Hay grandes películas con malas promociones y pequeñas películas con un marketing deslumbrante. “La cumbre escarlata” tiene un mix de lo citado. No es para decir que es una mala película pero tampoco es una producción que marcará una bisagra en el séptimo arte y mucho menos en la filmografía de Guillermo del Toro. Instalada en el género de terror gótico, el filme tiene una cuota de morbosidad, oscuridad, fantasía y suspenso en medio de una estética lúgubre, con fantasmas muy presentes y sangre en dosis aceptables. Y eso sí, con el romanticismo y la pasión como eje dramático. Edith (Mia Wasikowska) se enamora del barón Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), quien tiene un extraño vínculo con su hermana, la sutil villana Lucille (logrado rol de Jessica Chastain). Thomas es inventor de una máquina atípica y le va la vida en que ese engendro funcione. Para eso tendrá que conseguir a alguien que le banque el proyecto, y con ese objetivo buscará poderosas mujeres para seducirlas, usarlas y tirarlas. Hasta que llega Edith y el amor meterá la cola hasta complicar o no sus planes. El director mexicano sigue lejos de sus dos obras maestras “El espinazo del diablo” y “El laberinto del fauno”, pero al menos se da el lujo de dar guiños hacia lo más logrado de su obra, sobre todo en los últimos 20 minutos de esta historia. Aunque no sea una gran película, tampoco es para dejarla pasar.
Jafar Panahi creó un género a partir de una imposibilidad. El director iraní, a quien el gobierno de su país le prohibió hacer cine, volvió a burlar las trabas legales que intentaban cercenar su libre expresión. Y esta vez le salió mejor que nunca. Es que su película no sólo ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín, sino que además expuso al mundo los contrastes de Irán, todo lo que el gobierno guarda debajo de la alfombra. Con el método de combinar realidad con ficción y de jugar con el cine dentro del cine, Panahi cuenta una historia con un guión construido desde la cotidianidad. En el rol de taxista, que el mismo director asume, sus pasajeros serán la herramienta ideal para hablar de la inseguridad (que es clave tanto en el principio como en el cierre de la película), la pobreza, la venta ilegal de películas en DVD, las costumbres, los rituales y, claro, la rebeldía militante. En un encuentro con su sobrina, de unos 10 años, ella será la portavoz de las falencias del sistema educativo, al contar las restricciones que les impone su maestra para un trabajo práctico en el que deberá filmar la “Irán real”. Panahi parece disfrutar del hecho de ser conocido, algo que no oculta y resulta el punto más bajo de la película. Por lo demás, el filme, aunque suene a frase hecha, es un canto a la libertad.
Gloria llegó al momento “ni” de su vida: ni tan joven ni tan vieja. Al límite de los 60 años, es una mujer separada hace 12 años, independiente, con un empleo que le permite un buen pasar, tiene casa y auto, pero el amor no le pasa ni cerca. Encima sus hijos ni le atienden el teléfono y sólo tiene una pareja amiga para compartir alguna cena con debate político incluido. Por eso decide ir a la búsqueda de compañía. Y recalará en uno de esos lugares bailables para gente mayor. En una de esas noches conocerá a Rodolfo, un hombre separado hace un año, dueño de un local dedicado al juego del paintball, que arrastra el karma de tener que mantener a sus dos hijas y a su ex, ya que ninguna trabaja. Gloria se entrega a este hombre, pero no porque esté enamorada, sino para huir de esa sombra de la soledad que la acosa. Ante la frustración, también se refugia en la marihuana y el alcohol, tan solo para escapar de su no lugar. Paulina García, en una interpretación sutil y profunda, ganó con justicia el premio a la mejor actriz en el festival de Berlín y se animó a escenas de sexo y de desnudez poco habituales en actrices de su edad. El cierre con la famosa versión “Gloria”, de Umberto Tozzi, cierra la historia de un modo inmejorable.
