La mano que roba la cuna Las Cougar están de moda. Y para quién no sepa que diablos es una Cougar (no lo culpo, yo tampoco lo sabía hasta hace muy poco) podemos aclararle que es un término del slang norteamericano para referirse a señoras mayores que gustan de salir con muchachos jóvenes, y cuyo equivalente masculino ha sido retratado desde hace tiempo con generosidad y también con bastante más aprobación, machismo mediante (en nuestras calles existe el termino roba-cunas que tiene la ventaja de ser unisex). Claro que no es algo que sucede desde ayer nomás, pero recientemente los medios empezaron a prestarle más atención al asunto y uno de los lugares donde se ha reflejado el fenómeno es en las sitcoms, donde cuarentonas o treintañeras de buen ver tienen sus escarceos amorosos con veinteañeros de buena voluntad. Se podrían mencionar Cougar Town con Courtney Cox o Accidentally on Purpose con Jenna Elfman. Aunque en esos casos ¿qué jovencito estaría mal predispuesto? Y lo mismo puede decirse de la protagonista del film que nos ocupa… Como Hollywood es sensible a las modas, hace su aporte ahora con este film donde Catherine Zeta-Jones es Sandy, un ama de casa que supone su vida perfecta pero que al descubrir que su marido es infiel se muda a la ciudad con sus dos hijos y, al dejarlos al cuidado de Aram, un jovencito medio colgado pero buena onda, que oficia de niñero (oficio poco respetable para los padres del mismo), será presa de una atracción que derivará en una relación amorosa con el jovenzuelo. Relación que debido a la diferencia de edad generará sus dudas en sus protagonistas y provocará una reacción no demasiado favorable en amigos y parientes. El título original, The Rebound, también viene del slang y hace referencia al período seguido a una ruptura después de una relación larga y está caracterizado por relaciones cortas, inestables y poco serias. Y para ese caso tanto Sandy como su partenaire vienen de rupturas traumáticas de relaciones supuestamente comprometidas aunque pretenden que su nueva relación sea algo más. Tanta pretensión de retrato social no se ve acompañada por un tratamiento más bien al vuelo, pero, en cualquier caso, a una comedia romántica uno no le pide sociología sino que lo haga reír. El problema es que en ese ítem el film tampoco es demasiado generoso ya que los escasos momentos realmente cómicos conviven con escenas emotivas/sensibleras y con un humor ATP bastante ñoño basado en hacerle decir o hacer a los niños cosas supuestamente insólitas o ingeniosas para que uno se divierta y enternezca al mismo tiempo (algunos debemos tener un corazón de hielo porque ese recurso no nos causa la menor gracia). Hay, eso si un poco de humor a costa de pobres y minorías. El hijo de Sandy anda diciendo alegremente a los desconocidos “somos pobres” para escándalo de su madre, o en plena mudanza recordar que el padre de un amiguito dice que “solo las minorías y los capitalistas viven en la ciudad”. Estos gags que se pretenden incorrectos son más bien producto de una mirada de conservadurismo miedoso y paleto que no da ni para reaccionario y cuyo mayor ejemplo es el horror que a la familia les causa un ciruja desdentado que como respuesta les exhibe sus vergüenzas y que provoca en la madre el resignado consejo “si vamos a vivir en la ciudad tendremos que enfrentar cosas como ésta”. Ese conservadurismo es el mismo que hace que, aunque al principio parezca que el film se ríe del american dream al mostrar un ama de casa perfecta que ve toda su fachada esfumársele, lo abraza luego o, mejor aún, lo recupera. El final es algo tan azucarado como para provocar una hiperglucemia o un coma diabético y cuyo colmo es una secuencia en montaje paralelo que muestra a la pareja en un periodo en que viven separados y que es una competencia de clichés sobre la el triunfo social y la realización personal (ella asciende de asistente a conductora de un programa de TV y él viaja por el mundo y adopta un niño birmano), en el que sería el momento más cómico de la película. Por el ridículo, claro…
