TARZAN SÍ, COLONIA NO Tarzán pertenece a esa categoría de personajes clásicos como Sherlock Holmes, Drácula o el Zorro, ya centenarios e intergeneracionales, que siempre están volviendo. Prueba irrefutable de la reencarnación, desaparecen del mapa solo por un tiempo para regresar siempre baja la misma/otra forma. Creado en 1912 por Edgar Rice Burroughs para el mercado de los pulps, “Tarzán de los Monos” paso, con mejor o peor suerte por la literatura, el comic, el cine, la televisión, el dibujo animado y los video juegos, produjo copias y parodias, tuvo encarnaciones míticas con estrellas que le estarán por siempre asociadas (Johnny Weissmuller es el clásico) y otras cuantas olvidables. Cuando se anuncia una nueva versión de un personaje así, la reacción inmediata es refleja: escepticismo. ¿Cuánta más leche se le puede sacar a un concepto mil veces explotado, sobre todo para generaciones que no crecieron con sus aventuras o no lo tienen entre sus principales referentes? David Yates, el responsable en la dirección, ya tiene experiencia en adaptar personajes y universos ajenos. Por lo menos con uno, ya que dirigió cuatro films de Harry Potter y está por estrenar Animales fantásticos y dónde encontrarlos, spin off de la saga del aprendiz de mago. La partida es difícil, pero se puede decir que esta versión 2016 es una bastante digna, que no pretende instalarse como definitiva ni refundar el personaje, pero que se deja disfrutar como relato clásico de aventuras, a la vez que actualiza la marca como para una agenda moderna aun respetando el contexto histórico. Un acierto es el de evitar el pretensión de todo reboot de volver a contar por milésima vez el origen y dedicarle al mismo toda su primera parte. Por el contrario el film arranca con un Tarzán que ya está de vuelta de África, instalado cómodamente como John Clayton en su mansión de la Inglaterra Victoriana, junto a Jane, su eterna compañera, y disfrutando (o no tanto) de una celebridad de folletín. De su origen nos enteramos por flashbacks, un poco para entender la interioridad de personaje y otro poco para enterar al espectador que a esta altura no lo conoce. El relato transcurre en 1884, con África repartida entre las potencias coloniales, con el Congo en particular reclamado por el Rey Leopoldo de Bélgica. Tarzán es convocado engañosamente a abandonar sus comodidades burguesas y volver a la región que lo vio nacer. Una vez descubierta la celada, John Clayton tendrá que volver a ser Tarzán y, como parece que andar en liana y hacer acrobacias entre los arboles es como andar en bicicleta, usar todo su potencial salvaje para deshacer el entuerto, rescatar a su amada y poner fin a los desastres que los esbirros coloniales están llevando a cabo. Esta versión renovada del personaje evita de manera consciente el eurocentrismo y las implicancias racistas o condescendientes con que a veces se abordó en el pasado y le plantea una agenda progre. Anticolonialista, mostrando la rapiña con que las potencias europeas someten al continente africano, ecologista, mostrando la explotación del marfil y los diamantes, y de tolerancia racial, mostrando la esclavitud a que son sometidos los nativos. Ello contrapuesto a la relación de respeto y amistad que Tarzán siente por los animales y por los pueblos nativos. Este Tarzán de Alexander Skarsgård ya no es “el rey de la selva” imponiéndose sobre los mismos, sino que se integra como “uno de ellos”. La Jane de Margot Roobie presenta, a su vez, un perfil de mujer fuerte que no se conforma con el rol de damisela en peligro y hasta se permite ironizar con este. Más allá de estas reinterpretaciones, el argumento es bastante simple y lineal, cumple como entretenimiento y sirve para mantener al personaje icónico con vida hasta la secuela, si los números acompañan (parece que no), o hasta la próxima reencarnación. LA LEYENDA DE TARZAN The Legend of Tarzan. Estados Unidos. 2016. Dirección: David Yates. Intérpretes: Alexander Skarsgård, Margot Robbie, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson y Djimon Hounsou Guión: Adam Cozad y Craig Brewer, sobre personajes e historias creadas por Edgar Rice Burroughs.. Fotografía: Henry Braham. Edición: Mark Day. Musica: Rupert Gregson-Williams. Duración: 110 minutos.
