En busca del karate perdido El estreno simultaneo de las remakes de Karate Kid y Brigada A, que se dio tanto en las pantallas locales como en las del país de origen (en Estados Unidos ambas películas se estrenaron el pasado 11 de junio), transparenta una operación que ya lleva unos años lanzada: el rescate de los 80 en el cine, la TV, la música y la moda. Es fácilmente comprobable que lo que se rescata no necesariamente es lo mejor (más aun tratándose de una década prodiga en productos berretas que vistos hoy dan un poco de vergüenza) y en ambos casos ya eran los originales los que no estaban entre los exponentes más destacables, aunque tanto la serie como el viejo film hayan alcanzado un estatus de ícono que se explica mejor por una nostalgia que tiende a sobrevalorar lo que nos acompañó en nuestros años de formación. La remake de Karate Kid viene con algunos cambios con respecto a la película de 1984 que pueden provocar (y aparentemente ya han provocado) la irritación de los ex niños y ex adolescentes que sienten violada su memoria a pesar de constituir gran parte de su público potencial. Dejando de lado el purismo generacional, la verdad es que los cambios ni le agregan ni le sacan demasiado al original. Los más evidentes son la edad del protagonista, que ahora es un niño de 12 años en vez de un adolescente, el escenario que ahora se ubica en China (dando pie a innecesarias y demasiado evidentes tomas paisajísticas de rincones turísticos como la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla) y, por fin, el trueque de Karate por Kung Fu que, más allá del absurdo de un titulo que menciona un arte marcial distinto del que se practica, no es importante para la historia, dado que a las necesidades de la misma podrían estar haciendo Taekwondo y sería lo mismo. Aunque el asunto sí es lo suficientemente grave en China como para que allá se rebautice como Kung Fu Kid. Allá estas cosas se toman muy en serio. De todos modos los elementos esenciales de la historia están allí: chico nuevo que tiene que adaptarse a un lugar que no es el suyo (asunto que en esta nueva versión está más que subrayado), que va a ser hostigado y acorralado, y que encontrará un protector, un maestro y un guía en la vida en la que se encontraba un poco perdido. Los recursos son los mismos cambiados superficialmente. Así, el ejercicio de encerar y pulir se reemplaza por sacarse la campera, colgarla, tirarla, recogerla, volvérsela a poner y vuelta a empezar, mientras que la Patada de la Grulla lo hace por un más aparatoso Control Mental de la Cobra (probable guiño a la pandilla de la Cobra, los malos del film original). Las debilidades argumentales, las obviedades y previsibilidades también son achacables a su predecesora que, siendo honestos, tampoco era gran cosa por más que uno la recuerde con cariño porque la vio cuando era chico y aún sienta un placer culpable al escuchar una balada mersa como Glory of Love (que en realidad es de la segunda parte pero a esta altura ya quedo identificada con la marca). Los nuevos protagonistas, Jaden Smith (el hijo de Will Smith, también uno de los productores) y Jackie Chan, sin brillar hacen un papel aceptable pero cometen el herético e imperdonable pecado de no ser Ralph Macchio y Pat Morita. Y es que estas remakes podrán ser un buen negocio pero en un punto son inevitablemente fallidas. Karate Kid versión 2010 en si misma y para quien no vio la original no pasa de ser un película del montón más o menos correcta más o menos intrascendente (y que, en tanto producto derivativo, no podrá acceder a ese destino de culto). Para el que vio la original en su momento de estreno, el nuevo film será insatisfactorio en la medida en que irá a pedirle que le haga sentir lo mismo que sintió entonces, algo tan imposible como ser un niño o un adolescente otra vez.