A todo trapo No se trata de una película para niños. Y para darse cuenta no hace falta atender a la calificación SAM 13 (solo apto para mayores de 13 años). Queda claro al principio. No hay nada de infantil, pese a sus simpáticos protagonistas animados, en esos escenarios en ruinas, en esos cielos grises, crepúsculos en llamas y noches tenebrosas donde acechan bestias mecánicas. Y tampoco lo hay en un relato que parece simple pero que recoge multitud de elementos e influencias, y donde los encantadores pero indefensos protagonistas lidian constantemente con el miedo y la muerte. Mucha oscuridad para un infante pero muy disfrutable para niños grandes. En un futuro post-apocalíptico, un grupo de pequeñas criaturas, cuya apariencia es la de un muñeco de trapo pero con una maquinaria que los anima, viven ocultos entre los restos de una humanidad devastada y extinta, escondiéndose de monstruos mecánicos de apariencia animalesca que los cazan, viviendo en conflicto entre la necesidad de saber y el miedo que los paraliza. En ese contexto llega 9, el último en incorporarse al grupo, que viene a cuestionar al líder, 1, quien con mitra, báculo y actitud oscurantista mantiene su rebaño en la ignorancia y el temor al exterior, (según él por su propia seguridad, aunque no duda en dejar atrás a quien caiga en peligro). 9 desafía la autoridad de 1 y empuja a la pequeña comunidad de muñecos de trapo a salir a hacer frente a los monstruos y a averiguar quienes son ellos mismos y por qué están ahí. Ese camino no será sin peligros y tampoco sin bajas. 9, el largometraje, está basado en un corto homónimo, también de animación digital, del mismo director (se lo puede ver en youtube y paginas similares). En este ya estaba presente el núcleo de la propuesta, pero al ampliarlo al formato largo se sumaron unos cuantos elementos e influencias. En principio uno puede advertir el toque Tim Burton (que es uno de los co-productores), en su estética oscura, en su reivindicación de los outsiders y su cariño por los freaks, e incluso en la música (hasta Danny Elfman compuso algunos temas). De hecho hay algunas escenas que parecen de una influencia clara, cuando no una cita directa: Al comienzo, con 9 descubriendo al despertar el cadáver de su creador y saliendo al mundo como en Edward Scissorhands, o en el funeral de uno de los protagonistas muy similar al del Pingüino en Batman Returns. Lo más rico e interesante será seguramente el particular universo que fue creado para ambientar la historia. Una tierra post-apocalíptica producto de una guerra que no tiene nada que ver con las habituales pesadillas nucleares y radioactivas de los films de los 70 y 80 ni con la actual guerra teledirigida, sino que recuerdan más bien a los más terrenales combates y bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, donde los principales responsables son un científico (curiosamente la voz que lo interpreta es al de Alan Oppenheimer cuyo apellido es igual al del padre de la bomba atómica) y un canciller que recuerda mucho al Adolf Hitler. Así es que se juega con una tecnología entre mecánica y eléctrica a la que se suman elementos de magia y religión cuya simbología remite directamente a la alquimia (“ciencia negra” dirá 1 con temerosa aprensión). Una operación de mezclar ciencia y ocultismo ya la había hecho el expresionismo alemán en films que tomaban el tema de la creación de vida artificial como Metrópolis o el serial Homunculus. Y ahí tenemos entonces el tópico de humanidad vs tecnología, donde las maquinas se rebelan contra la humanidad y la exterminan, pero donde a su vez los protagonistas son criaturas producto de la tecnología pero que tienen un alma y son los herederos del espíritu humano. Hay muchas ideas y el relato avanza con fuerza e interés al principio aunque al final se vuelve algo redundante. Aún así la imaginería visual y el universo creado para el film son tan personales y atractivos como para justificar la experiencia de verlo.
