Paranoia bajo tierra “Avenida Cloverfield 10” corre con ventaja. Muchos espectadores recordarán “Cloverfield”, una película de 2008 dentro del estilo entonces de moda llamado “metraje encontrado” (found footage), producida por J.J.Abrams, quien ahora produjo “Avenida Cloverfield 10”. Pero hasta ahí llegan las coincidencias. El terror en este caso aparece de forma velada, y el clima general es el suspenso. Solo un espacio cerrado y tres personajes protagónicos le sirven al director debutante Dan Trachtenberg para crear un producto efectivo en la línea de propuestas sorprendentes como la reciente “La habitación” o, mucho tiempo más atrás, “La soga”. Todo comienza con el accidente de una mujer, luego del cual despierta en la habitación de un extraño. Pero no es cualquier lugar, sino un búnker a varios metros bajo tierra, y allí tendrá que convivir con otro hombre y su captor y supuesto salvador de lo que, dice, es una suerte de Apocalipsis. En la relación entre los personajes y el entorno -el miedo a lo exterior y a lo extraño-, casi sin efectos especiales ni digitalización, solo con el clima siniestro -en el sentido de familiar y extraño al mismo tiempo- Trachtenberg sorprende y entretiene con las herramientas clásicas del buen cine de suspenso.
Contra la fuerza, el ingenio “Regreso con gloria” no es una película más sobre el macartismo. La censura instaurada en Hollywood en la posguerra fue un capítulo para olvidar de la industria. Cientos de actores, actrices y directores fueron puestos en listas negras o cedieron a las presiones del Comité del Congreso que investigaba las llamadas “actividades antinorteamericanas”. Entre todos ellos hubo algunos que encontraron la vuelta y pudieron trabajar. Dalton Trumbo estuvo en ese grupo. Fue uno de los guionistas más cotizados, ganador de un Oscar secreto, simpatizante de izquierda que proponía compartir las ganancias de los estudios con actores y técnicos. Sus ideas pronto generaron sospechas, lealtades y traiciones. Esa es la historia que cuenta “Regreso con gloria”, pero no lo hace al modo de un biopic clásico, acentuando los momentos dramáticos y subrayando las virtudes. Al contrario, tanto el guionista como el director se permiten altas dosis de ironía. Una minuciosa reconstrucción de época se suma a una narración rigurosa y con tramos de material de archivo, que solo al final se permite unos minutos de retórica sensiblera, lo que no le resta mérito a un filme que en la última entrega de los Oscar pasó casi inadvertido, con excepción de su protagonista. El 90 por ciento de la responsabilidad recae en Bryan Cranston, el mismo actor de “Breaking Bad”. El intérprete, ganador de cinco Emmy por esa serie y candidato a un Oscar por su trabajo en “Regreso con gloria”, da una nueva muestra de su capacidad de transformación con un delicado equilibrio entre el idealista defensor de los derechos laborales y el buscavidas que usa su ingenio para tomar los atajos que le permitan seguir trabajando una vez que su apellido, como el tantos, se transformó en tabú.
Perdiendo el control Los héroes están fuera de control. O la sociedad que habitan en 2016 ya no es la misma que cuando se crearon en las décadas del 30 al 50. Así lo indica la escena de Lawrence Fishburne cuando le dice a Henry Cavill, en su rol del periodista Clark Kent, que no sea inocente, que hacer lo correcto es un concepto caduco en la actualidad. “Así habrá sido así en 1939, pero no hoy”, le grita a Kent. Es que Batman (1939) y Superman (1938) son personajes de un mundo desaparecido, el de la Segunda Guerra Mundial, con otro orden y otros valores. Fueron varias las críticas que le hicieron a “Batman vs Superman”, pero el acierto del director consiste justamente en hacer evidente el contraste entre lo que se espera de los héroes y su falibilidad , su contradicciones y hasta su violencia. El filme, a pesar de que el director Zack Snyder por momentos acentúa lo evidente o distrae con aclaraciones confusas, cumple con el doble objetivo de entretener y reflexionar. Lo hace con un producto de enorme calidad técnica que también se anima a temas delicados, como los daños colaterales en la guerra. Los excesos también se ven en la escena en que Superman en persona es llamado a dar explicaciones ante el Congreso de Estados Unidos, pero a Snyder, como lo hizo en “300”, sigue una idea y la lleva al extremo.