Hay algo podrido en la resistencia Los tanques de Hollywood tienen aseguradas las principales salas del planeta. Distinto es el caso del cine industrial del resto del mundo. Aún cuando hayan sido éxitos en su país de origen, al cruzar la frontera irán a parar inevitablemente al circuito alternativo. Quien suscribe pudo ver a principios de año como El secreto de sus ojos, la película más taquillera del cine argentino reciente, una producción de indudable factura industrial y vocación popular, era exhibida en Río de Janeiro (no tan lejos, al fin y al cabo) en una pequeña sala de Cine Arte compartiendo cartel con La cinta blanca cuando aquí había llenado los multicines. ¿Qué queda entonces para el cine danés en Argentina por muy caro y masivo que haya sido en Dinamarca? Flame y Citrón es efectivamente la película más cara del cine danés (necesaria co-producción con Alemania) y un éxito rotundo en su país de origen que, con la misma historia y la misma realización, pero en ingles y con actores norteamericanos, hubiera recibido una distribución muy diferente. Ambientada durante la ocupación nazi del pequeño país, basada en hechos reales, con una minuciosa reconstrucción histórica y cierto aliento épico, todo puede hacer temer cierta pretenciosidad consustancial al qualité europeo. Y aunque algo de eso hay en cierta ampulosidad y cierta gravedad solemne, la película le escapa a ese destino y es afortunadamente bastante más que eso. Los protagonistas, Flame y Citrón, son dos miembros de base de la resistencia danesa contra la ocupación alemana, idealistas, arrebatados y temerarios. Sus misiones consisten en asesinar a colaboracionistas del enemigo, actividad en la que se sienten justificados por el conflicto pero en la que demuestran demasiado entusiasmo y poca reflexión. Personajes con pasta de héroe y destino de mito, pero que a lo largo del relato irán convirtiéndose a su pesar en héroes funcionales al servicio de intereses que desconocen. Más concentrados en apretar el gatillo que en pensar en lo que están haciendo, a quien le están tirando o a quién obedeciendo, Flame y Citrón empezarán a ser utilizados en misiones cada vez más dudosas, cuya carácter cuestionable ni a ellos se les escapa, pero a las que no pueden negarse. Cuando se dan cuenta de que los intereses de sus lideres están en otro lado antes que en la liberación y que han estado jugando como peones y que lo han sacrificado todo, ya están metidos en una trampa de la que la única salida parece estar en la huida hacia adelante y en la inmolación. Para entonces los protagonistas se darán cuenta de que ya no están seguros en ningún lado y que ya no saben en quien confiar, momentos en los que el relato ofrece un logrado clima de encierro y paranoia. El director Ole Christian Madsen fue muy criticado en su país por su retrato nada amable de la resistencia danesa. Y es que la resistencia europea anti-nazi siempre fue objeto de retratos románticos y son pocos los que se atrevieron a iluminarles las partes oscuras como recientemente hizo Paul Verhoeven en El libro negro. Pero es precisamente ese atrevimiento el que le da su mayor valor al film. Esa voluntad de introducir los matices, de admitir la duda, de desmitificar y meter el dedo donde duele, para sugerir que las causas justas no justifican cualquier cosa, que mancharse las manos de sangre no es ni simple ni gratis y que también los idealistas pueden pifiarla.
Dos niñas esperan Convengamos que la premisa es fácil de decir pero no tanto de representar, por lo menos no sin jugar al borde y, por ahí, pasarse al otro lado, el de la catarsis y el subrayado. Dos niñas, una en edad de escuela primaria y otra mas pequeña, son dejadas, casi abandonadas, por su madre en la casa de la ex-cuñada de esta y tía de las nenas debido a las dificultades económicas y el intento de la madre de viajar a reencontrarse con su ex-marido. La madre le promete a sus hijas volver pronto y desaparece mientras las niñas, sin otro remedio que esperar el regreso de la abandónica, quedan medio a la deriva, a cargo de una mujer no muy confiable, sin malas intenciones pero con escaso interés en el cuidado de sus sobrinas y con mas entusiasmo por tomarse algunos tragos, llegando incluso