El joven Gengis Khan En Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Balance, John Ford), se pronuncia la celebre línea ”en el oeste, cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda”. Parece que lo que ocurre en el oeste también es aplicable a Mongolia, y por más que los realizadores de Mongol hayan explicitado que su intensión era la de desmitificar la versión corriente de un Gengis Khan cruel y sanguinario, que en el imaginario popular lo emparenta con personajes como Atila el Huno (para los que tenemos cierta edad Gengis Khan también era un luchador de Titanes en el Ring, y era malísimo), lo cierto es que aquí la operación más que de desmitificar es la de construir un mito opuesto: el de un Gengis Khan sabio, justo y valiente que ya de niño estaba predestinado a una grandeza que las dificultades y derrotas que sufrió en la juventud no hicieron más que retardar o, mejor aún, preparar. Y no está mal, porque en todo caso es una opción tan valida como la de ajustarse a un realismo histórico igualmente sospechoso y cuando para el espectador esta claro desde el vamos que lo que se va a contar es eso: la leyenda del joven Gengis Khan. Mongol vendría ser entonces como una precuela o un episodio uno del que luego sería el personaje más conocido. Así como el niño y luego joven Anakin se convertirá en Darth Vader en la saga de La guerra de las galaxias, el niño y luego joven Temudjin se convertirá el Gengis Khan guerrero y conquistador. Un personaje que para cumplir su destino recorrerá un camino plagado de dificultades y pruebas, que nacerá como el hijo del jefe de una de las tantos pueblos nómades de Mongolia, que siendo aún un niño elegirá a la que será la mujer de su vida (y a la que lo unirá un lazo indestructible e incondicional), que sufrirá el asesinato de su padre, la persecución y la esclavitud, que se sobrepondrá, luchará, ganará amigos y combatirá a sus enemigos, para finalmente unificar a las tribus y (ya no en esta película, pero esa es la historia conocida) construir un imperio que conquistó la mitad del mundo entonces conocido. Hay varios elementos que hacen al carácter mítico del relato y lo alejan del naturalismo. Los más evidentes son aquellos que pueden tranquilamente considerarse sobrenaturales: un monje que al ver a un Temudjin derrotado y prisionero puede ver no obstante su destino de conquistador, o los elementos de la naturaleza que, como los truenos que según la tradición mongola expresan la ira de los dioses, se manifiestan en escenas clave. El más claro ejemplo esta en los momentos de orden sagrado en que Temudjin, en las circunstancias de mayor desamparo e incertidumbre, ira a implorar la ayuda del Señor del Cielo y entonces un lobo (o quizás otra entidad con esa apariencia) aparecerá para acecharlo, observarlo en silencio y dar cuenta de que sus plegarias son escuchadas desde el otro lado. Se trata de una épica y la puesta responde a esa tónica: grandes batallas filmadas con brío y emoción, la presencia imponente del paisaje de la estepa mogola y un protagonista cuyas cualidades exceden a lo humano. La narración es bien clásica y si bien es previsible funciona si uno entra en ese código y acepta la solemnidad y cierta grandilocuencia en diálogos y situaciones como consustanciales a esa épica. Si uno es capaz de hacer esa operación, esta gran producción de países poco habituales para este tipo de films, como Rusia, Mongolia o Kazajstán, se vuelve un producto entretenido y una experiencia interesante al ver una épica diferente a la hollywoodense pero no por ello menos afecta al mito. Ya se sabe, la leyenda imprime tan bien…
Rebelión en el país de las maravillas Cuando se anunció el proyecto de Alicia en el país de las maravillas dirigido por Tim Burton, muchos entraron en éxtasis. Era la unión perfecta, el matrimonio feliz, nacidos el uno para el otro. ¿Quien mejor que Burton para trasladar a la pantalla el alucinante universo de Carroll? Y es cierto que Burton es de lo más adecuado porque efectivamente los universos de ambos son muy parecidos, con el desborde de imaginación, la reivindicación de los freaks, el mundo de lo fantástico por encima del mundo real o el aspecto falsamente infantil que a la vez va de la mano de lo macabro. Claro, las expectativas se dispararon y se puede decir que Burton no las cumplió, pero básicamente porque no tenía ninguna intención de cumplirlas. Cabría recordarles a los quejosos que ya Burton había anunciado que no le interesaba mostrar una serie de eventos donde Alicia se paseaba de un personaje a otro sino que lo que quería era contar una historia. Y lo que surge después de ver Alicia versión Burton es que ciertamente no se trata de una adaptación del libro de Carroll sino más bien una suerte de secuela no oficial (¿un fan fic?) donde se toma un universo (que es parecido al propio, pero no el mismo), un escenario y una serie de personajes de ambos libros. “Alicia en el país de las maravillas” y Alicia a través del espejo” (personajes como la reina Blanca, el Jabberwocky, las Flores Parlantes o Tweedledee y Tweedledum pertenecen en verdad al segundo libro) y donde también hay condensaciones de los mismos (el personaje de Helena Bonham Carter es una mezcla de la Reina de Ccorazones del primer libro con la Reina Roja del segundo). De hecho, aunque este habitado por los mismos personajes Wonderland pasó a llamarse Underland y el mismo carácter de Alicia esta cuestionado. La pregunta de si se trata o no de la verdadera Alicia se traslada a la trama y es formulada por personajes que desconfían de si la joven de 18 años y en edad de merecer (y huir