DIOS, PATRIA Y ARMAS DE FUEGO Las dos primeras entregas de la serie “The Purge” basaban sus relatos en una premisa que, de no ser un poco extrema, hubiera encajado sin problemas en un capítulo de La Dimensión Desconocida. A saber, que una vez al año los Estados Unidos, ahora “renacidos”, implementan/celebran la Noche de la Depuración por la cual todos los delitos, incluido el asesinato, están permitidos durante 12 horas. A partir de ahí, el país se sumerge en el todo vale y el sálvese quien pueda. Con una premisa así de simple y brutal podrían haberse contentado con explotar la violencia y la acción y quizás hubiera sido suficiente. Pero si bien estos elementos no faltan, James DeMonaco (director, guionista y responsable principal de la ahora trilogía) prefirió además explorar ese universo a fondo y ver hasta dónde podía llegar en sus implicancias sociales y políticas. En el primer film, La noche de la expiación (2014) con el escenario acotado de una casa sitiada en un barrio cerrado y un elenco limitado a una familia y sus acosadores, ya estaban presentes el racismo y el odio de clase. En el segundo, 12 horas para sobrevivir, se ampliaba el escenario a las calles salvajes y se ampliaban también las implicancias políticas ya que se mostraba más explícitamente lo que antes se sugería, que la Depuración no obedecía solamente a fines catárticos, sino que los “Nuevos Padres Fundadores”, verdaderos higienistas sociales, habían claramente diseñado el evento para una limpieza étnica y social, ya que las víctimas principales siempre terminaban siendo las clases (nunca mejor dicho) más vulnerables. Para este tercer film el discurso político ya ocupa un primer plano, la protagonista es una candidata a presidente que pretende acabar con la depuración y poner en jaque todo el sistema que esta sostiene. La noche en cuestión se viene encima y la elite gubernamental, convencida que si sucede conviene, decide aprovechar sus posibilidades para deshacerse de ella y, como a la suerte hay que ayudarla, mandarle encima un comando de exterminio. La senadora y su guardaespaldas (Frank Grillo, uno de los protagonistas del segundo film) escapan por los pelos a una emboscada, pero ahora tienen que atravesar la noche y la ciudad, junto a otro grupo de parias, para escapar a sus perseguidores que no se van a rendir así nomás, y eludir los peligros de esas calles peligrosas. Al igual que sus antecesoras, 12 horas… es una película Hobbesiana, donde se plantea que, libre de cualquier lazo, el hombre es lobo del hombre, o más bien perro rabioso, y que se requiere un esfuerzo consiente para a ser mejores. El título “Día de la elección” da una pauta de que sus implicancias se extienden también fuera de la pantalla. En tanto sátira y crítica social, corre a veces el riesgo de subrayar y a veces de querer abarcar demasiado, pero su autor maneja su discurso con cintura e inteligencia y ayuda la decisión de hacerlo también desde el humor. No todo es bajada de línea y DeMonaco no se olvida que se trata de un film de ciencia ficción (en el sentido especulativo y de la distopía), de acción y hasta de terror, elementos que forman gran parte del paquete, y donde el escenario recuerda otras pesadillas urbanas como The Warriors o Fuga de Nueva York, donde el territorio, la ciudad, es un antagonista. El film funciona en ambos niveles, como manifiesto y como entretenimiento vertiginoso, como apelación al debate y como diversión descerebrada y lo hace de manera que ambos se complementen. Un logro extraño, paradójico y para nada menor. 12 HORAS PARA SOBREVIVIR: EL AÑO DE LA ELECCIÓN The Purge: Election Year. Estados Unidos. 2016. Dirección: James DeMonaco. Intérpretes: Elizabeth Mitchell, Frank Grillo, Mykelti Williamson, Edwin Hodge, Joseph Julian Soria, Kyle Secor y Betty Gabriel. Guión: James DeMonaco. Fotografía: Jacques Jouffret. Edición: Todd E. Miller. Musica: Nathan Whitehead .Duración: 105 minutos.