a olvidarse de que les tiene que dar de comer o a dejarlas suelas deambulando por el barrio sin ninguna supervisión. Con esa misma premisa se podría haber hecho un melodrama/folletín decimonónico o un culebrón telenovelesco. Eso salvo que uno tenga el talento y la sutileza de la directora So Yong Kim, que opta claramente por otro camino, el de hacer un retrato delicado sobre el mundo de la infancia desde la mirada extrañada de los niños a un mundo de los adultos cuyo comportamiento y motivaciones se les revelan ajenos, incomprensibles y arbitrarios. Un camino que comparte con Nadie sabe, de Hirozaku Kore-eda, otro film oriental de temática y tono muy similar. Los días van pasando sin que la madre de señales mientras las hermanas sufren el abandono pero tratan de mantener la esperanza y de creer. Así, van juntando con empeño monedas para lograr llenar una alcancía, momento casi mágico que, en las palabras de la madre, marcara la hora de su regreso. Paulatina y amargamente se irán dando cuenta que estas palabras, como las de otros adultos no tienen demasiado valor. La realizadora retrata la cotidianeidad de las pequeñas protagonistas de manera minuciosa y sin despegar la cámara de ellas pero a la vez sin invadirlas, dándoles espacio y logrando actuaciones notables de parte de ambas, sin estridencias, con naturalidad y bancándose el primer plano, oscilando entre la sorprendente madurez con que sobrellevan su situación y la ingenuidad infantil que sin embargo conservan. El país idealizado de la infancia también a veces puede ser áspero y hostil, como los paisajes despojados en que las niñas deben moverse solas y donde juntas trataran de mantener un poco de calidez entre tanta indiferencia. So Yong Kim las retrata con respeto y ternura, demostrando que sin acudir a golpes bajos se puede ser sensible y conmovedor.
El ángel exterminador La propuesta inicial pinta interesante, alguna idea más o menos original y algunas que no lo son tanto pero que están bien sustraídas y dispuestas. Dios, harto una vez más de esta humanidad desobediente y descontrolada, da comienzo al largamente anunciado Apocalipsis, y con furia vengadora envía a sus legiones de ángeles, que ya nada tienen de protectores o de la guarda, a acabar de una vez por todas con la especie. Esos se servirán, además, de humanos poseídos, con poderes sobrenaturales e instintos asesinos. Pero uno de su ángeles principales, Michael (presumiblemente el Arcángel Miguel, jefe de los ejércitos celestiales) se apiada de la humanidad, que está falladita sí, pero tiene sus cosas buenas, y rechazando la obediencia debida decide cambiar de bando y proteger a un niño por nacer cuyo destino, si vive, será el de redimir a la humanidad, y cuya cuna, como corresponde a un buen mesías, está bien complicada, siendo hijo de una joven madre soltera con un trabajo miserable como camarera en una estación de servicio-bar perdida en medio del desierto. Los ángeles obedientes, cuyo líder es Gabriel (otro de los principales arcángeles), ansioso por obedecer y complacer al padre todopoderoso, trataran de frustrar el nacimiento y ese destino salvador, sitiando la estación de servicio donde la joven a punto de parir y un puñado de sobrevivientes deberán resistir. La parte no tan original toma algo prestado de Terminator (hasta la caída de Michael en la ciudad parece tomada del inicio del film de Cameron), algún elemento de western, algo de film de zombies, y un tono que parece sacado de algún comic sucio y violento de la línea Vertigo (Preacher, por ejemplo). Toda esa mezcolanza funciona bastante bien la primera parte del film. Cerca de la mitad, ya bien planteado el escenario, Michael le anuncia a los sobrevivientes asediados que a partir de ahí tendrán que aguantar hasta el inminente nacimiento del niño. Pero, claro, también hay que ver si la película es a su vez capaz de aguantar el interés. Y lo cierto es que… no llega. Ahí nomás todo se aplasta y llegan las sentencias pomposas de Michael sobre su fe en la humanidad, las confesiones de vocación conmovedora y los intentos forzados de redención de esos personajes que son todos un desastre en sus vidas pero que algo bueno en el fondo tienen. El rumbo, que venía bastante bien encaminado, se