Ingenio y sensibilidad Sexo, mentiras y... un teléfono. El director neoyorquino Sean Baker contó que estaba fascinado con una zona de Los Angeles donde confluyen las palmeras, el sexo y el asfalto. Así como Paul Auster se fascinó con algunos barrios de Nueva York, Baker encontró encanto en la desangelada zona de Santa Monica Boulevard y Highland Avenue. Allí buscó, encontró y rodó una historia simple que transcurre en la víspera de Navidad y lo hizo de forma original, con dos protagonistas que contrató allí mismo, y un elenco impecable. Se trata de la historia de Alexandra (Mya Taylor) y Seen-Dee Rella (Kitana Kiki Rodriguez), dos chicas transgénero que se ganan la vida allí. El conflicto lo desencadena la verborrágica Seen-Dee. Cuando sale de la cárcel se entera que su novio la engañó con una mujer. Sin pensarlo dos veces, sale en su búsqueda junto a Alexandra. En el camino interviene otro conocido de las chicas, un taxista de origen armenio, con una familia muy tradicional que aporta una cuota extra de atractivo a la trama. Todo lo dicho que parece poco desde lo argumental, Baker lo transformó en un relato entrañable sobre la amistad, los desengaños, el desamor, la supervivencia y la esperanza, sin recargar el drama que subyace en la historia ni tampoco apelando a la sensiblería. Todo eso lo logró y grabó con un iPhone y una admirable economía recursos.
Los dos mosqueteros La saga “Divergente” comienza a definir su final. La anteúltima entrega -la conclusión estará lista en junio de 2017- encuentra a los dos protagonistas decididos a apostar todo para ver qué hay detrás del muro. Los cinco chicos que crecieron en la apocalíptica y aislada ciudad de Chicago salen al encuentro de una incógnita que suponen, no superará a la decepción por lo que ya conocen: una sociedad y unos líderes que pensaban más justos que los anteriores, se transforman en algo peor a lo ayudaron a combatir. Pero el libro les prepara una sorpresa y despliega la trama como una suerte de cajas chinas donde nada es lo que parece. Con cada capítulo estrenado durante los últimos dos años -”Divergente” (2014), “Insurgente” (2015) y ahora “Leal”- la historia se fue tornando más intensa y los sucesivos directores acentuaron la acción por sobre el romance de los líderes Tris (Shailene Woodley) y Cuatro (Theo James). Ahora “Leal” también comenzó a dejar una serie de definiciones sobre los personajes secundarios. El director Robert Schwentke aprovechó al máximo la imaginativa construcción literaria de Veronica Roth, autora de la trilogía en la que se basa la saga, la potenció con efectos visuales y un elenco más afianzado en sus roles con cada entrega.
Los dilemas de la guerra “La otra guerra” no se parece a ningún otro drama bélico de los últimos tiempos. Lo bélico en realidad es una excusa para confrontar al espectador con su costado políticamente correcto. A diferencia de “Vivir al límite” o “La delgada línea roja”, “La otra guerra”, como lo dijo su director, “no es una película moral”. Sus protagonistas, soldados del ejército danés enviados a la guerra de Afganistán, responden a la lógica de su profesión y a la misión que les fue asignada: enfrentar a los talibanes y defender a los civiles. El personaje protagónico es Claus Pedersen, un héroe clásico, que tras la muerte de uno de sus soldados se pone al frente de un batallón que duda sobre las razones de estar allí. En medio de una operación de patrullaje por campo minado y con los talibanes cercándolos, debe tomar una desición de la que podría depender su supervivencia y la del grupo que dirige. En el filme, que compitió por el Oscar en febrero pasado en el rubro mejor película en lengua no inglesa, el director desplaza la discusión sobre la eticidad de la guerra y se concentra en una de sus posibles consecuencias, como la que debe enfrentar el oficial al regresar a su país y rendir cuentas a la sociedad civil por su acción en el frente. Lindholm, con inteligencia, no cuestiona a la Justicia, sino que intenta analizar su ejercicio en base a un hecho ocurrido en una situación extrema.
Deconstruyendo el nazismo Una constitución democrática no crea una república. Esa es la idea de “Agenda secreta”, premiada película sobre Fritz Bauer, fiscal general de la Alemania de posguerra, promotor de los Juicios de Auschwitz y de la captura de Adolf Eichmann, el ideólogo del exterminio nazi capturado en Argentina. Muy bien actuada (un excelente Burghart Klausner, “Puente de espías”, “El lector”) y documentada, con algunas licencias funcionales a la ficción y una puesta en escena que recrea la década del 60, el filme narra en tono de thriller -con intrigas políticias, chantajes y sexo- la compleja vida de Bauer. Judío y ex prisionero, financió con su dinero parte de la investigación que lo obsesionó: llevar a juicio a los criminales de guerra, pero, sobre todo, hacer que Alemania, empeñada en superar el trauma del Holocausto, enfrentase su historia. Bauer está ligado a otras dos películas que, cada una a su modo, enfocan el mismo tema. Una es “El lector”, ficción con Kate Winslet y Ralph Fiennes, sobre una mujer condenada en aquellos juicios, y otra, “Operación Valquiria”, con Tom Cruise. El actor interpretó a Claus von Stauffenberg, el aristócrata y militar que planeó el primer atentado contra Hitler. Fue Bauer quien en los 50 llevó a juicio a un general alemán que intentó defenestrar la memoria de Stauffenberg. Como se ve, el ex fiscal estuvo en todos los detalles.