de un casamiento arreglado) es la misma niña que conocieron. Tal como Burton había adelantado, el relato ya no es, como en los libros, episódico sino una historia que es de fantasía pero también de aventuras donde Alicia pasa a transitar (a su pesar) el Camino del Héroe. En un Underland oprimido por al tiranía de la Reina roja, Alicia toma un carácter que es prácticamente mesiánico, debiendo asumir un rol predeterminado como aquella que va a liberar a esa tierra de la opresión enfrentando con espada y armadura, como Juana de Arco, al monstruo Jabberwocky. A pesar de ese relato más clásico, que pareciera acercarlo al de películas como Narnia, no se puede decir que Burton haya traicionado a Carroll. Y aunque no sea fiel al texto, es fiel a su universo, a su estética (las ilustraciones de John Tenniel que acompañaban las primeras ediciones de los libros ciertamente fueron tenidas en cuenta), y a bastante de su espíritu, no solo por el despliegue de elementos fantásticos sino también por la apelación al absurdo y su carácter lúdico y hasta caprichoso, que aquí los personajes del Sombrerero y de la Reina Roja representan muy bien. Y en todo caso, donde mejor se aprecia ese espíritu es en el cuestionamiento y la subversión de la rigidez, la formalidad y las convenciones del mundo real que aquí están representadas por la estirada high class decimonónica británica, donde lo que queda es la fantasía como refugio y recurso. Quizás el final sí, es algo ñoño, pero eso no resiente un film que no esta entre sus mejores pero sigue siendo una experiencia feliz, y que como casi todos los de Burton, es un derroche de imaginación y de humor y un despliegue visual alucinante. No tiene mucho sentido preguntarse que hubiera pensado Carroll de la (re)versión Burton de su obra, si se hubiese sentido satisfecho o traicionado, porque en todo caso, si a alguien sigue siendo fiel Burton, es a sí mismo.
Nos devoran los de afuera Cuantas alegrías nos han dado los zombies en los últimos años. Desde el regreso triunfal del maestro Romero a sus monstruos originales (Tierra de los muertos, El diario de los muertos) a los pases de comedia negra (Shaun of the Dead), pasando por las reformulaciones infecto-contagiosas (Exterminio, ([REC]), y en el medio el debate a vida o muerte (o a muerte sola, nomás) entre zombies rápidos vs zombies lentos. Alegrías que tienen un valor adicional en un género como el terror que, por lo menos en Hollywood, viene alicaído y previsible, embotado como muerto vivo, dedicado al copy-paste de éxitos pasados y sucesos extranjeros (mayormente orientales) o a la explotación miserable de las pulsiones sádicas. En un contexto así, los zombies se cargaron el género al hombro y le brindaron muchos sus mejores momentos. La última de esas alegrías se llama Tierra de zombies, y no es mezquina en aquellos elementos que uno disfruta en una película de muertos caníbales: el humor negro, el gore y el despliegue descerebrado y alegre de violencia brutal. En un mundo arrasado por la plaga zombie y con una humanidad en vías de extinción, cuatro sobrevivientes se encontrarán y deberán seguir juntos para poder subsistir. Un muchacho tímido y asustadizo, un redneck de carácter duro pero de corazón blando y un par de hermanas (una joven y una niña) que sobrevivieron siempre –y también ahora- gracias a su habilidad para embaucar ingenuos. A pesar de la desconfianza inicial que hace que ni siquiera se revelen sus nombres y se llamen por su lugar de origen (Columbus, Tallahassee, Wichita y Little Rock), se cuidaran las espaldas a sabiendas de que si entre ellos se pelean los devoran los de afuera. Y aunque igual se pelean bastante, entre ellos ira surgiendo un vínculo afectivo genuino. Porque de lo que se trata aquí, en ese trasfondo de horror y supervivencia, es de la constitución de una familia. Una familia sustituta, posiblemente disfuncional pero adecuada a tiempos disfuncionales, cuyos miembros en circunstancias normales hubieran sido incapaces de formar una. Lo que Tierra de zombies viene a ofrecer no es algo nuevo, pero lo cuenta de manera muy entretenida y manejando hábilmente los ingredientes que mezcla: la trama de terror, el tono de comedia y los elementos de road movie y hasta de western, mientras la química entre los personajes opuestos de Tallahasee y Columbus (Woody Harrelson y Jesse Eisemberg) le da su toque de buddy movie. En esa mixtura juega un gran papel el soundtrack de country y rock, que incluye temas que van desde Willie Nelson a Metallica (en una apertura que es la épica del splatter), junto a las citas cinéfilas igualmente eclécticas para ir desde Deliverance a Los cazafantasmas. Hay una diferencia entre ser ingenioso y querer pasarse de piola. En Tierra de zombies hay ideas ingeniosas que están integradas al relato, como las reglas de supervivencia elaboradas y formuladas por Columbus, que cobran presencia física y van jalonando la historia. O también los divertidos flashbacks que no se limitan al pasado de los protagonistas y pueden incluir experiencias, explicaciones y ejemplos de víctimas y sobrevivientes anónimos. El director, Ruben Fleischer, declara la influencia de Shaun of the Dead y ha citado a El Hombre lobo americano como ejemplo de una buena combinación entre terror y comedia. Esas influencias se notan, al igual que la de El regreso de los muertos vivos, la saga con la que Dan O’Bannon integró a las criaturas de Romero al reino del humor. Hay precisamente un tono de desparpajo, de liviandad en medio del desastre, de catarsis y buenos momentos, que le dan a Tierra de zombies su carácter de película feliz.