Las primeras imágenes ya establecen el tono. Nos adentramos como a través de un vidrio oscuro. Vemos al personaje de Alejandra (Ailin Salas) sentada en el medio del campo. Mira a cámara, nos damos cuenta que no es un personaje normal, no es como el resto, es un otro. Luego la vemos dormida o desmayada en el mismo lugar. Lucas (Lucas Schell) la encuentra y se la lleva a la granja en que vive con su familia. Ella no da mayores explicaciones de donde viene, ellos la incorporan sin mayores cuestionamientos a formar parte de su casa y su cotidianeidad. El campo está sufriendo una helada que echa a perder la cosecha pero esto cambia con la llegada de Alejandra. Pronto se esparce en el pueblo cercano el rumor de que la joven es una santa y tiene poderes de sanación. Maximiliano Schonfeld vuelve a los escenarios de su primer película, Germania (2012), los del campo entrerriano, y a sus personajes, la comunidad de descendientes de alemanes del Volga. Escenarios que Schonfeld conoce bien, ya que es oriundo de Crespo, pueblo de la zona, de donde salieron (otro fenómeno milagroso) otros realizadores de su generación como Iván Fund y también Eduardo Crespo, quien estrenó recientemente un interesante documental llamado precisamente Crespo. Lo que Schonfeld hace aquí es introducir un elemento disruptivo con el personaje de Alejandra y contar una suerte de fábula en un tono a la vez naturalista y a la vez de cuento de hadas. La película se mueve con fluidez en ese espacio de ambigüedad y de cruza. Por un lado se nos muestra la vida de la familia de Lucas con un registro realista, casi documental. Y, a la vez, se nos muestra la presencia sobrenatural de Alejandra con recursos del cine fantástico. Recursos del género que el realizador toma pero sin llegar a introducirse plenamente en él. Por otro lado la ambigüedad se aplica también al personaje de Alejandra y a sus intenciones. Si bien la comunidad la acepta y no duda de su carácter benigno, las cosas no son tan claras para el espectador quien tiene elementos para cuestionarse su carácter de bruja buena o hada oscura. Sobre todo cuando puede ver en determinado momento que no dijo todo de sí misma, de adonde pertenece, de cómo llegó allí, ni que vino a buscar. Alejandra es una completa extraña incluso en cuanto al género (es la única mujer en una casa de hombres) y a nivel étnico, un toque de mestizaje en esa comunidad cerrada de descendientes de europeos blancos, cuya ajenidad revoluciona el pueblo y desencadena toda una serie de reacciones. Schonfel refuerza esa ajenidad colocando a Salas como la única actriz profesional en medio de su elenco de no-actores. La helada negra es una película de atmosferas. Para ello es fundamental la fotografía de Soledad Rodríguez, que realza y sostiene el clima de irrealidad. Se trata de una película que juega sutilmente con la espiritualidad, con la fe y el misterio. 4ojookLA HELADA NEGRA Argentina. 2016. Dirección: Maximiliano Schonfeld. Intérpretes: Ailín Salas, Lucas Schell, Benigno Lell, Dario Wendler y Mario Wendler. Guión: Maximiliano Schonfeld. Fotografía: Soledad Rodríguez. Edición: Anita Remón. Duración: 82 minutos.
Duncan Jones llamó la atención como promesa tener en cuenta con su primer film, En la luna (Moon, 2009), una producción pequeña e independiente con elenco unipersonal que remitía a ciencia ficción introspectiva de los 60 y 70. Su segunda película, 8 minutos antes de morir (Source Code, 2011), todavía con un presupuesto mediano, confirmó la promesa, con una historia intrincada que le debía un poco a la paranoia de Philip K. Dick y a los juegos narrativos de Christopher Nolan. Warcraft su tercera película, basada en un popular videojuego que no para de expandirse desde 1994, marca su ingreso al mundo de los tanques millonarios y el cine de franquicias. El proyecto de llevar ese universo al cine viene anunciándose desde hace diez años, con Jones incorporándose al puesto de director y co-guionista en 2013. El primer lanzamiento de la serie de videojuegos, y que inspiró el film presente, se titulaba Orcos y Humanos. Y de eso se trata exactamente. De la horda de los orcos invadiendo a través de un portal mágico la tierra de los humanos, y de lo que pasa cuando ambos esos mundos chocan. 