Nadie dijo que es fácil Con el estilo de “Después de hora”, de Martin Scorsese, o “Noche en la Tierra”, de Jim Jarmusch, “Una noche de amor” transcurre entre las últimas horas del día y las primeras horas de la madrugada. Como aquellos casos, los elementos dominantes son el humor y las situaciones entre absurdas y dramáticas. Para su debut en cine como guionista, Sebastián Wanraich se reunió con otro especialista en mezclar los extremos como Hernán Guerschuny en el rol de director y coguionista. Guerschuny ya dio muestras de su dominio de las delicadas cuerdas de la comedia en la genial “El crítico”, en la que se lucía Rafael Spregelburd como el insoportable y vanidoso protagonista, un crítico que pensaba en francés con citas de los maestros del cine europeo. En este caso se trata de un matrimonio de doce años con una brillante interpretación de Carla Peterson y el mismo Wanraich. La sorpresiva separación de otra pareja amiga los obliga a seguir con el plan de salir a cenar, pero solos, una situación inesperada en la que por fin, se entusiasman, van a poder compartir un momento de intimidad. Como ocurría en las películas de Scorsese y Jarmusch, las cosas se van enturbiando a medida que pasa el tiempo y, además, la Ley de Murphy lo impregna todo: todo lo que puede salir mal, saldrá mal de forma que cause el mayor daño posible. Mientras, el humor se acerca por oleadas entre planteos, conflictos, reclamos, equívocos y personajes extravagantes -gran trabajo, otra vez, de Spregelburd- y el notable desempeño de Soledad Silveyra como una “bobe” que no puede dejar de hablar de catástrofes mientras cuida a sus nietos con amorosa dedicación.
Lo que hay que saber Que el actor Eddie Redmayne, protagonista de “La chica danesa”, haya sido nominado como mejor actor por su transformación del artista plástico Einar Wegener en el personaje femenino de Lili Elbe, invalida uno de los reclamos que se hicieron a los Oscar que se entregan el 28 de febrero: ignorar la diversidad sexual. La racial –el muy difundido “Oscar-tan-blanco”, impulsado por la comunidad negra de Hollywood a partir de un comentario en Twitter del director Spike Lee- es otro tema. El filme se basa en el best seller de David Ebershoff sobre el caso real de Wegener, el primer caso documentado de transexualidad. “La chica danesa”, con sus altas dosis de melodrama, es fiel al perfil literario de un best seller en el tratamiento del conflicto. Y Redmayne salva la película, pero es contradictorio cómo si, como dice Wegener, “soy una mujer”, necesita copiar la sensualidad y gestualidad femenina en una especie de prostíbulo, aunque esto excede al actor y sería una decisión de la dirección y del guión. Recordar a Einar Wegener como un pionero del siglo XX en su coraje y decisión hace pensar también en por qué Hollywood todavía no hizo una película exclusivamente sobre Rosa Parks, la primera mujer negra que se atrevió a desafiar la segregación racial y que fue un símbolo de los derechos civiles en Estados Unidos.
Aterrizaje forzoso “A Usher le gusta más el proceso que el evento”. Eso dice Ariel sobre su padre, y da una pista de por dónde va “El rey del Once”. Daniel Burman vuelve al barrio de Once que fue un personaje más de su segunda película “Esperando al Mesías”. Como en aquel filme del año 2000, el protagonista se llama Ariel, y a diferencia de aquel personaje que antes interpretó Daniel Hendler en su debut en cine y que buscaba asomarse fuera de la comunidad judía poco tiempo antes de la crisis de 2001, el Ariel de “El rey del Once” tiene un aterrizaje circunstancial allí donde creció. Con una crisis en ciernes, pero afectiva, este Ariel deja el orden de su carrera de economista en Nueva York para internarse en el caótico y vital mundo de Usher, un hombre que organiza asistencia solidaria para cualquiera que lo necesite, desde Alplax hasta la carne kosher o los fideos que permiten la subsistencia de muchos de sus vecinos. Matizada con metáforas sobre la búsqueda personal de Burman (contó su necesidad de volver a sus orígenes) la película que participa del Festival de Berlín en la sección Panorama, es un recordatorio amable y cariñoso de la identidad extensible a cualquier espectador, emotivo y sin rebuscamiento, y con el humor en segudno plano pero atravesando la película de principio a fin.