A la deriva Al ser interrogado sobre el título de la película, el co-director Etgar Keret respondió que este estaba inspirado en el hecho de que las medusas van a la deriva por el mar sin control de su dirección. Con esto estaría haciendo referencia al estado de las protagonistas del film: moviéndose erráticamente por la vida, sin conciencia de adonde se dirigen y sin control de su propio destino. El film se estructura a través de un relato coral, aunque limitado a tres protagonistas, tres mujeres que no se conocen y apenas se cruzan un par de veces, pero que tienen en común la incapacidad de dirigir sus vidas y de relacionarse con los otros. Batia es una joven hija de padres separados con los cuales no tiene una relación muy fluida y con un trabajo desagradable que no tarda en perder. Joy es una inmigrante filipina que trabaja de mucama en Tel Aviv (empleo que parece ser frecuente entre los residentes de su origen) que dejó en su país natal un hijo pequeño con el que solo se comunica por teléfono y que se ve en dificultades con sus clientes por no saber hablar el hebreo. Keren es una joven recién casada que por un accidente estúpido se rompe la pierna en la fiesta de casamiento, con lo que debe olvidarse de los planes de luna de miel en el Caribe, la cual tendrá que pasar con su pareja en un hotel de la ciudad mientras la relación de ambos se va enfriando. Con ese elenco de disfuncionales, es claro que los temas que aborda el film son la alienación, el control del propio destino y la falta de expectativas, con la incomunicación como asunto principal. Asunto que se subraya con las dificultades concretas para comunicarse que sufren algunos personajes, como la imposibilidad de Joy de hablar y comprender el idioma o las dificultades de Batia para hacerlo con una niña muda y posiblemente autista que encuentra abandonada en la playa. Pero también las dificultades de Batia de relacionarse con sus padres o de Keren con su marido. En su derrotero cada una de las protagonistas se encontrará con un personaje que sin quererlo asumirá la función de disparador para hacerlas avanzar, para sacarlas de la deriva embotada en la que se encuentran. La niña extraviada en el caso de Batia, una clienta mayor que tiene una relación tirante con su hija actriz en el caso de Joy, y una poeta que se hospeda en el mismo hotel que la pareja en el caso de Keren. El universo planteado se asemeja bastante al de cierto indie norteamericano, sobre todo en sus personajes abúlicos, fracasados, con un vacío interior y que no encajan socialmente. De cualquier manera no se da demasiada cuenta, salvo en el caso de la filipina cuyos problemas son más concretos, del por qué de estás características. Los personajes simplemente son así. Con muchos de los tics y lugares comunes de ese cine que lo inspira, Medusas es un film sobrio y correcto, pero al que se le nota la pretensión de navegar más profundo de lo que realmente se sumerge.