La historia de amor entre el célebre escritor Friedrich Schiller en la Alemania del 1.700 y las hermanas Charlotte y Caroline prometía mucho más en los papeles. Pero, en rigor, la película se va en papeles. Es que todo transcurre más entre las cartas que se envían los tres que entre besos y sábanas, que hubiese sumado pasión al filme de Dominik Graf. La trama, con voces en off excesivas e innecesarias, se torna más lenta de lo que ya es y dilata demasiado la resolución de los conflictos. Todo comienza con la desesperación de una madre que, como era muy común en aquellos años, hace lo imposible para que sus hijas se casen con un hombre de fortuna y los salve a todos de la pobreza. El casamiento pasa a ser un negocio o una inversión a largo plazo. Las hermanas Charlotte y Caroline están fuertemente unidas, incluso hasta juraron un pacto para ratificar ese vínculo. Cuando aparece Schiller, pobre y escritor, y les declara que está enamorado de ambas, ellas deciden compartir esa relación. Pero el nudo dramático no llega a explotar nunca, y sólo las buena fotografía saca a flote la película.
La vigencia de un mensaje La pregunta interior surge de inmediato: ¿Cómo voy a llorar si es sólo un dibujito animado? Pero es inevitable emocionarse con esta ingeniosa versión de "El principito". La película es ideal para quien leyó alguna vez el libro de Antoine de Saint-Exupéry y una invitación a leerlo urgente para quien aún no lo descubrió. Lo atractivo de esta propuesta es que mantiene viva la historia original, por momentos casi textual del libro, y hace un link con la actualidad a través de un mensaje destinado a jerarquizar el universo lúdico y creativo del niño en oposición a ciertas estructuras esquemáticas del mundo adulto. Todo despunta desde el vínculo de La Niña con su madre, que pretende que su hija ingrese a una academia educativa de primer nivel. Ella no aprueba el examen y la madre pergeña un plan de seis meses, en el que la pequeña tiene horarios para estudiar, comer y hasta para ir al baño, menos para jugar. La Niña pasa la mayor parte del día sola, dado que su madre trabaja, y accidentalmente conoce a su vecino. Se trata de un aviador anciano, cuya obsesión es hacer volar a su avión destartalado. De a poco, el abuelo la sumergirá en otra frecuencia a través de las páginas de "El principito", y a partir de esa historia nacerá un vínculo tierno, el que nunca le dio su madre. Después, el cuento abre sus páginas y se libera la imaginación. Quizá no sea tan efectiva para los más pequeños, pero es imperdible.
Con una mochila muy pesada El viaje de Cheryl Strayed es más pesado que la mochila que lleva a cuestas. Y, por momentos, acompañar el viaje de la protagonista (encarnada por Reese Witherspon) se torna aún más agotador para el espectador. La película, basada en uan historia real (y van...) transcurre en la década del 90, y recorre el derrotero de una mujer que se larga a atravesar el sendero de la Costa del Pacífico, en la más absoluta soledad, para reencontrarse con sí misma. Son unos 1.800 kilómetros, que le llevará más de tres meses de caminata en medio de zonas montañosas, nieve, frío y algunas alimañas, de la especie animal y de la humana, que se cruzarán en su tortuoso sendero. El director Jean-Marc Vallée, que venía de picar alto con la premiada "Dallas Buyers Club" ("El club de los desahuciados"), vuelve al universo tedioso que tuvo en su filme "La joven Victoria" y no logra darle al personaje el pulso salvaje con que amaga en el título (el original es "Wild"). A lo largo de su viaje, la historia recorre el pasado de Cheryl, en una suerte de flasbacks, para explicar cuáles fueron las razones que la llevaron a tomar tan extrema decisión, más emparentada con el sacrificio que con el placer. Con el eje traumático en la enfermedad de su madre (impecable Laura Dern), ese pasado sumará sexo sin amor, drogas duras, frustraciones de pareja y otras infelicidades. Y todo dentro de una pesada mochila.
