed identity, mientras que el nombre original de este filme es Dancing arabs. Otra vez el “problema” de la nomenclatura trae consigo una doble intención que, por un lado pretende facilitar la compresión de la obra por parte de los espectadores, pero que por otro limita y condiciona a estos mismos en el intento de buscar la relación entre el nombre y el contenido. Situación compleja que despierta al menos un par de interrogantes como por ejemplo ¿por qué facilitar el proceso de comprensión?, a caso ¿se subestima a la audiencia o es mera manipulación? Lo cierto es que su director, Eran Riklis, bautizó su obra como Dancing arabs y así la llamaré como gesto de respeto hacía la identidad de la obra, tema central del filme que me ocupa. Entonces hay dos puntos a desarrollar, en primera instancia desandar el camino que conduce a reflexionar sobre el nombre original de la película que en este caso reviste mayor importancia al tratarse de un filme que tematiza la identidad como eje central del drama. Porque no es lo mismo llamarse Mis hijos que llamarse Dancing arabs como no es lo mismo ser árabe o judío. Y en segunda instancia hacer especial hincapié en el valor esencial del concepto de nación, territorialidad y pertenencia. Porque en este filme el protagonista se ve fuertemente afectado por la secularización interna que sufre al enfrentarse a la vida en una zona geográfica donde reina el conflicto político y la intolerancia religiosa. Lo que Riklis pretendía comunicar con su película nadie lo sabe. Sin embargo lo que si se conoce es el filme como obra de arte que hace su vida de forma independiente a la de su creador. Así Dancing arabs viaja por el mundo atravesando fácilmente las fronteras que a sus propios personajes muchas veces les cuesta pasar teniendo en cuenta que viven en un Israel dividido entre judíos y musulmanes, unos ricos y otros sesgados y relegados a las periferias tan sólo por la carga social de su origen. Mientras tanto Bush bombardea Irak y los árabes bailan en la terraza festejando la caída precisa de un misil. ¿Acaso no es este un verdadero baile árabe? La Guerra del Golfo se inició y ellos festejan a Sadam Housein y su “madre de todas las batallas”. Más allá de todo este “juego” gramatical, el filme también presenta otro “baile árabe” cuando el joven Eyad (Tawfeek Barhom) es aceptado en la universidad más prestigiosa de Jerusalén y sus compañeros (incluyendo docentes y directivos) ejercen sobre él una intensa discriminación que no tiene otro fundamento más que la humillación por su forma de vestir, su acento y sus costumbres (no sabe como agarrar un par de cubiertos, la “p” suena a “b” y sus gustos musicales parecen provenir de otro planeta). Situación que desemboca en el fastidio en primer lugar, pero luego en una especie de adaptación forzada que termina por modificar su ideología hasta el punto de llegar a contradecir los principios de su propia familia. Es en este contexto que Dancing arabs representa la cruda situación que se vive en esta zona de eterno conflicto en la que ni el amor se puede desarrollar sin prejuicios. El pasaje de un lado al otro de la frontera militarizada no será fácil si no se cuenta con el objeto más preciado por este joven árabe: una identidad judía. La cual no sólo le servirá para conseguir un mejor trabajo sino también para dejar en el pasado todos aquellos acosos sociales que tuvo que soportar durante todo este tiempo. Y la excusa perfecta no tarda en llegar porque como resultado de una colaboración como voluntario en la Universidad conoce a Yonatan (Michael Moshonov) un chico judío con esclerosis múltiple que lo ayuda a conectarse con este nuevo mundo no árabe entramando entre ellos una férrea amistad que pronto deviene en gran ayuda a la hora de que Eyad tome la decisión de cambiar el rumbo de su vida. Porque al parecer todo lo que se necesita es simplemente erradicar el estigma de su pertenencia árabe. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
¿ALEGRÍA? Joy, es una invitación al sueño, pero no al que idealmente se suele recurrir para el descanso o para la grata sensación de planificar el futuro, sino más bien para el sueño que provoca el aburrimiento, ese tedioso sentimiento que, por ejemplo, estimula a la distracción del espectador haciendo resaltar ciertos comportamientos de otros seres que momentáneamente comparten la misma condición dentro de la sala oscura. Y es justamente ahí cuando se comienza a sentir el primer ronquido para luego dar paso a la brillante luz de alguna pantalla electrónica, o el ringtone de un celular sin silenciar, etc. La atención se va lejos del filme porque éste no produce nada más que cansancio. Ahora pregunto, ¿es necesario seguir haciendo películas que hablen del sueño americano trunco basado en el mágico golpe de suerte? Lamentablemente parece que si. Joy (Jennifer Lawrence) es una joven muchacha a la que su abuela le implantó ideas utópicas, las cuales la pequeña se creyó y forjó una vida llena de… “fracasos”. ¿No se dio cuenta que la cosa no iba cuando después de tener dos hijos, divorciarse de su esposo (un bohemio cantante venezolano) y tener una madre inserviblemente deprimida encallada frente al televisor, que el dinero no incrementaba, sino más bien decrecía? Claro que no, porque la revelación, vendrá luego de que su abuela parta al otro mundo. La abuela se fue y con ella sus ideas. Más allá de todo este carnaval dantesco, Joy es una película que intenta mostrar a una familia disfuncional quienes a toda costa se empeñan en convencer a la protagonista lo equivocada que está. Pero ella es la líder de la manada y seguirá adelante por sobre sus cadáveres (y sus ahorros). Porque es la nueva mujer de papá quien pondrá en juego parte de su fortuna heredada a merced de la confianza (obligada) hacía su hijastra. Una telenovela brasilera se queda corta al lado de este filme al que sólo le falta el golpe bajo melodramático para pasar a formar parte del creciente cúmulo de productos audiovisuales fabricados especialmente para rellenar los espacios muertos de los canales de la tv de aire. Sin logros visuales y con un uso confuso del flashback, Joy, deja mucho que desear. Historia trillada, personajes arquetípicos y la infaltable mano de obra inmigrante que colabora para dar el punto final al manual de cómo hacer quedar a los norteamericanos como los “los buenos de la película”. Con un guión repleto de lugares comunes que cada tanto cae en la moralina. Los tres puntos son para los técnicos que habrán pasado semanas sin dormir por culpa de esta “sublime idea” o revelación artística de quien seguramente su propia abuela haya sugerido. Una lástima todo el esfuerzo para tan pobres resultados. Por Paula Caffaro @paula_caffaro