El funebrero alegre En los últimos años se estrenó cine oriental en nuestras salas como nunca antes. Películas japonesas, chinas, coreanas y hasta tailandesas y mongolas. Mucho del mejor cine que vimos y de los directores que conocimos últimamente tienen este origen. Se podría pensar que Final de partida responde a esa tendencia. Pero no, por más japoneses que sean sus responsables, su propuesta está más cercana al más chapucero cine de qualité europeo, aunque explote algunos cuantos elementos exóticos de la cultura japonesa pensados para un espectador con ojos de turista. El protagonista, Daigo, es un chelista que, al poco de disolverse la orquesta en la que trabaja, decide (bastante rápidamente) abandonar la música, mudarse con su esposa a su pueblo natal y buscarse otro empleo. Por una confusión bastante básica termina tomando un empleo como ayudante de un especialista en preparar cadáveres, actividad que se lleva a cabo ante los dolientes mediante ritos tradicionales muy específicos y previamente a su introducción en el ataúd. Al principio toma el empleo de mala gana y no da pie con bola en el oficio, pero al tiempo empieza a tomarle el gustito, a valorar sus alegrías y gratificaciones, hasta descubrir, conduciendo él mismo el rito en unas cuantas ocasiones, que, quizás más que en la música, por ahí pasaba su verdadera vocación. A este punto, en el que se siente casi realizado, tendrá que hacer frente a los prejuicios que una actividad semejante provoca entre sus personas cercanas, su esposa incluida. En la primera parte el relato se mueve dentro de un registro de comedia de enredos que juega con las confusiones y las dificultades del protagonista en su nuevo empleo, apelando a situaciones incomodas, chistes bobos y caras también bobas, que hacen oscilar a este entre el depresivo torpe y el boludo alegre. Para la segunda parte el film va perdiendo el humor (que no era muy gracioso, así que no se extraña) para adquirir cada vez más gravedad, culminando en una solemnidad de pompa fúnebre, con una notoria postura de profundidad y la pretensión de estar diciendo cosas importantes. Propósito que se corona con altisonantes frases de poster del tipo “la muerte no es el fin” o “debemos vivir el presente”, y con momentos que van de lo pomposo a lo grasa. El ejemplo más acabado es la escena en que se muestra una sucesión de ceremonias realizadas por el protagonistas (donde se muestra a los deudos pasándola bomba como si se tratara de un casamiento) alternadas con imágenes de este tocando el chelo en medio del campo como si fuera un videoclip de Vanessa Mae o Kenny G. En fin, el famoso “canto a la vida” que parece obligatorio en el qualité y tanto mal le ha hecho al cine. Siendo así de pobre y trillada su propuesta, la carta de presentación más fuerte que el film presenta es nada menos que la de haber ganado el Oscar a la mejor película extranjera en la última edición. Haciéndola valer en su doble sentido, podríamos formular la pregunta ¿y a quién le ganó? Bueno, entre otros le ganó a Vals con Bashir de Ari Folman y a Entre los muros , de Laurent Cantet. Con este dato el film adquiere un valor nuevo, el de ejemplo lapidario de cómo los miembros de la Academia han perdido completamente el criterio.
El enmascarado no se rinde Cuentan las reseñas que Rob Zombie no quería filmar esta secuela. La muy interesante remake del clásico de John Carpenter que Zombie dirigió en 2007 dio buenas cifras, así que el estudio estaba dispuesto a continuar la serie de todos modos, y parece que Zombie aceptó escribirla y dirigirla “para que nadie le arruine su visión”. Parece un poco ingenuo por parte de Rob suponer que a los estudios de Hollywood les importe preservar la visión de nadie. En cualquier caso a Carpenter no pareció importarle en su momento dejar su creación a merced de manos no muy idóneas que convirtieron a la serie, gracias las secuelas cada vez más decadentes, en un chiste malo, hasta que Zombie vino a dignificar un poco el asunto. Y si uno se pusiera pragmático podría decir que es preferible que la arruine otro y no uno mismo. Pero esto también sería injusto, porque esta Halloween II es una remake bastante digna y efectiva, aunque está unos cuantos escalones por debajo de su predecesora y de los otros dos films del propio Zombie. Técnicamente se trata de una secuela de la remake pero una remake a medias de la secuela. Es decir, existe una Halloween II, estrenada en 1981, de la que Carpenter co-escribió el guión pero dejó la dirección en otras manos. Al igual que aquella, esta Halloween II arranca en el exacto momento en que concluyó su predecesora y continúa esa noche ambientada en el hospital donde internan a Laurie, la hermana del asesino Michael Myers y su principal objetivo. Pero a la media hora, el film da un vuelco, pega un salto temporal y continúa el relato por su propio camino. Y el camino que Zombie elige es el de seguir la evolución de sus personajes principales, o más bien su caída: Laurie quedó completamente traumada después de los episodios que le tocaron vivir en la primera parte, victima de pesadillas recurrentes, alterada, medicada, con una psicoterapia que no da mucho resultado y una actitud resentida e irascible. El Doctor Loomis se ha convertido, ahora sí, en un mercachifle carroñero, inescrupuloso, vanidoso y dispuesto a cualquier canallada con tal de auto-promocionarse. Y mientras los otros protagónicos van cayendo, conscientemente o no, en su espiral decadente, Michael Myers permanece inmutable, nada en el ha cambiado, ni la pulsión asesina ni la obsesión por encontrar a su hermana. En esto parece recobrar