pierde al punto de que uno, por más buena voluntad que le ponga, ya no se puede tomarse el relato en serio. Aún cuando se acepte que un ángel, criatura de origen divino, tenga los métodos y los modales de Rambo o el ya mencionado Terminator y resuelva cualquier asunto sin apelar a otro poder que su habilidad con los fierros, es bastante absurdo y trivial que el enfrentamiento con el arcángel Gabriel se resuelva punta de metralleta como contra cualquier monstruo cualunque haciendo que cualquier pretensión épica se vaya al demonio. Acá jugábamos con fuerzas sobrenaturales y que el Apocalipsis se resuelva metiendo bala es un poco decepcionante. Así no hay mística que aguante…
El fantasma que sabía demasiado Como en todos los países en que se estrenó, El escritor oculto llega en medio de la controversia por la detención de Polanski, quien aún espera en arresto domiciliario en Suiza que se resuelva el pedido de extradición a Estados Unidos, país que no pisa desde 1978. Y es que más allá del acontecimiento cinematográfico en sí, uno no puede dejar de advertir aquí y allá momentos que parecen guiños, aunque uno sabe que la película ya estaba filmada cuando lo arrestaron (la postproducción, sí, la hizo detenido). El más evidente es la situación legal del personaje de Pierce Brosnan que, requerida su extradición en el Reino Unido, no puede salir de los Estados Unidos para no ser arrestado. Exactamente la situación inversa a la que Polanski vivió durante treinta años. Ahora, si uno deja por un rato el morbo también tiene que advertir que El escritor… es una gran película, de lo más interesante que ha dado Polanski en los últimos años. El protagonista, interpretado por Ewan McGregor, es un escritor fantasma (esos que escriben por encargo libros firmados por otros), tan fantasma que en todo el film jamás se menciona su nombre y en los créditos figura como “el fantasma”, contratado para dar forma a la autobiografía de Adam Lang, ex primer ministro británico interpretado por Pierce Brosnan. Las cosas se le complican al poco tiempo porque, a días nomás de su llegada a la residencia-bunker de Lang en una isla de la costa noreste de Estados Unidos, este es acusado de entregar civiles acusados de terrorismo a la CIA para ser torturados, con lo que el escritor se ve en una situación más que incomoda y peligrosa. Más aún cuando se entera de que su antecesor en el empleo fue encontrado muerto en circunstancias sospechosas. Investigando, va descubriendo que en el pasado de su empleador hay elementos todavía más oscuros que los de su escándalo reciente. Se trata de un thriller político muy efectivo, narrado con precisión y un manejo del suspenso que le debe bastante a Hitchcock. Una escena donde el protagonista se da cuenta en un ferry a punto de zarpar de que lo están siguiendo y que debe escapar a toda costa, no desentonaría en una película del gran Alfred. También remite al maestro la trama del hombre común en circunstancias extraordinarias, envuelto sin quererlo en algo que es más grande que él (Polanski ya había coqueteado con ese recurso y con el estilo a la Hitchcock en Búsqueda frenética). De hecho, el escritor se mete en el asunto ingenuamente, vanagloriándose de no saber nada de política, para encontrarse con un asunto que le quema las manos. Su reacción al principio es tratar de zafar pero, a medida que descubre información, entra a investigar a espaldas del acusado, en parte por la intriga pero en parte también por ambición. El film va mostrando su progresivo encierro, tanto el confinamiento en la casa del primer ministro (otro paralelo) como la encerrona de su situación en la que, a medida que va picando cada vez más alto, va cayendo cada vez más en una trampa. Va cayendo, además, en una posición moralmente cuestionable al darle palabras a un tipo tan seductor como siniestro, llegando al caso de redactar su comunicado de prensa como respuesta ante las acusaciones. Polanski sigue en su mejor forma, al menos cinematográficamente hablando. No se sabe aún como se resolverá su situación legal, pero para quienes lo admiran (lo admiramos) por su extraordinaria filmografía, el deseo explícito es el de que pueda seguir filmando con el talento que aquí sigue demostrando.