134235La cuestión se complejiza (un poco) entre los bandos ya que, del lado de los humanos, tenemos traidores que ayudan a abrir la puerta y, del lado de los orcos, una fracción que quiere conseguir la paz y poner fin a la invasión cuando se dan cuenta que la magia que les permite trasponer la barrera tiene un costo vital altísimo. Quienes hayan disfrutado la breve pero interesante filmografía previa de Duncan Jones, probablemente se sientan decepcionados con este Fantasy de manual. Poco hay en este film de encargo del autor original que trataba de jugar con las posibilidades del cine fantástico. Es cierto que el universo en el que transcurre Warcraft, el videojuego, es principalmente derivativo, en el que su mayor inspiración está en la imaginería propuesta por Tolkien, con sus paisajes, personajes (guerreros, hechiceros) y especies (orcos, enanos, elfos), y también hay un sincretismo que hace posible la aparición de un golem o apelaciones directas al mito de Moisés. Pero también es cierto que el Fantasy, o Fantasía Épica, es un género bastante extenso y rico como para permitir propuestas más arriesgadas (y ahí está Game of Thrones para probarlo). Se trata de un género que tiene sus reglas, sus convenciones, y también sus lugares comunes. Son estos últimos los que Warcraft, la película, despliega en una ronda de reconocimiento de dos horas. Batallas épicas, magia pura o maligna, apelaciones al honor, a la camaradería, amores entre personajes de distinto origen, héroes sin fisuras (los buenos que traicionan lo hacen porque están poseídos o porque han sido engañados) y malos irredimibles. Además de un tono grandilocuente, solemne, ñoño y con cero humor. Como es regla en el mundo de las franquicias, todo está servido y desplegado para las secuelas. Esto en caso que los números acompañen. Quizás sea del agrado de los fanáticos del juego que quieren ver plasmados en acción real (bueno, no tanto) a sus personajes queridos. Quizás lo sea de los fanáticos duros del Fantasy, a aquellos a los que no les moleste que les cuenten lo mismo una y otra vez. Pero para el resto lo poco que se puede decir en favor el film es que por momentos es entretenido y que se pasa rápido. La contrapartida es que se olvida igual de rápido. WARCRAFT Warcraft. Estados Unidos. 2016 Dirección: Duncan Jones. Intérpretes: Travis Fimmel, Paula Patton, Ben Foster, Dominic Cooper, Toby Kebbell, Ben Schnetzer, Ruth Negga y Daniel Wu. Guión: Charles Leavitt y Duncan Jones, basado en el videojuego del mismo nombre. Fotografía: Simon Duggan. Música: Ramin Djawadi. Edición: Paul Hirsch. Duración: 123 minutos.
El largo dedo del costumbrismo Con un tinte de cine añejo, esta comedia que se presenta como negra tiene poco de humor oscuro y ronda lo naif. Situada en la vuelta de la democracia, narra la historia de un candidato a intendente con un contrincante particular. El realismo mágico no es un género que le ha dado muchas alegrías al cine nacional, y ciertamente no ha estado entre los favoritos del llamado Nuevo Cine Argentino. Está, sin embargo, entre las influencias que Teubal recoge, junto con cierto costumbrismo de pago chico, en su ópera prima. La acción transcurre en un pequeño pueblo cordobés en 1983, previamente a la vuelta de la democracia al país, la cual tendrá su correlato en las elecciones que se anuncian por primera vez en el pueblo. En ese marco, el corrupto juez de paz (Gabriel Goity) pretende ser elegido. Su principal contrincante es el popular Baldomero (Martín Seefeld), admirado por los hombres y deseado por las mujeres. A poco de anunciados los comicios, Baldomero aparece asesinado y su hermano (Fabián Vena) jura venganza después de cortarle un dedo para ponerlo en un frasco en el mostrador de su almacén. Desde allí, el dedo empieza a mostrar signos de vitalidad, y la capacidad para señalar (literalmente también) el camino correcto a sus cada vez más numerosos seguidores, quienes terminan imponiendo su candidatura. El dedo se propone como una comedia negra (después de todo hay un cadáver y un miembro mutilado) pero su humor es menos oscuro y más bien naif, basado sobre todo en las salidas supuestamente insólitas de los habitantes del pueblo. Personajes estos que parecen responder al lugar común, algo condescendiente, de que la gente de pueblo es buena, inocente, atolondrada y simple, y donde nadie es realmente malo, ni siquiera el villano de turno. Claro que también podría tratarse de una sátira política. Y razones no faltarían cuando la acción transcurre en esa época, hay unas elecciones de por medio y políticos corruptos en danza. Pero la verdad es que hay que tener ganas de tomarlo por ese lado, porque el retrato no es tampoco demasiado elaborado. Más allá de algunos paralelos con personajes o situaciones conocidos o cierto folklore electoral (besar niños u organizar asados), todo se reduce a la puja entre un caudillo malo (el juez) y un caudillo bueno (el dedo milagroso). Lo cual no parece apuntar a una crítica, sino que es presentado como algo simpático y pintoresco. Se trata de una comedia liviana, cuyos gags a veces son graciosos y a veces son ñoños, y donde los actores hacen un papel digno aun teniendo que vérselas con unos personajes estereotipados. Todo termina dando una sensación de cine argentino añejo, como de la década que se está mostrando, y eso llama la atención en un realizador debutante.