el carácter casi sobrenatural que parecía detentar previamente en la serie. Pero Zombie, trata de ser coherente con su visión. Y si en el film previo se ocupó de mostrar la historia y las motivaciones de Myers, en este film se trata de ver que pasa por su mente, un vistazo al mundo interior del asesino. Lo cual da la oportunidad para escenas oníricas y alucinatorias donde Zombie puede desplegar su particular universo visual. En este escenario la madre de Michel y su propia imagen de niño lo van guiando para lo que se propone como una reunión familiar definitiva. Rob Zombie sigue fiel a su estética y aquí también se encontrarán sus habituales referencias a la cultura pop, las citas cinéfilas, el soundtrack rockero y el retrato del mundo White Trash. Además, sigue demostrando que tiene una visión personal y un dominio del relato cinematográfico que lo sitúan entre los mejores del cine terror actual. Pero si en su film anterior el guión era sólido, riguroso y no daba lugar a cabos sueltos, acá el relato aparece más errático, dando lugar a arbitrariedades y alguna que otra trampa (como cierto sueño engañoso que se diferencia totalmente de los que aparecen después). Se podría decir que a los Slashers jamás le importó mucho la rigurosidad o la coherencia, pero Zombie ya marcó previamente la cancha y por eso cuando hay agujeros se notan. En cualquier caso, con la tercera parte en marcha y no siendo ya de la partida, Rob habrá aprendido lo mismo que el maestro Carpenter en su momento: que ciertas cosas sencillamente no pueden evitarse ni vale la pena hacerse mala sangre por ello. Porque la industria es un asesino en serie tan despiadado e inmutable como el temible Michael Myers.
Juventud sin barreras Es cierto, hay una larga tradición en el cine de terror sobre niños sádicos y asesinos. Una larga fila de pequeños diabólicos cuya escasa edad no los hace menos peligrosos. Pero ni clásicos como El pueblo de los malditos o Quién puede matar a un niño, ni estrenos recientes como La huérfana pretendieron estar tratando con un problema social ni vendernos ningún debate. A poco de comenzada Eden Lake, vemos a los protagonistas escuchando por la radio del auto una discusión acerca de que hacer con los jóvenes sin control, si multar a los padres, si intervenir en las escuelas, etcétera, sin que se vislumbre una salida. Momento que sirve tanto de prologo para lo que la pareja protagónica va a vivir como de introducción al tema que se quiere discutir. No es que no se puedan hacer operaciones de este tipo desde el cine de género, pero para hacerlo hay que tener con qué. Y hay que tomárselo en serio hasta el final en vez de abandonarse al poco rato a la más pura explotación. Jenny y Steve son una pareja de clase media acomodada que, en vez de irse de vacaciones a Paris como quería ella, viajan con la intención de pasar unos días a una cantera en desuso que, al inundarse, produjo un lago frente a un bosque y se constituye en un paisaje encantador. A poco de llegar se topan con una bandita de adolescentes locales, maleducados y provocadores, que al ser contrariados se convierten en una turba de lo más enardecida y salvaje que sale a la cacería de la pareja. Así es como lo que prometía para unas relajantes vacaciones rurales se convierte en una huida desesperada. Se advierte la influencia de films como Deliverance y The Last House on the Left, y puede decirse a favor de la película que no es exactamente un Torture-Porn como los productos de las series Hostel ll y El juego del miedo VI, aunque participe de la tendencia al sadismo tan de moda y los fans de esa corriente encuentren un par de escenas que satisfagan su gusto por la carnicería y el sufrimiento ajeno. El director debutante en el largo, James Watkins, maneja el relato de una manera mucho más hábil que la mayoría de los que están haciendo films similares, logrando una tensión en crescendo y momentos de verdadera angustia. Y por lo menos se pone del lado de la victima en vez del victimario, algo que puede parecer una pavada pero considerando la tendencia mencionada no es la moneda corriente. El problema con el film es su pretensión de realismo. O más bien su pretensión de ser algo más, de estar diciendo algo importante acerca del estado de las cosas, de estar haciendo un llamado de atención. Y si el problema de los jóvenes violentos se verbaliza explícitamente al comienzo, con el transcurrir del film ya no se vuelve a ese nivel de discusión. No hace falta, lo que se muestra es lo suficientemente elocuente. Después de ver lo que son capaces de hacer estos niños de un salvajismo digno de los de El Señor de las moscas pero que no necesitaron naufragar para olvidarse de la civilización, después de ver a sus padres que compiten con ellos en bestialidad y que por supuesto los apañan, lo más esperable es que el espectador salga pidiendo sangre, bajar la edad de imputabilidad a los cinco años, fusilar a los pibes, y que sus padres sean mandados a un campo de concentración. Y quizás también esterilizar a ciertos sectores de la población, habida cuenta del retrato clasista, que aquí podríamos llamar “gorila”, de las clases medias bajas inglesas que producen estos monstruos sociales. Que tan intencional o no es todo eso, es discutible, pero la posición del film termina siendo, quiérase o no, claramente reaccionaria. Como film de terror y suspenso podrá tener cierta efectividad, pero sus intenciones “sociológicas” lo disparan hacia otro lugar. En esa arena solo le sirve a los ideólogos de la mano dura para escenificar sus temores y justificar sus medidas. A eso se reduce su contribución al debate.