Hablar no sirve Oh-la-la Paris, sus calles vieron persecuciones y tiroteos protagonizados por celebres locales como Delon, Belmondo o los Repodridos y fueron visitadas por personajes ilustres como James Bond o, más acá, Jason Bourne, con fines igualmente explosivos. Ahora son el escenario de esta reciente buddy movie (la pareja despareja, recuerden) de acción. Jonathan Rhys Meyers con bigotito hace del asistente del embajador norteamericano en Paris, aspirante a agente secreto, con ansia de aventura pero sin entrenamiento y con la correcta pero aburrida costumbre de ajustarse a las reglas. Su primera misión real en campo tendrá que hacerla con un John Travolta pelado y con barba candado, cínico, violento, ególatra, escandaloso y con la incorrecta pero más rendidora tendencia a llevarse todo por delante, sea gente o sean las reglas que, ya se sabe, son un estorbo. Como es de esperarse, la relación empieza como el demonio y, como es de esperarse también, ambos se volverán socios y amigos, maestro y alumno, donde Travolta convertirá a su inexperto compañero a su mundo maleducado, prepotente y feliz. El insufrible personaje de Travolta (que se supone debería terminar cayéndonos simpático con el tiempo) se pasa de canchero mientras insulta y desprecia a todo el que se le cruza o dispara a mansalva sin que se le inmute la cara de banana con una facilidad que hace de cada enfrentamiento un tramite. Precisamente esa facilidad con que el personaje resuelve todo, peleando como de taquito, bajando muñecos que no le presentan ninguna dificultad, como si fueran los patitos de un tiro al blanco de feria, vuelve todo muy repetitivo y tedioso. La trama es irrelevante pero no le importa a nadie, empezando por los autores, porque está todo lo de rigor: tiros, piñas y explosiones a granel, persecuciones automovilísticas, drogas y terroristas (sexo no hay, pero todo no se puede). A quien no le moleste ver otra vez la misma película que ya vio cien veces (y muchas veces mejor) y le puede adivinar cada paso, tiene para entretenerse. En la misma línea tendrán también chistes burdos, desconfianza y desprecio por las mujeres y racismo. Todos los malos son chinos, árabes o pakistaníes y la religión musulmana lleva al fanatismo y al crimen. Quizás se trate de una incorrección estudiada pero quizás sea simplemente que los responsables del film piensan así. Pese al titulo local y también al original (“De Paris con amor”, obvia referencia a “De Rusia con amor” de la saga Bond) no hay mucho amor. Al contrario que en la canción, acá el amor no es más fuerte, por lo menos no más que un buen tiro, que se transforma en la decisión correcta, como lo demuestra el consejo del personaje de Travolta a un compañero demasiado blando: “hablar no va a funcionar, tenés que disparar”. El desarrollo posterior le va a dar la razón, una lección de vida…
Mujeres judías al borde de un ataque de angustia existencial Sarcelles es un barrio de las afueras de París al que se lo llama popularmente “La Pequeña Jerusalén” por ser uno de los lugares de mayor concentración de la colectividad judía. Algo así como una versión parisina y suburbana de Once o Villa Crespo. Si Daniel Burman filmara en Francia posiblemente ambientaría alguna de sus películas allí. Eso si Burman además perdiera totalmente el sentido del humor y su nivel de pretenciosidad alcanzara dimensiones titánicas. Las protagonistas son Laura y Mathilde, dos hermanas que viven en un departamento en el barrio del título junto a su familia. Laura tiene 18 años, estudia filosofía y es algo así como la rebelde de la familia, rechazando el orden religioso para abrazar el no menos estricto del imperativo categórico kantiano. Semejante alejamiento de la tradición que la familia acata estrictamente solo puede acarrearle reproches y chicanas a mansalva. Mathilde esta casada y tiene cuatro hijos pequeños, Tanto ella como su marido siguen los preceptos ortodoxos al pie de la letra. Completa el grupo familiar la madre de ambas, una señora de buenas intenciones pero tan metida e hinchapelotas que parece respetar a rajatabla no solo la tradición hebraica sino también el estereotipo de la madre judía. Amabas hermanas van a vivir un momento de crisis personal y angustia existencial. Laura, cuya vida ya dista de lo que construye en sus sueños de independencia, se enamora de un trabajador argelino de familia musulmana con lo que viene a sumar otro motivo a los sermones familiares. Por otro lado no la ayuda una personalidad rígida y reprimida que racionaliza e intelectualiza todo y no se permite ningún rasgo de espontaneidad. Su rebeldía además tiene las alitas muy cortas y así es como amaga todo el tiempo con irse de la casa pero no se puede decir que haga avanzar mucho ese proyecto. Mathilde descubre que su marido la engaña y cuando lo encara acepta muy obediente su explicación de que ella