Los cazadores de la franquicia perdida Vuelta a las raíces, la llaman. Le pasa mucho a las bandas de rock cuando, después de uno o varios fracasos, les da por regresar al sonido de los primeros discos, los que les dieron fama y reconocimiento, para recuperar frescura, credibilidad y/o público. El recurso es también aplicable a este caso ya que después del fiasco de la última Alien vs Depredador (la primera no había estado mal sin embargo), la franquicia del cazador extraterrestre no estaba en su mejor momento. Por eso dejamos de lado, por lo menos por el momento, la pelea de titanes contra los babosos monstruos de Giger y bebemos nuevamente de los dos primeros films de la saga (muy en particular del primero, cuyos acontecimientos son citados en este), algo que Robert Rodríguez, aquí oficiando como productor, admitió sin reservas. Si la operación sale bien, capaz que hasta seguimos con una secuela que el final sugiere con ganas y sin mucho disimulo. El escenario es bastante similar al de la primera película de 1987, dirigida por John McTiernan y protagonizada por el hoy gobernador de California, solo llevada un poquito más lejos: en una jungla interminable, en un planeta utilizado por los depredadores como reserva de caza, unos cuantos humanos son arrojados (literalmente) para servir de presas en su deporte favorito. Para hacer el juego más interesante, la selección de especímenes incluye lo más granado de una elite de soldados, mercenarios y delincuentes. La misma extracción de las presas es la que sugiere el título en plural donde se menciona que no solo los cazadores sino también los humanos son depredadores entre los suyos. Se trata entonces de juntar a unos cuantos tipos de diferentes orígenes pero similares características, soltarlos en un escenario hostil y ver que pasa. Una idea simple, quizá algo tonta pero eficaz. Al rato la cosa está bien clara y la acción está servida. Si el movimiento parece bien planeado, viendo el resultado, no parece de todos modos que se lo hayan tomado muy en serio y eso está bien. La decisión de poner a Adrien Brody como héroe de acción ya debería ser una pista. Y en la misma línea va el breve pero contundente papel de Lawrence Fishburne, absurdo, descolgado y hasta en un tono diferente del resto (y eso que Fishburne es un gran actor, con lo que uno tiende a pensar o que lo hizo a propósito o que no le importó nada), que es a pesar de eso, o justamente por eso, uno de los momentos divertidos. Depredadores levanta un poco la puntería de la serie e intenta agregar algo a su mitología (el enfrentamiento entre dos clases diferentes de depredador) pero también tiene sus zonas fallidas: es algo previsible y los personajes cada tanto se sienten en la obligación de explicar lo que está pasando, aunque no haga falta, o pronunciar sentencias graves, que uno quiere creer que son parte de la joda pero no está seguro. De todos modos se trata de una diversión descerebrada, y si los responsables no parecen habérsela tomado en serio, tampoco habría motivo para que los espectadores lo hagan.