La vida por los nuestros Hay algo que es indudable: si “Selma” no hubiese ido como candidata al Oscar como mejor película y mejor canción original (a la postre, la única estatuilla que ganó), muy pocos hubieran hablado de este filme. Más allá de que aborda una temática comprometida, no es una película para rotular como lo más destacado del año 2014, aunque recién se estrenó esta semana en Rosario. Es más parecido a un telefilme que a una película para competir con una de González Iñárritu, Wes Anderson o Richard Linklater. Pero lo cierto es que Ava Duvernay fue por todo en “Selma”. La directora quiso contar la travesía de Martin Luther King en pos de lograr el derecho a voto de los afroamericanos. En una biopic que toma un tramo de la vida del popular militante social, la película hace foco en una protesta que derivó en una épica marcha desde la localidad de Selma hasta Montgomery, Alabama. Esa gesta, que finalizó con las lógicas presiones de la opinión pública estadounidense hacia el presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) tuvo una feliz consecuencia: la ley del derecho al voto en 1965. Claro que nada fue fácil para Luther King (David Oyelowo), tuvo que poner en riesgo su pareja, su vida familiar, la relación con sus pares y hasta soportó una amarga estadía tras las rejas. “Selma” también refleja el poder de Martín Luther King en esa década del 60, la llegada y la influencia que tenía sobre el mismísimo presidente de los Estados Unidos, y sus diferencias con otro militante de un perfil más extremo, como lo fue Malcolm X. Pese a que la película deja en pie la metáfora del valor irrenunciable de luchar por un ideal, no conmueve lo que debería y es demasiado tradicional estéticamente, a contrapelo del espíritu transgresor del protagonista.
El vuelo en plano secuencia Cuando en el mundo cinéfilo azota "50 sombras de Grey", a Riggan Thomson lo persigue otra sombra, la de Birdman. Le habla al oído, le pide que vuelva, que no lo abandone. Riggan Thomson (Michael Keaton) es un actor que se lució interpretando a Birdman, un superhéroe alado que encandiló al universo de Hollywood. Pero Thomson se cansó de ese registro fantástico y quiere pasar al teatro serio. Por eso elige interpretar una obra de Raymond Carver, cueste lo que cueste. Pero para contar este universo, González Iñárritu optó un camino tan intenso como atrapante y creativo. Porque se cargó la película al hombro en un plano secuencia casi continuo. Y esto no es sólo un hallazgo técnico, sino que esa decisión de usar la cámara de ese modo (que al espectador le da la sensación de una toma única) va de la mano con el vértigo del personaje. Las asociaciones del mundo real con el ficcional son inevitables, dentro y fuera de la película. Porque el personaje de Keaton, en un giro de realismo mágico, está tan poseído por Birdman, que hasta siente que tiene súper poderes. Y el guiño, metafórico, atraviesa la pantalla porque el mismo Keaton también le dio vida a un superhéroe como Batman y su rol de actor tiene cierta similitud con el derrotero de Thomson. De hecho el próximo domingo va por el primer Oscar de su carrera. "Birdman" plantea los conflictos de pareja del protagonista, las diferencias padre-hija, el ambiguo sabor de la fama, la tiranía de la crítica especializada y la batalla de egos de los actores. Una película con vuelo propio.
Memoria llena de mentiras Christine se levanta una mañana y no recuerda ni lo que comió ayer. Su memoria registra sólo 24 horas, y cuando despierta no sabe si quien duerme a su lado es el amor de su vida o su peor enemigo. Sobre esa trama transita el filme de Rowan Joffe, y al hablar de la pérdida de memoria es imposible no remitirse al menos a dos películas: "Hechizo del tiempo", con Bill Murray, también conocida por su nombre original "El día de la marmota", y "Como si fuera la primera vez", con Adam Sandler. La diferencia es que en en estas dos películas el tono es de comedia y el punto en común es que en las tres hay una historia de amor. Kidman, como Christine, hace suficientes méritos para darle credibilidad a una situación traumática que dista de ser creíble, y por momentos lo logra. Firth también cumple en su rol de esposo sufrido, o no, la trama lo irá revelando. Y el tercero en discordia es un médico, que la llama todas las mañanas para recordarle quién es y para indicarle que vaya a buscar al dormitorio una cámara fotográfica donde ella irá cargando datos a su memoria emotiva. La trama, sin ser novedosa, logra captar la atención del espectador, aunque hay ciertos vacíos en el guión sobre la actividad de la protagonista, que sería escritora, y los motivos que la llevaron a tomar sus decisiones sentimentales. El final invita a alguna lagrimita y redondea una película que se deja ver.
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