es la causante debido a su actitud reprimida ante la sexualidad que le impide cumplir sus deberes de esposa. Como termina asumiendo la culpa (cosa que nadie le discute), va a consultar con una guía de la sinagoga acerca de cual es la manera correcta de satisfacer las necesidades del marido sin ofender a Dios. Ambas parecen estar en lados opuestos del espectro pero el resultado es el mismo: la represión del deseo, el acallamiento de las pasiones, la frustración y la angustia. El tono del relato es de una gravedad que parece ser el imperativo -kantiano o no- para los temas importantes que se tratan. Así desfilan en solemne caravana los mandatos familiares, las pasiones amorosas, la represión sexual, el deseo de superación y realización, el racismo, y la tensión entre el deseo y la pasión versus la tradición y el deber. Semejante sumatoria contribuye a una pretensión que le dan al film el peso de un yunque y, peor aun, para la que no tiene resto. En eso se parece un poco a su protagonista, que amaga con despegar definitivamente para no ir demasiado lejos porque no se atreve o no puede.
Mi bebé Uno de los meritos de It’s Alive versión ’74, que aquí se conoció como El monstruo está vivo y fuera el primer largometraje del director de culto Larry Cohen, es haber logrado un film de terror creíble y efectivo con una premisa que contada puede parecer absurda (un bebé recién nacido con instintos asesinos y un poder brutal para darle rienda suelta a esos mismos instintos) y eludir el ridículo con inteligencia, saliendo muy bien parado del desafío, logrando primero que uno acepte que un bebé puede ser un monstruo asesino, luego que uno tenga miedo de ese bebé monstruo que se acerca a sus víctimas gateando y, por último, que uno se apiade de ese pobre monstruo acosado que solo actúa así por instinto y genética. Se ve que a la hora de planificar la remake, los responsables (donde se cuenta el propio Cohen como uno de los autores del guión) le tuvieron miedo al ridículo, quizás pensando que lo que podía ser aceptable en los ’70 no iba a salir tan bien librado en este milenio. Es por eso que hay unos cuantos cambios en la propuesta argumental de está versión ’08 (estrenada aquí con algo de atraso). Por lo menos tres merecen mencionarse. En principio lo más evidente es que ya no se trata de un bebé mutante y deforme (el original era un cabezón feo con garras y dientes de predador al que se mostraba siempre fugazmente y entre sombras) sino uno de apariencia normal y hasta adorable, que pasa desapercibido y del que nadie sospecha con excepción de su madre. Queda sin respuesta la pregunta de cómo hace para matar si no hay en su cuerpo (por lo menos no exteriormente) ningún arma que le permita cazar y desgarrar a sus víctimas como sugieren esos chorros de sangre que vuelan alegremente cada vez que una de ellas es atrapada y constituyen algunos de los (pocos) momentos disfrutables del film. (Solo en una toma se le ven unos dientes deformes pero que nadie antes advirtió). Otro cambio notable es el de punto de vista. El original estaba relatado desde la experiencia del padre, quien sabía (como todos) del carácter monstruoso de su hijo y tenía que lidiar con sus sentimientos de decepción, rechazo y odio para con la criatura a la que incluso quiere exterminar, para finalmente apiadarse de ella. Acá se cuenta la historia desde la perspectiva de la madre (ya que el padre ni se entera) quien se espanta por las características de nene pero lo encubre y trata de borrar las huellas de sus matanzas mientras va perdiendo progresivamente la cordura (en esto es similar a la original). Esto resulta en que no se puede hacer empatía con ninguno de los dos, cuando en la anterior no se podía si no sentir pena y simpatía por la desgraciada y acosada familia. Y, como ya se dijo, al final uno hasta le tenia lastima al monstruo, cosa que aquí tampoco sucede. Finalmente y no menos importante, hay un salto de la esfera pública a la esfera privada ya que, salvo la madre, nadie se entera y ni siquiera sospecha que el autor de los asesinatos podría ser el bebé. En el primer film esto era sabido por todo el mundo desde el principio, lo cual daba pie para la incorrección, con una cacería policial con la misión de matar un bebé, y hasta cierta denuncia, donde la prensa acosaba con rapiña a los padres mientas los médicos intentaban tapar las causas de la mutación. En la nueva versión la causa de la misma son unas misteriosas pastillas abortivas cuya legalidad nunca se aclara y, por ende, no hay nadie claro a quien culpar. Si uno perdiera de vista el referente Está vivo pasaría por un film de terror clase B, correcto, y algo anodino, que no está muy mal pero tampoco está muy bien. Comparando con su sucesora es indisimulable que en la búsqueda de sobriedad o sutileza se perdió contundencia, provocación, incorrección y originalidad.