Todo por un sueño A Christopher Nolan le gustan las tramas enrevesadas, los desafíos formales y los ejercicios narrativos. Eso ya lo veíamos desde Memento, donde se trataba de contar la historia de adelante hacia atrás. Y también le preocupan los trucos y mecanismos de la mente: la memoria, los trastornos del sueño o los traumas. El origen es la apoteosis de esos intereses, donde el mundo del sueño es el tema y el escenario. En un universo que parece el aquí y ahora pero donde existe una tecnología que permite compartir los sueños, infiltrarse en los sueños de otro o introducir a otro en el propio sueño mientras uno es consciente de estar soñando y hasta puede diseñar la arquitectura del sueño, los protagonistas se dedican a estas actividades con fines delictivos para robar información o “introducir ideas” en la mente de los soñantes elegidos como blanco. Cobb (Leonardo DiCaprio) es un experto en el procedimiento que, al ser acusado del asesinato de su esposa, ya no puede volver a su casa y ver a sus hijos. El jefe de una corporación japonesa le propone la misión de infiltrarse en los sueños del heredero de la firma líder de la competencia a cambio de usar sus influencias para limpiarlo y permitirle volver. Allá ira entonces con su equipo en una misión delicada y peligrosa, tanto por la resistencia que el universo onírico de la víctima ofrece a los intrusos como por los propios elementos de su mente que el protagonista sin querer introduce, ya que dejó algunas cuentas pendientes allí, en el mundo del otro lado de la vigilia. Este planteo, que le debe mucho al universo del escritor Philip K. Dick (donde es frecuente que los personajes lleguen a un punto en que no pueden estar seguros de cuál es la realidad) da el pie para un despliegue de imaginación y parafernalia visual exuberantes en la medida que el mundo del sueño lo permite y lo propone (ciudades que se pliegan sobre si mismas, combates en gravedad cero). Aquí la misión funciona como elaboradísimo McGuffin que justifica la búsqueda del protagonista para saldar las cuentas con su pasado pero parece estar también en función de justificar la apuesta visual, los escenarios imposibles, las secuencias de acción, y todo lo que el film tiene visualmente para ofrecer de espectacular. La trama, cada vez mas intrincada, con diferentes capas de realidad, sueños dentro de sueños y desdoblamientos del tiempo, necesita explicarse a sí misma cada tanto, que alguno de los personajes explicite las reglas de ese universo y explique lo que está pasando. Y bueno, en algún punto uno tiene la sensación de que lo están cameleando un poco, que la abundancia de información (suministrada constantemente) tiene un fin más de confundir que de aclarar, hacer que uno avance con el relato y no se cuestione mucho lo que está pasando, tapar la boca y llevar de la nariz, porque cuando uno quiere procesar enseguida llega un nuevo estimulo espectacular. El origen se presenta como un preciso mecanismo, pero quizás algunas piezas están más para hacer bulto y hacerlo parecer más complejo de lo que es. Así, esa abundancia de información y explicaciones parecen funcionar como en los trucos de magia (Nolan sabe bien de esto), como un distractor que desvíe la atención de ciertas cosas: de que ciertos elementos, aunque explicados, son así porque sí, de que ciertas leyes son arbitrarias y de que los sueños, aunque dirigidos, son demasiado racionales, para ser sueños. Pero, bueno, si uno se pone a revisarle el truco al mago la diversión se pierde. Lo brillante de Nolan es la forma en que logra presentarlos como lógicos y necesarios, haciendo que el espectador entre como un caballo entendiendo, creyendo que entiende o no entendiendo pero sin que eso importe. Se trata de un despliegue de imaginación y una experiencia sensorial. El origen es un film avasallante que exige toda la atención del espectador y amenaza con pasarle por encima. Ante esa perspectiva, la mejor recomendación quizás sea la del dicho inglés: relájate y goza…
Apocalípticos e infectados El género apocalíptico (si es que se trata de un género) hace tiempo que está pasando por una racha productiva. Algo habrá en el aire, pero son unas cuantas las películas recientemente estrenadas que proponen el fin de la especie como escenario, sea por desastres naturales, guerras, epidemias o zombies, así como las desventuras de los pocos sobrevivientes en pos de continuar siéndolo. En el post-apocalíptico de los ‘80 era frecuente ubicar la causa en algún desastre nuclear, ahora la razón frecuente es una infección que se expande como pandemia y deja diezmada a la mayor parte de la humanidad. Son varios los films que explotan las consecuencias de ese estado de las cosas, y con diferentes tonos, desde