No hagan esto en su casa Es imposible al abordar este film no hacer referencia a The Blair Witch Project, con el que lo une no solo el recurso narrativo sino también las condiciones de producción y explotación. El debut de Oren Peli costo la irrisoria cifra de 15 mil dólares, lo que para los estándares de Hollywood -y hasta del cine indie americano- equivale al vuelto del supermercado (e incluso es menos que los 22 mil que costó Blair Witch…), mientras que recaudó 9 millones solo en la primera semana y más de 100 hasta ahora (y la cuenta de billetes continúa). Suficiente como para quitarle a su predecesora el puesto en el Libro Guiness como la película más redituable de la historia gracias a la ridículamente enorme distancia entre costo y beneficio. Uno de los principales responsables de esta carrera meteórica es Steven Spielberg, quien promocionó el film, se lo recomendó a la Paramount, y le dio manija allí donde pudo. Nada mal para un debutante sin experiencia en el medio ni educación cinematográfica formal. Lo que también sucede en estos casos es que los factores extra-cinematográficos entran en primer plano y la película pasa a ser evaluada más como fenómeno que como película. Las condiciones citadas sirven como estrategia de marketing pero también condicionan la visión y la valoración. Y lo que se puede decir en primer lugar después de ver de Actividad paranormal es que como film en sí no está mal pero difícilmente hubiese despertado tanta atención solo por sus cualidades cinematográficas. Al igual que Blair Witch… está contado como si se tratase de un found footage, una filmación casera y amateur realizada por sus propios protagonistas/víctimas quienes van documentando lo que les sucede sin supuestamente saber hacia donde eso los dirige. Un recurso que recientemente fue bastante transitado, baste señalar que en los últimos dos años solamente se estrenaron en las salas locales [REC] y [REC] 2 , su remake americana Quarantine, Cloverfield-Monstruo y El diario de los muertos. Los protagonistas son Katie y Micah, una pareja joven quienes son testigos de varios fenómenos inexplicables en su casa: ruidos, sombras, en fin, la sensación de una presencia ominosa. Katie ya de chica había experimentado el acoso de una entidad poco amigable y para ella no es ningún chiste. Micah, para quien esto es nuevo, se toma el asunto muy poco en serio, viendo una oportunidad de investigar el fenómeno de una manera casi lúdica, monitoreando la casa con una cámara y micrófonos. La pareja va viendo que el asunto es serio, que la entidad es muy poco amigable, y que sus manifestaciones son cada vez más agresivas gracias a la actitud irresponsable de Micah. Este, pese a las advertencias de Katie, dobla la apuesta provocando a la entidad, cometiendo todos los errores posibles y haciendo todo lo que no debe hacerse, al punto de que uno no puede dejar de pensar que cualquier cosa que le pase se la tiene bien ganada. El relato va siguiendo la investigación cronológicamente, numerando los días y en algunos casos consignado las horas. El problema con la película es que es narrativamente morosa y repetitiva, cayendo en cierta circularidad de fenómeno registrado, verificación y miedo de los protagonistas y vuelta a fenómeno registrado (eso sí de intensidad creciente), y amenaza con avanzar hacia algún lado para repetir el recurso otra vez. Los secundarios de un psíquico y una amiga parece que van a aportar algo y después hacen mutis sin mucho que agregar. En todo caso, lo que sí puede decirse es que el film logra asustar por momentos y lo hace con pocos recursos sutilmente administrados. Las mejores escenas consisten en una cámara fija registrando lo que pasa mientras la pareja duerme, su momento de mayor indefensión y cuando la entidad se manifiesta más abiertamente. Allí Peli muestra poco pero sugiere mucho logrando generar una verdadera inquietud. Quizás lo mejor que un espectador puede hacer con Actividad paranormal es olvidarse de tanta exposición mediática y de cualquier anuncio trasnochado de revolución en el género y tomarlo simplemente como lo que es: un film pequeño sin más pretensión que entretener y dar un poco de miedo. Posiblemente así pueda disfrutarlo mejor y también pegarse algún susto.