Diablito de barrio Hay un efecto curioso en algunos films recientes con niños diabólicos como La Huérfana o la recién estrenada Caso 39, y es que parece colarse el mensaje de que ser solidario quizás no sea buena idea y que ayudar a un niño desamparado solo puede traer problemas. Se trata seguramente de un efecto no buscado que poco y nada tendrá que ver con los infortunios de la virtud o con una buñuelesca inutilidad de la caridad a la Viridiana, pero no deja de llamar la atención. De cualquier modo son varias las películas que últimamente han tocado el tema de los niños malignos, como la mencionada e interesante La Huérfana o las no tan interesantes Eden Lake y Susurros de Terror. Caso 39 comparte además con está última el hecho de optar por el lado sobrenatural del asunto. Emily (Renée Zellweger) es una asistente social especializada en niños en situación de riesgo que se topa con el caso de Lilith, una niña que se siente amenazada por sus padres, un tipo de amenaza que parece ir más allá de la ya de por sí preocupante pero más frecuente violencia domestica. Emily realmente se preocupa por la suerte que Lilith pueda correr y, desoyendo recomendaciones superiores, sigue el caso hasta rescatar a la niña (con un policía a punta de pistola) del intento de los padres de encerrar a la nena en el horno (encendido, claro). Con los tutores legales tras las rejas y lógicamente imposibilitados de ejercer la custodia, y con la niña con destino cantado en una institución, Emily que, como corresponde a cualquier servidor público retratado por Hollywood sea policía o asistente social, se toma el caso de manera personal y pide la custodia de Lilith hasta que aparezca una familia sustituta. Al poco tiempo se dará cuenta que la nena no es tan inocente y no solo es una manipuladora de temer, sino que la gente que toma algún contacto con ella enloquece o muere de maneras horribles. Averiguando un poco más nos damos cuenta que la dulce niña no solo no es tan dulce sino que tal vez ni siquiera sea una niña en el sentido estricto sino una suerte de entidad demoníaca caprichosa y vengativa. No era su rubro pero, si se hubiera interesado en temas esotéricos o antropológicos, ya Emily debería haber empezado por sospechar por el nombre de la niña porque, aunque no se lo mencione en ningún momento, es obvio que el nombre Lilith hace referencia a un celebre demonio de la mitología hebrea y mesopotámica. De hecho en algunas tradiciones se la menciona como la primera mujer de Adán (antes que Eva) de espíritu inquieto y por ende peligroso, mientras en otras se la sindica como la vampira originaria. Como sea, la Lilith que Emily se lleva ingenuamente a vivir a su casa empieza a manifestar sus intenciones cada vez más claramente y a manifestar sus poderes de manera también contundente, con lo que Emily se encuentra paradójicamente en la misma incomoda situación de los padres de la niña que acusaban la malignidad de la niña y solo conseguían victimizarla más y atraer las miradas de sospecha sobre sí mismos. Es cierto que la historia no es nada original y el desarrollo es bastante previsible. Y sin embargo como film de suspenso tiene cierta efectividad y las escenas de mayor tensión funcionan aunque más por cierta habilidad u oficio en la realización que por un guión lleno de agujeros y obviedades (el guionista es uno de los responsables de asesinar Kairo, la gran película de Kiyoshi Kurosawa, con una remake desastrosa que aquí se llamó Latidos). Igualmente, aunque por algunos momentos sea capaz de mantener cierto interés o provocar cierta inquietud, no va a ser un film que se destaque de entre los ya muchos que utilizan el mismo recurso argumental. Lo que quizás logre es que uno lo piense mejor antes de abrirle las puertas del hogar algún posible monstruo sanguinario disfrazado de pobre angelito en apuros.