Exterminio a Zombieland, pasando por las últimas entregas de Resident Evil y la saga de los Muertos vivos. Portadores está ubicada en este contexto: un virus mortal, altamente contagioso, acaba con la civilización, y los sobrevivientes van de un lado al otro procurándose el techo provisorio, el alimento escaso y, sobre todo, evitando cualquier contacto con posibles infectados. Los protagonistas son dos hermanos jóvenes que, junto con sus parejas, se mueven en coche por la ruta en dirección a la casa de verano en la que pasaron su niñez y a la que ubican idealmente como posible refugio. Pero el camino está plagado (cuac) y de posibles encuentros indeseables. Ese planteo le da al film el elemento de road movie, algo que comparte con films también apocalípticos pero tan disimiles como pueden ser La carretera y Zombieland. Será que el Apocalipsis se presta bien por la necesidad de estar siempre en movimiento. El principio es algo engañoso, cierto comportamiento de los protagonistas, y sobre todo la actitud un poco imbécil del hermano mayor, hacen temer un tono adolescente y lelo que por suerte se esfuma cuando las cosas se ponen pesadas. La premisa, ya lo dijimos, no es original, pero el tratamiento tiene lo suyo. No se trata exactamente de una película de terror, aunque tenga elementos del género. No hay un monstruo, ni un antagonista claro. Los infectados no se transforman en zombies, no muerden ni están rabiosos. Los monstruos reales son -no es sorprendente- la paranoia que lleva a que los sobrevivientes estén dispuestos a lo que sea. De lo que se trata es de cuan bajo puede caer la humanidad, cuan insensible y cuan despiadada puede ser, y como las situaciones límite logran romper con la solidaridad y las normas más elementales. Lo interesante de Portadores es que, si bien al principio el miedo y la desconfianza están puestos en el afuera y en los otros, luego se trasladan al seno mismo del grupo protagónico, y son sus integrantes los que cometen las acciones más cuestionables, volviendo la situación aún más cruel. Hay un tenso clima de paranoia y los realizadores (los catalanes Alex y David Pastor, que debutan en el largo con una producción norteamericana), aún cuando por momento acuden a golpes bajos (las filmaciones caseras de los hermanos cuando eran chicos), retratan con precisión el progresivo y agónico desmembramiento del grupo. Suerte de road movie, con elementos de terror y hasta algún elemento moral, con el marco siniestro del fin de la especie, pero filmada en la ruta y a pleno sol, Portadores puede tratarse de una película barata y menor, pero termina siendo una interesante sorpresa.
Al mago se le notan los trucos En sus títulos de cierre, esta película declara de sí misma estar inspirada (“suggested” es la palabra que emplea, es decir “sugerida”) por el segmento homónimo de Fantasía, superclásico de Disney, que a su vez produce esta re-visita. Aquel segmento estaba protagonizado por el ratón Mickey e inspirado a su vez por un relato de Goethe, y funciona aquí más bien como una cita, reducida a una sola escena en la que se encuentra toda la anécdota e insertada dentro de una historia más amplia. Pero si el fragmento del film de 1940 no es aquí más que un guiño que de reconocerse no va a cambiar la visión de la película, el verdadero referente – no declarado ni sugerido, pero bien identificado como blanco- es la saga de Harry Potter, ya cerrada en los libros y de próximo final en el cine. Un futuro lugar vacante al que se lanzaron también otros pretendientes como Percy Jackson y el ladrón del rayo o El aprendiz de vampiro (que aquí fue directo a dvd,) funcionando como Sagrado Grial o Santa Franquicia a alcanzar. El rey aún no ha muerto (aunque su muerte esté anunciada) y ya se están disputando su herencia. Sin embargo, hasta ahora, ninguno estuvo a la altura de ocupar el trono, y tampoco a esta El aprendiz de brujo le dio la cabeza para probarse la corona. El tándem Tureltaub-Bruckheimer-Cage vuelve a seguir el Manual del Alumno Disney que ya había aplicado en La leyenda del tesoro perdido, para rodear la anécdota del fragmento citado de una historia a la que la palabra nueva le cabe apenas: Un (post) adolescente perdedor, de involuntario (y al principio no deseado) destino mesiánico, dotado de poderes mágicos y acompañado por un maestro que lo guía lo reta y lo protege hasta que alcance su verdadero potencial. El film se sostiene por momentos gracias a algunos personajes secundarios y algunos gags que son efectivos pero que están alternados entre un montón de escenas ñoñas de romanticismo naive (el target son niños y preadolescentes) y un montos de diálogos y sentencias sentimentales y solemnes enmarcados en una historia previsible. Al principio