Filosofía barata y artistas de plástico Fama, el film original de 1980, fue un éxito rotundo cuya estela produjo una también exitosa serie de televisión, una vendedora banda de sonido, y un musical que conoció varios reestrenos. Alan Parker, su director, es un especialista en films musicales. Ya venia de hacer Bugsy Malone y posteriormente realizaría Pink Floyd the Wall, The Commintments y Evita. Parker tuvo éxitos y fracasos, films logrados y otros que no, y nunca fue un favorito de la crítica. Se le han achacado muchas cosas, entre ellas su estética publicitaria (su origen, de hecho, era la publicidad), pero si hay algo que reconocerle es su capacidad para hacer creíbles situaciones y personajes aun dentro del más puro artificio, lograr que uno sienta cercanos a esos protagonistas y a que uno le importe lo que les pasa. Y también el merito de no haber tenido miedo (por lo menos en su primera etapa) a situaciones adultas y momentos duros, baste recordar la aspereza de algunos pasajes de Expreso de medianoche o ciertas imágenes escabrosas de The Wall. Y en aquel Fama versión ‘80, bastante de ello se apreciaba. Eso no sucede en absoluto en esta remake pasteurizada donde la impostura es indisimulable, la falsedad evidente y la chatura irremontable. Fama versión 09 retoma la estructura de su predecesora escalonando el relato de un grupo de estudiantes de una escuela de artes escénicas de Nueva York en audiciones, años de cursada y graduación, y recrea varias de sus escenas más recordadas como las audiciones de la primera parte que servían para presentar a los personajes o la famosa escena del baile en salón comedor. Los personajes son y no son los mismos, inspirados e identificables con aquellos, sus historias varían en gran parte, sus nombres son cambiados y sobre todo se los despoja de casi toda su densidad. Y esa es la constante de esta reversión. El film de Parker apostaba a mostrar entre los momentos de más brillo otros más oscuros como la violación de la hermana de uno de los estudiantes (que no se mostraba pero se anticipaba de un modo bastante ominoso) y verdaderos conflictos como la discriminación racial y de clase o como la represión y las dudas sobre su propia sexualidad. Aquí los conflictos no pasan de peleas con los padres que quieren direccionar la carrera artística de sus hijos, encuentros con inescrupulosos que se aprovechan de las ilusiones o problemas de timidez y dificultades para soltarse. El único personaje que tiene una historia más sórdida, como la muerte de su hermana menor en un tiroteo (años atrás), simplemente expone el tema en clase en una escena de muy poca intensidad. Se podría que se trata de una actualización, pero esta lo es solo en los términos de aggiornar la historia a la escena musical de hoy. Aggiornar en términos de lo que la industria musical quiere vender, o sea hip hop, RnB y pop plastificado de artistas prefabricados. El director Kevin Tanchaoren, también tiene una historia en los musicales, donde su currículum más notable se compone de realitys para MTV, conciertos de Britney Spears y programas sobre las Pussycat Dolls, así que imagínense por donde pasa la cosa. Si en este verdadero retroceso no queda más que superficialidad, no por eso se privan de sembrar todo el film con frases presuntamente trascendentes de los profesores, que parecen inspiradas en realitys como American Idol o suenan a manual de autoayuda, y que contienen la mayoría de los lugares comunes del aspirante a artista: no renunciar a los sueños, entregarse por entero, creer en uno mismo, y un largo etcétera, resultando en un hibrido a la manera de un musical de Disney con aspiraciones.