hay una secuencia, a la manera de prólogo, que relata los sucesos previos para llegar al estado de situación actual, que se remontan a la lucha de Merlín y Morgana, a sus discípulos y rivales, y a las consecuencias de ese enfrentamiento a lo largo de los siglos. Contada a un ritmo apresurado y atolondrado, que quiere meter demasiada información en poco espacio, sugiere la pregunta de si no estaremos viendo el resumen de una película que no existe dentro de la secuela que vendría a ser El aprendiz… y que (lo intuimos al final) de haberse filmado podría haber sido más interesante que la que acabamos de ver. Imposible saberlo, porque de eso tenemos poco. Lo que sí tenemos es la aplicación de la pura formula donde se puede reconocer la marca Disney, así como se puede reconocer cada elemento, cada cliché y cada truco. Algo que para un mago es fatal…
Hay que casar al nene Stephen Frears es un observador agudo y un critico punzante de las costumbres, las concepciones, las instituciones y las hipocresías de la sociedad, y se ha servido con frecuencia de adaptaciones de grandes escritores (desde Hanif Kureishi a Choderlos de Laclos, pasando por Jim Thompson o Nick Hornby) para tales fines. Cheri es la adaptación de una novela de Colette, seudónimo obligatorio de Sidonie Gabrielle Colette, que escandalizó la Francia de principios del siglo XX con títulos sugestivos como “La ingenua libertina”, con su apuesta por la sensualidad y la libertad individual, y con la disección de las convenciones sociales de su época. Cheri (Ruper Friend) es el apodo de un joven mundano de la Belle Epoque que ya a sus 19 años visito bares y burdeles como para una vida y cuya madre, Madame Peloux (Kathy Bates) es una cortesana retirada. Ese apodo cariñosos se lo dió Lea (Michelle Pfeiffer), amiga de su madre y colega de profesión, que lo conoció de pequeño y lo trato como un sobrino. Claro que cuando el nene creció la tía postiza paso a interés amoroso y compañera de alcoba. A pesar de considerarse solo amantes, con el tiempo se enamoran de verdad, amor que, al tomarse ambos por cínicos y superados, no reconocen del todo. Esa relación es tolerada por Madame Peloux en tanto (ella lo ve así) se mantiene como algo superficial ya que tiene otros planes para su hijo. Es así como arregla para él un matrimonio conveniente para dejarlo en una posición social más relevante. Planteado el arreglo, el joven no se atreve a contradecir a su madre y Lea también considera que lo mejor es dar un paso al costado. Pero si efectivamente tomaran esa decisión y aceptaran el plan de la madre, sería, aunque no quieran reconocer que su amor es verdadero e inevitable, a costa de la felicidad de ambos. La triste realidad que este estado de situación revela es que nadie le escapa a la (doble) moral que impone la sociedad, ni siquiera aquellos que se mueven en sus márgenes y -se supone- deberían haber superado esas convenciones. Así, Madame Peloux, una ex-cortesana que solo se diferencia de una prostituta en el poder adquisitivo y el rango social de sus clientes a quienes prefiere llamar amantes, se guía por las mismas normas de una sociedad que la tolera pero no la considera un miembro respetable. Con el mandato de que hay que casar (y colocar) al nene responde a los mismos ideales de pertenencia, y al pretender acabar con la relación de su hijo con una cortesana igual que ella demuestra los mismos prejuicios. La cobardía de Cheri o la resignación de Lea, la aceptación de ambos, no van sino en el mismo sentido. La pregunta es ¿deberían ser distintos? De hecho los films de Frears son frecuentemente protagonizados por personajes en los bordes de la sociedad que declaran despreciar sus reglas (los libertinos de Relaciones Peligrosas, los estafadores de The Grifters) pero no por ello están menos condicionados. Hay precisamente alguna referencia a Relaciones Peligrosas en un gran plano de Michelle Pfeiffer que es cita concreta a un plano de Glenn Close y que transmite una muy similar frustración y amargura. No obstante hay un tono ligero, con mucha apelación al humor, acompañado por un relato en off (cuya voz es la del propio Frears, aunque no ese acreditado). Un tono que se lleva bien con la frivolidad de los personajes y que hace más contundentes los momentos más crudos, donde las relaciones dejan de ser un juego y la mascara protectora de la superficialidad se descascara. Sea en la Inglaterra de Thatcher o de Blair, en la Francia del siglo XVIII o de la Belle Epoque (todos momentos que el realizador visitó con sus películas), la condición humana no parece cambiar demasiado. Hipocresía, arribismo, codicia, crueldad, traición, impostura, están entre los temas favoritos de Frears. No se puede decir que le falte material.